EL ISH: LA REFORMA EN EL ISLAM

 

             Ish significa ‘reparación’, ‘arreglo’, ‘mejoramiento’, es el acto de hacer que algo vuelva a servir, a ser útil y provechoso recuperando su bondad original (su salâh, cuyo contrario es el fasâd, la corrupción, la degradación). En árabe moderno, el término Ish recubre la idea general de ‘reforma’.

 

         En la literatura islámica contemporánea, designa más particularmente al reformismo que apareció con la enseñanza de Yamâl ad-Dîn al-Afgâni y Muhammad ‘Abduh, en los escritos de Rashîd Rida y al-Kawâkibi, y entre los numerosos autores musulmanes inspirados por esos maestros y que, como ellos, se reclaman salafíes, es decir, fieles al mensaje original del Islam, representado por el Sálaf (nombre que engloba a las primeras generaciones, la de los Compañeros del Profeta -los Sahâba- y la de sus Continuadores inmediatos -los Tâbi‘în-). Fue un movimiento de enorme influencia y calado que ‘revitalizó’ el Islam a comienzos del siglo XX.

 

         Hay que tener muy en cuenta que la ‘Reforma’ contemporánea del Islam se produjo en medio de circunstancias especiales -en medio de la generalizada occidentalización de las élites intelectuales, con todos los complejos, conflictos y contradicciones que ello supuso- que explican la orientación que tuvo el fenómeno de ‘renovación’ del Islam y que marcan el inicio de un Islam ‘oficial’ y ‘ortodoxo’, algunas de las principales ideas subyacentes de claro origen extra-islámico.

 

         Hay que advertir de entrada que el fenómeno no tiene en absoluto nada que ver con la idea de ‘Reforma’ en términos cristianos. No se trata para nada de un cisma dentro del Islam. El Ish que tuvo lugar a finales del signo XIX y comienzos del XX fue un intento de ‘renovación’ del Islam, de una recuperación de su fuerza, motivación constante a lo largo de la historia de los musulmanes. También es importante señalar que el Islah del que vamos a hablar no está relacionado con el ‘integrismo’, aunque probablemente sí fue el primer paso para la conversión progresiva del Islam en una ‘ideología’.

 

 

         GENERALIDADES

 

         La noción de Ish, de uso amplio en la cultura islámica moderna, ocupa también un lugar destacado en el vocabulario coránico. La palabra deriva de la raíz s-l-h, de extenso campo semántico. Bajo la forma áslaha-slih, cuyo nombre de acción (másdar) es precisamente Ish, tiene las siguientes connotaciones: pactar la paz o una tregua (sulh), establecer la concordia, incitar a la reconciliación y el arreglo entre partes enfrentadas, y también realizar obras buenas (sâlihât) y practicar la virtud (el Salâh), comportarse como persona recta y espiritual (sâlih). El participio activo del verbo es slih, con el que se designa a quien realiza buenas obras (en conformidad con la virtud y la Ley revelada), se aplica a quien busca la perfección espiritual siendo un agente de concordia, a quien predica la paz y el bien común, a quien se preocupa por hacer que los hombres sean mejores.

 

         Es así como definen estos términos los reformistas musulmanes modernos que reivindican el título de muslihîn, en atención al prestigio de la palabra en el Corán. Los partidarios del Islâh sitúan su acción en la línea de los profetas-reformadores cuyas vidas son citadas a modo de ejemplo en el Libro, y más particularmente reclaman la continuidad de la misión del Profeta Sidnâ Muhammad (s.a.s.), que es el Múslih, el ‘Reformador’, por excelencia. El Ish actual hunde así sus raíces en las fuentes primeras del Islam. Efectivamente, si bien el Ish ha revestido en la época contemporánea formas concretas, la necesidad de reinstaurar el Islam cada vez que las vicisitudes del tiempo lo imponían ha sido siempre sentida por los musulmanes, por lo que la referencia al Ish es una constante a lo largo de la historia del Islam tal como fue previsto por el propio Profeta (s.a.s.).

