CAPÍTULO 74: EL ENVUELTO 

SÛRAT AL-MUDDAZIR

revelada en Meca, 56 versículos  

índice

SEGUNDA PARTE

 

11. dzarnî wa man jalaqtu wahîdan

¡Déjame con quien he creado a solas,

12. ÿa‘altu lahû mâlan mamdûdan

aquél al que concedido propiedades extensas,

13. wa banîna shuhûdan

e hijos presentes,

14. wa mahhádtu lahû tamhîdan

y le he facilitado allanando todo

15. zúmma yátma‘u an açîda

y aún ambiciona que le dé más!

16. kallâ* innahû kâna li-â:yâtinâ ‘anîda*

¡Pero, no! Se ha mostrado hostil a Nuestros Signos...

17. sa-urhiquhû sa‘ûda*

Lo apesadumbraré elevándolo.

18. innahû fákkara wa qáddara

Ha reflexionado y ha tomado medidas.

19. fa-qútila káifa qáddara

¡Sea maldito! ¡Cómo ha tomado medidas!

20. zúmma qútila káifa qáddara

Una vez más, ¡sea maldito! ¡Cómo ha tomado medidas!

21. zúmma názara

Luego, ha observado,

22. zúmma ‘ábasa wa básara

Luego, ha fruncido el ceño y se ha puesto triste.

23. zúmma ádbara wa stákbara

Luego, ha vuelto la espalda y se ha llenado de altivez.

24. fa-qâla in hâdzâ: illâ síhrun yûzaru

Ha dicho: “Esto no es sino magia trasmitida por los antiguos.

25. in hâdzâ: illâ qáulu l-báshar*

No son más que palabras de humanos”...

26. sa-uslîhi sáqar*

Lo quemaré en Sáqar.

27. wa mâ adrâka mâ sáqar*

¿Qué podrá hacerte saber qué es Sáqar?

28. lâ tubqî wa lâ tádzar*

No deja vivir, ni abandona,

29. lawwâhatun lil-báshar*

y hace señales a la humanidad.

30. ‘alaihâ tís‘ata ‘áshar*

La guardan diecinueve...

 

          Tras la amenaza proclamada en los pasajes anteriores, el discurso cambia para dirigirse a un individuo concreto, un mukádzdzib, un desmentidor de los anuncios hechos por el Profeta (s.a.s.). Parece ser que se trataba de un notable, un personaje de relevancia en la sociedad de Meca, y que también lideraba el takdzîb, la estrategia que consistía en declarar falso al Profeta (s.a.s.), oponiéndose así a la difusión de su Mensaje (Risâla, Da‘wa). El Corán le dirige una amenaza demoledora, y lo describe de un modo humillante. El objeto es hacerlo presente ante nosotros, confiriendo vida a la escena, convirtiendo el arquetipo en una criatura de carne y hueso. Esto es muy propio del Corán, que no expresa verdades absolutas fuera de la realidad inmediata. Sus grandes enseñanzas pasan a ser, así, constatables.

         Según diversos relatos, el concernido era al-Walîd ibn al-Mugîra al-Majçûmi. Ibn Yarîr cuenta que al-Walîd, un notable quraishí, se presentó ante Sidnâ Muhammad (s.a.s.), y éste le recitó algunos pasajes del Corán. Al-Walîd se sintió conmovido, y su emoción se convirtió en noticia que llegó a oídos de Abû Yahl, uno de los más grandes y sutiles enemigos del Profeta (s.a.s.). Abû Yahl acudió a donde estaba al-Walîd y le dijo: “Tu gente está reuniendo dinero para entregártelo. Se han enterado de que vas a casa de Muhammad a mendigarle y ver lo que le sacas”. Con estas palabras, Abû Yahl quería despertar la soberbia que caracterizaba a al-Walîd, y lo consiguió, pues al-Walîd reaccionó diciendo: “¡La tribu de Quráish sabe que yo soy el más rico de ellos!”. Abû Yahl, entonces, le sugirió: “Pregona entonces algo que demuestre que rechazas a Muhammad”. Al-Walîd, desconcertado, dijo: “¿Qué puedo decir de él? Juro que ninguno de vosotros conoce mejor que yo la poesía de los árabes. Ni en la prosa ni en la poesía, ni en lo que inspiran los genios, encuentro nada que se asemeje a lo que él pronuncia. Juro que en el Corán hay algo dulce que abate todo lo demás, y se eleva y nada se eleva por encima de él”. Abû Yahl insistió: “Tu pueblo no estará contento contigo hasta que no censures a Muhammad”. Al-Walîd pidió tiempo: “Déjame que piense”. Tras ello, pregonó: “Sus palabras son magia que hechiza los sentidos”, y fue entonces cuando Allah, a través del Corán, lo desafió: dzarnî wa man jalaqtu wahîdan, ¡déjame (-oh, Muhammad-) con quien he creado a solas,...

