CAPÍTULO 74: EL ENVUELTO
SÛRAT
AL-MUDDAZIR
revelada
en Meca, 56 versículos
31. wa mâ ÿa‘alnâ:
as-hâba n-nâri illâ malâ:ika*
No
hemos puesto sino a ángeles como dueños del Fuego,
wa
mâ ÿa‘alnâ ‘iddatahumû: illâ fítnatan lil-ladzîna kafarû
y
no hemos hecho de ese número más que razón de desconcierto para los
negadores,
li-yastáiqina
l-ladzîna ûtu l-kitâba wa yaçdâda
l-ladzîna â:manû: îmânan
para que encuentren certeza aquellos a los que ha sido dado el Libro y aumente la fuerza de corazón de los que se han abierto a Allah,
wa
lâ yartâba l-ladzîna ûtu l-kitâba wa l-mûminûna
para que no titubeen aquellos a los que ha sido dado el libro ni los que se han abierto a Allah,
wa li-yaqûla
l-ladzîna fî qulûbihim máradun wa l-kâfirûna
y para que digan aquellos en cuyos corazones hay una enfermedad y los negadores:
mâdzâ: arâda
llâhu bi-hâdzâ mázala*
“¿Qué es lo que Allah pretende con este ejemplo?”
kadzâlika
yudíllu llâhu man yashâ:u wa yahdî man yashâ:*
Así es como Allah extravía a quien quiere y guía a quien quiere.
wa mâ yá‘lamu
ÿunûda rábbika illâ hu*
No conoce los ejércitos de tu Señor más que Él mismo.
wa mâ hiya illâ
dzikrà lil-báshar*
No se trata más que de un Recuerdo para los seres humanos.
El pasaje anterior a éste, acababa con una referencia enigmática: el
Fuego de Sáqar está guardado por
diecinueve ángeles... Parece ser que cuando este dato llegó a oídos de los mushrikîn
(los idólatras) de Meca, lo aprovecharon para sembrar la discordia y la
duda entre los musulmanes: ¿Por qué diecinueve? ¿No son demasiado pocos?...
Comenzaron de nuevo también las burlas, y unos se dijeron a otros: “Que
cada diez de nosotros se hagan cargo de uno de esos guardianes, y acabaremos con
ellos”, “No, vosotros encargaos de dos, y dejadme a mí el resto”...
Recordemos que el Corán está describiendo la
forma de ser del kâfir, el negador que se
parapeta detrás de lo que sea con tal de no tener que encarar el reto que
supone la Revelación. El kâfir,
simultáneamente, declara la
guerra a la Revelación. Es su mecanismo de defensa. Hemos visto cómo,
arrebatado por el poder fascinante del Corán, a punto estuvo al-Walîd ibn al-Mugîra
de aceptar al Profeta, pero su arrogancia y su afecto a la posición
privilegiada entre los suyos le echaron atrás en el último momento, y lo
convirtieron en acérrimo opositor del Profeta y del Islam. Su arredramiento le
mereció el duro pasaje coránico que hemos visto en la parte anterior de la
sura publicada en el pasado número de Musulmanes Andaluces. Pero esto nos da
una idea de la exigencia que dirige el Islam: musulmán es el que es capaz de
cuestionar su egoísmo y poner en peligro su mundo en la rendición absoluta que
debe a su verdadero Creador y Señor. Al-Walîd no supo responder a ese desafío,
y se quedó atrás, en el Kufr, en la
ceguera y la ignorancia,
satisfecho de sí mismo y complaciente con su gente, y en eterno conflicto con
la Verdad. Esto es a lo que llamamos Kufr, y de él deriva el Shirk,
la idolatría, pues quien no reconoce a Allah como su Único Señor es
gobernado por infinitos dioses y está sometido a todo.
El extravío del kâfir
tiene su paradero final en una eternidad de tormento, dolor y privación. Su
muerte retirará el velo ante ese destino. El Corán lo condena al Fuego de Sáqar, el infierno que
abrasa. ¿Qué es Sáqar? Su
naturaleza no puede ser expresada en palabras, pero Sáqar
sí puede ser descrito, y, para empezar, tiene diecinueve guardianes. Para la
mayoría de los comentaristas, se trata de diecinueve ángeles terribles; para
algunos otros son diecinueve filas de ángeles; según los demás, diecinueve
tipos distintos de ángeles son los encargados de custodiar el Fuego de la
eternidad en el que será abrasado el Kufr.
