EL COMBATE INTERIOR

            Al-Gazali fue, sin duda, uno de los máximos representantes del pensamiento islámico: experto en derecho, en Kalam, en sufismo, en filosofía, y en un sin fin de ciencias tradicionales. Una de sus obras más importantes es el Ihya ‘Ulum ad-Din, la Revivificación de las Ciencias del Islam. Os ofrecemos aquí la introducción a la cuarta parte de esa enciclopedia en la que resumió los saberes imprescindibles que debe poseer todo musulmán.

     

      Los corazones y el pensamiento quedan sumidos en el desconcierto antes de lograr percibir la majestad de Allah, los ojos pierden su facultad cuando comienzan a brillar las luces de su Verdad,... y, mientras, Él está asomado a los secretos mejor guardados en las conciencias, conocedor de lo enterrado en lo más profundo de los pechos, y gobierna su reino y prescinde de consejeros y colaboradores, transformando corazones y disculpando torpezas, disimulando defectos y liberando opresiones.

      Allah bendiga y salude a Muhammad, el señor de los enviados, el que nos ha hermanado en el Islam, así como a los suyos, los puros...

 

      Lo que ennoblece al ser humano y lo alza por encima del resto de la creación es su capacidad para conocer a Allah, y se trata de un saber que lo embellece en este mundo -y es razón de plenitud y orgullo-; y en al-Âjira, junto a Allah tras la muerte, ese saber es su tesoro y su provisión. Y esa ciencia le resulta posible gracias a que está dotado de corazón: con él presiente a Allah, y no lo hace con ningún otro de sus miembros corporales. El corazón en el hombre es el órgano que conoce a Allah, y el resto de sus partes son como servidores o herramientas de ese centro: el corazón los hace funcionar y los usa como el señor transmite órdenes a un esclavo, o el pastor dirige su rebaño, o como el artesano maneja sus utensilios.

 

      Allah se relaciona con el corazón de cada hombre, y lo acepta y admite junto a sí si está libre para Él. El Profeta (s.a.s.) dijo en cierta ocasión: “Allah no os juzga por vuestros cuerpos sino que mira en vuestros corazones”. El corazón es ciego y no ve a Allah cuando está ocupado en cualquier otra cosa. Es al corazón a lo que Allah se dirige, con él habla y lo elogia o le hace reproches. Es el corazón lo que obedece a Allah verdaderamente: esa obediencia después fluye por el cuerpo doblegándolo ante Allah bajo la forma de ‘ibâdas, que son sus luces; y es lo que desobedece a Allah y entonces sus tinieblas se esparcen por el cuerpo y motivan las acciones y las actitudes viles. La oscuridad o el brillo del corazón es lo que determina la fealdad o la belleza de las acciones exteriores, pues de todo recipiente no sale más que lo que contiene.

 

      Cuando el ser humano conoce su corazón, se conoce a sí mismo, y cuando se conoce a sí mismo conoce a su Señor. Si el hombre no sabe nada de su corazón, no sabe nada de sí, y entonces lo ignora todo a cerca de su Señor y de los demás. La mayoría de la gente nada sabe de su corazón y se ignora: los seres humanos están apartados de sí mismos.

      El Corán dice: “(Los seres humanos) han olvidado a Allah y Allah ha hecho que se olviden de sí mismos, y esos son los perversos”. Conocer el corazón, su realidad y sus atributos es, por tanto, el fundamento de la senda hacia Allah y el punto de partida de los peregrinos por los espacios del espíritu.

 

      La ciencia que estudia el corazón es una ciencia interior (‘ilm bâtin), a diferencia del estudio de la Ley (‘ilm zâhir, ciencia exterior, para el gobierno de las acciones formales). Queremos dedicar esta obra al análisis de los prodigios que se producen en el seno del hombre, en su Malakût o universo personal. Para hacer comprensibles esos secretos nos serviremos de imágenes fáciles al entendimiento.

 

 

Significado de las palabras Qalb, Rûh, Nafs y ‘Aql

 

      Estas cuatro palabras se utilizan con insistencia en la exposición de estos temas y es necesario precisarlas. Existen divergencias sobre su sentido, ya que en algunos aspectos son prácticamente sinónimas, y cada experto las utiliza en función de la connotación particular que les da. Por ello, presentamos las definiciones que más nos satisfacen.

