Tras exponer las reglas de cortesía formal (ádab) que
deben observarse a la hora de emprender la lectura-recitación del Corán (véase
en Hemeroteca, Reglas para la recitación del Corán), el Imam al-Gaçâli
(al-Gazali o Algacel) prosigue enumerando en su libro al-Ihyâ
las condiciones internas que deben darse para un auténtico aprovechamiento del
Libro.
1- Comprensión de la importancia y gravedad del Texto, a la vez que se
recuerda el favor con el que Allah beneficia al lector prestándose a servirle
de guía y maestro.
La Revelación del Corán significa que Allah mismo -Creador, Señor y
Destino de la existencia-, desde la inmensidad de su grandeza inmensurable y
desde el secreto impenetrable de su insondabilidad, se comunica con el ser
humano, aviniéndose a las condiciones de su naturaleza frágil, expresándose
en su lenguaje, haciendo inteligible aquello para lo que no hay palabras,
exhibiendo así su habilidad y destreza. Su Palabra verdadera no tiene sonido ni
letras, ni se articula en frases. Pero Él le ha dado la forma que tiene en el
Corán para que sea de provecho a la criatura, ofreciéndole así una Vía por
la que acceder a la liberación de su ser.
Dice el Imam al-Gaçâli: “Observa cómo Allah te hace llegar y
comprender los significados de su Discurso -el cual es uno de sus Atributos
eternos-. Te lo muestra bajo el aspecto de letras y sonidos que te pertenecen,
pues el hombre es incapaz de llegar a comprender lo que es Allah salvo si se le
presenta revestido de lo que caracteriza al ser humano. Si Él no ocultara el
secreto de la majestad de su Discurso bajo el ropaje de las letras, cuando el
hombre lo oyera vería desvanecerse ante él el Trono y las estrellas y vería
consumirse en la nada a la tierra entera, y todo se disiparía ante la
inmensidad del poder y el resplandor de las luces del Discurso eterno”.
Existe una absoluta desproporción entre el Discurso de Allah y las
palabras de los hombres. El lenguaje humano es del todo incapaz de contener ese
Discurso, pero Allah lo ha hecho posible en el Corán. El Corán es, por tanto,
la reunión de lo infinito en lo concreto. Es un prodigio (mú‘ŷiça),
un signo (aya) presentado al hombre para ser escrutado con corazón
puro que se asoma a lo indecible que hay en las palabras del Libro Revelado. Es
indispensable tenerlo en cuenta a la hora de encarar el Corán. Por tanto, es de
suma importancia comprender lo que es el Corán, y no hay forma de hacerlo más
que a través de imágenes que lo acerquen al entendimiento. En este sentido se
ha dicho:
“Cada
letra del Discurso de Allah en la Tabla Guardada (que es su original fuera del
mundo humano) es mucho más grande que la Montaña Qâf (la montaña mística
que rodea la tierra). Aunque todos los ángeles se reunieran para levantar una
sola de esas letras, no podrían, hasta que se presenta Isrâfîl (el arcángel
Rafael), que es el Ángel de la Tabla, el Guardián del Corán, y entonces eleva
esa letra sólo con la autorización expresa de Allah y valiéndose de la
Misericordia para con él de su Señor, y no con su propia fuerza: es Allah el
que insufla en él la energía necesaria en ese momento para cumplir con tal
misión”.
El intento por describir la sutileza y maestría con la que Allah
comunica al hombre su Palabra -siendo ésta inmensa y ante la que el hombre es
nada- ha sido expresada en el Islam con imágenes que, a pesar de quedarse
cortas y ser insuficientes para abarcar el tema, acercan a la inteligencia la
comprensión del fenómeno de la Revelación:
“Un
rey trajo ante sí un sabio para que le explicara el Camino de los Profetas, y
el sabio le fue aclarando sus pormenores según pudiera entenderlos el rey. En
un momento dado, el rey le dijo:
“Afirmas
que lo que han enseñado los Profetas les vino a ellos de Allah, y me dices que
la Palabra de Allah no es del género del lenguaje humano y que su inmensidad es
tal que nada la contiene. ¿Cómo puede el hombre ser depositario y comprender
ese Discurso?”
Y
el sabio le respondió: “La gente quiere que sus animales domésticos, las
bestias de carga y los pájaros, los entiendan, pero saben que esos animales son
incapaces de entender el lenguaje humano, por bien articulado que sea y por
bellas, claras, expresivas e inteligentes que sean las palabras con las que el
hombre se les dirigiera. Los animales no entienden las palabras humanas, que
emergen de las luces de la inteligencia. Por ello, el hombre reproduce silbidos
y sonidos cercanos a las voces y las inteligencias de los animales y se hace
entender por ellos, y así logran que le obedezcan.
Del
mismo modo, los seres humanos son incapaces de recibir el Discurso de Allah en Sí
y entender sus Cualidades Eternas, pero Allah ha condescendido expresándose en
el lenguaje humano, que es para Él como los silbidos y voces que los hombres
usan para llamar la atención y hacerse obedecer por los animales. La capacidad
para contener esa sabiduría ennoblece a las palabras humanas, porque se han
convertido en cuerpo para albergar el espíritu y morada para la sabiduría.
El
sonido es la forma de la palabra y la sabiduría es su vida. Al igual que el
cuerpo material denso de cada uno de nosotros es digno y noble por el aliento
sutil de vida que encierra, así las palabras se han trasformado en recipientes
de algo que las honra. Efectivamente, el lenguaje humano tiene virtudes y
propiedades únicas al ser el traductor de la inteligencia: su autoridad es
eminente e impone orden en las cosas. Ese mismo lenguaje, fecundado por la
Revelación, se torna penetrante y con él se dirime entre lo verdadero y lo
falso. Revestido de sabiduría, el lenguaje se torna juez y notario, y testigo,
y ordena y prohíbe como hace el rey. Ninguna fuerza tiene la frivolidad ante el
discurso de la sabiduría, al igual que la sombra se retira ante la difusión de
la luz del sol.
