El texto que presentamos a continuación en Musulmanes Andaluces está
recogido del primer volumen del Ihyâ ‘Ulûm ad-Dîn del Imâm
al-Gazâli. El autor, tras ponderar el valor del estudio, lectura y recitación
del Corán pasa a advertir contra la negligencia de los que realizan esas
actividades sin darles la importancia que tienen. El estudio, la lectura o la
recitación mecánica son una falta de respeto a algo que en sí abre las
puertas hacia Allah mismo. Por tanto, es necesario consagrarse a dichas prácticas,
pero teniendo en cuenta su gravedad. A continuación, ofrece reglas a las que
debe atenerse el que afronte dichas acciones para sacarle el mejor rendimiento.
Debemos
advertir, no obstante, que el Imâm al-Gazâli era extremadamente exigente en
todo, y sus reglas deben ser tenidas a modo de sugerencias que cada cual debe
adecuar a su realidad. En la mayor parte de los casos, se trata de consejos que
no debemos confundir con obligaciones que pesen sobre todos los musulmanes.
Pero, en cualquier caso, es bueno y conveniente tener en consideración las enseñanzas
del Imâm al-Gazâlî, que reflejan una situación en la que los musulmanes vivían
con intensidad el Islam y respondían a él dando de sí todo lo que podían.
Hadices
1- Sidnâ Muhammad (s.a.s.) dijo: “Quien lea el Corán y después
considere que a alguien le ha sido dado hacer algo mejor, menosprecia lo que
Allah ha enaltecido”.
2- Y dijo: “Ante Allah no hay intercesor a tu favor de rango más
elevado que el Corán, ni tan siquiera un profeta, un ángel o cualquier
otro”.
3- Y dijo: “Si el Corán fuera una piel para curtir, no lo tocaría el
fuego”
4- Y dijo: “La mejor devoción de mi pueblo es la lectura del Corán”.
5- Y dijo: “Allah recitó los capítulos del Corán Tâhâ y Yâsîn
mil años de crear el universo. Cuando los ángeles escucharon el Corán,
dijeron: ¡Enhorabuena a la nación que le sea revelado! ¡Enhorabuena a las
entrañas que se conviertan en su depósito! ¡Enhorabuena a las lenguas que lo
pronuncien!”.
6- Y dijo: “El mejor entre vosotros es el que aprenda el Corán y lo
enseñe”.
7- Y dijo: “Allah dice: A quien se entretenga leyendo el Corán y
olvide invocarme y rogarme le daré en pago lo mejor de la recompensa reservada
a los agradecidos”.
8- Y dijo: “El Día de la resurrección habrá tres hombres sobre una
duna de almizcle negro de los que no se apoderará ningún terror ni tendrán
que rendir cuentas por nada y así hasta que se decida en los litigios entre la
gente: un hombre que lea el Corán no deseando con ello más que agradar a Allah
o lo recite mientras dirige el Salât de otros que estén satisfechos con
él,...”.
9- Y dijo: “La gente del Corán son la Gente de Allah y los más
allegados a Él”.
10- Y dijo: “Los corazones se oxidan al igual que el hierro”. Le
preguntaron: “Oh, Mensajero de Allah, ¿cómo pueden ser pulidos?”, y él (s.a.s.)
respondió: “Con la lectura del Corán y el recuerdo de la muerte”.
11- Y dijo: “Allah presta más atención al lector del Corán que el
dueño de una esclava de bella voz a su canto”.
Sentencias
1-
Abû Umâma al-Bâhili dijo: “Leed el Corán, y que no os confundan los
adornos entre los que es recogido. Allah no castiga a un corazón que se
convierte en recipiente para el Corán”.
2- Ibn Mas‘ûd dijo: “Si queréis adquirir ciencia, desplegad el Corán,
porque en él está el saber de los antiguos y el de los contemporáneos”.
3- Y también dijo: “Leed el Corán, porque seréis premiados por cada
una de sus letras con diez hermosas recompensas...”.
4- Y también dijo: “Preguntaos a vosotros mismos por el Corán. Quien
vea que lo ama y lo admira es que ama a Allah y a su Mensajero. Quien vea que lo
detesta es que detesta a Allah y a su Mensajero”.
5- ‘Umar ibn al-‘Âs dijo: “Cada versículo del Corán es un
peldaño en el Jardín y es una lámpara en vuestras casas”.
6- Y también dijo: “Quien lea el Corán, que sepa que la profecía ha
penetrado entre sus costados, salvo que no la recibe como revelación”.
7- Abû Huraira dijo: “La casa en la que es recitado el Corán se hace
espaciosa para quienes viven en ella y se multiplica su bondad, entran en ella
los ángeles y salen los demonios.. Pero la casa en la que no es leído el Libro
de Allah, se estrecha sobre sus
habitantes y escasea su bondad, salen de ella los ángeles y se presentan en su
lugar los demonios”.
8- Ahmad ibn Hánbal dijo: “Vi a Allah en sueños y le
pregunté: ¿Qué es lo mejor con lo que pueden acercarse a Ti quienes buscan tu
proximidad? Y me respondió: Con mi propia Palabra, oh Ahmad. Entonces
volví a preguntar: ¿Entendiéndola o sin entenderla? Y me dijo: Entendiéndola
o sin entenderla”.
