NUESTRA MEZQUITA

ALHAMA DE CÓRDOBA

 

           El pasado domingo día tres de marzo, un grupo de mujeres musulmanas visitaron la Mezquita Alhama de Córdoba y quisieron hacer en ella aquello para lo que sirve una mezquita, recogerse ante Allah y establecer el Salât. Inmediatamente, los guardias de seguridad, cumpliendo órdenes estrictas de la Iglesia (aunque parezca mentira, la Mezquita de Córdoba, por derechos de conquista, pertenece al Vaticano) las agredieron y expulsaron de un lugar construido para lo que esas mujeres pretendían hacer. El público presente se puso, en su mayoría, del lado de las musulmanas, reaccionando contra la violencia de los celosos guardianes de los cotos de la Iglesia. Varias denuncias serán presentadas contra la administración de la mezquita, que no es la primera vez que azuza a sus empleados contra los musulmanes.

 

         Lamentablemente, la gran Mezquita de Córdoba no pertenece a los andaluces. El gran resultado de la genialidad andaluza está en manos de un Estado extranjero, que lo explota descaradamente para sacarle dinero (y mucho) a los turistas. Las musulmanas no pretendían ofender a los cristianos, no entraron en la pseudo-catedral que ocupa el centro de la Mezquita, no molestaron a los curas ni interrumpieron sus mercadurías. Simplemente, quisieron tener un momento de recogimiento en la inmensidad de la Mezquita de Córdoba, patrimonio de la humanidad. Pero la Iglesia no entiende de esas cosas, y menos cuando perturban sus intereses más mundanales.

 

         Son muchas y cada vez más frecuentes las protestas contra el modo en que es administrada la Mezquita. La manera en que la Iglesia gobierna su negocio es una auténtica y permanente ofensa contra Andalucía y contra los andaluces. Es todo un símbolo, muy presente, de lo que ha supuesto el cristianismo para esta tierra a lo largo de los últimos quinientos años.

         La mezquita de Córdoba no es un edificio sin más, no es un montón de piedras colocadas de forma bella. Es un lugar emocionante, un auténtico vórtice de energía espiritual. Es, sin duda alguna, el verdadero corazón de Andalucía: es su pulmón y sus entrañas. El día que ese corazón sea recuperado por los andaluces y vuelva a latir libremente, sin el agobio de los curas, muchas cosas cambiarán. Cuando Ignacio Olagüe intentó recomponer la historia de al-Ándalus, desmontando las versiones oficiales, se dio cuenta de que el gran testimonio de lo que fue Al-Andalus en todos sus momentos era la Mezquita Alhama. En torno a ella se forjó una civilización, una cultura extraordinaria. En torno a ella se fraguó el destino de una nación. Por ello, para vencer a Andalucía, la Iglesia mató ese corazón: tapió las puertas que lo iluminan desde el patio, oscureció el espacio interior de ese prodigio para que se asemejara a una lúgubre iglesia, y demolió todo su centro para construir una catedral mediocre en forma de cruz, destruyendo la perspectiva de la mezquita, y cubrió sus paredes de grotescas imágenes de ídolos. Pero la mezquita, con toda su fuerza, está aún ahí, bajo el cúmulo de mentiras con la que se quiere disimular su telurismo.

 

         La mezquita de Córdoba es como al-Aqsà en Jerusalem, o como la Kaaba en Meca; es el reflejo de una realidad, el signo de una historia. El día en que esos centros del Islam sean liberados, las energías que albergan volverán a dar vida a los oprimidos. La Alhama de Córdoba, al-Aqsà de Jerusalem, la Kaaba de Meca, espejos del Islam, de su dramática actualidad, acompañan a los musulmanes y a las musulmanas, son el espejo de su presente y la esperanza de su futuro.

 

         Aquí, en Andalucía, los musulmanes y los no-musulmanes, no tenemos derecho a olvidar la Alhama, no podemos renunciar a ella. Los musulmanes no podemos echarnos atrás diciendo que el Islam no es piedras o monumentos. Eso es no darse cuenta de lo que las cosas son en sus esencias, y en su esencia la Alhama es el Islam en nuestra tierra, es al-Ándalus, es Andalucía, es el recuerdo de una colonización, de un genocidio, de una expulsión. Y no es sólo un símbolo, es una verdad, es algo con fuerza: desatarla debe ser nuestro propósito para realizar la auténtica dimensión de nuestra humanidad y de nuestra dignidad. Hay que acabar con la tristeza de la Mezquita de Córdoba para que vuelva a sonreír lo que es Andalucía, para que renazca al-Ándalus.