CIENCIAS DEL ISLAM

 

 

CIENCIAS DEL HADIZ

 

índice

 

PARTE I

HISTORIA DEL HADIZ

   

LECCIÓN 2

RECOPILACIÓN DEL HADIZ

(TADWÎN AL-HADÎZ)

 

         La escritura entre los árabes:

 

         Es una exageración afirmar que los árabes antes del Islam desconocían la escritura (kitâba), la practicaban muy poco o que carecían de los medios materiales para su desarrollo. También, se suele sostener que los árabes pre-islámicos confiaban casi exclusivamente en la memoria (hifz) para conservar y trasmitir su producción literaria. Pero no cabe duda de que en el norte de la península de los árabes era conocida la escritura y la lectura, y Meca (siendo un centro comercial de primer orden) tuvo una cantidad nada despreciable de lectores y escribas incluso antes del Islam y en  número por encima de los que podían encontrarse en Medina. La información tradicional según la cual en Meca “había poco más de diez hombres que supieran leer y escribir” debe ser aceptada con prevenciones. Sin duda, la escritura no estaba lo suficientemente extendida (lo que justifica que se considere a los árabes pre-islámicos ummiyîn, es decir, iletrados), pero tampoco debió ser extraña.

         En cualquier caso, la cantidad de conocedores de la escritura (escribas, kuttâb) en Meca debió ser superior a la que podía encontrarse en Medina. Argumento en favor de esta tesis es que el Profeta (s.a.s.), tras la batalla de Badr, tomara la decisión de liberar a aquellos prisioneros mequíes que enseñaran a leer y escribir al menos a diez niños de Medina. También sabemos que el número de secretarios que tuvo el Profeta para registrar las revelaciones llegó a cuarenta, siendo mequíes la mayoría de ellos. Al poco de instalarse el Profeta en Medina, donde escaseaban los escribas, se consagró un lugar en la mezquita para que ‘Abd Allâh ibn Sa‘îd ibn al-‘Âs enseñara a leer y escribir a quien lo deseara. Lo más probable es que las nueve mezquitas que hubo en Medina en la época del Profeta estuvieran provistas de escuelas, en las que el Mensajero ordenó que se divulgara la escritura, especialmente entre los niños.

         El hecho de que los Sahâba (los compañeros y discípulos del Profeta) recurrieran preferentemente a la memoria (hifz) para preservar los hadices exige, por tanto, una explicación distinta a la que han formulado algunos aduciendo la escasa difusión de la escritura entre los árabes o la precariedad de los medios para escribir. Si bien lo anterior es relativamente cierto, los Sahâba no escatimaron esfuerzos en reunir por escrito el Corán, que fue registrado desde los primeros momentos, empleando para ello los recursos de los que disponían, usando como soportes papel, omóplatos de camello, telas, tejidos de palmas, lascas de piedra, etc., demostrando un extraordinario entusiasmo en recoger por escrito el Libro Revelado. Pero espontáneamente o bajo la dirección del Profeta, decidieron seguir un método distinto en lo relativo a la preservación de las enseñanzas del Profeta, prefiriendo, al principio, simplemente guardar en la memoria sus palabras.

         Hay poderosos argumentos en favor de que los Sahâba prestaron toda su atención a acoger el Corán (talaqqî l-qur-ân), dedicándose a memorizarlo y ponerlo por escrito. El estudio del Libro Revelado ocupaba gran parte de su tiempo. Por otro lado, la enseñanza del Profeta (sus dichos y sentencias, los hadices) era constante e inagotable: el Profeta actuaba, emitía su opinión con ocasión de cualquier acontecimiento, respondía a preguntas, aprobaba actuaciones, aclaraba el significado del Corán,... (todo a lo cual llamamos hadices), y los escribas no hubieran dado abasto para recoger ese caudal extraordinario de juicios, comentarios, observaciones, etc. Es más, el mismo Profeta (s.a.s.) prohibió formalmente a sus Compañeros que pusieran por escrito sus enseñanzas -al menos al principio-, por temor a que se mezclaran con el Corán y cayeran los musulmanes en el mismo error que los cristianos, que no diferencian entre la Revelación que recibió Jesús de sus enseñanzas personales. Hay que recordar la pobreza de los materiales que se empleaban para redactar textos, lo que hubiera hecho que se aprovecharan al límite y donde se escribiera el Corán se anotaran también hadices, haciendo al final imposible distinguirlos.