 

 

         CONTINUIDAD HISTÓRICA DEL ISH

 

         En tanto que esfuerzo -individual o colectivo- que pretende, por una parte, definir el Islam exclusivamente en referencia a sus fuentes auténticas (el Corán y la Sunna) y, por otra parte, hacer que la vida de los musulmanes, en los aspectos personal y social, sea realmente conforme con las enseñanzas y valores del Islam, el Ish aparece como un dato permanente en la historia espiritual y cultural del Islam.

 

         La doble vertiente del Islah (la recuperación de lo auténtico del Islam y su práctica rigurosa) se justifica plenamente en el Corán. En efecto, el Islam es el contenido de la Revelación, trasmitida y explicitada por el Profeta (s.a.s.), quedando así constituidas esos dos referentes (el Corán y la Sunna), máximas y únicas autoridades a las que se debe volver constantemente. Por otro lado, esforzarse por el bien es aspirar a lo mejor (al-áslah), y consiste en restaurar los valores islámicos en la sociedad musulmana. Visto bajo este ángulo, el Ish representa -en el plano intelectual y en el de la acción- la respuesta al imperativo coránico que obliga a ‘ordenar el bien y prohibir el mal’. Esta obligación (fard, farîda) es constantemente invocada por los ‘reformadores’, y recuerdan a cada miembro de la comunidad el necesario compromiso en el reestablecimiento del bien -que incumbe con mayor grado de responsabilidad al jefe de la comunidad, el imâm-.

 

         Al igual que todos los musulmanes poseídos por el ideal de una vida conforme al máximo con el Islam y su suprema virtud (el Salâh), los reformistas se refieren con frecuencia a numerosos versículos coránicos que elogian a quienes actúan con Ish, restaurando lo bueno, reparando lo que el paso del tiempo o la mala voluntad deterioran o corrompen, estableciendo la concordia, es decir, elogiando a quienes pretenden alcanzar el Salâh. En la sura XI, en el versículo 90, Allah ordena al Profeta decir a su gente: “¡Oh, pueblo mío! Mi único deseo es haceros mejores”: hacer mejor a alguien es devolverlo al bien que hay en la voluntad de Allah al crearlo, es una restauración, una vuelta a la ‘forma’ primigenia, a la autenticidad. Ésta es la idea que está detrás de toda intención de ‘reforma’.

 

         Los muchos textos coránicos referentes a la necesidad del Ish son confirmados en un célebre hadiz que expresa la idea de que el Islam será revivificado periódicamente por personas capaces de cumplir la misión de regeneración moral, espiritual y social. Se trata del muÿáddid, el renovador, el que vuelve a hacer del Islam algo ‘nuevo’, como lo fue en sus inicios, recuperando sus valores y su empuje. Es la ‘repetición’ del momento inaugural del Islam.

 

         La comunidad musulmana ha contado siempre con hombres animados por el deseo de asumir esa misión profética del Ish.  En los comienzos de la historia del Islam y en sus desarrollos posteriores, el Islah se identificó con el servicio a la Sunna, tenida por el mejor modelo de la vida islámica a la vez que proporciona indicaciones esenciales sobre las enseñanzas primitivas y originales del Islam. En sus primeras manifestaciones, el Ish aparece como la expresión de la fidelidad total a la Tradición del Profeta. Esa fidelidad activa, y a veces militante, tomó toda su significación en la defensa de la Sunna frente a las innovaciones censurables (bid‘a-s), juzgadas incompatibles con los datos objetivos del Libro, las enseñanzas indudables del Profeta y los testimonios de las primeras generaciones (as-sálaf as-sâlih).

 

         Para los partidarios del rigor en la fidelidad al Islam original, el peligro de las bid‘as amenazaba: 1º la cosmovisión (la ‘Aqîda) sobre la que debe basar cada musulmán su certeza y su acción), por ejemplo, algunos autores consideraron bid‘as las especulaciones alimentadas por la ciencia del Kalâm, que intentan ‘racionalizar’ los contenidos teóricos del Corán y la Sunna, así como la arbitraria exégesis coránica de tendencia bâtiní (esotérica) y las tesis del chiismo extremista; 2º en el dominio de la acción espiritual (la ‘Ibâda), en el que se censuraron el ascetismo exagerado, las devociones excesivas, las prácticas sin fundamento en la Sharî‘a, etc., todas las cuales denotan, según ellos, un espíritu de exageración (gulû) contrario a la esencia de la espiritualidad islámica. Estos géneros de ‘innovaciones’ (bid‘as) eran condenables porque los reformadores veían en ellas gérmenes de desviaciones y discordias.