9- Muhammad ibn Ka‘b al-Qarazi dijo: “Cuando las gentes
escuchen el Corán en boca de Allah el Día de la Resurrección será como si no
lo hubiesen escuchado antes”.
10- al-Fudáil ibn ‘Iyâd dijo: “Quien contenga en sí
el Corán de memoria no debiera tener necesidad de nadie, evitándose acudir
ante los príncipes y a quienes estén por debajo de ellos, porque es la gente
la que debería tener necesidad de él”.
11- Y dijo también: “El que porta el Corán en sus adentros es el
portaestandarte del Islam. No debiera entretenerse con los que pierden el
tiempo, ni divertirse con los que no tienen nada mejor que hacer, ni bromear con
los que sólo saben bromear. Todo ello como veneración debida al Corán que
contiene en sus adentros”.
12- Sufyân az-Záuri dijo: “Cuando alguien lee el Corán está besando
al Rey en la frente”.
13- ‘Amrû ibn Maimûn dijo: “De quien despliega el Corán al
amanecer y lee en él cien versículos, le son recogidos por Allah como si se
tratara de lo mejor que pudiera hacer la humanidad entera”.
14- Se cuenta que Jâlid ibn ‘Uqba acudió ante el Mensajero de Allah (s.a.s.)
quien le pidió que le recitara algo del Corán y él leyó el versículo que
dice: “Allah ordena la justicia y la excelencia, y la generosidad hacia los
parientes,...”. Cuando acabó, el Profeta le pidió que volviera a repetírselo.
Al cabo de la segunda lectura, Sidnâ Muhammad (s.a.s.) le dijo: “Lo juro por
Allah, son palabras dulces que producen embriaguez. Su parte más baja florece y
la más alta fructifica. Eso no ha podido decirlo un ser humano”.
15- al-Hásan dijo: “Sin el Corán no hay riqueza y con él no
hay pobreza”.
16- al-Fudáil dijo: “Quien lea la parte final del capítulo de
al-Hashr cuando amanece y muere durante ese día, es marcado con el sello
de los mártires. Quien la lea al anochecer y muere esa noche, es marcado con el
sello de los mártires”.
17- al-Qâsim ibn ‘Abd ar-Rahmân dijo: Dije a un asceta que vivía
en un lugar retirado si no tenía con él a nadie que le consolara. Entonces
extendió la mano hacia un libro del Corán y lo puso en su regazo, diciendo:
¡Éste!”.
18- ‘Ali ibn Abî Tâlib dijo: “Hay tres cosas que fortalecen
la memoria y hacen desaparecer la flema: el siwâk, el ayuno y la lectura del
Corán”.
1-
Ánas ibn Mâlik dijo: “¡Cuántos hay que leen el Corán mientras el Corán
los está maldiciendo!”.
2- Máisara dijo: “Extranjero es el Corán en el seno del
pervertido”.
3- Abû Sulaimân ad-Dârâni dijo: “Los guardianes del infierno se
apresuran a apoderarse de los portadores del Corán (los que lo conocen de
memoria) que desobedecen a Allah con mucha más vehemencia de lo que lo hacen
con los idólatras que desobedecen a Allah tras haber sido revelado el Corán”.
4- Un ‘âlim dijo: “Cuando una persona lee el Corán y después se
mezcla en turbiedades y más tarde vuelve a la lectura del Corán, se le dice:
¿Qué tienes tú que ver con mi palabra?”.
5- Ibn ar-Rimâh dijo: “Me he arrepentido de haber memorizado el
Corán porque me ha llegado que las Gentes del Corán serán interrogados el Día
de la Resurrección igual que los profetas (exigiéndoseles lo mismo)”.
6- Dijo Ibn Mas‘ûd: “El portador del Corán debe ser reconocido de
noche cuando las gentes duermen, de día cuando las gentes se dedican a sus
excesos, por su tristeza cuando los demás están alegres, por su llanto cuando
los demás ríen, por su silencio cuando la gente discute, por su temor cuando
la gente se entrega a argucias. El portador del Corán debe ser pacífico,
suave, y no debe ser desdeñoso, ni fingidor, ni proferir gritos, ni insultar a
nadie, ni ser de hierro”
7- El Mensajero de Allah (s.a.s.) dijo: “La mayor parte de los hipócritas
de mi nación está entre los lectores del Corán”.
8- Y dijo: “Lees el Corán mientras sientas sus imperativos; si no los
sientes, no estás leyendo el Corán”.
9- Y dijo: “No está abierto al Corán quien considere lícito lo que
el Libro prohíbe”.
10- Uno de los pioneros en el Islam dijo: “Hay quien empieza a recitar
un capítulo del Corán mientras los ángeles están bendiciéndolo hasta que
acaba. y hay quien empieza a recitar un capítulo del Corán mientras los ángeles
lo maldicen hasta que acaba”. Se le preguntó: “¿Cómo puede ser así?”,
y respondió: “Cuando se atiene a lo que el Corán declara lícito y se aparta
de lo que declara ilícito, es bendecido; de lo contrario, es maldecido”.
