CAPÍTULO 88: LA QUE CUBRE

SÛRAT AL-GÂSHIA

revelada en Meca, 26 versículos

 

índice

 

bísmil-lâhi r-rahmâni r-rahîmi

Con el Nombre de Allah, el Rahmân, el Rahîm

1. hal atâka hadîzu l-gâshia*

¿Te ha llegado la noticia de la que cubre?

2. wuÿûhun yaumáidzin jâshi‘atun

Rostros, ese día, espantados,

3. ‘âmilatun nâsibatun

esforzados, abatidos,

4. taslà nâran hâmiatan

abrasándose en un Fuego ardiente,

5. tusqà min ‘áini â:nia*

bebiendo de una fuente que hierve,

6. láisa láhum ta‘âmun illâ min darî‘in

no teniendo más alimento que el darî‘,

7. lâ yúsminu wa lâ yugnî min ÿû‘*

que ni engorda ni mata el hambre...

8. wuÿûhun yaumáidzin nâ‘imatun

Rostros, ese día, resplandecientes,

9. li-sá‘yihâ râdiatun

satisfechos de sus esfuerzos,

10. fî ÿánnatin ‘âliatin

en un Jardín elevado

11. lâ túsma‘u fîhâ lâgia*

en el que no se oyen palabras vanas,

12. fîhâ ‘áinun ÿâria*

en el que hay una fuente que fluye,

13. fîhâ súrurun marfû‘atun

en el que hay lechos alzados,

14. wa akuâbun maudû‘atun

y copas preparadas,

15. wa namâriqu masfûfatun

cojines alineados

16. wa çarâbíyu mabzûza*

y alfombras extendidas...

 

             Este capítulo -la sûra de la que cubre (gâshia)- fue revelada en Meca y tiene veintiséis versículos, de los que estudiaremos dieciséis en este apartado. Su estilo es el propio del primer periodo del Corán: frases entrecortadas, impactantes, demoledoras, que buscan inquietar,... Allah se presenta arrasando el mundo que el ser humano conoce para sustituirlo por Su Presencia que lo envuelve todo. De ahí que el Corán recurra constantemente al tema de la muerte y el fin del mundo y la posterior Resurrección (Qiyâma) en al-Âjira, el Universo Sin-Principio ni Fin de Allah, Señor de todos los mundos.

            Cuando toda resistencia desaparece con la muerte, sólo queda Allah, la Verdad Absoluta e Irrepresentable, abarcándolo todo, imponiéndose a todo. Éste es el sentido profundo de la muerte y la Resurrección: el paso a al-Âjira, al mundo en que Allah se muestra en su Grandeza, acogiendo nuestra existencia en su Inmensidad. Ése es nuestro Destino, que nos aguarda, y es la experiencia -en vida- del sufí, que muere al mundo fantasmal en el que estamos para despertar a la contemplación de la Presencia del Poder en cuanto le rodea.

            Deberíamos esforzarnos por comprender lo que estas alusiones significaban para los primeros musulmanes en Meca: sólo así intuiremos su alcance y su intencionalidad. El Profeta (s.a.s.) los estaba invitando a dar el paso que los sacara del mundo de idolatría en el que vivían para, a partir de entonces, existir en un mundo iluminado por Allah. Para ello, ese universo en el que hasta entonces vivían tenía que desaparecer de sus mentes y de sus corazones, tenía que ser aniquilado por algo tan poderoso como la muerte, tenía que ser destruido por un cataclismo definitivo. Sólo así resucitarían en el al-Âjira de Allah, en Lo Otro, en el mundo de paz del Islam, gobernado por la intuición de la Unidad del Creador de todas las cosas.

            En realidad todo musulmán está invitado a lo mismo, es constantemente llamado por el Corán a demoler sus dioses para descubrir tras esos fantasmas la Presencia del Uno-Único, y así ser realmente musulmán. Cuando desaparecen los miedos y las esperanzas que nos engañan atándonos a dioses ficticios, a realidades inconsistentes y mediocres a las que sólo nosotros otorgamos poder -homologándolas sin darnos cuenta a nuestro Verdadero Señor-, como hacemos con el poder, el prestigio, el dinero,... sólo entonces se pasa efectivamente al mundo del Islam, al de la Paz (Salâm). Y entonces se entrevé el infierno (la mentira, la ignorancia, el resentimiento, la cobardía, la envidia, la constante frustración) en el que se había estado viviendo.

