CAPÍTULO 74: EL ENVUELTO
SÛRAT
AL-MUDDAZIR
revelada
en Meca, 56 versículos
11.
dzarnî wa man jalaqtu wahîdan
¡Déjame con
quien he creado a solas,
12.
ÿa‘altu lahû mâlan mamdûdan
aquél al que concedido
propiedades extensas,
13.
wa banîna shuhûdan
e hijos presentes,
14.
wa mahhádtu lahû tamhîdan
y le he facilitado allanando
todo
15.
zúmma yátma‘u an açîda
y aún ambiciona que le dé más!
16.
kallâ* innahû kâna li-â:yâtinâ
‘anîda*
¡Pero, no! Se
ha mostrado hostil a Nuestros Signos...
17.
sa-urhiquhû sa‘ûda*
Lo apesadumbraré elevándolo.
18.
innahû fákkara wa qáddara
Ha reflexionado y ha tomado
medidas.
19.
fa-qútila káifa qáddara
¡Sea maldito! ¡Cómo ha tomado medidas!
20. zúmma qútila káifa qáddara
Una
vez más, ¡sea maldito! ¡Cómo ha tomado medidas!
21.
zúmma názara
Luego, ha observado,
22.
zúmma ‘ábasa wa básara
Luego, ha
fruncido el ceño y se ha puesto triste.
23.
zúmma ádbara wa stákbara
Luego, ha vuelto
la espalda y se ha llenado de altivez.
24.
fa-qâla in hâdzâ: illâ síhrun
yûzaru
Ha dicho: “Esto no es sino
magia trasmitida por los antiguos.
25.
in hâdzâ: illâ qáulu l-báshar*
No son más que palabras de
humanos”...
26.
sa-uslîhi sáqar*
Lo quemaré en Sáqar.
27.
wa mâ adrâka mâ sáqar*
¿Qué podrá
hacerte saber qué es Sáqar?
28.
lâ tubqî wa lâ tádzar*
No deja vivir, ni abandona,
29.
lawwâhatun lil-báshar*
y hace señales a la humanidad.
30.
‘alaihâ tís‘ata ‘áshar*
La guardan diecinueve...
Tras la amenaza proclamada en los pasajes anteriores, el discurso cambia
para dirigirse a un individuo concreto, un mukádzdzib,
un desmentidor de los anuncios hechos
por el Profeta (s.a.s.). Parece ser que se trataba de un notable, un personaje
de relevancia en la sociedad de Meca, y que también lideraba el takdzîb,
la estrategia que consistía en declarar
falso al Profeta (s.a.s.), oponiéndose así a la difusión de su Mensaje
(Risâla, Da‘wa). El Corán le dirige una amenaza demoledora, y lo describe
de un modo humillante. El objeto es hacerlo presente ante nosotros, confiriendo
vida a la escena, convirtiendo el arquetipo en una criatura de carne y hueso.
Esto es muy propio del Corán, que no expresa verdades absolutas fuera de la
realidad inmediata. Sus grandes enseñanzas pasan a ser, así, constatables.
Según diversos relatos, el concernido era al-Walîd ibn al-Mugîra al-Majçûmi.
Ibn Yarîr cuenta que al-Walîd, un notable quraishí, se presentó ante Sidnâ
Muhammad (s.a.s.), y éste le recitó algunos pasajes del Corán. Al-Walîd se
sintió conmovido, y su emoción se convirtió en noticia que llegó a oídos de
Abû Yahl, uno de los más grandes y sutiles enemigos del Profeta (s.a.s.). Abû
Yahl acudió a donde estaba al-Walîd y le dijo: “Tu gente está reuniendo
dinero para entregártelo. Se han enterado de que vas a casa de Muhammad a
mendigarle y ver lo que le sacas”. Con estas palabras, Abû Yahl quería
despertar la soberbia que caracterizaba a al-Walîd, y lo consiguió, pues al-Walîd
reaccionó diciendo: “¡La tribu de Quráish sabe que yo soy el más rico de
ellos!”. Abû Yahl, entonces, le sugirió: “Pregona entonces algo que
demuestre que rechazas a Muhammad”. Al-Walîd, desconcertado, dijo: “¿Qué
puedo decir de él? Juro que ninguno de vosotros conoce mejor que yo la poesía
de los árabes. Ni en la prosa ni en la poesía, ni en lo que inspiran los
genios, encuentro nada que se asemeje a lo que él pronuncia. Juro que en el Corán
hay algo dulce que abate todo lo demás, y se eleva y nada se eleva por encima
de él”. Abû Yahl insistió: “Tu pueblo no estará contento contigo hasta
que no censures a Muhammad”. Al-Walîd pidió tiempo: “Déjame que
piense”. Tras ello, pregonó: “Sus palabras son magia que hechiza los
sentidos”, y fue entonces cuando Allah, a través del Corán, lo desafió: dzarnî
wa man jalaqtu wahîdan, ¡déjame (-oh,
Muhammad-) con quien he creado a solas,...
