JESÚS
NO FUE CRUCIFICADO
Algo que llama
poderosamente la atención es la negativa del Corán a aceptar que Jesús
muriera en la cruz. El Libro de los musulmanes acepta que naciera de una virgen,
pero rechaza la Pasión. No vamos a entrar aquí en seudo disquisiciones históricas
sobre lo que pudo pasarle a Jesús. No creemos que pueda saberse nada o casi
nada de la figura histórica de Jesús.
Lo que sí nos
interesa, y nos parece lo más relevante, es lo que significa y el alcance de
esta postura del Corán. Admitir la concepción milagrosa de Jesús no
representa ningún inconveniente: sería un signo más del Poder de Allah, que
no tiene que someterse a ninguna condición de las leyes que rigen la
naturaleza, que Él mismo ha creado. El mensaje que un musulmán recibe de este
hecho es que Allah no depende de nada. Él es anterior a todo y está por encima
de todo.
Al negar la crucifixión,
el Corán desmonta todo el cristianismo. Si no hubo muerte, no hubo resurrección.
Y si no hubo resurrección, no hubo redención. Ni más ni menos. Aconsejamos a
los cristianos que no crean en la crucifixión: esa creencia morbosa no es buena
para la salud.
El cristianismo gira
en torno a la noción de pecado. Todo está en función del pecado: Dios mismo
se hizo hombre para poder lavar con su sangre ese mal, que al parecer no tiene
otra forma de ser eliminado. El pecado tiene unas dimensiones metafísicas
terribles. Acompaña a la humanidad desde sus orígenes, todos nacemos
contaminados. Solo la sangre de Dios puede librarnos de ese fardo invisible. La
sangre de Dios, es decir, el sufrimiento elevado a categoría de teofanía. Al
servicio de estos dogmas incomprensibles se pone toda la parafernalia de las
escenificaciones teatrales que tienen lugar en los bautismos, las comuniones,
las misas, etc., intentando que la gente asimile lo absurdo. Por ello el
cristianismo apela tanto a la fe, que es la adhesión incondicionada a lo
irracional.
¡Claro que le
interesó al cristianismo aceptar la doctrina del libre albedrío!: gracias a
ello, el hombre es aún más culpable. Es pecador porque quiere. Así fue como
la Iglesia acentuaba el sentido de culpa entre su rebaño y potenciaba los
remordimientos. A pesar de ser libre para pecar, el hombre sin embargo no puede
purificarse por sí mismo: necesita de sacerdotes, representantes del dios
crucificado, que le perdonen. Todo esto suena muy mal. Pero ha calado muy hondo
en las conciencias, hasta el punto en que el occidental es casi incapaz de
imaginar la espiritualidad de otro modo.
Hay cristianos que se
acercan a los musulmanes y les preguntan cómo se plantea en el Islam el tema de
la salvación. “¿Y qué es la salvación?”, preguntará a su vez el musulmán.
La salvación sólo es planteable cuando el pecado es un ídolo, como sucede
entre los cristianos. En el Islam, el acento se pone en Allah, no en el pecado.
Conocer a Allah es lo que libera al ser humano. Conocerlo y abrirse al infinito
que representa. Y esa fue la enseñanza de Jesús, según los musulmanes: el Tawhîd,
la Unidad del Señor de los Mundos, es decir, la renuncia a los dioses para que
resplandezca la luz del Uno-Único, el que está por encima de todas las
consideraciones, el que es capaz de hacer que surja vida de una virgen.
Jesús, al igual que
Muhammad (s.a.s.), luchó contra los ídolos, y lo hizo entre los judíos, en un
entorno monoteísta. Y es porque los fantasmas que atormentan a los seres
humanos, los dioses que imagina, son muchos más que las representaciones que
los politeístas adoran. Y entre esos ídolos hay que contar la fijación
obsesiva en el pecado. El Islam que predicó Jesús (‘aláihi s-salâm) fue el
de todos los profetas, la búsqueda sincera de autenticidad. Y esto es lo que
los musulmanes aprecian en Jesús, y es para ellos un profeta de envergadura
colosal, sin necesidad de hacer de él un dios o el hijo de un dios, sin
necesidad de matarlo, sin necesidad de resucitarlo después para quedarse
boquiabiertos.
A la luz de todo lo anterior, debemos advertir que cuando un musulmán, utilizando lenguas occidentales, habla de “pecados”, está pensando en otra cosa. Le han dicho que los términos coránicos dzanb, játa, ma‘sía, izm,... deben traducirse por pecado, y no se da cuenta de las resonancias que este último término tiene. En el Islam se habla de las torpezas, los errores, las rebeliones, del ser humano, no de “pecados” con la carga metafísica, psicológica y mítica que tiene en el cristianismo. El Islam apela al sentido de responsabilidad del ser humano, no al sentido de culpa. Son demasiadas las diferencias como para que “pecado” sea una traducción adecuada.