REGLAS PARA LA RECITACIÓN DEL CORÁN

 

            El Corán es Palabra Increada, sonido eterno, y ocasión para los musulmanes de sumergirse en algo que es de Allah, que le pertenece directamente, que emerge de Él. El Corán es la inmediación de Allah. El Corán en sí y su significado son dos caras de una misma moneda que posibilitan la intimidad con la Verdad Creadora. Revelado a Sidnâ Muhammad (s.a.s.), el Corán es un obsequio a la humanidad. Su lectura meditada, su recitación armoniosa, su memorización -todo lo cual convierte a un musulmán en portador del Corán (hâmil al-Qur’ân)-, son prácticas recomendadas con insistencia, de gran mérito y alcance espiritual. El aprendizaje del Libro revelado y su trasmisión conforman una de las mejores tradiciones musulmanes, en las que todos participan en la conciencia de que se trata de un legado que exige fidelidad y sinceridad. La letra y su sentido son depósitos confiados a los musulmanes, y la lealtad a esa exigencia les hace convertir el Corán en centro de sus existencias. Se trata de un don, que comporta graves responsabilidades.

 

         El texto que presentamos a continuación en Musulmanes Andaluces está recogido del primer volumen del Ihyâ ‘Ulûm ad-Dîn del Imâm al-Gazâli. El autor, tras ponderar el valor del estudio, lectura y recitación del Corán pasa a advertir contra la negligencia de los que realizan esas actividades sin darles la importancia que tienen. El estudio, la lectura o la recitación mecánica son una falta de respeto a algo que en sí abre las puertas hacia Allah mismo. Por tanto, es necesario consagrarse a dichas prácticas, pero teniendo en cuenta su gravedad. A continuación, ofrece reglas a las que debe atenerse el que afronte dichas acciones para sacarle el mejor rendimiento.

Debemos advertir, no obstante, que el Imâm al-Gazâli era extremadamente exigente en todo, y sus reglas deben ser tenidas a modo de sugerencias que cada cual debe adecuar a su realidad. En la mayor parte de los casos, se trata de consejos que no debemos confundir con obligaciones que pesen sobre todos los musulmanes. Pero, en cualquier caso, es bueno y conveniente tener en consideración las enseñanzas del Imâm al-Gazâlî, que reflejan una situación en la que los musulmanes vivían con intensidad el Islam y respondían a él dando de sí todo lo que podían.

 

  

LOS MÉRITOS DE LA RECITACIÓN DEL CORÁN

 

Hadices

 

         1- Sidnâ Muhammad (s.a.s.) dijo: “Quien lea el Corán y después considere que a alguien le ha sido dado hacer algo mejor, menosprecia lo que Allah ha enaltecido”.

 

         2- Y dijo: “Ante Allah no hay intercesor a tu favor de rango más elevado que el Corán, ni tan siquiera un profeta, un ángel o cualquier otro”.

 

         3- Y dijo: “Si el Corán fuera una piel para curtir, no lo tocaría el fuego”

 

         4- Y dijo: “La mejor devoción de mi pueblo es la lectura del Corán”.

 

         5- Y dijo: “Allah recitó los capítulos del Corán Tâhâ y Yâsîn mil años de crear el universo. Cuando los ángeles escucharon el Corán, dijeron: ¡Enhorabuena a la nación que le sea revelado! ¡Enhorabuena a las entrañas que se conviertan en su depósito! ¡Enhorabuena a las lenguas que lo pronuncien!”.

 

         6- Y dijo: “El mejor entre vosotros es el que aprenda el Corán y lo enseñe”.

 

         7- Y dijo: “Allah dice: A quien se entretenga leyendo el Corán y olvide invocarme y rogarme le daré en pago lo mejor de la recompensa reservada a los agradecidos”.

 

         8- Y dijo: “El Día de la resurrección habrá tres hombres sobre una duna de almizcle negro de los que no se apoderará ningún terror ni tendrán que rendir cuentas por nada y así hasta que se decida en los litigios entre la gente: un hombre que lea el Corán no deseando con ello más que agradar a Allah o lo recite mientras dirige el Salât de otros que estén satisfechos con él,...”.

 

         9- Y dijo: “La gente del Corán son la Gente de Allah y los más allegados a Él”.

 

         10- Y dijo: “Los corazones se oxidan al igual que el hierro”. Le preguntaron: “Oh, Mensajero de Allah, ¿cómo pueden ser pulidos?”, y él (s.a.s.) respondió: “Con la lectura del Corán y el recuerdo de la muerte”.

 

         11- Y dijo: “Allah presta más atención al lector del Corán que el dueño de una esclava de bella voz a su canto”.

 

 

Sentencias

 

1- Abû Umâma al-Bâhili dijo: “Leed el Corán, y que no os confundan los adornos entre los que es recogido. Allah no castiga a un corazón que se convierte en recipiente para el Corán”.

 

         2- Ibn Mas‘ûd dijo: “Si queréis adquirir ciencia, desplegad el Corán, porque en él está el saber de los antiguos y el de los contemporáneos”.

 

         3- Y también dijo: “Leed el Corán, porque seréis premiados por cada una de sus letras con diez hermosas recompensas...”.