            La muerte y la desaparición son los destinos inevitables de cuanto existe...  Recordar ese destino ayuda a relativizar la cotidianidad y todo se diluye en la Inmensidad que aguarda al hombre al final de su vida. Sólo imaginando esto comprenderemos el alcance de la palabra Allah. El Corán nos introduce en al-Âjira: para ello evoca primero la aniquilación de este mundo, la provoca para que quede atrás y podamos asomarnos a lo Absoluto con otros ojos y volver a nuestra realidad imbuidos de esa experiencia.

            Tras esa experiencia, Allah nos devuelve -en la segunda parte de este capítulo cuyo comentario reservamos para más adelante- a la contemplación del mundo que nos rodea, y éste resurge de repente impregnado por el Poder que en todo momento le da consistencia, al igual que tras la muerte resucitamos ante Allah y Él lo gobierna todo ante nuestros ojos. Tras el asomo al Universo Indefinible de Allah, con nuestra resurrección el mundo, éste parece nuevo. La rutina anterior nos impedía comprender su profundidad, pero tras conocer a Allah en su ámbito absoluto gracias a la muerte y el estremecimiento que produce su mención, la vida adquiere proporciones eternas, y es como si resurgiéramos en una nueva existencia, completamente distinta.

            El Corán combina e interrelaciona ambos temas: la muerte nos hace pasar al dominio de Allah al igual que la quiebra del mundo le muestra ya al sufí la Presencia Real que gobierna el universo sin que el común de los hombres lo advierta. A partir de esa ruptura, el musulmán ya es eterno porque está sumido en lo infinito de lo esencial. Ya está en el Jardín -si bien en un constante proceso de perfección y pulimentación que culmina tras la muerte física: el Jardín se amplia con cada ídolo derribado, con cada miseria superada-, mientras sus contemporáneos permanecen en el atroz infierno de sus desesperaciones.

            Para empezar deberemos trasladarnos a ese otro lado, a al-Âjira, y para ello el Corán comienza haciéndonos una pregunta: hal atâka hadîzu l-gâshia, ¿te ha llegado la noticia de la que cubre?... Se trata de la muerte que cubre con su manto los ojos de los hombres, cegándolos, y ante ellos desaparece su mundo y quedan inmersos en la desproporción. Que el tema sea formulado bajo la forma de una pregunta acentúa el carácter tremendo de lo que significa nuestra destrucción y la de nuestro universo: ¿es que nada sabes de eso? ¿es que no te has parado a reflexionar sobre lo que inevitablemente te aguarda? ¿es que no sabes a dónde vas? ¿no te espera la soledad infinita de tu tumba donde te encontrarás con lo Verdadero? Es algo que deberías saber, una noticia (hadîz) que tendría que haberte llegado (atà-yâtî, venir, llegar). La ironía subraya lo trágico de la indolencia del ser humano.

            El calificativo de gâshia que se da en esta sûra a la muerte es rico en matices. Viene del verbo gashia-yagshà, que significa cubrir, recubrir, envolver, sumir algo en la oscuridad, hacer que alguien pierda la conciencia y se desmaye,...  Gâshia también tiene el sentido de calamidad, una gran desgracia que abate al hombre y lo sume en la aflicción, no dejándole ver ya nada más que su propio padecimiento. Si un acontecimiento desafortunado es capaz de aturdirnos y hacernos perder el sentido de las cosas a causa de la desmesura que tiene todo desastre que golpea al hombre en lo más íntimo de su ser, nuestra propia muerte lo hará con tal intensidad que nos sacará de nuestro mundo totalmente y nos enfrentará a la Verdad desnuda. Es la gran sacudida que apartará al hombre de su realidad inmediata y lo pondrá en manos de quien lo gobierna. Lo sumergirá en la soledad más absoluta, y esa soledad (Wahda) es Allah, el Uno-Único.

            En esa Unicidad el ser humano descubre a su Señor, ve ahí la Verdad que hasta entonces estaba velada a causa de la abundancia de entretenimientos y distracciones en las que había estado viviendo. Se enfrenta entonces a la Eternidad que era la urdimbre de cada uno de sus instantes. La muerte ha cegado sus ojos, pero simultáneamente abre en él uno nuevo, uno que hasta entonces no veía...