 

         Hay que relacionar el desarrollo histórico del Islah con las vicisitudes de la historia del Islam y su cultura. La rápida difusión del Islam entrañó una crisis de crecimiento que se plasmó en ardientes polémicas políticas y espirituales, y, además, la unificación de extensos territorios puso en contacto civilizaciones y mentalidades diversas que se fecundaron mutuamente en un intercambio apasionado de ideas y experiencias. En medio de esos fermentos, era necesario mantener la autenticidad de las enseñanzas originales, y esa será la misión que se marcarán los muslihîn, que devolvían a la comunidad lo que podía perder en el seno de la vertiginosa realidad que el Islam estimulaba. Para evitar que la diversidad acabara en dispersión se estableció como criterio reunificador el ejemplo de las primeras generaciones del Islam (el Sálaf), cuyo magisterio adquirió creciente importancia con el tiempo. Se recopiló y estudió con rigor y seriedad el legado que dejaron para que sirviera a los musulmanes de constante recordatorio de lo que debe ser una vida islámica coherente con las aspiraciones que estuvieron en los orígenes de su civilización. El Sálaf consiste en el conjunto de la primera generación (los Sahâba o Compañeros del Profeta) y la segunda generación (los Tâbi‘în, los Continuadores inmediatos y discípulos directos de los Sahâba). El Sálaf se convirtió en el ideal de la fidelidad al Profeta (s.a.s.). Con la figura de Ahmad ibn Hánbal (muerto en el año 855 de la era cristiana) se consolida definitivamente el sunnismo, lo cual no significó un empobrecimiento del Islam, sino todo lo contrario, la posibilidad de un extraordinario desarrollo sobre la base firme del conocimiento y la lealtad a las fuentes.

 

         Refutar las arbitrariedades generadas por los personalismos, luchar contra las tendencias disgregadoras, corregir las distorsiones, reconducir a los musulmanes a la pureza del Islam original y sus prácticas espirituales, eliminando añadidos, restaurar la Sunna con el estudio y la imitación de la Tradición del Profeta, estas intenciones guiaron a los numerosos reformadores que jalonaron la historia espiritual del Islam desde los comienzos mismos del sunnismo. Rashîd Ridâ señaló que, en cada generación, se encuentran hombres firmemente comprometidos en la defensa de la Sunna y la lucha contra las bid‘as; cada siglo ha dado un ‘regenerador’ (un muÿáddid), y ese autor cita los que él considera ‘reformadores’: habla del cordobés Ibn Haçm como muÿáddid del siglo V de la hégira, de Ahmad ibn Taimía como muÿáddid del siglo VII, de al-‘Asqalâni como muÿáddid del siglo IX, de ash-Shaukâni como ‘renovador’ del Islam en el Yémen en el siglo XII, etc. En realidad, todos los que supusieron una revivificación para el Islam de su tiempo pueden ser considerados ‘reformadores’ en la mejor tradición del Profeta. Todos esos personajes, entre muchísimos otros (pensemos, por ejemplo, en al-Gaçâli), y cada uno a su manera, fueron verdaderos ‘artesanos’ del Ish.

 

         Rashîd Ridâ lamenta que esos hombres excepcionales fueron generalmente ‘solitarios’ (gurabâ) en el mundo, a imagen del Islam mismo, refiriéndose al hadiz en el que el Profeta dijo: “El Islam ha nacido en la soledad y volverá a ser algo solitario, como en sus principios. Enhorabuena a los solitarios, que reformarán lo que otros corromperán después de mí”. Fueron y son solitarios en razón de su oposición al espíritu del siglo, con frecuencia opuestos a las exigencias de los poderosos, humillados por el escepticismo mundano, enfrentados a la hostilidad de los ‘ulamâ conformistas y funcionarios del orden establecido... Los reformadores han sido salvaguardadores providenciales de la Sunna en la que continúan los valores originales del Islam.