         Como hemos visto en los pasajes anteriores, Muhammad (s.a.s.), primero recibió el duro golpe de verse receptor de una Revelación que trastocaba su mundo y lo desconcertaba. Después, debió enfrentarse al rechazo y la oposición de su gente. Él -aparentemente un hombre normal- se vio sumido en la singularidad, y en la soledad que conlleva. Estaba sin armas ante lo que le estaba sucediendo, y se veía sin armas para enfrentarse al mundo que ahora lo rechazaba. Buscó -como hemos leído en la primera parte de la sûra- huir de ello, esconderse tras un manto, pero un Imperativo lo obligó a salir a la luz, el mismo Imperativo que creó y recrea cada realidad... Y la Esencia de todas las realidades es la que se manifestaba a través del Corán.

         Con las palabras anteriores, Allah se dirige a su Mensajero (s.a.s.) ordenándole que no se preocupara (dzarnî, déjame a Mí, y tú despreocúpate...). Es decir, aunque sea a ti a quien al-Walîd intenta desacreditar, es a Mí con quien se está enfrentando: Yo lo he creado (jálaqa-yájluq), igual que a ti, y es de Mí de quien depende, es a Mí a quien rechaza, y soy Yo a quien se opone. Lo he creado a partir de nada: Yo estaba a solas (wahîd) con él cuando decidí su existencia y le di forma,... y, en realidad, conmigo él está a solas en todo momento, aunque no lo sepa. Está en Mis Manos, bajo Mi Dominio Absoluto, a disposición de lo que Yo decrete en el secreto de las cosas.

         Dzarnî, déjame, pues, a solas con él. Yo lo creé,... y Yo lo sostengo, a Mí está subordinado en todo momento; déjame a solas (wahîdan) con aquél que no deja de estar a solas conmigo, aunque él finge ignorarlo: ÿa‘altu lahû mâlan mamdûdan, aquél al que concedido propiedades extensas,... No lo creé y después pasó a depender de sí mismo: ¡no!, hasta aquello que le hace ser arrogante (sus riquezas, mâl), soy Yo quien lo ha dispuesto para él (ÿá‘ala-yáÿ‘al, hacer, disponer, conceder). En el caso de al-Walîd, Allah ha sido pródigo, y lo ha beneficiado con riquezas extensas (mamdûd), lo que agrava su actitud. Allah ha sido ampliamente generoso con él, sin embargo, ha vuelto la espalda... Cuando Allah enriquece a alguien, lo que hace es proveer a esa criatura de más Signos Suyos. Pero el ser humano, en lugar de reconocer la Fuente de la que le viene todo, se encierra miserablemente en lo que cree suyo. Pero, no: todo procede de Allah. La inmensa fortuna de al-Walîd, siendo en su origen un bien a él concedido, se ha trasformado en una maldición contra él, debido a su vileza.

         Al-Walîd -como todo otro ser humano- debe, de modo absoluto, el bien y la abundancia de los que disfruta a su Creador: es Allah el que lo ha hecho inteligente y hábil, es Quien lo ha dotado de manos, fuerza, salud y recursos para enriquecerse, es Quien ha hecho fructíferos sus negocios y es Quien le permite disfrutar de ellos. Sin embargo, al-Walîd se cierra y se convierte en un miserable en un proceso que cada vez lo hunde más hasta convertirlo en un monstruo. Sólo conocer a Allah y abrirse a Él rindiéndosele sin reparos y sin miedos lo sacaría del círculo tenebroso en el que se ha encerrado para proteger sus posesiones. Sólo cuando se dé cuenta de que no son sus posesiones, se librará de la ceguera que lo ata y lo hace esclavo.