Ese Fuego futuro es el trasfondo de la actualidad del kâfir.
Pero, en lugar de satisfacer la curiosidad que
despierta la cuestión del número, el Corán va a realizar una serie de
reflexiones iluminadoras. Primero, se nos dice que los guardianes del Fuego son ángeles
(malâika), pertenecen por tanto al
mismo mundo ausente a los sentidos en el que está el Fuego indefinible: wa
mâ ÿa‘alnâ: as-hâba n-nâri illâ malâ:ika, no
hemos puesto sino a ángeles como dueños del Fuego,... Allah ha
puesto (yá‘ala-yáy‘al)
a ángeles (malâika), que
son seres de luz, para que sean los guardianes
y dueños (as-hâb, literalmente, los compañeros) del Fuego (Nâr).
Diecinueve ángeles violentos y terribles están dispuestos a las puertas de ese
infierno, y no dejarán salir a nadie de él.
¿Qué son los malâika?
De ellos, el Corán casi sólo nos dice que son nobles criaturas de luz “que
no desobedecen a Allah y ejecutan lo que Él les ordena”. Además, son
criaturas aladas, no pertenecen al mundo de la gravidez material. Forman
parte del Gáib, el universo
invisible a los sentidos físicos, y que, sin embargo, ese Gáib
misterioso es la razón de lo que pasa
en este mundo nuestro. El Gáib es la
razón espiritual de cada uno de
nuestros instantes. Los malâika
pertenecen a ese dominio, donde también aguarda Sáqar
a los mushrikîn. No conocemos el Gáib
(lo ausente a nuestros sentidos, el futuro que nos espera, los seres
que habitan esos mundos), pero es Allah -que es el Gáib
del Gáib, el que sostiene desde su
trascendencia absoluta la totalidad de los mundos- quien nos informa de los
acontecimientos que tienen lugar en el seno de esas regiones a las que no tienen
acceso nuestros sentidos, y nos dice que Sáqar,
ahí, está guardado por diecinueve malâika,
que cumplen las órdenes de su Señor con las fuerzas de las que Él los provee.
Puesto que las energías que necesitan para guardar ese infierno, Él les
proporciona el poderío desmesurado que necesitan, y las ironías de los kuffâr
quedan con ello reducidas al ridículo.
Y, ante estas informaciones, ¿cuál es la actitud
del ser humano?: wa mâ ÿa‘alnâ
‘iddatahumû: illâ fítnatan lil-ladzîna kafarû, no
hemos hecho de ese número más que razón de desconcierto para los negadores...
Allah cita en el Corán números (‘idda)
que provocan diversas reacciones. Para los
que han negado a Allah (al-ladzîna
kafarû), tales datos son motivo para hacer gala de cinismo, o bien desatan
entre ellos largas y vanas especulaciones. La actitud del kâfir
ante esas informaciones, cuando no es la burla, es la de quien se pregunta “¿por
qué Allah dice exactamente ese número? ¿Qué hay detrás de ello?”, y se
pone a divagar perdiéndose por laberintos que él mismo inventa. Esos números
que parecen en el Corán son fitna
para el kâfir, son discordia
y desconcierto, y arrancan y desatan el mal que hay en ellos.
Allah hace que eso sea así. Esos números, como el diecinueve
aquí, no aparecen por causalidad. Ha sido puesto
(yá‘ala-yáy‘al) por Allah para que sea causa de fitna, de discordia y desconcierto
entre los kuffâr, para sumirlos en
el rechazo al Corán o perderlos en el laberinto de sus cavilaciones. La fitna, la desorientación,
es con lo que Allah corona la inclinación del kâfir: su ignorancia, su frivolidad, su arrogancia,... todo ello
demanda de forma natural sumirse en el caos de la fitna.
Se trata de la mentalidad que se pierde en los detalles y no es capaz de ver el
conjunto. Quien no trasciende lo concreto para penetrar en el corazón de la
realidad, por siempre está condenado a la superficie de las cosas, y en esa
superficie sólo hay fitna, que es discordancia,
conflicto, guerra civil.