Nos ha llegado que el Profeta dijo: “No escribáis lo que digo. Quien escriba lo que digo, que lo borre. Pero trasmitid mis enseñanzas, no hay reparo en ello: quien, sin embargo, me atribuya lo que no he dicho, que vaya pensando en el lugar que le aguarda en el Fuego”. Pero cuando la Revelación del Corán avanzó, y su preservación estaba garantizada por la gran cantidad de personas que se lo sabían de memoria, entonces el Profeta autorizó la recopilación por escrito (tadwîn) de sus enseñanzas, diciendo, por ejemplo: “Anotad la Ciencia”, y los escribas se pusieron mano a la obra recogiendo lo que recordaban. Parece, sin embargo, que el Profeta (s.a.s.) ya había ordenado antes a algunos de ellos que emprendieran esa labor.

Es decir, la prohibición de escribir los hadices fue abrogada, si bien ya había tenido excepciones. Las palabras “anotad la ciencia”, es el abrogante (nâsij), mientras que el texto anterior “no escribáis lo que digo,...”, es el abrogado (mansûj). No existe, por tanto, contradicción entre ambos hadices, sino una sucesión sabia  que atendía a las necesidades y prioridades en la Comunidad. Pero la necesidad de poner por escrito los hadices y evitar que se perdieran o fueran alterados no se dejó sentir hasta noventa años después de la muerte del Profeta (s.a.s.), es decir, a comienzos del segundo siglo después de la hégira. Las recopilaciones que se hicieron durante su vida e inmediatamente después de su muerte son excepciones, aunque existieron. Durante el primer siglo del Islam, pues, se prefirió dejar por escrito el Corán, por un lado, y conservar en la memoria y trasmitir oralmente los hadices, diferenciando claramente entre la Revelación coránica y la enseñanza personal del Profeta.

 

 

         Las primeras sahîfas en tiempos del Profeta (s.a.s.):

 

         Es seguro que varios Sahâba (compañeros y discípulos del Profeta, s.a.s.) reunieron y pusieron por escrito algunos hadices en vida del Profeta, bien en la época en que estaba prohibido (si bien contando con una autorización especial) o bien más tarde, hacia finales de la vida del Mensajero (s.a.s.) cuando se permitió poner por escrito sus enseñanzas a todo el que lo quisiera y pudiera hacerlo. No se conservan esos textos, pero hay noticias seguras sobre muchos de ellos, y fueron pasando de maestro a discípulo después de la muerte de Sidnâ Muhammad (s.a.s.) y finalmente recogidos definitivamente en las grandes recopilaciones que se harían después.

         Tirmidzî cuenta que Sa‘d ibn ‘Ubâda al-Ansâri tenía un “pliego” (sahîfa) en el que había anotada una buena cantidad de hadices y sunnas del Profeta, y que su hijo los trasmitió citando esa fuente. Bujâri cuenta que esa sahîfa era una copia de otra que había sido escrita de puño y letra por ‘Abd Allâh ibn Abî Awfà, con quien ya estudiaba la gente (sus discípulos recitaban ante él de memoria el contenido del Pliego antes de recibir la autorización para trasmitirlos a su vez).

         Sumra ibn Ŷúndub también había reunido una buena cantidad de hadices en una sahîfa que heredó su hijo Sulaimân. Es el texto del que más tarde dijo Ibn Sîrîn: “En el tratado de Sumra hay mucha Ciencia”.