         No sólo las riquezas que lo hacen avaro y retrotraído sobre su ego, sino sus hijos, la riqueza que parte de él mismo, la que le hace estar satisfecho de sí y no sólo de sus adquisiciones, son un regalo de su Creador: wa banîna shuhûdan, e hijos presentes,... Los hijos (banîn, plural de ibn, hijo), en los que el ser humano se contempla, el regocijo que proporciona su presencia,... son obsequio de Allah con el que da continuidad a cada persona. Están presentes y son testigos tuyos (shuhûd), en los que quedas completado. Son la perpetuación de la fuerza de al-Walîd, pero en realidad no son suyos, son un don.

         El ser humano ha sido hecho surgir de la nada: ¿qué es? ¿qué es suyo? No se debe la existencia a sí mismo. Todos sus momentos dependen de su Señor, y todo lo suyo es un constante emerger de la Generosidad Existenciadora (el ÿûd), fuente y asidero de toda existencia (wuÿûd). La enfoque equivocado del hombre que se aísla creyendo con eso que salvaguarda lo suyo, lo condena a la frustración, pues la Verdad acaba con imponerse (y la muerte es su signo supremo, y es la gran derrota de la pretensión humana).

         Allah es el origen de las riquezas de las que se apropia el hombre, y también es la fuente de la que surge lo que el hombre cree que sale de él (sus hijos); y es Allah el que hace que lo aparentemente imposible se haga real: wa mahhádtu lahû tamhîdan, le he facilitado allanando todo... ¿Cómo salir de la nada? ¿Cómo continuar existiendo? Es Allah el que ha hecho fácil (máhhada-yumáhhid), allanando (tamhîd) todo ante el avance del hombre (y su mismo avance es el impulso que Allah le da). Es Allah quien ha creado a al-Walîd, quien lo ha hecho surgir mientras que a al-Walîd le corresponde en esencia no existir, no ser. Y lo ha enriquecido, cuando por su condición, es un indigente; y le ha dado descendencia, cuando su nada es esterilidad,... y todo ello se lo ha hecho fácil; es más, es un constante desbordamiento de la Generosidad Existenciadora. A pesar de los aparentes esfuerzos del ser humano, es de Allah de Quien todo depende. Es Él el que determina cada instante.

         Al-Walîd es afortunado. Allah lo ha favorecido, cuando a otros les ha hecho la existencia más penosa: zúmma yátma‘u an açîda, y aún ambiciona que le dé más!... Es decir, no tiene bastante, y espera más de su Existenciador. Su avidez no tiene límites, y no es agradecido. Su fortuna lo ha cegado. Al-Walîd, que ha probado la bondad del que le hace ser y le enriquece, ambiciona (táma‘a-tma‘) que Allah -al cual él desconoce, pero en cualquier caso es la Razón de su ser y de su prosperidad- que le dé más (çâda-yaçîd, dar más, acrecentar, aumentar). La arrogancia y la soberbia del  favorecido por Allah no tienen límites, y cada vez lo hunden más en la ignorancia que lo conduce a su destrucción.

La respuesta a todo ello, en lo hondo de la realidad, no tarda en emerger: kallâ* innahû kâna li-â:yâtinâ ‘anîda*, ¡pero, no! se ha mostrado hostil a Nuestros Signos... La expresión rotunda kallâ, ¡pero, no! es el punto y final en la existencia del ciego ante su Creador y Señor. Al-Walîd -que es un arquetipo- ha sido (kâna-yakûn) hostil y empecinado (‘anîd) ante los signos (âyât, plural de aya, signo, señal, prodigio) de Allah. Todo lo que existe es signo de Allah: la riqueza de la que disfruta el hombre, sus hijos, la facilitación de todo ante él cuando su condición es precaria e insostenible,... todo ello le señala constantemente hacia su Señor, la Fuente de todo lo suyo, su Razón y la de todo lo suyo.

