La
Qâdiriyya y sus múltiples ramificaciones es una de las vías espirituales
musulmanas más extendidas por toda la Umma. Ha marcado y dado su especial sabor
a varios pueblos musulmanes, gracias a su celo por la enseñanza del Islam, que
se ha traducido en el establecimiento de numerosas instituciones de enseñanza
islámicas. Otra de las características de la Qâdiriyya es la descentralización
de sus ramas, aunque se considera que su centro está en la ciudad donde vivió
y su fundador, Sidnâ ‘Abd al-Qâdir al-Yilâni (r.a.), Bagdad, en Irak.
Esta tarîqa, método, vía, se vincula al Shaij Muhi d-Dîn Abu Muhammad ‘Abd al-Qâdir al-Yilâni (r.a.), Al-Gawz al-‘Adham, El Auxilio Supremo y Al-Qutb al-‘Adham, el centro, el Polo de la evolución espiritual.
Sidnâ ‘Abd al-Qâdir al-Yilâni (r.a.) nació en Naif, pueblo de la
región de Yilân, al sur del Mar Negro en Persia, el actual Irán, en 1077 d.C.
Su padre, Sidi Abu Saleh Musà era descendiente del Profeta Muhammad
() a través del Imam al-Hasan
(r.a.) y su madre, Ummu l-Jáir Fátima a través del Imam al-Husein
(r.a.). El tasawwuf formaba parte de la tradición familiar: su padre era un sufí,
y su madre la hija de un maestro, Shaij ‘Abdullah Sûm’i.
Su
primera instrucción incluyó el aprendizaje del Corán y los principios
elementales de las ciencias islámicas. A la edad de dieciocho años decide
partir a Bagdad para perfeccionar sus conocimientos en la yami’a niçamiyya,
la universidad Niçamiyya de Bagdad.
Sus primeros maestros son, entre otros, Abu Çakariyya at-Tabriçi, en
lengua árabe (gramática), el Shaij ‘Abd al-Wafa ibn ‘Aqil, el Shaij Muhammad
al-Bâqilani y el Shaij Abu Sa’id al-Majçumi, con quienes estudió Fiqh (hanbalí
y shafi’í), Tafsîr, hadiz y Sira.
Después recibió enseñanzas de la ciencia del tasawwuf de la mano del Shaij
Abu l-Jair Hammad Ibn Muslim ad-Dabbas (m. En 1131 d.C.), que pertenecía
a la tarîqa del Shaij al-Mubârak Sa’id.
Cuando terminó de estudiar, se retiró varias veces al desierto para
meditar y luchar contra su ego. Allí tuvo un encuentro con Sidnâ Jidr (a.s.).
Hizo el haÿÿ entre los años 1095 y 1127, se casó por primera
vez en 1114 y posteriormente lo haría tres veces más, y tuvo 49 hijos,
veintisiete chicos y veintidós chicas.
En
esa época Bagdad era el centro del mundo musulmán, una gran ciudad en la que
imperaban la corrupción y donde mucha gente se había apartado del Camino del
Islam. Había debates entre intelectuales sobre distintos aspectos de los
fundamentos del Islam, las Cruzadas habían empezado y la Umma experimentaba un
sentimiento generalizado de crisis. Los ‘ulamâ no eran respetados, y la
Sunna, abandonada. Hacía falta un Reformador y Renovador del Dîn, que hablara
desde el centro neurálgico del Califato. Ese Renovador (Muÿáddid) iba
a ser Shaij ‘Abd al-Qâdir (r.a.).
Su maestro en el tasawwuf construyó una escuela en Bagdad y le confió
su dirección. Con el tiempo, el maestro le dio el permiso para que fuera el Shaij
de la tarîqa, lo que le dio gran fama en la ciudad y alrededores. Enseñó en
ella, y como quedó pequeña por la gran cantidad de gente que le escuchaba, y
tuvo que ampliarla para que la gente pudiera escuchar sus exhortaciones,
especialmente las mañanas de los viernes, las tardes de los miércoles y las mañanas
de los domingos, citas que respetó escrupulosamente durante cuarenta años.