11- Un ‘âlim dijo: “Hay quien lee el Corán maldiciéndose a sí
mismo sin darse cuenta, como cuando el Corán dice “La maldición de Allah
caiga sobre los injustos”, y ese lector es uno de ellos; o como cuando dice
“La maldición de Allah caiga sobre los embusteros”, y él es uno de
ellos”.
12- al-Hásan dijo: “Habéis hecho del Corán un viaje y de la
noche vuestra cabalgadura. Por la noche subís a ella y atravesáis las etapas.
Pero los que os han precedido consideraban el Corán un mensaje que les llegaba
de su Señor: lo leían reflexivamente de noche y lo ponían en práctica de día”.
13- Ibn Mas‘ûd dijo: “El Corán ha descendido para ser puesto en práctica, sin embargo habéis convertido su estudio en vuestra única acción relacionada con él. Hay entre vosotros quien es capaz de recitar de memoria el Corán desde el principio hasta el final sin olvidarse de una sola letra pero ha anulado actuar según lo que ordena”.
14- Tanto Ibn ‘Umar como Yúndub dijeron: “Durante largo tiempo nos
fue dada la sensibilidad espiritual antes de sernos revelado el Corán, y
entonces un capítulo descendía sobre Muhammad (s.a.s.) y se aprendía lo que
declaraba lícito y lo que prohibía, nos ateníamos a sus órdenes y a sus
amonestaciones, y nos deteníamos ahí donde se nos decía. Después, he visto a
hombres a los que es dado el Corán antes de la sensibilidad espiritual: lo leen
desde el principio hasta el final y no saben qué ordena o cuáles son sus
amonestaciones ni saben dónde hay que detenerse. Lo extienden como se esparcen
los dátiles tras su recolección”.
15- En la Torah se dice: “Oh, siervo mío, ¿no te ruborizas ante Mí?
Si te entregan un mensaje de uno de tus hermanos mientras vas por un camino te
echas a un lado y te sientas por él y lo lees y lo meditas letra a letra para
que no se te escape nada. He aquí que te he enviado mi Libro, lo he hecho
descender sobre ti, he detallado en él toda cosa y te la he repetido para que
lo reflexiones a su largo y a su ancho, pero le vuelves la espalda. ¿Soy acaso
menos para ti que tu hermano? Oh, siervo mío, se sienta junto a ti alguno de
tus hermanos y te vuelves hacia él con todo tu ser y escuchas sus palabras con
todo tu corazón, y si entre tanto alguien pretende interrumpiros lo increpas
pidiéndole que se calle. He aquí que Yo me he vuelto hacia ti y te hablo
mientras tú me vuelves la espalda y diriges hacia otro lado tu corazón. ¿Soy
acaso menos para ti que tu hermano”.
Primera:
Estado
en el que debe encontrarse el lector. El lector debe estar en estado de pureza
habiendo realizado antes una ablución menor (Wudû); sus gestos deberán
ser graves, de profunda veneración y respeto, estando en calma, ya sea de pie o
sentado; debe estar orientado hacia la Qibla; no debe cruzar las piernas; debe
tener la cabeza agachada, no apoyándose en nada ni estar sentado de una forma
arrogante; debe estar sentado como lo estaría ante un maestro venerado.
La
mejor forma de recitar el Corán es en estado de Salât, de pie, y, mejor
aún, en la mezquita, pues ello se cuenta entre los mejores actos de ‘Ibâda.
Si el Corán es recitado sin haber hecho antes un Wudû o bien en posición
recostada, también es meritorio, pero por debajo del grado anterior pues el Corán
mismo establece la gradación al elogiar a “los que recuerdan a Allah de pie,
sentados, o echados sobre sus costados, y meditan en la creación de los cielos
y de la tierra. Los elogia a todos, pero pone por delante el qiyâm (estar de
pie), a continuación el qu‘ûd (estar sentado) y deja en último lugar el
recuerdo en posición tumbada (idtiÿâ‘). El Imâm ‘Ali dijo que
quien recita el Corán durante el Salât, de pie, obtiene cien recompensas
(hasanât) de Allah por cada letra pronunciada; si está sentado, recibe
cincuenta recompensas; si lo recita en estado de pureza pero fuera del Salât,
consigue veinticinco; y quien lo lee sin haber hecho antes el Wudû logra
diez recompensas por cada letra.
La
recitación realizada de pie durante el Salât durante la noche es aún más
meritoria, porque son momentos en que el corazón se concentra mejor. Abû Dzarr
al-Gifâri dijo: “Lo mejor es alargar la prosternación durante el día y
prolongar el qiyâm durante la noche”.
Segunda:
Extensión
del texto a leer. La cantidad de texto a leer depende de las costumbres,
habiendo quien lee pasajes extensos y quien se limita a un fragmento menor. Hay
quienes recitan el Corán entero en un día con su noche, e, incluso, quien es
capaz de leerlo en ese plazo dos veces, y hasta tres; otros, por su parte, leen
el texto completo en un mes.
