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¿Qué quedaría hoy de
la influencia mundial de Estados Unidos
si ese país no contara con los yihadistas como tropa
de refuerzo?
Hace 15 años, el 11 de septiembre de
2001, hacia las 10 de la mañana, Richard Clarke, entonces
coordinador nacional para la seguridad, la protección de la
infraestructura y el contraterrorismo, activaba el «Plan de
Continuidad del Gobierno» [1].
Según Richard Clarke, se trataba así de responder a la situación
excepcional creada por 2 aviones que se habían estrellado contra
las Torres Gemelas del World Trade Center, en Nueva York, y por
un tercer avión que se había estrellado contra el Pentágono.
Pero el «Plan de Continuidad del
Gobierno» había sido concebido como respuesta a la
destrucción de las instituciones democráticas provocada,
por ejemplo, por un ataque nuclear. Nunca estuvo previsto
activarlo en una situación en la que el presidente y el
vicepresidente de Estados Unidos así como los presidentes de la
Cámara de Representantes y el Senado estuviesen vivos y
en condiciones de seguir ejerciendo sus funciones.
La activación de ese plan puso las
responsabilidades del presidente de los Estados Unidos en manos
de una autoridad militar alternativa con base en Mount Weather [2].
Esa autoridad militar sólo devolvió las prerrogativas
presidenciales al presidente George W. Bush Jr, al final de
aquel día. La identidad de los miembros de esa autoridad y las
decisiones que tomaron durante aquellas horas siguen en secreto.
Dado el hecho que, el 11 de septiembre
de 2001, el presidente estadounidense se vio privado de las
prerrogativas inherentes a su cargo durante unas 10 horas,
en violación de la Constitución de los Estados Unidos,
es técnicamente exacto hablar de «golpe de Estado».
Por supuesto, el uso de esa expresión puede resultar chocante,
porque estamos hablando de Estados Unidos, porque el hecho
se produjo en circunstancias excepcionales, porque la autoridad
militar nunca reivindicó el hecho y porque finalmente devolvió
el poder al presidente constitucional. A pesar de todo eso,
el hecho es que se trató, stricto sensu, ni más ni menos
que de un «golpe de Estado».
En un libro célebre, publicado en
1968, reeditado y convertido en lectura obligada de los
neoconservadores durante la campaña electoral del año 2000,
el historiador Edward Luttwak explicaba que un golpe de Estado
verdaderamente exitoso es aquel cuya existencia nadie percibe,
ya que al no percibirlo nadie tratará de oponerse a él [3].
Seis meses después de aquellos hechos,
publiqué un libro sobre las consecuencias políticas de aquel
día [4].
Los medios de prensa solamente hablaron de los cuatro primeros
capítulos, en los que demostraba que la versión oficial no podía
ser cierta. Fui muy criticado por no proponer mi propia versión
de aquel día, pero no tengo tal versión y hoy en día sigo
abrigando al respecto más preguntas que respuestas.
En todo caso, los 15 años
transcurridos nos aclaran lo sucedido aquel día.
Desde el 11 de septiembre de
2001,
el Estado federal se halla
al margen de la Constitución
En primer lugar, aunque la aplicación
de algunas de sus disposiciones fueron brevemente suspendidas
en 2015, Estados Unidos sigue viviendo actualmente bajo los
términos de la USA Patriot Act. Adoptado apresuradamente,
45 días después del golpe de Estado, ese texto constituye una
respuesta al terrorismo. Dado su volumen, sería más adecuado
hablar de un código antiterrorista que de una simple ley.
Se trata, en realidad, de un texto preparado por la
Federalist Society durante los 2 años anteriores a los
hechos del 11 de septiembre. Sólo 4 parlamentarios se opusieron
a su adopción.
La USA Patriot Act, o Acta
Patriótica, suspende las limitaciones que la Constitución de los
Estados Unidos podría imponer a las iniciativas del Estado
federal en materia de lucha contra el terrorismo. Esas
limitaciones están formuladas en la «Carta de Derechos»,
o sea en las 10 primeras enmiendas de la Constitución y
su suspensión corresponde al principio del estado de emergencia
permanente. El Estado federal puede entonces practicar
la tortura fuera de su territorio y espiar masivamente a su
población. Al cabo de 15 años de aplicación de tales prácticas
ya no es técnicamente posible que Estados Unidos pretenda
presentarse como un «Estado de derecho».
Para aplicar el Acta Patriótica,
el Estado federal comenzó por crear un nuevo ministerio: el
Departamento de Seguridad de la Patria (United States
Department of Homeland Security). El nombre real de este
ministerio estadounidense resulta tan chocante que en el mundo
entero lo traducen como «Seguridad Interna» o «Seguridad
Nacional», lo cual es falso.
