HISTORIA DE CHECHENIA

II

 

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El Shayj Mansur, primer Líder Muÿahid del Cáucaso

 

         La primera respuesta coherente al peligro provino de un individuo cuya oscura pero romántica historia es muy típica del Cáucaso. Es conocido como Elisha Mansur, un sacerdote Jesuita italiano enviado con la misión de convertir a los Griegos de Anatolia al Catolicismo. Para cólera del Papa, pronto se convirtió al Islam y se hizo un entusiasta defensor del mismo. El sultán Otomano le encargó organizar la resistencia Caucásica frente a los Rusos, pero en la batalla de Tatar-Toub, en 1791, fue capturado por el enemigo, y pasó el resto de sus días prisionero en un gélido monasterio en el Mar Blanco, donde los monjes trataron infructuosamente de que regresara a la religión Católica.

 

El segundo gran Líder del Yihad, Ghazi Mullah

 

         Mansur había fracasado, pero los Caucasianos habían luchado como leones. La llama de la resistencia que él había prendido, pronto se extendió avivada por un hombre genial de nombre Mullah Muhammad Yaraghi. Yaraghi era un sabio islámico, además de Sufi, conocedor en profundidad de los textos Árabes, y transmisor de la vía Sufi Naqshbandi a los rudos montañeses. Aunque le siguieron miles de fieles, su alumno y guía principal fue Ghazi Mullah, un estudiante del pueblo de Avar en Daguestán, quien empezó su propia enseñanza en 1827, eligiendo la villa de Ghirmi como centro de sus actividades.

 

         Durante los dos años siguientes Ghazi Mullah propagó su mensaje; los Caucasianos no habían abrazado completamente el Islam, según él, pues sus viejas leyes y costumbres, el “adat”, variaba en cada tribu, y por tanto habían de ser reemplazadas por la Shari’ia Islámica. En particular, el kanli, las vendettas de sangre, habían de ser suprimidas, y todas las injusticias habrían de ser juzgadas acorde con el canon Islámico. Finalmente, los Caucasianos dejaron atrás sus turbulentos y violentos egos y emprendieron el duro camino de la autopurificación. Solo siguiendo esta vía, les dijo, podrían vencer sus viejas divisiones y conseguir la unidad para hacer frente a la amenaza de la Rusia Ortodoxa.

 

         En 1829, Ghazi Mullah consideró que sus seguidores se habían empapado lo suficiente de su mensaje como para pasar ya a la fase final: la acción política. Viajó por todo Daguestán, predicando abiertamente contra el vicio, rompiendo con sus propias manos las grandes tinajas de vino que se vendían en el centro de las villas. En una serie de encendidas alocuciones animó al pueblo para que se alzara en armas, el Ghazwa: la resistencia armada.

 

         “¡Un Musulmán debe obedecer la Shari’ia, pero todo su Zakat, todos sus Salat y abluciones, todas sus peregrinaciones a Meca, no valen de nada si se hacen bajo la mirada Rusa. Vuestros matrimonios son ilícitos, vuestros niños son bastardos, mientras quede un solo Ruso en vuestras tierras!”

 

         Ha llegado el tiempo del Yihad, proclamaba. Los grandes sabios islámicos de Daguestán reunidos en la mezquita de Ghirmi lo aclamaron como Imam y le prometieron su apoyo.

 

         Los Murid (discípulos) en Ghirmi, que se distinguían del resto de los montañeses por sus banderas negras y por la ausencia de oro o plata en sus vestimentas y armaduras, marcharon tras Ghazi Mullah, cantando el grito de guerra de los Murid: La ilaha illa Allah”. El primer objetivo fue la villa de Andee, que estaba bajo control Ruso; pero tan impresionante resultaba el espectáculo de los Murid alineados en silencio, que solo bastó la escena de los mismos como para que los anteriormente traidores de la villa se rindieran sin un solo disparo. Posteriormente Ghazi Mullah volvió su atención a los propios Rusos.

 

         Por entonces, los Rusos habían desplazados algunos colonos a la región. Grandes destacamentos militares habían sido desplazados a las planicies del norte, en Grozny, Khasav-Yurt y Mozdok, y el proceso de limpieza de Musulmanes de sus tierras había comenzado. Ghazi Mullah, por tanto, contaba con el apoyo local cuando atacó el fuerte Ruso de Vnezapanaya. Sin una táctica previa, le fue imposible capturar dicha fortaleza; entre tanto sus defensores, comandados por el Baron Rosen, habían solicitado refuerzos, que aparecieron en forma de una gran columna, y presuponiendo que nada habían de temer de los Musulmanes hicieron retroceder a estos hasta el gran bosque que por aquel entonces se hallaba al sur de Grozny. En la oscuridad del bosque los Murid luchaban en su propio terreno. Aprovechando las grandes ramas del bosque de hayas disparaban y preparaban toda clase de trampas en las que caían los estoicos pero inexpertos soldados Rusos; poco a poco fueron acabando con los cuadros de oficiales a la vez que se hicieron con una gran cantidad de soldados presos. En este mundo de penumbra, en este bosque de inmensas hayas, y en un terreno sembrado de trampas, las pesadas columnas del ejército Ruso se movían precedidas por sacerdotes que portaban iconos y enormes cruces, junto con pesados carros arrastrados por bueyes que transportaban samovares de cinco pies de altura y cajas de champán para los oficiales; en medio de este paisaje las fuerzas Rusas lentamente fueron mermadas y dispersándose su poderío, y tan solo pequeños grupos quedaron atrincherados en el bosque, y de esta manera la primera victoria de los Muyahidin había tenido lugar.

 

         Buscando la revancha, los Rusos atacaron la ciudad Musulmana de Tschoumkeskent, la cual capturaron y arrasaron hasta los cimientos. No obstante pagaron cara esta operación: cuatrocientos Rusos fueron asesinados en la operación, y tan solo hubo ciento cincuenta Murid muertos. Más grande aun fue la humillación sufrida en Tsori, un paso de montaña donde un contingente Ruso de cuatro mil hombres fue asediado durante tres días enfrascados en unas barricadas que habían sido levantadas, comprobándose más tarde, para vergüenza del ejército Ruso, que el asedio había sido llevado a cabo tan solo por dos francotiradores Chechenos.

 

 

Continuación