Como hemos visto en los pasajes anteriores, Muhammad (s.a.s.), primero
recibió el duro golpe de verse receptor de una Revelación que trastocaba su
mundo y lo desconcertaba. Después, debió enfrentarse al rechazo y la oposición
de su gente. Él -aparentemente un hombre normal- se vio sumido en la
singularidad, y en la soledad que conlleva. Estaba sin armas ante lo que le
estaba sucediendo, y se veía sin armas para enfrentarse al mundo que ahora lo
rechazaba. Buscó -como hemos leído en la primera parte de la sûra- huir de
ello, esconderse tras un manto, pero un Imperativo lo obligó a salir a la luz,
el mismo Imperativo que creó y recrea cada realidad... Y la Esencia de todas
las realidades es la que se manifestaba a través del Corán.
Con las palabras anteriores, Allah se dirige a su Mensajero (s.a.s.)
ordenándole que no se preocupara (dzarnî,
déjame a Mí, y tú despreocúpate...).
Es decir, aunque sea a ti a quien al-Walîd intenta desacreditar, es a Mí con
quien se está enfrentando: Yo lo he
creado (jálaqa-yájluq), igual que a ti, y es de Mí de quien depende, es a Mí a
quien rechaza, y soy Yo a quien se opone. Lo he creado a partir de nada: Yo
estaba a solas (wahîd) con él cuando decidí su existencia y le di
forma,... y, en realidad, conmigo él está a solas en todo momento, aunque no
lo sepa. Está en Mis Manos, bajo Mi Dominio Absoluto, a disposición de lo que
Yo decrete en el secreto de las cosas.
Dzarnî, déjame, pues, a solas con él. Yo lo creé,... y Yo lo sostengo, a
Mí está subordinado en todo momento; déjame a
solas (wahîdan) con aquél
que no deja de estar a solas conmigo, aunque él finge ignorarlo: ÿa‘altu
lahû mâlan mamdûdan, aquél al que
concedido propiedades extensas,... No lo creé y después pasó a depender
de sí mismo: ¡no!, hasta aquello que le hace ser arrogante (sus riquezas,
mâl), soy Yo quien lo ha dispuesto
para él (ÿá‘ala-yáÿ‘al, hacer, disponer,
conceder). En el caso de al-Walîd, Allah ha sido pródigo, y lo ha
beneficiado con riquezas extensas (mamdûd),
lo que agrava su actitud. Allah ha sido ampliamente generoso con él, sin
embargo, ha vuelto la espalda... Cuando Allah enriquece a alguien, lo que hace
es proveer a esa criatura de más Signos Suyos. Pero el ser humano, en lugar de
reconocer la Fuente de la que le viene todo, se encierra miserablemente en lo
que cree suyo. Pero, no: todo procede de Allah. La inmensa fortuna de al-Walîd,
siendo en su origen un bien a él concedido, se ha trasformado en una maldición
contra él, debido a su vileza.
Al-Walîd -como todo otro ser humano- debe, de modo absoluto, el bien y
la abundancia de los que disfruta a su Creador: es Allah el que lo ha hecho
inteligente y hábil, es Quien lo ha dotado de manos, fuerza, salud y recursos
para enriquecerse, es Quien ha hecho fructíferos sus negocios y es Quien le
permite disfrutar de ellos. Sin embargo, al-Walîd se cierra y se convierte en
un miserable en un proceso que cada vez lo hunde más hasta convertirlo en un
monstruo. Sólo conocer a Allah y abrirse a Él rindiéndosele sin reparos y sin
miedos lo sacaría del círculo tenebroso en el que se ha encerrado para
proteger sus posesiones. Sólo cuando se dé cuenta de que no son sus
posesiones, se librará de la ceguera que lo ata y lo hace esclavo.
