El
componente étnico de nuestras creencias
A muchos se nos ha enseñado a creer en la existencia de una barrera entre
nosotros y el Islam, como si la filiación espiritual derivara de la raza o de
las costumbres. Durante siglos, se ha alimentado desde las instancias superiores
el mito de un conflicto étnico latente tras la evidente diversidad de creencias
de cristianos y musulmanes, mito que hoy reconocemos académicamente no más que
como una premeditada intoxicación fomentada desde la cúspide del poder.
Esa actitud
falsificadora revela de sus creadores una gran inmadurez, propia de quienes
anteponen sus intereses personales y egoístas a la apertura sin condiciones al
mensaje de la Divinidad.
Dice el Sagrado Corán que Allah ha enviado mensajeros a todos los pueblos[1]
y que estos les han hablado previamente en sus propios idiomas, y una tradición
del Profeta Muhammad* asegura que es superior a 125.000 el número de estos
profetas de Allah que desde sayidina Adam (la paz sea con él), han proclamado
Su mensaje.
Es también un dato escasamente conocido que fueron musulmanes sufís quienes a
partir del siglo XIII realizaron los primeros estudios de religiones comparadas,
algo que fue posible por primera vez gracias al reconocimiento integrador que
tiene el Islam hacia la totalidad de las Revelaciones anteriores, y que en
general no podemos decir que haya sido correspondido por los representantes de
éstas. Aunque alguno pueda sentirse airado, es precisamente Muhammad*, el Sello
de la Profecía, el único mensajero enviado al conjunto de humanidad, y esto es
lo verdaderamente importante, y no que fuese al mismo tiempo el profeta del
pueblo árabe y predicador en esa lengua sagrada.
Es cierto que el
cristianismo y actualmente el budismo pretenden ostentar esa misma
universalidad, pero es una pretensión a "posteriori", como lo
demuestra que Jesús se rodeara de hombres de su comunidad -pescadores judíos
principalmente- para proclamar su mensaje, y que se mantuviera estrictamente
dentro de la ortodoxia de la ley mosaica, dictando magisterio legal en las
sinagogas y proclamando su adscripción a la ley judía , como se refleja en los
mismos evangelios católicos: "No
penseis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir,
sino a dar cumplimiento. (Mt 5, 17) y también en el fragmento de la
"Curación" de la mujer cananea:
"NO HE SIDO ENVIADO MAS QUE A LAS OVEJAS PERDIDAS DE LA CASA DE ISRAÉL"
(Mt, 15, 21-28).
Jesús (la paz sea con él) fue el Mesías enviado al pueblo de Israel -en ello coinciden los Evangelios Canónicos y el Corán-, y es solo por una segunda elaboración del significado de las escrituras que se ha posibilitado esa sobrevenida universalización de su mensaje.
Por su parte, la misión de Gautama Buda se limitó solo a dar una formulación
distinta a enseñanzas preexistentes. Shiddarta fue un príncipe de la casta ksátriya
-los guerreros- nacido en el seno de la más pura tradición hinduista. En vida
protagonizó una renovación contra las excesos de la casta brahmánica, muy
desviada de su función original por aquellos tiempos, consiguiendo con ello
vivificar la tradición metafísica védica. Al poco de su derrota secular, el
budismo desapareció prácticamente del subcontinente indio, refugiándose en
las regiones montañosas del norte, y algunas regiones del Afganistán y la
China actuales. Es solo en los últimos 50 años que ha podido pasar por la
imaginación de los miembros de los lamasterios budistas franquear sus bien
delimitadas y milenarias fronteras, del mismo modo que el cristianismo tampoco
superó los límites de las comunidades judías en el exilio hasta el segundo
siglo de su propia era y no desarrolló su universalidad hasta la época de las
colonias.