 

         4- Y también dijo: “Preguntaos a vosotros mismos por el Corán. Quien vea que lo ama y lo admira es que ama a Allah y a su Mensajero. Quien vea que lo detesta es que detesta a Allah y a su Mensajero”.

 

         5- ‘Umar ibn al-‘Âs dijo: “Cada versículo del Corán es un peldaño en el Jardín y es una lámpara en vuestras casas”.

 

         6- Y también dijo: “Quien lea el Corán, que sepa que la profecía ha penetrado entre sus costados, salvo que no la recibe como revelación”.

 

         7- Abû Huraira dijo: “La casa en la que es recitado el Corán se hace espaciosa para quienes viven en ella y se multiplica su bondad, entran en ella los ángeles y salen los demonios.. Pero la casa en la que no es leído el Libro de Allah, se estrecha sobre  sus habitantes y escasea su bondad, salen de ella los ángeles y se presentan en su lugar los demonios”.

 

         8- Ahmad ibn Hánbal dijo: “Vi a Allah en sueños y le pregunté: ¿Qué es lo mejor con lo que pueden acercarse a Ti quienes buscan tu proximidad? Y me respondió: Con mi propia Palabra, oh Ahmad. Entonces volví a preguntar: ¿Entendiéndola o sin entenderla? Y me dijo: Entendiéndola o sin entenderla”.

 

         9- Muhammad ibn Ka‘b al-Qarazi dijo: “Cuando las gentes escuchen el Corán en boca de Allah el Día de la Resurrección será como si no lo hubiesen escuchado antes”.

 

         10- al-Fudáil ibn ‘Iyâd dijo: “Quien contenga en sí el Corán de memoria no debiera tener necesidad de nadie, evitándose acudir ante los príncipes y a quienes estén por debajo de ellos, porque es la gente la que debería tener necesidad de él”.

 

         11- Y dijo también: “El que porta el Corán en sus adentros es el portaestandarte del Islam. No debiera entretenerse con los que pierden el tiempo, ni divertirse con los que no tienen nada mejor que hacer, ni bromear con los que sólo saben bromear. Todo ello como veneración debida al Corán que contiene en sus adentros”.

 

         12- Sufyân az-Záuri dijo: “Cuando alguien lee el Corán está besando al Rey en la frente”.

 

         13- ‘Amrû ibn Maimûn dijo: “De quien despliega el Corán al amanecer y lee en él cien versículos, le son recogidos por Allah como si se tratara de lo mejor que pudiera hacer la humanidad entera”.

 

         14- Se cuenta que Jâlid ibn ‘Uqba acudió ante el Mensajero de Allah (s.a.s.) quien le pidió que le recitara algo del Corán y él leyó el versículo que dice: “Allah ordena la justicia y la excelencia, y la generosidad hacia los parientes,...”. Cuando acabó, el Profeta le pidió que volviera a repetírselo. Al cabo de la segunda lectura, Sidnâ Muhammad (s.a.s.) le dijo: “Lo juro por Allah, son palabras dulces que producen embriaguez. Su parte más baja florece y la más alta fructifica. Eso no ha podido decirlo un ser humano”.

 

         15- al-Hásan dijo: “Sin el Corán no hay riqueza y con él no hay pobreza”.

 

         16- al-Fudáil dijo: “Quien lea la parte final del capítulo de al-Hashr cuando amanece y muere durante ese día, es marcado con el sello de los mártires. Quien la lea al anochecer y muere esa noche, es marcado con el sello de los mártires”.

 

         17- al-Qâsim ibn ‘Abd ar-Rahmân dijo: Dije a un asceta que vivía en un lugar retirado si no tenía con él a nadie que le consolara. Entonces extendió la mano hacia un libro del Corán y lo puso en su regazo, diciendo: ¡Éste!”.

 

         18- ‘Ali ibn Abî Tâlib dijo: “Hay tres cosas que fortalecen la memoria y hacen desaparecer la flema: el siwâk, el ayuno y la lectura del Corán”.

 

 

REPROCHE A LA LECTURA DE LOS DESCUIDADOS

 

1- Ánas ibn Mâlik dijo: “¡Cuántos hay que leen el Corán mientras el Corán los está maldiciendo!”.

 

         2- Máisara dijo: “Extranjero es el Corán en el seno del pervertido”.

 

         3- Abû Sulaimân ad-Dârâni dijo: “Los guardianes del infierno se apresuran a apoderarse de los portadores del Corán (los que lo conocen de memoria) que desobedecen a Allah con mucha más vehemencia de lo que lo hacen con los idólatras que desobedecen a Allah tras haber sido revelado el Corán”.

 

         4- Un ‘âlim dijo: “Cuando una persona lee el Corán y después se mezcla en turbiedades y más tarde vuelve a la lectura del Corán, se le dice: ¿Qué tienes tú que ver con mi palabra?”.

 

         5- Ibn ar-Rimâh dijo: “Me he arrepentido de haber memorizado el Corán porque me ha llegado que las Gentes del Corán serán interrogados el Día de la Resurrección igual que los profetas (exigiéndoseles lo mismo)”.

