EL POEMA DEL DESTINO

AL-QASÎDA AL-FIYÂSHÍA

 

de wali Sidi Bahlûl ash-Sharqi

 

 

         Al-Qasîda al-Fiyâshía es un poema norteafricano de tipo tradicional en el que canta su alegría alguien que se ha liberado de todos los engaños de la ilusión y su espíritu se ha vuelto ligero. Fue escrito por un bufón (bahlûl), que se burlaba de la prisión de quimeras en la que veía sepultada a la humanidad entera. Nadie recuerda el verdadero nombre de su autor, y simplemente se le llama Sidî Bahlûl, Mi Señor el Bufón, y se le da el título de Walî, con el que se designa a toda persona que realmente ha llegado a intimar con Allah, significando esa intimidad un inmenso agigantamiento de su ánimo.

 

         Este extenso poema, inmensamente célebre en el norte de África, recitado y cantado de diversos modos, muy conocido como letra para las nubas andalusíes (en Marruecos pueden encontrarse grabaciones en cintas, destacando la magnífica versión del Hajj Muhammad Bajdoub), es uno de esos textos extraordinarios cuya traducción siempre sabe a poco frente a la densidad, jovialidad, belleza y ligereza del original. Compuesto en una mezcla de árabe culto y dialectal, está pensado para ser  recitado en zocos, en reuniones sufíes, en ambientes populares, y seguramente a eso se dedicaba su autor, Wali Sidi Bahlûl, el Bufón que ocultaba en sus adentros a un Sabio.

 

         Este poema es ideal para iniciar las sesiones de Samâ‘, porque invita al ánimo a ‘entregarse por completo y sin resistencias a la Verdad’. Sus versos, cortos y bien rimados, poderosos y sugerentes, nos urgen a una actitud de verdadero Islam, a sumergirnos en el Destino como Esencia en la que estamos ya inmersos, como Poder y Estructura de nuestra realidad, y que es Presencia directa de Allah, el Creador de cada realidad, el Articulador de cada instante, el Misterio Insondable de presencia contundente, y su presencia es precisamente la ‘densidad’ del mundo.

 

         Al-Qasîda al-Fiyâshía es un texto muy fácil de encontrar. Publicado bajo la forma de pequeño cuadernillo, circula en Marruecos por los puestos callejeros en los que se venden libros tradicionales baratos y gastados. Pertenece a una literatura genial desestimada por los académicos pero capaz de encerrar en pocas palabras verdades tremendas. Se trata de un canto a la libertad en el seno del Destino, nos habla de la conciencia de Destino como detonante de la verdadera libertad. Sin duda, en las estrofas de esta qasida es donde mejor se comprende el auténtico alcance que tiene la reflexión y vivencia del Destino en el Islam, tema muy alejado en el contexto musulmán de las preocupaciones que sugiere en Occidente. El Destino no se opone a la libertad, sino que es su esencia: he aquí algo difícil de comprender si se carece de una ‘sensibilidad espiritual unitaria’ y más cuando se sustituye esa sensibilidad por la discusión en torno a seudo problemas metafísicos. El Destino (al-Qadâ wa l-Qádar), uno de los pilares angulares dentro de la Cosmovisión musulmana (la ‘Aqîda), la Predeterminación (Taqdîr) de todas las cosas, significan la existencia de todas las realidades en Allah, y la vida entonces se convierte en ‘saboreo’ de lo infinito, en consonancia con la desproporción del secreto de la creación.

 

         Presentamos en este número de Musulmanes Andaluces la transliteración y la traducción al castellano de tan sólo las primeras estrofas de esta qasida, acompañando los versos de someros comentarios que tal vez sirvan para sugerir lo mucho que la traducción deja atrás.

 

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ana mani fiyyâhs ash a’lía menni

náqlaq min riçqi lâsh wa l-jâliq yarçuqni

 

Yo no soy presuntuoso, ¿qué depende de mí?

¿Preocuparme por mi sustento?... ¿Para qué, si el Creador me provee?

 

         Sidi Bahlul ash-Sharqi, en este estribillo -que, junto a bendiciones y saludos dirigidos al Profeta, se repite al final de cada estrofa-, resume en pocas y densas palabras una postura que hay que entender en el contexto de una absoluta inmersión en lo que significa Allah para cualquier musulmán. La clave de la qasida está en la palabra dialectal fiyâsh, presuntuoso, que sirve para dar título al poema: el autor se declara carente de toda presunción, y es, por ello, un ser auténtico. La presunción consistiría en considerarse una criatura autosuficiente, separada de la existencia, con una supuesta capacidad personal que en realidad es aislamiento, fuente de angustias y terrores.