            ¿Cómo es la humanidad ante Allah entonces?: wuÿûhun yaumáidzin jâshi‘a, rostros, ese día, espantados,... Ese día (yaumáidzin), en la muerte, habrá rostros (wuÿûh, plural de waÿh, rostro) que estarán espantados (jâshi‘): son los rostros de los que no estaban preparados para ese encuentro, ‘âmilatun nâsiba, esforzados, abatidos,... son los rostros de los que han malgastado sus esfuerzos durante sus vidas, son rostros de gentes que han actuado (‘âmil) y se han esforzado en vano, gentes que han vivido en medio de empeños y aspiraciones que ahora descubren que han sido inútiles, que no han valido para nada pues todo ha quedado atrás en el olvido y la destrucción. Sus angustias, sus inquietudes, sus preocupaciones, sus miedos, sus estrategias,.. todo resultará lejano. Están completamente desnudos ante la Verdad a pesar de sus esmeros por conquistar cosas, sus penalidades por realizar sueños, sus frustraciones y sus logros, pues nada de lo que han hecho les sirve ahora porque jamás tuvieron otra meta que lo que estaba condenado a desaparecer,... Rostros de gentes abatidas y agotadas (sib) por sus afanes anteriores, por sus grandes trabajos por acumular riquezas, poder, salud, notoriedad, satisfacciones,... pero todo eso se ha evaporado y ahora no tienen nada ante su Señor, y sólo les queda su vacío lleno de fantasmas.

            No han hecho nada por conquistar a Allah, no han puesto nada por delante para el momento de la Verdad, y ahora sólo tienen el dolor de la frustración, el abismo de sus inconsistencia: taslà nâran hâmia, abrasándose en un Fuego ardiente,... Esa desolación, esa nada, ese vacío, es un Fuego (nâr), pero que ahora, desaparecidos los límites del tiempo y del espacio, es magnificado en lo infinito, un dolor eterno, porque es de Allah, no del mundo creado (el de las circunstancias pasajeras), es decir, tiene el carácter de lo desproporcionado, y es un fuego ardiente (hâmî), abrasador, violento en su calor (de la misma raíz viene fiebre, hummà). Y en esa fiebre de la muerte, en esa pesadilla descorazonadora, estarán por siempre.

            En ese Fuego interior se abrasarán (salia-yas) en una dimensión a la que sólo acertamos a llamar eternidad o infinito, y lo calificamos de indelimitable, pero donde ya el tiempo carece de sentido y no existe, y los nombres y los adjetivos son aproximaciones para que el corazón despierte y se sobrecoja y busque evitar ese destino. El Fuego es un sufrimiento en la raíz de su ser, en el punto en que nada es gobernado más que por la inmediatez de lo inconmensurable, por Allah Señor de los Mundos, Supremo Soberano, Verdad Absoluta.

            Efectivamente, en esa raíz del ser éste es regado por una Fuente (‘áin) impensable, algo tremendo, intenso, a lo que damos por nombre Ira (dab) porque esta palabra nos sugiere un fuego desatado en el interior del que es agitado por la cólera, y esa Ira ahora es la de Allah, y tiene sus Cualidades de eternidad: tusqà min ‘áini â:nia, bebiendo de una fuente que hierve,... La palabra ‘áin, fuente, es aquí poderosamente sugerente, pero la primera impresión es que nos habla del origen de ese dolor que no tiene fin. De esa fuente se les dará de beber directamente (súqia-yusqà, ser regado, voz pasiva del verbo saqà-yasqî, regar, escanciar, dar de beber). Esa fuente hierve (es ânia, bulle en su hervor), y es, por tanto, violenta y abrasante, regando por siempre su existencia en la eternidad de la Ira de Allah.

            En el Corán, el agua es la materia prima de la vida, y la de los habitantes del Fuego es un agua ardiente, llena de Ira, que borbotea quemando, que no sacia la sed sino que desgarra la garganta. Y esa misma fue la Fuente de sus acciones durante la vida, el origen de sus vilezas y crueldades, y en al-Âjira todo es realizado definitivamente en su raíz trascendente.

           

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