 

 

         EL ISH EN EL ISLAM MODERNO

 

         En la continuidad histórico-cultural así esquematizada, el reformismo moderno de la Salafía actual representa un momento de una excepcional fecundidad. Por la amplitud de sus primeras manifestaciones, la diversidad y envergadura de los talentos que se pusieron manos a la obra, el dinamismo de su actividad divulgadora y la relativa rapidez de su difusión, en especial en el mundo de habla árabe, el Ish constituye uno de los fenómenos más sobresalientes en la desarrollo del Islam desde finales del siglo XIX. Está conectado, y es muy importante tenerlo en cuenta para las valoraciones, con el movimiento cultural (marcadamente literario) de la Nahda, el Renacimiento, que  marcó el ‘despertar’ (¿la occidentalización?) del oriente árabe. Es decir, tanto la Nahda como el Islah tuvieron que ver con la incidencia e impacto del pensamiento y la civilización occidentales en sus colonias. Valga este apunte para recordar que, por primera vez en su historia, la preeminencia de factores externos al Islam jugó un papel determinante en su evolución.

 

         La toma de conciencia en el ‘mundo árabe’ se ha interpretado como la consecuencia directa de la acción llevada a cabo por algunas fuertes personalidades musulmanas de la segunda mitad del siglo XIX, al frente de las cuales se menciona generalmente a Yamâl ad-Dîn al-Afgâni (1839-97), Muhammad ‘Abduh (1849-1905) y ‘Abd ar-Rahmân al-Kawâkibi (1854-1902). No obstante, hay que tener en cuenta que el despertar de la conciencia árabo-musulmana fue precedido de una fase de maduración, favorecida por el concurso de acontecimientos internos y externos, de los que indicaremos algunos que suelen considerarse como los más importantes.

 

         -El surgimiento del wahhâbismo, movimiento que pretendía en Arabia restaurar la piedad y la moral islámicas en su pureza original y tenía en las primeras generaciones del Islam (el as-sálaf as-sâlih) un referente de ortodoxia (origen del término salafía con que se designa las tendencias de este tipo). A pesar de su celo (excesivo para muchos) en la defensa de su concepción de la Sunna, de su intransigencia y su rigorismo que degeneraba a menudo en intolerancia, los partidarios del wahhâbismo preconizaban la necesidad de una revitalización moral y política en los musulmanes. Exigiendo que no se debía reconocer más que la autoridad del Corán y de la Sunna, que se debía combatir supuestas degeneraciones y reaccionar contra la tendencia general de resignación fatalista que predominaba en su época (desde fines del siglo XVIII hasta los comienzos del XX), comprometiéndose en reactualizar los valores del Islam primitivo y en particular los valores del Yihâd, con la esperanza de insuflar en los musulmanes un dinamismo político en la medida de su gran pasado, los wahhâbíes jugaron un papel nada despreciable en la evolución del Islam moderno. El wahhâbismo se institucionalizó atrofiándose hasta llegar a ser en la actualidad simple sinónimo de superficialidad y reduccionismo, además de aliarse al Estado saudí en un proyecto colonizador del resto del Islam al que se quiere contagiar el espíritu paralizante del wahhâbismo, que se camufla generalmente bajo el nombre de salafismo (en el presente artículo no hablaremos de este ‘salafismo’ lamentablemente en expansión).

 

         -El desarrollo de la prensa y la edición, principalmente en lengua árabe. Hay que señalar el papel sobresaliente de la imprenta egipcia de Bûlâq que fue, a partir de 1822 uno de los principales instrumentos del renacimiento intelectual en el mundo musulmán. En el dominio periodístico, los egipcios y los siro-libaneses contribuyeron eficazmente en la emergencia de la prensa de información y la de opinión, que reflejarán las aspiraciones político-sulturales de los medios nacionalistas y pre-reformistas.

 

         -La incidencia de la cultura occidental. La penetración europea en el mundo árabe desde los primeros decenios del siglo XIX no tardó en trasplantar a suelo islámico sus frutos intelectuales.