Con todo lo anteriormente dicho, no ha sido nuestra pretensión negar la
universalidad de estos ni de otros mensajes celestiales, que refiriéndose en
esencia a las mismas verdades absolutas, se dirigen a pueblos y momentos del
ciclo histórico bien diferentes. Lo que queremos poner de manifiesto es que
ningún otro mensaje profético con anterioridad al de sayidina Muhammad* fue
concebido expresamente para poder ser asimilado por todas las comunidades
humanas extendidas por la faz de la tierra. No cabe espacio para la duda, porque
el hadiz muhammadiano es bien conciso cuando proclama: "Yo
soy el Enviado de Dios para todo hombre que vive en mi tiempo o después de mi".
El mensajero de Allah* es descendiente del patriarca Abraham por la rama del
primogénito de éste, su hijo Ismael -la "piedra desechada", "el
hijo de la "esclava" como es nombrado todavía por los judíos- y por
lo tanto podría haber actuado como Moisés o Jesús, rodeándose de su propio
pueblo. Sin embargo, para llevar a cabo su misión profética se valió de
hombres y mujeres de todas las razas existentes en el planeta: los sahabas.
Conocidos como "los compañeros" de Muhammad*, fueron de toda clase y
condición, y aunque algunos echen
en falta la presencia de sahabas de raza roja o amerindios, hay que precisar que
ésta tan solo es una submodalidad de la raza amarilla. En una breve alusión a
este gran grupo humano, creemos muy probable que el mito de Quetzalcoatl, el
mensajero montado a caballo, armado de espada y de barbas rojas cuya venida
anunciada interpretaron en un principio los amerindios que se concretaba en las
personas de los conquistadores españoles, bien podría hacer referencia al
Profeta Muhammad* por la poderosa semejanza existente con la imagen que
conocemos de él y por otros indicios que exceden el propósito de este artículo
y que tal vez tengamos la fortuna de poder divulgar en otro momento.
Por lo que atañe a la prueba evidente para todos los musulmanes, El Corán, el
libro sagrado y luminoso por excelencia, no deja lugar a equívocos y en él se
puede leer reiteradamente que está dirigido tan solo a "hombres
que reflexionan"[2],
excluyendo cualquier mención limitante a un solo pueblo, cultura o raza, y este
es el más hermoso y evidente recordatorio de su manifiesta universalidad.
Los europeos, tan tribales y raciales como hayan podido serlo los demás pueblos
de la tierra, tuvieron anteriormente, como no podía ser de otra forma, sus
propios mensajeros celestiales. Resulta sorprendente hoy en día pensar que los
escandinavos no conocieran el cristianismo hasta bien avanzados los siglos X y
XI, pero los visigodos que luego se establecerían en la península ibérica,
por su proximidad a los romanos habían adoptado anteriormente la religión de
Jesús, en realidad la revivificación espiritual de la Ley de Moisés. Los
"hispano-romanos" fueron a su vez cristianizados más o menos de una
manera masiva (algo por cierto que es bastante discutible) por la casta guerrera
y nobiliaria de los visigodos, que años antes de arribar a la península se habían
convertido al cristianismo por efecto de la predicación del obispo Ulfila,
defensor de la doctrina arriana y enemigo declarado de los católicos. Su
evangelio, el mismo que los Visigodos trajeron originariamente a la Septimania y
a la Hispania Superior, estaba escrito en lengua goda sobre la base de un
alfabeto con caracteres griegos latinos y rúnicos[3]
y nada más lejos de las motivaciones espirituales de este pueblo germánico que
abrazar la fe en un Dios Trino, algo que si se nos permite la expresión, no
estaba previsto en su herencia genética tradicional. El visigodo fue un pueblo
que habitó durante milenios regiones muy septentrionales de Escandinavia, que
ya había recibido en la noche de los tiempos la predicación de sus propios
profetas tribales. Es vital para comprender el tema que nos ocupa, recordar
expresamente que al contrario de lo que afirman quienes pretenden presentarla
como una "religión politeísta" la tradición germánica original
proclamaba la existencia de un Dios único, a quien en su propia lengua llamaban
Wottán. Por eso el mensaje de Jesús,
que coincide esencialmente con todos los otros mensajes de los enviados
celestiales, no podría ser aceptado por ellos más que en su forma más
original: el unitarismo arriano. El obispo Arrio declaraba: "Seguid a Jesús
tal y como él os ha enseñado". Efectivamente, un mensaje de amor y
ascetismo procedente del Dios Único proclamado por un profeta que se inmola
como un mártir y que promete volver de nuevo para hacer justicia sobre la
humanidad -enarbolando esta vez la espada-, por sus similitudes con las más
antiguas leyendas germánicas, tenía que casar perfectamente con los más
ancestrales resortes de la mentalidad escandinava.