No sólo las riquezas que lo hacen avaro y retrotraído sobre su ego,
sino sus hijos, la riqueza que parte de él
mismo, la que le hace estar satisfecho de sí y no sólo de sus
adquisiciones, son un regalo de su Creador: wa
banîna shuhûdan, e hijos presentes,...
Los hijos (banîn, plural de ibn, hijo),
en los que el ser humano se contempla, el regocijo que proporciona su
presencia,... son obsequio de Allah con el que da continuidad a cada persona.
Están presentes y son testigos
tuyos (shuhûd), en los que quedas
completado. Son la perpetuación de la
fuerza de al-Walîd, pero en realidad no
son suyos, son un don.
El ser humano ha sido hecho surgir de la nada: ¿qué es? ¿qué es suyo?
No se debe la existencia a sí mismo. Todos sus momentos dependen de su Señor,
y todo lo suyo es un constante emerger de la Generosidad
Existenciadora (el ÿûd), fuente
y asidero de toda existencia (wuÿûd).
La enfoque equivocado del hombre que se aísla
creyendo con eso que salvaguarda lo suyo,
lo condena a la frustración, pues la Verdad acaba con imponerse (y la muerte es
su signo supremo, y es la gran derrota de la pretensión humana).
Allah es el origen de las riquezas de las que se
apropia el hombre, y también es la fuente de la que surge lo que el hombre
cree que sale de él (sus hijos); y es Allah el que hace que lo aparentemente
imposible se haga real: wa mahhádtu lahû
tamhîdan, le he facilitado allanando
todo... ¿Cómo salir de la nada? ¿Cómo continuar existiendo? Es Allah el
que ha hecho fácil (máhhada-yumáhhid), allanando
(tamhîd) todo ante el avance del hombre (y su mismo avance es el
impulso que Allah le da). Es Allah quien ha creado a al-Walîd, quien lo ha
hecho surgir mientras que a al-Walîd le corresponde en esencia no existir, no
ser. Y lo ha enriquecido, cuando por su condición, es un indigente; y le ha
dado descendencia, cuando su nada es
esterilidad,... y todo ello se lo ha hecho fácil; es más, es un constante
desbordamiento de la Generosidad Existenciadora. A pesar de los aparentes
esfuerzos del ser humano, es de Allah de Quien todo depende. Es Él el que
determina cada instante.
Al-Walîd es afortunado. Allah lo ha favorecido, cuando a otros les ha
hecho la existencia más penosa: zúmma yátma‘u
an açîda, y aún ambiciona que le dé
más!... Es decir, no tiene bastante, y espera más de su Existenciador. Su
avidez no tiene límites, y no es agradecido. Su fortuna lo ha cegado. Al-Walîd,
que ha probado la bondad del que le hace ser y le enriquece, ambiciona
(táma‘a-yátma‘)
que Allah -al cual él desconoce, pero en cualquier caso es la Razón de su ser
y de su prosperidad- que le dé más (çâda-yaçîd,
dar más, acrecentar, aumentar).
La arrogancia y la soberbia del favorecido
por Allah no tienen límites, y cada vez lo hunden más en la ignorancia que lo
conduce a su destrucción.
La
respuesta a todo ello, en lo hondo de la realidad, no tarda en emerger: kallâ*
innahû kâna li-â:yâtinâ ‘anîda*, ¡pero,
no! se ha mostrado hostil a Nuestros Signos... La expresión rotunda kallâ,
¡pero, no! es el punto y final en la existencia del ciego ante su
Creador y Señor. Al-Walîd -que es un arquetipo- ha sido (kâna-yakûn)
hostil y empecinado (‘anîd)
ante los signos (âyât, plural de
aya, signo, señal, prodigio)
de Allah. Todo lo que existe es signo de Allah: la riqueza de la que disfruta el
hombre, sus hijos, la facilitación de todo ante él cuando su condición es
precaria e insostenible,... todo ello le señala constantemente hacia su Señor,
la Fuente de todo lo suyo, su Razón y la de todo lo suyo.
Allah
no deja de favorecer al hombre, mostrándosele con su Generosidad
Existenciadora (el ÿûd, la raíz del wuÿûd), y aún se
desborda infinitamente más mostrando signos inteligibles (la Revelación).
