En este artículo
queremos explicar qué es una mezquita, denunciando los equívocos frecuentes a
la hora de referirse a ellas. Una mezquita
(másyid) no es la “iglesia” de los musulmanes, ni su lugar
“sagrado”. Al contrario, y aunque muchos se sorprendan, diremos que es un
espacio “civil”, un lugar para la comunidad que no puede ser monopolizado
por nadie.
El Profeta
(s.a.s.) rompió con la idea del templo consagrado de las tradiciones
espirituales anteriores cuando enunció que, en atención a él, la tierra
entera “había sido hecha mezquita”, célebre hadiz sobre cuya autenticidad
no hay dudas. Prácticamente, cualquier lugar (una mezquita propiamente dicha, o
una iglesia, una sinagoga, o la propia casa, o todo espacio al aire libre) es
propicio para el musulmán, que no necesita, por tanto, un recinto específico
para poder ejecutar los actos de adoración prescritos.
Al igual que no
existe una casta sacerdotal, en el Islam no existen iglesias, que son los
espacios privados de esa jerarquía y en los que acogen a su grey. El concepto
de “mezquita”, desde el principio, está desprovisto de carácter sagrado, a
menos que lo hagamos extensivo al universo en su totalidad. En realidad,
conceptos como “profano” y “sagrado” son ajenos al Islam. En el Islam,
el ser humano se inspira en lo trascendente, que se revela constantemente,
indiscriminadamente, por lo que la religión, sus instituciones, los
sacramentos, etc., carecen de sentido.
Cuando el
Profeta (s.a.s.) construyó un edificio en Medina para que sirviera a la
comunidad musulmana como lugar de reunión y para la celebración comunitaria de
las prácticas de devoción, lo llamó “mezquita”, pero con ello no anuló
la significación primaria del término sino que agrandó con ella la dimensión
que tendría ese lugar dentro del Islam. Como bien sabemos, al finalizar la
construcción, la mezquita de Medina pasó a servir a esos propósitos sin que
mediera ningún ritual purificador o de consagración del espacio, que pasó a
ser el núcleo de las actividades de la comunidad, sin más. Nadie podía
atribuirse su propiedad (las mezquitas son Casas de Allah, y ese es el sentido de esta expresión: lo de Allah
es de la Comunidad; su atribución a Allah hace de la mezquita un lugar en el
que se debe guardar una compostura exquisita y merece un respeto por ello, sin
que la veneración se justifique tras mitos o magias). Sin solemnidades, en la
mezquita se realizaba el Salât, y también se tomaban decisiones, se
concretaban pactos, se cerraban acuerdos, se impartían clases, etc. Era un
espacio abierto (sin puertas) a modo de foro público con un trasfondo de
profunda espiritualidad nada exclusivista. Siguiendo ese modelo, todas las
mezquitas del mundo se inspiran en ese ideal.
Cualquiera, sin
necesidad de permisos, podía “regalar” a los musulmanes un terreno o un
edificio para que sirviera de mezquita. A partir de ese momento, dejaba de ser
de su propiedad y el lugar quedaba abierto a todos y se convertía en un foco de
encuentro y de irradiación. Las casas de sabios o de personas de gran virtud, fácilmente
se convertían en mezquitas, siéndoles “arrebatadas” por la comunidad
precisamente por el papel que esa persona desarrollaba en medio de su gente.
Todo lo que congrega a los hombres -como sentencian muchos textos islámicos-
está bendito, y pasa a ser un bien común.
Como lugares
abiertos al pueblo, por supuesto las mezquitas siempre han representado un
peligro para los distintos poderes, que han intentado apoderarse de esos
espacios o bien han buscado neutralizarlos. Pero afortunadamente, al margen de
esas estrategias, el sentido que tienen los musulmanes de lo que debe ser una
mezquita no se ha visto desvirtuado. Una mezquita es tal desde el momento en que
los musulmanes deciden que lo es. No tiene que estar dispuesta de un modo
concreto ni responder a ninguna arquitectura preconcebida. No tiene por qué
estar dotada de un alminar, ni una decoración determinada, ni necesita un
mihrab, ni un almimbar, ni tan siquiera un lugar para hacer las abluciones
(todos estos elementos son adiciones para facilitar la comodidad, pero no son
imprescindibles). Es decir, cualquier lugar cumple las condiciones que pueden
convertirlo en un lugar en el que los musulmanes se reúnan, se recojan ante
Allah y hablen entre ellos. No puede ser de otra manera debido al carácter acéfalo
y comunitario del Islam, pero lo que resulta obvio para los musulmanes es
comprendido con dificultad desde fuera del Islam (son muchas las cosas que se
comprenden con mucha dificultad desde fuera del Islam, debido a la interferencia
de otras consideraciones).
No existen, ni
pueden existir, mezquitas mejores o peores. Incluso en Meca, donde está la
Kaaba, mucha gente se reúne en pequeñas mezquitas -aparentemente
insignificantes- diseminadas por la ciudad. La nobleza de un lugar la hace la
gente que se encuentra en él. Un garaje en el que se establece el Salât es una
mezquita con todas las de la ley (islámica).
Puesto que ser
‘oficialmente’ una mezquita no es una condición válida, no existen, ni
pueden existir, mezquitas ‘clandestinas’. En el imaginario de este país se
está poniendo de moda este concepto de mezquitas clandestinas (aprovechado por
algunos aspirantes a ‘obispos’ de los musulmanes). Es completamente absurdo
e ineficaz intentar poner el Islam en manos de algunos (con el objeto de que
controlen a los incontrolados). Está arraigado en los musulmanes ese espíritu
comunitario del Islam, que pervive precisamente gracias a su carácter acéfalo,
y esto no puede ser desvirtuado como muestran las constantes en la historia del
Islam.
Por otro lado,
las mezquitas ‘clandestinas’ (las que no están registradas en ningún
listado porque normalmente surgen espontáneamente respondiendo a necesidades
urgentes) no son, ni de lejos, hervideros de integristas o terroristas. Esto es
completamente falso. Al contrario, como ha dicho el profesor Bernabé García,
son factores importantes de socialización. Es contraproducente orientar políticas
de control (por no decir represivas) contra las mezquitas pequeñas, imaginándolas
lo que no son. Con ello no se combate ningún extremismo, sino que se le dan
excusas, como sucede en muchos países de mayoría musulmana donde las
estrategias represivas sirven para justificar el rechazo al Islam ‘oficial’.