CAPÍTULO 78: LA NOTICIA  

SÛRAT AN-NÁBA

revelada en Meca, 40 versículos  

 

índice

 

bísmil-lâhi r-rahmâni r-rahîmi

Con el Nombre de Allah, el Rahmân, el Rahîm.

1. ‘amm* yatasâ:alûna

¿Sobre qué se preguntan?

2. ‘áni n-nábai l-‘azîmi

Sobre la Gran Noticia,

3. l-ladzî hum fîhi mujtalifûn*

acerca de  la cual discrepan...

4. kallâ saya‘lamûna

¡Pero, no! Ya sabrán.

5. zumma kallâ saya‘lamûn*

Otra vez: ¡Pero, no! Ya sabrán...

 

         Con esta sûra (capítulo), la que hace la número setenta y ocho, comienza la última parte (ÿuç’) de las treinta en que se subdivide el Corán. La costumbre entre los musulmanes es recitar cada día una de esas treinta partes (dividiéndola a su vez en dos secciones (llamadas hiçb) -una para el amanecer y otra para el atardecer-, terminando así una recitación completa del Corán al mes. Por tanto, de aquí hasta el final del Corán, es lo que se ofrece a la espiritualidad y reflexión de todo musulmán para un solo día, el último de cada mes.

         Este último ÿuç’ del Corán contiene muchos capítulos (del setenta y ocho al ciento catorce), pero se caracterizan por su extrema brevedad, cada vez mayor hasta llegar al final. Para la memorización del Corán se aconseja empezar por estos textos porque son fáciles de retener. Otra de las características comunes de las sûras que componen esta trigésima parte del Corán es que casi todas pertenecen al periodo de las primeras revelaciones (aunque estén situadas al final del Libro). Es decir, cronológicamente son anteriores a todos los textos que, sin embargo, aparecen antes en el orden en que se edita el Corán.

         Además, este grupo de sûras que son las últimas del Libro, comparten el tema fundamental propio de los capítulos revelados en Meca: la insistencia en el anuncio del Fin del Mundo y la Resurrección, rodeado de otros temas que lo enmarcan. Para comprender el verdadero alcance de esta cuestión debemos situarnos en el contexto exacto en que era realizada esta gran proclamación.

         En primer lugar, debemos recordar que la Enseñanza capital del Islam es el Tawhîd, la Radical Unidad y Unicidad del Creador y Sustentador de la existencia, Allah el Señor de los Mundos, y su Unidad unifica la existencia. La Revelación es la emergencia de una Gran Verdad que lo reabsorbe todo y ante la que la mentira y la confusión se desvanecen. El Fin del Mundo y la Resurrección son los concomitantes del Predominio Absoluto de Allah y la sujeción de todo lo que existe a su Verdad. Este tema del Fin del Mundo y la Resurrección no es una ‘información’, no es una doctrina dada a la fe del creyente, sino que es el verdadero trasfondo del Tawhîd, es su ‘exigencia’, e, incluso, es su suprema manifestación.

         Imposible trasladar todas estas sincronías al castellano. En árabe, es dado por la estructura misma del texto, pero las implicaciones se pierden cuando la gramática castellana nos obliga a optar por fórmulas que sólo pueden expresar un tema, y los demás parecerían añadidos artificiales. Teniendo esto en mente es como debemos abordar el estudio del Corán, y comenzaremos a degustar su entramado que es capaz de recoger y juntar muchas cosas en pocas palabras, porque utiliza recursos inimaginables en otras lenguas.

         Sin el Gran Anuncio, toda la Enseñanza -el Tawhîd- sería la simple comunicación de una realidad esencial, pero sin implicaciones. Acompañado del Anuncio -la Noticia Inmensa, que da título a esta sûra-, el Tawhîd penetra en la vida de cada ser, lo compromete: su mundo separado del Uno Único está destinado a esfumarse y tendrá que enfrentarse a su Señor Uno-Único, a la Verdad de su ser, a la Razón de su existencia, que es la Verdad que está en los orígenes (el Creador) y en el entramado de sus instantes (el Sustentador)...

