LOS SAHABA

           A quienes conocieron personalmente al Profeta y lo aceptaron como maestro y guía se les conoce en la historia del Islam con el sobrenombre de Sahâba, palabra que significa Compañeros, y deriva de la idea de Suhba, Compañía. Con esta denominación se alude a un elemento de trascendental importancia en la correcta trasmisión de las enseñanzas del Islam. Es por ello por lo que en el Islam se ha confiado siempre en la trasmisión oral de los saberes, pues, siguiendo el consejo del Profeta, el conocimiento hay que recogerlo directamente de la boca de los sabios. Los sabios trasmiten siempre algo más que no queda reflejado en los ‘libros’, sino que es la ‘presencia’ la que lo implanta en los corazones.

 

         La Suhba, la Compañía, significa que Sidnâ Muhammad (s.a.s.) comunicaba lo que le iba siendo revelado creando lazos con sus discípulos, construyendo a la vez una Nación (Umma) que no es otra cosa que una inmensa fraternidad. No se trataba de la relación formal entre maestro y alumno, sino que había algo más que consistía en un estrechamiento de vínculos basados en la frecuentación. La gente no sólo acudía al Profeta para escuchar sus palabras, sino que deseaban entablar con él una amistad en la que radicaban muchas cosas, una de ellas la ‘autentificación’. Algunos llegaban desde lejos y plantaban sus tiendas alrededor de la casa del Profeta para observar cada uno de sus movimientos, otros permanecían en la intemperie durante años por estar cerca de donde él estuviera, habiendo renunciado a todo lo demás.

 

         Muhammad (s.a.s.) hablaba de cosas que no se podían contrastar por lo que conocer su sinceridad era de suma importancia, y esa sinceridad sólo podía ser comprobada ‘conociendo personalmente al trasmisor de las noticias’. Los discípulos de Muhammad fueron Compañeros suyos, personas que lo ‘acompañaron’ y descubrieron su sinceridad porque el fingimiento o la locura no se pueden ocultar por mucho tiempo.

 

         La designación de los discípulos de Muhammad con el término Sahâba es, pues, revelador de una garantía. Se conocen los nombres, biografías y circunstancias de miles de personas -mujeres, hombres, niños- que fueron Sahâba, es decir, que frecuentaron al Profeta hasta ser sus Compañeros. Y todos ellos trasmitieron a la siguiente generación -los Tâbi‘în- todo lo que vivieron con Sidnâ Muhammad, todo lo que le vieron hacer y todo lo que le escucharon decir. No diferenciaron entre sus enseñanzas y su vida cotidiana, porque para ellos él (s.a.s.) fue maestro en todo. Nos comunicaron así una información de proporciones gigantescas que ha dado forma a la Sunna, a la Tradición heredada del Profeta (s.a.s.).

 

         Esa manera de actuar de los Sahâba -guardando en sus memorias y comunicando escrupulosamente cada anécdota vivida con el Profeta- delata el fuerte impacto que les produjo Sidnâ Muhammad (s.a.s.). Su personalidad tuvo que ser admirable y extraordinaria para despertar ese apasionado interés que se trasmitió durante generaciones. Y a ello hay que añadir que los Sahâba no eran precisamente personas fácilmente impresionables. Lo que sabemos de la mayoría de ellos resulta fascinante. Fueron hombres y mujeres de una calidad excepcional, hasta el punto de que los musulmanes los consideran la mejor generación surgida entre los seres humanos.

 

         Cualquier musulmán tiene su modelo en la manera de practicar el Islam de los Sahâba.  Ellos -y la siguiente generación, la de los Tabi‘în- constituyen el Sálaf, la mejor de las generaciones. Se trata de “los primeros momentos del Islam”, en los que la influencia del Profeta era extraordinariamente presente, y por tanto la fidelidad a su mensaje era la constante. Aprender del Sálaf el Islam es buscar en las fuentes más auténticas, y de ahí que cada vez que se ha sospechado que había una desviación de lo esencial del Islam, los musulmanes han recurrido al legado del Sálaf para recuperar lo que las vicisitudes amenazaban.