Hay
que tener en cuenta lo que dijo el Profeta (s.a.s.): “Quien lee el Corán
entero en menos de tres días no lo entiende”, y es porque el Tartîl (la
lectura pausada) es imposible de otro modo. ‘Aisha, esuchando a alguien que leía
el Corán de forma precipitada (hadzr), dijo: “Éste, ni ha leído el Corán
ni ha estado callado”. El Profeta (s.a.s.) ordenó a ‘Abd Allah ibn ‘Umar
que concluyese la lectura completa del Corán cada siete días. Se sabe que,
siguiendo esta indicación, un grupo de Compañeros del Profeta (s.a.s.)
comenzaba la recitación del Corán y la acababan en una semana, entre ellos
‘Uzmân, Çáid ibn Zâbit, Ibn Mas‘ûd y Ubai ibn Ka‘b.
Por tanto, en el Jatm (o Jatma, una lectura completa del Corán) hay
cuatro grados: un Jatm en un día con su noche (considerado desaconsejable por
algunos autores); un Jatm al mes, recitando una parte de las treinta en que el
Corán es dividido con este objetivo (lo cual es considerado escaso); entre
ambos extremos hay dos grados más moderados: un Jatm a la semana y dos Jatm a
la semana (manteniéndonos justo por encima del límite mínimo que puso el
Profeta al mencionar los tres días por debajo de los cuales el Corán se recita
sin entenderlo).
Lo preferible es que el cierre de una lectura completa coincida una vez
con el inicio de la noche y otra con el inicio del día, y que el cierre durante
el día sea un lunes en las dos rak‘as del amanecer, o tras ellas, mientras
que es preferible dejar el cierre nocturno para la noche del viernes (que es,
entre nosotros, la noche del jueves) realizándolo con las dos rak‘as de la
puesta del sol otras ellas. De este modo acogerá el comienzo del día y de la
noche con un Jatm, para recibir las bendiciones de los ángeles tal como ha sido
dicho en un hadiz, pues esos días lo colmarán de ellas por la noche hasta que
amanezca y por el día hasta que anochezca.
En cuanto a la extensión debida dependiendo de la circunstancia, hay que
tener en cuenta lo que sigue. Si el recitador es un aspirante en la vía de
activa de los sufíes debe esforzarse por recitar el Corán entero dos veces a
la semana. Si es de los aspirantes en la vía interior y reflexiva de los sufíes
o es alguien debe dedicar tiempo a la búsqueda y propagación del conocimiento,
deberá limitarse a una recitación completa a la semana. Si es de los que
deciden sumergirse en la significación del Corán, se atendrá a una lectura al
mes, pues necesita reflexionar y entresacar enseñanzas.
Tercera:
Las particiones. Quien lea el Corán una vez a la semana deberá
distribuirlo en siete sesiones a cada una de las cuales dedicará una séptima
parte del total del texto. Ya los Compañeros del Profeta hicieron esas
particiones (hiçb). Por ejemplo, sabemos que ‘Uzmân inauguraba la
lectura del Corán cada noche del viernes (la del jueves, para nosotros)
recitando desde la Fâtiha hasta al-Mâida; la noche del sábado (del
viernes para nosotros) leía desde al-An‘âm hasta Hûd; la noche del domingo
(del sábado para nosotros) desde Yûsuf hasta Máriam; la noche del lunes (del
domingo) desde Tâhâ hasta Tâsînmîm; la noche del martes (del
lunes) leía desde al-‘Ankabût hasta Sâd; la noche del miércoles
(del martes) recitaba desde Tançîl hasta ar-Rahmân; por último, la
noche del jueves (del miércoles) concluía el Corán. Ibn Mas‘ûd tenía
también su propia partición. Se ha dicho que el Corán puede ser dividido en
siete secciones (hiçb) cubriendo la primera tres capítulos, la segunda
cinco, la tercera siete, la cuarta nueve, la quinta once, la sexta trece y la séptima
desde Qâf hasta el final. Los Compañeros del Profeta, pues, dividían el Corán
en secciones en función de sus costumbres. Al parecer, algo parecido hacía el
Profeta mismo (s.a.s.). Todo esto antes de la partición en quintos, décimos y
partes, todo lo cual es una innovación (múhdaz).
Cuarta:
La escritura. Se recomienda embellecer la escritura a la hora de copiar el Corán, así como su aclaración con puntos y señales que simplifiquen la lectura y faciliten su corrección. En tiempos del Profeta (s.a.s.) y sus Compañeros no existían los puntos diacríticos para diferenciar algunas consonantes ni los signos de las vocales breves. Poco después, para evitar las confusiones, empezaron a señalarse dichos auxiliares escribiéndolos en tinta roja de modo que no perturbaran la formalidad del texto original usado en tiempos de los contemporáneos de Sidnâ Muhammad (s.a.s.). Tales innovaciones, tras algún titubeo, se consideraron positivas porque embellecían y aclaraban el texto sin alterarlo en lo más mínimo.