         En sus comienzos, el Corán enuncia el Fin del Mundo y la Resurrección delatando desde el principio lo que va a ser el significado del Islam: no es la revelación de una Enseñanza, de una cosmovisión que explique la existencia, sino que es una implicación radical en ella... En la Unidad y Unicidad del Creador y Señor del ser cada criatura es un peregrino hacia su propia Fuente, a la que la devuelve la muerte, y en ese vórtice de su ser ‘resucitará’ para la eternidad de su eco en lo infinito de Allah.

         El Fin del Mundo y la Resurrección fueron anunciados desde el comienzo para que se supiera que el Tawhîd no es una simple afirmación, sino que entraña una exigencia tremenda y un anuncio formidable. Pero además, las circunstancias en las que tenían lugar esas revelaciones propiciaban un estado de ánimo que las hacía aún más comprensibles. El Islam irrumpió en el país de los árabes denunciando la falsedad de sus dioses e ídolos, es decir, negando el ‘mundo espiritual’ sobre el que los árabes sostenían su concepción del mundo. Era una ruptura drástica: el Profeta (s.a.s.) estaba exigiendo un abandono absoluto de todo lo anterior, el ser humano debía ‘morir’ en ese mundo falso de dioses e ídolos y ‘renacer’ en el Islam, en la Verdad. El Islam aparecía como una tempestad en el desierto, como el fin de un mundo para instaurar una nueva realidad desbordante.

         El Islam en Meca fue perseguido y combatido ferozmente: los musulmanes se vieron obligados a la clandestinidad, y esto también es importante. En esa ‘introspección’ fueron acompañados por el Gran Anuncio, de modo que era verdad que su mundo se derribaba anunciando uno nuevo. Se produjo un Fin del Mundo y una Resurrección en medio de la inquietud y soledad de los primeros momentos del Islam. Todo el lenguaje coránico describe la simultaneidad de estos hechos: la experiencia espiritual individual, con toda la violencia que supone la superación de lo que ya no es válido para asomarse a los espacios infinitos del Tawhîd; la experiencia de la comunidad de musulmanes que superaba los obstáculos que se le oponían, el desprestigio que el Islam supuso para los dioses de los árabes, que desaparecieron en su propia inconsistencia para dejar paso a la emergencia del Inmenso; y todo ello como estructura de la historia misma, y la humanidad entera y la creación en su totalidad afrontarán el mismo proceso, al final de los tiempos... Instante e historia se confunden o, mejor dicho, se simultanean, o se suceden, todo en el seno de la Unidad y Unicidad que gobierna la existencia, que no deja de manifestarse anegando la existencia y removiéndola para reproducirla.

         Los textos coránicos revelados en Meca también coinciden en el estilo: entrecortado, impactante, acelerado, sugerentemente rítmico, con tono de desafío, expresándose en imágenes poderosas, muchas veces oscuras, en sucesión vertiginosa de sonidos y palabras, con momentos para la serenidad y la paz, como reproduciendo en el lenguaje aquello a lo que se refiere...

         Es como si el Corán estuviera dirigiéndose a seres durmientes que tuviesen que despertar de un sueño profundo, o es el reproche dirigido a ignorantes a los que el Libro quiere arrancar de la ignorancia, y lo hace con violencia, con severidad, destruyendo su mundo falso y sus certezas vacías, para devolverles la vida en un universo distinto, al-Âjira, el Mundo de Allah, el que está más allá de la muerte, el Mundo de la Realidad...

         El Corán se dirigía a seres inconscientes, a hombres que habían arruinado su ser en la idolatría, y les habla de su responsabilidad... El ser humano ha sido creado califa, ser soberano, singular, capaz de responder a ese desafío al que llamamos Allah Insondable, y que, sin embargo, se ata a sueños y esperanzas, se somete a miedos y torpezas, y el Corán pretende devolverlo a su verdadera condición, y para ello le muestra la estructura real de la existencia... El esclavo debe morir para dejar paso al califa que hay en él, expresión plena de su Rabb, de su Señor.