También se sabe que conferenció en distintas mezquitas de la ciudad. Empezó a
dar sus famosas exhortaciones después de dos sueños, uno en el que Rasûlullah
() le ordenaba hacerlo, y otro
en el que Sidnâ ‘Ali (r.a.) le dijo que no estuviera nervioso por hablar en público.
Su primera exhortación tuvo lugar el 15 de shawwal del 515 de la Hégira.
Su
mensaje tenía como ejes fundamentales el abandono de las cosas superficiales de
la vida, que es consecuencia del amor por las riquezas, por el propio ego, el
orgullo, la arbitrariedad y la hipocresía, para volver a la autenticidad del
Islam mediante una vinculación intensa con el Corán y la Sunna. Con el tiempo,
muchas personas, atraídos por su sabiduría, su ascetismo, su humildad y su
sinceridad se convirtieron en habituales de sus discursos, y comenzaron a
practicar sus consejos. Muchos de los cristianos y los judíos de la ciudad se
hicieron musulmanes de su mano.
De
hecho, podemos considerar su labor en la ciudad de Bagdad más bien como una
reforma de los usos y costumbres sociales que habían sustituido a los usos del
Islam, y una llamada a la reforma interior de los oyentes. No eran discursos
“técnicos”, con un lenguaje especializado para comunicarse entre sufíes.
Tampoco Shaij ‘Abd al-Qâdir (r.a.) era partidario de muchas excentricidades de algunos autoproclamados sufíes del momento, que cometían muchos actos reprobados en el Islam. En este sentido, algunos autores sitúan su punto de vista en el tasawwuf como análogo al del Imam al-Ghaççali (r.a.). Incluso su posición como ‘alim en el terreno del Fiqh hanbalí le valió el aprecio de Ibn Taymiyya, autor radicalmente contrario a determinadas tendencias sufíes existentes en su momento.
Se
le atribuyen numerosos prodigios en gran cantidad de relatos que giran alrededor
de su figura, muchos de los cuales son inexactos desde un punto de vida histórico,
pero que sirven para ilustrar la grandeza de este gran Walí de Allah, y que se
han ido transmitiendo hasta nuestros días para mantener en la conciencia de los
musulmanes cuál es el poder de la transformación espiritual auténtica en el
Islam, capaz de agigantarnos por nuestra sumisión a Allah. Lo contrario a la
intimidad con Allah es vivir en la estrechez y el empequeñecimiento que supone
vivir en el mar de tribulaciones del egoísmo y las bajas pasiones. Esa es la
enseñanza que extraemos de los relatos maravillosos sobre sufíes.
Murió
en Bagdad en el año 1166 d.C. y allí fue enterrado. Legó a la posteridad
varias obras escritas sobre Fiqh hanbalí (es una de las grandes figuras de la
escuela del Imam Ahmad ibn Hánbal) y tasawwuf, entre las que se encuentran Al-Gunya
li t-talibín, Al-Fath ar-Rabbani, Futûh al-Gáib
y Sirr al-Asrar.
Sidi
‘Abd al-Qâdir (r.a.) es considerado por muchos ‘ulamâ, incluso
pertenecientes a otras turûq, como Sultân al-Awliyâ, el Sultán de
los Awliyâ, es decir, el transmisor de la bâraka al resto de los Awliyâ.
Sidnâ Muhammad () enseñó a sus Sahaba.