 

         6- Dijo Ibn Mas‘ûd: “El portador del Corán debe ser reconocido de noche cuando las gentes duermen, de día cuando las gentes se dedican a sus excesos, por su tristeza cuando los demás están alegres, por su llanto cuando los demás ríen, por su silencio cuando la gente discute, por su temor cuando la gente se entrega a argucias. El portador del Corán debe ser pacífico, suave, y no debe ser desdeñoso, ni fingidor, ni proferir gritos, ni insultar a nadie, ni ser de hierro”

 

         7- El Mensajero de Allah (s.a.s.) dijo: “La mayor parte de los hipócritas de mi nación está entre los lectores del Corán”.

 

         8- Y dijo: “Lees el Corán mientras sientas sus imperativos; si no los sientes, no estás leyendo el Corán”.

 

         9- Y dijo: “No está abierto al Corán quien considere lícito lo que el Libro prohíbe”.

 

         10- Uno de los pioneros en el Islam dijo: “Hay quien empieza a recitar un capítulo del Corán mientras los ángeles están bendiciéndolo hasta que acaba. y hay quien empieza a recitar un capítulo del Corán mientras los ángeles lo maldicen hasta que acaba”. Se le preguntó: “¿Cómo puede ser así?”, y respondió: “Cuando se atiene a lo que el Corán declara lícito y se aparta de lo que declara ilícito, es bendecido; de lo contrario, es maldecido”.

 

         11- Un ‘âlim dijo: “Hay quien lee el Corán maldiciéndose a sí mismo sin darse cuenta, como cuando el Corán dice “La maldición de Allah caiga sobre los injustos”, y ese lector es uno de ellos; o como cuando dice “La maldición de Allah caiga sobre los embusteros”, y él es uno de ellos”.

 

         12- al-Hásan dijo: “Habéis hecho del Corán un viaje y de la noche vuestra cabalgadura. Por la noche subís a ella y atravesáis las etapas. Pero los que os han precedido consideraban el Corán un mensaje que les llegaba de su Señor: lo leían reflexivamente de noche y lo ponían en práctica de día”.

 

         13- Ibn Mas‘ûd dijo: “El Corán ha descendido para ser puesto en práctica, sin embargo habéis convertido su estudio en vuestra única acción relacionada con él. Hay entre vosotros quien es capaz de recitar de memoria el Corán desde el principio hasta el final sin olvidarse de una sola letra pero ha anulado actuar según lo que ordena”.

 

         14- Tanto Ibn ‘Umar como Yúndub dijeron: “Durante largo tiempo nos fue dada la sensibilidad espiritual antes de sernos revelado el Corán, y entonces un capítulo descendía sobre Muhammad (s.a.s.) y se aprendía lo que declaraba lícito y lo que prohibía, nos ateníamos a sus órdenes y a sus amonestaciones, y nos deteníamos ahí donde se nos decía. Después, he visto a hombres a los que es dado el Corán antes de la sensibilidad espiritual: lo leen desde el principio hasta el final y no saben qué ordena o cuáles son sus amonestaciones ni saben dónde hay que detenerse. Lo extienden como se esparcen los dátiles tras su recolección”.

         15- En la Torah se dice: “Oh, siervo mío, ¿no te ruborizas ante Mí? Si te entregan un mensaje de uno de tus hermanos mientras vas por un camino te echas a un lado y te sientas por él y lo lees y lo meditas letra a letra para que no se te escape nada. He aquí que te he enviado mi Libro, lo he hecho descender sobre ti, he detallado en él toda cosa y te la he repetido para que lo reflexiones a su largo y a su ancho, pero le vuelves la espalda. ¿Soy acaso menos para ti que tu hermano? Oh, siervo mío, se sienta junto a ti alguno de tus hermanos y te vuelves hacia él con todo tu ser y escuchas sus palabras con todo tu corazón, y si entre tanto alguien pretende interrumpiros lo increpas pidiéndole que se calle. He aquí que Yo me he vuelto hacia ti y te hablo mientras tú me vuelves la espalda y diriges hacia otro lado tu corazón. ¿Soy acaso menos para ti que tu hermano”.

 

 

LAS DIEZ REGLAS EXTERNAS EN LA LECTURA DEL CORÁN

 

         Primera:

Estado en el que debe encontrarse el lector. El lector debe estar en estado de pureza habiendo realizado antes una ablución menor (Wudû); sus gestos deberán ser graves, de profunda veneración y respeto, estando en calma, ya sea de pie o sentado; debe estar orientado hacia la Qibla; no debe cruzar las piernas; debe tener la cabeza agachada, no apoyándose en nada ni estar sentado de una forma arrogante; debe estar sentado como lo estaría ante un maestro venerado.

 

La mejor forma de recitar el Corán es en estado de Salât, de pie, y, mejor aún, en la mezquita, pues ello se cuenta entre los mejores actos de ‘Ibâda. Si el Corán es recitado sin haber hecho antes un Wudû o bien en posición recostada, también es meritorio, pero por debajo del grado anterior pues el Corán mismo establece la gradación al elogiar a “los que recuerdan a Allah de pie, sentados, o echados sobre sus costados, y meditan en la creación de los cielos y de la tierra. Los elogia a todos, pero pone por delante el qiyâm (estar de pie), a continuación el qu‘ûd (estar sentado) y deja en último lugar el recuerdo en posición tumbada (idtiÿâ‘). El Imâm ‘Ali dijo que quien recita el Corán durante el Salât, de pie, obtiene cien recompensas (hasanât) de Allah por cada letra pronunciada; si está sentado, recibe cincuenta recompensas; si lo recita en estado de pureza pero fuera del Salât, consigue veinticinco; y quien lo lee sin haber hecho antes el Wudû logra diez recompensas por cada letra.