         La sûra comienza con una pregunta que, en el fondo, es un reproche: ‘amm* yatasâ:alûn, ¿sobre qué se preguntan?... los seres humanos se preguntan sobre temas grandes: la Creación, la Revelación, el Fin del Mundo, la Resurrección, que son rupturas tremendas, acontecimientos descomunales. Uno, la Creación, ya ha tenido lugar, y es algo en lo que reflexionar para salir de la desidia espiritual; otro, la Revelación, es un fenómeno aún presente, y entraña una gran desafío lanzado a cada ser humano; el último, el Fin del Mundo y la Resurrección, está por venir, y los dos primeros son su anuncio, y exige conciencia y preparación. Los tres temas se involucran, son reproducción cada uno del otro, están presentes en cada instante...

         Pero el ser humano cambia el asombro y el desasosiego que debieran producirle esos anuncios conmocionadores por preguntas: los hombres se preguntan (tasâala-yatasâal) por todo ello, en lugar de arrancar con esos acontecimientos... Se preguntan ‘áni n-nábai l-‘azîm, sobre la Gran Noticia,... Ponen en duda su credibilidad, se echan atrás agotándose en dudas, sustituyen la vida por un discurso sobre la autenticidad.

         El Corán no dice en ningún momento de qué Gran Noticia se trata: en principio, puede ser cualquiera de los grandes temas que hemos mencionado, pero los comentaristas se inclinan por que se trate del anuncio de la Resurrección.  Pero en las pocas palabras ‘Gran Noticia’ se conjugan muchas insinuaciones: nába (noticia) es de donde deriva nabí, profeta, anunciador; por su parte, ‘azîm, inmenso, describe a Allah (al-‘Azîm, el Inmenso, siendo uno de sus Nombres), describe al Corán mismo (al-Kitâb al-‘Azîm, el Libro Inmenso), y también se aplica al Fin del Mundo y a la Resurrección, conjunción de referencias que nos aproximan a la idea que se pretende expresar.

         El Nába, la Noticia, es la emergencia de algo poderoso, impactante, de un trasfondo grandioso, ante el que la actitud natural sería la del asombro, la perplejidad, la inquietud, el sobrecogimiento, que son las conmociones que nos introducirían en el verdadero sentido de esos grandes temas; pero el ser humano, desatiende el desafío para sustituir su exigencia por una discusión, como si sus palabras y juicios pudieran prevalecer sobre la Verdad o regirla.

         Se trata de la Gran Noticia al-ladzî hum fîhi mujtalifûn, acerca de  la cual discrepan... Los hombres son mujtalifûn, gentes que discrepan, criaturas que aman la palabrería, dividiéndose en quienes vuelven la espalda al acontecimiento y quienes lo afrontan, y quienes lo afrontan, a su vez se dividen entre quienes se entregan abiertamente a él y lo asumen y quienes lo relajan sometiéndolo a sus consideraciones.

         Una Gran Noticia fue la aparición de Sidnâ Muhammad (s.a.s.) entre sus contemporáneos: unos (los kuffâr) lo rechazaron y otros lo aceptaron (los muslimîn, los musulmanes), y estos últimos a su vez eran sinceros (mûminîn) y otros, que se sumaron al Islam por otros motivos (en algunos casos, por interés, con hipocresía, nifâq). Este es el ijitlâf, la discrepancia, la diversidad de parecer, ante algo sumamente radical, que va dirigido a la raíz de cada ser. Por eso, el Corán, en lugar de dar más referencias, acaba esta introducción a la sûra con dos versículos de tono amenazador: kallâ saya‘lamûna zumma kallâ saya‘lamûn, ¡pero, no! ya sabrán; otra vez: ¡pero, no! ya sabrán... Cada partido sabrá (‘álima-yá‘lam) la verdad, la degustará en su propio ser. La repetición de la frase, precedida de kallâ (¡pero no!), la partícula que indica reproche, remarca la trascendencia del tema.