 

      Qalb, corazón. Se emplea en dos sentidos. En primer lugar, para designar el órgano físico que todos conocemos e interesa a los médicos; está situado en el interior del lado izquierdo del pecho, de forma cónica, con oquedades a las que llega la sangre y donde ésta se purifica para ser después bombeada hacia el resto del cuerpo. En segundo lugar, se trata de una sutileza (latîfa) soberana (rabbânía) y de naturaleza espiritual (hânía) que tiene una estrecha vinculación con el corazón físico, y es esponjosa y decisoria como él. Ese algo sutil, inmaterial, al que también llamamos Qalb o corazón, es la esencia misma del ser humano, su urdimbre espiritual, su secreto cuya clave desconoce el hombre, a pesar incluso de que lo posee en sus adentros. Es la realidad (haqîqa) del hombre, con la que él se identifica, aquello que en el ser humano percibe, sabe y reconoce, y no se deja percibir, ni conocer ni reconocer, y es a lo que Allah se dirige con su discurso elogiándolo o censurándolo, y es a lo que en verdad cada uno de nosotros se dirige cuando habla con alguien. Tiene una vinculación extraña con el corazón físico, pero la inteligencia es incapaz de describir esa implicación: es como la relación que existe entre la belleza y algo bello. No queremos adentrarnos en esta cuestión porque pertenece al ámbito de la ciencia que deriva de la desvelación mística (‘ilm al-mukâshafa) que estudia la imbricación de lo espiritual en lo material, y queremos limitarnos a la ciencia práctica (‘ilm al-mu‘âmala). Para lo que nos proponemos nos basta con saber de las cualidades y las circunstancias del corazón, y no su verdad íntima.

 

      h, espíritu. También dos cosas son designadas por este término. En primer lugar, sirve de nombre a un vapor que se forma en las concavidades del corazón y se expande a través de las venas y proporciona calor y vida -fraguados en la interioridad del corazón- al cuerpo, y lo ilumina haciendo funcionar los sentidos y poniéndolos en movimiento al igual que la luz de una antorcha alcanza cada rincón de una habitación. La vida es como si fuera la luz y el h la antorcha. Es un hálito vital e iluminador cuya delicadeza es objeto del estudio de la medicina física. En segundo lugar, da nombre a la sutileza señorial de naturaleza espiritual (latîfa rabbânía ruhânía) con la que el ser humano percibe, coincidiendo en esto con la segunda definición de Qalb, corazón, si bien los primeros significados matizan cada término, como sucederá con el resto de las palabras que estudiamos en estos cuatro apartados. A esa potencia es a la que se refiere el Corán que dice: “Di: El Rûh es cosa de mi Señor”, y es algo extraordinario y sorprendente cuya realidad esencial es inalcanzable para el entendimiento de la inteligencia.

 

      Nafs, ego. Esta palabra clave sirve para designar dos cosas. Primero, el soporte etéreo (ma‘nà) o sede que reúne a las energías de la ira (dab) y el apetito (sháhwa), tal como se explicará más adelante. Ésta es la significación predominante en las referencias de los sufíes al Nafs, porque se refieren a él en tanto que raíz determinante de los comportamientos que califican al ser humano, emanando de ese soporte etéreo las cualidades censurables (as-sifât al-madzmûma), y entonces afirman que es necesario combatir y quebrar el ego, y a este sentido de la palabra Nafs se refirió el Profeta (s.a.s.) cuando dijo: “Tu peor enemigo es el que tienes entre tus costados”. Segundo, es la misma sutileza ya mencionada que hace ser al hombre lo que es: es la esencia y la identidad del ser humano, pero recibe calificaciones distintas en función de su circunstancia. Cuando el ego encuentra la paz y abandona su natural agitación, habiendo venciendo sus inclinaciones, entonces recibe el nombre de Nafs Mutmaínna, Ego Calmado, al que Allah ha dicho. “Oh, Nafs Mutamínna, vuelve hacia tu Señor, satisfecho y satisfactor”, pues el Nafs agitado por la inquietud de su cólera o sus apetitos no se vuelve hacia Allah sino que busca satisfacer su ansiedad: no nos acerca a Él, al contrario nos aleja y forma parte de los aliados de Shaitân. Cuando comienza el proceso de su pacificación pasa por una fase peligrosa pero elogiable en la que recibe el nombre de Nafs Lawwâma, Ego Censurante, porque combate sus tendencias reprochándose sus propias debilidades. Pero cuando es abandonado a su albedrío somete al ser humano a su tiranía y se le llama Nafs Ammâra, Ego Imperante, y conduce al ser humano hacia su ruina.