 

La recitación realizada de pie durante el Salât durante la noche es aún más meritoria, porque son momentos en que el corazón se concentra mejor. Abû Dzarr al-Gifâri dijo: “Lo mejor es alargar la prosternación durante el día y prolongar el qiyâm durante la noche”.

 

Segunda:

Extensión del texto a leer. La cantidad de texto a leer depende de las costumbres, habiendo quien lee pasajes extensos y quien se limita a un fragmento menor. Hay quienes recitan el Corán entero en un día con su noche, e, incluso, quien es capaz de leerlo en ese plazo dos veces, y hasta tres; otros, por su parte, leen el texto completo en un mes.

 

Hay que tener en cuenta lo que dijo el Profeta (s.a.s.): “Quien lee el Corán entero en menos de tres días no lo entiende”, y es porque el Tartîl (la lectura pausada) es imposible de otro modo. ‘Aisha, esuchando a alguien que leía el Corán de forma precipitada (hadzr), dijo: “Éste, ni ha leído el Corán ni ha estado callado”. El Profeta (s.a.s.) ordenó a ‘Abd Allah ibn ‘Umar que concluyese la lectura completa del Corán cada siete días. Se sabe que, siguiendo esta indicación, un grupo de Compañeros del Profeta (s.a.s.) comenzaba la recitación del Corán y la acababan en una semana, entre ellos ‘Uzmân, Çáid ibn Zâbit, Ibn Mas‘ûd y Ubai ibn Ka‘b.

 

         Por tanto, en el Jatm (o Jatma, una lectura completa del Corán) hay cuatro grados: un Jatm en un día con su noche (considerado desaconsejable por algunos autores); un Jatm al mes, recitando una parte de las treinta en que el Corán es dividido con este objetivo (lo cual es considerado escaso); entre ambos extremos hay dos grados más moderados: un Jatm a la semana y dos Jatm a la semana (manteniéndonos justo por encima del límite mínimo que puso el Profeta al mencionar los tres días por debajo de los cuales el Corán se recita sin entenderlo).

 

         Lo preferible es que el cierre de una lectura completa coincida una vez con el inicio de la noche y otra con el inicio del día, y que el cierre durante el día sea un lunes en las dos rak‘as del amanecer, o tras ellas, mientras que es preferible dejar el cierre nocturno para la noche del viernes (que es, entre nosotros, la noche del jueves) realizándolo con las dos rak‘as de la puesta del sol otras ellas. De este modo acogerá el comienzo del día y de la noche con un Jatm, para recibir las bendiciones de los ángeles tal como ha sido dicho en un hadiz, pues esos días lo colmarán de ellas por la noche hasta que amanezca y por el día hasta que anochezca.

 

         En cuanto a la extensión debida dependiendo de la circunstancia, hay que tener en cuenta lo que sigue. Si el recitador es un aspirante en la vía de activa de los sufíes debe esforzarse por recitar el Corán entero dos veces a la semana. Si es de los aspirantes en la vía interior y reflexiva de los sufíes o es alguien debe dedicar tiempo a la búsqueda y propagación del conocimiento, deberá limitarse a una recitación completa a la semana. Si es de los que deciden sumergirse en la significación del Corán, se atendrá a una lectura al mes, pues necesita reflexionar y entresacar enseñanzas.

 

        Tercera:

         Las particiones. Quien lea el Corán una vez a la semana deberá distribuirlo en siete sesiones a cada una de las cuales dedicará una séptima parte del total del texto. Ya los Compañeros del Profeta hicieron esas particiones (hiçb). Por ejemplo, sabemos que ‘Uzmân inauguraba la lectura del Corán cada noche del viernes (la del jueves, para nosotros) recitando desde la Fâtiha hasta al-Mâida; la noche del sábado (del viernes para nosotros) leía desde al-An‘âm hasta Hûd; la noche del domingo (del sábado para nosotros) desde Yûsuf hasta Máriam; la noche del lunes (del domingo) desde Tâhâ hasta Tâsînmîm; la noche del martes (del lunes) leía desde al-‘Ankabût hasta Sâd; la noche del miércoles (del martes) recitaba desde Tançîl hasta ar-Rahmân; por último, la noche del jueves (del miércoles) concluía el Corán. Ibn Mas‘ûd tenía también su propia partición. Se ha dicho que el Corán puede ser dividido en siete secciones (hiçb) cubriendo la primera tres capítulos, la segunda cinco, la tercera siete, la cuarta nueve, la quinta once, la sexta trece y la séptima desde Qâf hasta el final. Los Compañeros del Profeta, pues, dividían el Corán en secciones en función de sus costumbres. Al parecer, algo parecido hacía el Profeta mismo (s.a.s.). Todo esto antes de la partición en quintos, décimos y partes, todo lo cual es una innovación (múhdaz).

