PROGRESO Y AJIRA

 

El concepto de que existen “mundos” estratificados según su grado de civilización -presentados al gran público con el nombre de “primer mundo” y “tercer mundo”- está basado a su vez en otro concepto –el de una “humanidad en continuo progreso”.

 

Si dirigimos nuestra atención, aunque tan sólo sea por un instante, al término “progreso”, enseguida veremos que se trata de una petición de principio. Inicialmente se enuncia como un término general que no necesita ser definido, para finalmente hacerlo coincidir con nuestros intereses ideológicos. Nadie hoy, si se le preguntara, pondría en duda el hecho incuestionable de que esta manoseada palabra tiene una acepción positiva, y ello porque de nuevo se trata de una petición de principio –para que la evolución en continuo progreso adquiera un valor positivo tendrá que dirigirse hacia unos objetivos asimismo positivos. Sin embargo nunca se definen estos objetivos de forma clara y simplemente pasan a formar parte de un silogismo en el que ninguna de sus partes ha sido demostrada:

 

Todo lo que me aporta bienestar es progreso.

La televisión me aporta bienestar,

por lo tanto la televisión es progreso.

 

En este silogismo el término “bienestar” y el término “televisión” son intercambiables –podríamos substituirlo por otros: Placer, felicidad, sensación de poder… internet, videos, Facebook…

 

No obstante, pongamos el término que pongamos, el silogismo da por sentado que todo el mundo tiene el mismo concepto de “bienestar”, “placer”, “civilización”… Sin embargo, no puede haber consenso en la idea de que el bienestar o el placer sean conceptos con valor positivo. Alguien (por ejemplo los Profetas y los Creyentes) podría preferir cumplir con la tarea que se le ha encomendado, aunque ello le reportara enormes molestias y sufrimiento, a llevar una vida sumergida en la comodidad y el lujo. Hay gente que prefiere sacrificar la diversión y el entretenimiento y dedicar su tiempo y su energía al estudio y la investigación, no como un medio de vida, sino como un medio de adquirir conocimiento y comprensión de la existencia.

 

Escudriñemos, pues, estos conceptos y veamos si realmente hacen referencia a valores y fines positivos. El silogismo que acabamos de enunciar difiere grandemente de lo que nosotros postulamos como base de nuestro razonamiento y que es el siguiente -la condición para aceptar con un mínimo de lógica que existe progreso como un medio de avanzar hacia una vida superior, es eliminar el concepto de Ájira y, por lo tanto, de una vida plenamente consciente después de la muerte. Si este es el caso, entonces parece más que razonable que intentemos construir el Paraíso en el planeta Tierra (espacio) y en el tiempo que se le haya dado a este Universo para existir (in certitud).

 

Por otra parte, si aceptamos que hay Ájira, no cabrá ya seguir hablando de progreso, pues este concepto implica un exhaustivo esfuerzo para tratar de conseguir una constante prolongación de la vida humana; una medicina tecnológica y farmacológica, cuyo objetivo sea impedir a toda costa que el paciente muera sin importar en qué estado siga viviendo, y un continuo control y dominio sobre la Tierra y el espacio interestelar. En otras palabras -inmortalidad y un reino infinito. Exactamente lo que Shaytán prometió a Adam a cambio de que éste le siguiera y se convirtiera en su aliado. Para justificar nuestra adherencia a la rebeldía de nuestro primer padre, a su desobediencia a las órdenes del Creador, intentamos demostrarle a Allah que todo lo hacemos con la mejor intención, que sólo queremos “mejorar este mundo”, y que somos capaces de lograrlo si nos da el tiempo suficiente para ello; y aquí, por supuesto, “tiempo suficiente” significa “inmortalidad”. Y de la misma forma argumentamos que con el pleno desarrollo de las capacidades humanas, se podría establecer un sistema social en el que se erradicara la pobreza y se estableciera la hermandad universal; un sistema en el que el rico compartiese su riqueza con los menos favorecidos, y el fuerte ofreciera su apoyo al más débil.

 

Sin embargo, si hacemos gala de un mínimo de honestidad, inmediatamente caeremos en la cuenta de que esos ideales parecen morar en un lugar inaccesible para el hombre, de que esos ideales nunca podrán descender y esparcirse por este planeta nuestro. Y esa es la razón por la cual Allah el Altísimo nos advierte repetidamente en el Qur-an que no hay inmortalidad ni vuelta a la Tierra después de la muerte, ya que esto de ninguna forma resolvería el problema. Por muchos años que pudiéramos vivir en este mundo, y por muchas veces que pudiéramos resucitar de las tumbas, volveríamos a repetir los mismos errores, sin que de ninguna de las formas pudiéramos impedir la degeneración (ley de entropía) individual, social y religiosa. Y ello porque la vida en este mundo está sujeta a tal cantidad de factores y fuerzas que cuando intentamos manipularlos, la nueva situación resultante es caos y destrucción. Es cierto que los lobbies judíos (liderados por Einstein) lograron convencer a Harry S. Truman para que lanzara la bomba atómica sobre Japón, demostrando al mundo el poder de la tecnología y de que Shaytán estaba en lo cierto cuando nos sugirió que con nuestra capacidades cognoscitivas y su ayuda podríamos alcanzar la inmortalidad y el total dominio del universo. Sin embargo, el resultado final fue que cientos de miles de seres humanos perdieron la vida de la forma más inhumana. La cobardía que anidaba en los corazones de los soldados americanos les hizo abandonar la lucha civilizada (en la que los factores actuantes son el coraje, la astucia, la resistencia y el honor) por la destrucción masiva e indiscriminada. Por otra parte, la hipócrita y cínica justificación de aquel acto criminal arguyendo que gracias a ello se cerró definitivamente el capítulo bélico de la II guerra mundial, no explica por qué era preferible que ganara la guerra los Estados Unidos y no Japón. A nivel de civilización, de refinamiento y de valores éticos, Japón era, e incluso lo es hoy, muy superior a la estúpida y frívola sociedad americana.

