Abû Madyan de Cantillana

 

Shu'ayb ibn Husayn al-‘Ansâri, más conocido por su kunia de Abû Madyan, nació en Cantillana, pueblo de la provincia de Sevilla, a cinco leguas de la capital en la orilla del Guadalquivir, hacia el año 1126 de nuestra era. Su familia, residía en aquel pueblo desde tiempo inmemorial, y de sus padres, al menos, consta que ejercían el oficio manual de tejedores. Hechos en Sevilla los primeros estudios, Abû Madyan pasó a Marruecos y fijó su residencia en Fez, donde quizá pensó poder ampliarlos en un ambiente más pacífico que en al-Andalus, teatro a la sazón de las guerras acaecidas durante la administración almorávide. Lejos de su patria y familia, el pobre adolescente tuvo que ganarse la vida ejerciendo como sus padres el oficio de tejedor, para simultanear con él en lo posible, durante sus horas libres, las lecciones de algunos maestros de espíritu que en Fez iniciaban a los jóvenes en la doctrina sufi. A diario concurría Abû Madyan a ellas desde una aldehuela próxima en donde vivía y trabajaba.

 

El primero de sus maestros, Abû-l-Hasan ibn Hirzihîm, le explicó dos libros fundamentales de la doctrina sufi: el titulado Kitâb al-ri’âya, del sufi oriental al-Muhâsibî, y el Ihyá' o Vivificación de las ciencias del Islam, de Algazali. El sobrenombre del primero -al-Muhâsibî- se le aplicó por la importancia que en ese y otros libros, daba el autor a la práctica del examen de conciencia para lograr la pureza y sinceridad de intención.

 

Al-Muhâsibî (siglo IX d.c.) es el más antiguo, quizá introductor en la espiritualidad islámica, de este ejercicio espiritual. Algazali en Oriente e Ibn ‘Arabi de Murcia en Occidente, lo propagaron metodizado entre los musulmanes,después de al-Muháâsibî en su Ri'âya, cuyos sesenta y dos capítulos desarrollan los temas más importantes de la vida interior: tras la demostración de la necesidad del examen de conciencia y las partes de que consta, trata, en efecto: del camino y sus grados; de la preparación para la muerte; de la sinceridad de intención contra las tentaciones de la hipocresía espiritual, para servir a Allah solo sin mezcla de amor propio o egoísmo; de la importancia de la intención pura para la contrición saludable; de la necesidad de desechar el respeto humano, la vanidad y soberbia espiritual, que han de combatirse con la humildad; de la envidia, emulación e ilusión espiritual, y finalmente, del plan de vida para todas las horas del día.

 

    Dos maestros o directores de espíritu, además de 'Ali ibn Hir­zihîm, contribuyeron también a la formación de Abû Madyan: Abû ‘Abd Allah al-Daqqâq de Siÿilmasa y Abû Ya’zá de Fez. El primero parece fue quien ultimó su preparación para emprender el camino de la espiritualidad sufi y consagrarse en la jalwa o retiro en la soledad, a la practica del Dzikr, recuerdo o mención de Allah. El lugar donde Abû Madyan pasó este período de retiro, se conserva todavía en Fez, en el barrio de Ermila, y es objeto de veneración para los musulmanes que concurren a visitarla. De su otro maestro Abú Ya'zá consta tan sólo que sus enseñanzas se inspiraban en las del famoso mística persa al-Yunayd (siglo III héj.) cuyas enseñanzas, penetran en Occidente en el siglo VI por conducto de Abû Shu'ayb de Azemur, maestro de Abû Ya'zá, que la transmite a Abû Madyan. La escuela de al-Yunayd como la de Muhâsibî y de Algazali, medita sobre el ejemplo del profeta ‘Isa a.s. (jesús) «príncipe de los ascetas en este mundo y de los que siguen el camino de la perfección en busca de la vida futura», y cuyas bendiciones, según al-Yunayd decía, se derraman sobre quienes lo acompañan e imitan huyendo del mundo, profesando la pobreza voluntaria, la desnudez espiritual.

 

Terminada su formación espiritual islámica, dos o tres años después, el maestro Abû Ya`zá permitió a Abû Madyan marchar a Oriente para hacer la peregrinación ritual a Meca, el Haÿÿ, para ampliar después sus estudios sufíes bajo la dirección del famoso maestro ‘Abd al-Qâdir al-Yilânî (siglo VI héj.), funda­dor de la Tariqa o vía de los qâdirîes, tan extendida aún en nuestros días en el mundo islámico oriental y occidental.               

 