El
hombre mismo no tiene fuerzas para sondear en lo íntimo de esa sabiduría, como
el ojo no soporta la luz del sol a pesar de su claridad, pero a través de la
luz del sol ve todo lo que le rodea aprovechándolo para sus cosas. El Discurso
de Allah es como un rey velado, aparentemente ausente, pero su Faz
se convierte en imperativo y, a semejanza del sol abundante pero
invisible en sí, lo anega todo, y también es como Venus en medio de la noche,
que sirve de oriente para los viajeros. Ese Discurso envuelto en el ropaje del
lenguaje humano es llave de tesoros valiosos y sorbo de vida -quien bebe de él
no muere-, y es remedio para los males -quien lo toma no enferma”.
Esto que dijo ese sabio es un resumen de lo que debe entenderse por Discurso
de Allah (Kalâmullâh), y es suficiente para quien quiera saber lo
necesario para su peregrinación hacia su Señor. Con la intuición de la
importancia del tema hay bastante como para acercarse al Libro de la forma
debida y empaparse con sus insinuaciones. Todo lo demás acerca del misterio del
Libro son disquisiciones que entretienen a los que, en lugar de afrontar el reto
del Corán, se entregan con pasión a la retórica y los malabarismos de las
sutilezas teológicas.
2- Magnificación del Emisor del Discurso (Allah, en tanto que Mutakallim).
Cuando el lector-recitador vaya a comenzar su práctica, debe concentrar
su corazón y tener presente la inmensidad insondable y la grandeza
descorazonadora de Quien ha enunciado el Corán. Debe tener muy en cuenta que lo
que va a leer o recitar no es del género de los discursos humanos, sino que
contiene el Discurso de Allah, y ello es grave, pues Allah ha dicho en el Corán:
“No lo tocan, salvo los puros (lâ yamussuhû: illâ l-mutatahharûn)”.
Al
igual que el Corán, como libro material, no debe ser tocado más que por quien
haya realizado antes las abluciones necesarias, su contenido no es accesible más
que para quien tiene el corazón limpio. El seno del Corán, su Significado, al
ser Puro, sólo es comunicado a quien se purifica a sí mismo con el agua de la
veneración y el temor a Allah. Del mismo modo en que cualquiera no puede ni tan
siquiera tocar el Corán, tampoco cualquier lengua puede pronunciar sus sonidos,
ni cualquier corazón está autorizado a acceder a sus secretos.
El
Corán ha sido enunciado por Allah, Uno-Único, Creador, Señor y Destino de la
existencia, motor de cada realidad, sustentador de cada instante, hacedor de lo
que quiere. Es la Palabra de tu Dueño, de la Razón de tu ser, en cuyas Manos
estás sin advertirlo y te saca de la nada a cada momento. Se cuenta que
‘Ikrima ibn Abî Ŷahl temblaba hasta casi desmayar cada vez que abría el
Corán, y decía: “Es la Palabra de mi Señor; es la Palabra de mi Señor”.
Venerar
la Palabra, es venerar al que la ha pronunciado. Y esa veneración (ta‘zîm)
sólo adviene en toda su intensidad si se conoce al que ha enunciado el
Discurso, y si se le reconoce en Sí, en sus Atributos y en sus Acciones. En Sí,
es decir, en su impenetrabilidad, en el misterio de Allah Uno-Único, en la
majestad de la intuición de lo infinito. En sus Atributos, es decir, en que Él,
a pesar de su inaccesibilidad, es el Origen, la Razón, y el Señor de todo lo
que existe. En sus Acciones, es decir, en que todo lo que existe en cada momento
es producto de su decisión, y no hay otro Agente, que Él es Uno-Único
Presente en todo, abandonando definitivamente con esto la idolatría y sumergiéndote
en el espacio eterno del Tawhîd que sintoniza en Allah al
universo entero. Si en tu mente se presenta la imagen del Trono, los cielos, la
tierra y cuanto hay entre ellos, ya sean genios, seres humanos, animales,
plantas y minerales, y vislumbras en todo ello al Creador, Sostenedor y
Providente como Uno y Único, que todo el universo está sujeto a su Poder y a
su Decisión, agitándose entre su Favor y su Violencia, sujeto a su Belleza y a
su Majestad, al arbitrio de su Voluntad, que da según la Misericordia y
arrebata según la Justicia, entonces morirá tu arrogancia y de sus cenizas
saldrá la veneración que abrirá tu corazón a los secretos del Corán.
3- Presencia y concentración del corazón y abandono de la dispersión
de la mente.
En el Corán se repite la expresión: “Toma el Libro con fuerza”,
y se ha dicho que significa que debes adherirte a él haciéndolo con esmero y
rigor, apartándote de toda frivolidad, dejando atrás los pensamientos
triviales y poniendo todo tu corazón en ello. El cumplimiento de esa orden se
concreta durante la lectura-recitación centrando todo el ser en ese acto. A un
sabio se le preguntó si mientras recitaba el Corán lo asaltaban pensamientos
ajenos a lo que leía, y respondió: “¿Qué amo yo más que al Corán que
pueda interrumpir mi encuentro con él?”. Los miembros de las primeras
generaciones del Islam (el Sálaf), cuando durante la lectura de un
versículo los asaltaba un pensamiento extraño, lo repetían hasta que los
abandonaba ese pensamiento y lograban concentrarse de nuevo en la lectura.
