Has
de saber que el Islam tiene dos momentos. El primero consiste en abandonar las
malas costumbres, y el segundo adoptar las buenas cualidades. El primer paso es
el más difícil pues exige de un gran esfuerzo en la lucha contra la rutina.
Sidnâ Muhammad (s.a.s.) dijo: “Emigrante (muhâÿir) es el que abandona el
mal y combatiente (muÿâhid) es el que lucha contra su propia arbitrariedad”.
Para
empezar, imagina que puedes convertir tu cuerpo en una fortaleza inexpugnable.
Has de saber que en ti hay puertas por las que se infiltra el enemigo que busca
tu ruina. Presta atención a esos resquicios y amurállalos:
El
ojo: en tu rostro han sido abiertas dos puertas que te sirven para guiarte en la
oscuridad, te son de utilidad para alcanzar lo que te propongas y a través de
ellas puedes ver el prodigioso universo que te rodea, aprendiendo de sus signos.
Protege esas puertas no usándolas en nada indebido donde aceche el enemigo que
te ciegue. No mires nada Harâm, no mires con ojo pervertido hacia lo bello, no
mires a ningún musulmán con rencor, ni emplees tus ojos para vigilar su
intimidad.
El
oído: protégelo de las palabras inútiles, no prestes oído a la calumnia ni
la falsedad, no oigas banalidades. Embellece tu oído escuchando la Palabra de
Allah y la sabiduría que guardan los que han intimado con Él (los Awliyâ),
aprende por tu oído recibiendo en tus adentros los mejores sonidos y las
palabras más sinceras.
La
lengua: que te sirva para recordar a Allah y para leer su Libro, guía con tus
consejos a la gente y expresa con ella lo que de bueno tengas en tu corazón.
Nada arruina más a un ser humano que su lengua: evita que la tuya busque tu
perdición. Refúgiate en el silencio pues cuando se habla mucho inevitablemente
se tienen que decir tonterías. Ocho son los vicios de la lengua: la mentira, la
amenaza, la calumnia, el fingimiento, la adulación, la maldición, la invocación
del mal y la frivolidad. En cada uno de ellos hay un enemigo que busca tu
destrucción.
El
estómago: no comas nada que dudes sobre la honestidad de sus orígenes. Todo lo
que ingieras y haya sido conseguido injustamente te destruirá. Aliméntate sólo
con lo Halâl que haya sido ganado de modo Halâl. Y no te llenes porque la
hartura endurece el corazón. Mantén tu cuerpo siempre ligero. Intentar llegar
a Allah con el cuerpo pesado o construido sobre una alimentación Harâm es
absurdo.
El
sexo; no te entregues a la promiscuidad; al contrario, sé de aquellos a los que
Allah ha elogiado en el Qur'ân diciendo: “Los que guardan su sexo salvo con
sus parejas”.
Las
manos: no golpees a ningún musulmán, ni te apropies de sus bienes, ni causes
daño a ninguna criatura. No traiciones lo que sea confiado a tus manos ni
escribas nada de lo que puedas arrepentirte.
Los pies: no acudas a las puertas de los sultanes, y si los haces que sea para censurar la tiranía. Sidnâ Muhammad (s.a.s.) dijo: “Quien se humille acudiendo a los ricos pierde las dos terceras partes de su Islam”. Al contrario, preséntate sólo ante tu Verdadero Rey, asiste a las mezquitas y a todo lugar donde esté el bien, y apártate de los lugares donde resida el mal y el daño.