 

Todo ello nos lleva a concluir que la vida en este mundo no tiene ningún sentido en sí misma, precisamente porque existe la muerte, y este hecho elimina cualquier posibilidad de dotarla de sentido utilizando cualquiera de los elementos que nos ofrece la existencia (familia, riqueza, poder, fama…). Si nada de eso puede durar eternamente, no tiene sentido luchar para conseguirlo. Más aún, la incapacidad humana para entender los factores y fuerzas que rigen el Universo, le lleva una y otra vez a resultados inesperados y frustrantes –nuestro hijo es un drogadicto, la fama nos ha llevado a traicionar nuestros ideales, la riqueza y la ambición han devorado nuestra creencia…  Esta vida no tiene otro sentido que el de ser el preludio de la Última, del Ájira.

 

Para entender la relación dunia-Ájira tomemos el ejemplo del cine. El papel que los diferentes actores tendrán en la película no tiene nada que ver con el dinero que recibirán por su trabajo. El papel de uno de ellos podría ser el de un hombre muy pobre que apenas puede mantener a su familia; pero el dinero que reciba no dependerá de su papel sino de la maestría con la que lo ejecute, de modo que otro de los actores con el papel de un hombre rico dueño de una inmensa fortuna podría cobrar mucho menos dinero por su inferior calidad artística. Ello significa que en el Ájira podríamos encontrarnos con un premio Nobel en astrofísica viviendo en una destartalada casa de “madera” en medio del Fuego, y con un humilde campesino viviendo en una magnífica mansión construida con oro, plata y piedras preciosas en algún lugar del Paraíso. ¿Cuál es la razón que anida detrás de esta aparente injusta y contradictoria situación? Precisamente la de que no hay progreso y la calidad de una persona no depende de su estándar de vida. Es cierto que cada día aparecen nuevos y más sofisticados coches, y lo mismo podemos decir de los aviones, trenes o teléfonos celulares. Sin embargo, lo que vemos a nuestro alrededor y por doquier es un continuo crecimiento del egoísmo, de la crueldad, del individualismo y de la hipocresía entre los hombres, y ello en relación directa con las sociedades del llamado “primer mundo”. Si aterrizásemos en paracaídas en medio de Nueva York, muy probablemente acabaríamos nuestros días durmiendo en la calle (como uno más de los 40 millones de norteamericanos que carecen de hogar) y recogiendo basuras. Nadie nos ofrecería su ayuda, ni siquiera su compañía. Estaríamos solos y abandonados en el centro de la “civilización más avanzada”. Pero no creo que fuese esa nuestra situación si aterrizásemos en cualquiera de los países que los habitantes de Nueva York califican de “tercer mundo”. Vemos que no hay relación alguna entre lo que llamamos progreso y los maravillosos ideales que parece implicar. De hecho lo que promueve son los valores opuestos –cuanto más tecnológica es una sociedad, más egoísmo y crueldad encontramos entre sus individuos.

 

Por el contrario, los más elevados ideales son una realidad inmediata en la vida del Ájira –en ella se gozará de una efectiva inmortalidad, de paz, de hermandad sin el menor rastro de hipocresía. Todo tipo de alimentos estarán a nuestro alcance sin que necesitemos para ello realizar el más mínimo esfuerzo, y serán tan deliciosos que las más exuberantes frutas y verduras de este mundo nos parecerán asemejarse pobremente a aquellas. No habrá allí enfermedades, ni opresión, ni tiranía, ni divorcios, ni ansiedad. El espacio en el que ese Paraíso habrá sido construido no tendrá fin, lo que nos permitirá viajar por él disfrutando en cada momento de nuevos paisajes, nuevos colores y nuevas sensaciones. Todo aquello que deseemos se materializará al instante ante nuestros ojos. Entonces si vivir en este Paraíso es una de las posibilidades que se abre ante nuestro destino post-mortem, qué sentido tiene luchar desesperadamente para vivir todas esas maravillas en esta vida. Más aún, si pudiéramos construir ese Paraíso en la Tierra, el Ájira carecería de sentido, sería una mera e innecesaria copia.

 

Sin embargo, hay dos factores fundamentales que justifican la existencia del Ájira. En primer lugar, las leyes que rigen este mundo excluyen la posibilidad de establecer en él un Paraíso como el del Ájira; y en segunda lugar, y más importante aún, nuestra posición en el Ájira (Paraíso o Fuego) no la decidirá las Naciones Unidas ni alguna asociación protectora de animales, sino Allah el Altísimo sin más consideración que nuestro imán y nuestras obras de rectitud (de la misma forma que los actores recibirán su paga según la calidad de su trabajo artístico y no según el papel que les haya tocado representar).

 

Dirijamos ahora nuestra atención hacia algunos de los países que simbolizan para la mayor parte de la gente el progreso, la evolución y el “primer mundo” –Estados Unidos, Alemania y Suecia. Numerosos Musulmanes hoy, convencidos (aunque sin ningún tipo de análisis) de pertenecer al “tercer mundo” arriesgan sus vidas o sufren lo indescriptible tratando de llegar a alguno de esos paraísos terrenales. ¿Será acaso que en ellos la gente ha dejado de morir? ¿O será que la gente en los Estados Unidos vive más años que en Siria o Egipto? Quizás la enfermedad haya sido erradicada de sus sociedades. O quizás ya no necesiten trabajar para comprar comida o gasolina. A lo mejor han dejado de pagar impuestos que permitan que sus gobernantes vivían en la opulencia. ¿O es que han dejado de mandar a sus hijos a luchar en guerras injustificables a miles de kilómetros de sus hogares para morir en los campos de batalla? ¿Acaso no es cierto que Suecia hace décadas que mantiene el mayor índice de suicidios del mundo? ¿Se deberá este vergonzoso hecho a la tremenda felicidad en la que viven sus ciudadanos? Quizás sea esa felicidad la causa de que millones de norteamericanos tengan una cita mensual con el psiquiatra, y de que cada año mueran más de diez mil jovencitas de anorexia. ¿Acaso no leemos cada día cómo crecen vertiginosamente los casos de Alzheimer en Estados Unidos, en Alemania, en Suecia y en el resto de países que se autodenominan “primer mundo”? ¿Acaso no es en Suecia donde se han creado nuevas empresas que proveen por una buena suma de dinero a los solitarios ejecutivos señoritas que les hacen la comida, comen con ellos y les preguntan por su rutina diaria como una forma de evitar que estos caigan en la más absoluta depresión, lo que repercutiría fatalmente en su rendimiento laboral? Podríamos seguir ad infinitum relatando las características de estas sociedades, su verdadera realidad; pero incluso este breve repaso es suficiente para entender su inexistente parecido con el Paraíso. Es cierto que habrá quien diga (especialmente los musulmanes) que el desequilibrio psicológico que observamos en las sociedades occidentales es el resultado de vivir a tan alto nivel, donde las capacidades humanas más elevadas pueden desarrollarse reflejando cumbres que los habitantes del “tercer mundo” ni siquiera pueden imaginar que existan, y por ello es natural que una gente que ha llegado a tal grado de civilización necesite de ayuda psiquiátrica para mantener su equilibrio emocional.