La concentración y presencia del corazón (hudûr
al-qalb) nace también de lo que hemos dicho en el apartado anterior. Quien
adquiere conciencia de la relevancia del Emisor del Discurso (Mutakallim)
y el del Discurso en sí (Kalâm), fácilmente se centra en el
Libro. Quien consigue intimar con el Corán, ¿cómo podría encontrar consuelo
en otro pensamiento?. El Profeta (s.a.s.) dijo del Corán que es un jardín, y
el musulmán sincero lo recorre disfrutando de su exuberancia. Se ha dicho:
“El
Corán es jardines y huertos, alcázares y novias dispuestas para los
esponsales, brocados y arriates y tabernas en las que embriagarse de Allah. Sus
emes son campos de recreo; sus erres son jardines; sus haches son palacios; sus
alabanzas son novias; sus dotaciones son brocados; sus textos extensos son
arriates; y todo el resto son sus tabernas. Cuandfo el lector entra en los
campos de recreo, recoge el fruto de sus huertos, entra en los alcázares y
contempla las novias, y después se viste con sus brocados y deambula por los
jardines para pasar finalmente a habitar en la taberna, entonces el Corán pasa
a ocupar todo su tiempo y lo hace desatender todo lo demás. Su corazón se
concentra y su mente pierde toda dispersión”.
4- La meditación (tadábbur), que es algo más que la concentración
(hudûr) y la reflexión (tafákkur) porque
se produce más allá del corazón.
Efectivamente, el corazón puede centrarse en el Corán y la mente
reflexionar exclusivamente sobre él, pero en todo ello no hay más que una
audición atenta del Libro. Lo que se pretende con la recitación del Corán es
el tadábbur, la meditación del espíritu. Por ello, la lectura
del Corán debe ser pausada (tartîl), para facilitar dicha
meditación. El Imam ‘Ali dijo: “Lo bueno en una práctica islámica es
la ciencia que debe gobernarla, y lo bueno en una lectura del Corán es la
meditación”. Si la meditación no despierta más que con la repetición
insistente de un versículo, eso debe hacerse, salvo en el caso de una recitación
en el Salât detrás de un Imam (pues entonces no seguiría como es
debido el desarrollo del Salât en comunidad). En este último caso, sería
como quien se entretiene con una palabra de todas las que se le dicen. Lo mismo
pasaría si durante el rukû‘, en lugar de consagrarse a la alabanza, se
dedicara a meditar en el Corán recitado anteriormente por el Imam (ello no es más
que caer en la obsesión). Lo importante es saber y distinguir qué prima en
cada momento.
Se
ha contado que ‘Âmir ibn Qáis dijo: “La obsesión se apodera de mí
durante el Salât”, y le preguntaron: “¿Se te dispersa la
mente pensando en tus preocupaciones mundanales?”. Respondió: “No.
Que me arrojaran entre lanzas sería para mí preferible a perder el tiempo en
esas cosas. Lo que me ocurre es que durante el Salât me viene a la mente
mi situación ante Allah y la gravedad de mis faltas ante Él, y pienso en cómo
podría redimirme de ello, y ese pensamiento me
distrae de lo que debo hacer”. Observa cómo este Imam contó entre
las obsesiones demoníacas (waswâs) el tener ese pensamiento
durante el Salât, y es así, porque en lugar de centrarse en el Salât
para recibir sus bendiciones y comprender con su espíritu la grandeza de ese
momento se dedicaba a sí mismo. Shaitân no puede con un musulmán
sincero; no consigue desviarlo hacia el mundo, y por eso lo obsesiona con el
mismo Islam. Pero el objetivo del Islam es agigantar al ser humano en la
grandeza infinita de su Señor. Eso es lo que el musulmán debe proponerse con
su Islam y abandonar las miserias del ego. El Islam está para ser aprovechado,
para sacar de él todo lo bueno que ofrece.
Volviendo
al tema, existe información acerca del Profeta (s.a.s.) y sus Compañeros en
los que se nos enseña que, a veces, repetían incesantemente un versículo
porque su espíritu se había centrado en ellos y eran la puerta de una meditación
profunda o les producía una emoción radical que lograba embargarlos trasportándolos
por remotas moradas espirituales. Así, por ejemplo, se cuenta que en una ocasión,
el Profeta (s.a.s.) repitió veinte veces la Básmala antes de empezar a recitar
el Corán, o que, en otra ocasión, pasó toda la noche recitando un mismo versículo:
“Si los castigas, son tus siervos; si les perdonas, Tú eres Misericordioso”.
Uno de los Compañeros del Profeta (s.a.s.) dijo: “A veces me sucede que,
al empezar la noche, comienzo a recitar el Corán y, al poco, algo que contemplo
en un versículo se apodera de mí y no puedo dejar de repetirlo hasta que
amanece”. Otro dijo: “No creo recibir las bendiciones de un versículo
que no entiendo o en el que no logro centrar mi corazón”.
Abû Sulaimân ad-Dârâni el sufí dijo: “Me ocurre que dedico una
noche entera, o dos, o tres, y hasta cuatro, a un mismo versículo, y si no
fuera porque interrumpo la meditación en él, no podría pasar al siguiente”.
Un sabio dijo: “Recito el Corán entero cada viernes; y hago también una
recitación total a la semana; dedico otros momentos al día para una recitación
del Corán entero al mes. Pero hace treinta años empecé otra recitación que aún
no he acabado”.
5- La comprensión profunda (tafáhhum). Consiste en situar
en el sentido exacto que le corresponde cada expresión del Corán.
El Corán habla de Allah en Sí, de sus Atributos y de sus Acciones. Y
habla de los profetas y cuenta sus historias. Habla también de los que han
negado a los profetas y de cuál ha sido su destino. Y enuncia órdenes y
enumera prohibiciones. Y también describe el Jardín y el Fuego.
La regla que rige el conocimiento de Allah en Sí es el versículo que
dice: “Nada se le asemeja”. En Sí, Allah es indescriptible,
insondable. De los Atributos de Allah, el Corán dice: “Él es el rey, el
Insondable, la Paz, el Protector, el Hegemónico, el Poderoso, el Gigantesco, el
Arrogante,...”. Estos términos deben ser comprendidos a la luz del primer
versículo, pero su objetivo es hacer sentir al musulmán la Presencia de Allah
Inmensurable en cada cosa. La meditación en el alcance de estos Atributos,
sobre el trasfondo de la trascendencia absoluta de Allah, abre una percepción
que conduce a la Certeza. A ello aludió el Imam ‘Ali cuando dijo: “El
Profeta no se ha reservado ningún conocimiento que debiera trasmitir a la
gente, y se ha quedado sólo con su comprensión. El hombre sólo debe reservar
para sí la comprensión profunda e íntima que Allah le conceda, y debe
procurar alcanzar ese grado de comprensión”. Efectivamente, los mayores y
más graves conocimientos que se pueden extraer del Corán están bajo los
Nombres de Allah y sus Atributos. La mayor parte de la gente recoge de ese océano
en correspondencia con su entendimiento, pero tiene profundidades que sólo
explora el espíritu despierto.