“Diecinueve”, por tanto, es
una de las claves de la ruina y miseria de los kuffâr.
Y, así, el Corán habla de diecinueve terribles ángeles guardianes del
Infierno, y el kâfir se enreda con
el número. Pues bien, el número ha sido puesto por Allah precisamente para
provocar ese efecto y se quede enmarañado en la cantidad quien no tiene nada
que hacer en el corazón de las cosas.
al-ladzîna kafarû
es una expresión contundente: los que han negado, los que han rechazado,
los que han ignorado...
Realmente, significa los que han ocultado,
los que han camuflado.
Pero, sobre todo, significa los que se han mostrado
desagradecidos. Si
juntamos todas estas ideas sabremos lo que es el Kufr,
que, a su vez, está en la raíz del Shirk,
la idolatría. El Kufr
es negación,
rechazo,
ignorancia,
ocultamiento,
distorsión
e ingratitud,
ante la Verdad. Es lo contrario al Islâm,
que significa rendición,
claudicación,
sumisión
sin reparos a la Verdad, entrega
a ella; y siendo la Verdad -como es- Infinita y Eterna, el Islâm
es su afirmación,
su aceptación, es la reacción de quien la conoce, el que la exterioriza con su ser,
el que la hace plena con su ser, y es la actitud del agradecido. El número
que pierde al kâfir, tiene para el múslim
otra significación: li-yastáiqina l-ladzîna
ûtu l-kitâba wa yaçdâda l-ladzîna â:manû: îmânan, para
que encuentren certeza aquellos a los que ha sido dado el Libro y aumente la
fuerza de corazón de los que se han abierto a Allah.
La
mención del número despierta en el corazón del kâfir
la inclinación hacia la polémica propia de quien sólo atiende a lo
superficial, quien no diferencia lo que exige de él claudicación y lo que
exige que reflexione y opine. El número es la excusa
que Allah le da para sacar fuera de sí su ira y su ignorancia. Es una trampa de Allah.
Es decir, es el modo
con el que Allah hace que tenga cumplimiento lo que hay en el kâfir, y,
así, su destino -el Fuego- tiene sentido.
El
Gáib, lo invisible,
lo inaccesible
a las percepciones humanos, pertenece al ámbito de Allah, y sobre ello el
hombre no sabe ni mucho ni poco. Cuando Allah informa sobre el Gáib
lo hace siendo Él la única fuente posible para ese conocimiento, y no para
suscitar debates imposibles. Ante una información de ese tipo sólo cabe el taslîm,
la rendición
y la aceptación,
ateniéndonos a su literalidad estricta y sin someterla a polémicas. Sólo es lícito
polemizar y discutir sobre aquello para lo que tenemos elementos de juicio. Por
tanto, ¿por qué son diecinueve los guardianes de Sáqar?
Si Allah no responde a esta pregunta, no hay nada que hacer, y sólo podemos
remitirnos a su sabiduría con la que coordina la existencia entera. Tan vana es
esa pregunta como la de quien dice: ¿Por qué son siete los cielos? ¿Por qué
Allah ha creado a los seres humanos con arcilla y ha hecho a los genios a partir
de fuego? ¿Por qué la gestación dura nueve meses? ¿Por qué las tortugas
pueden vivir cientos de años? ¿Por qué...? En la mayoría de las ocasiones,
la respuesta será simplemente “porque el Creador ha decidido que sea así y
Él hace lo que quiere”.
Volviendo
a la cuestión del diecinueve,
ante la polémica desatada por su mención, el Corán aclara para qué aparece
en el Corán: li-yastáiqina l-ladzîna
ûtu l-kitâba wa yaçdâda l-ladzîna â:manû: îmânan, para
que encuentren certeza aquellos a los que ha sido dado el Libro y aumente la
fuerza de corazón de los que se han abierto a Allah.
Y esta respuesta es realmente magistral. El Corán no se entrega a
disquisiciones esotéricas ni justifica nada, simplemente se presenta como guía.