 

Los musulmanes darían cualquier cosa con tal de poder decir a un amigo que acaba de llamarles para tomar un café que no puede aceptar la invitación pues tiene a las cinco una cita con el psiquiatra, y por la noche asistirán a un concierto de música clásica acompañados del primer secretario de la embajada danesa. Hay quien se siente muy orgulloso de su hijo:

-Está haciendo un master en microbiología en Houston.

 

-¿Hace la salah? –podría alguien preguntar. ¿Lee el Qur-an cada día y se detiene a veces para llorar de emoción y suplicar a su Creador: “Oh Allah, enséñame a comprender Tu Grandeza”?

 

-Por supuesto que no. Acaba de ser nominado para el premio Nobel de Biología. Bailará con la reina de Suecia durante la ceremonia. Mi querido amigo, el mundo gira, avanza inexorable hacia un luminoso mañana.

 

De lo que toda esta gente no se da cuenta es que muy probablemente disfrutarán de sus civilizadas actividades en la casa del astrofísico.

 

Los hay que insisten en decir, contra toda evidencia, que la construcción del Paraíso en la Tierra es una mera cuestión de tiempo; que dentro de 300 años el hombre vivirá al menos 1000 años, que habrá medicinas efectivas para cada enfermedad, y que podremos viajar por el espacio interestelar, pasando cada año nuestras vacaciones en una galaxia diferente; no necesitaremos trabajar más de media hora y habrá además… Esas son las quimeras que los científicos judíos, sus filósofos e ideólogos llevan siglos prometiendo a los indefensos cristianos (carecen del verdadero Libro) y a los incrédulos musulmanes (no leen el verdadero Libro). Pero la realidad es que las guerras son cada vez más destructivas, involucrando en ellas a la población civil, devastando las ciudades y los campos; cada día aparecen nuevas enfermedades y epidemias; el agua y la comida escasean en muchos lugares del planeta, y en muy pocos países se puede beber agua directamente del grifo sin que haya sido tratada químicamente (Siria es uno de ellos). Incluso si aceptásemos (aun sin tener base para ello) que todas esas maravillas podrían convertirse en realidad en 200 ó 300 años, es obvio que no estaremos aquí para verlas ni podremos disfrutar de ellas.

 

Esta es la estrategia (Marxismo, la revolución industrial y tecnológica) que los judíos han estado usando para convertir la historia en un dios (básicamente lo que propuso Hegel) ante cuyo altar sacrificar nuestras vidas, nuestra energía, nuestro conocimiento. Quizás muramos en la más absoluta miseria y soledad, pero en nuestros ojos, antes de cerrarse definitivamente, se reflejará la refrescante imagen de un paradisíaco mundo en el que vivirán felices las futuras generaciones. Esta infame estrategia, esta sublimación contra natura está colapsando en las sociedades occidentales, como ya colapsó en los países comunistas hace unas décadas. Este derrumbe es inevitable porque la gente quiere ser feliz ahora, en su mundo y en su tiempo, o en el prometido al-Ájira.

 

Si existe “el progreso”, cada generación desde Adam hasta hoy ha vivido en un continuo desengaño. Todas ellas han desarrollado su existencia en sociedades carentes de electricidad, de teléfono, de internet, de aviones… Y de la misma manera, nuestra generación no verá las maravillas tecnológicas que quedan por llegar. Sin embargo, no es eso lo que provoca en nosotros la sensación de fracaso. La amargura que asola el corazón de los moribundos es la de haber malgastado sus vidas corriendo sin aliento tras esos paraísos, para luego descubrir, una vez en sus manos, que no eran sino meros espejismos. ¡En verdad que las promesas del Shaytán no son sino engaños!

 

¿Por qué entonces seguimos mintiéndonos y mintiendo a nuestros semejantes propagando por doquier los engaños del Enemigo? La gente está tan apegada a la vida terrenal, al cuerpo como su única realidad tangible, a los pequeños placeres que de vez en cuando recibe, que lo último que desean es morir. ¡Hay que vivir como sea, a toda costa, a cualquier precio! El Shaytán les ha inducido a creer que no hay más vida que ésta en la que vivimos ahora, y que es posible si seguimos sus pasos alcanzar la inmortalidad y el poder absoluto sobre el Universo. El imán de los creyentes es tan débil hoy que prefieren luchar incansablemente para construir en este mundo el Paraíso, en vez de trabajar para ganarlo en la Otra Vida, en el Ájira.

Una vez eliminado el concepto de “divinidad”, resulta imperativo desarrollar el concepto de “humanismo” –concepto que sitúa al ser humano en la cima de la escala existencial e intenta convencernos de que el hombre tiene suficiente capacidad para resolver todos los problemas en esta tierra, con tal de que se le dé un tiempo ilimitado para ello. Tal realización siempre ocurre en el futuro, de modo que la posibilidad real de que ocurra nunca se puede comprobar ni poner en entredicho.

 

La idea que subyace en el humanismo es la de que el Creador del Universo no es completamente consciente de lo que realmente necesitamos o queremos. A veces muestra una inaceptable crueldad, devastando países enteros, permitiendo guerras fratricidas, cuando nosotros sabemos mejor como manejar los asuntos terrenales. En realidad es el propio Creador con Sus terribles decisiones el que nos impide construir el Paraíso en este mundo. Por ello, si logramos hacernos con el poder, si nos desligamos del Cielo, podremos implementar nuestro propio sistema y construir un mundo maravilloso y feliz.

No deja de ser paradójico que este discurso haya estado siempre abanderado por los que no creen en el Ájira ni en la existencia de un Dios actuante, presente y sostenedor de Su Creación. Si no existe Allah, los seres humanos son los únicos responsables de esas guerras y de la injusticia y crueldad que unos imponen sobre otros. Que sepamos, no fue Allah Quien arrojó la bomba atómica sobre Japón ni el napal sobre Vietnam. A pesar de ello, son hoy los musulmanes sunníes los que con más fervor se adhieren al movimiento humanista.