En el terreno de las Acciones de Allah hay que tener en cuenta que Él ha
creado los cielos y la tierra y
todo lo que hay en ellos. Todo ello
es el resultado de su Acción. El universo entero y cada cosa que hay en él y
todo lo que ocurre en él es Signo de Allah. En tanto que signo es una pista
hacia Allah, y sólo se detiene a medio camino el que no sabe que hay una meta.
Pero a ti, el fruto de la acción debería servirte para sumergirte en el que
actúa. Quien conoce a Allah (la Verdad), no ve más que a Allah en toda cosa.
Todo es desde Él, hacia Él, por Él y para Él, y Él es el Todo en la
comprobación. Quien no lo ve en todo lo que ve es como si no le conociera. Y
quien le conoce sabe que todo lo que no es Allah es evanescencia y frivolidad:
“Todo perece, salvo su Faz” (esto, en las cosas en sí; cuando las
tenemos en cuenta como resultado de la Acción de Allah, es Él el que las
respalda, y pasan a tener ser y consistencia). Todo, por tanto, está
subordinado a Allah. Nada es independiente, ni nada está aislado. Este es el
comienzo de la Ciencia del Develamiento.
Y, así, por ejemplo, cuando leas en el Corán expresiones como “¿Es
que nos veis lo que sembráis?”, “¿Es que no os fijáis en lo que
eyaculáis?”, ¿Es que no observáis el agua que bebéis?”, “¿Es
que no veis el fuego que encendéis?”,... que tu capacidad para comprender
lo que significan no se detenga en la superficie de los cultivos, el semen, el
agua o el fuego, sino que tu entendimiento debe penetrar en ellos hasta
descubrir las realidades sorprendentes que encierran, y una vez tu corazón
despierta a lo extraordinario que hay en cada cosa, debes pasar a verlas como
resultado de la Acción de Quien es aún infinitamente más extraordinario. Si,
por ejemplo, el Corán te sugiere que observes el semen, es para que a tu mente
te venga cómo a partir de un líquido informe e insignificante se han formado
la carne, los huesos, los tejidos, los nervios y las venas, el corazón, la razón,
el carácter y el temperamento de un ser humano, y cómo esa gota de semen ha
ido cambiando de forma en el útero de una mujer pasando por etapas hasta que de
ello resulta una persona dotada de inteligencia y voluntad, con su ira, su
envidia, su cobardía, su avaricia su valor, su generosidad, su sinceridad,...
“¿Es que el ser humano no observa cómo ha sido creado a partir de una
gota de esperma? Y he aquí que se convierte en un rival enconado (de Allah)...”.
Pues bien, a partir de esta profundización en el significado de la palabra
“semen”, hay que avanzar hacia el desvelamiento de Allah, que es el que
realiza en verdad todos esos procesos, hasta visualizarlo cumpliendo cada gesto
que confiere realidad y consistencia a cada momento. Y así con todo, de modo
que su Presencia en el devenir y en la concreción de cada cosa pase a ocupar el
primer plano, y se te presente como la Verdad a la que nada oculta. Al-Gaçâli
llama esto el ascenso desde lo sorprendente a lo conmocionador.
En cuanto a las menciones que el Corán hace a los profetas y la narración
de sus hechos, has de saber que los profetas han sido los mejores hombres y los
más humildes y entregados a su Señor; y, sin embargo, Allah ha permitido que
sufrieran privaciones y persecuciones, e incluso algunos fueron asesinados por
su propia gente. El Corán relata sus padecimientos, que hubieran podido serles
evitados por Allah. En ello has de ver cómo Allah no necesita de nada ni de
nadie, ni tan siquiera de los suyos. Él es suficiente en sí. No ha enviado
mensajeros a la humanidad porque necesite de los hombres; no ha alzado a los
profetas porque tenga necesidad de ellos como si se tratara de auxiliares que le
pudieran ayudar en algo. Todo es desbordamiento de su abundancia; pero en Su
Realidad Él es Uno-Único, Pleno y Libre. Y cuando el Corán habla del éxito
de los profetas, de su victoria final sobre los que los rechazaban, has de ver
en ello el Poder de Allah y su Deseo de que triunfe la verdad, respaldándola
con su Fuerza. En un extremo y en otro, es Allah el que se muestra, bien en su
independencia, o bien en su misericordia.
El Corán también habla de los mukadzdzibîn, los pueblos que
declararon falsos a los profetas, y fueron finalmente destruidos, tal como
ocurrió con los ‘âd y los zamûd, que sufrieron un aniquilamiento absoluto.
Al leer esos pasajes, el recitador debe presentir esos temas como amenazas
dirigidas contra él personalmente, porque le están describiendo el Poder
Destructor de su Señor. Por siempre está expuesto a la Violencia de Allah, y
si aún no se ha abatido contra él, debe aprovechar el momento para conquistar
a Allah con una intención noble y una actuación responsable que lo acerquen a
la Bondad de Aquél en cuyas Manos está en cada momento.