Posteriormente, el Estado federal se
dotó de un conjunto de cuerpos de policía política que, según un
amplio estudio del Washington Post empleaban en 2010
al menos 850 000 nuevos funcionarios para espiar a 315 millones
de habitantes [5].
La gran innovación institucional de
ese periodo es la relectura de la separación de poderes. Hasta
entonces se consideraba, según la concepción de Montesquieu, que
la separación de poderes permitía mantener un equilibrio entre
el Poder Ejecutivo, el Poder Legislativo y el Poder Judicial,
equilibrio indispensable para el buen funcionamiento y
la preservación de la democracia. Estados Unidos podía
enorgullecerse de ser el único país del mundo que aplicaba
estrictamente el principio de separación de poderes.
Actualmente, por el contrario, la separación de poderes
significa que el Poder Legislativo y el Poder Judicial ya
no tienen posibilidad de control sobre los actos del Ejecutivo.
Es incluso en virtud de esta nueva interpretación que
el Congreso estadounidense no fue autorizado a debatir
las condiciones del golpe de Estado del 11 de septiembre
de 2001.
Contrariamente a lo que escribí
en 2002, los Estados de Europa Occidental se resistieron a esa
evolución. No fue hasta hace un año y medio que Francia cedió y
adoptó el principio del Estado de emergencia permanente, a raíz
de la masacre perpetrada en las oficinas del semanario satírico
Charlie-Hebdo. Esa mutación interna viene acompañada de
un cambio radical en materia de política exterior.
Desde el 11 de septiembre
de 2001,
el Estado federal estadounidense,
al margen de la Constitución,
ha saqueado el Gran Medio Oriente
En los días posteriores a los hechos
del 11 de septiembre de 2001, George W. Bush –quien ya había
recuperado sus prerrogativas presidenciales en la noche del 11
de septiembre– declaró a la prensa: «Esta cruzada, esta
cruzada contra el terrorismo, llevará tiempo» [6].
Aunque se excusó después por haberse expresado en esos términos,
la selección de las palabras que utilizó en su declaración
indicaba que el enemigo decía actuar en nombre del islam y que
la guerra sería larga.
En efecto, por primera vez en su
historia, Estados Unidos está en guerra ininterrumpidamente
desde hace 15 años. Ese país definió su Estrategia Contra el
Terrorismo [7],
estrategia que la Unión Europea no tardó en copiar [8].
Si las sucesivas administraciones
estadounidenses han presentado esa guerra como una persecución
de Afganistán a Irak, de Irak hacia África, Pakistán y Filipinas
y luego hacia Libia y Siria, el general estadounidense Wesley
Clark, ex Comandante Supremo de la OTAN, confirmó, por el
contrario, la existencia de un plan a largo plazo. El 11 de
septiembre de 2001, los autores del golpe de Estado decidieron
cambiar todos los gobiernos amigos existentes en el «Medio
Oriente ampliado», o Gran Medio Oriente, y hacer la guerra a
los 7 gobiernos que oponían resistencia en esa región.
El presidente Bush Jr. tomó nota de esa orden, 4 días después,
durante una reunión organizada en Camp David. Hoy es evidente
que ese programa se puso en aplicación y que aún está en marcha.
Estos cambios de regímenes amigos
mediante revoluciones de colores y las guerras desatadas contra
los regímenes que resistían al dictado estadounidense no tenían
como objetivo la conquista de esos países en el sentido imperial
clásico –en definitiva, Washington ya tenía a esos aliados
bajo control– sino saquearlos. En esta región del mundo,
sobre todo en el Levante, la explotación de esos países no sólo
encontraba la resistencia de las poblaciones sino que existía un
obstáculo adicional: la presencia de una extraordinaria cantidad
de ruinas de civilizaciones antiguas. O sea, no sería posible
saquearla a fondo sin enfrentar la crítica de los defensores de
ese patrimonio histórico de la humanidad.
Según el presidente Bush Jr., los
atentados del 11 de septiembre de 2001 fueron perpetrados por
al Qaeda, lo cual justificaba el ataque contra Afganistán mucho
mejor que la ruptura –en julio de 2001– de las negociaciones
petroleras con los talibanes. La teoría de Bush fue desarrollada
por su secretario de Estado, el general Colin Powell, quien
prometió presentar al Consejo de Seguridad de la ONU un informe
sobre ese tema. Pero no sólo Estados Unidos nunca encontró
tiempo –en 15 años– para redactar ese informe sino que el pasado
4 de junio el ministro ruso de Relaciones Exteriores reveló que
su homólogo estadounidense John Kerry le pidió que Rusia
no atacara a al Qaeda –aliado de Estados Unidos– en Siria,
revelación extremadamente sorprendente que la parte
estadounidense nunca desmintió.
