¿Es Santiago o es Prisciliano?
LAS DUDAS sobre los restos de Colón han recuperado una polémica acerca de quién yace en la catedral compostelana. El periodista Ramón Chao afirma en una investigación que los huesos venerados por dos millones de peregrinos al año son del hereje gallego Prisciliano, no del apóstol Santiago.
El 24 de julio del año 2000, el periodista Daniel Mermet recorría la Plaza del Obradoiro con el micrófono de Radio France Internacional en la mano. Buscaba testimonios entre los peregrinos que llenaban aquellos días Santiago de Compostela cuando unos jóvenes estudiantes se le acercaron y le dijeron: «Tú no tienes ni idea, ¿no sabes que quien está enterrado aquí es Prisciliano y no Santiago?».
Mermet se quedó perplejo. Junto a él,
su colega el escritor y periodista Ramón Chao, directivo de la prestigiosa
emisora francesa, que le acompañaba, se vio obligado a aclararle: «Te juro que
esto no estaba preparado. No conozco de nada a estos chicos».Y es que Chao,
nacido en Villalba (en la provincia de Lugo), aunque residente en París, es de
los que están convencidos de que el apóstol Santiago jamás pisó España y de
que los restos que se veneran en la capital compostelana no son los suyos, sino
los de un gallego de nombre Prisciliano que en el siglo IV revolucionó el
cristianismo primitivo chocando frontalmente con la Iglesia. Un hereje, en fin,
ejecutado en la ciudad alemana de Treveris en el año 385 y cuyos restos habrían
sido trasladados por sus seguidores hasta Galicia.
Las dudas del periodista Mermet, sin
embargo, no habían hecho más que empezar. Una vez en el interior de la
catedral, Chao le animó a que le preguntara a la guía cuál era su versión
sobre el origen de las reliquias. «Aquí dentro no puedo decirle nada», le
contestó la joven en un impecable francés. «Luego hablamos».Ya en la calle,
la chica le dijo que había cosas que era mejor «no meneallas».
EL
MITO MAS GRANDE
Después de todo, Santiago, patrón de España, símbolo que animaba a los cristianos contra los ocupantes musulmanes, es el mito mas grande de la cristiandad. Con Santiago nació la idea de Europa, Goethe lo reconocía y el Papa Juan Pablo II proclamaba en uno de sus históricos viajes a Compostela: «Europa, encuéntrate a ti misma, busca en tu identidad...».
A partir del siglo VIII comenzó a
peregrinarse desde todo Occidente hasta Galicia para venerar sus restos. De
aquel formidable movimiento de masas que dura hasta nuestros días y crece cada
año ha nacido una de las mayores industrias turísticas de todos los tiempos. A
Santiago llegan miles de peregrinos no católicos, desde monjes sintoístas
procedentes de Japón, a personajes como la actriz Shirley McLaine, que no
consiguió hacer el Camino de forma anónima como se proponía.
En un año normal Santiago recibe
casi dos millones de peregrinos. En Año Santo, que se celebra cada vez que el día
de Santiago, el 25 de julio, cae en domingo (el próximo será 2004), puede
haber hasta cinco millones de peregrinos. Cada año un miembro de la Familia
Real española realiza en la catedral la ofrenda al apóstol. ¿Quién se
atrevería a remover los cimientos que sostienen ese entramado social, económico
y también espiritual?
«En Galicia tiene mucha más
importancia a nivel popular la romería de San Andrés de Teixido», tercia Ramón
Chao, autor de Prisciliano de Compostela (Seix Barrall), en el que insiste en
que los restos de la catedral no son los del apóstol. «Santiago, en Galicia,
no tiene el valor mítico que representa en Europa o en Brasil. Santiago es un
santo turístico, y su mito nació como una necesidad política, social y
militar de los cristianos europeos. El Camino era tan importante que los
ingleses llamaban a todo el norte de España en los siglos X, XI y XII,
Jacobsland, aunque yo a la ciudad la llamo Compostela, no Santiago».