Primero,
nos dice que es citado tal número para que aquellos
a los que ha sido dado el Libro
(al-ladzîna ûtû l-kitâb), es
decir, las naciones anteriores al Islam, los pueblos que han recibido libros
revelados, principalmente los judíos y los cristianos, encontrarán en ese número
-que alude a la cantidad de vigilantes del infierno- unas correspondencias con
lo que hay en el libro que les corresponde y que aumentarán su certeza (istáiqana-yastáiqin,
tener absoluta seguridad y certeza,
darse cuenta de algo).
Es decir, al oír ese número, los que se han consagrado al estudio de los
libros revelados en tiempos remotos, tendrán la certeza
(yaqîn) de que el Corán es su
continuación y les ayudará a aceptarlo.
Esto
por un lado, y por otro están aquellos que han
abierto sus corazones a Allah (al-ladzîna
âmanû), para quienes todo lo que les viene de Allah hace que su sensibilidad
espiritual (Îmân) aumente
y se acreciente
(içdâda-yaçdâd). Estos -a los que Allah llama en el Corán al-ladzîna
âmanû (en oposición completa a los al-ladzîna
kafarû)- son los musulmanes
(muslimîn), los que han aceptado al
Profeta y se han unido a su Nación, y lo han hecho con
sinceridad (por tanto, son
también mûminîn), y todo lo que
les llega de Allah se encuentra con corazones sedientos de Allah, que son
capaces de absorber cuanto les viene de Él, y convierten cada una de sus
palabras en nutriente que les da vida. Ante el número
citado, esos corazones que no se detienen en la superficialidad sino que
penetran hasta la esencia, lo que descubren es la sabiduría de Quien ha
construido el universo con medidas exactas, determinándolo todo con precisión
desde su Libertad, y la existencia entera está sometida a su decisión,
expuesta a su deseo, al amparo de su misericordia. Esta sabiduría aumenta su Îmân,
hace más sólida la habilidad de sus corazones
para penetrar en lo esencial de la existencia, y lo esencial en la existencia es
el Acto Libre con el que Allah forja cada realidad. Ese número, por tanto, para
ellos, es detonante de una admiración que los sumerge en la evocación del
Poder Hacedor según Su Voluntad. El número, por otro lado, les ayuda a imaginar
y hacerse una representación
de lo que el Corán está diciendo sobre el Sáqar,
el Infierno
en el que serán abrasados los que son incapaces de alzarse por encima del mundo
de la frustración.
El
Corán no nos revela el por qué
del número misterioso, pero sí su para qué.
-¿Por qué son diecinueve los ángeles que guardan el universo? Es una pregunta
que el Corán no responde por que no quiere satisfacer la frivolidad de los
hombres ni busca satisfacer su curiosidad. -¿Para qué se menciona ese número
entonces? Para que aquellos a los que ha sido dado un Libro Revelado comprueben
que el Corán lo completa, y para que aquellos cuyos corazones estén abiertos a
Allah se vean reforzados porque es un dato añadido que les sirve para imaginar
el terrible Sáqar al que alude el
Corán.
En
definitiva, si el número es ruina para los al-ladzîna
kafarû porque en su caso es ocasión para que sigan inmersos en sus
banalidades, para los al-ladzîna ûtû
l-kitâb y los al-ladzîna âmanû,
el número borra dudas y aclara imágenes: wa
lâ yartâba l-ladzîna ûtu l-kitâba wa l-mûminûna, para que no
titubeen aquellos a los que ha sido dado el libro ni los que se han abierto a
Allah,... Con la mención
de ese número, Allah elimina el ráib,
la duda,
el irtiyâb, la vacilación,
de los corazones de quienes han recibido un libro revelado, así como de los de
los mûminûn (que son al-ladzîna
âmanû), y, así, esos corazones van ganando en firmeza mientras que los
corazones de quienes se han cerrado van oscureciéndose.
Es
importante que el fuero interno del ser humano no dude
(irtâba-yartâb). La duda es inseguridad, y la inseguridad es dolor y no
permite la inmersión en las aguas claras de la certeza
(el yaqîn) ni tampoco favorece el desarrollo de esa habilidad
del corazón a la que
llamamos Îmân. Pues, sin embargo, sólo en la certeza y la sensibilidad
espiritual están la plenitud y la satisfacción.