Al principio, el Estado federal
estadounidense al margen de la Constitución prosiguió adelante
con su plan, mintiendo descaradamente al mundo entero. Después
de prometer un informe sobre el papel de Afganistán en los
hechos del 11 de septiembre, Colin Powell mintió una y otra vez
ante el Consejo de Seguridad de la ONU en un largo discurso
destinado a vincular el gobierno de Irak con aquellos atentados
y a acusarlo de querer prolongar la masacre utilizando armas de
destrucción masiva [9].
El Estado federal liquidó en días la
mayor parte del ejército iraquí, saqueó los 7 principales museos
de Irak y quemó la Biblioteca Nacional [10].
Puso en el poder una Autoridad Provisional de la Coalición, que
no era un órgano de la coalición de países participantes en la
invasión de Irak sino una empresa privada, al estilo de la
siniestra Compañía de Indias y perteneciente fundamentalmente a
Kissinger Associates [11].
Durante todo un año esa compañía saqueó todo lo que se podía
saquear en Irak. Finalmente entregó el poder a un gobierno
títere iraquí, pero antes le hizo firmar un documento
comprometiéndose a que nunca exigiría reparaciones de guerra y
que no modificaría –durante un siglo– las leyes comerciales
draconianas redactadas por la Autoridad Provisional.
En 15 años, Estados Unidos sacrificó
más de 10 000 estadounidenses, mientras que la guerra dejaba más
de 2 millones de muertos en el «Medio Oriente ampliado» [12].
Para acabar con aquellos que designa como sus enemigos,
Estados Unidos ha gastado más 3500 millardos [13]
de dólares [14].
Y hoy anuncia que la masacre y el derroche de fondos van a
continuar.
Extrañamente, ese derroche de miles de
millardos de dólares no ha debilitado económicamente a
Estados Unidos. Se trataba de una inversión que permitió a ese
país saquear toda una región geográfica del mundo, apoderándose
de sumas muy superiores.
Contrariamente a la retórica del 11 de
septiembre, la retórica de la guerra contra el terrorismo es
lógica. Se basa en una gran cantidad de mentiras presentadas
como hechos comprobados. Por ejemplo, la filiación entre el
Emirato Islámico (Daesh) y al-Qaeda se explica recurriendo a la
personalidad de Abu Mussab al-Zarkaui, personaje al que el
general Colin Powell dedicó buena parte de su discurso ante el
Consejo de Seguridad de la ONU. El problema es que el propio
Powell reconoció posteriormente haber mentido descaradamente en
el aquel discurso y es imposible verificar ni el menor elemento
de la biografía de al-Zarkaui según la CIA.
Si se admite que al-Qaeda es la
continuación de la Legión Árabe de Osama ben Laden, creada como
tropa mercenaria de la OTAN durante las guerras
contra Yugoslavia [15]
y contra Libia, también hay que admitir que al-Qaeda en Irak,
convertido en Emirato Islámico en Irak y posteriormente en Daesh,
es la continuación de esa organización yihadista.
Dado el hecho que, a la luz del
derecho internacional, el saqueo y la destrucción del patrimonio
histórico son ilegales, el Estado federal estadounidense
al margen de la Constitución de Estados Unidos comenzó poniendo
el trabajo sucio en manos de ejércitos privados, como Blackwater [16].
Pero su responsabilidad seguía siendo demasiado visible [17].
Asi que decidió confiar el trabajo sucio a su nuevo brazo
armado: los yihadistas. A partir de ese momento, el saqueo del
petróleo –que en definitiva se consume en Occidente–
es imputable a esos extremistas y la destrucción del patrimonio
histórico se atribuye al fanatismo religioso de estos.
Para entender la colaboración entre
la OTAN y los yihadistas, tenemos que preguntarnos que sería hoy
de la influencia de Estados Unidos si no existieran estos
yihadistas. El mundo sería multipolar y Washington habría
cerrado la mayor parte de sus bases militares a través del
mundo. Estados Unidos sería una potencia más.
Esta colaboración entre la OTAN y los
yihadistas resulta chocante incluso a numerosos altos
responsables estadounidenses, como el general Carter Ham,
comandante del AfriCom, quien se negó en 2011 a trabajar con al-Qaeda
y tuvo que renunciar al mando de la agresión contra Libia. Otro
de esos responsables, el general Michael T. Flynn, director de
la Defense Intelligence Agency, se negó a otorgar su aval a la
creación del Emirato Islámico y fue obligado a dimitir [18].