 

Para todo musulmán Allah es al-Jâliq, el Creador, pero este Nombre Majestuoso tiene una trascendencia difícil de imaginar para quien no conoce en profundidad lo que enseña la ‘Aqîda, la Cosmovisión Musulmana, acerca de Allah. Que Allah sea Jâliq, Creador, no es una simple referencia al pasado. Allah es siempre Creador, y es Creador de todas las cosas: los objetos, los actos, los movimientos, las calmas,... todo lo que sucede en cada instante, es Jalq, es Creación de Allah, Acción del Uno-Único, la Verdad que es soporte de todas las realidades. Nada, ni lo más mínimo, es resultado de otra acción que no sea la Acción del Uno-Único, Allah, el Señor de los Mundos. ¿De qué puede presumir el ser humano? ¿Qué depende de él? Nada, absolutamente nada.

 

Esto es así en el Tahqîq, en la Comprobación de lo real, tal como dirá más adelante el wali Sidi Bahlûl. El Tahqîq -la búsqueda de lo verdadero en la esencia de las cosas- nos enseña de modo irrebatible, que nada hay en nuestras manos, que nos movemos en un mundo imaginario en el que creemos ser autónomos, y que todo tiene existencia en la Voluntad Una de la Verdad Absoluta, el Creador, al-Jâliq... Como explicó el Sháij Sidi Ahmad al-‘Alawi, el Tahqîq consiste en pelar la cebolla del ser, hasta que se llega a su centro, que es un absoluto vacío, y ahí es donde el hombre tropieza con Allah, con el Absoluto Trascendente, la Fuerza Indescifrable que da hechura a cada criatura a pesar de su vacuidad. Dijo el poeta sufí: “Todo en Ti acaba, todo a Ti llega, y en Ti permanece. No hay otra cosa que Tú”. Eso es lo que hace de Allah algo tremendo, su capacidad para crear en la nada.

 

¿Qué es lo que más obsesiona al ser humano? Su sustento, su supervivencia, la continuidad de su ser, pero su existencia no es regida por él, ni él puede garantizarse nada, por tanto ¡que se libere de esa tribulación! Eso es lo que han hecho los grandes entre los seres humanos, los sufíes. Se han desecho de toda preocupación basada en una quimera. La mayor de las quimeras, como ha sido dicho, es la creencia en la propia autonomía. Cuando el wali supera esa mentira y se integra en el Ser Verdadero, el de Existencia Necesaria, entonces es libre, su corazón se agiganta, su angustia se convierte en paz: “Mi todo está en Tu Existencia”, estas son palabras de Sidi Muhammad al-Harrâq a la cabeza de uno de los poemas de su Dîwân.

 

El riçq de una persona, su provisión, el sustento de su realidad, le viene de Allah en la raíz de su ser, y eso es lo único verdadero. Quien contempla así su instante está al margen de todo lo que espanta y engaña al común de los hombres, se desentiende del mundo de apariencias y frivolidades y centra su corazón en el Real. Ese es el califa en medio del universo.

 

 

ana ‘ábdu rabbî lahu qúdratun

yahûnu bihâ kúllu ámrin ‘asîr

 

Soy esclavo de mi Señor, que tiene un poder

ante el que se evapora toda dificultad.

 

         Cada ser humano, como toda otra realidad, es ‘abd, esclavo de Allah. En la raíz de nuestro ser estamos atados a su Voluntad, sujetos en todo momento a su Querer. Dependemos de Allah y todo lo nuestro es ejecución de su Mandato. Estos son los extremos de la existencia: Rabb, Señor, y ‘Abd, Esclavo.

 

En todo lo creado está presente el Señor que lo hace ser en cada instante y el Servidor que traduce esa Realidad. Esta es la esencia de la ‘Aqîda, de la Cosmovisión que anida en los corazones de los musulmanes. Y el todo es el signo de la inmensidad del Poder (Qudra) que origina, mueve y calma cada realidad.

 

Cuando alguien se ve enfrentado a alguna dificultad (amr ‘asîr), cuando se ve abrumado por una preocupación que desborda sus capacidades, si realmente es musulmán, si la ‘Aqîda está firmemente asentada en su corazón, entonces sabe que el Poder de Allah está muy por encima de la apariencia desmesurada del problema que tiene ante sí, nada lo confunde ni altera, y sabe que al final sólo será lo que Allah quiere que sea, y en ello encuentra calma y paz, pues no deja de comprender que todo está inmerso en la Realidad a la que él mismo está sujeto. Ante la Inmensidad de Allah todo lo grande, todo lo grave, todo lo insufrible, se desvanece en su insustancialidad, y el musulmán vuelve así a la sensatez de una posición en la existencia en armonía con la Verdad.