 

Hemos dicho repetidamente a lo largo de este artículo que el concepto de progreso, así como el de primer mundo y tercer mundo, puede mantenerse en pie con una cierta lógica y coherencia si negamos la existencia del Ájira. Veámoslo a través de nuestra propia experiencia. Todos nosotros hemos pasado nueve meses dentro de la matriz materna. Si ese fuera a ser nuestro tiempo vital completo, no resultaría descabellado que el feto intentase alargar aquel minúsculo receptáculo, llegar a otros órganos, aprender el lenguaje de la madre o incluso controlar su cuerpo. Pero este proceder resulta inútil y aberrante si tomamos en consideración que dentro de nueve meses, menos de un año, este feto saldrá de la matriz materna convertido en bebé y podrá contemplar un mundo inimaginable desde aquel habitáculo; un mundo en el que las distancias, las formas y los elementos que lo componen no tienen relación alguna con el mundo del que acaba de llegar. Dado que existe una realidad exterior, no tiene sentido que se esfuerce en crear algo parecido en su realidad interior. Por mucho que se esfuerce, nunca podrá crear ciudades rodeadas de océanos, montañas, paisajes marinos… “Su mundo” estará siempre limitado por el tamaño de la matriz materna y por las leyes que rigen ahí dentro. Si tratase de cambiarlas, la madre moriría y al poco tiempo él correría la misma suerte. Su trabajo es tomar el alimento a través del cordón umbilical y favorecer en la medida de lo posible el trabajo de las células que afanosamente construyen su cuerpo, de modo que cuando esté en el mundo exterior no carezca de ninguna facultad que le impida disfrutar plenamente de él. De la misma manera, nuestro trabajo aquí es el de reforzar el imán y llevar una vida de rectitud de forma que lleguemos al Ájira con una cuenta que nos permita entrar en el verdadero y, desde nuestro presente, inimaginable Paraíso.

 

Miremos este asunto desde el ángulo que lo miremos, la ecuación siempre nos dará el mismo resultado –creer en el progreso significa descreer en el Ájira.

 

Si ahora volvemos al concepto de “primer mundo” y “tercer mundo”, lo primero que observamos es que esos conceptos están basados en determinados valores, y que es la aceptación de esos valores lo que nos permitirá clasificar a todos los países como pertenecientes a uno u otro mundo. Occidente ha definido estos valores y en base a ellos ha clasificado al resto de naciones. Por su parte, los musulmanes sunníes se han conformado con seguir los valores y la consiguiente clasificación de occidente, sin tan siquiera contemplar la posibilidad de que puedan existir otros valores y otra clasificación. Ello les ha llevado a admitir, no sin cierta amargura, que sus países, los países musulmanes, constituyen el corazón mismo del tercer mundo. Conscientes de la imposibilidad de alcanzar sus estándares de vida y su nivel tecnológico, han decidido emigrar a los países occidentales sin importarles demasiado el hecho de que puedan perder la vida en el camino, la vida y el poco imán que les queda. Tienen sus argumentos para una supuesta al-Ájira –“Oh mi Señor, morí ahogado en el mar en mi camino hacia la civilización, y sé que amas la civilización; sé que amas la energía atómica, los rascacielos, la homosexualidad y la democracia.”  Quizás les funcione si su ájira no es el Ájira que Allah el Altísimo nos ha prometido en el Qur-an. Pero esta, es otra historia.

 

Nuestra historia de aquí es la de que el concepto de primer y tercer mundo depende enteramente del haz de valores que adoptemos. Si asumimos que los valores que occidente ha establecido en sus sociedades son los más elevados, inevitablemente tendremos que aceptar que son los occidentales los que viven en el primer mundo y nosotros en el tercero. Pero si nos situamos al nivel de la fitra (y fitra significa iÿtihad) y no de la cultura (y cultura significa gregarismo), nos veremos obligados a analizar esos valores y ver si efectivamente son los más elevados y, por lo tanto, los que todo el mundo debería seguir.

 

Sin embargo, nuestro análisis no puede detenerse en el mero enunciado de esos valores, sino en su aplicación efectiva. No podemos decir que uno de nuestros valores es la hermandad y al mismo tiempo desarrollar un sistema social basado en la esclavitud y la discriminación racial, en el colonialismo y en la usurpación de la riqueza de “nuestros hermanos”. Si se esgrime este valor, tendremos que ver si se aplica y si forma parte del tejido social de occidente.

 

La historia de Europa comienza con las cruzadas, expediciones militares con un triple objetivo –sojuzgar a sus rebeldes hermanos, los cristianos del este (rebeldes contra Roma); borrar el Islam de la faz de la historia y de la tierra, y explotar sus tierras para beneficio de Europa (es decir, para los poderes europeos que en cada momento ostenten una mayor hegemonía). Nada más lejos, pues, del concepto de “civilización”, “libertad” y “hermandad” que los tres objetivos que lanzaron a las hordas europeas a la conquista y saqueo de Oriente Medio. A pesar de que no consiguieron ninguno de ellos, robaron algo más importante que el oro o las cosechas –una cantidad inimaginable de conocimiento referido a las ciencias, los oficios, el arte, la economía y la religión. Podemos decir, sin miedo a exagerar, que la historia de Europa se divide en dos periodos –antes (un continente sin tratados de historia, sin literatura y sin ciencia) y después de las cruzadas. Con el material que robaron (literalmente hablando en algunos casos y en otros ocultando su procedencia) de aquellas tierras (libros, manuscritos, fórmulas, ecuaciones, mapas, cartas astronómicas, principios químicos…) trataron de construir un poder cristiano-europeo, pero de nuevo sin ningún éxito ya que en el siglo XIII carecían de la base necesaria para entender todo aquel material, pues la misma intolerancia que mostraron hacia sus hermanos del este –cristianos, judíos y musulmanes (todos ellos fueron indiscriminadamente asesinados en la toma de Jerusalén)– se desparramaba por todas sus sociedades. Las ideas y teorías que no coincidían escrupulosamente con la cosmogonía vigente eran arrojadas junto con sus promulgadores a las hogueras que durante siglos iluminaron las plazas públicas de Europa. Sus cárceles estaban llenas de “herejes” que eran torturados hasta que entraban en razón (aceptaban los absurdos postulados de la Iglesia) o morían. Bastaba para ser víctima de su ignorancia y crueldad decir, por ejemplo, que era la tierra la que giraba alrededor del sol. Durante los más de 200 años que estuvieron en Bilad Sham pudieron ver sociedades extremadamente refinadas; pudieron asistir a reuniones en las que con total libertad musulmanes, cristianos y judíos discutían de asuntos relacionados con la religión al más alto nivel; vieron lo que significa limpieza cuando va asociada a la purificación. Vieron todo eso pero no pudieron aplicarlo a sus sociedades, pues Europa es una tierra estéril en la que nunca se ha revelado ningún mensaje divino, dirigida por los rebeldes judíos de quienes han tomado su insaciable deseo de poder.