 

6. a lam náÿ‘ali l-árda mihâdan

¿Acaso no hemos convertido la tierra en lecho,

7. wa l-ÿibâla autâdan

no hemos puesto las montañas como estacas,

8. wa jalaqnâkumû: açwâÿan

no os hemos creado en parejas,

9. wa ÿa‘alnâ náumakum subâtan

no hemos hecho de vuestro sueño reposo,

10. wa ÿa‘alnâ l-láila libâsan

no hemos hecho de la noche una túnica,

11. wa ÿa‘alnâ n-nahâra ma‘âshan

no hemos hecho del día un medio de subsistencia,

12. wa banainâ fáuqakum sáb‘an shidâdan

no hemos construido sobre vosotros siete firmamentos,

13. wa ÿa‘alnâ sirâÿan wahhâÿan

y no hemos puesto (en él) una antorcha resplandeciente,

14. wa ançalnâ min al-mu‘sirâti mâ:an zaÿÿâÿan

no hemos hecho descender de las nubes agua torrencial

15. li-nújriÿa bihî hábban wa nabâtan

para sacar con ella granos y plantas,

16. wa ÿannâtin alfâfa*

y vergeles de espeso arbolado?

 

         Aquí, el Corán comienza, tras el encabezamiento expuesto en la primera parte de la sûra, describiendo la creación (jalq), en la que hay muchos signos e indicios, innumerables, tantos como criaturas y acontecimientos, para quienes reflexionan. El universo entero es acto del Creador (Jâliq), pues el mundo no se ha hecho a sí mismo: el Misterio que lo ha configurado sacándolo de la nada es Allah, que es Uno (hid), absolutamente Poderoso y Condicionador, Hacedor de cada instante y de su destino. Este es el comienzo del Tawhîd, el Camino de la Reunificación.

         Allah es el Originador Constante de todo, de cada cosa y de su función: a lam náÿ‘ali l-árda mihâdan, ¿acaso no hemos convertido la tierra en lecho,... Comienza una pregunta regida por la partícula a (acaso?) y la negación lam que afecta a cada frase (que nosotros repetimos al comienzo de cada secuencia): ¿es que Allah no ha hecho tal y cual cosa para tal o cual fin? Y en cada versículo se repite la misma idea, machaconamente, intentando hacer saltar la chispa en el lector. Son preguntas a las que el Corán no da respuesta, porque la respuesta es la evidencia misma, y siempre es ‘sí’, ‘sí’, al cabo de los cuales pende otra pregunta que no se formula: ¿Y ahora qué?, y es cada ser humano el que debe responder.

         Allah utiliza el plural mayestático: Nosotros, Nos. En el Corán, Allah habla en singular cuando quiere subrayar su Unidad, y habla en plural cuando menciona sus facultades creadoras.  El verbo ÿá‘ala-yáÿ‘al significa hacer algo con una función determinada. Allah ha creado la tierra (ard) y ha hecho de ella un lecho (mihâd), es decir, un lugar propicio para la vida y su desarrollo. Allah no ha creado simplemente la tierra, sino que la ha hecho para que sirva para algo, para ser el receptáculo conveniente para la vida, y para el ser humano en particular. Y ha creado al ser humano para ser califa (jalîfa). Hay un Poder (Qudra) que realiza las cosas y una Determinación (Taqdîr) que confiere la función y la medida a todo lo creado.

         Si en sí la tierra es un signo que revela la energía del Poder Creador, capaz de sacar de la nada algo tan soberbio como la tierra, su función revela la sabiduría que hay en ese Poder. La tierra, por tanto, nos enseña que el Creador es Poderoso y Sabio. Y lo mismo nos enseñan las montañas: wa l-ÿibâla autâdan, ¿no hemos puesto las montañas como estacas?,... ¿Es que Allah -la Verdad Creadora- no ha hecho de las montañas (ÿibâl,plural de ÿábal, montaña) algo semejante a estacas (autâd, plural de wátad, estaca) que dan firmeza y estabilidad a la tierra, en sí inestable? Todo ha sido perfectamente diseñado para posibilitar la vida y la subsistencia sobre el lecho.

         El correlato en nosotros de la tierra es nuestra carne a la que dan consistencia los huesos, como montañas o estacas que sujetan la materia de nuestro cuerpo. Semejante también a la tierra es nuestro ego, nuestro yo, entre cuyas pasiones inestables pone cordura la inteligencia, que es la montaña de nuestro ser interior.