Por
ejemplo, al-Hásan e Ibn Sîrîn desaconsejaron la señalización
de los quintos, los décimos y las partes. Ash-Sha‘bi e Ibrâhîm
fueron de los que recomendaban no usar los puntos diacríticos, ni tan siquiera
diferenciados con el color rojo, y decían: “Desnudad el Corán”. Lo más
probable es que esas prevenciones se debieran al temor que les producía la
posibilidad de añadidos que pudieran inducir a confusiones y por su deseo
vehemente de preservar el Corán tal como era en tiempos del Profeta (s.a.s.)
sin cambio alguno. Esas objeciones de autoridades muy tenidas en cuenta
sirvieron para que el trabajo se hiciera con rigor y escrúpulos, y finalmente
la Nación aceptó esas innovaciones que facilitaban la lectura del Corán. Es
necesario recordar que, a pesar de ser una innovación (múhdaz, bid‘a),
no es en absoluto una invención negativa o inútil, pues no toda bid‘a es un
error (dalâla). Lo mismo cabe decir de la realización colectiva de los
Tarâwîh en Ramadán -que se trata de un múhdaz de ‘Umar-,
tenida por los musulmanes por una buena bid‘a (bíd‘a hásana). La
bid‘a perniciosa es la que choca con una sunna antigua o la que la altera.
Siguiendo
con el tema, un miembro de las primeras generaciones del Isdlam dijo: “Leo en
las copias puntuadas del Corán, pero yo personalmente no lo puntúo”. Vemos
así como fue evolucionando la cuestión. Al-Áuça‘i transmitió que Yahyà
ibn Kazîr dijo: “El Corán estaba desprovisto de tales signos en los volúmenes
que lo recogían al principio. Después se inventaron los puntos para la b y la
t, y se dijo: No hay mal alguno en ello, y son luz para el Corán. Más tarde su
usaron puntos grandes para señalar el final de los versículos, y se dijo: No
hay mal en ello, pues sirven para reconocer el final de los versículos. Después
se inventaron los adornos que señalan el principio y el final de los capítulos”.
Abû Bakr al-Húdzali dijo: “Pregunté a al-Hásan por la puntuación
en rojo de las letras del Corán y me preguntó que para qué servía, y le
dije: Para la perfecta pronunciación del árabe. Me dijo entonces: La buena
pronunciación del árabe es un bien”. Jâlid al-Hadzdzâ dijo: “Entré
donde estaba Ibn Sîrîn y lo vi leyendo en un Corán puntuado, mientras que
antes lo declaraba desaconsejado”. Vemos, pues, que incluso los autores que en
un primer momento no recomendaban la puntuación, al final abandonaron sus
reparos. Se cuenta que fue al-Haÿÿâÿ el que introdujo tales
innovaciones, habiendo reunido antes a los expertos en Corán ordenándoles
antes contar todas las palabras del Corán y crear un criterio único para la
división en secciones para la recitación. Fue entonces cuando el Corán fue
dividido en treinta partes (ÿuç) y otras secciones menores.
Quinta:
La
lectura pausada (tartîl). Es la forma de recitar y leer recomendada, pues, como
explicaremos, el objetivo de estas prácticas es la reflexión (tafákkur, tadábbur).
El tartîl (la lectura pausada) es la más conveniente a este fin. Umm Sálama
describió la recitación del Profeta (s.a.s.) como lenta, realizada letra a
letra, consonante a consonante.
Ibn
‘Abbâs dijo: “Recitar los capítulos de al-Báqara y Âli ‘Imrân con
tartîl que me permita reflexionar es más valioso para mí que recitar todo el
Corán de manera precipitada”. También dijo: “Considero que recitar los
breves capítulos aç-Çálçala y al-Qâri‘a de forma pausada es mejor que
recitar los extensos al-Báqara y Âli ‘Imrân de forma acelerada”. Se le
preguntó a Muÿâhid por el caso de dos hombres que entraron en estado de Salât
y su qiyâm (posición de pie) duró lo mismo, pero uno recitó durante ese
tiempo el capítulo de al-Báqara solamente y el otro recitó el Corán entero,
a lo cual respondió Muÿâhid: “Son iguales en la recompensa que merecen”.
Has
de saber que el tartîl (la lectura pausada) es deseable en sí misma y no sólo
porque facilite la reflexión, pues debe exigírsele también al aljamiado (un
no-árabe) que desconoce la lengua en que está escrito el Libro: debe recitar
el Corán pausadamente aunque ignore su significado, porque es lo más cercano
al respeto y la veneración y, en cualquier caso, tiene influencia sobre el
corazón, mientras que la precipitación no produce esos efectos.
Sexta:
El
llanto. Es aconsejable que el llanto (bukâ) acompañe a la lectura o recitación
del Corán. El Profeta (s.a.s.) dijo: “Leed el Corán y llorad; y si no os
viene el llanto espontáneamente, provocadlo”. Y también dijo: “No es de
los nuestros quien no cante con el Corán (con tristeza)”. Sâlih
al-Murri dijo: “En uno de mis sueños me vi recitando el Corán ante el
Profeta (s.a.s.), que me dijo: Oh, Sâlih, esa es la lectura, pero
¿dónde está el llanto?”. Ibn ‘Abbâs dijo: “Cuando lleguéis al versículo
señalado para realizar una prosternación que hay en Subhâna, no llevéis
la frente al suelo hasta llorar. Si vuestro ojo no llora, que llore vuestro
corazón.