         Ŷâbir ibn ‘Abd Allâh redactó otra sahîfa que, según Muslim, contenía hadices referentes a la Peregrinación. Es posible que dicha Página contuviera el Discurso del Adiós (tbat al-Wadâ‘) que el Profeta (s.a.s.) pronunció en su última Peregrinación. Su discípulo Qatâda ibn Da‘âma as-Sadûsi valoraba extraordinariamente dicho texto y decía de él: “Conozco de memoria la sahîfa de Ŷâbir mejor que Sûrat al-Báqara”. También es posible que los hadices que trasmitió otro de sus discípulos (Sulaimân ibn Qáis al-Yashkuri) procedieran de dicho Pliego. Parece que se puede afirmar que la sahîfa de Ŷâbir se hizo célebre y se copió en muchas ocasiones.

         Pero la sahîfa más importante escrita en vida del Profeta fue la que es conocida como as-Sahîfa s-Sâdiqa (la Página Sincera), escrita por ‘Abd Allâh ibn ‘Umru ibn al-‘Âs y en la que recogió mil hadices, según dice Ibn al-Azîr. Si bien no se ha conservado ninguna copia del texto original, sí la tenemos en su  mayor parte ya que el Imâm Ahmad la recogió en su Músnad. Se trata, por tanto, de un texto de venerable antigüedad que demuestra de manera irrefutable que ya en tiempos del Profeta (s.a.s.) se ponían por escrito sus enseñanzas, y que, además, tiene su justificación en un relato recogido en otras fuentes en el que se trascribió la siguiente conversación entre Sidnâ Muhammad (s.a.s.) y ‘Abd Allâh ibn ‘Umru: “¿Escribo todo lo que te oiga decir?”, y el Profeta respondió: “”, y ‘Abd Allâh preguntó: “¿Lo hago aunque lo que digas sea resultado de un enfado?”, y el Profeta le dijo: “Sí, pues hasta en ese estado lo que digo es verdad”. Sin duda, tras esta orden, ‘Abd Allâh ibn ‘Umru inmediatamente se puso a anotar lo que dijera el Profeta (s.a.s.), y el fruto sería la as-Sahîfa as-Sâdiqa. Tal vez, incluso redactara otros documentos, y basamos esta posibilidad en las palabras que dijo Abû Huráira: “Nadie me supera en cantidad de hadices preservados, salvo ‘Abd Allâh ibn ‘Umru, porque él sabía escribir y yo no”. Por otro lado, ‘Umru ibn Shu‘áib, nieto de ‘Abd Allâh ibn ‘Umru, trasmitió los hadices contenidos en la sahîfa de su abuelo, bien leyéndosela a sus discípulos, o bien recitándosela de memoria. Muŷâhid ibn Ŷabr, uno de los grandes sabios de la segunda generación del Islam pudo ver esa sahîfa en casa de ‘Abd Allâh ibn ‘Umru.

         Otro importante documento escrito en vida del Profeta (s.a.s.), que algunos consideran la Constitución de Medina, fue el acuerdo que se redactó para fijar los derechos y obligaciones de los emigrantes, los auxiliares, los judíos y los árabes idólatras que habrían de convivir en Medina. En el encabezamiento de dicho texto se dice claramente que se trataba de un escrito y no un simple acuerdo oral: “Este es el escrito de Muhammad, el Mensajero de Allah, dirigido a los musulmanes de Quráish y las gentes de Yazrib y a todos los que se han adherido a ellos y luchan junto a ellos en sus filas, y que son una única Nación...”. A lo largo del texto se repite varias veces la expresión “a las gentes de esta sahîfa”. Este documento nos ha sido trasmitido por innumerables fuentes, tantas que ha sido comparada al Corán por enorme la cantidad de trasmisores que tiene. Efectivamente, fue un documento público, lo que explica que fuera sobradamente conocido. Tal vez se refiriera a él el Imâm ‘Ali ibn Tâlib cuando alguien le preguntó si los árabes tenían libros: “No, más que el Corán y el entendimiento que tiene el musulmán, y lo que hay en esta sahîfa”, “Y, ¿qué hay en ella?”, le preguntaron: “El precio de la sangre, la liberación de cautivos, y que un musulmán no sea ejecutado por un no-musulmán”, siendo estas cuestiones algunas de las mencionadas en la Constitución de Medina.