         La tierra y las montañas son el marco predispuesto para la vida, pero el Poder y la Sabiduría no se detienen ahí: wa jalaqnâkumû: açwâÿan, ¿no os hemos creado en parejas?... Allah ha creado (jálaqa-yájluq) al macho y a la hembra para que la vida se prolongue. Todo es en parejas (açwâÿ, plural de çáwÿ, par), porque sólo Allah es Singular, sólo Él no necesita de complemento (si bien en Él hay Majestad y Belleza, de las que son resultado el mundo, la Plenitud). En cualquier caso, nada, salvo Allah, tiene un Poder Creador independiente. Fecundándose mutuamente, los seres prosperan. En la mutua dependencia descubren la fragilidad de su ser y ahí acaban descubriendo la preeminencia del que los ha creado sin mediación.

         La palabra açwâÿ, pares, parejas, también podría ser traducido por clases diferentes, aludiendo a la diversidad en la creación: todo es múltiple, distinto. E igualmente, los seres humanos son variados, porque la diferenciación es la esencia misma del acto creador. Los tipos, los géneros, las formas, las inclinaciones, los gustos,... todo ello individualiza a cada ser, lo hace distinto y singular. Cada criatura, gracias a la diferenciación, es única. En la multiplicidad está el secreto de la disimilitud. Hay semejanzas entre las criaturas, pero cada una es un hecho singular, y en la singularidad radica el califato. Y así, Allah en Sí es tan inabordable como lo que diferencia a un ser de otro, pero llevado al grado extremo de su Perfección Absoluta, de lo que le hace ser Rabb, Señor.

         El Poder y la Determinación no están sólo en las esencias, sino en cada instante de la vida: wa ÿa‘alnâ náumakum subâtan, ¿no hemos hecho de vuestro sueño reposo?... Que el sueño (náum) sea reposo (subât) no es un logro del ser humano: todo se ha conjugado en él para que su afán encuentre resarcimiento en la calma del sueño y despierte renovado. El sueño, que nos revitaliza, es signo del Poder y la Determinación, y también nos habla del que no necesita descansar...

         El sueño es el alivio que necesita el hombre para no perder su humanidad. Nuestros trabajos y afanes, nuestros esmeros cotidianos, incluso nuestra búsqueda de Allah, nos alejan de nosotros mismos, y necesitamos de instantes de retraimiento para no perder de vista lo que realmente somos. Los sufíes hablan del náum, el sueño, como de la imposibilidad de mantener puesta la atención de forma absoluta en Allah: gracias a ello seguimos siendo humanos. Buscar a Allah es búsqueda de paz y de sabiduría, no de deshumanización.

         Y en la sucesión de la noche y el día hay signos para quienes saben leer la existencia: wa ÿa‘alnâ l-láila libâsan, ¿no hemos hecho de la noche una túnica?... ¿Acaso la noche (láil) no es como una túnica (libâs), algo que nos envuelve, produciéndonos a veces temor y otras calma y paz? ¿No es la noche algo que nos recoge y nos invita al descanso? Allah es como la noche, que nos recubre envolviéndonos. Por otro lado: wa ÿa‘alnâ n-nahâra ma‘âshan, ¿no hemos hecho del día un medio de subsistencia?... ¿no es el día (nahâr) el momento para cumplir con lo que Allah ha determinado para nosotros, que es subsistir (ma‘âsh, subsistencia)? La existencia es sucesión de noche y día, de calma y esmero, de contemplación y lucha, de recogimiento y exteriorización, de unicidad interior y califato exterior.