Allah no deja de favorecer al hombre, mostrándosele con su Generosidad Existenciadora (el ÿûd, la raíz del wuÿûd), y aún se desborda infinitamente más mostrando signos inteligibles (la Revelación). Allah no deja de darse, pero al igual que ante la riqueza, los hijos y la facilitación, el ciego se ha cerrado en sí mismo, ante la Revelación adopta la misma actitud, pero hay una diferencia abismal. La Revelación es inteligible, y la negación del hombre ante ella es un acto consciente, lo cual hace al hombre claramente culpable ante Allah. La hostilidad ante Allah en los casos de la riqueza, los hijos, la facilitación, tiene como consecuencia la miseria moral en la que el hombre se hunde. La consecuencia de su hostilidad a la Revelación lo convierte en enemigo declarado de Allah. La torpeza del ser humano, ante los obsequios de Allah, se traduce en un estado interior destructivo; pero su torpeza hecha acción consciente lo conduce a una destrucción de la que será plenamente consciente, y en la que estará despierto, sabiendo lo que le pasa. Y sucede en lo interior de lo interior, en el seno de la muerte y en la radicalidad de la Resurrección, el verdadero Despertar a la Realidad más demoledora.

Al declarar mentira los signos de Allah (el takdzîb), el hombre decide enfrentarse a Allah (y no, simplemente, lo ignora): sa-urhiquhû sa‘ûda*, lo apesadumbraré elevándolo... La facilidad de la existencia será anulada por Allah, y la existencia en la eternidad se convertirá en una cuesta infinitamente fatigosa. Allah cargará contra él que se le haya opuesto para hundirlo en su verdad. Lo apesadumbrará (árhaqa-yúrhiq, apesadumbrar, fatigar, agobiar), es decir, lo abandonará dejándolo en su absoluta inanidad. Sin Allah, ese ser será pura frustración y dolor. Lo que antes era llano, ahora será un dificultoso sa‘ûd, la ascensión por una cuesta imposible. El Corán está describiendo la asfixia del ser humano cuando se aparta de su Señor. Esa asfixia, que será física en la muerte, es moral y espiritual en esta vida. Y es que en la muerte, lo que en esta vida es fondo de las cosas, pasará a primer plano, por la inversión que supone la muerte: el hombre es enterrado, y lo que estaba soterrado en él emerge a la superficie de su ser.

Los comentaristas a este pasaje aluden a la diferencia que hay entre quien sigue el camino del Îmân, el de la sensibilidad espiritual, que es ancho ante el hombre, y el de quien sigue el camino del Kufr, que es el de la ceguera, la ignorancia y el aislamiento. El primero, aunque entrañe dificultades de todo tipo, es satisfactorio para el corazón, y eso se convierte en Jardín tras la muerte; el segundo, aunque tiene sus ventajas en este mundo, es, en su esencia, un sufrimiento existencial que se concreta en el Fuego que hay tras la Resurrección.

Decíamos que esa hostilidad hacia los Signos Revelados (el Profeta, el Corán, el Anuncio de la Hora) es una enemistad declarada y consciente hacia Allah. Ya no es una simple forma de ser en lo más recóndito de la personalidad (que se traduce en avaricia, avidez, cobardía, soberbia, etc., que son un posicionamiento inconsciente en medio de la existencia), sino que pasa a ser una postura reconocida por el propio sujeto. Y el Corán la describe: innahû fákkara wa qáddara, ha reflexionado y ha tomado medidas... al-Walîd -recordémoslo- se detuvo a pensar y reflexionar (fákkara-yufákkir) para analizar la situación y tomar medidas y hacer planes (qáddara-yuqáddir). No hay ninguna inocencia en su negación del Profeta (s.a.s.).

En este plano se produce un conflicto que ya no ha dejado de ser subterráneo. El Kufr interior se convierte en rechazo abierto a Allah, y a ese nivel estalla la guerra: fa-qútila káifa qáddara, ¡sea maldito! ¡cómo ha tomado medidas!... Esta frase tolera diversas traducciones e interpretaciones. La más fácil es la que proponemos. Empieza por una interjección con la que Allah maldice a al-Walîd, ¡qútila!, ¡sea maldito! (literalmente, ¡sea muerto! ¡muera!). A continuación, una exclamación admirativa que denota burla: ¡káifa qáddara! ¡cómo ha tomado medias y hecho planes! El tono peyorativo se acrecienta con la repetición del versículo: zúmma qútila káifa qáddara, una vez más, ¡sea maldito! ¡cómo ha tomado medidas!... Con estos dos versículos comienza una serie de breves frases en las que se describe el proceso: al-Walîd -cuya soberbia y arrogancia han sido excitadas por Abû Yahl y tras haberse visto primeramente conmocionado por la recitación del Corán- se detiene y piensa, y comienza a tramar. Pero, ¿qué pueden ser sus maquinaciones ante Allah?  No obstante, el Corán describe sus afanes, pero vistas por Allah, quedando sumidas en lo patético.