Allah no deja de darse, pero al igual que ante la riqueza, los hijos y la
facilitación, el ciego se ha cerrado en sí mismo, ante la Revelación adopta
la misma actitud, pero hay una diferencia abismal. La Revelación es
inteligible, y la negación del hombre ante ella es un acto consciente, lo cual
hace al hombre claramente culpable ante Allah. La hostilidad ante Allah en los
casos de la riqueza, los hijos, la facilitación, tiene como consecuencia la
miseria moral en la que el hombre se hunde. La consecuencia de su hostilidad a
la Revelación lo convierte en enemigo declarado de Allah. La torpeza del ser
humano, ante los obsequios de Allah, se traduce en un estado interior
destructivo; pero su torpeza hecha acción consciente lo conduce a una destrucción
de la que será plenamente consciente, y en la que estará despierto, sabiendo
lo que le pasa. Y sucede en lo interior de lo interior, en el seno de la muerte
y en la radicalidad de la Resurrección, el verdadero Despertar a la Realidad más
demoledora.
Al
declarar mentira los signos de Allah
(el takdzîb), el hombre decide
enfrentarse a Allah (y no, simplemente, lo ignora): sa-urhiquhû
sa‘ûda*, lo apesadumbraré
elevándolo... La facilidad de la existencia será anulada por Allah, y la
existencia en la eternidad se convertirá en una cuesta infinitamente fatigosa.
Allah cargará contra él que se le haya opuesto para hundirlo en su verdad. Lo
apesadumbrará (árhaqa-yúrhiq, apesadumbrar, fatigar,
agobiar), es decir, lo abandonará dejándolo en su absoluta
inanidad. Sin Allah, ese ser será pura frustración y dolor. Lo que antes era
llano, ahora será un dificultoso sa‘ûd,
la ascensión por una cuesta
imposible. El Corán está describiendo la asfixia del ser humano cuando se
aparta de su Señor. Esa asfixia, que será física en la muerte, es moral y
espiritual en esta vida. Y es que en la muerte, lo que en esta vida es fondo de
las cosas, pasará a primer plano, por la inversión que supone la muerte: el
hombre es enterrado, y lo que estaba soterrado en él emerge a la superficie de
su ser.
Los
comentaristas a este pasaje aluden a la diferencia que hay entre quien sigue el
camino del Îmân, el de la sensibilidad
espiritual, que es ancho ante el hombre, y el de quien sigue el camino del Kufr,
que es el de la ceguera, la ignorancia y el aislamiento.
El primero, aunque entrañe dificultades de todo tipo, es satisfactorio para el
corazón, y eso se convierte en Jardín tras la muerte; el segundo, aunque tiene
sus ventajas en este mundo, es, en su esencia, un sufrimiento existencial que se
concreta en el Fuego que hay tras la Resurrección.
Decíamos
que esa hostilidad hacia los Signos Revelados (el Profeta, el Corán, el Anuncio
de la Hora) es una enemistad declarada y consciente hacia Allah. Ya no es una
simple forma de ser en lo más recóndito de la personalidad (que se traduce en
avaricia, avidez, cobardía, soberbia, etc., que son un posicionamiento
inconsciente en medio de la existencia), sino que pasa a ser una postura
reconocida por el propio sujeto. Y el Corán la describe: innahû
fákkara wa qáddara, ha reflexionado
y ha tomado medidas... al-Walîd -recordémoslo- se detuvo a pensar y reflexionar (fákkara-yufákkir) para analizar la situación y tomar medidas y hacer planes (qáddara-yuqáddir).
No hay ninguna inocencia en su negación del Profeta (s.a.s.).
En
este plano se produce un conflicto que ya no ha dejado de ser subterráneo. El Kufr
interior se convierte en rechazo abierto a Allah, y a ese nivel estalla la
guerra: fa-qútila káifa qáddara, ¡sea
maldito! ¡cómo ha tomado medidas!... Esta frase tolera diversas
traducciones e interpretaciones. La más fácil es la que proponemos. Empieza
por una interjección con la que Allah maldice a al-Walîd, ¡qútila!,
¡sea maldito! (literalmente, ¡sea
muerto! ¡muera!). A continuación, una exclamación admirativa que denota
burla: ¡káifa qáddara! ¡cómo
ha tomado medias y hecho planes! El tono peyorativo se acrecienta con la
repetición del versículo: zúmma qútila
káifa qáddara, una vez más, ¡sea
maldito! ¡cómo ha tomado medidas!... Con estos dos versículos comienza
una serie de breves frases en las que se describe el proceso: al-Walîd -cuya
soberbia y arrogancia han sido excitadas por Abû Yahl y tras haberse visto
primeramente conmocionado por la recitación del Corán- se detiene y piensa, y
comienza a tramar. Pero, ¿qué pueden ser sus maquinaciones ante Allah?