         Y si en todo lo anterior no hay elementos suficientes para despertar nuestro asombro y conocer, en la fuerza de lo que nos hace ser, a Allah y trazar un camino hacia Él, a continuación el Corán dirige nuestras miradas hacia el esplendor del cielo: wa banainâ fáuqakum sáb‘an shidâdan, ¿no hemos construido sobre vosotros siete firmamentos?... Allah ha construido (banà-yabnî) sobre la tierra siete (sab‘) firmamentos (shidâd, plural de shadîd, que es un adjetivo que quiere decir intenso, fuerte, compacto). Sobre nosotros hay, no un solo cielo, sino siete, y sin embargo, son tan armoniosos que parecen uno solo. Son las capas de espacio que nos recubren, las órbitas celestes, lo que se quiera, pero lo que debiera llamar nuestra atención es su caracter firme, su solidez, a pesar de su aspecto etéreo. Lo más sutil, lo más delicado, lo casi imperceptible, es sin embargo lo que envuelve a la tierra y a cada criatura. Y es un signo de Allah, de cómo es Él...

         En la cosmología musulmana, los siete cielos están insertos en otro que los engloba, el Kursi o Escabel, y éste, a su vez, está dentro de una órbita mayor, el ‘Arsh o Trono, sobre el que está Allah. Es decir, para llegar a Allah hay que atravesar los primeros siete cielos, que son Rangos Espirituales (Maqâmât, plural de Maqâm, rango, grado). Esos siete cielos son: Tawba (volverse por completo hacia Allah), Wára‘ (evitar todo lo que desagrada a Allah), Çuhd (desapegarse de todo), Yû‘ (el hambre, que consiste en negar al ego todo lo que le apetezca, rompiendo con sus exigencias, alzándose por encima de sus normas, rompiendo con la naturaleza), Tawákkul (confiar absolutamente en Allah), Ridà (satisfacerse completamente en Allah) y Taslîm (rendición incondicionada ante Allah). Cuando estos siete rangos son cumplidos (teniendo en cuenta que son firmamentos, es decir, son duros), se pasa al Cielo del Escabel, que es el de la Ciencia, y al fin se accede al Trono, que es el Poder.

         Y en medio de ese cielo brilla el sol: wa ÿa‘alnâ sirâÿan wahhâÿan, ¿no hemos puesto (en él) una antorcha resplandeciente?... En medio de ese espacio ‘sólido’ flota el sol, que es descrito como antorcha (sirâÿ) resplandeciente (wahhâÿ), y es como el Profeta (s.a.s.) en medio de la inmensidad de Allah. El sol, el Profeta, son los que dan calor a la vida en la tierra, y son como el ‘Irfân, la Gnosis, el Conocimiento Supremo, que no tiene ocaso...

         Del cielo, ese espacio etéreo, pero sólido y armonioso, en cuyo centro está el sol de la vida, desciende la lluvia que permite la vida en la tierra: wa ançalnâ min al-mu‘sirâti mâ:an zaÿÿâÿan, ¿no hemos hecho descender de las nubes agua torrencial?... Es Allah, y no el hombre, con su Poder y su Determinación, quien hace descender (ánçala-yúnçil), de las nubes (mu‘sirât, literalmente, las que son exprimidas) agua () en abundancia, a borbotones (zaÿÿâÿ), li-nújriÿa bihî hábban wa nabâtan, para sacar con ella granos y plantas,... es Allah el que saca (ájraÿa-yújriÿ), con ese agua, el grano (habb) y las plantas (nabât), primera vida que es alimento para otras vidas... Y de la conjunción de todo surge la exuberancia de la existencia: wa ÿannâtin alfâfa,  y vergeles de espeso arbolado... A partir de Allah y con su intervención constante (nada, en ningún momento, es independiente de Él), lo que surge de la Voluntad del Uno-Único se convierte en vergeles (ÿannât) que son alfâf, un espeso arbolado...

         De las nubes, que son la densificación del cielo, desciende el agua que revivifica la tierra, que sacia la sed del cuerpo, y del cielo espiritual -de ese ascenso hasta el Trono- desciende sobre el corazón lo que recibe el nombre de Wâridât (inspiraciones de las que beber), y gracias a ese agua germina en el espíritu el grano de la sabiduría interior (hikma) y brotan las plantas de la ciencia formal del Islam (‘ilm), y, todo junto, da forma al vergel del Tawhîd.

