EL CORAZÓN SANO,

EL ENFERMO Y EL MUERTO

 

           Puesto que de un corazón se dice que está dotado de vida o de su contrario, se le puede clasificar según tres circunstancias:

         1- Corazón sano, que en árabe se dice qalb salîm, y es el que pone a su dueño a salvo el Día de la Resurrección (Yáum al-Qiyâma), tal como Allah dice en el Corán: “Ese Día en el que no serán de utilidad ni las riquezas ni los hijos, y sólo estará a buen recaudo quien se presente ante Allah con qalb salîm”. Y salîm quiere decir que ese corazón está a salvo de enfermedades y se encuentra en paz.

 

         Las gentes (es decir,  los ‘ulamâ, los expertos en ciencias del Islam) han propuesto diferentes definiciones de lo que es un corazón sano, coincidiendo en lo que sigue: qalb salîm es el corazón en el que no hay ninguna pasión (sháhwa) contraria a lo que Allah quiere, y cumple lo que Él ordena y se abstiene de lo que Él prohíbe, y está a salvo de toda incertidumbre (shubha) que lo oponga a lo que sabe de su Señor (la Ley que ha revelado), siendo con ello plena su sujeción a Él y no admitiendo más autoridad que la del Mensajero de Allah. Es el corazón sano en el amor a Allah, corregido en el seguimiento estricto de la enseñanza del Profeta; es sano en su temor y en su esperanza, en su confianza, en su orientación, en su humildad, en su deseo de satisfacer a Allah y conquistar su complacencia, a la vez que se aleja de todo lo que lo aparta de este camino. En realidad, esta es la verdadera esclavitud que no tiene más dueño que Allah.

 

         El corazón sano (qalb salîm) es aquél que no admite asociar nada a Allah, de ninguna de las maneras. Es el de dependencia sincera respecto a su Señor y Creador: en su voluntad, en su amor, en su confianza, en su orientación hacia Él, en su allanamiento ante Él, en su sobrecogimiento, en su esperanza, en todas sus emociones sólo tiene en cuenta la Verdad del Absoluto, sin ver en esa Pura Unidad ninguna otra cosa: ama y odia en Allah; si da, da por Allah; y si retiene, retiene por Allah. Y todo lo anterior no tiene verdadero cumplimiento mientras ese corazón se deje guiar por otro que no sea Allah, mientras se inspire en cualquier otra cosa que no sea Allah. Sólo el Mensajero de Allah lo guía en Allah, sólo el Profeta lo llena de Allah. Quien no siga al Profeta, se deja guiar e inspirar por su propia frivolidad, por ello para el sincero sólo existen Allah y Muhammad. El corazón sincero es el que toma una decisión poderosa y emprende un camino seguro, se aparta de lo dudoso, lo arbitrario, lo equívoco, y se resuelve en todas sus palabras y en todos sus actos por lo que Allah quiere.

 

         Las palabras del corazón son la ‘Aqîda, que la lengua traduce. Los actos del corazón son la voluntad, el amor, el desagrado, etc., que el cuerpo traduce con sus gestos y sus movimientos. El que lo gobierna todo ello en el corazón sano es Allah tal como lo enseña su Mensajero. El corazón sincero no hace preceder nada suyo: no propone una ‘Aqîda que no tenga su eco en las enseñanzas del Profeta ni realiza un acto de devoción que no haya sido enseñado por el Profeta, tal como Allah ordena en el Corán: “¡Oh, vosotros, los que habéis abierto vuestros corazones a Allah! No os pongáis por delante de Allah y de su Mensajero”, es decir, no digáis hasta que Muhammad haya dicho, ni hagáis antes de que ordene.

 

        Según uno de los primeros musulmanes (generación a la que se llama sálaf), con cada acción del ser humano en la que intenta acercarse a su Creador, por pequeña que sea, se abren dos registros: en uno se pregunta el por qué y en el otro se pregunta por el cómo.

 

Lo primero es un pregunta por la razón y la motivación que hay en el acto de devoción: ¿se trata de un acto en el que hay un interés inmediato o mundanal? ¿se busca con él el elogio y la consideración entre la gente? ¿se realiza porque por el contrario se teme alguna censura? ¿tiene como finalidad la consecución de algo fantasmal deseado por la ilusión del hombre? ¿o bien con ese acto el corazón se propone realizar su verdad que es la sujeción a su Señor, buscando acercarse a la Verdad que lo crea, y desea con ello el establecimiento de un medio que lo entrelace con Él?

 

La segunda pregunta, el cómo, se refiere al seguimiento del Profeta en ese acto. ¿Esa acción te ha sido impuesta por el Mensajero que ha llegado a ti desde tu Señor? ¿O bien es un acto que él no ha instituido sino que lo ha inventado tu apetito?

 

En el primer caso se te está preguntando por el Ijlâs, por la autenticidad de tu sinceridad. En el segundo se te interroga por tu seriedad. La manera de responder satisfactoriamente a la primera es depurando la intención, y la segunda exige un seguimiento estricto de la enseñanza de Sidnâ Muhammad (s.a.s.). Allah no acepta nada que no cumpla esta doble condición.

 

La salud del corazón radica, pues, en la eliminación de todo lo que contamine la sinceridad y todo lo que contravenga el seguimiento (mutâba‘a o ittibâ‘). Esta es la esencia de la salud del corazón, según el acuerdo entre los ‘ulamâ.