 

Europa tendrá que esperar hasta el siglo XVII (1660) para poder desarrollar, con el establecimiento de la Royal Society, todo ese material científico robado a Oriente Medio y que ahora empezaba a ser más que revelador. Y no sólo los europeos han trabajado arduamente para ocultar la verdadera procedencia de ese inmenso conocimiento, también los musulmanes sunnís se han esforzado en velar el Islam como la auténtica fuente del conocimiento occidental.

 

Cien años después del establecimiento de la Royal Society, comienza en Europa la Revolución industrial. Podemos leer miles de artículos sobre ese periodo “crucial” en la historia de occidente; podemos leer cientos de libros, cientos de ensayos al respecto, pero la realidad simple y llana es que esa revolución supuso el comienzo de la substitución del sistema divino por el sistema humano (dictado por Shaytán a sus aliados, especialmente a los judíos). A partir de este momento, todo, absolutamente todo, deberá estar supeditado a la producción y al desarrollo de una tecnología que la favorezca. Ni que decir tiene que en ese “todo” entrarán las teorías sociológicas que justifiquen la creación de un nuevo prototipo de ser humano –el esclavo urbano, atado a su máquina hasta la muerte.

 

La industrialización y la consiguiente mecanización de los procesos de producción generarán enormes beneficios a los nuevos lobbies económicos. Varios factores lo harán posible –una mano de obra esclavizada y casi gratuita (plusvalía), y unas materias primas robadas a sus dueños (África, Asia y América Latina) a través del colonialismo.

 

Este nuevo sistema de súper-producción se encontrará al cabo de un tiempo con un problema que se convertirá en crónico –los excedentes. En el sistema divino todo está ideado para que haya un perfecto equilibrio entre los elementos de la creación. Si aumentamos unos o disminuimos otros, ese equilibrio se romperá con el inevitable conflicto social o el deterioro del medio en el que vivimos. Por ello, la súper-producción mecanizada genera enormes excedentes de mercaderías que deben salir de los almacenes a cualquier precio. Este insidioso fenómeno dará lugar a un sistema publicitario que promueva un nuevo acontecimiento social –la moda. La gente dejará de comprar lo que necesita para lanzarse a un consumo incontrolado que de salida a los excedentes. El esclavo urbano no sólo estará ahora obligado a trabajar, sino también a consumir, de modo que su salario vuelva mensualmente a las manos de los grandes empresarios en forma de “compras”.

 

Al mismo tiempo, el exceso de comida debido a la mecanización del campo, no será enviado a aquellos lugares en los que pudiera ser necesario, sino destruido para evitar una drástica bajada de precios y, por lo tanto, una disminución del beneficio de las grandes empresas alimenticias.

 

El colonialismo europeo urbanizará África construyendo grandes ciudades que actuarán como agujeros negros atrayendo hacia ellas a los campesinos que abandonarán sus tierras para trabajar en fábricas como ya antes lo habían hecho los europeos (el mismo proceso –concentración masiva en unas cuantas ciudades, principalmente en la capital, con el consiguiente despoblamiento del campo). Se les proveerá con comida enlatada y una tecnología obsoleta a cambio de seguir extrayendo –con la propia mano de obra africana– las inmensas riquezas del continente negro. La misma estrategia se irá implantando en el resto del mundo, Asia y América del Sur. De esta forma, Europa ira amasando enormes fortunas, lo que le permitirá establecer un sistema bancario crediticio a través del cual, literalmente hablando, “comprar” el resto del mundo. Turquía logró subsistir como país independiente después de la I guerra mundial manteniendo parte de su territorio, pero a mediados del siglo XX había adquirido tal cantidad de créditos a la banca inglesa (eufemismo de banca judía), que la casi totalidad de su presupuesto anual iba destinada a pagar los intereses.

 

Ya no habrá elección posible. El mundo ha sido dividido drásticamente en dos bloques –el bloque de los países que forman el primer mundo, el mundo industrializado, el mundo de la súper-producción; y el bloque de los países no industrializados que serán todos ellos reunidos y arrojados a un mismo saco –el tercer mundo.

 

A partir de este momento, la forma de vida de las sociedades occidentales, las más industrializadas, pasará a ser el modelo a seguir por el resto de las sociedades del mundo. La máquina de vapor, el tren, los barcos de acero, los laboratorios, los coches, los aviones… y otros muchos artilugios tecnológicos (todos ellos basados en el fuego, sustancia de la que están hechos los ÿins) bastarán como argumento. Las otras voces, las provenientes del tercer mundo, serán acalladas por un sistema cada vez más sofisticado de comunicación de masas que será controlado por las mismas manos que controlan la tecnología y la súper-producción. La historia será rescrita, la geografía modificada y el sistema divino substituido por el sistema “laico”, un sistema en el que todos los elementos de una sociedad dada deberán supeditar sus intereses a los intereses de la súper-producción. Al mismo tiempo que los rostros de los esclavos urbanos se cubren del hollín de las fábricas, se construyen elegantes clubs privados para la nueva elite judía, la elite que controla la banca y las grandes empresas; se construyen lujosas mansiones lejos del bullicio callejero de la chusma urbana; la policía, de facto, trabaja para ellos, está a su servicio, y los estados –los nuevos dioses laicos– generan las leyes necesarias para que el sistema de súper-producción pueda seguir desarrollándose, creciendo, desparramando sus tentáculos por la tierra y el espacio interestelar. Frente a esta imagen, tan mágica como la de los bastones de los magos de Firaún, unos campesinos detienen su labor para hacer el salat del dzuhur en medio de los fértiles campos del tercer mundo.