 

      ‘Aql, inteligencia. Se emplea para designar muchas cosas, pero en lo que se refiere a lo que nos interesa en este tratado tiene dos significados. Primero, se aplica al conocimiento de la verdad de las cosas, expresando entonces la idea del saber del que es capaz el corazón. Segundo, se aplica al órgano perceptor, siendo entonces sinónimo de corazón, es decir, la sutileza que es la realidad esencial misma del hombre. La palabra, por tanto, se emplea para designar al acto de conocer y al órgano, y a éste último se refirió el Profeta (s.a.s.) cuando dijo: “Lo primero que Allah creó fue la inteligencia”, pues la ciencia es un derivado cuya existencia es inimaginable sin el lugar en el que se produce.

 

      Tras estas precisiones te habrá quedado claro que los aspectos materiales de estos términos existen, y son el corazón carnal, el espíritu físico, los estímulos y las ciencias. A ellos se añade la sutileza que les confiere entidad, aquello por lo que el corazón es sensitivo, el espíritu comunica vida y luz, el ego se mueve y la inteligencia aprehende. Por tanto, hay algo común entre ellos diversificado en sus manifestaciones. Son cuatro palabras que designan cinco cosas, coincidiendo todos en la quinta, matizada en cada caso por su relación con un órgano de percepción en especial.

 

      De todos esos términos el más general es el de corazón, mencionado con especial insistencia en el Corán y la Sunna, refiriéndose a veces al órgano, pero las más a su naturaleza sutil, absoluta soberana en el ser humano y que engloba las demás manifestaciones de ese germen que nos estructura y al que hemos llamado sutileza (latîfa), por su naturaleza inmaterial, o esencia real (haqîqa) por su carácter configurador.

 

      En cualquier caso, como ya se ha dicho, existe una relación especial entre la realidad sutil del hombre y el corazón que se encuentra en el lado izquierdo del pecho, como si fuera su sede principal -si bien, al igual que la sangre que se purifica en ese miembro del cuerpo, su influencia llega a todos lados de los elementos constituyentes del ser humano-. El corazón gobierna al cuerpo, y el corazón espiritual lo gobierna también en su mundo interior. Se ha comparado el corazón a un trono desde el que lo que sea la realidad más profunda del hombre rige su propio universo.

 

 

Los ejércitos del corazón

 

      Aludiremos a continuación a algunas de las herramientas de las que dispone el corazón: son ejércitos a su servicio. Uno de esos ejércitos es visible para el ojo exterior (sar), pero el otro sólo lo es para el ojo interior (basîra). El corazón es como un rey, y sus ejércitos son sus auxiliares: esto es lo que significa ejércitos (ÿunûd).

 

      Su ejército visible consiste en las manos, los pies, los ojos, las orejas, la lengua, y los demás miembros materiales del cuerpo tanto exteriores como interiores. Todos ellos son servidores del corazón y están bajo sus órdenes. Él los gestiona y vigila: han sido creados con una naturaleza que los obliga a la obediencia, pues carecen de voluntad propia. Si el corazón ordena al ojo abrirse, éste se abre; si manda a los pies ponerse en marcha, lo hacen; si dice a la lengua que hable, la lengua habla; y así el resto de sus miembros.

 

      La subordinación de los miembros y los sentidos físicos a la voluntad del corazón se asemeja a la relación que existe entre Allah y los ángeles (malâika): éstos, por naturaleza, obedecen inmediatamente lo que Allah les ordena, y no pueden hacer otra cosa: “No desobedecen lo que les dice y hacen lo que se les ordena” (Corán). La diferencia entre los malâika y los órganos del cuerpo humano es que los primeros son conscientes de su obediencia mientras que las partes del cuerpo lo ignoran: ejecutan mecánicamente lo que el corazón les dicta.

 

      El corazón tiene ejércitos visibles porque necesita de una cabalgadura (márkab) y de provisiones (çâd) para el viaje que debe realizar y para el que ha sido creado: ese viaje (sáfar) es su proceso hacia Allah, una peregrinación a lo largo de la cual avanza dejando atrás etapas superadas. Allah lo dice así en el Corán: “He creado a los genios y a los seres humanos para que me reconozcan”. La montura del corazón es el cuerpo (bádan o ÿism) y su provisión es la ciencia (‘ilm). La acción recta (al-‘ámal as-sâlih) es sus actos con los que adquiere conocimientos y se afirma en ellos.