Allah
elimina con sabiduría y sutileza las dudas de sus elegidos, y lo hace sin crear
en ellos nuevas penalidades: wa li-yaqûla
l-ladzîna fî qulûbihim máradun wa l-kâfirûna, que
digan aquellos en cuyos corazones hay una enfermedad y los negadores:
mâdzâ: arâda llâhu bi-hâdzâ mázala,
“¿qué es lo que Allah pretende con este
ejemplo?”... Hemos visto
cómo en el caso de los kuffâr, la
reacción ante los detalles que expone el Corán crean en ellos burlas; pero hay
otro tipo de kuffâr aún peores, y
son aquellos en cuyos corazones hay una enfermedad,
al-ladzîna fî qulûbihim márad,
es decir, los hipócritas
(munâfiqûn). Los hipócritas son
aquellos en cuyos corazones no ha enraizado el Islam. Son musulmanes
aparentemente, es decir, se presentan como musulmanes pero no
se han rendido realmente a
Allah. Están dentro del Islam pero con el nivel mental y espiritual de los kuffâr,
y sustituyen la claudicación ante Allah por la especulación entorno a lo que
Allah ha dicho. En sus corazones
(qulûb) hay una enfermedad
(márad), que es la incapacidad para una verdadera entrega. Ellos
son los que dicen (qâla-yaqûl, decir):
mâdzâ: arâda llâhu bi-hâdzâ mázala,
“¿qué es lo que Allah pretende con este
ejemplo?”... ¿Qué quiere
(arâda-yurîd) decir exactamente con esta imagen
(mázal, imagen,
ejemplo)?
Al presentar la imagen de los diecinueve ángeles, ¿qué quiere decirnos Allah?
¿a qué se está refiriendo? Esta simple actitud demuestra la existencia en
ellos de una enfermedad, la hipocresía
(nifâq), que consiste en que no son verdaderamente musulmanes aunque
pretendan serlo. No se han rendido ante Allah porque en ellos hay una terrible
insatisfacción que les impide lanzarse al océano del Uno-Único.
Es
necesaria una advertencia importante. No se trata de que Allah nos prohíba
reflexionar y comprender. Todo lo contrario. El Corán está lleno de
imperativos que ordenan a los musulmanes pensar y no admitir nada
incomprensible. Pero aquí no se trata de eso. Aquí, Allah nos está hablando
de una actitud espiritual determinante del destino. Está el Kufr, que es
el rechazo
frontal a la esencia de las cosas. Está el Îmân, que es la habilidad del
corazón para penetrar en el fondo de las cosas. Y está el Nifâq, la hipocresía,
que es un sucedáneo del Îmân, que es Kufr disfrazado de Îmân.
El Nifâq es ceguera que pretende ser sabia y penetrante.
El
munâfiq, el hipócrita,
no tiene ninguna capacidad para comprender realmente. No hace sino sustituir la
realidad, y con ello se considera satisfecho. Pero con ello no abandona su
profunda insatisfacción,
no deja de estar privado
-al igual que sucede al kâfir-. Su búsqueda de conocimiento parte de su
enfermedad, y no de ninguna habilidad. Por ello, el Corán suma los hipócritas
a los ignorantes: al-ladzîna fî qulubihim márad, wa l-kâfirûn,
los que tienen en
sus corazones una enfermedad, y los kuffâr...
Citando
el número -y a cada instante a lo largo de la vida de un ser humano-, Allah guía
a quien quiere y confunde a quien quiere: kadzâlika
yudíllu llâhu man yashâ:u wa yahdî man yashâ:, así es como Allah extravía a quien
quiere y guía a quien quiere... Esta frase contundente pertenece al número de
los versículos que hablan de lo que sucede en lo más profundo de la realidad.
Constantemente, los seres humanos nos debatimos en nuestra cotidianidad creyendo
que somos libres y protagonistas de nuestras decisiones, cuando en el fondo,
siempre es Allah el que mueve todos los hilos. Él es el desencadenante de todos
los acontecimientos, pues Él es el Gáib del Gáib, lo
oculto tras lo oculto,
el verdaderamente Eficaz.