 

Al mismo tiempo que los tentáculos de la súper-producción van estrangulando a la pequeña empresa artesanal, los tentáculos de la súper-distribución van asfixiando al pequeño comercio y a la venta ambulante. Las grandes superficies de venta y los Mall serán los encargados de vender toda la producción. Los estados crearán las leyes necesarias para que este imperialismo interno sea legal.

 

Por otra parte, Hollywood jugará un papel fundamental a la hora de establecer y legalizar el sistema de súper-producción, quizás el elemento más influyente de cuantos ha ido creando la maquinaria de la comunicación de masas. A través de sus producciones, el horror de las masacres colonialistas europeas se transformará en admiración por tan heroicas expediciones cuyo único fin será el de civilizar al resto de las naciones. El adulterio, la homosexualidad, las drogas, el sexo libre… no sólo dejarán de ser vistos como abominables vicios, sino que además pasarán a formar parte de las preciadas virtudes. Practicarlas será la mejor forma de ejercer la libertad con la que cada ser humano nace. La creencia, el recato, la modestia en el vestir, el uso de la tecnología reducido a la mínima expresión… todo ello será visto como un ataque a la civilización y, por lo tanto, se convertirá en delito a través del concepto “terrorismo”.

 

Podemos entender que el sistema de súper-producción intente por todos los medios a su alcance dominar el universo entero. Es el sistema que el Shaytán estableció desde el principio para dirigir a la humanidad a la perdición haciéndole tomar los medios por fines. Pero lo que resulta más difícil de entender es cómo los musulmanes lo aceptan, lo siguen y lo declaran el sistema bendecido por Allah el Altísimo. La respuesta a tan paradójica situación se encuentra en la siguiente aleya del Qur-an:

 

Allah es el Protector de los creyentes; los saca de las tinieblas y los lleva a la luz. Pero los protectores de los encubridores son los taghut; los sacan de la luz y los llevan a las tinieblas; ésos son los que serán arrojados al Fuego; en él permanecerán para siempre.

Qur-an 2:257

 

Los hitos de la historia son en realidad pruebas de Allah, tornados con los que Allah separa el grano de la paja. Cuando las aguas están tranquilas, no sabemos lo que esconden en su interior. Pero cuando se agitan, aparece la suciedad que había en ellas en forma de espuma que se va quedando agarrada a las rocas o a los troncos que pudiera haber en el río. Allah el Altísimo hace constantemente limpieza de las sociedades humanas dejando al descubierto la verdadera intención y la verdadera creencia de sus individuos. En esta aleya se nos dice que el Protector de los creyentes es Allah y que Allah los saca de las tinieblas a la luz. En un principio no parece lógico que los creyentes estén en las tinieblas, pero hay muchos casos en los que es así. A muchos europeos y americanos, después de vivir años en el error y en la más absoluta negligencia, Allah el Altísimo los saca de esa oscuridad y los conduce a la luz, al Islam. Vivían en la ignorancia, despreocupados de Ájirah, pero el imán que anidaba en sus corazones les hizo vibrar cuando escucharon la Verdad. Otros, en cambio, estaban en la luz y su encubrimiento (kufur) les hizo caer en las tinieblas. Tampoco esta aparente paradoja debería sorprendernos. Muchos musulmanes han nacido en la luz del Islam, han crecido en las mezquitas y en las madrasas de shari’a, pero en un momento determinado de sus vidas han tomado a los taghut como Protectores y Allah el Altísimo los ha llevado de la luz a las tinieblas. Para ellos, Allah el Altísimo es el Todopoderoso en cuanto que personaje que aparece en los Libros Revelados, o como materia de discusión filosófica; pero es occidente a quien realmente adoran y en él buscan protección y guía.

 

La mil-lah judía ha intentado desde los tiempos de Musa eliminar la relación entre el Cielo y la Tierra. Querían reyes, no Profetas; de la misma forma que ahora enarbolan los derechos humanos en detrimento de la Ley de Allah. Quieren cerrar las iglesias (prácticamente lo han conseguido), las sinagogas (en la mayoría de los casos convertidas en museos) y las mezquitas, y substituirlas por nuevos templos en los que se pueda adorar al becerro, bailar y cantar en una atmósfera de sensualidad. Templos que ofrezcan créditos a pagar con elevados intereses; sedes de organizaciones políticas, económicas y sociales que en cada momento decidan los valores a seguir y produzcan las leyes que hagan haram lo que Allah ha hecho halal, y halal lo que Allah ha hecho haram. Casi toda la comida en occidente está cocinada a base de carne de cerdo; el alcohol se vende y se consume por doquier; las prostitutas gozan de su tarjeta de la seguridad social y los homosexuales pueden casarse y adoptar hijos. Los más famosos y distinguidos centros urbanos de occidente son de hecho gigantescos casinos –Las Vegas, Reno, Montecarlo… Es a ese mundo al que hoy emigran los musulmanes. Es el mundo en el que se han dibujado las más obscenas y blasfematorias caricaturas para tratar de ridiculizar y denigrar al Profeta Muhammad (s.a.s), el mejor hombre de la humanidad, incluso según sus estándares. Los musulmanes arguyen que eso lo hizo un hombre, un danés depravado. Pero ellos saben que no es cierto –toda Europa lo aceptó y lo defendió, y no hubo una sola voz que denunciara tan aberrante actuación. Lo llamaron “libertad de expresión”, pero hay gente en las cárceles europeas por haber denunciado con documentos históricos la falsedad del holocausto judío. Sin embargo, los musulmanes no ven ningún problema en ello, han sacrificado su honor, el honor de pertenecer a la umma de Muhammad (s.a.s), por los artilugios tecnológicos. Han emigrado a ese mundo en el que cada día sale un tipo a la calle con un rifle y comienza a disparar a discreción contra la gente. De nuevo los musulmanes arguyen que en los Estados Unidos hay 300 millones de personas y es normal que de vez en cuando surjan individuos con trastornos síquicos. Sí, es cierto, pero ¿por qué esa locura emana siempre de los países “civilizados” y nunca de los países del tercer mundo?  La masacre de Waco (Texas, 1993) en la que perecieron más de 100 personas (la mayoría de ellos eran mujeres y niños) a manos de los agentes federales del gobierno norteamericano cerraba el mandato de Bill Clinton, un hombre civilizado del primer mundo que dio la orden de arrasar el recinto en el que vivían decenas de familia pertenecientes al grupo religioso “Branch Davidian”. Dieciocho años después seguimos sin saber cuál fue el crimen que cometieron.  