 

         Cuarta:

         La escritura. Se recomienda embellecer la escritura a la hora de copiar el Corán, así como su aclaración con puntos y señales que simplifiquen la lectura y faciliten su corrección. En tiempos del Profeta (s.a.s.) y sus Compañeros no existían los puntos diacríticos para diferenciar algunas consonantes ni los signos de las vocales breves. Poco después, para evitar las confusiones, empezaron a señalarse dichos auxiliares escribiéndolos en tinta roja de modo que no perturbaran la formalidad del texto original usado en tiempos de los contemporáneos de Sidnâ Muhammad (s.a.s.). Tales innovaciones, tras algún titubeo, se consideraron positivas porque embellecían y aclaraban el texto sin alterarlo en lo más mínimo.

 

Por ejemplo, al-Hásan e Ibn Sîrîn desaconsejaron la señalización  de los quintos, los décimos y las partes. Ash-Sha‘bi e Ibrâhîm fueron de los que recomendaban no usar los puntos diacríticos, ni tan siquiera diferenciados con el color rojo, y decían: “Desnudad el Corán”. Lo más probable es que esas prevenciones se debieran al temor que les producía la posibilidad de añadidos que pudieran inducir a confusiones y por su deseo vehemente de preservar el Corán tal como era en tiempos del Profeta (s.a.s.) sin cambio alguno. Esas objeciones de autoridades muy tenidas en cuenta sirvieron para que el trabajo se hiciera con rigor y escrúpulos, y finalmente la Nación aceptó esas innovaciones que facilitaban la lectura del Corán. Es necesario recordar que, a pesar de ser una innovación (múhdaz, bid‘a), no es en absoluto una invención negativa o inútil, pues no toda bid‘a es un error (dalâla). Lo mismo cabe decir de la realización colectiva de los Tarâwîh en Ramadán -que se trata de un múhdaz de ‘Umar-, tenida por los musulmanes por una buena bid‘a (bíd‘a hásana). La bid‘a perniciosa es la que choca con una sunna antigua o la que la altera.

 

Siguiendo con el tema, un miembro de las primeras generaciones del Isdlam dijo: “Leo en las copias puntuadas del Corán, pero yo personalmente no lo puntúo”. Vemos así como fue evolucionando la cuestión. Al-Áuça‘i transmitió que Yahyà ibn Kazîr dijo: “El Corán estaba desprovisto de tales signos en los volúmenes que lo recogían al principio. Después se inventaron los puntos para la b y la t, y se dijo: No hay mal alguno en ello, y son luz para el Corán. Más tarde su usaron puntos grandes para señalar el final de los versículos, y se dijo: No hay mal en ello, pues sirven para reconocer el final de los versículos. Después se inventaron los adornos que señalan el principio y el final de los capítulos”. Abû Bakr al-Húdzali dijo: “Pregunté a al-Hásan por la puntuación en rojo de las letras del Corán y me preguntó que para qué servía, y le dije: Para la perfecta pronunciación del árabe. Me dijo entonces: La buena pronunciación del árabe es un bien”. Jâlid al-Hadzdzâ dijo: “Entré donde estaba Ibn Sîrîn y lo vi leyendo en un Corán puntuado, mientras que antes lo declaraba desaconsejado”. Vemos, pues, que incluso los autores que en un primer momento no recomendaban la puntuación, al final abandonaron sus reparos. Se cuenta que fue al-Haÿÿâÿ el que introdujo tales innovaciones, habiendo reunido antes a los expertos en Corán ordenándoles antes contar todas las palabras del Corán y crear un criterio único para la división en secciones para la recitación. Fue entonces cuando el Corán fue dividido en treinta partes (ÿuç) y otras secciones menores.

 

Quinta:

La lectura pausada (tartîl). Es la forma de recitar y leer recomendada, pues, como explicaremos, el objetivo de estas prácticas es la reflexión (tafákkur, tadábbur). El tartîl (la lectura pausada) es la más conveniente a este fin. Umm Sálama describió la recitación del Profeta (s.a.s.) como lenta, realizada letra a letra, consonante a consonante.

Ibn ‘Abbâs dijo: “Recitar los capítulos de al-Báqara y Âli ‘Imrân con tartîl que me permita reflexionar es más valioso para mí que recitar todo el Corán de manera precipitada”. También dijo: “Considero que recitar los breves capítulos aç-Çálçala y al-Qâri‘a de forma pausada es mejor que recitar los extensos al-Báqara y Âli ‘Imrân de forma acelerada”. Se le preguntó a Muÿâhid por el caso de dos hombres que entraron en estado de Salât y su qiyâm (posición de pie) duró lo mismo, pero uno recitó durante ese tiempo el capítulo de al-Báqara solamente y el otro recitó el Corán entero, a lo cual respondió Muÿâhid: “Son iguales en la recompensa que merecen”.

 

Has de saber que el tartîl (la lectura pausada) es deseable en sí misma y no sólo porque facilite la reflexión, pues debe exigírsele también al aljamiado (un no-árabe) que desconoce la lengua en que está escrito el Libro: debe recitar el Corán pausadamente aunque ignore su significado, porque es lo más cercano al respeto y la veneración y, en cualquier caso, tiene influencia sobre el corazón, mientras que la precipitación no produce esos efectos.