La
manera de atraer el llanto es que la tristeza embargue al corazón, pues es la
tristeza (huçn, háçan) lo que provoca el llanto. El Profeta (s.a.s.)
dijo: “El Corán ha sido revelado acompañado de tristeza. Cuando lo recitéis,
provocad en vosotros la tristeza”. Un modo de provocar la tristeza es
concentrar la atención en las amenazas que el Corán lanza al ser humano, así
como la gravedad de los compromisos que reclama; junto a ello, el lector debe
reconocer sus limitaciones, su incapacidad para cumplir con las exigencias del
Corán; entonces, el lector sentirá inevitablemente tristeza y eso desencadenará
su llanto. Ciertamente, la situación del ser humano ante el Corán es la más
grande de las calamidades.
Séptima:
La
atención debida a las exigencias de los versículos. Y, así, si pasa por un
versículo que ordena o sugiere la realización de una prosternación, se le
recomienda que la cumpla (igualmente está aconsejado hacerla si la oye recitar
a otro y si este último se prosterna). Se le recomienda llevar la frente al
suelo en esos casos sólo si está en estado de pureza (tahâra). En el
Corán hay catorce versículos de este tipo (por ejemplo, el capítulo al-Haÿÿ
hay dos casos, mientras que en Sâd no hay ninguno).
El
mínimo de una de esas prosternaciones (saÿda) consiste en llevar la frente
hasta el suelo, pero el modo más completo es pronunciar primero el takbîr (Allâhu
Ákbar) y llevar la frente al suelo invocando en esa postura en conformidad con
el significado del versículo. Por ejemplo, si pasa por el versículo que dice:
“Y cayeron prosternados y proclamaron la alabanza de su Señor, sin ninguna
arrogancia”, puede decir durante su saÿda: “Allahumma, hazme ser de los que
llevan la frente al suelo ante Ti por Ti, de los que proclaman tu alabanza. Y me
cobijo en Ti para no ser del número de los arrogantes”. O bien, si recita:
“Y se desploman sobre sus rostros llorando, y ello hace crecer su temor”,
puede decir: “Allahumma, hazme ser de los que lloran en tu búsqueda, de los
que te temen”. Y así en cada ocasión. Para la realización de esta
prosternación se exigen las mismas condiciones del Salât: estar
vestido, estar orientado hacia la Qibla, y que el cuerpo, la ropa que se lleve y
el lugar en el que se efectúe estén libres de toda impureza inmaterial (hádaz)
o material (jábaz). Si no se está en estado de pureza cuando se oye la
recitación de un versículo de esta categoría, se debe realizar la prosternación
después de realizar las abluciones.
Se
ha opinado también que la forma más perfecta de llevar a cabo estas
prosternaciones es la siguiente: Pronunciar el takbîr levantando las manos en
señal de tahrîm (acceso al recinto vedado), repetir el takbîr mientras
se ejecuta el movimiento de descenso hasta llevar la frente al suelo, volver a
pronunciar el takbîr al levantar la frente del suelo y saludar (el taslîm).
Algunos han añadido el tasháhhud entre el último takbîr y el taslîm, pero
no tienen más argumento que la analogía con el Salât, pero no debe ser
tenido en consideración. Si durante el Salât el imâm recita un versículo de
aquellos con los que se recomienda la realización de una saÿda, el oyente debe
realizarla si la cumple el imâm, y en ningún caso debe realizarla por su
propia lectura en una rak‘a de silencio si está haciendo el Salât en
comunidad siguiendo a un imâm.
Octava:
Decir
al comienzo de la lectura del Corán: a‘ûdzu billâhi s-samî‘i l-‘alîmi
min ash-shaitâni r-raÿîm (me refugio en Allah que oye y sabe
contra Shaytán el Lapidado), rábbi a‘ûdzu bíka min hamaçâti
sh-shayâtîni wa a‘ûdzu bíka rábbi an yáhdurûn (Mi
Señor, me refugio en Ti contra las murmuraciones de los shayâtîn, y me
refugio en Ti, mi Señor, para que no acudan a mí), y después, recitar el
capítulo de qul a‘ûdzu bi-rábbi n-nâs y la Fâtiha. Al
acabar la recitación, el lector debe decir: sádaqa llâhu ta‘âlà
wa bállaga rasûlu llâhi sallà llâhu ‘aláihi wa sállama (Allah
es sincero, y su Mensajero -s.a.s.- ha trasmitido su Palabra), allâhumma
nfa‘nâ bíh wa bârik lanâ fîh (Allahumma, haz que nos sirva de
utilidad esta lectura y bendícenos en ella), al-hámdu lillâhi rábbi
l-‘âlamîn wa astágfiru llâha l-háyya l-qayyûm (alabanza a
Allah, Señor de los mundos; y pido perdón a Allah, el Viviente, el Subsistente).