 

fa-in kúntu ‘ábdan da‘îfa l-quwà

fa-rabbî ‘alà kúlli sháiin qadîr

 

Si bien soy un esclavo débil de fuerzas,

mi Señor tiene Poder en todas las cosas.

 

         El ser humano, como todas las realidades de este mundo, es débil (da‘îf), sus fuerzas (quwà) son escasas, porque en realidad son fuerzas ilusorias, sus suposiciones son vanas, sus creencias son banalidades, sus esperanzas son frívolas y sus miedos carecen de fundamento. El verdadero Poder (Qudra) es el de Allah, el Señor (Rabb) que anida en cada ser. El Poder de Allah es el Imperativo que da existencia real, la Orden a la que respondemos a cada instante.

 

Por tanto, si bien el hombre es un esclavo (‘abd) insignificante, el Poder que lo mueve es infinito. Es volviéndose hacia esa Fuerza Creadora donde el ser humano redescubre la Verdad que está en su raíz y en sus inmensidades se agiganta una vez que el mundo deja de engañarlo, cuando ha descubierto su dependencia de Allah, cuando ha dejado atrás el fantasma de su aislamiento en medio de sus propios engaños.

 

manni ash a‘lía ana ‘ábdun mamlûk

wa l-ashyâ maqdía mâ fî t-tahqîq shkûk

 

¿Qué depende de mí? Soy un esclavo poseído,

y todo ha sido predeterminado: cuando se comprueba, no quedan dudas.

 

         El ser humano ha surgido de la nada: lo que es, lo debe a su Creador. Y, en sí, el ser humano sigue siendo nada, y su única realidad es la sujeción que lo ata a su Señor, Eje de todo lo que existe. El ser humano es un esclavo (‘abd) poseído (mamlûk): no posee nada, sino que él mismo ‘pertenece’ a la Verdad, cuya Voluntad él traduce a cada instante como servidor fiel en la raíz de su ser. No debemos entender en sentido negativo este concepto de esclavitud (‘ubûdía), al contrario, significa en realidad reunificación, disolución de la autosuficiencia, rendición a la Verdad que mueve la existencia, y, efectivamente, el Corán llama ‘abd al Profeta cuando se encuentra en los más altos grados de su experiencia espiritual.

 

Cuando el ser humano realiza el Tahqîh, la Comprobación, descubre que todo cuanto existe, toco cuanto acontece, hunde su esencia en la Eternidad Insondable del Señor de los Mundos, y por ello se dice que todo ha sido predeterminado (maqdí): las cosas están fijadas (al-ashyâ maqdía) en la Atemporalidad de lo Auténtico, en el misterio del Destino (al-Qadâ wa l-Qádar). Cuando el ser humano reflexiona sobre las cosas, conforme se van diluyendo sus seguridades, descubre esta esencia, y ello lo invita a una rendición sincera (islâm) en la que hay paz y salud (salâm).

 

 

rabbî nâzar fía wa ana nazrî matrûk

fî l-arhâm wa l-ahshâ min nutfa sawwarnî

 

Mi Señor miró hacia mí cuando yo carecía de mirada:

en medio de entrañas, a partir de una gota, me dio forma.

 

         No hemos decidido nada nunca. Fuimos creados cuando carecíamos de todo. Allah nos miró cuando no podíamos mirar, es decir, nos dio el ser cuando no teníamos nada. Lo más importante, nuestra existencia, nada tiene que ver con nuestra voluntad. Y a partir de una gota (nutfa) en la que el Querer Creador mezcló espermatozoide y óvulo, en medio de entrañas (arhâm, ahshâ), Él nos dio la forma que quiso.

 

Derivamos de ese primer momento, que fue realmente determinante de lo que somos, ¿creemos que ahora sí tenemos una capacidad independiente de Allah? ¿de donde nos vendría esa facultad extraordinaria? Somos la evolución de algo insignificante, en todo momento guiado por la Voluntad que entreteje nuestros instantes, y, sin embargo, nos engañamos a nosotros mismos depositando nuestra confianza en quimeras inventadas por nuestra ilusión, en lugar de volvernos a lo Único Real. Quien medita en esto, realiza el Tahqîh, la Comprobación que lo devuelve a la Verdad (Haqq).