         También se sabe que ‘Abd Allâh ibn ‘Abbâs anotaba en tablas (alwâh) mucho de lo que le oía decir al Profeta (s.a.s.), y que las portaba consigo cuando se sentaba a enseñar en la mezquita. Se cuenta que a su muerte dejó la carga de un camello en textos escritos por él. Su discípulo Sa‘d ibn Ŷubáir anotaba lo que le dictaba, y cuando se acababa el papel seguí escribiendo sobre su propia ropa, sus sandalias o en los puños, y después los pasaba a limpio en pliegos cuando volvía a su casa. Los textos de Ibn ‘Abbâs debieron ser bastante conocidos y empleados en su tiempo, y fueron heredados por su hijo ‘Ali. Los hadices de Ibn ‘Abbâs se popularizaron enormemente, hasta el extremo de que los tratados de comentarios al Corán están repletos de informaciones oídas de discípulos de Ibn ‘Abbâs y atribuidas a él.

 

 

         La sahîfa de Abû Huraira a Humam ibn Munábbih:

 

         Mención a parte y muy especial merece la sahîfa de Abû Huráira que contiene ciento treinta y ocho hadices que dictó a su discípulo Humâm (tradicionalmente se la llama sahîfa de Humâm, pero realmente es la sahîfa de Humâm bajo el dictado de Abû Huraira). Abû Huraira fue un compañero y discípulo directo del Profeta (s.a.s.); por su parte Humâm nació después de la muerte de Sidnâ Muhammad (s.a.s.), por lo que no se puede decir que el texto fuera redactado en vida del Profeta, pero sí demuestra que el hadiz se recopiló en tiempos muy tempranos (durante la primera mitad del primer siglo de la hégira), y no a comienzos del segundo siglo de la hégira como algunos orientalistas sostienen. La especial importancia de la sahîfa de Humâm (o mejor dicho, la sahîfa de Abû Huráira) es que sí se conserva. Se han descubierto recientemente dos manuscritos (en Damasco y en Berlín). Los hadices que contienen confirman la fidelidad y continuidad con la que se efectuaban las trasmisiones, pues los encontramos literalmente recogidos en su totalidad en el Músnad del Imâm Ahmad y dispersos por varios capítulos del Sahîh de Bujâri.

         En cualquier caso, repetimos, la trasmisión del grueso de las informaciones sobre las tradiciones instauradas por el Profeta (s.a.s.) se hacía sobretodo de forma oral, y aún existían reparos en ponerlos por escrito, a pesar de la autorización general que formuló Sidnâ Muhammad (s.a.s.) a finales de su vida. Sólo el temor a que los hadices se perdieran o corrompieran -debido a la extraordinaria difusión que tendría el Islam sobre una inmensa geografía y a la muerte de los Sahâba y la desaparición de los que los conocían de memoria- estimularía más tarde a muchos a darles una forma escrita, pero eso todavía estaba lejos: todavía eran muchos los garantes de la autenticidad de los hadices.

 

 

         La época de los primeros cuatro califas (al-julafâ ar-râshidîn):

 

         Como hemos visto en el apartado anterior, muchos hadices fueron recogidos por escrito en vida del Profeta (s.a.s.), pero en condiciones precarias. A pesar de la autorización que formuló, todavía pesaban prevenciones a la hora de recoger por escrito sus enseñanzas, considerándose al principio los textos que hemos mencionado como excepciones.