         En todo lo que existe hay signos que nos hablan de Allah, de su Poder y de su Determinación, dando forma al mundo, dando forma al ser humano y dando forma al Islam, todo lo cual es preámbulo para hablar del Gran Anuncio. El ser humano es capaz de reconocer a Allah, es capaz de afirmar la existencia de un Creador. Incluso los politeísmos más groseros suelen hablar de un dios que estaría por encima de los demás. Lo que va a diferenciar al Islam no es la proclamación de la Unidad de Allah (lo que lo haría ser simplemente monoteísta), sino la importancia radical de este tema y sus implicaciones. Que Allah sea Uno no es lo relevante, sino que su Unidad nos engulle (esto ya sí es comprometido): es lo que está en la raíz del Fin del Mundo y la Resurrección. Con esto, estamos en el Tawhîd, en la Ciencia y el Arte de la Unidad y la Reunificación. Con el Tawhîd, Allah es para el musulmán -y lo es verdaderamente en el seno de su propia trasformación- el centro, el eje de cada instante, el destino de cada acontecimiento, y es la eternidad en la que todo existe... Más que la negación de Allah, el Kufr, el rechazo a Allah, es la negación del Fin del Mundo y la Resurrección, y, por tanto, de que Allah sea el centro, la esencia, el detonante y el misterio del ser.

 

17. ínna yáuma l-fásli kâna mîqâtan

Ciertamente, el Día de la Separación es una cita con un momento fijado,

18. yáuma yúnfaju fî s-sûri fa-tâtûna afwâÿan

el Día que se sople en la Trompeta y acudáis en grupos,

19. wa fúttihati s-samâ:u fa-kânat abwâban

y se abra el cielo y sea puertas,

20. wa súyyirati l-ÿibâlu fa-kânat sarâba*

y sean trasportadas las montañas y sean un espejismo...

 

         El ser humano existe en medio del universo, disfrutando del matâ‘, de la vida como regalo que se le ha hecho, del universo entero y de su ser y de todo lo suyo, como obsequio, en una conjunción perfecta repleta de signos constantes,... y, mientras, el hombre, distraído por la abundancia, se dispersa entre consideraciones estériles, incapaz de afrontar el reto que hay en las raíces de cada uno de sus instantes. Pero tendrá lugar el Yáum al-Fasl, el Día de la Separación, que es la muerte y la resurrección en el mundo infinito de Allah (al-Âjira)... De la contemplación del mundo pasaremos a la contemplación del Creador, y ése es el paso que nos hará dar la muerte. El despertar a la Realidad es terrible, porque implica que el mundo en el que confiábamos (y que nos tenía engañados) se disipa en su nada. Cada ser humano tiene su Yáum, su Día, el Profeta lo tuvo en la Revelación, el mundo lo tuvo en el surgimiento del Islam, y el universo entero lo tendrá en su último instante, reuniéndose todo ante Allah en las Explanadas de la Resurrección Mayor (al-Qiyâma al-Kubrà).

         El Corán anuncia así la Gran Resurrección: ínna yáuma l-fásli kâna mîqâta, ciertamente, el Día de la Separación es una cita con un momento fijado,... El Día de la Separación es mîqât, tiene un momento fijado, ineludible (y tendrá lugar cuando Allah haya querido en su Ciencia a la que ningún ser tiene acceso, pertenece, pues, al mundo libre del espíritu y no al de las previsiones).

         La palabra fasl, separación, es rica en implicaciones: es el desvanecimiento de la confusión, la difuminación de lo incierto y la emergencia de la Verdad, y es también el Juicio (Hukm) con el que se sentencia en favor de lo verdadero y se relega a la nada lo que carece de autenticidad. La muerte y la resurrección son los signos absolutos de la preeminencia de Allah. Son los anuncios de la Verdad. Así, el Tawhîd, la Unidad del Creador y Señor de todos los mundos, y la unidad de cuanto existe en su supeditación a esa Raíz, no es un dato a sumar a los conocimientos del ser humano, sino un extraordinario desafío, una llamada a ponerse en marcha. El Tawhîd es un imperativo que nos viene de Allah, no una información.