         Al-Walîd ha tomado la decisión de no dejarse fascinar por el Corán, zúmma názara, luego, ha observado,... es decir, se ha puesto a analizar (zara-yánzur, mirar, observar atentamente, reflexionar). Ha pedido a Abû Yahl, su interlocutor, su demonio, que le deje tiempo para maquinar una solución, y se lo ha tomado en serio. Esto, visto por Allah, que lo ha creado, que lo hace ser en cada momento, de quien depende en cada instante, no es sino la expresión del patetismo humano. Pero el Corán continua describiendo la escena: zúmma ‘ábasa wa básara, luego, ha fruncido el ceño y se ha puesto triste..., pensando y pensando, al-Walîd se enfrasca en su meditación, y frunce el ceño (‘ábasa-yá‘bis), señal de concentración y enfado, pero le cuesta trabajo dar con la solución del enigma: ¿Por qué el Corán lo ha fascinado? Necesita una respuesta para no caer en lo que el Corán le exige. Al-Walîd se entristece (básara-yábsur, verbo que también insiste en la idea de fruncir el ceño y sentirse deprimido y exhausto).

         Agotado, al-Walîd se hunde en su carácter como única salida:  zúmma ádbara wa stákbara, luego, ha vuelto la espalda y se ha llenado de altivez... En lugar de afrontar el Corán, decide volverle la espalda (ádbara-yúdbir) y prefiere guiarse por su orgullo (istákbara-yástakbir, hacer alarde de arrogancia). Decidido a romper con el Corán y con el Profeta (s.a.s.), al-Walîd sale por la tangente: fa-qâla in hâdzâ: illâ síhrun yûzaru, ha dicho: “Esto no es sino magia trasmitida por los antiguos... Y, así, proclama (qâla-yaqûl, decir) que todo queda reducido a algo tan sencillo como magia (sihr), una magia ya conocida y tradicional, recogida de los antiguos (yûzar). No hay nada sorprendente en la Revelación: in hâdzâ: illâ qáulu l-báshar*, no son más que palabras de humanos”... El Corán sólo es un qául, un dicho, un discurso, como cualquier otro, como cualquier otra opinión de los seres humanos (báshar), solo que adobada con la fascinación que produce la magia, pero eso es algo reconocible por quien sabe del asunto. El Corán no lo ha engañado; así, pues, seguirá con su rutina.

         La Revelación es un reto desmesurado hecho al corazón del hombre. Allah reclama lo suyo: lo esencial en el ser humano, y hay una correspondencia que el ego busca ahogar en la indolencia, la ceguera, el apego al mundo... (el Kufr). La imagen que el Corán ha presentado perfila en pocas palabras unos gestos primarios que ridiculizan la condición humana ante su Señor. Allah abre ante los seres humanos una puerta hacia el mayor de sus dones, el disfrute de su Abundancia en lo Infinito desde la conciencia, y el hombre, desde su conciencia, se echa atrás para resignarse a lo que está destinado a perecer y frustrar su ser. Y lo hace oponiéndose a Allah, declarándole enemistad, confabulando contra Él.

         A este nivel, se revela la esencia de las cosas: sa-uslîhi sáqar*, lo quemaré en Sáqar... Se trata de dos palabras en árabe que configuran una frase de una rotundidad y una severidad infinitas. Yo lo quemaré (as-yus) en un Fuego eterno que recibe el nombre de Sáqar. ¿De qué se trata? No hay palabras para expresarlo: wa mâ adrâka mâ sáqar*, ¿qué podrá hacerte saber qué es Sáqar?... Nada podrá hacerte saber (adrà-yudrî) lo que es Sáqar. Pertenece al ámbito de realidades a las que no llegan las palabras ni el entendimiento humano, pero que sí se intuyen. Es donde están todos los terrores...