         -La evolución liberal del régimen otomano. En primer lugar, bajo el sultán ‘Abd al-Maÿîd I, que inaugura su política de reformas otorgando a su pueblo la primera Carta imperial garantizando las libertades civiles. Esas reformas de inspiración occidental, aunque encontraron la oposición de los medios tradicionales, fueron aplicadas progresivamente, abriendo el Oriente Próximo a las corrientes de ideas e influencias del mundo moderno.

         -La renovación estructural de las Iglesias de oriente y su apertura a la espiritualidad y a las ideas occidentales. Junto a la renovación del cristianismo local, gracias a coyunturas diplomáticas favorables, hay que contar también con el dinamismo de los misioneros en tierras del Islam. Tal acción misionera suscitó las reacciones de defensa en los medios musulmanes, y para muchos ‘ulamâ tuvo el valor de ejemplo desde el doble punto de vista de celo desplegado al servicio de la fe cristiana y del contenido mismo de la predicación. Este es uno de los factores que más han influido en el lenguaje del Islam, mutándolo considerablemente, ‘cristianizándolo’.

 

         El Ish moderno se desarrolló en las condiciones señaladas. Fue, sin duda, un movimiento rico pero condicionado por circunstancias que, a la vez que lo favorecían, lo orientaban en una dirección concreta, la de tener un modelo demasiado absorbente en la cultura occidental. Los diversos factores señalados arriba estuvieron en el origen de la fermentación de ideas que desembocó en la Nahda. El ‘Renacimiento’ árabe, concepto occidentalista que presupone la precedencia de ‘siglos oscuros’, al menos en el plano cultural, coincidió con el despertar de una viva curiosidad intelectual en Oriente. Las élites árabes, desde comienzos del siglo XIX y bajo la presión de un complejo de ‘atraso’ frente a Occidente, se propusieron acumular el saber moderno, más por medio de traducciones que por acceso directo a la cultura científica y a las técnicas europeas. En este sentido, hay que destacar el papel decisivo de las misiones de estudiantes árabes en Europa, el de las escuelas occidentales (religiosas o laicas) implantadas en el Próximo Oriente, y el de los institutos nacionales organizados según el modelo europeo.

 

         Esa actividad intelectual fue acompañada entre los autores árabes de una reflexión histórico-sociológica gracias a la cual estos últimos esperaban determinar las causas de su atraso, naturalmente con el designio de descubrir el remedio. Fue el tema dominante en los artículos aparecidos en la revista al-‘Úrwa al-Wuzqà (1884), más tarde en Manâr (a partir de 1898), especialmente bajo la pluma de Rashîd Ridâ y de Muhammad ‘Abduh. Tal será también el tema central de Umm al-Qurà, en la que al-Kawâkibi intentaba establecer un diagnóstico preciso de los males y de la indolencia general que aquejaba a la comunidad musulmana hacia finales del siglo XIX.

 

         La situación del Islam en el mundo moderno se convirtió en uno de los principales temas de las disertaciones reformistas. Tras la famosa conferencia de Ernest Renan sobre el Islam y la ciencia (en la Sorbona, 29 de marzo de 1883) y la controversia que la siguió entre él y Yamâl ad-Dîn al-Afgâni, una de las grandes preocupaciones de los autores reformistas será la de refutar la tesis según la cual el Islam es contrario al espíritu científico y que podría, como consecuencia de ello, ser tenido por la causa primera de la regresión cultural de los pueblos musulmanes: “Hemos gastado nuestras plumas -escribía Rashîd Ridâ- a fuerza de escribir y repetir que los males de los musulmanes no pueden ser imputados al Islam sino más bien a las ‘innovaciones’ (bid‘as) que han sido introducidas en él”.