No obstante, el Corán describe sus afanes, pero vistas por Allah,
quedando sumidas en lo patético.
Al-Walîd ha tomado la decisión de no dejarse fascinar por el Corán, zúmma názara, luego,
ha observado,... es decir, se ha puesto a analizar (názara-yánzur,
mirar, observar atentamente, reflexionar).
Ha pedido a Abû Yahl, su interlocutor, su demonio,
que le deje tiempo para maquinar una solución, y se lo ha tomado en serio.
Esto, visto por Allah, que lo ha creado, que lo hace ser en cada momento, de
quien depende en cada instante, no es sino la expresión del patetismo humano.
Pero el Corán continua describiendo la escena: zúmma ‘ábasa wa básara, luego,
ha fruncido el ceño y se ha puesto triste..., pensando y pensando, al-Walîd
se enfrasca en su meditación, y frunce el
ceño (‘ábasa-yá‘bis),
señal de concentración y enfado, pero le cuesta trabajo dar con la solución
del enigma: ¿Por qué el Corán lo ha fascinado? Necesita una respuesta para no
caer en lo que el Corán le exige. Al-Walîd se entristece (básara-yábsur,
verbo que también insiste en la idea de fruncir
el ceño y sentirse deprimido y exhausto).
Agotado, al-Walîd se hunde en su carácter como única salida: zúmma ádbara wa stákbara,
luego, ha vuelto la espalda y se ha
llenado de altivez... En lugar de afrontar el Corán, decide volverle
la espalda (ádbara-yúdbir) y prefiere guiarse por su orgullo (istákbara-yástakbir, hacer
alarde de arrogancia). Decidido a romper con el Corán y con el Profeta (s.a.s.),
al-Walîd sale por la tangente: fa-qâla
in hâdzâ: illâ síhrun yûzaru, ha
dicho: “Esto no es sino magia trasmitida por los antiguos... Y, así,
proclama (qâla-yaqûl, decir)
que todo queda reducido a algo tan sencillo como magia
(sihr), una magia ya conocida
y tradicional, recogida de los antiguos
(yûzar). No hay nada sorprendente en
la Revelación: in hâdzâ: illâ qáulu
l-báshar*, no son más que palabras
de humanos”... El Corán sólo es un qául,
un dicho, un discurso, como cualquier otro, como cualquier otra opinión de los seres
humanos (báshar), solo que adobada con la fascinación que produce la magia,
pero eso es algo reconocible por quien sabe del asunto. El Corán no
lo ha engañado; así, pues, seguirá con su rutina.
La Revelación es un reto desmesurado hecho al corazón del hombre. Allah
reclama lo suyo: lo esencial en el ser humano, y hay una correspondencia que el
ego busca ahogar en la indolencia, la ceguera,
el apego al mundo... (el Kufr).
La imagen que el Corán ha presentado perfila en pocas palabras unos gestos
primarios que ridiculizan la condición humana ante su Señor. Allah abre ante
los seres humanos una puerta hacia el mayor de sus dones, el disfrute de su
Abundancia en lo Infinito desde la conciencia, y el hombre, desde su conciencia,
se echa atrás para resignarse a lo que está destinado a perecer y frustrar su
ser. Y lo hace oponiéndose a Allah, declarándole enemistad, confabulando
contra Él.
A este nivel, se revela la esencia de las cosas: sa-uslîhi
sáqar*, lo quemaré en Sáqar...
Se trata de dos palabras en árabe que configuran una frase de una rotundidad y
una severidad infinitas. Yo lo quemaré
(aslà-yuslî) en un Fuego eterno que recibe el nombre de Sáqar.
¿De qué se trata? No hay palabras para expresarlo: wa
mâ adrâka mâ sáqar*, ¿qué podrá
hacerte saber qué es Sáqar?... Nada podrá hacerte
saber (adrà-yudrî) lo que es Sáqar.
Pertenece al ámbito de realidades a las que no llegan las palabras ni el
entendimiento humano, pero que sí se intuyen. Es donde están todos los
terrores...