Los primeros califas que le sucedieron a la cabeza del Islam (los al-julafâ ar-râshidîn, todos ellos eran Sahâba, Compañeros personales del Profeta) fueron cautos y exigentes. Se sabe, por ejemplo, que el primero, Abû Bakr, puso por escrito algunos hadices, pero seguidamente los quemó. El segundo, ‘Umar ibn al-Jattâb (‘Omar), decidió recopilar hadices, pero después se echó atrás: ‘Úrwa ibn aç-Çubáir contó que ‘Omar quiso poner por escrito las sunnas y consultó a los Compañeros del Profeta, y la mayoría de ellos le aconsejaron que lo hiciera. A pesar de ello, ‘Omar permaneció indeciso durante un mes, pasando las noches en vela y recogido pidiendo a Allah que lo iluminara, Al cabo de ese tiempo, una mañana amaneció habiendo tomado una resolución fruto de sus largas meditaciones y dijo a sus Compañeros: “Os había mencionado que deseaba poner por escrito las sunnas, como sabéis. Pero después he recordado que las Gentes del Libro (los judíos y cristianos) escribieron libros además del que les fue revelado y acabaron abandonando el Libro de Allah. Yo, por nada del mundo permitiría que el Corán fuera confundido con otra cosa”, y abandonó la idea de poner por escrito las sunnas. Este relato fue recogido por al-Jatîb al-Bagdâdi en su obra Taqyîd al-‘Ilm (la Recopilación del Saber).

Los primeros cuatro califas no fueron solamente reticentes a que se pusiera por escrito la Ciencia (el Hadiz)  sino que exigían que no se afirmara nada sobre el Profeta (s.a.s.) si no se presentaban testigos. Abû Bakr, por ejemplo, no permitió que la abuela de una persona heredera la sexta parte de su legado (lo cual no aparece en el Corán) más que después de que varios Sahâba testificaran que el Profeta lo había estipulado. Y hasta en asuntos mucho más triviales, cualquier sunna debía ser resultado de testimonios tomados entre los que habían sido más cercanos a Sidnâ Muhammad (s.a.s.).

Lo anterior no quiere decir que los cuatro primeros califas se opusieran radicalmente a que la Ciencia (el Hadiz) fuera puesta por escrito. Al contrario, estimularon dicho movimiento, pero con cautela para evitar, como ha sido dicho, que el Corán fuera relegado. Fue ‘Uzmân, el tercer califa, el que puso definitivamente el Corán por escrito, y ‘Ali, el cuarto, no dejó de alabar la bondad de la escritura. También hay que  recordar que en la época de los primeros califas había una gran presencia de los Sahâba, garantes de la trasmisión oral del legado de Sidnâ Muhammad (s.a.s.), cada uno de los cuales tenía muchos discípulos (los Tâbi‘în, o Continuadores) y no había temor a que la Ciencia se perdiera o corrompiera.

 

 

         La época de los Continuadores (Tâbi‘în) y de sus Continuadores (Tâbi‘î t-Tâbi‘în):

 

         Los Sahâba fueron la primera generación del Islam, constituida por los que fueron discípulos personales del Profeta (s.a.s.). A la siguiente generación, cuyos miembros fueron discípulos de los Sahâba pero no ya del Profeta, se la llama generación de los Tâbi‘în (Continuadores de los Sahâba), y a los discípulos de estos se les llama generación de los Continuadores de los Continuadores (Tâbi‘î at-Tâbi‘în). Estas tres generaciones reciben el nombre global de Sálaf, los Antepasados del Islam, y su tiempo es considerado el mejor siglo del Islam (porque cubren el periodo del primer siglo tras la hégira). Ese primer siglo del Islam, el del Sálaf, por su proximidad al tiempo del Profeta (s.a.s.) y porque su influjo personal aún era muy poderoso, es tenido por el de mayor fidelidad a su enseñanza.

Hasta ahora hemos hablado de la actitud de los Sahâba ante la recopilación (tadwîn) del hadiz. La de los Continuadores y la de los Continuadores de los Continuadores aún será, en líneas generales, más severa. Topamos con que las noticias que nos han llegado les atribuyen una gran oposición a que se pusiera por escrito el hadiz. Pero tampoco faltan testimonios que aseguran que muchos de ellos no eran tan contrarios, los hubo que sugirieron la necesidad de dicha empresa y algunos, incluso, la animaron. Algunos críticos sostienen que es erróneo creer que había posiciones cerradas, y que, en el caso de estas dos últimas generaciones, lo que invitaba a la cautela eran las mismas prevenciones que tuvieron los Sahâba, y que aquellos que no veían el peligro de que el hadiz se confundiera con el hadiz propusieron sin reticencias que fuera recogido por escrito. A finales de estas generaciones, la opinión mayoritaria será la de que es completamente lícito recopilar la Ciencia (el hadiz), para algunos será preferible, y otros animaron decididamente el movimiento en esa dirección que se iniciaría a principios del segundo siglo.