Cuando el lector recite las bellezas del Jardín que aguarda a los justos
y los terrores del Fuego en el que serán enterrados los rechazadores, deberá
saber que su entendimiento no tiene capacidad para abarcar lo que significan
realmente esas descripciones, pues se trata de infinitos encerrados en palabras
finitas. El Corán dice al respecto: “Si el mar fuera tinta para las
palabras de mi Señor, se agotaría el mar antes de poder escribir con él las
palabras de Allah, y aún ocurriría lo mismo si se añadiera un mar más de
tinta”. El Imam ‘Ali dijo: “Si yo quisiera, podría escribir veinte
volúmenes comentando las primeras palabras del Corán”. Con sus
descripciones, el Corán pretende hacerse entender, pero no pretende dejarse
abarcar, porque la inteligencia humana es incapaz de tanto: se trata de cosas aún
no vistas ni oídas, por lo que el hombre carece de recursos para dar nombre a
esas realidades que lo aguardan tras la muerte.
Situarse a estos niveles de comprensión es colocarse en los grados
inferiores y mínimos de lo que exige el Libro. Por debajo sólo quedan los que
son incapaces de sacarle ningún provecho, de los que el mismo Corán ha dicho:
“Entre la gente los hay que te escuchan, y cuando te dejan acuden a los
cristianos y a los judíos y les preguntan: ¿Qué ha querido decirnos?... Estos
son aquellos a los que Allah les ha cegado los corazones con un sello”. El
sello es el conjunto de obstáculos para la comprensión, y a ellos nos
referiremos en el siguiente apartado. Para resumir todo lo dicho, basta una
sentencia común entre los sufíes: “Nadie es aspirante hasta que encuentre
en el Corán todo aquello a lo que aspira, reconozca su insuficiencia y se
proponga alcanzar más, y tenga bastante con su Señor, quedando libre frente a
los esclavos”.
6- La eliminación de los obstáculos que impiden la comprensión. El
corazón es ciego ante el Corán por razones determinadas, y son los velos que
interpone Shaitân.
El Profeta (s.a.s.) dijo: “Si no fuera porque los demonios
revolotean por el corazón del ser humano, éste vería lo que hay en el Malakût”.
El Malakût es el universo interior, el mundo espiritual en el que
habitan los ángeles (malâika) y al que se entra con el poder del
corazón. El sentido del Corán pertenece a ese universo, su significación es
parte del Malakût, el cual está detrás del Mulk, el mundo
material en el que nos movemos con nuestro cuerpo y lo recogemos a través
de nuestros sentidos. Al-Gaçâli dice: “Todo lo ausente a los sentidos
pero que se ve con el corazón, es Malakût”.
Los velos satánicos que impiden la comprensión del Corán son cuatro.
Primero,
está la preocupación obsesiva por los sonidos; es el velo que ciega a los que
centran toda su atención en las letras. Entre los musulmanes, se manifiesta en
los que se consagran a la fonética coránica, de modo que buscan una perfección
inalcanzable en la exacta modulación de cada sonido, y ello les impide ver el
conjunto. Se dice que Shaitân se ríe de quienes caen en esta obsesión,
pues se ha apoderado de ellos entrándoles por la puerta del amor que profesan
al Corán.
El segundo velo ciega al que, en el Islam, se adhiere a una corriente de
derecho o de pensamiento de modo fanático y ciego, y todo lo interpreta desde
el punto de vista de su escuela. Éste es incapaz de activar su propio ojo
interior y descubrir por sí mismo lo que hay de mucho en el Corán. Su mirada
no va más allá de lo que ha oído. Si vislumbra un resplandor lejano,
se echa atrás, y dice que viene de Shaitân cuando es Shaitân el
que lo está paralizando. Los sufíes, en este sentido, han dicho: “La
ciencia es un velo cegador”, y con el término “ciencia” se refieren a
las creencias arraigadas en las personas, las cuales les impiden descubrir cosas
por sí mismas. La ciencia verdadera es el Kashf, el descubrimiento,
el desvelamiento de la verdad, y la Mushâhada, la contemplación
directa de la verdad, sin velos que se interpongan ni velos que la sustituyan.
La actitud ciega y fanática es siempre un velo cegador, incluso si es en torno
a algo cierto y verdadero en sí. Aun si el fanatismo coincide con la verdad, es
un mal. La verdad a la que nos invita el Islam nunca es definitiva, porque
primero tiene una apariencia, y luego una profundidad interior, después tiene
un punto por el que se asciende a algo más elevado, y finalmente tiene un
amanecer en el espíritu. La cerrazón en torno a la formalidad de la verdad
impide el acceso a su zona interior.
El tercer velo es la insistencia en una torpeza de las que el Islam
condena (lo harâm), o bien un mal comportamiento como la
obstinación, la arrogancia o la soberbia, o bien la adicción a un bien o
un goce mundanal, pues todo ello se acumula sobre el corazón como una densa
penumbra que acaba por cegarlo. Este es el obstáculo que impide el acceso al
Corán al común de la gente. Cuando más intensas son esas inclinaciones de los
apetitos, más denso es el velo. La significación del Corán se aleja del corazón
conforme éste se hunde en el mundo inmediato. El corazón es como un espejo
para el Corán, y los apetitos y las pasiones son como el orín que se forma
sobre su superficie. El Profeta (s.a.s.) lo resumió cuando dijo: “Cuando
mi Nación glorifique los bienes materiales, perderá la veneración debida al
Islam; y cuando deje de ordenar el bien y prohibir el mal, se verá privada de
la bendición del Corán”. Para pulirlo de nuevo, es necesario una disciplina
(riyâda) que le devuelva al corazón su autenticidad y su
habilidad para penetrar en el Corán. Esa disciplina consiste, esencialmente, en
un retorno constante a Allah (Tawba), acompañada de abandono a Él,
con entrega absoluta y sinceridad libre de toda sospecha, dejando
definitivamente atrás lo que nos hunde en la vileza. El mismo Corán se
describe a sí mismo como “reflexión que Allah concede al siervo que se le
entrega”. El que prefiere el Mulk al Malakût no entra en
los secretos del Libro.
El cuarto velo es el imperio de los comentarios al Corán. A este punto,
en el que el Imam al-Gaçâli se extiende con detalle, dedicaremos un próximo
artículo aquí en Musulmanes Andaluces, y avanzamos ahora tan sólo un resumen.