Igualmente,
durante la lectura, si pasa por un versículo en el que se glorifique a Allah (tasbîh)
debe glorificar y proclamar la grandeza de Allah (subhâna llâh allâhu
ákbar); si pasa por un versículo que sea invocación (du‘â) o solicitud
de perdón (istigfâr) debe invocar y pedir perdón; si pasa por un pasaje en el
que se mencione algo deseable debe expresar ese deseo o si, por el contrario, el
texto menciona algo aborrecible, debe cobijarse en Allah contra ello. Puede
hacerlo en voz alta o en silencio. Hudzáifa dijo: “En cierta ocasión
hice el Salât con el Profeta (s.a.s.) y comenzó recitando el capítulo
de al-Báqara. No pasaba por ningún versículo en que se mencionara la
misericordia de Allah sin solicitarla, ni por ningún versículo en que se
mencionara el castigo de Allah que aguarda a los perversos e injustos sin que
pidiera a Allah que le protegiera, ni pasaba por ningún versículo en que se
describiera la perfección de Allah sin que lo glorificara”.
Al
finalizar la sesión de estudio, recitación y lectura del Corán, se debe
pronunciar la invocación que realizaba el Profeta (s.a.s.) en ese caso: alláhumma
rhamnî bil-qur’âni wa ÿ‘álhu lî imâman wa núran wa húdan wa
rahma (Allahumma, apiádate de mí por el Corán, y hazlo ser imâm,
luz, senda y misericordia para mí), alláhumma dzakkirnî minhu mâ nasîtu
wa ‘allimnî minhu mâ ÿahiltu wa rçuqnî tilâwatahu â:nâa l-láili wa
atrâfa n-nahâri wa ÿ‘alhu lî húÿÿatan yâ rábba l-‘âlamîn
(Allahumma, hazme recordar de él lo que he olvidado, enséñame de él lo
que aún ignoro, y provéeme con su lectura en el seno de la noche y los
extremos del día (el amanecer y el atardecer), y hazlo ser un argumento en mi
favor, oh Señor de los mundos).
Novena:
La
lectura en voz alta. El recitador, al menos, debe oírse a sí mismo, pues la
lectura consiste en la pronunciación de las letras diferenciando entre los
sonidos. Como se ha señalado, la voz es indispensable siendo el mínimo que el
lector se oiga a sí mismo (en caso contrario, por ejemplo, quedaría invalidado
el Salât en el que se exige que la recitación sea hecha en voz alta).
Hacerse oír por otros es considerado aconsejable desde un punto de vista y
desaconsejable desde otro.
Los
partidarios de la lectura en silencio (qirâat al-isrâr) se apoyan en el hadiz
en el que el Profeta dijo: “La lectura en secreto es mejor que la lectura en
voz alta al igual que la generosidad discreta es mejor que la generosidad en público”,
o, según otra versión: “El que pronuncia el Corán en voz alta es como el
que hace gala de su generosidad y el que pronuncia el Corán en silencio es como
el que es generoso en privado”. También se han atribuido al Profeta (s.a.s.)
las siguientes palabras: “La acción en privado supera setenta veces a la que
se hace en público”. Y dijo: “La mejor riqueza es la suficiente para la
subsistencia, y la mejor Mención del Nombre es la invisible”. Una sentencia
puesta en su boca dice: “No os hagáis oír los unos a los otros la recitación
del Corán entre el Magreb y el ‘Ishâ”. Se cuenta que cierta noche Sa‘îd
ibn al-Musîb oyó a ‘Umar ibn ‘Abd al-‘Açîç, príncipe de la ciudad y
que más tarde sería califa, recitar el Corán en voz alta mientras hacía el Salât
en la Mezquita del Profeta (s.a.s.). Entonces, Sa‘îd ordenó a su criado diciéndole:
“Ve a ése que está haciendo el Salât y dile que baje la voz”. El
criado le respondió: “La mezquita no nos pertenece, y ese hombre tiene
derecho a lo que está haciendo”. Entonces, Sa‘îd se dirigió a ‘Umar
desde lejos y le dijo: “¡Tú! Si busca a Allah, baja la voz. Y si lo que
quieres es que la gente te oiga, que sepas que de nada te servirán ante Allah”.
‘Umar cayó y aligeró su Salât. Cuando acabó, recogió con humildad sus
sandalias y se fue.
Por
el contrario, los partidarios de la recitación en voz alta (qirâat al-ÿahr,
qirâat al-‘alânía) se apoyan en el hadiz en el que se cuenta que el Profeta
(s.a.s.) escuchó pronunciar en voz alta el Corán a sus Compañeros en la
mezquita y lo aprobó diciendo: “Cuando os levantéis para hacer el Salât
en la noche, recitad el Corán en voz alta, pues los ángeles y los habitantes
de la casa os escuchan y hacen con vosotros el Salât”. Se cuenta que
en cierta ocasión el Profeta (s.a.s.) pasó junto a Abû Bakr que estaba
recitando en silencio y le preguntó por qué lo hacía y él respondió: “Aquél
al que me dirijo me oye”; luego pasó junto a ‘Umar, que lo hacía en voz
alta, y le preguntó la razón, y le respondió: “Así despierto al
dormido y espanto al demonio”; por último, pasó junto a Bilâl, que recitaba
unos pasajes en voz alta y otros en silencio, y le preguntó lo mismo, y Bilâl
respondió: “Mezclo lo bueno con lo bueno”; el Profeta (s.a.s.) finalmente
les dijo: “Todos habéis acertado”.