 

El sistema de súper-producción, gracias a las leyes dictadas por los estados, irá absorbiendo, como si de un agujero negro se tratase, todas las fuerzas y medios productivos. Nada quedara fuera de la visión del ojo metafísico del dólar. A través de los sistemas informáticos, a cada habitante del planeta se le abrirá un dosier conteniendo todos los datos y apreciaciones que puedan, en un momento dado, ser de interés para el estado. A donde quiera que vaya, estará localizado. Todas sus conexiones, relaciones y amistades serán registradas y analizadas cuidadosamente. Sus conversaciones serán gravadas ilegalmente pero con permiso judicial (el tercer poder que pretende ser independiente). Sus afiliaciones políticas y religiosas estarán bajo una estricta observación.

 

A pesar de haber declarado Allah la guerra a la usura (a los intereses de bancos y prestamistas) en favor del comercio, los musulmanes son los que hoy con más fervor se adhieren al sistema bancario. Algunos ni siquiera tratan de justificar el uso de tarjetas de crédito, de préstamos y de todos los productos que los bancos ofrecen a sus clientes. Son musulmanes que siguen la mil-lah judía y por ello han separado de forma tajante los Cielos y la Tierra –“Lo que hagamos en este mundo es nuestro asunto y en el Ájira será otra historia”. Los hay, en cambio, que prefieren mostrar un rostro más ortodoxo y hablan de “bancos islámicos”, sin intereses. Así hablan pero, en realidad, no saben lo que dicen. ¿Cómo las sedes de esos bancos islámicos ocupan los más lujosos edificios y sus empleados cobran elevados salarios? ¿De dónde sale el dinero para pagar todo eso? Estos musulmanes han aprendido de los judíos el poder del lenguaje, de los eufemismos, y así utilizan la expresión “comisión legal” en vez de “intereses”.  Pero la realidad de hoy en el mundo es que cada día miles de personas pierden sus casas o sus negocios porque después de haber pagado a los bancos sus respectivas cuotas mensuales durante años, sus ingresos han disminuido a causa de las crisis económicas que periódicamente asolan occidente, y no pueden hacer frente a los pagos restantes.

 

¿Cómo ha podido mantenerse este sistema de súper-producción, un sistema que ha ido devorando los valores que emanan de la fitra y de una forma de vida basada en la adoración a Allah el Altísimo? ¿Cómo el vicio ha podido substituir a la virtud? La respuesta, de nuevo, la encontramos en el Qur-an. En el nafs hay elementos venenosos que tienden a satisfacer sus más bajos deseos provenientes del tiempo y de la psicología de los bashar –los antecesores del insán. En nuestra nafs quedan todavía muchos elementos casi animales que nos inducen al crimen, al robo, a la usurpación y a la crueldad. Son elementos de nuestra naturaleza pasada. La psicología del bashar –en ese sentido muy parecida a la del animal- tendía a satisfacer sus deseos en la más apremiante inmediatez. No había lugar para la reflexión ni para la paciencia. Si quería una mujer, la robaba a su tribu; y si ésta se oponía, había lucha. Si deseaba cazar en un territorio determinado, lo tomaba y lo hacía suyo aunque allí estuviera asentado otro pueblo. No había en el bashar ninguna conexión con lo divino y su organización social y “espiritual” estaba regida por un sistema chamánico (relación con los espíritus –yins- e injerencia de drogas naturales). Este sistema y esta estructura psicológica han pasado en parte al insán y se han manifestado de forma más patente en los Bani Israil y en los diferentes pueblos e individuos que han seguido su mil-lah. Por ello, hay una afinidad genética, pero también una afinidad psicológica. Puedo no ser judío en cuanto a mi ADN, pero lo soy de facto en cuanto a mis pulsiones psicológicas. Lo que los judíos proponen hoy con su sistema de súper-producción es lo mismo que le propusieron a Musa hace miles de años: “Constrúyenos dioses de piedra, dioses de madera, que no puedan vigilarnos, que estén muertos, de forma que podamos vivir como más nos plazca.” Dioses de barro, fabricados, que no interfieran en nuestras maldades, en la construcción de nuestro paraíso terrenal. Secretamente, la mayor parte de los nafs asienten en su interior con tan seductor proyecto.

 

No es fácil establecer una sociedad basada en la mil-lah de Ibrahim, en la sunna profética y en la Ley de Allah el Altísimo. Ello exige un gran sacrificio y un alto nivel de consciencia –una elite espiritual (política, económica e intelectual). Sin embargo, una vez establecida, es relativamente fácil destruirla, corromperla –dando el poder a las masas. La ecuación siempre funciona –si la mayoría quiere el paraíso en esta vida y en esta tierra y prefiere el vicio a la virtud, es evidente que si logramos establecer un sistema político basado en la decisión de esta mayoría (democracia), nos será fácil establecer la mil-lah chamánica, la mil-lah satánica en las sociedades en las que se vaya implantando el sistema de súper-producción que a su vez producirá todo tipo de artilugios tecnológicos que esas masas consumirán originándose en ellas la sensación de estar ya en el paraíso. El resto de las sociedades no industrializadas y por lo tanto fuera del sistema de súper-producción, verán con rabiosa envidia a sus hermanos del “primer mundo” disfrutar de suculentos paraísos tecnológicos en los que todos los vicios están permitidos. La ecuación sigue funcionando –si adquirimos el mismo sistema político (democracia), económico (súper-producción) y social (libertad para el vicio), llegaremos al mismo nivel paradisiaco que nuestros hermanos del primer mundo. La estrategia a seguir parece clara –revolución, muerte a los Profetas y ocultación del Sistema Divino. Pero antes de llevar a cabo tan aberrante plan, es preciso plantar en las sociedades del “tercer mundo” el concepto de la “eficacia” –todo aquello que favorece el desarrollo del sistema de súper-producción, es bueno; y todo aquello que lo obstaculiza, es malo. En esta ecuación, “bueno” es entendido en su valor absoluto –lo que se oponga a ese “bueno” deberá ser aniquilado. De esta forma, la eficacia productiva se convierte en el dios que hay que engordar y ante quien habrá que sacrificar la fitra, el Ájira y la virtud. El que una sociedad carezca de alta tecnología bastará como argumento para denigrarla y colonizarla. Es importante notar que el protestantismo ha jugado un papel decisivo a la hora de implantar y transportar el concepto de “eficacia” en las sociedades del norte de Europa –vehículo que los judíos han utilizado con este fin. Las sociedades católicas, en cambio, han sido mucho más reacias a la hora de establecer el sistema de súper-producción.