«El apóstol», prosigue, «fue
decapitado por Herodes en Jerusalén en el año 42 y enterrado en Palestina. Con
el carbono 14 radiactivo sería muy fácil probar que los restos de la catedral
son de un hombre del siglo I, pero nunca se ha hecho. No han querido hacer esa
prueba, que sería definitiva».
El escritor gallego se suma así a
tantos otros historiadores, españoles y extranjeros, que, como el profesor
Henry Chadwick, de Oxford, también aseguran que la urna de plata de la catedral
encierra las reliquias del hereje Prisciliano, y no las del apóstol. Ya Menéndez
Pelayo hablaba mucho de este personaje en Historia de los heterodoxos españoles,
y el propio Miguel de Unamuno mencionó en muchas ocasiones la posibilidad de
que la historia de Prisciliano se hubiera solapado con la leyenda del apóstol
Santiago.
El director de la Biblioteca
Nacional, Luis Racionero, recuerda un seminario que se celebró en Santiago en
los años 80 en torno a Prisciliano. «Fernando Sánchez Dragó nos contó en
una comida su conversación con una marquesa en su pazo gallego. Según ella, el
marqués se encontró un día llorando a un joven del pueblo. El chico estaba
desconsolado porque el obispo le había mandado destruir una lápida donde
estaba escrito: "Aquí yacen los restos de Prisciliano". Creo que sus
restos son los de la catedral. Los santos son herejes que tienen éxito, los
herejes son santos fracasados. Prisciliano puso en cuestión muchas cosas y le
tocó perder».
El asunto es objeto de controversias
históricas en las que han participado eruditos de la talla de Claudio Sánchez
Albornoz o Américo Castro. Francisco Singul, historiador gallego y asesor
cultural del Xacobeo, asegura que el tema de Prisciliano «es una boutade. No
hay noticias escritas de que su cadáver hubiera sido trasladado de Treveris a
Galicia. En cambio, la tradición habla de la predicación de Santiago en España
y también de su tumba. Los forenses que examinaron los huesos del apóstol en
l879 concluyeron que se trataba de restos humanos muy antiguos, de un varón, y
el Vaticano ratificó que era el apóstol».
Singul reconoce, sin embargo, que si
la ciencia moderna probara que en la urna de plata no estaban los huesos de
Santiago Apóstol no cambiaría la fe de los peregrinos ni el sentido del
Camino.«Porque se trata de un peregrinaje ecuménico. La gente va allí a
encontrarse a sí misma».
Para el canónigo archivero de la
catedral, José María Díaz, tampoco hay dudas «porque, según un estudio
llevado a cabo en la cátedra de Anatomía de la Universidad de Santiago, los
restos pertenecen a tres hombres del siglo I. Uno sería el apóstol y los otros
dos, sus discípulos y compañeros Teodoro y Atanasio».
La leyenda de Santiago el Mayor, hijo
de Zebedeo el pescador y hermano de San Juan Evangelista, nació en el siglo
VIII con las visiones de un ermitaño que vio luces extrañas en un bosque de
Iria Flavia mientras se escuchaban los cánticos de los ángeles. El obispo
Teodorico visitó entonces el lugar y encontró una vieja lápida con restos
humanos y los atribuyó al apóstol y a dos de sus discípulos.
Cuando la noticia llegó a los dos
hombres mas poderosos del momento, el Papa León y el rey francés Carlomagno,
ambos se apresuraron a certificar que se trataba del apóstol. El mundo
necesitaba creencias, los cristianos necesitaban una fuerza que les moviera a
luchar contra los árabes, que habían llegado hasta la localidad francesa de
Poitiers y amenazaban de forma permanente Asturias, el único reino de la Península
que había resistido sus avances.
SÍMBOLO DE PODER
El santuario y Compostela se convirtieron en un lugar de culto, en símbolo del
poder cristiano. Santiago empezó a aparecerse en las batallas vestido de
blanco, sobre un caballo blanco, matando moros. La Reconquista fue triunfando
lenta pero imparablemente, a pesar del temible Almanzor y otros caudillos
militares musulmanes. Y cuando Almanzor arrasó Compostela, respetó las
reliquias, una circunstancia que afianzó todavía más la leyenda.