Quien estudia un comentario al Corán que atienda exclusivamente a sus
significados más literales, acaba pensando que toda otra interpretación es
fruto de la subjetividad. Existe dentro del Islam la tendencia a creer que sólo
es correcto y verdadero lo que Ibn ‘Abbâs, Muŷâhid u otros expertos de
las primeras generaciones han dicho. Hay que contar esta limitación entre los
grandes velos que impiden acceder al corazón del Corán. Nos limitaremos
simplemente a recordar aquí las palabras ya citadas del Imam ‘Ali que se
refirió al entendimiento personal, distinto a la opinión frívola, que
Allah concede al sincero y que es un bien que hay que conquistar.
7- El Tajsîs, que consiste en considerarse el
interlocutor del Corán, de modo que el lector se sienta aludido por todo lo que
dice el Libro.
Es decir, con el Tajsîs se trata de vivenciar una
relación directa con el Corán. No es un libro como otro cualquiera, que
podamos leer desde la distancia. Sus órdenes y sus prohibiciones van dirigidos
a cada ser humano en concreto. Sus relatos no están para entretener, sino para
que quien las lea recoja de ellos enseñanzas. Allah, con el Corán da una
herramienta a los seres humanos.
Hablando
al Profeta (s.a.s.), Allah dice que le reveló el Corán “para darle
firmeza a tu corazón”, y ante el Corán cada musulmán debe ocupar el
lugar del Profeta (s.a.s.), como si le estuviese siendo revelado a él
personalmente en su particular Cueva de Hirâ. Efectivamente, el Corán es
remedio, luz y guía, y misericordia presente de Allah, y Allah nos ordena a
todos agradecer ese favor, pues es un favor personal para cada uno de nosotros.
Allah dice en el Corán: “Recordad el Favor que Allah os ha hecho, el Libro
que os ha revelado y la sabiduría con la que os interpela”. Y también ha
dicho: “Os hemos revelado un Libro en el que sois mencionados, ¿es que no
lo vais a entender?”. Por tanto, el Corán no es un Libro que fue hecho público
en épocas remotas, sino que va dirigido en todo momento a cada uno de los seres
humanos. Es absolutamente presente. Es la confidencia de Allah en la
intimidad del musulmán (Munâŷât).
Muhammad
ibn Ka‘b al-Qárazi dijo: “Al que le llegue el Corán, es como si
le hablase personalmente”. Por ello, el estudio del Corán no es un
trabajo, sino la lectura de un mensaje recién llegado del Señor de los Mundos
que habita en tu corazón. Los ‘ulamâ han dicho: “Este Corán es un
conjunto de mensajes que nos han llegado de nuestro Señor, con sus exigencias
que debemos meditar en actos de recogimiento durante el Salât, dedicándole
nuestros retiros y soledades, cumpliéndolos en la obediencia que le debemos y
en las tradiciones y costumbres que seguimos”. Mâlik ibn Dînâr dijo:
“¿Qué ha sembrado el Corán en vuestros corazones, oh gentes del Corán?
El Corán es la primavera del sincero como la llovizna es la primavera de la
tierra”. Qatâda dijo: “El que acompaña al Corán, o sale ganando o
sale perdiendo, tal como Allah ha dicho: ¡Es remedio y misericordia para los
sinceros, y no hace sino aumentar la ruina de los opresores!”.
8- La octava condición para sacar provecho del Corán es la esponjosidad
(taázzur). Consiste en que el corazón se empape de lo que le dice el
Corán, acompañándolo con los sentimientos que exige en cada uno de sus
pasajes.
Vivenciar el Corán significa que, cuando invite a la tristeza, hay que
entristecerse; cuando invite al miedo, hay que sentirlo; cuando invite a la
alegría, hay que regocijarse con él; cuando invite a la esperanza, hay que
confiarse a Allah con entrega incondicionada y abierta a sus dones y bondades.
Estas respuestas del ánimo son los ahwâl del Corán, las experiencias
espirituales que comunica y estimula en el ser humano, de modo que el corazón
va sintonizando con el Libro y ahondando en él.
Pero si el Corán quiere comunicar algo especialmente, es una sensación
de ahogo y estrechamiento. El Corán es, constantemente, abrumador. Sus
exigencias son difíciles de cumplir. Pocas veces promete algo sin ponerle
muchas condiciones casi inaccesibles: “Allah es Indulgente,... disculpa al
que se vuelve sinceramente hacia Él, y se abre de corazón a Él, y actúa
rectamente, y se encamina hacia Él con acierto”; “Ciertamente, el
hombre está en la ruina, salvo los que se abren sinceramente y de corazón a
Allah, y actúan en todo rectamente, y se aconsejan mutuamente la paciencia, y
se aconsejan mutuamente la verdad”. Cuando pone una sola condición para
el éxito humano, resulta que resume todas las condiciones posibles: “Mi
misericordia está cerca de los que son excelentes”, pues la excelencia es
todo lo bueno. Pocas veces el Corán es consolador.
El Corán no hace concesiones. Sus exigencias desorbitadas producen una
tensión que exige al musulmán cada vez más de sí. Pero esta es la clave para
la progresión. Es como si Allah condujera al musulmán hacia un Jardín al
final de una cuesta y animara cada uno de sus pasos por una ascensión difícil
e inevitable, prohibiéndole pararse o entretenerse en banalidades, mostrándosele
con rigor. Sólo librándose de todas las cargas, el musulmán se libera hacia
el infinito. Y, precisamente, las exigencias desorbitadas, que no dejan adivinar
un final en el que se pueda dar relajo a la existencia (más que después de la
muerte) producen desazón y tristeza en el lector consecuente con lo que está
leyendo.