 

      El ser humano no llega a Allah más que tras embarcarse en el cuerpo y atravesar el mar del mundo inmediato (duniâ), que es una de las etapas sobre el camino de nuestra existencia cuya meta es el reconocimiento y el encuentro con Allah. El duniâ es la Morada Próxima que recorre el hombre para llegar a la Morada Lejana, que es al-Âjira, el universo de Allah. El duniâ es donde el ser humano labra su destino junto a Allah.

 

      Por tanto, el corazón pasa a habitar en un cuerpo, que es como su caballo sobre el que realiza el viaje. Debe cuidarlo y alimentarlo, y para cumplir estas tareas, el hombre ha sido dotado de lo que necesita para proveer al cuerpo de alimentos y protegerlo contra las agresiones.

 

      Para aprovisionarse de comida, el hombre cuenta con dos ejércitos, uno invisible, que es el apetito (shahwa), y otro es visible, como la mano, por ejemplo. Tenemos, pues, el apetito y las extremidades que lo satisfacen.

      Para proteger el cuerpo contra las agresiones, el corazón es asistido igualmente por dos ejércitos, uno invisible que es la ira (dab) con la que se opone a todo lo que le amenaza, y un ejército visible, como las manos o los pies, que actúan conforme les ordena la ira y según las condiciones externas. Los miembros físicos son como armas a merced de la ira.

 

      Pero además, para satisfacer el hambre o rechazar un enemigo al hombre no le basta sentir apetito e ira y disponer de manos, sino que también necesita reconocer y percibir lo que le puede servir de alimento o lo que supone una amenaza. Para adquirir ese conocimiento o percepción (idrâk) se le ha dotado de ejércitos invisibles y visibles. Invisibles son los cinco sentidos: el oído, la visión, el olfato, el tacto y el gusto. Visibles son la oreja, el ojo, la nariz, la mano, la lengua.

 

      En resumen, los ejércitos del corazón pertenecen a tres categorías. La primera de ellas está relacionada con la voluntad (irâda), y pertenecen a su conjunto los estímulos con los que busca lo que le conviene (shahwa) y rechaza lo que le perjudica (dab). La segunda categoría está relacionada con el poder (qudra), que es lo que mueve los miembros en la dirección determinada por la voluntad: sus ejércitos están esparcidos por el cuerpo, en especial por los músculos y los nervios. La tercera categoría está relacionada con la ciencia (‘ilm), y es como si fueran sus espías, los perceptores que reconocen la realidad exterior, y son los sentidos a los que ya nos hemos referido y cuyos ejércitos están diseminados por miembros concretos.

 

      Cada ejército invisible va acompañado de ejércitos visibles con los que está especialmente comunicado, y que consisten en miembros materiales del cuerpo, compuestos de grasa, carne, nervios, sangre, huesos, que son las armas de esos ejércitos inmateriales. La violencia se ejerce con los dedos, la visión se produce a través de los ojos, y así el resto de  capacidades del ser humano.

 

      En este tratado no vamos a hablar de los ejércitos visibles -es decir, los miembros materiales que componen el cuerpo- puesto que pertenecen al dominio del reino material (Mulk) y son Testimonio (Shahâda) de lo que ocurre en el interior (el Malakût) debido a la forma mecánica de sus actuaciones, y son meros traductores de acontecimientos de naturaleza espiritual- sino que queremos hablar de los que no son visibles.

 

      En cuanto a los ejércitos invisibles los hay que residen en los miembros visibles (los cinco sentidos) y los hay que habitan en zonas interiores que son los recovecos del cerebro (dimâg). Cuando el ser humano, tras ver algo, cierra los ojos, es capaz de reproducirlo interiormente, y es a lo que llamamos imaginación (jayâl); después, esa imagen queda almacenada en él gracias a algo a lo que llamamos retentiva (hifz); después, si lo desea puede reflexionar sobre las imágenes que ha guardado y relacionarlas entre sí, y es a lo que llamamos reflexión (tafakkur); puede, también, recordar cosas que había olvidado, y es a lo que llamamos rememorización (tadzákkur); y puede juntar varias ideas sensibles en su imaginación e inventar cosas nuevas al detectar partes comunes en lo percibido (hiss mushtarak). En el mundo interior del hombre hay, por tanto, construcciones basadas en lo común, imaginación, reflexión, memoria y retentiva. Allah ha creado en el cerebro esas aptitudes, pues de lo contrario no se producirían del mismo modo en que no se producen en las manos o en los pies.