Sin embargo, había que justificar la
presencia de los restos de Santiago en Galicia, ya que su muerte en el lejano
Jerusalén estaba probada.
Cuenta la leyenda que siete de sus discípulos
recogieron el cadáver y se embarcaron junto con el can del apóstol en una nave
de piedra sin timón, que navegaría sin rumbo fijo hasta llegar a las bravas
costas gallegas. Al desembarcar en ellas, los discípulos vencieron a dragones y
monstruos y cristianizaron a la malvada gobernanta de aquellas tierras, la reina
Lupa.
Los restos de Santiago habrían sido
enterrados en Iria Flavia. Ya Martín Lutero, en el siglo XVI, aseguró que lo
único que había en la ciudad de Compostela eran los huesos de un perro o de un
caballo, pero ya nada podía detener el fervor de los peregrinos, necesitados
como nunca de fe.
En el siglo XVI los piratas ingleses al
mando de Francis Drake asaltaron La Coruña, lo que obligó al obispo San
Clemente a esconder las reliquias del apóstol detrás del altar mayor. Allí
permanecieron olvidadas los siguientes 300 años, un periodo en el que decayeron
las peregrinaciones, hasta que en 1879 se encontraron las reliquias de nuevo y
los forenses aseguraron que se trataba del apóstol y dos de sus seguidores. El
entusiasmo volvió a despertarse y las peregrinaciones recuperaron su auge de
antaño.
Curiosamente, Prisciliano también salió
del olvido y la marginalidad gracias a científicos y estudiosos, que ya no temían
la condena de la Iglesia.
Originario de una familia de Iria Flavia del siglo IV, el
joven Prisciliano tenía inteligencia, don de gentes y de palabra y una gran
cultura, que perfeccionó en la Universidad de Burdeos. Estaba llamado a ocupar
un sillón entre los clérigos purpurados.
Fue en la ciudad francesa donde descubrió
el cristianismo primitivo con tintes judaicos, maniqueos y orientales, y allí
fundó una especie de comuna ascética donde se meditaba, se dejaba participar a
las mujeres y no se prohibía el matrimonio entre clérigos, aunque se
recomendaba la castidad. Además, Prisciliano condenaba la esclavitud y rendía
culto a la naturaleza. Ni un milagro podría salvarle de las iras de curia
eclesial
A su vuelta a Galicia, el éxito de sus
doctrinas tomó unas proporciones enormes que se extendieron hasta Portugal y
que inquietaban a la Iglesia oficial. Le acusaron de excesos sexuales, de
celebrar orgías, de permitir que los clérigos llevaran el pelo largo, de que
hubiera bailes en su liturgia.
CONDENA A MUERTE
Su elocuencia le salvó de la muerte una primera vez. Defendiéndose a sí mismo
en un tribunal romano, logró convencer a la curia. Pero la fuerza con que se
extendía su mensaje era imparable, y la desconfianza de sus enemigos también.
Su suerte estaba echada
Su ejecución en el año 389 en Treveris
fue ordenada por el emperador Teodosio. Constituyó la primera muerte de un
cristiano a manos de otros cristianos. Se desencadenó entonces la persecución
de anacoretas, vegetarianos, ascetas y todo lo que tuviera visos de
priscilianismo.
Sus discípulos consiguieron llevar los
restos hasta su Galicia natal por una ruta que luego seguirían los peregrinos
de Compostela. Había nacido el Camino de Santiago, casi cuatro siglos antes de
que empezara el primer peregrinaje oficial.
¿Quién está, entonces, en la catedral
de Compostela, el santo llegado de Palestina o el hereje Prisciliano? Tal vez ni
siquiera la ciencia pueda llegar a desvelarlo. El prestigioso forense José
Antonio Lorente, director del laboratorio de identificación genética de la
Universidad de Granada, ha rechazado en dos ocasiones analizar el ADN de las
reliquias. Mientras no se tenga con qué compararlas no tiene mucho sentido
hacer las pruebas.
A lo sumo, si se conociese el lugar de
enterramiento de algún pariente de Prisiciliano, se podría determinar si los
restos corresponden o no al hereje. Lo demás es leyenda. Y un camino por hacer
hasta la Plaza del Obradoiro.