Y, así, un dato aparentemente insignificante e
inocente como el número de los ángeles que guardan el Infierno, es, en
realidad, el detonante que hace que se manifieste el Kufr, el Îmân
o el Nifâq, y el destino de cada criatura queda sellado según lo que
Allah ya sabe en la eternidad de su Ciencia. Es así (kadzâlika), de esta forma tan sutil, como Allah extravía (adalla-yudill) a quien
quiere y guía
(hadà-yahdî) a quien quiere. ¿A quién confunde Allah? ¿A quién
guía? A quien Él quiere (shâa-yashâ). Su Querer (Mashía) es libre. ¿Por qué son
diecinueve los ángeles que guardan el Infierno? Porque Él quiere. ¿Por qué
el mundo es como es? Por que Él quiere que así sea. Él no está obligado a
nada. No hay razones para Allah.
Esta reflexión -tan dura para un occidental- es,
sin embargo, la clave para una verdadera inmersión en el Tawhîd,
en el sentido de la Unidad y Unicidad de la Verdad Creadora, sin Origen para Sí,
sin motivo para Sí, Plena en Sí, absolutamente Libre en Sí. La existencia
entera no es sino respuesta a su imperativo, y su imperativo tiene una fuerza
absoluta, sin necesidad de estar justificada, porque cualquier justificación
sería una mengua. Concebir esa Inmensidad es asomarse al gran reto del Islam, y
da sentido a esa actitud que significa fluir realmente con la Verdad, y saber
que esa inmersión es la Verdad misma. El Islam no es una elección, sino la
Verdad de las cosas en la Verdad de Allah, Señor de los Mundos. Para salir del
nudo que atraganta al hombre hay que realizar un profundo acto de Islam, en
consonancia con la realidad, que es devenir en Manos de Quien hace ser las cosas
sin que nada lo condicione. Esta es la clave del muwáhhid, el unitario.
El muwáhhid no tiene más dios que su Señor, y sabe que su Señor
no tiene nada por encima, que ninguna ley lo rige, que no rinde cunetas ante
nada ni ante nadie, y por ello mismo Él es la Razón de todo y nada es razón
de Él. Superar la necesidad de que Allah se justifique es avanzar por la
Libertad del creador y eliminar los últimos dioses que atan al hombre a sí
mismo.
Profundizar en lo dicho es aceptar el gran reto del
Islam que significa romper con todas las conveniencias para afrontar a Allah,
Creador y Configurador Libre de lo que somos y de cada uno de nuestros
instantes. Así nos sumergimos en la Verdad que no depende de nosotros, ni de
nuestros juicios ni de nuestras valoraciones, y vemos que todo es Mashía,
el Querer Insondable
del Uno Trascendente.
Este
poderoso versículo acaba con dos frases igualmente sugerentes: wa mâ yá‘lamu
ÿunûda rábbika illâ hu,
no conoce los ejércitos de tu Señor más que Él...
Todo está al servicio de Allah, todo cumple con su Querer, todo se mueve para
que tenga realización lo que Él decreta en el Gáib del Gáib,
en lo oculto de lo oculto. Todas las criaturas son ŷunûd (ejércitos)
de Allah... Y sólo Él los conoce
(‘álima-yá‘lam), sólo Él sabe cuáles son sus claves. Se
refiere, sin duda, concretamente a los ángeles, y a todos los moradores del Gáib,
lo invisible,
pero es transpolable a todas las criaturas y a sus secretos. Tu Señor (Rabb), es decir, la Verdad que te rige y
rige el universo entero, tiene sometido a su designio todo lo que existe, y
todo, por tanto, está a su servicio, sometido a su voluntad en lo más profundo
de su ser, lo sepa o no lo sepa, lo haga advertidamente o sin darse cuenta, pues
no hay más realidad que el Poder que gobierna la existencia.
La última frase del versículo es la siguiente: wa mâ hiya illâ dzikrà lil-báshar, no se trata más que de un Recuerdo para los seres humanos. Todo lo dicho es un recordatorio (dzikrà) que tal vez sirva para despertar la memoria de los seres humanos (báshar). Quiere decir que todo lo dicho es sabido por el hombre en lo más íntimo de su ser, pero el velo de la agitación, la angustia y el vértigo de la existencia le impide recordarlo. Al-Walîd estuvo a un paso: oyó el Corán y su corazón se resintió, pero en lugar de seguir lo que le decía su voz interna, opto por aferrarse a sus seguridades creadas en torno a un mundo destinado a desaparecer y dejarlo a solas, desarmado, ante su Creador.