El bagdadí Ibn Fadlan, un escritor árabe que convivió con los vikingos[4]
durante una travesía que duró varios años, dice de ellos: "son guerreros
y a la vez comerciantes. Poseen armas y también instrumentos". Como los
mismos árabes, cada cosa según las circunstancias. Esta observación de aquel
gran viajero musulmán, enciende la chispa de un fuego común, sustentado por
una serie de similitudes existente entre los pueblos que acogieron el Islam en
sus primeros tiempos y la religión escandinava propia de los antiguos europeos.
Ya hemos mencionado la adoración de un solo Dios -Allah,
Wottan- que comparten los escandinavos y los árabes. Los mensajeros que se
mencionan en las diversas sagas nórdicas son, como el Profeta de los árabes, a
la vez líderes religiosos, jefes de estado legisladores y guerreros. Ambas
creencias proclaman la existencia de una vida post-mortem, de un infierno y de
un paraíso. El paraíso de los musulmanes -Al
Jennah- es llamado Walhala por los
escandinavos. En ambos coinciden simbologías casi idénticas. Las huríes
del paraíso musulmán son las walkirias
del Walhala. Allí se sirven bebidas embriagadoras que no perjudican, el
vino mezclado con jengibre y alcanfor de los musulmanes o
la miel fermentada de los vikingos. El mercado del Paraíso es el campo
de batalla del Walhala, donde los cuerpos son también reparados y resucitados para
una nueva jornada, entendiendo que para los germanos el noble placer de la lucha
es equiparable al placer del comercio para los musulmanes. Otros detalles
similares existentes en ambos paraísos no pueden provocar sino nuestra admiración,
pues difícilmente podríamos encontrar entre todas las tradiciones de la
tierra, otras dos más semejantes entre sí.
Ciertas creencias ancestrales del pueblo germano profundamente incrustadas en su
tradición, han tenido que subsistir en nuestros días al margen de la doctrina
cristiana, reducidas al mundo de la fantasía, como pueden ser la creencia en
trols y duendes, coincidentes con el abierto reconocimiento por el Islam de todo
tipo de genios y ángeles, sobre quienes al igual que en los países de origen
celta y escandinavo aún perdura una extensa literatura árabe. Finalmente no
puede pasarnos inadvertida la veneración que sienten ambas tradiciones hacia
los guerreros que defendiendo la integridad de los miembros de la comunidad de
creyentes, mueren en el campo de batalla. En ambas tradiciones son considerados mártires
a los que Dios preserva de las penalidades del paso a la otra existencia y a
quienes reserva las más altas cotas de Su proximidad.
No disponemos de toda la información que desearíamos sobre la religión de los escandinavos, pero es indudable que su preeminente carácter guerrero no está circunscrito a algo externo o infantil, sino que por el contrario y al igual que el Islam, predica fundamentalmente el coraje necesario para vencer al ser inferior o egóico, como se deduce de una perspicaz interpretación de sus diversas leyendas cosmogónicas. Vemos en la antigüedad nórdica mitos como el de Odín colgado de un árbol y sin un ojo, como modo de acceso a una realidad superior. Se trata de una prenda que ha de ser entregada por quienes desean alcanzar las Tierras Celestes, y aventuramos la posibilidad de que se trata en concreto de la renuncia a la visión dual propia del mundo de la manifestación, imprescindible para acceder a la visión espiritual del Dios Único. Con lo anteriormente dicho podemos enlazar en su función las viejas sagas noruegas originales con escritos magistrales andalusíes como el "Tratado de la Unidad" de Ibn al-Arabi de Murcia.
