RELATO DE LA APERTURA DEL PECHO

(SHAQQ AS-SADR)

 

 

        Durante su permanencia en el desierto junto a los Banu Sa´d, Rasûlullâh (s.a.s.) tuvo una misteriosa experiencia en la que algunos ven un mágico acto de iniciación a la Profecía. Existen diversas versiones del relato pero coinciden en sus líneas generales: la substracción de las entrañas, su purificación y la introducción en el cuerpo de un elemento indefinido y poderoso. Unos hombres lo habrían cogido en el desierto y le habrían abierto el pecho (Shaqq as-Sadr), habrían lavado su corazón, y en vano trataron de determinar su peso, comparándolo con el resto de los hombres, en la balanza de Allah, y finalmente Muhammad sería sellado. Si bien algunos autores musulmanes sitúan esta extraña intervención de los malayka en otros momentos de la vida de Mamad (s.a.s.) (bien antes de la Revelación cuando estaba retirado en la cueva, bien antes del Isrá o Viaje Nocturno cuando estaba ante la Kaaba), la mayoría acepta que aconteció en su infancia durante su estancia en el desierto. Otros autores modernos prefieren interpretar este relato en sentido alegórico, y su importancia entre los sufis es enorme. A continuación, traducimos al castellano una de las muchas versiones que existen y que se encuentra en el libro de Muslim.

 

        El Nabí (s.a.s.) dijo: “Salí del campamento con mis hermanos de leche beduinos y cuando nos alejamos he aquí que aparecieron tres hombres que se dirigían hacia nosotros llevando un recipiente lleno de hielo. Me agarraron, y cuando los demás muchachos vieron esto sintieron miedo y salieron huyendo. Pero al poco volvieron, y dijeron: “Ese al que habéis atrapado no es de los nuestros, es el hijo de un noble de Quraysh, un gran hombre. No le causéis ningún daño. Si tenéis que matar a alguien, coged a cualquiera de nosotros en su lugar”. Pero se negaron a aceptar ningún rescate por mí.

 

        Me cogieron con fuerza y me tumbaron suavemente sobre el suelo. Uno de ellos me abrió desde el pecho hasta debajo del ombligo. Yo veía lo que me hacían pero no sentí ningún dolor. Sacó mis entrañas y las lavó con mucho cuidado con la nieve que traían y después las devolvieron a su lugar. Otro introdujo sus manos en mi pecho y sacó el corazón, mientras yo miraba. Lo abrió y sacó de él un coágulo negro y lo tiró lejos. Después, no sé cómo, sacó un sello de luz que arrebataba la visión a quien lo mirase, y con él marcó mi corazón que se llenó de luz, de percepción y de Rahma. Me devolvió el corazón a su sitio y durante mucho tiempo yo seguí sintiendo el frescor de ese sello. Se levantó el tercero y ordenó a sus compañeros que se apartaran, y puso su mano en mi pecho y la herida cicatrizó con el permiso de Allah. Me cogió de la mano y suavemente me puso en pié. Y el primero de ellos dijo: “Pesadlo en la balanza de Allah, y poned en el otro platillo a cien de los de su nación”. Así lo hicieron y  yo pesé más. Después dijo: “Pesadlo ahora junto a mil de los de su nación”. Y yo pesé más. Entonces dijo: “Dejadlo, aunque lo peséis junto a toda su nación vencería su platillo”. Los tres se levantaron y me abrazaron, y me besaron en la frente y entre los ojos, y me dijeron: “Habib, no te asustes. Si supieras todo el bien que se te desea se te alegrarían los ojos”.

 

        En esto, llegaron los beduinos del campamento a los que habían ido a avisar mis hermanos. Al frente de ellos iba mi nodriza, que cuando me vió gritó: “Hijo mío, al-Hamdu lillah que te he encontrado vivo”. Y me abrazó contra su pecho. Y mientras todos me abrazaban, yo creía que veían a los tres hombres que aún estaban junto a mí, pero no los veían. Yo los repetía que estaban ahí, hasta que uno de los beduinos dijo que me había vuelto loco y que debían llevarme al káhin, el brujo-sacerdote. Así lo hicieron, y el káhin, después de reconocerme, dijo: “No hay nada de lo que decís, está sano y su corazón es saludable”. Y mi padre, el esposo de mi nodriza, dijo a la gente: “¿Es que no veis que habla como los cuerdos?, a mi hijo no le pasa nada”. Pero decidieron llevarme aún a otro káhin, y le contaron mi historia. El káhin dijo: “Callad, quiero escuchar al muchacho, pues él conoce mejor la historia”. Se la conté desde el principio hasta el final, y entonces me abrazó con fuerza y dijo gritando a los presentes: “Arabes, matad a este muchacho y matadme a mí con él. Por Allah y por al-´Uçça, si lo dejáis vivo cambiará todas vuestras tradiciones y defraudará todos vuestros sueños y los de vuestros padres, Irá por un camino distinto al vuestro y os enseñará cosas que jamás habéis oído”. Entonces, mi nodriza me apartó de sus brazos y le dijo: “Tú eres el que está loco; si hubiera sabido que ibas a decir esas cosas no hubiera aceptado venir hasta aquí”.