LA INTENCIÓN Y LA ACCIÓN,

Y EL ORIGEN DE LA CIENCIA

 

         Una de las cosas que se aprenden primero con el Islam es que la intención (niyya) es la clave para la validez de una acción (‘ámal). Se nos enseña que lo que Allah tiene en cuenta es la intención: Allah no mira en vuestros rostros, sino que mira en vuestros corazones (hadiz). Allah tiene en cuenta lo que hay en los corazones. Efectivamente, Sidnâ Muhammad (s.a.s.) dijo: innamâ l-a‘mâlu bin-niyyât, Las acciones valen lo que sus intenciones...

 

         La intención por excelencia es el Islam, es decir, la rendición incondicionada a Allah, la claudicación sin reparos a Él. En este profundo sentido, Islam es sinónimo de sinceridad y autenticidad. Es musulmán el que se acerca a la Verdad con corazón puro, sin intereses aparte, y se le entrega con absoluta confianza. Quien siente en sí ese deseo, es musulmán verdaderamente, en la esencia de su ser. Esa intención es la que lo hace merecedor ante Allah, pues ha dejado atrás todo para encarar sin contaminación la Verdad de su Señor, y acaba culminando esa intención con el Ijlâs, una radical pureza resultante del total abandono de las inclinaciones egoístas y que simplifica al ser humano hasta hacerlo trasparente, lo concentra hasta reunirlo en sí mismo en su unidad y simpleza original.

 

         Esa intención suprema -el Islam en sí-, valida al hombre ante Allah, porque ha matado la mentira para asumir lo que Allah quiera. Ahora bien, y esto es de suma importancia, esta formulación no puede ser jamás excusa para detener la acción o para infravalorarla. Al contrario,  la intención es detonante de acción, y se sumerge en la Ciencia. Veremos a continuación lo que significa esto.

 

         Solemos entender la intención, la bondad de corazón y la pureza de espíritu como suficientes en sí, pero es mentira. Hay toda una falsa espiritualidad en torno a estos errores. Subrayando la importancia y relevancia de la intención, el Islam no invita a la pasividad, el conformismo, la resignación o la dejadez. Muy al contrario, esos resultados denotan que han salido de una intención enferma. El Corán condena abiertamente los amânî, que son las ilusiones falsas en las que el hombre se apoya para justificar su inacción. La umnía, el deseo soterrado, es una intención tramposa. Amar a Allah, confiar en Él, abandonarse a Él, como expresión poética para disfrazar la pereza, son pretensiones que no sustituyen una auténtica niyya.

 

         La niyya es resolución en el corazón que se propone decididamente marchar sobre la senda del Islam. Si las circunstancias no acompañan a ese empeño interior, entonces la niyya vale por la acción que no se ha podido cumplir, pero si hay posibilidades y el gesto de seguir el Islam tiene realización, la niyya es su vida y su valor.

 

         Un ejemplo clarificador: El Salât es un pilar del Islam que hay que cumplir al menos cinco veces al día. Exige un esfuerzo, dedicación y cuidado, superar perezas y exigirse a sí mismo. Si se hace por fingimiento (porque se está entre musulmanes y se desea ser valorado por ellos), o por cualquier otra motivación (por sus virtudes para sosegar el espíritu, sus efectos benéficos sobre el corazón y el cuerpo, etc.), o está acompañada por obsesión por la acción (como si fuese una panacea, o algo que obliga a Allah ante el hombre), carece de validez (es decir, no conduce a donde realmente quiere llegar un musulmán, que es a Allah mismo sumergiéndose en una absoluta rendición a Él).

 

         Si existe esa última intención, pero el Salât no puede ser realizado por circunstancias objetivas que lo impidan, entonces es como si se hubiera hecho, lo sustituye perfectamente. Y si se puede y se hace, entonces la niyya le da a ese Salât toda su dimensión.

 

         Es decir, el acto es sí es secundario. Todos los actos del hombre, ante Allah, son nada. Lo importante es la intención, pero una intención sólida y verdadera necesita y exige manifestarse, y ese gesto -el Salât, por ejemplo-se vuelve entonces imprescindible y pletórico.

 

         Puesto que el Islam es la intención suprema, el musulmán indaga por los secretos de esa puerta hacia Allah. Su sinceridad no es pasividad, sino que es una búsqueda para hacer plena su intención. El musulmán sincero se ha propuesto a Allah, Allah es su intención, quiere serle fiel, entregársele con todo su ser, mostrar que es capaz de abandonarlo todo por Él. Y Allah se le manifiesta a través de la Revelación.

 

         Es así como la Revelación se convierte en un campo de investigación para el musulmán, y surge la Ciencia (‘ilm). El estudio pormenorizado de cada detalle de la Revelación es entre los musulmanes la plasmación de todo lo dicho. El musulmán sincero no se acerca al Corán y a la Sunna con curiosidad o por afán de ritualismo (que se dan, pero ya no hay intención sincera), sino que lo hace empujado por su niyya.

 

         Si el musulmán quiere conocer todo lo que es posible saber sobre las abluciones, el modo correcto de hacer el Salât, los pormenores del ayuno, los detalles de la peregrinación, o cómo casarse o divorciarse, o cómo comerciar o litigar, es para mover su vida en el seno de lo que Allah quiere. Busca en cada dato todo lo que le indique un gesto con el que agradar y conquistar a su Señor. Y nada de esto debe confundirse con un espíritu literalista, obsesionado por las formas, exceso de ritualismo o superficialidad. Muy al contrario, es la expresión de un deseo saludable de ser absolutamente consecuente con la propia demanda interior, con la niyya que inquieta y empuja a la acción en lugar de satisfacerse en sí misma.

 

         Las ciencias del Islam responden a la pregunta fundamental de los musulmanes: ¿cómo ser musulmán?, ¿cómo expresar de forma activa el deseo de entrega absoluta e incondicionada, y hasta en los menores detalles, al Creador de cada instante? ¿cómo serle leal conscientemente al igual que se le es fiel con la simple existencia propia que Él ordena que tenga lugar? El musulmán sabe que existe porque Allah quiere, y existe como Allah quiere que exista, y cada uno de sus instantes es regido por el Señor del Universo; esa esencia de su ser quiere llevarla también a su cotidianidad en la que es soberano, para coincidir y sintonizar con la realidad de su ser.

 

         Las ciencias islámicas no son largos listados con infinitas disquisiciones irrelevantes. Son la materialización de esa niyya que se convierte en búsqueda constante de conocimiento y certeza, que no se conforma con generalidades, sino que escruta en todo lo que le ha sido por la Revelación, porque sabe de su inmensa trascendencia.

 

         El musulmán no vive su vinculación a Allah en la simple intimidad de un recogimiento, ni se satisface en su intención, sino que realiza el Islam en lo que es, y el ser humano es lo que hace, es su propia acción, es su vida. Ahí es donde el musulmán traslada el grueso de su Islam, a ese campo de batalla cotidiano, en el que se configura a sí mismo y configura lo que le rodea, el campo de batalla en el que es configurado y en el que todo influye en él. Muy lejos está este Islam de la pasividad espiritual de la renuncia al mundo o su reserva ámbitos íntimos, privados o personales. En esa lucha sufrirá, sin duda, reveses y fracaso, pero la fuerza de su intención emerge entonces para cubrir esas deficiencias, y vale entonces por la acción en sí, e incluso en la impotencia, el musulmán sincero es realizador de esencias.