DESARROLLAR
LA HUMILDAD EN EL SALÂT
Imam
Ahmad ibn Hánbal (radi Allahu 'anhu)
'Omar al-Yirundí
Tenéis que saber (¡que Allah sea Misericordioso con vosotros!) que cuando
el siervo de Allah abandona su casa para ir a la mezquita, que va al encuentro
de Allah, el Irresistible, el Uno-Único, el Altísimo, el Poderoso, el
Perdonador, el conocimiento de nada escapa a Allah, esté dónde esté, e
incluso algo tan pequeño como un grano de mostaza no se puede ocultar de Él,
ni nada más pequeño, ni más grande, en las siete tierras o los siete cielos,
o en las altas montañas, fijas y fuertes. Y ciertamente, la mezquita a la que
se dirige es una de las Casas de Allah. Él desea sólo a Allah y parte hacia
una de las Casas de Allah, acerca de las cuales Allah ha dicho que:
"En las casas de Allah ha
permitido que se levanten y se recuerde en ellas Su Nombre, y en las que le
glorifican mañana y tarde / hombres a los que ni el negocio ni el comercio
distraen del recuerdo de Allah, de establecer el salât y de entregar el
Çakât.
Temen un día en que los corazones y la vista sean desencajados"
(Sûra an-Nûr, 36-37)
Así que cuando alguien de entre vosotros salga de su casa hacia la
mezquita, tiene que decir para si mismo palabras de recuerdo de Allah, que no
tengan que ver con los asuntos y los negocios de este mundo. Tiene que ir a la
mezquita calmadamente, tranquilo, porque es así como Rasûlullâh (sallallahu
'alaihi wa sállam) nos ordenó hacerlo; tiene que salir de la casa con su corazón
repleto de deseo de agradar a Allah, y de temor por la Ira de Allah, y con
humildad y mansedumbre para con Allah. Porque cuanto más humilde, cuanto más
manso, cuanto más sometido se esté a Allah, más beneficios y mejor será el
salât, y comportará más recompensa, y más noble y cercano a Allah va a ser
el siervo.
Pero si está repleto de orgullo, Allah le destruirá y rechazará sus
actos, porque los actos de un orgulloso nunca son aceptados. Ha sido narrado en
un hadiz referente al Profeta Îbrâhîm, el Amigo de Allah ('alaihi s-salam),
que pasaba toda la noche en 'ibâda y dzikr, y que durante la mañana, estaba
satisfecho con la 'ibâda nocturna, y dijo: "Cuán bueno es el Rabb, Señor y cuán bueno es el siervo, Îbrâhîm ('alaihi s-salam)".
Al día siguiente, al no encontrar a nadie que quisiera compartir su comida con
él ('alaihi s-salam), dado que le gustaba compartir su comida, sacó su comida
a la calle y se sentó, esperando a que pasara alguien que quisiera compartir su
comida con él ('alaihi s-salam). Invitó a algunos a comer y aceptaron. Luego
Sidnâ Îbrâhîm ('alaihi s-salam) sugirió que fueran a un jardín cercano que
tenía una fuente con agua fresca. Estuvieron de acuerdo y se acercaron al jardín,
y vieron no había fuente. Se la había tragado la tierra. Este fue un golpe
severo para Sidnâ Îbrâhîm ('alaihi s-salam), y se avergonzó por lo que había
dicho, y los ángeles le dijeron: "Pide a tu Señor que devuelva el agua a
la fuente". Lo hizo, pero la fuente no aparecía, lo que fue otro severo
golpe para él ('alaihi s-salam), y dijo a los ángeles: "Pedídselo
vosotros a Allah". Uno de ellos lo hizo y ¡sorpresa! la fuente volvió a
aparecer. Los demás suplicaron a Allah y el agua fluyó de nuevo. Luego le
dijeron que su pretensión del lugar elevado que había alcanzado con su 'ibâda
era lo que había causado que su du'â fuera rechazado.
Así que tener cuidado -¡que Allah sea Misericordioso con vosotros!- con
el orgullo, porque ningún acto es aceptado si se hace con orgullo. Ser humildes
en vuestro salât. Cuando cualquiera de vosotros esté en salât ante su Señor,
tiene que ser consciente de Allah, en su corazón, por las grandes bendiciones
que derrama sobre él y los abundantes favores con que le agracia, porque Allah
lo ha honrado con una gran bondad, pero también de sus faltas. Por este motivo,
tiene que ser excesivo en su humildad y mansedumbre hacia Allah.
Ha sido transmitido por Abû d-Dardâ (radi Allahu 'anhu) que dijo:
"Que mi cara esté cubierta de polvo por mi Señor es lo que más quiero,
porque es el mejor tipo de 'ibâda a Allah". Que ninguno de vosotros tema
el polvo, ni te sientas mal al hacer suÿud en él, porque no hay duda que todos
nosotros procedemos de él. Ni ninguno de nosotros tiene que temer un exceso del
mismo, porque ciertamente es por este medio que se puede intentar alcanzar la
libertad de la esclavitud y la salvación del Fuego del Infierno, un fuego ante
el cuál tiemblan las montañas altas y bien fijadas, que aguantan la tierra, no
pueden tenerse en pie, los siete fuertes cielos, construidos uno encima de otro,
que están encima de nosotros como un palio bien graduado, la tierra, que es
morada para nosotros, los siete mares, de los cuales nadie conoce ni sus
profundidades o su tamaño excepto Aquél que los ha creado. Entonces, ¿qué
ocurre con nosotros, con nuestros débiles cuerpos, nuestros finos huesos,
nuestra frágil piel? ¡Nos refugiamos en Allah del Fuego!