A su regreso del Haÿÿ a Meca (Makka), fijó ya su residencia en Bujía, para consagrarse a la prácticas del Islam y a la enseñanza de sus discípulos, que de todas partes, a uno y a otro lado del Estrecho, concurrían a su zawiya, rincón, lugar de reunión y enseñanza del sufismo, la espiritualidad islámica. Entre ellos abundaban los que procedían de al-Andalus. Ibn ‘Arabi de Murcia, aunque no consta que personalmente la tratase, pondera en sus obras, repetidas veces y con exaltado entusiasmo, de las extraordinarias dotes espirituales y de los prodigios que realizaba Abú Madyan, además de conservarnos, en el Futûhât y en la Risâlat al-quds, el numeroso elenco de sufíes andaluces y africanos que habían seguido sus enseñanzas y a quienes como compañeros o maestros había tratado Ibn ‘Arabi en su patria, al-Andalus. De ellos son los más dignos de mención los siguientes: Yûsuf al-Kûmî el sevillano, maestro de Ibn al-`Arabi y discípulo de Abû Madyan, cuyas virtudes y carismas eran el tema principal de su enseñanza en Sevilla. Seguía la regla de vida de la escuela sufi de los malâmîes, originaria de Oriente, y que se cifraba esencialmente en ocultar a los ojos del mundo la interior perfección espiritual bajo apariencias de imperfección moral, a fin de atraerse el descrédito del resto de los musulmanes, y todo ello con el objeto de evitar la vanidad espiritual. Otro discípulo directo de Abû Madyan fue Abû Muhammad de Morón, que lo sirvió como discípulo en Bujía, después de hacer bajo su dirección la iniciación sufi, y ejercer la práctica  eremítica de la jalwa, con él, en una cueva. Durante dieciocho años siguió también las enseñanzas de Abû Madyan otro compañero íntimo de Ibn `Arabi en Sevilla, el sufi Abû Ahmad de Salé, que alcanzó las más altas moradas de la vida estática con el don de las lágrimas, y cuyo cuerpo en el sueño, emitía rayos de luz al decir de Ibn ‘Arabi. Finalmente, Abû Ishâq el cordobés, dirigido asimismo por Abû Madyan en Bujía, llegó al grado de la contemplación de Allah exenta de toda imagen sensible, fantástica e intelectual.

 

No sólo a sus discípulos, sino también al resto de los musulmanes, llegaban sus enseñanzas, pues a la vida mística o interior supo unir la de la divulgación entre el pueblo de las enseñanzas del Islam. Su palabra, a juicio de sus biógrafos, confirmado por las sentencias que de él se conservan, era clara y sencilla, viva y preñada de brillantes imágenes, como la de un poeta; pero, sin estas dotes de genio y talento literario, el ejemplo de su vida austera y desinteresada, la modestia y recogimiento de su exterior y la pobreza de su hábito remendado que a penas si cubría su desnudez, bastaban para dar autoridad a su palabra, confirmada además con estupendos y fabulosos prodigios, que sus discípulos le atribuyen.

 

El enorme prestigio logrado por Abû Madyan entre el pueblo, así con su vida ejemplar como con sus enseñanzas, divulgadas por sus discípulos, le atrajo el recelo de los alfaquíes, que lo delataron al sultán almohade Ya'qûb al-Mansûr, como si aspirase a desposeerlo del trono. Llamado por el sultán a su corte de Fez para verlo e interrogarle, partió de Bujía acompañado de sus discípulos, y a sabiendas del motivo de su llamamiento; pero en el camino, cerca de Tremecén, murió en el año 1197, siendo sepultado en al-`Ubbâd, junto a otros walies o sufís que han alcancazo el grado de intimar con Allah, y que allí yacían. Su sepulcro fue y sigue siendo lugar de movilización de los musulmanes, desde entonces hasta nuestros días. Un magnífico mausoleo, una mezquita y una madrasa o centro de enseñanza, fueron luego construidos allí en su honor por sultanes almohades y meriníes.

 

Mucho más que los prodigios y carismas con que sus biógrafos han embellecido la vida de Abú Madyan, nos interesa recoger aquí algunas sentencias de su ideario espiritual, fuente indudable del que sus discípulos andaluces y africanos recibieron de sus labios, singularmente Ibn Mashîs el rifeño, maestro del fundador de la escuela shâdilî. He aquí algunas de ellas:

             1ª «A los ojos de Allah no son grandes más que quienes se ponen en su presencia con corazón puro e inmaculado, y que en su recuerdo o invocación, no le piden más que aquello que Él mismo les ha inspirado. »

             2ª   «El primer grado del amor espiritual, consiste en invocar constantemente el nombre de Allah; el segundo, en familiarizarse con Él; el tercero, no ver más que a Él en toda cosa, porque todo lo que no es Allah carece de realidad en la contemplación extática. Si aspiras a ser amigo de Allah, di tan sólo -Allah- y deja al universo entero con todo lo que encierra. Pon en Allah tu confianza y que sólo en Él se ocupe tu mente y tu memoria, pues nada es capaz de reemplazar a Allah. »

             3ª «Mis atributos humanos tienen algo de común con los de mi Señor: su omnipotencia y majestad llenan mi interior y mi exterior; el esplendor de su luz alumbra mi alma y mi cuerpo. »

             4ª   «Gozará de tranquilidad y será feliz el que renuncie a elegir por sí. E1 dejamiento o abandono en manos de Allah consiste en cumplir sus mandamientos y en tratar al alma sin piedad, sin preocuparse de las desgracias que puedan sobrevenirle ni de los dolores y sufrimientos que Allah le envíe. El amor de las tribulaciones es el medio de agradar a Allah.»

             5ª   «El verdadero maestro de espíritu es aquel que siempre, y en todas partes, cede a otro el primer lugar. De nada sirve el Islam si se practica con orgullo, como tampoco daña dejar su práctica si se hace con humildad.»

             6ª   «La dominación de los sentidos es el fundamento de la vida mística, y la pobreza de espíritu es el signo de la soledad o aislamiento del mundo, pues al que pone su confianza en algo que no es Allah, prívalo Allah de los efectos de su misericordia y de la visión de la verdad. »

             7ª   «El examen escrupuloso de conciencia hace que el alma se crea objeto siempre de las miradas de Allah.»