 

Una vez establecido el sistema de súper-producción sostenido por la democracia como sistema político y la más absoluta permisibilidad social hacia el vicio (el cambio de sexo y el travestismo no sólo es aceptado socialmente, sino promovido), resulta imprescindible generar en estas sociedades la idea de que la religión se mantiene incólume en ellas. Tan sólo se ha colocado en su lugar –“al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.” De esta forma nace el laicismo como un perfecto equilibrio entre el Cielo y la Tierra. El absurdo, sin embargo, no puede ser mayor. ¿Acaso puede haber algo en un reino que sea independiente del rey? Sus leyes forman el tejido mismo de la sociedad. ¡Cómo, pues, se puede separar al rey de su sociedad! ¿Acaso Allah el Altísimo ha creado este universo para después retirarse a algún lugar metafísico en el que dormitar eternamente? El laicismo es una de las mayores aberraciones intelectuales y espirituales de las muchas que ha segregado el hombre a lo largo de su historia. Pero la mayoría de los nafs, lideradas por los judíos, quiere dioses de barro, quiere separar el Cielo de la Tierra, prefiere escuchar a los parlamentarios antes que leer el Qur-an.

 

Los judíos, al menos sus elites, saben que es imposible y contra natura construir el Paraíso en esta tierra, pero necesitan que la gente lo crea para seguir manteniendo y reforzando el sistema de súper-producción, de la súper tecnología. Si los individuos de sus sociedades cayesen en la cuenta de que el nivel tecnológico no tiene nada que ver con el nivel de civilización alcanzado por un pueblo, su mundo se derrumbaría ipso facto, pues ¿qué es Europa o los Estados Unidos sin tecnología? Lo que siempre ha sido –el bastión de la ignorancia y la tiranía. ¿Acaso habría alguien dispuesto a arriesgar su vida por llegar a Alemania o a Suecia si en estos países no hubiera tecnología? Obviamente no. Sin embargo, la idea de que existe una relación directa entre tecnología y civilización es parte de la magia que los magos de Firaún proyectan sobre el ignorante hombre de hoy. ¿Acaso los estudiantes de las más “prestigiosas” universidades del mundo no siguen estudiando a Platón, a Aristóteles, a Tales, a Arquímedes, a Ibn Rush, a Nietzsche, a Descartes, a Demócrito… como la base de todo conocimiento científico y filosófico? ¿Y acaso no vivieron todos ellos en un tiempo en el que no había electricidad, ni teléfono, ni internet, ni teléfonos celulares? ¿Hay un solo musulmán que crea que un imam de hoy podría hacer callar a al-Ghazali, o un profesor de filosofía de Harvard a Sócrates o a Platón? ¿Hay un solo escritor de hoy que se sienta superior a Homero, a Virgilio, a Dante, a Ibn Hazam? Todo ello nos muestra que no existe la más mínima relación entre tecnología y civilización; entre tecnología y el desarrollo de las capacidades humanas. ¿Cómo si no los Libros Divinos, que representan la más alta expresión de la Verdad y del Conocimiento, habrían sido revelados hace miles de años (el último, el Qur-an, hace 1400 años)? ¿No sería lógico que fuese ahora, cuando el hombre tecnológico y civilizado ha alcanzado las más altas cimas de desarrollo, cuando se le entregasen esos libros? No, no sería lógico, pues el hombre de hoy no podría comprender una sola página.

 

¿Cuáles entonces son los valores divinos, los valores que deben prevalecer en todas las sociedades humanas?

 

-Frente a la súper-producción, las súper cosechas y la producción artesanal de los oficios.

 

-Frente al sistema democrático de masas, el sistema de poder absoluto custodiado por la elite espiritual (política, económica e intelectual).

 

-Frente a los transportes rápidos y supersónicos fabricados por el hombre y basados en el fuego (la substancia de la que están creados los yins), los transportes lentos creados por Allah el Altísimo que no alteran el funcionamiento celular del cuerpo humano. Los transportes rápidos o supersónicos son uno de los factores de la incomunicación en la que vive el hombre de hoy. Entre Madrid y Pekín hay decenas de países, de lenguas, de costumbres… hay una riqueza humana indescriptible, pero todo ello desaparece cuando montamos en el avión. Ese recorrido, que de forma natural nos llevaría dos años de viaje a caballo o en camello, lo hacemos ahora con los vehículos supersónicos en 12 ó 14 horas. Los musulmanes, como niños con un juguete nuevo, dicen que eso es el progreso –es decir, no saber nada, no entender nada, no ver nada, sólo cielo y nubes. Estos arguyen que no tenemos tiempo para viajar en caballo o en camello. Subo al avión en París y aterrizo seis horas más tarde en Moscú, despacho mis asuntos y vuelvo a París dos ó tres días más tarde ¡La gran civilización! No se dan cuenta que esa forma de vida les ha sido impuesta por el sistema de súper-producción. En este sistema no hay tiempo para conocer, para relacionarse con el medio y con nuestros semejantes. Todo debe supeditarse a la súper-producción, a la eficacia, y para ello debemos convertirnos en robots con un mecanismo electrónico en vez del Fuad.

 

-Frente a la soledad y el individualismo de las sociedades occidentales, la vecindad, la vida familiar y la hermandad de los creyentes.

 

-Frente a la pérdida de tiempo que supone pasar horas viendo televisión, “navegando” (eufemismo de absoluta inmovilidad) en el internet o Facebook y malgastando nuestra vida en cafeterías, discos y pubs de moda, el estudio y la adoración (el recuerdo que es lo que nos saca de la inconsciencia).

 

Que nadie se engañe ni engañe a otros haciéndoles creer que es posible un compromiso entre ambos mundos, entre ambos sistemas –la súper-producción exige laicismo, exige democracia y vicio.

Siria o Alemania.

La elección es nuestra.

 

ABU BAKR GALLEGO