En
realidad, las divergencias de opinión mencionadas se deben a las
circunstancias. La lectura hecha en secreto es un arma contra la hipocresía, el
fingimiento y la artificialidad, y es lo mejor en razón de quien teme caer en
alguno de esos vicios. Por otra parte, la lectura en voz alta, si
no se corre esos peligros ni se molesta a nadie, es mejor porque añade
algo a la anterior, y es la virtud de la voz, además de poder servir de
provecho a otros. La recitación en voz alta tiene otras ventajas como la de
despertar el corazón, facilita la comprensión de lo que se está leyendo y
permite su audición a otros. Además, ahuyenta el sueño y anima al perezoso.
Si está presente cualquiera de estas intenciones, la recitación en voz alta es
mejor. Si todas esas intenciones están presentes, el mérito de la lectura en
voz alta es mayor. La abundancia de intenciones purifica al que realiza una acción
y multiplica las recompensas de las que se hace acreedor. Si en un acto hay diez
intenciones, se recibe por él diez recompensas. Por ello decimos que la
recitación mirando el texto del Corán es mejor porque hasta mirar en el Libro
es una devoción. Se dice que ‘Uzmân gastó dos ejemplares del Corán de
tanto leer en ellos. Muchos de los Compañeros del Profeta (s.a.s.) preferían
leer que recitar de memoria, y había entre ellos quienes no dejaban pasar un día
sin realizar una lectura sobre el texto: detestaban estar sin mirar al
Corán.
Décima:
Embellecimiento
de la voz durante la lectura y recitación pausada (tartîl) con revisión de
cada sonido sin alargamientos excesivos e inútiles o que alteren el texto.
El
Profeta (s.a.s.) dijo: “Adornad el Corán con vuestras voces”. Y también
dijo: “Allah no autoriza tanto algo como el embellecer la voz durante la
recitación del Corán”.. Y dijo: “No es de los nuestros quien no canta el
Corán” (se ha dicho que el verbo empleado significa en realidad “tener
suficiente”, es decir, “no es de los nuestros quien no tiene bastante con el
Corán”, o bien “no es de los nuestros quien no es rico con el Corán”,
que viene a ser lo mismo; pero la versión más correcta del verbo es la de
“cantar”, “salmodiar”). En cierta ocasión, el Profeta (s.a.s.) estaba
esperando a ‘Âisha y ella tardaba; cuando se presentó, le preguntó por la
causa de su retraso, y ella le dijo: “He estado oyendo la recitación de un
hombre, y jamás antes había oído una voz más hermosa”; entonces, el
Profeta (s.a.s.) se levantó y fue a oír y estuvo mucho tiempo; cuando volvió,
le dijo a ‘Aisha: “Se trata de Sâlim, el mawlà de Abû Hudzáifa. Doy
gracias a Allah por haber puesto en mi Nación a alguien como él”. En otra
ocasión, el Profeta (s.a.s.) escuchó a ‘Abd Allah ibn Mas‘ûd que recitaba
el Corán para Abû Bakr y ‘Umar, quienes estuvieron detrás de él haciendo
el Salât durante largo tiempo; el Profeta (s.a.s.) dijo: “Quien quiera oír
la suavidad y belleza con la que el Corán me es revelado, que atienda a la
lectura de Ibn Mas‘ûd”. En otro momento, el Profeta (s.a.s.) le pidió a
Ibn Mas‘ûd que le recitara el Corán, quien le dijo: “¿Quieres que te
recite el Corán cuando a ti es a quien ha sido revelado?”, y él le respondió:
“Me gusta oírselo recitar a otro”; y así, pues, Ibn Mas‘ûd le recitó
un pasaje, y contó que al Profeta (s.a.s.) se le inundaron los ojos de lágrimas.
También oyó la recitación de Abû Mûsà, y le comentó a sus Compañeros que
su voz era como la de David recitando los Salmos; le llegó la noticia a Abû Mûsà,
quien acudió ante el Profeta (s.a.s.) y le dijo: “Si hubiese sabido que me
estabas oyendo, hubiese adornado mi voz con una gran belleza”.. Háizam, el célebre
recitador del Corán, vio ensueños al Profeta (s.a.s.), quien le preguntó: “¿Tú
eres Háizam, el que adorna el Corán con su voz?”, y él respondió
afirmativamente; entonces, el Profeta (s.a.s.) le dijo: “¡Allah te recompense
con el bien!”. Los Compañeros del Profeta (s.a.s.) se reunían con frecuencia
y solían pedir a alguno de ellos que recitara un capítulo del Corán; ‘Umar
siempre se lo pedía a Abû Mûsá, diciéndole: “Haznos recordar a nuestro Señor”;
y entonces se les pasaba el tiempo, y cuando alguien advertía que estaba a
punto de acabar el plazo de algún Salât, le decía a ‘Umar: “Oh, príncipe,
el Salât, el Salât”, y él respondía: “¿Acaso no estamos
en estado de Salât?”, aludiendo con ello al versículo en el que Allah
ha dicho: “El Recuerdo de Allah es lo más grande”.
El Profeta (s.a.s.) dijo: “Quien escuche un versículo del Corán, será para él luz el Día de la Resurrección”. Si oír un versículo es luz, ¿cuál no será la recompensa que aguarda al que lo recita? Todo ello es así mientras no haya hipocresía, ni fingimiento ni artificialidad.