Cuando cualquiera de vosotros haga el salât -¡que Allah sea
Misericordioso con vosotros!- que piense que lo tiene ante sí, como si lo
pudiera ver, porque aunque nadie pueda ver a Allah, Él si que nos ve. Se narra
en un hadiz que Rasûlullâh (sallallahu 'alaihi wa sállam), aconsejó a un
hombre así:
"Teme a Allah como si lo vieras, porque ciertamente, aunque tú no lo
veas, Él sí que te ve a ti". Parecido a este
hadiz es lo que se dice en el hadiz de Yibril ('alaihi s-salam), en el cual el
Profeta (sallallahu 'alaihi wa sállam) habla a Yibril ('alaihi s-salam) y le
informa acerca del significado del ihsân, como recogen al-Bujâri y Múslim.
Este es el consejo del Profeta (sallallahu 'alaihi wa sállam) al siervo
en todos sus asuntos, y entonces, ¿cuál es el que se refiere a cuando hace el
salât, cuando está ante Allah, en un sitio particular, un sitio vedado,
deseando a Allah, y orientando su cara hacia Él? ¿No merece esta situación el
mismo ihsân que todos sus asuntos? Dice en un hadiz:
"Ciertamente, el siervo, cuando empieza su salât, tiene que orientar
su cara hacia Allah, y no tiene que dejar de estar así hasta que acabe y se
vuelva a la derecha y la izquierda".
Dice otro hadiz:
"Ciertamente, el esclavo, mientras esté en el salât, tiene tres cualidades: de los cielos le llueven bendiciones, los ángeles se sientan a su alrededor, desde sus pies hasta el cielo un vocero dice: si el siervo supiera que Quien oye sus susurros, nunca dejaría su salât".
Allah derrama Su Misericordia Infinita sobre el siervo que durante el salât
es humilde y manso para con Allah, con temor e invocándole con deseo (por
agradarle), y en esperanza (de su Rahma), haciendo del salât a su Señor
su preocupación más importante, dedicando sus confesiones íntimas a Él y su
posición recta de pie, su rukû y su suÿud, vaciando su corazón y sus
sentimientos y luchando por perfeccionar su 'ibâda, porque no sabe si éste va
a ser su último salât, o si será llevado por la muerte antes del próximo salât.
De pie frente a su Señor, sincero, sobrecogido, esperando que el salât sea
aceptado y temiendo su rechazo, porque ciertamente su aceptación es motivo de
alegría, mientras que su rechazo de miseria y abyección. Nada es más
importante para ti -¡oh, hermano mío!- en el salât o en cualquiera de tus
acciones (que sean aceptadas por Allah). Lo que merece tu preocupación y
miseria, tu temor, y tu terror es no saber si tu salât hallará recompensa con
Allah, o si tus buenas acciones serán recompensadas. ¿Sabes si tus faltas serán
perdonadas? Después de todo, no estás seguro de si vas a evitar el Fuego. Así,
¿qué merece más tus lágrimas y tu tristeza que Allah acepte tus acciones?
Además, no sabes si vas a despertar por la mañana, o si estarás aquí por la
tarde. ¿Te será dada la buena nueva del Paraíso o las malas noticias del
Infierno? Sólo quiero advertirte -¡oh, hermano mío!- de este terrible
peligro. No te conviene estar contento por tu familia, tu salud o tus hijos. Es
sorprendente tu inconsciencia, corriendo tras los vanos deseos, malgastando tu
tiempo sin tener en cuenta lo más importante, porque estás caminando
firmemente hacia tu muerte, día y noche, hora tras hora, rápido como en un
parpadeo. Tienes que esperar -¡oh, hermano mío!- que tu hora puede llegar en
cualquier momento, y no puedes dejar de estar preparado para ella.
Vas a probar la muerte. Tu hora llegará por la mañana o por la tarde. Serás separado de todo cuánto poseas, ya seas recompensado con el Paraíso o castigado con el Fuego. Las descripciones e historias sobre ambos son superfluas. ¿Acaso no has oído -¡oh, mi hermano!- las palabras del siervo perfecto: "Estoy maravillado respecto al Fuego, ¿cómo podré dormir entonces?, y estoy maravillado respecto al Infierno, ¿cómo podré dormir entonces?". ¡Por Allah! Si tú no deseas el Paraíso, ni temes al Fuego, no eres nada, y quejosa va a ser tu pena, interminable tu tristeza e ilimitadas tus lágrimas; estarás entre los desgraciados, los castigados. Así que si pretendes estar entre aquellos que se refugian del Fuego y desean el Paraíso, esfuérzate por aquello que quieres y no dejes que tus deseos mundanos te desvíen de tu camino.