 

Sexta:

El llanto. Es aconsejable que el llanto (bukâ) acompañe a la lectura o recitación del Corán. El Profeta (s.a.s.) dijo: “Leed el Corán y llorad; y si no os viene el llanto espontáneamente, provocadlo”. Y también dijo: “No es de los nuestros quien no cante con el Corán (con tristeza)”. Sâlih al-Murri dijo: “En uno de mis sueños me vi recitando el Corán ante el Profeta (s.a.s.), que me dijo: Oh, Sâlih, esa es la lectura, pero ¿dónde está el llanto?”. Ibn ‘Abbâs dijo: “Cuando lleguéis al versículo señalado para realizar una prosternación que hay en Subhâna, no llevéis la frente al suelo hasta llorar. Si vuestro ojo no llora, que llore vuestro corazón.

 

La manera de atraer el llanto es que la tristeza embargue al corazón, pues es la tristeza (huçn, háçan) lo que provoca el llanto. El Profeta (s.a.s.) dijo: “El Corán ha sido revelado acompañado de tristeza. Cuando lo recitéis, provocad en vosotros la tristeza”. Un modo de provocar la tristeza es concentrar la atención en las amenazas que el Corán lanza al ser humano, así como la gravedad de los compromisos que reclama; junto a ello, el lector debe reconocer sus limitaciones, su incapacidad para cumplir con las exigencias del Corán; entonces, el lector sentirá inevitablemente tristeza y eso desencadenará su llanto. Ciertamente, la situación del ser humano ante el Corán es la más grande de las calamidades.

 

Séptima:

La atención debida a las exigencias de los versículos. Y, así, si pasa por un versículo que ordena o sugiere la realización de una prosternación, se le recomienda que la cumpla (igualmente está aconsejado hacerla si la oye recitar a otro y si este último se prosterna). Se le recomienda llevar la frente al suelo en esos casos sólo si está en estado de pureza (tahâra). En el Corán hay catorce versículos de este tipo (por ejemplo, el capítulo al-Haÿÿ hay dos casos, mientras que en Sâd no hay ninguno).

 

El mínimo de una de esas prosternaciones (saÿda) consiste en llevar la frente hasta el suelo, pero el modo más completo es pronunciar primero el takbîr (Allâhu Ákbar) y llevar la frente al suelo invocando en esa postura en conformidad con el significado del versículo. Por ejemplo, si pasa por el versículo que dice: “Y cayeron prosternados y proclamaron la alabanza de su Señor, sin ninguna arrogancia”, puede decir durante su saÿda: “Allahumma, hazme ser de los que llevan la frente al suelo ante Ti por Ti, de los que proclaman tu alabanza. Y me cobijo en Ti para no ser del número de los arrogantes”. O bien, si recita: “Y se desploman sobre sus rostros llorando, y ello hace crecer su temor”, puede decir: “Allahumma, hazme ser de los que lloran en tu búsqueda, de los que te temen”. Y así en cada ocasión. Para la realización de esta prosternación se exigen las mismas condiciones del Salât: estar vestido, estar orientado hacia la Qibla, y que el cuerpo, la ropa que se lleve y el lugar en el que se efectúe estén libres de toda impureza inmaterial (hádaz) o material (jábaz). Si no se está en estado de pureza cuando se oye la recitación de un versículo de esta categoría, se debe realizar la prosternación después de realizar las abluciones.

 

Se ha opinado también que la forma más perfecta de llevar a cabo estas prosternaciones es la siguiente: Pronunciar el takbîr levantando las manos en señal de tahrîm (acceso al recinto vedado), repetir el takbîr mientras se ejecuta el movimiento de descenso hasta llevar la frente al suelo, volver a pronunciar el takbîr al levantar la frente del suelo y saludar (el taslîm). Algunos han añadido el tasháhhud entre el último takbîr y el taslîm, pero no tienen más argumento que la analogía con el Salât, pero no debe ser tenido en consideración. Si durante el Salât el imâm recita un versículo de aquellos con los que se recomienda la realización de una saÿda, el oyente debe realizarla si la cumple el imâm, y en ningún caso debe realizarla por su propia lectura en una rak‘a de silencio si está haciendo el Salât en comunidad siguiendo a un imâm.

 

Octava:

Decir al comienzo de la lectura del Corán: a‘ûdzu billâhi s-samî‘i l-‘alîmi min ash-shaitâni r-raÿîm (me refugio en Allah que oye y sabe contra Shaytán el Lapidado), rábbi a‘ûdzu bíka min hamaçâti sh-shayâtîni wa a‘ûdzu bíka rábbi an yáhdurûn (Mi Señor, me refugio en Ti contra las murmuraciones de los shayâtîn, y me refugio en Ti, mi Señor, para que no acudan a mí), y después, recitar el capítulo de qul a‘ûdzu bi-rábbi n-nâs y la Fâtiha. Al acabar la recitación, el lector debe decir: sádaqa llâhu ta‘âlà wa bállaga rasûlu llâhi sallà llâhu ‘aláihi wa sállama (Allah es sincero, y su Mensajero -s.a.s.- ha trasmitido su Palabra), allâhumma nfa‘nâ bíh wa bârik lanâ fîh (Allahumma, haz que nos sirva de utilidad esta lectura y bendícenos en ella), al-hámdu lillâhi rábbi l-‘âlamîn wa astágfiru llâha l-háyya l-qayyûm (alabanza a Allah, Señor de los mundos; y pido perdón a Allah, el Viviente, el Subsistente).