Entre los primeros Tâbi‘în que se opusieron a que se recopilaran por escrito los hadices hay que destacar a ‘Ubáida ibn ‘Umru as-Salmâni al-Murâdi, Ibrâhîm ibn Yaçîd at-Táimi, Ŷâbir ibn Çáid e Ibrâhîm ibn Çáid an-Naj‘i, que consideraban que no había ninguna necesidad de recurrir a la escritura para garantizar la trasmisión de los hadices. Seguramente, en su tiempo aún pesaba mucho la desaprobación de los primeros cuatro califas. Por otro lado, hay que recordar que todos esos maestros eran ascetas de vida muy austera a quienes molestaba que quedaran de ellos rastros, tal como se cuenta que dijo ‘Ubáida: “No eternicéis nada mío poniéndolo por escrito”.

Otro factor que les llevaba a desaconsejar que se pusiera la Ciencia por escrito es que la opinión (el rây) de esos maestros empezaba a hacerse célebre. La gente tenía muy en cuenta todo lo que decían, y ellos temían que los escribas mezclaran los hadices con las opiniones personales de cada uno de ellos y que, con el tiempo, ya no se pudieran establecer diferencias. A uno de esos grandes maestros, Ŷâbir ibn Çáid se le dijo que había gente que había empezado a escribir sus opiniones personales, y él se opuso diciendo: “¿Están escribiendo cosas de las que tal vez mañana me desdiga?”.

De modo indirecto, la postura contraria a la escritura por parte de los Tâbi‘în significa que habían aparecido ‘autores’ poco escrupulosos a la hora de tomar nota durante sus lecciones. Podemos deducir que ellos no reprobaban por principio la recopilación de los hadices, sino ciertas prácticas negligentes. No nos debe parecer extraño, pues, que se atribuya a Sa‘îd ibn Ŷubáir dos opiniones aparentemente contradictorias, que él atribuía a su maestro el Sahâbi Ibn ‘Abbâs: “Los libros arruinaron a quienes os han precedido” y “La escritura es la mejor garante de la Ciencia”. La prohibición enunciada hacía referencia, sin duda, a la anotación de las opiniones subjetivas, mientras que la autorización afectaba al hadiz (sin adición de arâ, de opiniones personales con las que pudiera ser confundido). Y, así, consta que Sa‘îd ibn Ŷubáir mismo practicaba la recopilación por escrito del hadiz (el tadwîn): “Yo iba a camello de las lecciones de Ibn ‘Omar a las de Ibn ‘Abbâs, escuchaba montado los hadices que trasmitían y los anotaba en la silla del camello hasta que regresaba a mi casa y entonces los pasaba a limpio”.

Cuando entre la gente fue quedando claro que la prohibición de escribir sólo afectaba a las opiniones personales mientras que la recopilación de hadices era algo recomendable, encontramos en la época central del periodo de los Tâbi‘în y los Tâbi‘î at-Tâbi‘în, a principios del siglo segundo de la hégira, que muchos maestros dieron licencia a sus discípulos para hicieran registro (taqyîd) de la Ciencia. Por ejemplo, Sa‘îd ibn al-Musáyyib autorizó a hacerlo a ‘Abd ar-Rahmân ibn Hármala cuando éste se le quejó de su mala memoria. Se hizo famosa la frase de otro de estos maestros, sh-Shú‘bi, quien dijo: “Cuando me escuchéis decir algo, escribidlo aunque sea en la pared”, y parece ser que él mismo puso por escrito al menos parte de sus enseñanzas. Otro de los grandes, Muÿâhid ibn Ŷubáir al-Makkí, subía con sus discípulos a su habitación, sacaba sus escritos y los ordenaba copiar. ‘Atâ ibn Rabâh, contado entre los más célebres de los Tâbi‘în, escribía por sí mismo y autorizaba a sus alumnos a que escribieran lo que dictaba, no limitándose a que lo memorizaran.