 

         Establecido el diagnóstico, el gran proyecto de los reformistas será el de despertar la conciencia de los musulmanes y promover en el seno de la Comunidad la voluntad de salir del estado de atrofia social y cultural, remitiéndose a un versículo coránico que dice: “Allah no cambia la situación de un pueblo hasta que éste no se cambia a sí mismo” (XIII-11) que encabezó una editorial de al-‘Úrwa al-Wuzqà, firmada por Rashîd Ridâ, con la que prologó también su Cometario del Corán. El pensamiento reformista se cristalizó en torno al mejoramiento (Ish) de la situación existente. Para alcanzar este fin, los partidarios del Ish preconizaban los medios de acción siguientes: lucha contra las fuerzas espirituales (las fraternidades místicas) y sociales (medios conservadores y tradicionales) vistos por ellos como encarnación del oscurantismo; reforma de los métodos arcaicos de educación y de los programas de enseñanza; vulgarización de las disciplinas científicas y de las técnicas modernas. Los reformistas no se cansaron de predicar la utilidad de las ciencias y técnicas occidentales como instrumentos esenciales para el progreso material e intelectual de los pueblos musulmanes. A la vez, desplegaron sus esfuerzos en la acción moral y social, definiendo, normalizando y encorsetando un ‘modelo’ de comportamiento islámico.

 

         Los reformistas, en favor de la evolución social e intelectual, llamaban la atención sobre la necesidad de mejorar, resanar, corregir, reorganizar, renovar, restaurar... Todos estos infinitivos corresponde grosso modo a las diversas acepciones de la palabra Ish. El término Ish se convirtió en una especie de leitmotiv en la literatura reformista. Remontándonos a los comienzos de la obra del egipcio Muhammad ‘Abduh, la palabra ya aparece con frecuencia como el signo de una idea-fuerza. Encontramos su uso en múltiples dominios, siendo el germen de muchas ideas y de un lenguaje nuevo que ha calado poderosamente en el Islam moderno: ish dîni wa iÿtimâ‘i (reforma espiritual y social), ish kútub al-‘ilm wa tarîqat at-ta‘lîm (mejora de los manuales de estudio del Islam y de los me´todos de enseñanza), ish as-siyâsa (reforma o reorganización de la política), ish an-nufûs (regeneración de las almas); ish al-qadâ (reforma de la justicia),...

 

         Estas referencias muestran la variedad de campos de aplicación del Ish. Hay que subrayar sin embargo que un determinado número de dominios parecen haber atraído particularmente la atención de los reformistas:

         A) La enseñanza. La cuestión de la reorganización de la enseñanza musulmana, sobre todo en los institutos superiores como al-Áçhar (Universidad de Al-Azhar), ocupa un lugar destacado en la obra de Muhammad ‘Abduh y de Rasîd Ridâ. Hay que vincular a este tema la puesta en orden de las mezquitas y de los bienes waqfs, cuya mejor gestión era susceptible de proporcionar a la enseñanza los medios necesarios para locales y recursos.

         B) La Justicia. La reforma del sistema judicial musulmán ha sido igualmente una de las preocupaciones constantes de los reformistas.

        C) Las hermandades sufíes. Los reformistas no cesaron de preconizar la reforma (si no la abolición pura y simple) de las organizaciones místicas, a las que acusaron de innovaciones censurables, de favorecer creencias y prácticas supersticiosas entre el pueblo, y de mantener en sus instituciones de enseñanza un sistema de educación retrógrado.

 

         Al buscar reformar la enseñanza, la justicia y las prácticas islámicas, los partidarios del Islah eran conscientes de estar atacando las estructuras tradicionales de la sociedad musulmana, estructuras que estimaban imprescindible renovar, con el fin de volver a dar a la Comunidad el dinamismo social y cultural del que estaba necesitada. Pero su objetivo no se detenía ahí. En efecto, el Ish promovido por Muhammad ‘Abduh y sus discípulos requería un vasto movimiento de renovación que abarcara todos los sectores de la vida musulmana. Invocaron el Islâh en dominios que calificaríamos de ‘laicos’, como los estudios lingüísticos y literarios, la organización escolar, de la administración, del régimen militar, etc. Bajo su óptica, se trataría de una reforma global de la Ciidad musulmana y los ‘ulamâ dignos de ese nombre deberían emprenderla urgentemente.