 

Igualmente, durante la lectura, si pasa por un versículo en el que se glorifique a Allah (tasbîh) debe glorificar y proclamar la grandeza de Allah (subhâna llâh allâhu ákbar); si pasa por un versículo que sea invocación (du‘â) o solicitud de perdón (istigfâr) debe invocar y pedir perdón; si pasa por un pasaje en el que se mencione algo deseable debe expresar ese deseo o si, por el contrario, el texto menciona algo aborrecible, debe cobijarse en Allah contra ello. Puede hacerlo en voz alta o en silencio. Hudzáifa dijo: “En cierta ocasión hice el Salât con el Profeta (s.a.s.) y comenzó recitando el capítulo de al-Báqara. No pasaba por ningún versículo en que se mencionara la misericordia de Allah sin solicitarla, ni por ningún versículo en que se mencionara el castigo de Allah que aguarda a los perversos e injustos sin que pidiera a Allah que le protegiera, ni pasaba por ningún versículo en que se describiera la perfección de Allah sin que lo glorificara”.

 

Al finalizar la sesión de estudio, recitación y lectura del Corán, se debe pronunciar la invocación que realizaba el Profeta (s.a.s.) en ese caso: alláhumma rhamnî bil-qur’âni wa ÿ‘álhu lî imâman wa núran wa húdan wa rahma (Allahumma, apiádate de mí por el Corán, y hazlo ser imâm, luz, senda y misericordia para mí), alláhumma dzakkirnî minhu mâ nasîtu wa ‘allimnî minhu mâ ÿahiltu wa rçuqnî tilâwatahu â:nâa l-láili wa atrâfa n-nahâri wa ÿ‘alhu lî húÿÿatan yâ rábba l-‘âlamîn (Allahumma, hazme recordar de él lo que he olvidado, enséñame de él lo que aún ignoro, y provéeme con su lectura en el seno de la noche y los extremos del día (el amanecer y el atardecer), y hazlo ser un argumento en mi favor, oh Señor de los mundos).

 

Novena:

La lectura en voz alta. El recitador, al menos, debe oírse a sí mismo, pues la lectura consiste en la pronunciación de las letras diferenciando entre los sonidos. Como se ha señalado, la voz es indispensable siendo el mínimo que el lector se oiga a sí mismo (en caso contrario, por ejemplo, quedaría invalidado el Salât en el que se exige que la recitación sea hecha en voz alta). Hacerse oír por otros es considerado aconsejable desde un punto de vista y desaconsejable desde otro.

 

Los partidarios de la lectura en silencio (qirâat al-isrâr) se apoyan en el hadiz en el que el Profeta dijo: “La lectura en secreto es mejor que la lectura en voz alta al igual que la generosidad discreta es mejor que la generosidad en público”, o, según otra versión: “El que pronuncia el Corán en voz alta es como el que hace gala de su generosidad y el que pronuncia el Corán en silencio es como el que es generoso en privado”. También se han atribuido al Profeta (s.a.s.) las siguientes palabras: “La acción en privado supera setenta veces a la que se hace en público”. Y dijo: “La mejor riqueza es la suficiente para la subsistencia, y la mejor Mención del Nombre es la invisible”. Una sentencia puesta en su boca dice: “No os hagáis oír los unos a los otros la recitación del Corán entre el Magreb y el ‘Ishâ”. Se cuenta que cierta noche Sa‘îd ibn al-Musîb oyó a ‘Umar ibn ‘Abd al-‘Açîç, príncipe de la ciudad y que más tarde sería califa, recitar el Corán en voz alta mientras hacía el Salât en la Mezquita del Profeta (s.a.s.). Entonces, Sa‘îd ordenó a su criado diciéndole: “Ve a ése que está haciendo el Salât y dile que baje la voz”. El criado le respondió: “La mezquita no nos pertenece, y ese hombre tiene derecho a lo que está haciendo”. Entonces, Sa‘îd se dirigió a ‘Umar desde lejos y le dijo: “¡Tú! Si busca a Allah, baja la voz. Y si lo que quieres es que la gente te oiga, que sepas que de nada te servirán ante Allah”. ‘Umar cayó y aligeró su Salât. Cuando acabó, recogió con humildad sus sandalias y se fue.

 

Por el contrario, los partidarios de la recitación en voz alta (qirâat al-ÿahr, qirâat al-‘alânía) se apoyan en el hadiz en el que se cuenta que el Profeta (s.a.s.) escuchó pronunciar en voz alta el Corán a sus Compañeros en la mezquita y lo aprobó diciendo: “Cuando os levantéis para hacer el Salât en la noche, recitad el Corán en voz alta, pues los ángeles y los habitantes de la casa os escuchan y hacen con vosotros el Salât”. Se cuenta que en cierta ocasión el Profeta (s.a.s.) pasó junto a Abû Bakr que estaba recitando en silencio y le preguntó por qué lo hacía y él respondió: “Aquél al que me dirijo me oye”; luego pasó junto a ‘Umar, que lo hacía en voz alta, y  le preguntó la razón, y le respondió: “Así despierto al dormido y espanto al demonio”; por último, pasó junto a Bilâl, que recitaba unos pasajes en voz alta y otros en silencio, y le preguntó lo mismo, y Bilâl respondió: “Mezclo lo bueno con lo bueno”; el Profeta (s.a.s.) finalmente les dijo: “Todos habéis acertado”.