 

yaqûl limâ shâa kun fa-yakûn

wa yubdîu subhânahu wa yu‘îd

 

Dice a lo que quiera “sé” y “es”,

y Él -glorificado sea- le  da comienzo y lo repite.

 

         Cuando la inteligencia, el entendimiento y el corazón se sumergen en lo que la palabra Allah sugiere se ven desbordados por la Grandeza infinita que empiezan a intuir y son arrastrados a las inmensidades del Tawhîd, la Unidad-Unicidad, clave del Islam: es ahí donde resplandece el astro de la fortuna del musulmán sincero.

 

Remontando la cadena de efectos y causas, el hombre llega un momento en que imagina el Principio Absoluto en el que está el Poder Creador en su esencia más pura, el Poder al que basta su Voluntad para que el universo entero y cada cosa en él sean y existan, surgiendo de la nada, en respuesta a su Imperativo Creador.

 

Sólo Él -¡glorificado sea! (subhânah)-, valiéndose exclusivamente de su Querer, da la Orden y su Poder ejecuta su Deseo, y surge toda realidad querida por Él, le da comienzo y la repite, es decir, la sostiene, la preserva, la conduce a su destino, y la recupera en lo infinito de su Verdad Eterna (al-Ajira, el Más Allá). Él crea, rige, mata y hace resurgir lo que desea. Para Él no hay obstáculo: el espacio, el tiempo, las causas y sus resultados, todo es según su Voluntad, y nada se le opone, nada puede resistir ante Él porque todo lo que no es Él es nada, solo Él es Verdad, subhânah...

 

Ése es el Océano inabarcable en el que se sumerge el musulmán, pasa saborear el significado encerrado en el sonido Allah. Y es ahí donde, coincidiendo con su Señor, se vuelve realmente soberano, califa.

 

wa yáhkumu fî jálqihi mâ yashâ

wa yáf‘alu fî múlkihi mâ yurîd

 

Gobierna su Creación como desea

y hace en su Reino lo que quiere.

 

         No hay leyes de la naturaleza, ni razones, ni reglas, en la existencia. Lo único real es la Voluntad de Allah. Eso es lo que mueve el universo. Todo es según quiere Allah, en conformidad con su Deseo, sin que exista ninguna excepción a esta única Ley. Esto es lo que se descubre con el Tahqîq, la Comprobación que resulta de meditar en la raíz de las esencias.

 

El gobierno (hukm) pertenece a Allah Uno: Él rige cada cosa. La única acción (fi‘l) es el Acto de Allah, junto al que no hay ningún otro acto... Allah determina y realiza, está absolutamente Presente en cada instante, siendo el Rey de cada Instante, el Señor de los Mundos. Él es al-Haqq, la Verdad, el Irrefutable, porque es la Clave en todo. Él es Absoluta Extroversión, Liberalidad que no puede ser contenida, el Verdadero Existente. La Creación (Jalq) es suya, y es su Reino (Mulk), el Dominio donde es ejecutada inexorablemente y a cada instante su Voluntad (Mashía, Irâda).

 

zúlmati l-arhâm sawwarni min nutfa

wa bdâ lî bil-an‘âm ná‘ma min kull sfa

 

En las tinieblas de la matriz, me dio forma a partir de una gota,

y me mostró sus favores, favores de todo tipo...

 

         El autor vuelve a la idea de la concepción del ser humano para subrayar de nuevo la insignificancia y pobreza de sus orígenes, signo de su vacuidad permanente. En un receptáculo tenebroso, en medio de la oscuridad (zulma) de la matriz femenina (arhâm), Allah fue dando forma a una gota formada por un óvulo y un espermatozoide (la nutfa). A partir de entonces, la existencia del ser humano consiste en una sucesión ininterrumpida de favores (an‘âm): Allah va guiando los pasos de esa gota carente de voluntad y de fuerza en sí misma pero que acaba convirtiéndose en una criatura extraordinaria. Él la afirma. Allah ha favorecido esa sustancia insignificante, le da forma, la completa, y se trasforma en un feto que acaba iluminado por la luz del día.

 

El wali, el que admira la existencia y da el paso e intima con Allah, es el que recupera la presencia de ese Poder configurador, lo vive en cada uno de sus instantes, lo descubre en cada acontecimiento, y deja con ello atrás los terrores que atormentan al común de los hombres: ¿qué son esos fantasmas al lado de la Qudra, del Poder que realmente lo está articulando todo en cada momento? Es en esa Fuente exuberante de abundancia infinita de la que bebe las fuerzas que necesita para existir, intuyendo el verdadero alcance infinito de esa Realidad indescifrable, aguardando en Ella la sobredimensión de su propio ser en el secreto de esa Esencia.