Por tanto, el hâl, el estado espiritual, por
excelencia, durante la lectura del Corán, es la jáshia, el sobrecogimiento,
acompañada del huçn, la tristeza. Estas emociones son
detonadoras de una inquietud que activa al hombre. Al-Hásan dijo: “Cuando
una persona lee el Corán al amanecer abriéndose de corazón a él, no hace
sino intensificar su tristeza y disminuir su optimismo para ese día. Su llanto
será abundante, y sus risas pocas. Se anima con ello para un día de acción y
esfuerzo, y abandona la comodidad y la inactividad”. Wuháib ibn al-Ward
dijo: “Tras observar lo que el Corán comunica con sus enseñanzas y sus
advertencias, veo que no hay nada más conveniente para los corazones, ni nada más
estimulante para ellos, ni nada que atraiga más la tristeza, que la lectura del
Corán con comprensión”.
El sobrecogimiento y la tristeza no son estados de ánimo negativos, sino
acicates. El Islam no invita a ser pesimistas, sino que, por el contrario, desea
en el musulmán un espíritu emprendedor que hunda sus raíces en la
autoexigencia. Mientras que el optimismo degenera en una autosatisfacción
paralizadora, el sobrecogimiento y la tristeza que deben acompañar a la lectura
del Corán renuevan el propósito de orientar la existencia hacia la Única
Verdad. Siempre queda mucho por hacer sobre esa Senda.
Lo contrario, la lectura inconsciente del Corán, sin que despierte en el
ánimo desazón, es la forma de leer de los desocupados. El Corán mismo censura
“a aquellos que no saben del Libro más que lo que ellos sueñan”.
Los amânî, las esperanzas y los sueños humanos no están
en el Corán, y en su lugar hay una exigencia que viene a los seres humanos de
lo más profundo.
Volviendo a la idea general, empaparse del Corán es adoptar el estado de
ánimo que exige cada versículo. Cuando
el texto enumere condiciones para conquistar el perdón de Allah, el corazón
deberá estrecharse y sentirse pequeño hasta casi desvanecerse. Cuando, por el
contrario, el Corán prometa sin exigencias, el ánimo deberá alegrarse y
desahogarse. Cuando el Corán enumera los Nombres y los Atributos de Allah, la
actitud que le corresponde en el lector es la de sumisión ante la Majestad y el
empequeñecimiento ante su Grandeza. Cuando el Corán mencione a los que lo
rechazan y se desvían hacia la idolatría, adjudicando a Allah hijos o compañeros,
el corazón deberá avergonzarse. Cuando el Corán describa el Jardín
prometido, el ánimo debe proponerse su conquista y desear y enamorarse de sus
bellezas. Cuando, por el contrario, el Corán relate lo que hay en el Fuego, el
corazón debe sumirse en el terror.
A lo anterior se le llama convertir el Corán en motivo de contemplación.
La lectura visionaria es aquella que pone en presente inmediato todo lo que el
Libro le dice. Y tal es el empeño que los musulmanes han puesto en ello que se
cuenta de muchos que perdieron el sentido e incluso murieron en medio de sus
recitaciones como resultado de las emociones que despertaba el Corán en ellos.
La lectura desapegada es llamada despectivamente hikâya, volver
a relatar lo que Allah ya ha dicho, y no se trata de eso. Por ejemplo, leer
el pasaje que dice: “A Ti nos confiamos, a Ti volvemos y hacia Ti nos
encaminamos”, y no cumplirlo al menos mientras se lee, es hikâya,
la repetición desnuda de unas palabras, mientras que lo válido es su
vivencia con todos los desgarros que debe producir.
Se ha dicho que quien no se reviste con el Corán mientras lo lee, quien
no lo adopta como forma de ser durante esos momentos, para después proyectar en
su vida lo que recoge de esa experiencia (y a esto se le llama at-tajalluq bi-ajlâq
al-Qur’ân, adopción de una naturaleza coránica), es interpelado
por Allah mismo durante esa lectura desapegada y desnuda, y Allah le dice: “¿Qué
tienes que ver tú con mi Palabra? ¿Dónde está tú y dónde está mi Palabra?
Me estás volviendo la espalda; así pues abandona mi Palabra, o bien vuélvete
hacia Mí”. El que lee el Corán sin acatarlo en sus adentros es como el
delegado de un sultán que recibe las órdenes de su señor y, en lugar de
cumplirlas, se limita a leerlas y releerlas de noche y de día, ¡su rey le
manda directrices para gobernar el país, mientras el delegado se limita a
venerar sus palabras!
El Profeta (s.a.s.) dijo: “La voz más hermosa de los que leen el
Corán es la del que está sobrecogido”.. Y también dijo: “Sólo
despierta el apetito la voz del que recita el Corán con corazón sobrecogido”,
refiriéndose a que el que está en ese estado comunica su pasión a quien lo
oye, y esa tristeza suya anima en el otro el anhelo sumergirse en esa
espiritualidad que reconduce al ser hasta su raíz y ahí lo emancipa de toda
duda, de todo titubeo, de toda autosatisfacción, y lo relanza a una acción que
tiene su propósito y su meta en la eternidad de Allah.
Quien lee un solo versículo del Corán como debe ser leído (con tajálluq,
es decir, con adopción de la forma de ser que exige), se convierte en
sabio. Un beduino se presentó ante el Profeta (s.a.s.) para aprender el Corán,
y cuando le recitó las palabras “Quien haga un átomo de bien, lo verá; y
quien haga un átomo de mal, lo verá”, le dijo a Sidnâ Muhammad
(s.a.s.): “Eso me basta”, y se marchó. El Profeta (s.a.s.) dijo a
los presentes: “Este hombre se ha ido siendo un alfaquí”.
9- La novena condición para sacar provecho del Corán es la progresión
(taráqqi). Con ello nos referimos a su ascenso, es decir, a que
pase por etapas que lo conduzcan finalmente a escuchar el Corán en boca de
Allah.