 

      Esas energías (quwà) también son ejércitos invisibles. Junto a todos los mencionados en el párrafo interior conforman el mundo interior (Malakût) del ser humano, objeto de estudio del presente libro.

 

 

Ejemplos gráficos

 

      A diferencia de lo que hemos dicho sobre el carácter automático de la obediencia del cuerpo a las órdenes que recibe, los ejércitos interiores pueden someterse al corazón o rebelarse contra él. La ira (dab) y el apetito (sháhwa) gozan de autonomía y en algunos individuos son controlados por el corazón y entonces lo socorren y le sirven de herramientas con las que cumplir con su cometido en la peregrinación hacia Allah. Pero en la mayoría, esos estímulos están fuera del dominio del corazón y acaban apoderándose de él, lo cual supone su ruina y destrucción.

 

      Pero el corazón tiene otros auxiliares, que son los ejércitos de la ciencia (‘ilm), la sabiduría (hikma) y la reflexión (tafákkur), que serán mejor explicados más adelante. El corazón debe apoyarse en ellos para gobernar su reino, pues son aliados de Allah (hiçbullâh), y le ayudarán a dominar a los otros guerreros -la ira y el apetito- que con frecuencia se convierten en aliados del demonio (hiçbu sh-shaitân). Si el corazón deja de apoyarse en esas fuerzas permite a los ejércitos de la ira y el apetito apoderarse de su capital, que es el centro de su ser, y entonces es vencido y masacrado. Y ésta es la realidad de la mayoría de la gente: sus inteligencias están al servicio de sus apetitos,  y no les sirven más que para deducir argucias con las que satisfacer sus inclinaciones. Pero el apetito debería estar al servicio de la inteligencia, pues ella no llega a muchas más cosas más que con el deseo de alcanzarlas. Queremos aproximar estas nociones proponiendo algunos ejemplos.

 

      1º El ego del ser humano (su Nafs), en el sentido de sutileza (latîfa) que es esencia del hombre, al igual que el corazón, el espíritu o la inteligencia, más las particularidades que hemos descrito en su definición, que lo hacen maleable, es como un rey en medio de su reino. El cuerpo es el dominio sobre el que el Nafs ejerce su poder, y los miembros físicos son como sus obreros. La energía intelectual es para el Nafs como el buen consejero o el ministro honesto que asiste al monarca en sus decisiones. El apetito es como un criado malvado encargado de traer suministros a la ciudad, y la ira es como el jefe de la policía. El servidor que trae provisiones es falso y embustero, amante de tretas y robos, pero se acerca muchas veces al rey y se le presenta como amigo, cuando en realidad sólo siente celos por el afecto del rey hacia el ministro. Y para desacreditar a la inteligencia, sugiere al rey todo lo contrario a lo que le dice el ministro fiel: es tal la constancia de ese traidor que no deja escapar ocasión para contrariar la opinión del visir. Y es tan poca su sensatez que no hace sino insistir al rey en lo que sería causa de ruina para la ciudad entera. Si el rey es un buen gobernador y se da cuenta de las artimañas del apetito, entonces lo entrega a la ira -el jefe de la policía- para que lo castigue y corrija, y de esta manera el criado volverá a su verdadera condición y dejará de rebelarse contra su amo, es decir, el ministro o la inteligencia que debe regir los asuntos del reino con prudencia y sabiduría. Esto es lo que hará primar la armonía y la justicia en ese país. Del mismo modo, cuando el ego se deja aconsejar por la inteligencia y controla sus apetitos sometiéndolos a la fuerza de su ira para gobernar todas sus inclinaciones entonces se purifica y embellece sus cualidades. Por le contrario, a quien no sigue esta senda le ocurre lo que dice el Corán: “¿Has visto al que ha hecho de su arbitrio un dios y Allah lo ha confundido no permitiéndole hacerse con conocimiento?”, y también dice: “Quien se subordina a su arbitrariedad es como un perro que jadea”. Allah nos ha dicho en el Corán: “Quien teme a su Señor y se impide a sí mismo las arbitrariedades,... su refugio es el Jardín”.