 

En realidad, las divergencias de opinión mencionadas se deben a las circunstancias. La lectura hecha en secreto es un arma contra la hipocresía, el fingimiento y la artificialidad, y es lo mejor en razón de quien teme caer en alguno de esos vicios. Por otra parte, la lectura en voz alta, si  no se corre esos peligros ni se molesta a nadie, es mejor porque añade algo a la anterior, y es la virtud de la voz, además de poder servir de provecho a otros. La recitación en voz alta tiene otras ventajas como la de despertar el corazón, facilita la comprensión de lo que se está leyendo y permite su audición a otros. Además, ahuyenta el sueño y anima al perezoso. Si está presente cualquiera de estas intenciones, la recitación en voz alta es mejor. Si todas esas intenciones están presentes, el mérito de la lectura en voz alta es mayor. La abundancia de intenciones purifica al que realiza una acción y multiplica las recompensas de las que se hace acreedor. Si en un acto hay diez intenciones, se recibe por él diez recompensas. Por ello decimos que la recitación mirando el texto del Corán es mejor porque hasta mirar en el Libro es una devoción. Se dice que ‘Uzmân gastó dos ejemplares del Corán de tanto leer en ellos. Muchos de los Compañeros del Profeta (s.a.s.) preferían leer que recitar de memoria, y había entre ellos quienes no dejaban pasar un día sin realizar una lectura sobre el texto: detestaban estar sin mirar al Corán.

 

Décima:

Embellecimiento de la voz durante la lectura y recitación pausada (tartîl) con revisión de cada sonido sin alargamientos excesivos e inútiles o que alteren el texto.

 

El Profeta (s.a.s.) dijo: “Adornad el Corán con vuestras voces”. Y también dijo: “Allah no autoriza tanto algo como el embellecer la voz durante la recitación del Corán”.. Y dijo: “No es de los nuestros quien no canta el Corán” (se ha dicho que el verbo empleado significa en realidad “tener suficiente”, es decir, “no es de los nuestros quien no tiene bastante con el Corán”, o bien “no es de los nuestros quien no es rico con el Corán”, que viene a ser lo mismo; pero la versión más correcta del verbo es la de “cantar”, “salmodiar”). En cierta ocasión, el Profeta (s.a.s.) estaba esperando a ‘Âisha y ella tardaba; cuando se presentó, le preguntó por la causa de su retraso, y ella le dijo: “He estado oyendo la recitación de un hombre, y jamás antes había oído una voz más hermosa”; entonces, el Profeta (s.a.s.) se levantó y fue a oír y estuvo mucho tiempo; cuando volvió, le dijo a ‘Aisha: “Se trata de Sâlim, el mawlà de Abû Hudzáifa. Doy gracias a Allah por haber puesto en mi Nación a alguien como él”. En otra ocasión, el Profeta (s.a.s.) escuchó a ‘Abd Allah ibn Mas‘ûd que recitaba el Corán para Abû Bakr y ‘Umar, quienes estuvieron detrás de él haciendo el Salât durante largo tiempo; el Profeta (s.a.s.) dijo: “Quien quiera oír la suavidad y belleza con la que el Corán me es revelado, que atienda a la lectura de Ibn Mas‘ûd”. En otro momento, el Profeta (s.a.s.) le pidió a Ibn Mas‘ûd que le recitara el Corán, quien le dijo: “¿Quieres que te recite el Corán cuando a ti es a quien ha sido revelado?”, y él le respondió: “Me gusta oírselo recitar a otro”; y así, pues, Ibn Mas‘ûd le recitó un pasaje, y contó que al Profeta (s.a.s.) se le inundaron los ojos de lágrimas. También oyó la recitación de Abû Mûsà, y le comentó a sus Compañeros que su voz era como la de David recitando los Salmos; le llegó la noticia a Abû Mûsà, quien acudió ante el Profeta (s.a.s.) y le dijo: “Si hubiese sabido que me estabas oyendo, hubiese adornado mi voz con una gran belleza”.. Háizam, el célebre recitador del Corán, vio ensueños al Profeta (s.a.s.), quien le preguntó: “¿Tú eres Háizam, el que adorna el Corán con su voz?”, y él respondió afirmativamente; entonces, el Profeta (s.a.s.) le dijo: “¡Allah te recompense con el bien!”. Los Compañeros del Profeta (s.a.s.) se reunían con frecuencia y solían pedir a alguno de ellos que recitara un capítulo del Corán; ‘Umar siempre se lo pedía a Abû Mûsá, diciéndole: “Haznos recordar a nuestro Señor”; y entonces se les pasaba el tiempo, y cuando alguien advertía que estaba a punto de acabar el plazo de algún Salât, le decía a ‘Umar: “Oh, príncipe, el Salât, el Salât”, y él respondía: “¿Acaso no estamos en estado de Salât?”, aludiendo con ello al versículo en el que Allah ha dicho: “El Recuerdo de Allah es lo más grande”.

 

El Profeta (s.a.s.) dijo: “Quien escuche un versículo del Corán, será para él luz el Día de la Resurrección”. Si oír un versículo es luz, ¿cuál no será la recompensa que aguarda al que lo recita? Todo ello es así mientras no haya hipocresía, ni fingimiento ni artificialidad.