Fue el prudente y virtuoso califa omeya ‘Omar ibn ‘Abd al-‘Açîç el primero en organizar de forma sistemática la recopilación (tadwîn) de la Ciencia (es decir, el Hadiz), y lo ordenó el primer año del segundo siglo de la hégira, el añó 101). Sin duda, antes habría obtenido la autorización de los ‘ulamâ (los expertos y maestros de ciencias islámicas, plural de ‘âlim, sabio) de su tiempo, pues el carácter descentralizado y acéfalo del Islam, por un lado, y la actitud reticente a los omeyas de buena parte los ‘ulamâ, por otro, hubieran desacreditado su labor. La confianza en su temor a Allah, en su carácter escrupuloso y su reconocida espiritualidad, animó a los ‘ulamâ, que se pusieron mano a la obra bajo el estímulo del califa.

El califa ‘Omar ibn ‘Abd al-‘Açîç, según diversas fuentes, sintió la necesidad de organizar y animar el movimiento de recopilación (tadwîn) ante las circunstancias nuevas que se daban en el Islam: su prodigiosa difusión a la vez que, con el paso del tiempo, iban desapareciendo los garantes de la autenticidad de los hadices. Se conserva, por ejemplo, el texto de una carta que envió a uno de sus gobernadores, el que estaba a cargo de Medina, en la que le decía: “Mira lo que se conserve de los hadices del Mensajero de Allah (s.a.s.), las sunnas que se cumplen en la ciudad y los hadices trasmitidos por ‘Amra, y ponlo todo por escrito. Temo que se extinga la Ciencia con la muerte de su gente”. El personaje al que se refiere en esa carta, ‘Amra, era, junto a al-Qâsim ibn Muhammad ibn Abî Bakr, una discípula directa de ‘Âisha, la esposa del Profeta, y era tenida por una de las máximas autoridades en materia de hadiz.

‘Omar envió cartas parecidas a la citada anteriormente a personajes eminentes de todos los rincones del Islam. El primero en responder a su demanda fue Muhammad ibn Muslim ibn Shihâb aç-Çuhri, maestro de Arabia y Siria, que recogió todo su saber en un libro y lo remitió al califa. Éste, lo mandó copiar y lo distribuyó por todo el Islam. Ibn Shihâb aç-Çuhri, orgulloso de su trabajo, decía: “Nadie antes de mí ha recopilado la Ciencia”.

Llegados a este punto, alguien podría creer que la actitud de rechazo a la recopilación del hadiz desapareció para siempre. Al contrario, pronto se retomaría la idea de que la escritura no era el mejor vehículo para trasmitir los hadices, incluso entre algunos que habían participado en la labor iniciada por el califa ‘Omar ibn ‘Abd al-‘Açîç. La causa es la aparición de falsificaciones (el wad). Empezaron a ponerse por escritos palabras y actos atribuidos al Profeta (s.a.s.) que los garantes no reconocían, y se temió que el hecho de haber sido registrados les conferiera autoridad. Hubo un primer momento en que esa prevención hizo que se lamentara la obra realizada, y el mismo aç-Çuhri dijo: “Detestábamos poner por escrito la Ciencia, hasta que nos obligaron los emires y creímos que no debíamos impedir el conocimiento a ningún musulmán”. Pero esta nueva reticencia, ante el wad, fue el estímulo definitivo para la recopilación, pues ante el peligro se evidenció  la necesidad de que no sólo era más urgente aún recopilar el hadiz sino de elaborar también controles y ciencias auxiliares para fijar la autenticidad de los textos, comenzando a balbucear lo que se llamaría con el tiempo Ciencias del Hadiz (‘Ulûm al-Hadîz). El mismo aç-Çuhri, que se consagraría de lleno a la recopilación de hadices, dijo un poco más tarde: “Si no fuera por hadices que nos llegan de oriente y que no conocemos, yo no pondría por escrito los hadices ni autorizaría a escribirlos”.