 

        En este caso, el cuerpo es como un castillo, y la inteligencia (‘Aql) es como su rey. Sus ventanas por las que se asoma al mundo son los cinco sentidos, que con como sus auxiliares y ejércitos. Todos los miembros físicos del cuerpo son como súbditos que están bajo su protección. Ahora, el ego es como un enemigo que compite con él para arrebatarle el castillo, y tiene como ejércitos el apetito y la ira. El rey puede lanzarse a la lucha y defender a sus súbditos o bien puede rendirse y exponer a su gente a la destrucción. Y Allah nos ha dicho en el Corán: “Los que luchan sobre la senda de Allah con sus bienes y sus vidas son preferidos por Allah muy por encima de los que se abstienen de la lucha”. Si echa a perder su castillo y causa la ruina de los suyos después de haberse estado aprovechando de ellos, Allah los vengará en él tal como Allah ha dicho en un hadiz qudsí: “Oh, mal gobernador, has comido carne y has bebido leche y no has dado cobijo a los necesitados ni has corregido lo que fue roto. Hoy los vengaré”. Esa lucha (muÿâhada) es a lo que se refirió el Profeta (s.a.s.) en el hadiz en el que dijo: “Hemos vuelto de la guerra pequeña para empezar la guerra grande”.

      3º En este caso, la inteligencia (‘Aql) es como un jinete que ha salido para cazar. El apetito es su caballo y la ira es su perro. Si el jinete es avispado, el caballo y el perro están bien adiestrados es muy probable que consiga el trofeo. Pero si el jinete es bobo, el caballo no está domado y el perro está hambriento, entonces no cazará ninguna presa: su caballo no lo conducirá a donde quiere y el perro buscará su propio provecho. La estupidez del jinete es como la insensatez, el carácter indómito del caballo es como cuando el apetito se convierte en destemplanza y el hambre del perro es como cuando la ira se convierte en rencor y soberbia.

 

 

Propiedades específicas del corazón humano

 

      Has de saber que todo lo expuesto forma parte del conjunto de bondades (ní‘am) con los que Allah ha beneficiado tanto al ser humano como a los animales. Éstos también cuentan con apetito (sháhwa), ira (dab), sentidos (hawâss), cada cual con sus ejércitos internos y externos. Hasta un corderillo reconoce al lobo y sabe que es su enemigo y huye de él: esto corresponde a sus percepciones (idrâk) interiores...

 

      Mencionaremos en este apartado cualidades específicas del ser humano (insân), y porque cuenta con ellas ocupa un rango noble en el conjunto de la creación, y por ellas está habilitado para acercarse a Allah. Esas cualidades específicas están resumidas en dos principios, la ciencia (‘ilm) y la voluntad (irâda).

 

      Llamamos ciencia al conocimiento de lo relacionado con la vida mundanal (umûr dunyâwía), y lo relacionado con la vida espiritual (umûr ajrawía), y lo relacionado con las cuestiones abstractas (umûr ‘aqlía). Todo esto está más allá de los objetos sensibles (al-mahsûsât). En estas cuestiones no participan los animales. Incluso los temas básicos y necesarios son privilegio de la inteligencia humana. tal como el que un cuerpo no es verdad que pueda ocupar dos espacios distintos simultáneamente. Se trata de un juicio que va más allá de la simple percepción sensorial que el hombre aplica a todos los individuos sin necesidad de experimentarlo en cada caso concreto. Esto es evidente, y así es con el resto de las teorías.

 

            En cuanto a la voluntad, resulta que el ser humano cuando presiente gracias al uso de la inteligencia las consecuencias de las cosas y comprende cuál es el camino que le conviene más, emerge dentro de él un deseo por guiarse en la mejor dirección dentro de sus comportamientos, cumpliendo con los requisitos que demanda la meta que se fija. Esto es algo por encima de la mera voluntad que se deriva del apetito, que es la de los animales en general: incluso en muchas ocasiones esta voluntad se opone a la instintiva. Ésta rechaza los medicamentos amargos, por ejemplo, pero la inteligencia reconoce sus beneficios y no duda en aconsejarlos e incluso de ordenar que se inviertan esfuerzos y propiedades por conseguir remedios para los males.