La lectura-recitación del Corán tiene tres grados diferenciados. En un
primer momento -y es el nivel en el que está la mayor parte de los mejores
entre la gente-, el musulmán sincero lee el Corán como si lo hiciera ante
Allah, con recogimiento absoluto y veneración plena. En un segundo momento, el
musulmán sincero -y ya son pocos entre los mejores- lee el Corán sintiendo
sobre él la Mirada de Allah y pronuncia las Palabras como eco de las de Allah,
saboreando la intimidad con Él. Finalmente, el velo queda descorrido ante los
menos, y entonces el musulmán muy sincero descubre que ya no es él el que
pronuncia, sino Allah mismo, pues el Corán es Su Palabra y en ningún momento
ha dejado de serlo. Este último, es el grado del que ha dejado de existir en sí
mismo, y se ha dejado atrás, abandonándose en el mundo físico, para penetrar
en el universo de la eternidad, donde sólo vibra el Sonido Atemporal del Uno,
donde todo es Suyo y nada compite con Él. Ahí, lo que queda del hombre, lo más
puro de él, es simple espectador de la grandeza infinita.
Este último grado es el de los muqarrabîn (aquellos a los que
Allah ha acercado a Sí Mismo). El anterior corresponde a los Ahl al-Yamîn,
la Gente de la Derecha, los favorecidos por Allah. El primer grado es el
rango es el de los gâfilîn, los descuidados, los que no dejan de
estar en otra cosa mientras leen el Corán.
Ŷâ‘far as-Sâdiq, refiriéndose a esto, dijo: “Allah
se muestra a los hombres en Su Palabra, pero los hombres no ven”. Un día,
Ŷa‘far estaba guiando un Salât y, mientras recitaba el Corán,
cayó desmayado. Al despertar de su desmayo le preguntaron qué le había
sucedido, y respondió: “Estaba repitiendo el versículo y empecé a oírlo
dicho por Quien lo ha enunciado, y mi cuerpo se ha deshecho en la presencia de
su Poder”.
Un sabio explicó el proceso de otro modo: “Yo leía el Corán sin
encontrarle dulzura hasta que pasó que empecé a leerlo como si se lo oyera
decir al Profeta (s.a.s.) cuando lo recitaba ante sus Compañeros. Después
ascendí, y fue como si el Corán se lo estuviera recitando Gabriel a Sidnâ
Muhammad (s.a.s.). Por último, me elevé hasta que empecé a oírselo decir a
Allah mismo. Y ya sólo lo oigo de Él, y no puedo abandonar la recitación del
Corán a causa de su dulzura”. ‘Uzmân dijo: “Si los corazones
fueran puros, no se saciarían leyendo el Corán”, y es porque la pureza
lo eleva hasta que el corazón pasa a oír a Allah en lo que su misma lengua
pronuncia cuando recita el Corán.
Cuando se pasa a escuchar el Corán en lugar de recitarlo, como hemos
descrito, se cumple con la orden expresa en el Corán que dice: “Huid hacia
Allah”, y en ello está el secreto encerrado en el versículo que dice:
“No tengáis ningún ídolo junto a Allah”.
10- La décima y última condición para sacar provecho del Corán es el tabarrî.
Este término designa la acción de liberarse de uno mismo, y es la clave de
todo lo dicho hasta aquí desde el principio hasta el fin.
El tabarrî consiste en desapegarse de la propia fuerza y energía,
en dejar de verse uno a sí mismo. Este distanciamiento permite conocerse en
realidad, y, a la vez, abre el corazón a lo infinito.
Mientras
te contemples a ti mismo con satisfacción, tú mismo serás tu velo que te
ciegue. Pon por delante tu insuficiencia y tus limitaciones (taqsîr),
y abrirás ante ti el camino para superarte.
Al
leer el Corán, el mûqin, el que está en la certeza, se marca la
meta de ir más allá de sí para alcanzar la verdad de sí, el Yaqîn,
la Certeza, las Aguas Claras. Para ello emprende el camino del
desgarramiento, y se trata de desprenderse de sí para observarse desde el
infinito. Esto está relacionado con lo que ya hemos dicho acerca del rigor del
Corán. Queda defraudado el que se acerca al Libro buscando en él consuelo. Al
contrario, el Corán es guía para quienes se proponen abandonar las
insuficiencias y las limitaciones, por doloroso que ello sea.
Yûsuf
ibn Asbât pedía perdón a Allah setenta veces mientras recitaba el Corán.
Ese istigfâr era el modo en que se sumergía en la inmensidad del Corán,
reconociendo su inmerecimiento para hacerse merecedor de lo que sólo es digno
el que se deja atrás ante su Señor. El istigfâr, la solicitud de
perdón, es reconocerse a sí mismo y reconocer simultáneamente a Allah.
Con el istigfâr se renuncia a la propia fuerza y seguridad ante la
Verdad de la que no puede apoderarse el ser humano, porque es Ella la que lo
abarca y lo rige todo.
Únicamente
esa superación de sí tras el reconocimiento de la propia insuficiencia abre la
puerta a los jardines del Corán. En cierta ocasión, el sufí Abû Sulaimân
ad-Dârânî invitó a uno de sus tíos, también maestro sufí, a la comida del
amanecer antes de empezar el ayuno de un día de Ramadán. Éste se retrasó, y
cuando llegó ad-Dârânî le pidió explicaciones. Su tío le explicó: “Si
no fuera porque te había prometido venir, no respondería a tu pregunta. Lo que
me ha impedido presentarme en su momento es lo siguiente. Anoche hice el último
Salât del día, y me disponía a acostarme para levantarme temprano y
acudir a la cita cuando pensé que ninguna garantía tenía de seguir viviendo
hoy. Así que me levanté y me puse a hacer el Witr. Cuando, después de la
recitación del Corán, empecé la invocación del Witr pidiendo perdón me sentí
elevado a un Jardín Verde en el que estaban todos los tipos de flores del Paraíso.
Me quedé mirando, hasta que amaneció, y se me hizo tarde”. Estas
visiones -explica el Imam al-Gaçâli- son las propias de quienes se ausentan a
sus egos y se emancipan de sí mismos dejándose atrás para avanzar por Allah,
y son en función del tono del texto que se recita.