         Las vacilaciones y opiniones de aç-Çuhri debieron ser las de buena parte de los ‘ulamâ de su tiempo (los comienzos del segundo siglo de la hégira). Había miedo a que se perdieran las enseñanzas del Profeta (s.a.s.) y también a que se difundieran mentiras y falsificaciones (wad) sobre él. Los mismos que unas veces autorizaban y animaban el tadwîn, en otras circunstancias lo prohibían de modo categórico. Esta era la situación a mediados de la época de los Tâbi‘în y de los Tâbi‘î at-Tâbi‘în.

         A finales de ese primer periodo de la historia del Islam, la necesidad del tadwîn se fue imponiendo frente al peligro del wad, que a su vez fue creciendo con la aparición de partidos políticos y escuelas de pensamiento opuestas. El waddâ‘, el falsificador de hadices, muchas veces pertenecía a un grupo que no dudaba en sostener frente a otros grupos sus opiniones divergentes a base de hadices ficticios (los hadices mawdû‘). Pero la recopilación que se hacía en ese periodo no era del todo sistemático, y muchas veces el texto del hadiz se mezclaba con las interpretaciones y juicios (fatwà-s) de los Sahâba y de los Tâbi‘în, como sucede en la Mawattâ del Imâm Mâlik. A finales de ese segundo siglo del Islam, en plena época de los Tâbi‘î at-Tâbi‘în, los ‘ulamâ se empezaron a preocupar por determinar los hadices despejándolos de las opiniones de los Sahâba y de los Tâbi‘în, limitándose estrictamente a la Sunna del Profeta (s.a.s.). Se redactaron tratados que recibieron el nombre de Musnad, en los que sólo aparecen hadices (sin un orden por capítulos), siendo el primero de ellos el que escribió Abû Dâwûd at-Tayâlîsi. Más tarde, el Músnad del Imâm Ahmad ibn Hánbal se convirtió en la principal de las referencias (si bien este gran maestro debe ser contado entre los Continuadores de los Continuadores de los Continuadores, pues murió en el año doscientos veinte después de la hégira).

         Comenzó, pues, el proceso de ‘autentificación’ de los hadices y su ordenamiento por temas en esa época posterior a las tres primeras generaciones, apareciendo entonces los Seis Libros (al-Kútub as-Sitta), en los que se recogieron los hadices sahîh, los correctos y sanos. Más adelante hablaremos en estas lecciones de esas obras y sus autores, de los que conviene que ya retengamos sus nombres: al-Bujâri, Múslim, at-Tirmîdzi, Abû Dâwûd, Ibn Mâÿa y an-Nasâi.

         Tras esos ‘primeros tiempos del Islam’ vendrían otras generaciones, a cuyos miembros se les llamará Jálaf y Mutaájjirîn (los Posteriores, distinguiéndolos del Sálaf o Mutaqáddimîn, los Antepasados, los Adelantados). Su labor va a consistir, básicamente, en pulir, comentar, reordenar o resumir los Seis Libros. Por ejemplo, al-Humáidi (en el siglo quinto de la hégira) clasifica los hadices contenidos en las obras de al-Bujâri y Múslim por trasmisores. Más tarde, en el siglo séptimo, Ibn al-Azîr junta los Seis Libros en una sola obra ordenada por capítulos. En el siglo noveno, al-Háizami añade a esos libros hadices tomados de otras fuentes dignas de confianza. En el siglo décimo de la hégira, as-Suyûtî sintetiza los Seis Libros, los Diez Músnad-s y otras obras en un compendio magno, el al-Ŷâmi‘ al-Kabîr. Estos son sólo ejemplos del inmenso trabajo que se realiza sobre las enseñanzas del Sálaf.

         En definitiva, el Hadiz  ha pasado por largas etapas hasta llegar a nosotros debidamente criticado y autentificado, ayudando los medios modernos de imprenta y divulgación a ser popularizado inmensamente, quedando garantizada la preservación de ese enorme legado del Islam original.

 

continuación:

LECCIÓN III

EL VIAJE A LA BÚSQUEDA DEL HADIZ

(AR-RIHLA FÎ TÁLAB AL-HADÎZ)