Así,
esta alternancia de los esfuerzos humanos entre la protección de la comunidad y
la consecución del dominio sobre uno mismo, coincide nítidamente con la
referencia que sayidina Muhammad* hace a la pequeña yihad (esfuerzo por salvaguardar
la integridad material de los miembros de la sociedad) y la gran yihad (esfuerzo
interior contra las pulsiones inferiores o como la denominan algunos sufíes, la
lucha contra nuestro propio ego).
Ciertamente nada sería en apariencia más distinto que un vikingo de un
beduino, pero como método de enseñanza sutil, los extremos se tocan. La
soledad y la inclemencia propias del terrible desierto arábigo solo son
equiparables a los desiertos de hielo polar, las implacables tormentas de arena,
con las avalanchas de agua y granizo. Ambos pueblos son en el buen sentido de la
palabra pueblos nómadas, es decir pueblos amantes de la libertad, conscientes
de la condición de tránsito de la existencia humana y del regalo efímero de
esta vida. Obligados a desplazarse por sus respectivos desiertos en pos de agua,
pastos, caza o del comercio, hicieron uso de distintas monturas, camellos para
atravesar mares de dunas y navíos para surcar las olas de los océanos.
En sus orígenes, ambos pueblos gustaron de la poesía
y de bebidas alcohólicas fuertes para amenizar la vida social durante
las largas veladas en que pernoctaban bajo la bóveda celeste. Sería mucho
después que vendría para el pueblo árabe la prohibición del alcohol de la
mano del último Libro revelado, como ha venido al final del siglo pasado para
los escandinavos, de la mano disuasoria de sus propias autoridades civiles.
Ambos pueblos veneraron a sus poetas y bardos, porque para ellos la palabra
hablada encerraba un misterioso poder de evocación. Cantaban la belleza de los
signos de Dios en la naturaleza y especialmente la de sus mujeres, ante las que
sucumbían con sinceridad y desprendimiento. Se ensalzaba también el vigor y la
valentía de los guerreros, a quienes el canto y la danza unía en una feliz
comunión. Miraban mucho a las estrellas por las que se guiaban, pues a menudo
tenían que viajar de noche.
El beduino y el escandinavo comparten como hemos dicho antes la veneración por
la palabra, y cuando ésta adopta forma escrita, se la dota de connotaciones
esotéricas y poderes premonitorios. En árabe existe un sistema de
desciframiento del significado oculto de las palabras por medio de un sistema de
números y letras (uno de ellos es el sistema Abyad, especialmente desarrollado
por la tariqa naqshbandiyah). Las runas, es más conocido, son de por si
profundos arcanos capaces de desplegarse en búsqueda de mensajes ocultos. Por
ello, la caligrafía del alifato y de las runas representa en ambas tradiciones
una ciencia sagrada reservada a individuos seleccionados y una oportunidad a la
par que una obligación de manifestar la belleza y la creatividad divina,
modulando como si de la propia voz esculpida se tratase la expresividad del
sonido, en la roca o en el pergamino.
Ambos pueblos ensalzaron y promocionaron los valores viriles, único baluarte de
supervivencia frente al riesgo cierto de degradación presente en toda comunidad
humana. El hombre y la mujer realizaban actividades perfectamente diferenciadas.
La mujer germánica como es habitual en las civilizaciones tradicionales ocupaba
una relevante función al frente del gobierno de la casa y la educación de los
hijos. Con una sorprendente similitud con la sharia
o ley islámica, los niños permanecían bajo la custodia materna hasta la edad
de ocho años. A partir de ese momento, el menor acompañaba a su padre en las
expediciones comerciales o quedaba bajo la custodia de un mentor o un anciano.
Imitando a los hombres de la tribu, el joven aprendía a defenderse a si mismo adquiriendo
los principios éticos de una incipiente caballería espiritual, ejercitándose
en el uso de arco y de la espada, del modo en que lo hacían los sahaba, los
compañeros del Profeta*. La espada vikinga, como la espada árabe, será objeto
de veneración por ambos pueblos, que le dan nombres y le atribuyen cualidades
casi humanas y portentosas.