Más recientemente, la colaboración CIA-yihadistas se convirtió
en tema de la campaña electoral por la presidencia de
Estados Unidos: de un lado, Hillary Clinton, miembro de The Family,
la secta de los jefes de estado mayor [19];
del otro lado, Donald Trump, quien cuenta entre sus consejeros
al ya mencionado general Michael T. Flynn y 88 oficiales
superiores [20].
Al igual que en tiempos de la guerra
fría, cuando Washington controlaba a sus aliados europeos
a través del Gladio, o «los ejércitos secretos de la OTAN» [21],
hoy en día Estados Unidos controla el Medio Oriente ampliado,
el Cáucaso, el valle de Ferghana y hasta la región de Xinjiang
a través del «Gladio B» [22].
Quince años más tarde, las
consecuencias del golpe de Estado del 11 de septiembre no son
obra de los musulmanes, ni del pueblo estadounidense sino de
quienes lo perpetraron y de sus aliados. Son ellos quienes
convirtieron la tortura en una simple herramienta, generalizaron
las ejecuciones extrajudiciales perpetradas ahora en cualquier
lugar del mundo, debilitaron la ONU, masacraron más de
2 millones de personas, saquearon y destruyeron Afganistán,
Irak, Libia y gran parte de Siria.
[1]
Against All Enemies, Inside America’s War on Terror,
Richard Clarke, Free Press, 2004, Ver el primer capítulo,
titulado «Evacuate the White House».
[2]
A Pretext for War, James Bamford, Anchor Books, 2004, ver
el capítulo 4, titulado «Site R».
[3]
Coup d’État: A Practical Handbook, Edward Luttwak, Allen
Lane, 1968. Junto a Richard Perle, Peter Wilson y Paul
Wolfowitz, Edward Luttwak era uno de los «Cuatro mosqueteros»
de Dean Acheson.
[4]
La grand impostura, Thierry Meyssan, La Esfera, 2002.
[5]
Top Secret America: The Rise of the New American Security
State, Dana Priest y William M. Arkin, Little, Brown and
Company, 2011.
[6]
«A
Fight vs. Evil, Bush and Cabinet Tell U.S.», Kenneth R.
Bazinet, Daily News, 17 de septiembre de 2001.
[7]
National Strategy for Combating Terrorism, The White
House, febrero de 2003.
[8]
Una Europa segura en un mundo mejor – Estrategia Europea de
Seguridad, Javier Solana, Consejo Europeo, 12 de
diciembre de 2003.
[9]
“Colin
Powell Speech at the UN Security Council”, Colin L. Powell,
Voltaire Network, 11 February 2003.
[10]
«Discours
du directeur général de l’Unesco», Koichiro Matsuura, 6 de
junio de 2003, Réseau Voltaire, 6 de junio de 2003.
[11]
The Coalition Provisional Authority (CPA): Origin,
Characteristics, and Institutional Authorities,
Congressional Research Service, L. Elaine Halchin, April 29,
2004.
[12]
Body Count, Casualty Figures after 10 Years of the “War on
Terror”, Physicians for Social Responsibility (PSR),
marzo de 2015.
[13]
1 millardo = 1 000 millones
[14]
The Three Trillion Dollar War, Joseph Stiglitz y Linda
Bilmes, W. W. Norton, 2008.
[15]
Wie der Dschihad nach Europa Kam, Jürgen Elsässer, NP
Verlag, 2005. Existe una edición francesa titulada Comment le
Djihad est arrivé en Europe [En español, “Cómo llegó la
yihad a Europa”], Xenia, 2006.
[16]
Blackwater: The Rise of the World’s Most Powerful Mercenary
Army, Jeremy Scahill, Avalon Publishing Group/Nation Books,
2007.
[17]
The Powers of War and Peace: The Constitution and Foreign
Affairs after 9 11, War by Other Means: An Insider’s Account
of the War on Terror, John Yoo, University Of Chicago Press,
Atlantic Monthly Press, 2006.
[18]
DIA Declassified Report on ISIS, August 12, 2012.
[19]
The Family: The Secret Fundamentalism at the Heart of
American Power, Jeff Sharlet, Harper, 2008.
[20]
“Open
Letter From Military Leaders Supporting Donald Trump”,
Voltaire Network, 9 September 2016.
[21]
Nato’s Secret Armies: Operation Gladio and Terrorism in
Western Europe, Daniele Ganser, Frank Cass, 2004. Edición
francesa, Les Armées Secrètes de l’OTAN: Réseaux Stay Behind,
Opération Gladio et Terrorisme en Europe, Éditions Demi-Lune,
2007. El lector hispanohablante puede encontrar ese libro,
traducido al español y publicado por capítulos en nuestro sitio
web consultando
este vínculo.
[22]
Classified Woman, The Sibel Edmonds Story: A Memoir,
Sibel D. Edmonds, SE 2012.