         A la Orden de Allah, el universo responde: yáuma yúnfaju fî s-sûri fa-tâtûna afwâÿa, el Día que se sople en la Trompeta y acudáis en grupos,... El Ángel de la Resurrección, soplará (náfaja-yúnfaj, soplar) en la Trompeta (Sûr), y la humanidad muerta, saliendo de la tumba, acudirá (atà-yâtî, venir, acudir), y lo hará en grupos (afwâÿ), es decir, en masa pero diferenciándose los grados, cada cual en el que le corresponde.

         ¿Quién o qué es el Ángel de la Resurrección? ¿Qué es la Trompeta en la que soplará? Es algo secundario, y el Corán no nos lo explica. Lo importante es saber que, en respuesta a un estrépito procedente de lo Real, la existencia entera se reunirá ante su Señor. En realidad, ese Ángel ya se ha manifestado, lo hace constantemente, lo hace en el oído de todo el que es conmovido en sus entrañas por la Voz de Allah, lo hizo al revelar el Corán a Sidnâ Muhammad (s.a.s.), acompañó al nacimiento del Islam, se manifiesta en el grito del almuezín cada vez que convoca a los musulmanes a la realización del Recogimiento ante Allah (el Salât),... Y la gente acude ante Allah, y lo hará en realidad con toda la intensidad de lo verdadero, cuando se produzca la Separación.

         Cuando se sople (núfija-yúnfaj, soplarse, voz pasiva de náfaja-yánfuj) en la Trompeta para la Resurrección Mayor, se abrirá al-Âjira, el Mundo de Allah, el trasfondo en la esencia de las cosas: wa fúttihati s-samâ:u fa-kânat abwâba, y se abra el cielo y sea puertas,... Ese Día ineludible será en el que definitivamente se abra (fúttiha-yufáttah, abrirse, en voz pasiva y en forma intensiva) el cielo (samâ), y el cielo entero será ‘puertas’ (abwâb, puertas, plural de bâb, puerta). Esto último quiere decir que el cielo, al que, como hemos visto, caracteriza su solidez, su perfecto entramado que lo hace firme (firmamento), se rasgará.

         Pero no sólo el cielo etéreo pero denso, sino también lo más firme en la tierra, lo que la afianza, se desvanecerá: wa súyyirati l-ÿibâlu fa-kânat sarâba, y sean trasportadas las montañas y sean un espejismo... Las montañas (ÿibâl), con toda su imponente mole, será sacudidas (súyyira-yusáyyar, ser trasportado, ser movido), y serán como un espejismo (sarâb): el signo de la solidez, ante Allah, será lo que es en su esencia: nada.

         Si criaturas objetivamente poderosas como el cielo y las montañas quedarán desmenuzadas ante la Verdad, ¿qué no iba a ocurrir con los dioses de los hombres, sus ídolos ilusorios, sus razonamientos fútiles, sus esperanzas vanas, sus terrores a otras criaturas, sus valores y sus criterios, sus egoísmos y sus miserias? Todo eso será lo primero en esfumarse. El carácter inconsistente, frívolo y ridículo de todo aquello que rige la existencia del común de los hombres es lo primero que revelará el Fasl, la Separación, que mostrará lo verdadero y relegará lo vano... Sobre estas consideraciones, el musulmán sincero erige su vida.

         El Fasl, la Separación, es un tránsito, como hemos señalado, de un grado a otro: del Kufr al Islam, y, dentro del Islam, del grado de los que simplemente cumplen con el Islam (las Gentes de la Derecha) al grado de los que realmente lo interiorizan (los Adelantados), un paso del grado de los que se atienen a los argumentos al de quienes tienen una visión directa de Allah, es el tránsito del materialismo a la espiritualidad, el tránsito de la superficialidad a la profundidad, el tránsito de la frivolidad al rigor, el tránsito de la vida a la Vida... Y todo tránsito requiere valor, porque es asomo a lo desconocido una vez ha quedado abolido lo conocido. Y ese Destino presente en nuestros instantes, ese Destino del que cada uno de nuestros instantes es signo y anuncio, será tremendo en lo definitivo, en la muerte.

 

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