 

wa jlaq li mâ u t‘âm u n‘âim mujtalfa

u nçalt bgáir qmash gattâni wa starni

 

Creó para mí agua y alimento, y placeres variados.

Nací sin vestidos, y Él me cubrió y me resguardó.

 

         ¿De dónde vienen el agua y el alimento que mantienen la existencia de cada ser humano? No han sido creados por él -que, al igual que todo, lo que existe en el universo es incapaz de todo en su esencia-, sino que son Creación del Uno-Único, del mismo que actuó en el seno de la matriz. Así es en el Tahqîq, en la Comprobación de la realidad última de cada cosa. Y Allah no sólo ha facilitado al hombre encontrar lo que Él ha creado para su sustento: junto a ello hay más bienes que hacen agradable la existencia (los n‘âim mujtalfa, los placeres variados), regalo para los sentidos vivos. Se trata de la actuación de la Rahma, la Misericordia que es la causa de nuestra vida.

 

A cada paso, el hombre encuentra los favores de Allah (Allah se evidencia, como ha quedado dicho en los versos anteriores, en lo que ofrece cuando el hombre es incapaz). El hombre era sobre todo incapaz en el momento de su concepción: nació desprotegido, débil en extremo, confiado en Allah en la raíz de su circunstancia en esos momentos de absoluta dependencia, y encontró vestido (qmâsh): Allah lo cubrió, y a cada paso lo protegió, lo resguardó de todo daño, le dio albergue, precisamente en esos momentos en que, de hecho, más expuesto estaba a la bondad de su Señor. El autor nos está invitando a volver a ser niños en los regazos de Allah: nada podemos,... que sea entonces lo que Él quiera, y Allah no defrauda.

 

wa lâ çâla yasturunî dâiman

fa-subhâna min hakîmin ‘alîm

 

Y sigue  siempre salvaguardándome,

¡gloria al Sabio Conocedor!

 

         Cada momento de la existencia de un ser es evidencia de una protección. Si el Sitr de Allah, sin su protección con la que nos resguarda, si no fuera por el Sitr con el que nos protege a cada instante recubriéndonos, nuestra continuidad sería imposible, porque es Allah lo que sostiene todo lo que existe en todo momento.

 

Sin ese soporte, sólo queda la nada de lo que no es Él. Nacimos desnudos, es decir, expuestos a la destrucción, pero Allah nos proporcionó -cuando éramos absolutamente débiles e incapaces- vestido, agua y alimento, satisfaciendo todas nuestras necesidades, mostrándose Sabio (Hakîm) y Conocedor (‘Alîm), es decir, nos mostró que Él está al tanto de lo que nos hace falta y Él es capaz de cubrir (sátara-yástur) nuestro defecto y escasez y mantener nuestra existencia.

 

Debemos calibrar la eficacia de estos versos, dichos en la cara al mundo, al opresor, a las circunstancias adversas. Son toda una declaración de libertad. Es como si el poeta les estuviera diciendo: no dependo de vosotros, no os necesito,... lo que me hace ser es Allah, el Infinito, ¿Cómo habría de agachar la cabeza ante vosotros? Al contrario, la alzo con amor propio (‘içça), sabiéndome en Manos de lo Eterno, Aquél ante el que toda vuestra magia se evapora...

 

wa lâ háula lî wa lâ qúwwatun

illâ bil-ilâhi l-‘alíyi l-‘azîm

 

No hay poder en mi ni fuerza,

salvo por el Ilâh, el Trascendente, el Inmenso.

 

         El autor declara uno de los principios básicos del Islam: que la criatura no tiene por sí misma ni poder (hául) ni fuerza (quwwa). Las capacidades con las que el hombre piensa que es independiente, en realidad son habilidades que Allah crea en él y que en ningún momento responden más que a lo que Allah determina. Esta es la verdad a la que se llega cuando se realiza el Tahqîq, la Comprobación de lo que hay en la esencia de las realidades y los acontecimientos. Lo que hay en el ser humano, y que este considera propio, en realidad es la Presencia del Ilâh, el Insondable, Allah, que es ‘Alíy, Trascendente, y ‘Azîm, Inmenso, es decir, inabarcable. Ese es el motor que nos mueve, el Señor que impera en nosotros y en cada cosa y en cada acontecimiento.