 

         2- Corazón muerto, que en árabe se dice qalb máyit. Es exactamente contrario al anterior, aquél en el que no reside vida alguna. Corazón muerto, qalb máyit, es el que nada sabe de su verdadero Señor, ni busca su mandato, ni se somete a él, ni lo ama, ni desea complacerle. Es el corazón sujeto a sus propias pasiones y es esclavo de sus satisfacciones. Se prefiere a sí mismo aunque ello lo exponga a la ira de su Señor. Sólo le interesa atender a sus apetitos: su amor, su odio, todas sus emociones, son en función de ese interés.

 

         Por ello se dice que es esclavo de ‘otro’ que no es Allah, y ama, teme, espera, se complace y glorifica lo que no es la Verdad Creadora, y está sumido en la falsedad de sus propios fantasmas y bajo el dominio de toda suerte de dioses ilusorios. Cuando da, da por capricho; cuando niega, niega movido por su arbitrariedad. Las inclinaciones de ese corazón están por delante de la atención que debería poner en su Dueño: la frivolidad es su guía, el apetito es su jefe, la ignorancia es su conductor, la negligencia es su montura. Dedica su reflexión a conseguir ventajas mundanales, se emborracha de superficialidad, ama con pasión lo destinado a desaparecer.

 

         Escucha en la lejanía el rumor de una llamada que lo convoca hacia Allah, pero no responde. Desprecia al Profeta que le lanza un consejo saludable. Es seguidor de todo demonio rebelde. El mundo (duniâ) lo satisface o lo encoleriza, su frivolidad lo ciega y lo ensordece. Acompañar a este corazón es una enfermedad, convivir con él es un veneno, sentarse a escuchar sus palabras es destrucción.

 

         3- Corazón enfermo, que en árabe se dice qalb marîd. Es aquel en el que hay vida y también un defecto. Tiene dos materias: a veces prevalece una, y en otras ocasiones domina la otra. Pertenece a lo que en él acaba predominando. En ese corazón hay amor a Allah, apertura hacia Él, sinceridad en su Presencia, todo lo cual le da vida; pero junto a ello hay apetitos e intereses personales, inclinaciones frívolas y codicia, en él hay envidia, arrogancia, presunción, amor al poder y deseos de destrucción, y todo esto es la materia de su muerte.

 

         Este qalb marîd, este corazón enfermo, se mueve, por tanto, entre dos estímulos: un Profeta que lo invita hacia Allah y a lo eterno y un demonio que busca arrastrarlo a lo muerto. Y el corazón enfermo responderá a lo que esté más cerca de él, entrará por la puerta que más abierta esté y aceptará al vecino que tenga más accesible.

 

         El primero de estos corazones, el sano, está vivo, es llano, dulce y colmado. El segundo, el muerto, está seco, muerto. El tercero está enfermo, más cerca de la vida o más cerca de la muerte. El Corán lo expone todo del siguiente modo: “Al enviar antes de ti algún mensajero o profeta, el demonio siempre enturbiaba sus deseos. Pero Allah invalida lo que el demonio impone y precisa sus signos: Allah es Conocedor y Sabio. Todo ello para hacer de las sugestiones del demonio una prueba para los corazones enfermos y para los duros de corazón: ciertamente, los injustos están en una disputa lejana. Y para que sepan quienes han recibido la Ciencia que esto es la verdad de tu Señor, para que se abran a ella y su corazón se allane: Allah dirige a los que se le han abierto por un sendero recto”.

 

         En los versículos citados se nos dice que Allah ha creado tres tipos de corazones: dos están en tensión, mientras que un tercero está a salvo del conflicto. Los que están en tensión y han sido confundidos son aquél en el que hay una enfermedad y el corazón duro. El que está a salvo es el corazón abierto hacia Allah, el que se ha allanado ante su Señor, está en calma en su sujeción a Quien lo crea, y se ha rendido y es guiado.

 

         Lo que se desea es que tanto el corazón como el resto de los miembros del cuerpo estén sanos y cumplan con sus funciones, aquellas para las que existen. Salen de esa rectitud o bien a causa de la sequedad y dureza como la mano paralítica, la lengua muda, la nariz rota, el pene del impotente o el ojo ciego, o bien a causa de una enfermedad que les impide cumplir adecuadamente con sus funciones. Por ello se han dividido los corazones también en estas tres categorías.

 

         El corazón sano: nada le impide aceptar la verdad, amarla y preferirla a cualquier otra cosa. Su percepción de las cosas es correcta y su acción es conforme a lo que determinan la realidad a la que se asoma.

 

         El corazón muerto, aquel al que el Corán llama duro o cruel: ni acepta a Allah ni se guía por Él.

 

         El corazón enfermo: cuando su enfermedad acaba imponiéndose, muere; pero si su luz prevalece, se vuelve vivo.

 

         El demonio (shaitân) deposita palabras en los oídos de estos dos últimos corazones, les susurra discordia que son una prueba que los sume en la destrucción mientras que en los oídos del corazón sano son fuente de fortaleza,  porque pugna contra Shaitân y lo derrota, aclarándose ante él aún más la verdad de su Señor, pues es necesario que todo corazón ame y odie, y el corazón sano ama a Allah y odia a Shaitân...

 

Extracto de Igâzat al-Lahfân, de Ibn Qáyyim

Traducido para Musulmanes Andaluces