Muchos de ellos alcanzaron la Wilaya, la intimidad con Allah, que fue
transmitida a las generaciones posteriores a través de su “Puerta”
(recordemos el hadiz “Yo soy la ciudad de conocimiento y ‘Ali es su
puerta”), Sidnâ ‘Ali (r.a.). La herencia espiritual de ‘Ali (r.a.) se
transmite sobre todo en Iraq, donde surgirán grandes maestros como el Imam Musa
(r.a.), Ma’ruf al-Karji (r.a.) y Yunaid al-Bagdadi (r.a.). Esta bâraka le es
transmitida a ‘Abd al-Qâdir al-Yilâni (r.a.), Al-Hásani y Al-Huseini,
es decir, descendiente por ambos lados de ‘Ali (r.a.), carnalmente y
espiritualmente, y a su vez la
transmite a todos los awliyâ posteriores.
Los historiadores sitúan a la Qâdiría como la primera escuela de tasawwuf con un método regular y fijo. Anteriormente, sólo hallábamos pequeños grupos de personas vinculados a un maestro con una sílsila, con una enseñanza muy concreta e individual. Con Shaij ‘Abd al-Qâdir (r.a.) y sus exhortaciones y enseñanzas públicas nace la primera estructura colectiva de carácter sufí. Recomendaba las sesiones de dzikr colectivo, la relación de ayuda entre los musulmanes en el entorno urbano de Bagdad, la gente que acudía a sus charlas luego se encontraba en la calle: nos hallamos ante lo que hoy llamaríamos como un fenómeno de masas.
La vía qâdiriyya fue sistematizada después de su muerte por sus hijos. Con el tiempo, sus enseñanzas se iban debilitando a medida que sus asiduos dejaron de reunirse como antes. Había que reunir sus obras, ordenar su método espiritual y transmitirlo para que no se perdiera.
Sus
sucesores, sus hijos Sidi ‘Abd al-Wahhab (1157-1196), Sidi ‘Abd ar-Raççâq
(1134-1206) y Sidi ‘Abd as-Salâm (m. 1214) acometieron con la tarea de dar
continuidad a la escuela espiritual qâdirí. Ellos fueron los responsables de
la rápida expansión de la tarîqa por las regiones próximas a Irak, y más
tarde se fue extendiendo con los siglos, hasta que en el siglo XIX había
llegado a todos los rincones de la Umma.
El
método qâdirí tiene unas prácticas comunes en todas sus ramas. Lógicamente,
todas las ramas de la Qâdiriya mantienen el respeto y la vinculación a través
de la sílsila con el Gauwz al-‘Adam (r.a.), sus escritos son leídos y
comentados en varias lenguas musulmanas y los awrad y los adzkar
(las fórmulas de recitación individuales y colectivas, ciertas suras o âyat
del Corán, la fórmula de la shahada, el istigfar, etc. ) son comunes.
Dos
de sus descendientes, Sidi Îbrâhîm y Sidi ‘Abd al-‘Açiç, introdujeron
la qâdiriyya en Al-Ándalus, en el mismo siglo XII, y sus descendientes
formaron líneas familiares espirituales que abandonaron el país con la caída
de Granada, y son responsables de la propagación definitiva de la tarîqa en el
Magreb, aunque ya era conocida por los intercambios comerciales con Egipto y a
través de los intercambios que se originan con el haÿÿ.
Otros llevaron la qâdiriyya hasta Siria, Anatolia y el Yemen. Comerciantes árabes llevaron la tarîqa hasta los tártaros del Volga y Turquestán, donde su presencia está documentada desde el siglo XII. La tarîqa se implantó sólidamente en Kurdistán, Sudán, el subcontinente indostánico (India, Pakistán y Bangladesh), Tayikistán, Afganistán, Azerbaiyán, Irán (entre los sunnitas, generalmente kurdos), Siria-Líbano, los Balcanes, África Occidental, Norte de África e Indonesia.
Si bien es cierto que goza de gran vitalidad, la Qâdiriyya en muchas zonas sólo es una sombra de lo que era. En el Norte de África se encuentra en un estado de aletargamiento (con las excepciones que sean necesarias), como ocurre en Siria y el Líbano y en ciertas partes de África Occidental, a veces por el empuje de otras turûq, a veces por la campaña de desprestigio que se ha llevado en contra del tasawwuf.