No podemos saber qué es Sáqar,
ese Infierno que está en las raíces del Kufr
y que es su destino, pues todo ha de volver a su fundamento. Pero sí se puede
describir. El horror ha de ser su signo: lâ
tubqî wa lâ tádzar*, no deja vivir,
ni abandona,... Ese lugar inhóspito lo desgarra todo y no deja nada (abqà-yubqî, dejar que algo siga
siendo). Todo es consumido en ese Fuego, y todo pasa. No hay ninguna paz en
él, sino pura muerte interminable. Es la dimensión eterna de la frustración
constante del hombre, con un dolor físico de una intensidad inmensurable. Ya no
es una sensación espiritual dolorosa: quema la piel, desgarra la carne, abrasa
los huesos, y todo vuelve a comenzar de nuevo. Ese lugar tenebroso en la muerte lawwâhatun
lil-báshar*, hace
señales a la humanidad... Se deja notar constantemente, y llama a los
suyos, es lawwâha, se
presenta al hombre en esta vida, se señala
hacia sí misma, atrae con sus signos, ofrece sus atractivos, pero en la
muerte sus signos producirán espanto y el terror se apoderará de los que se
han encaminado hacia ella al darle la espalda a Allah.
Este pasaje termina con un versículo enigmático: ‘alaihâ tís‘ata ‘áshar*, la
guardan diecinueve... Ese lugar está guardado por diecinueve (tís‘ata ‘áshar).
Se refiere a diecinueve ángeles terribles, o diecinueve
filas de ellos, o... En cualquier caso, es un lugar del que no se puede
salir una vez que se ha entrado en él. Veremos en el pasaje siguiente del Corán
algunas consideraciones sobre este último versículo y el número enigmático,
pero para acabar esta parte queremos señalar algunas reflexiones de los sufíes
sobre el mismo.
Sáqar, ese Infierno que
aguarda al Día de la Resurrección para su plena manifestación, existe en el
interior de cada ser destinado a él. Es el Fuego que consume al que ha
rechazado a Allah y Allah lo ha rechazado. A esa situación, los sufíes la
llaman qatî‘a, ruptura,
desvinculación. Es el bu‘d,
la lejanía del hombre, su aislamiento en medio de su ego abrasador...
Diecinueve velos le impiden salir de ese agujero cuando ha tocado su fondo: 1-
el velo de sus acciones perversas, tanto las del corazón como las físicas; 2-
el velo de la negligencia, la desidia y la comodidad; 3- el velo del amor y el
apego al mundo material; 4- el velo de las pasiones y la frivolidad; 5- el velo
de la envidia; 6- el velo del rechazo, la negación y la ignorancia; 7- el velo
del rencor; 8- el velo de la ira; 9- el velo del prestigio; 10- el velo del
poder y la gloria; 11- el velo de la ambición; 12- el velo de la avidez; 13- el
velo del miedo a la pobreza; 14- el velo de las tribulaciones; 15- el velo del
miedo a las criaturas; 16- el velo de las elecciones; 17- el velo de la
precipitación; 18- el velo de la rudeza; 19- el velo de la ilusión. Estos son
los guardianes del Fuego de Sáqar, según los sufíes, y son terribles.
No dejan salir del sufrimiento a aquél del que se apoderan.
El comentario de los sufíes siempre nos sumergirá en el alcance
profundo del Corán. No son interpretaciones caprichosas ni arbitrarias: se
sostienen sobre una lectura rigurosa del Libro a la que acompañan de la
vivencia de su significado (es fácil aplicar estas consideraciones al caso de
al-Walîd ibn al-Mugîra y ver cómo esos velos se fueron densificando en torno
a él).
Esa
lectura se fundamenta siempre en el Texto, profundizando en él. Y el Libro
mismo potencia esta inmersión en su significado por su misma estructura en árabe
(que es lo que no puede ser traducido al castellano). Efectivamente, el texto
puede ser leído perfectamente en presente, y todas sus alusiones pasan a ser
simultáneas. El Sáqar del futuro anida en el presente, conformándolo.
Es la raíz del Kufr, al igual que el Jardín está en presente en el Îmân
de cada musulmán. De esto resulta que la Doctrina del Islam (su ‘Aqîda)
no es un conjunto de enseñanzas teóricas que hay que aceptar con fe, sino un
reto a la capacidad del corazón que lo empuja a sumergirse en realidades
eternas, presentes en el instante. El musulmán dotado de visión interior
descubre en su mundo lo que el Corán anuncia, y ante él ya no se trata del
enunciado de un dogma sino un desafío que le habla de la estructura de su ser.