EL WAHHÂBISMO

        El wahhâbismo es una interpretación anormal del Islam surgida a mediados del siglo pasado en Arabia. Fue fundada por Muhammad ibn ‘Abd al-Wahhâb, que pertenecía a una notable familia de la región del Naÿd en el centro de la península.

Ibn ‘Abd al-Wahhâb, personaje de formación escasa y enfermizo, aprovechó el carácter seco y rudo de los beduinos -acostumbrados a asaltar caravanas- para difundir su doctrina, teóricamente basada en las enseñanzas del Imâm Ahmad ibn Hánbal (radiallâhu ‘anhu) pero que en el fondo no son sino una perversión.

 

Pretendía una reforma del Islam que lo devolviera a su simplicidad original, noble intención que sin embargo degeneró en una versión personal, mezquina y pobre de los grandes principios del Islam. Su éxito lo debió a su alianza con la familia Saûd, destinada a conquistar Arabia, asegurando así un carácter ‘oficial’ a unas doctrinas anómalas que hubieran pasado desapercibidas de no ser por esa coincidencia.

 

El wahhâbismo fue aprovechado después por los ingleses para enfrentar entre sí a los musulmanes. Tras haberlo intentado en vano en la India y en Irán (con el qadianismo y el bahaismo), descubrieron en el wahhâbismo la posibilidad de dividir a los musulmanes en ‘buenos’ y ‘malos’ y dejarlos que se enfrenten entre ellos. El wahhâbismo, en su aspecto más radical, condena a todos los que no se adhieren a las enseñanzas de Ibn ‘Abd al-Wahhâb, siendo fermento de una discordia de la que sacaría provecho Gran Bretaña.

 

En la actualidad, y gracias al petróleo, que ha enriquecido a los beduinos, el wahhâbismo -autoproclamado como Islam ortodoxo-  se ha infiltrado en los movimientos islámicos (especialmente en los de tendencia salafí) y ha ‘colonizado’ gran parte del mundo musulmán, imponiendo una interpretación aberrante del Islam que lo convierte en una maquinaria para llevar a cabo ejecuciones, recluir a la mujer, condenar a los musulmanes y poco más, todo ello en nombre de la 'aplicación' de la Sharî'a cuando, en el fondo, no se trata más que de intolerancia y mediocridad. Si en Arabia, ello es matizado por la riqueza y la relativa cultura de los árabes, en otros lugares, pobres y analfabetos, el wahhâbismo hace estragos. Es un arma terriblemente peligrosa entre los ignorantes, porque promueve un fanatismo de consecuencias dramáticas. En especial los países musulmanes más pobres (Pakistán, Afganistán,  Bangla Desh) son víctimas de la presencia del wahhâbismo, que deforma de tal manera las enseñanzas del Islam y desarraiga tanto a los musulmanes, que los convierte en monstruos. El wahhâbismo era lo único que faltaba en regiones donde la situación es ya de sí dramática.

 

Es muy importante no confundir el Islam con el wahhâbismo. La inmensa mayoría de los musulmanes nada tiene que ver con esa ‘ideología’ que rompe lazos y destruye los logros del Islam. Sólo su apabullante presencia da la impresión de una hegemonía que tiene los pies de barro. Lo lamentable es la consecuencia empobrecedora que amenaza el desarrollo normal del Islam y lo margina en el mundo. Las autoridades saudíes debieran ser conscientes de ello y romper sus lazos con los representantes de semejante barbarie.