Después de los atentados del 11 de
septiembre de 2001 vinieron, simultáneamente, un estado de
emergencia permanente y una serie de guerras. Como escribí en
aquel momento, la teoría según la cual todo fue concebido y
organizado por un puñado de yihadistas desde una cueva
en Afganistán no resiste el más mínimo análisis. Todo hace
pensar, por el contrario, que los atentados del 11 de septiembre
fueron organizados por una facción del complejo militaro-industrial.
De ser cierto este análisis, los
subsiguientes sucesos sólo podían conducir a la represión en
Estados Unidos y en los países aliados de esta potencia.
Quince años después, la herida que
abrí en aquel momento sigue sin cerrarse, incluso se abrió aún
más a raíz de nuevos acontecimientos. Al Acta Patriótica
y las guerras por el petróleo se sumaron las «primaveras
árabes». La mayoría de la población estadounidense no sólo
ha dejado de creer en lo que le dice su gobierno desde el 11 de
septiembre de 2001 sino que, al votar por Donald Trump, acaba de
expresar su rechazo al Sistema posterior al 11 de septiembre.
Resulta que yo abrí el debate mundial
sobre los atentados del 11 de septiembre, que fui miembro del
último gobierno de la Yamahiriya Árabe Libia y que tengo la
oportunidad de relatar –desde el lugar de los hechos– lo que
está sucediendo en la guerra contra Siria. Al principio, la
administración estadounidense creyó que podía detener el
incendio acusándome de escribir cualquier cosa por dinero y
atacándome donde duele, o sea el portamonedas. Pero mis ideas
han seguido extendiéndose.
En octubre de 2004, cuando 100
personalidades estadounidenses firmaron una petición reclamando
que se reabriera la investigación sobre los atentados del 11
de septiembre, Washington empezó a inquietarse [1].
En 2005, reuní en Bruselas más de 150 personalidades del mundo
entero –entre las que se hallaban invitados sirios y rusos, como
el general Leonid Ivashov, ex jefe del Estado Mayor de las
fuerzas armadas de la Federación Rusa– para denunciar a
los neoconservadores mostrando que el problema estaba alcanzado
proporciones globales [2].
Bajo el mandato de Jacques Chirac, los
servicios de la presidencia de la República Francesa
se preocuparon por mi seguridad. Pero en 2007, la administración
Bush solicitó mi eliminación física al nuevo presidente francés
Nicolas Sarkozy. Cuando un amigo personal, oficial y miembro del
estado mayor, me advirtió sobre la respuesta positiva de Sarkozy,
supe que no tenía más camino que el exilio. Otros amigos
–en aquel momento llevaba 13 años como secretario nacional del
Partido Radical de Izquierda– acogieron mi decisión con
incredulidad, mientras que la prensa me acusaba de paranoia.
Pero nadie vino públicamente a prestarme ayuda. Encontré refugio
en Siria y viajo por el mundo evitando cuidadosamente los
territorios de la OTAN, además de haber escapado a numerosos
intentos de asesinato o de secuestro. A lo largo de 15 años, he
abierto debates que se han generalizado. Siempre me han atacado
cuando estaba solo. Pero cuando mis ideas han encontrado eco,
han sido miles las personas que se han visto perseguidas por
haberlas compartido y desarrollado.
Fue en aquella misma época cuando Cass
Sunstein –el esposo de la embajadora de Estados Unidos en
la ONU, Samantha Power [3]–
redactó con Adrian Vermeule un trabajo, destinado a las
universidades de Chicago y Harvard, sobre cómo luchar contra las
«teorías de la conspiración» [4],
y así designan el movimiento que inicié. En nombre de la «Libertad»
ante el extremismo, los autores de aquel trabajo definen en
su texto todo un programa destinado a liquidar la oposición:
«Podemos imaginar fácilmente una
serie de respuestas posibles.
-
El gobierno puede prohibir las
teorías de la conspiración.
-
El gobierno pudiera imponer
una especie de gravamen, financiero o de otro tipo, a
quienes difundan esas teorías.
-
El gobierno pudiera implicarse
en un contra-discurso para desacreditar las teorías del
complot.
-
El gobierno pudiera
comprometer a partes privadas creíbles para que se
impliquen en un contra-discurso.
-
El gobierno pudiera implicarse
en la comunicación informal con las terceras partes y
estimularlas» [5].