         No podemos saber qué es Sáqar, ese Infierno que está en las raíces del Kufr y que es su destino, pues todo ha de volver a su fundamento. Pero sí se puede describir. El horror ha de ser su signo: lâ tubqî wa lâ tádzar*, no deja vivir, ni abandona,... Ese lugar inhóspito lo desgarra todo y no deja nada (abqà-yubqî, dejar que algo siga siendo). Todo es consumido en ese Fuego, y todo pasa. No hay ninguna paz en él, sino pura muerte interminable. Es la dimensión eterna de la frustración constante del hombre, con un dolor físico de una intensidad inmensurable. Ya no es una sensación espiritual dolorosa: quema la piel, desgarra la carne, abrasa los huesos, y todo vuelve a comenzar de nuevo. Ese lugar tenebroso en la muerte lawwâhatun lil-báshar*,  hace señales a la humanidad... Se deja notar constantemente, y llama a los suyos, es lawwâha, se presenta al hombre en esta vida, se señala hacia sí misma, atrae con sus signos, ofrece sus atractivos, pero en la muerte sus signos producirán espanto y el terror se apoderará de los que se han encaminado hacia ella al darle la espalda a Allah.

         Este pasaje termina con un versículo enigmático: ‘alaihâ tís‘ata ‘áshar*, la guardan diecinueve... Ese lugar está guardado por diecinueve (tís‘ata ‘áshar). Se refiere a diecinueve ángeles terribles, o diecinueve  filas de ellos, o... En cualquier caso, es un lugar del que no se puede salir una vez que se ha entrado en él. Veremos en el pasaje siguiente del Corán algunas consideraciones sobre este último versículo y el número enigmático, pero para acabar esta parte queremos señalar algunas reflexiones de los sufíes sobre el mismo.

         Sáqar, ese Infierno que aguarda al Día de la Resurrección para su plena manifestación, existe en el interior de cada ser destinado a él. Es el Fuego que consume al que ha rechazado a Allah y Allah lo ha rechazado. A esa situación, los sufíes la llaman qatî‘a, ruptura, desvinculación. Es el bu‘d, la lejanía del hombre, su aislamiento en medio de su ego abrasador... Diecinueve velos le impiden salir de ese agujero cuando ha tocado su fondo: 1- el velo de sus acciones perversas, tanto las del corazón como las físicas; 2- el velo de la negligencia, la desidia y la comodidad; 3- el velo del amor y el apego al mundo material; 4- el velo de las pasiones y la frivolidad; 5- el velo de la envidia; 6- el velo del rechazo, la negación y la ignorancia; 7- el velo del rencor; 8- el velo de la ira; 9- el velo del prestigio; 10- el velo del poder y la gloria; 11- el velo de la ambición; 12- el velo de la avidez; 13- el velo del miedo a la pobreza; 14- el velo de las tribulaciones; 15- el velo del miedo a las criaturas; 16- el velo de las elecciones; 17- el velo de la precipitación; 18- el velo de la rudeza; 19- el velo de la ilusión. Estos son los guardianes del Fuego de Sáqar, según los sufíes, y son terribles. No dejan salir del sufrimiento a aquél del que se apoderan.

         El comentario de los sufíes siempre nos sumergirá en el alcance profundo del Corán. No son interpretaciones caprichosas ni arbitrarias: se sostienen sobre una lectura rigurosa del Libro a la que acompañan de la vivencia de su significado (es fácil aplicar estas consideraciones al caso de al-Walîd ibn al-Mugîra y ver cómo esos velos se fueron densificando en torno a él).

Esa lectura se fundamenta siempre en el Texto, profundizando en él. Y el Libro mismo potencia esta inmersión en su significado por su misma estructura en árabe (que es lo que no puede ser traducido al castellano). Efectivamente, el texto puede ser leído perfectamente en presente, y todas sus alusiones pasan a ser simultáneas. El Sáqar del futuro anida en el presente, conformándolo. Es la raíz del Kufr, al igual que el Jardín está en presente en el Îmân de cada musulmán. De esto resulta que la Doctrina del Islam (su ‘Aqîda) no es un conjunto de enseñanzas teóricas que hay que aceptar con fe, sino un reto a la capacidad del corazón que lo empuja a sumergirse en realidades eternas, presentes en el instante. El musulmán dotado de visión interior descubre en su mundo lo que el Corán anuncia, y ante él ya no se trata del enunciado de un dogma sino un desafío que le habla de la estructura de su ser.

 

Continuación