EL
MUSULMÁN ANTE LA ADVERSIDAD
Las
objeciones a la Verdad, cuando sobrevienen desgracias,
son
signo de la muerte del Dîn, de la muerte del Tawhîd,
de
la muerte del Tawakkul y del Ijlâs.
(al-Imâm al-Ŷîlânî)
Allah es al-Haqq, la Verdad, es decir, Él es
irrefutable e inexorable, y de Él viene la verdad, que es todo lo
irrefutable y todo lo inexorable, aquello a lo que llamamos Destino, el
Poder que configura todas las cosas, el que las hizo ser y el que las hace ser
lo que son ahora.
Estas conclusiones derivan de las preguntas que los
hombres, conscientes de su precariedad, se hacen en torno al Creador del que
tiene necesidad el universo entero. Damos el nombre de Allah a ese Creador
anterior al universo, a esa razón de la existencia, y a la Verdad
que hace reales todas las cosas en el momento actual. Cuando alguien lleva a sus
máximas consecuencias esas reflexiones presiente la naturaleza envolvente de
Allah, en quien reconoce a su Señor, pues nada le demuestra que el mundo en
momento alguno se haya independizado de su razón de ser. Todo es
por Allah, y no sólo en el pasado sino en cada instante. El cosmos queda así
reunificado en la Unidad de la Verdad y el Poder que lo han hecho surgir de la
nada y lo sostienen.
Todo lo anterior es una simple divagación si de ella no resulta toda una
forma concreta de situarse en la existencia (el Dîn), en
conformidad con esa sensibilidad espiritual. Quien asume que su Creador y Señor
es la Verdad irrefutable e inexorable, se sumerge en un Océano de Unidad al que
llamamos Tawhîd, que quiere decir que todo es contemplado desde
esa perspectiva: el Agente en la existencia es Allah, el centro de la realidad
es la Verdad que rige el devenir, como si la existencia fuese una frase que nos
habla de su sujeto, que es Allah. Puesto que Allah nos ha dado gratuitamente el
ser, puesto que todo lo que viene de Él es un don que no tiene más causa que
su Generosidad, y puesto que todo tiene en su raíz lo irrefutable y lo
inexorable, la actitud que resulta de esta intuición sólo puede ser el Islâm,
la claudicación.
El Islâm es la naturaleza de todo lo creado,
es su pasividad en Manos de su Hacedor. Musulmán es el que acepta el
Islam también como elección y lo convierte en gratitud, lo que lo hace
coincidir con su verdad, con la esencia recóndita de su condición de
criatura. El Islam es el Dîn, es la forma de estar en el universo -íntimamente
vinculada al Tawhîd- de quien ha descorrido el velo y es testigo
de su Señor.
Ahora bien, el Islam no puede ser un acto mecánico. Debe ir acompañado
de Tawakkul, que es confianza y abandono en Allah. Si
realmente sabes que todo es de Allah, que Él es el Único Agente en la
existencia, que sólo es lo que Él quiere que sea, tu rendición a la
Verdad no puede ser enturbiada por ninguna angustia, que es lo contrario al Tawakkul.
La angustia procede de la incertidumbre y quien conoce a Allah no puede ser
asaltado por la inquietud. Todo es incierto, salvo Allah (lâ ilâha illâ llâh),
pues Él es la Verdad. Quien se entrega a Allah contempla el vértigo de la
existencia, sus contradicciones y conflictos, la sucesión confusa de los
acontecimientos y la pugna entre los contrarios como signo del Poder Único que
se afirma por encima de todas las circunstancias, sumiendo en el desconcierto a
las criaturas para que ninguna se arrogue la Verdad que es Él en exclusiva. El Tawakkul
es la calma de quien fluye con el devenir sin que nada contamine la pureza de su
corazón, en el que habita la certeza, que es Allah Uno e Inmenso.
El Tawhîd, el Dîn y el Tawakkul tienen otro
fiel compañero que es el Ijlâs, la sinceridad en todos
esos pilares de la sabiduría y la paz. La sinceridad a la que nos referimos es
radical, implicando desnudarse de todo interés personal e inclinación egoísta.
El Ijlâs consiste en despojarse hasta de sí mismo, y esto
sólo puede hacerlo quien se enamora de Allah, y no como resultado de una
malestar personal. Esa pasión es engendrada por la progresión en el
conocimiento que va revelando cada vez más el carácter envolvente y excluyente
de la Verdad. Quien avanza en la percepción del protagonismo de Allah en la
existencia va perdiendo el propio, y todo deseo e inclinación se van centrado
en lo único real, Allah. Todo lo demás va esfumándose hasta que se produce el
vacío que es colmado por Allah mismo. Ese estallido sólo es posible en
la vinculación absoluta que únicamente el amor establece. Ese amor sincero y
desinteresado abre la puerta a la plenitud en Allah.
Si el Tawhîd, el Dîn, el Tawakkul y el Ijlâs
son mera literatura, si se quedan en palabrería, no son eficaces, no
llevan a ninguna parte, cuando de ellos se esperaría que fueran los detonantes
de una sabiduría íntima que emancipara al hombre de todas las esclavitudes
asomándolo a la inmensidad de lo eterno. Hemos dicho que deben ser posturas, y
no pretensiones. Su autenticidad es demostrada en medio de los avatares de la
existencia. Quien realmente está inmerso en lo que significan el Tawhîd,
el Dîn, el Tawakkul y el Ijlâs, es necesariamente
imperturbable. No se viene abajo ante las calamidades ni es abatido por las
desgracias, no se tambalea cuando sus expectativas no son satisfechas ni cuando
sus previsiones resultan contradichas por la realidad.
Quien sabe que sólo Allah es verdadero, que todo lo demás es
insustancial e incierto, que sus esfuerzos y sus esmeros son meritorios pero no
determinantes, y que la realidad es signo constante de la preeminencia de ese
misterio al que llamamos Allah, no cae en la frustración. La frustración del
ser humano nace de su auto endiosamiento. No eres verdadero ni nada de lo tuyo
ni del mundo es verdadero, sólo es Verdadero Allah, el Creador y Señor de la
existencia. Tu angustia, tu inquietud, tu malestar, tu desasosiego, tu
desesperación, ante lo que se abate contra ti, son los testigos de la falsedad
de tu pretensión de ser musulmán, que es quien está en paz en medio de Allah.
El I‘tirâd, hacer objeciones, cuando el Destino es
contrario (cuando desciende contra ti, nuçûl al-aqdâr), es signo de la
muerte (máut) del Dîn, el Tawhîd, el Tawakkul
y el Ijlâs. El I‘tirâd, la objeción, es
la reacción del contrariado. Llamamos I‘tirâd a la frustración,
la duda, la desconfianza, el lamento, el sufrimiento, del hombre, y son síntomas
de que el Islam no se ha asentado en su corazón, de que es mera palabrería;
son síntomas de que era una simple pretensión. Cuando el corazón ha sido
probado, ha fracasado, y en él han muerto esas simientes de la sabiduría y la
paz.
La rendición absoluta a Allah, la confianza con ausencia de toda acusación, la sinceridad que va a la raíz de las cosas, todo ello es fuente de una fortaleza inmensa que hace al musulmán eternamente victorioso. Sólo Allah es su Señor, únicamente Él es su Dueño, y ciertamente se ha acogido a un pilar sólido, a la columna vertebral de la existencia.