La administración Obama dudó en asumir
públicamente esa opción. Pero, en abril de 2009, propuso en la
Cumbre de la OTAN organizada en Strasbourg-Kehl la creación de
un servicio de «Comunicación Estratégica». Incluso
expulsó de la Casa Blanca al célebre abogado Anthony Jones,
en 2009, por haberse expresado sin rodeos sobre ese tema [6].
El proyecto de creación del servicio
de comunicación estratégica de la OTAN estuvo engavetado hasta
que obtuvo el apoyo del gobierno letón. Y finalmente ese
servicio se instaló en Riga, bajo la dirección de Janis Karklins
–por demás responsable en la ONU de la Cumbre Mundial sobre la
Sociedad de la Información y del Foro sobre la Gobernanza
de Internet. Concebido por los británicos, ese servicio cuenta
con la participación de Alemania, Estonia, Italia, Luxemburgo,
Polonia y el Reino Unido. Al principio, se limitó a incrementar
los estudios sobre el tema.
Pero todo cambió en 2014, cuando el
think tank de la familia Khodorkovsky, el Institute of
Modern Russia (Instituto sobre la Rusia Moderna), con sede en
Nueva York, publicó un análisis de los periodistas Peter
Pomerantsev y Michael Weiss [7].
Según ese informe, Rusia ha desplegado en el exterior un vasto
sistema de propaganda. Pero, en vez de tratar de construirse una
imagen favorable –como en tiempos de la guerra fría–, Moscú ha
decidido ahora inundar Occidente con «teorías conspirativas»
para sembrar confusión. Los autores del trabajo afirman que esas
«teorías» ya no abordan solamente el tema del 11 de
septiembre sino también la cobertura periodística de la guerra
contra Siria.
En un esfuerzo por reactivar el
antisovietismo de la guerra fría, ese informe marcaba el inicio
de una inversión de valores. Hasta entonces, la clase dirigente
estadounidense sólo trataba de disimular el crimen del 11 de
septiembre atribuyéndolo a unos cuantos barbudos
sin importancia. Ahora se trata de acusar a un Estado extranjero
de ser responsable de los nuevos crímenes que Washington
ha cometido en Siria.
En septiembre de 2014, el gobierno
británico creó la 77ª Brigada: una unidad encargada de
contrarrestar la propaganda extranjera. Esa 77ª Brigada
británica se compone de 440 militares y más de un millar de
civiles provenientes del ministerio británico de Exteriores,
así como del MI6, del organismo de cooperación externa y de la Stabilisation
Unit. Y no se conocen sus objetivos. Esa brigada trabaja con la
361st Civil Affairs Brigade del Ejército de Estados Unidos, con
bases en Alemania e Italia. Ambas unidades militares estaban
siendo utilizadas para sabotear los sitios web occidentales que
tratan de dar a conocer la verdad sobre el 11 de septiembre y
sobre la guerra contra Siria.
A principios de 2015, Anne Applebaum
–esposa del ex ministro de Defensa de Polonia Radosław Sikorski–
creó en el Center for European Policy Analysis (Centro de
Análisis de la Política Europea), con sede en Washington, una
unidad designada como Information Warfare Initiative (Iniciativa
sobre la Guerra de la Información) [8].
Su objetivo inicial era contrarrestar la información rusa en el
centro y el este de Europa. La señora Applebaum puso esa
iniciativa en manos del ya mencionado Peter Pomerantsev y de
Edward Lucas, uno de los jefes de redacción de la conocida
publicación The Economist.
Aunque Pomerantsev es a la vez coautor
del informe del Institute of Modern Russia y uno de los dos
principales responsables de la Information Warfare Initiative,
ahora resulta que ya no habla del 11 de septiembre y que tampoco
considera ya la guerra contra Siria como un tema central sino
sólo como un tema recurrente que permite “percibir” la acción
del Kremlin. Este personaje concentra sus ataques sobre el canal
de televisión Russia Today y la agencia de prensa
Sputnik, dos órganos de prensa públicos rusos.
En febrero de 2015, le llega a la
Fondation Jean Jaures –think tank del Partido Socialista
francés y contacto de la National Endowment for Democracy (NED)–
su turno de publicar una Nota titulada Conspirationnisme, un
état des lieux [9].
Pasando por alto todo lo sucedido alrededor de Rusia, esa Nota
toma el debate en el punto donde lo había dejado Cass Sunstein y
propone simple y llanamente prohibir que los «conspiracionistas»
puedan expresarse. Por su parte, la ministra de Educación de
Francia organiza talleres en las escuelas para advertir a los
alumnos en contra de los «conspiracionistas».