Para finalizar con las constantes similitudes entre estas dos tradiciones, ambas
comparten el gusto por lo geométrico en una decoración con la que envuelven
todos los objetos de uso cotidiano y en cuanto a la vestimenta, la barba profética,
las ropas anchas y los abrigos con capucha entre los hombres, y el velo entre
las mujeres.
Tal como pretendemos haber podido demostrar, las similitudes entre el pueblo escandinavo y el pueblo árabe en su espíritu original y entre sus respectivas tradiciones reveladas muestran una identidad casi sospechosa. Nuestros arrianos reyes godos mantuvieron durante centenares de años y sin solución de continuidad la fe en un Dios Único, primero como pueblo germánico y después como cristianos arrianos que emparentaban con la fe de Abraham. Polígamos, guerreros, unitarios vehementes, pasarían muchos años antes de dar los primeros signos de decaimiento, cuando estos hombres que tan solo temían que el Cielo cayera sobre su cabeza empezaron a ser dominados por las autoridades eclesiásticas romanas. Gentes de sinceridad, difícilmente habrían podido sustraerse a la resplandeciente luz de la revelación muhammadiana, y como era previsible no lo hicieron, siendo de los que en cuanto la conocieron, abrazaron voluntariamente el Islam y la sunna. Enfrentados en una última guerra civil, aquellos antiguos arrianos se batieron con quienes pretendían instaurar las nuevas creencias trinitarias, y con el resultado de su victoria, enarbolaron por primera vez desde Tánger hasta Toulouse, el estandarte de sayidina Muhammad, el Sello de la Profecía.
Expulsar la fe del occidente de Europa, supuso una fuerte tarea de destrucción
cruzada que se mantendría por el espacio de cinco largos siglos. Durante un período
de nueve siglos y como señores del reino más avanzado de occidente, los
visigodos peregrinarían a Meca y ayudarían a levantar un Imperio que alcanzó
el cenit de una civilización que solo las más altas revelaciones han llegado a
instaurar. Quienes pretenden que existe continuidad entre el espíritu vikingo
de aquellos visigodos originales y la usurpación arrogante, insincera y
fraticida con que los nuevos reinos cristianos al servicio de Roma arrebataron
los diversos reinos de taifas a sus hermanos musulmanes comete un error, pues su
nobleza de pueblo antiguo había desaparecido casi totalmente bajo el
oscurantismo científico-espiritual de la Iglesia y las mandíbulas avarientas
de una incipiente modernidad.
Resumiendo, más allá de toda duda, hemos de reconocer en el Islam una revelación
perfectamente acorde con el alma europea a causa de su explícita universalidad
y porque en comparación con el verdadero cristianismo no es más ni menos
oriental que éste, sino su continuador y perfeccionador.
El Islam vino como revelación definitiva para toda la humanidad en las difíciles
circunstancias del fin de ciclo, por lo que contiene la previsión de que todos
los pueblos pudieran asumirlo sin grandes dificultades. Cuando uno tiene la
fortuna de visitar Meca y Medina para cumplir con el viejo precepto de la
Peregrinación, comprende maravillado con cuanta naturalidad, siglo tras siglo,
hombres y mujeres de todos los rincones, de todas las condiciones, culturas y
razas, pueden convivir en una armonía espiritual que no puede darse en ningún
otro lugar del mundo. Ellos pueden dejar sus intereses egoístas, sus vanidades
y orgullos mundanos para postrarse ante ese Único merecedor de toda entrega y
toda veneración, la idea universal presente en toda la especie humana de un
Dios Único, Justo, Clemente y Misericordioso.
http://es.geocities.com/andalus_samarqand/
[1] Corán XVI; 38-36: Hemos mandado a cada comunidad un enviado diciendo: "Adorad a Dios".
[2]
I.e. Corán 10;24: "Así explicamos los signos a la gente que
reflexiona".
[3]
Codex Argenteus
[4]
Nótese que en sus expediciones comerciales, los vikingos llegaron a
establecer rutas con Samarqanda y Bagdad. Cuando la mercancía lo merecía
pagaban los impuestos impuestos por el Califa que les autorizaban a
adentrarse dentro de sus dominios.