 

mâ çdat illâ ‘aryân mâ na‘raf dzâ min dzâ

satr allâh al-mannân wa ÿ‘al lir-rûh gda

 

He nacido desnudo, sin distinguir esto de eso

-¡la protección de Allah!-, y creó para mi espíritu alimento.

 

         El hombre nace desnudo (‘aryân), es decir, desprotegido, y, además, ignorante de todo. El recién nacido no distingue nada, no sabe lo que le puede beneficiar y lo que le puede dañar, está completamente desarmado ante un mundo hostil, pero está el Sitr de Allah, la Protección con la que lo recubre y lo salvaguarda en cada instante: Allah da al niño padres que lo defienden, y le proporcionan alimentos que no sabría encontrar.

 

Los padres y los alimentos, todo es creación de Allah, el encadenamiento de infinitas circunstancias que son ajenas a la voluntad y el saber del recién nacido, pero ahí están, con una eficacia extraordinaria, todo para garantizar su existencia. Eso es el Sitr de Allah, la protección con la que hace sobrevivir al condenado por sí mismo a la destrucción a causa de su absoluta indefensión.

 

El hombre nace y no puede nada, y no sabe nada, y Allah ha creado el conocimiento con el que alimenta el espíritu del hombre, su h, a la par que ha creado el agua y la comida que dan continuidad y desarrollo a su cuerpo. Todo está en Manos de Allah.

 

labnân taÿrî b-dmân b-shrâb natgadda

wa ÿ‘al li l-ard frash wa s-smâ sáqfan mabní

 

Por los dedos corre sangre, y de líquido nos alimentamos.

Ha hecho para mí de la tierra un lecho, y del cielo una cúpula erigida.

 

         ¿Qué puede angustiar al ser humano que ha comprobado la Realidad? En sus adentros y en los horizontes, tal como enseña el Corán, hay signos que lo invitan a sosegarse: su cuerpo es admirable, recorrido por sangre que fluye, a la vez que se alimenta de líquido que refresca su carne, y todo ello sucede sin que él intervenga. Todo funciona al margen de sus nervios y prisas, al margen de sus miedos y de sus esperanzas, siguiendo una ley a la que llamamos Voluntad de Allah.

 

¿Qué puede temer el hombre? ¿Qué mas necesita? La tierra (ard) es un lecho (frash) dispuesto para él, y el cielo (sma) lo protege. Tiene una casa que es el universo, en el que hay cuanto necesita en realidad. Pero el hombre se precipita, crea un mundo falso de necesidades artificiales, y cree que eso es la vida, pero es porque está alejado de la Rahma, de la Misericordia.

 

La gente se ríe del bufón, se burla del que está alegre porque no necesita nada, porque se desentiende de lo que preocupa a los hombres, y sin embargo ese bufón es un recién nacido que se expone a la Misericordia, vive en la Ley de la Voluntad, ajeno a las quimeras, es más, se ríe de ellas, e incluso logra hacer reír a la gente, que no se da cuenta de que él se está riendo de ellos, de sus frivolidades, de sus engaños, de su ridiculez.

 

***

 

         Dejamos en este punto la al-Qasîda al-Fiyâshía, no sin antes advertir que su contenido debe ser correctamente situado en el contexto de la Doctrina sobre el Destino. A quien no conoce en profundidad la ‘Aqîda le podría parecer que el autor invita a una actitud fatalista ante la existencia, pero el fatalismo (ÿabría) está rotundamente condenado en el Islam.

 

En realidad, el Destino, dentro del Islam, nos explica lo más íntimo de la existencia. Es algo que debe habitar en el corazón del musulmán, sirviéndole, fundamentalmente, para combatir la angustia, y, a la vez, para ser un apoyadero para su paciencia y tenacidad. Al contrario de lo que el poema y toda la Doctrina sobre el Destino podría sugerir a un occidental, en el Islam este tema va acompañado de una invitación a la acción: el Islam es la acción que reposa sobre una vívida conciencia del Destino, que es un motor, y no resignación.

 

La Doctrina del Destino combate las frivolidades y las mentiras, y una vez aclarada la Verdad, resulta que el musulmán descubre cuál es la Fuerza que verdaderamente mueve el universo y se solidariza con Ella, actúa en Ella, y lo que ha hecho en realidad es sobredimensionar su ser. El Destino no es negación más que del engaño y la quimera, y afirmación de la vida en su espontaneidad más esplendorosa.