El 19 y el 20 de marzo de 2015, el
Consejo Europeo pide a la Alta Representante de la Unión Europea
para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Federica
Mogherini, que prepare un plan de «comunicación estratégica»
para denunciar las campañas de desinformación de Rusia sobre
Ucrania. El Consejo no mencionaba ya ni el 11 de septiembre,
ni la guerra contra Siria sino que cambiaba de objetivo para
concentrarse en Ucrania
En abril de 2015, la señora Mogherini
crea un Servicio Europeo para la Acción Exterior (EEAS, siglas
en inglés) que no es otra cosa que una unidad de Comunicación
Estratégica dentro de la Unión Europea [10].
Esa estructura está bajo la dirección de un británico agente del
MI6, Giles Portman, y distribuye a numerosos periodistas
europeos, dos veces por semana, toda una argumentación que
supuestamente demostraría la mala fe de Moscú, argumentos que
posteriormente aparecen publicados en los medios de difusión
europeos.
A partir de su creación, el Centro de
Comunicación Estratégica de la OTAN se vincula a un servicio del
Atlantic Council: el Digital Forensics Research Lab. La OTAN
redacta un Manual de Comunicación Estratégica, cuyo
objetivo es coordinar y reemplazar todo el dispositivo anterior
en materia de Diplomacia Pública, de Relaciones Públicas (Public
Affairs), de Relaciones Públicas Militares, de Operaciones
sobre los Sistemas Electrónicos de Comunicación (Information
Operations) y de Operaciones Sicológicas.
Bajo la inspiración de la OTAN, Anna
Fotyga, la ex ministra de Exteriores de Polonia, ahora
convertida en eurodiputada, lleva al Parlamento Europeo una
resolución –adoptada el 23 de noviembre de 2016– sobre «la comunicación
estratégica de la Unión [Europea] tendiente a
contrarrestar la propaganda dirigida contra ella por terceros» [11].
Obsérvese que existe un nuevo desplazamiento del blanco: ya
no se trata de contrarrestar el cuestionamiento sobre el 11 de
septiembre –asunto de hace 15 años–, ni tampoco el
cuestionamiento de la guerra contra Siria sino de crear una
mescolanza entre la impugnación de los acontecimientos
en Ucrania y el discurso del Emirato Islámico (Daesh). Y
se vuelve así al punto inicial: quienes cuestionaban el 11 de
septiembre trataban, según la OTAN, de rehabilitar a al-Qaeda;
quienes le hacen el juego a Rusia tratan de destruir a
Occidente, como lo hace Daesh. Pero no importa que la OTAN esté
apoyando a al-Qaeda en el este de Alepo.
Dado a conocer el 24 de noviembre de
2016 en un sonado artículo del Washington Post [12],
un misterioso grupo llamado Propaganda or Not? ha
elaborado una lista de 200 sitios web –entre ellos
Voltairenet.org– a los que el Kremlin supuestamente ha confiado
la tarea de repercutir la propaganda rusa y confundir a la
opinión pública estadounidense hasta el extremo de llevarla a
votar por Donald Trump.
Propaganda or Not? no publica
los nombres de sus responsables, pero dice reunir en su seno a
4 organizaciones: Polygraph, The Interpreter, el Center
for European Policy Analysis y el Digital Forensic Research Lab.
Polygraph
es un sitio web de la Voice of America [13],
la radio y televisión pública de Estados Unidos bajo control de
la Broadcasting Board of Governors.
The
Interpreter es la revista del Institute of Modern Russia,
ahora difundida por la Voice of America.
El
Center for European Policy Analysis es un apéndice de la National
Endowment for Democracy (NED) dirigido por Zbigniew Brzezinski y
Madeleine Albright.
Digital
Forensic Research Lab es un programa del Atlantic Council.
En un documento divulgado por
Propaganda or Not?, esta falsa ONG nacida de varias
asociaciones financiadas por la administración Obama señala al
enemigo: Rusia. Y acusa a ese país de haber dado origen al
movimiento a favor de la verdad sobre los atentados del 11 de
septiembre y de los sitios web de apoyo a Crimea y Siria.
El 2 de diciembre de 2016, el Congreso
de Estados Unidos votó un ley que prohíbe toda cooperación
militar entre Washington y Moscú. En pocos años, la OTAN
ha reactivado el maccarthysmo.