 

         Esas llamadas al Ish encontraron cierto favor en los medios intelectuales (occidentalizados) árabes y musulmanes de fines del siglo XIX. Desde la aparición de la publicación periódica de al-‘Urwa al-Wuzqâ (1884) y gracias a los esfuerzos conjugados de al-Afgâni y ‘Abduh y otros propagandistas, se había conseguido integrar definitivamente la idea del Ish en el pensamiento musulmán moderno. Ningún espíritu cultivado podía permanecer indiferente ante el fenómeno reformista. En los medios literarios, muchos escritores y poetas profundamente ganados por las ideas laicas unieron su voz a la de los partidarios del Ish. Muchas de esas simpatías eran ajenas a los valores espirituales de la reforma: destacaban en ella la voluntad de sacar a la sociedad árabe del atraso. El Ish era para las élites occidentalizadas una llamada al progreso, un aire de renovación y regeneración moral. El Islah fue tomando en el oriente musulmán el contorno de un mito al que se sumaron todos los que, musulmanes o no, militaban por la emancipación social y cultural de la ‘nación árabe’. La relativa receptividad de los medios intelectuales occidentalizados fue un elemento determinante en la difusión del Ish. Los reformistas encontraron aliados y simpatizantes entre los publicistas y hombres de letras a los que exasperaba el conservadurismo de los ‘viejos turbantes’ (de al-Áçhar, aç-Çaitûna,...), la apatía de las masas populares y el inmovilismo del aparato administrativo y político. La juventud intelectual progresista, tanto en Oriente como poco después en el Magreb, se acercó a los reformistas, que representaban un auténtico movimiento frente a las dominaciones extranjeras y reivindicaban para sus pueblos el derecho a la cultura, al progreso y a la dignidad nacional.

 

         El islâh se benefició también de una posición de acogimiento en los miedos sunníes intelectuales (es decir, formados igualmente en la cultura occidental). Esos ‘ulamâ conscientes de los problemas que amenazaban al Islam y molestos con las actividades de los misioneros cristianos, se alegraron de ver surgir un movimiento que se adhería a la Sunna, y se mostraron favorables a la necesaria evolución y al desarrollo de las ciencias y las técnicas en el mundo árabe.

 

         Pero, a pesar del interés y entusiasmo que el Islah despertó entre las nuevas generaciones modernas, el Ish conoció unos principios difíciles. En sus orígenes, apareció como un movimiento sospechoso para las potencias que tenían a su cargo la mayor parte del mundo árabe (Turquía, Inglaterra, Francia), en razón de su orientación cultural y política (exaltación del arabismo, panislamismo). Sus posiciones sociales y políticas atrajeron a los reformistas la hostilidad de las clases dirigentes y de los grandes cuerpos sometidos al orden establecido (Universidad, magistratura, imâmes,...) y también el recelo de las hermandades sufíes, algunas de ellas muy influyentes. Por sus declaraciones de guerra a las bid‘as de toda clase, a las supersticiones mágico-religiosas, a las costumbres ‘dignas de la época preislámica (ÿâhilía)’ y su riguroso literalismo, en nombre del cual veían manifestaciones de shirk (idolatría) en muchas formas ingenuas de piedad popular, el Ish sembró la inquietud en los medios conservadores y se ganó la desconfianza del pueblo llano.

 

         Por todo ello, el reformismo del Ish fue fuertemente contestado. Los sunníes tradicionalistas y los miembros de las hermandades sufíes no estaban dispuestos a aceptar la legitimidad de la empresa reformista. Con frecuencia, se acusó a la reforma de dalâla, error, y de sectarismo wahhâbí, lo cual no era cierto, si bien es verdad que favoreció con el tiempo a este movimiento literalista y superficial, que encontró en el salafismo una justificación.

 

         Lo que sí puede decirse del Ish es que, a pesar de las buenas intenciones y el mérito de un entusiasmo sincero, fue el corolario de un complejo de inferioridad ante Occidente. No fue el fruto de un desarrollo natural del Islam. Los juicios con los que sentenciaron a muerte al Islam clásico (ciertamente incapaz de responder a los desafíos modernos) impidieron a los reformistas el reconocerse en unas raíces que hubieran dado al movimiento una perspectiva más amplia. Correcto en sus planteamientos, el Ish se perdió en debates estériles. La admiración de los reformistas por las ‘conquistas’ occidentales en materia de ciencias y técnicas, alimentó aún más la sensación de derrota de los musulmanes además de consagrar a Occidente como modelo a imitar acríticamente generándose contradicciones y conflictos que perviven en la actualidad.