ABÛ L-‘ABBÂS DE MURCIA

 

Coetáneo de los grandes sabios y maestros del Islam, Abu l-Hasan ash-Shâdilî, ‘Abd as-Salâm Ibn Mashîsh, Abû Madyan de Cantillana y de Ibn 'Arabi el murciano, no consta, sin embargo, que conociese y tratase a este último, ni tampoco quiénes fueran los maestros de espíritu que contribuyeron a su iniciación ascética y mística dentro de su patria antes de trasladarse a Túnez. De su infancia y adolescencia se conocen dos fugaces episodios autobiográficos, en uno de los cuales Abû 1-‘Abbâs atribuía, años después, su vocación por la vía mística del Islam, a un profundo pensamiento ascético que le sugirió su maestro de primeras letras. Dice así: “Habíase armado cerca de nuestra casa un espectáculo de sombras chinescas, y como yo era entonces un niño, asistí maravillado al espectáculo. Al día siguiente fui de mañana a la escuela, y el maestro, que era un wali (sufi que ha intimado en el conocimiento de Allah), me recitó este verso nada más verme: ¡Ay de aquel que, lleno de admiración, contempla las imágenes de las sombras chinescas, siendo él mismo una sombra, si bien lo mira!

Esta idea de la vanidad y la nada de las criaturas, tan fundamental en la cosmovisión sufi, debió desde entonces orientar el alma del muchacho hacia las verdades eternas, pues no mucho después y en la misma escuela de primeras letras se sabe que replicaba con seriedad precoz, impropia de su edad, a un maestro de espíritu que le reprendía por dedicar su tiempo al ejercicio de la caligrafía: “Siendo yo muchacho, estaba en casa de mi maestro de primeras letras ejercitándome en escribir sobre una tablilla, cuando se me acercó un hombre que, al verme escribiendo, me dijo: “El súfi no ennegrece lo blanco”. Pero yo le repliqué: “No es la cosa como tú pretendes; sino de este modo: el sufi no ennegrece el blanco de la página de su alma con el negro de las trasgresiones”.

 

Los avances de la conquista cristiana por el levante de al-Andalus, entre 1241, en la que Alfonso X, infante todavía, sometió a Castilla el reino de Murcia, hasta 1269 en que con la ayuda de Jaime I de Aragón lo conquistó definitivamente, debieron mover a Abû 1-‘Abbâs, como a muchos musulmanes, a abandonar al-Andalus y pasar al África.

 

Aunque ignoramos la fecha de su nacimiento, sin em­bargo los treinta y seis años de su larga residencia posterior en Alejandría y la fecha de su muerte en esta ciudad, año 1287, confirman la edad juvenil, constatada por su testimonio, en la que pasó a Túnez y entró en relación con el fundador de la escuela sufi, Abû l-Hasan al-Sâdilî. Su primer encuentro con éste aparece nimbado con una aureola prodigiosa de visiones previas en sueños: “Cuando llegué a Túnez desde Murcia, era yo un muchacho joven. Oí hablar del maestro Abû l-Hasan al-Sâdilî, y un hombre me dijo que me llevaría a él... Aquella noche vi en sueños como si yo ascendiese a la cumbre de un monte, y una vez arriba vi allí a un hombre, vestido con una capa verde, sentado, y teniendo a derecha e izquierda dos personas. A1 mirarle yo, díjome: “Topaste con el califa de Allah en esta época”. Desperté entonces, y después del salat del alba, vino a mí el hombre que me había invitado a visitar al maestro y marché en su compañía. Así que entramos a donde estaba, lo vi en la misma forma que lo había visto en sueños en la cumbre del monte, y me quedé atónito. El me dijo: “Topaste con el califa de Allah en esta época. ¿Cuál es tu nombre y tu linaje?” Se lo dije, y él añadió entonces: “Desde hace diez años te tengo ante mis ojos”.

 

Tan prodigiosa previsión justifica según los sufíes de la tariqa shâdilî, como predestinación sobrenatural, la elección de Abû 1-‘Abbâs por el maestro para sucesor suyo al morir.

 

El relato anterior aparece confirmado por otro, en el cual consta asimismo que el maestro Abû l-Hasan encargó a uno de sus discípulos visitase en al-Andalus al joven Abû 1-‘Abbâs para aprovecharse de sus enseñanzas. Abû-Zakariyya Yahya al-Bilbisi (de Egipto], discípulo de Abû l-Hasan, refiere que, después de estudiar con éste, emprendió un viaje a al-Andalus. Al despedirse de su maestro, díjole éste: “Cuando llegues a al-Andalus, júntate con el maestro Abû 1-‘Abbâs de Murcia, pues él conoce el encuentro (al-wuyúd) con Allah y sabe a fondo dónde está. Las gentes no conocen a Abû 1-‘Abbâs, pero saben dónde para”. Cuando llegué a al-Andalus, me fui a verlo, y así que él me echó la vista encima, aunque no me conocía de antes, me dijo: “Ya has venido, Yahya. ¡Loado sea Allah por tu reunión conmigo, el qutb de esta época! ¡Oh Yahyá! No cuentes a nadie lo que te contó el maestro Abû l-Hasan”.

 

De todos modos, ambos relatos, eran prenuncios palmarios de la predilección de Abû l-Hasan respecto de Abû 1-‘Abbâs y del amor filial de éste para con su maestro, de quien, años después, decía en una de sus cartas: “Me he hecho discípulo de Abû l-Hasan ash-Sâdilî, uno de los príncipes de los sinceros amigos de Allah, del cual he aprendido misterios espirituales que muy pocos conocen y de cuyo magisterio me enorgullezco. No sigue uno sus enseñanzas, sin que en dos o tres días deje allah de revelársele, y si a los tres días no se le revela, es que se trata de un falso discípulo, y si lo es sincero, será porque ha errado el camino que el maestro le dictó.

 

Esta predilección del fundador de la tariqa shâdilìa para con Abû 1-‘Abbâs de Murcia hizo de éste su heredero y el portavoz de la escuela. El fue, efectivamente, quien divulgó de palabra el ideario de éste entre los adeptos que de todas partes concurrieron a escuchar sus lecciones. Y decimos «de palabra», porque así él como su maestro  no mostraron por escrito la doctrina de la escuela: ninguno de los dos escribió libro alguno, porque decían que sus obras eran sus discípulos. Y efectivamente, éstos fueron quienes de generación en generación han ido trasmitiendo hasta nuestros días las ideas y prác­ticas del fundador y de su heredero en multitud de libros y folletos, singularmente en las obras de Ibn 'Ata Allah de Alejandría, discípulo de Abû 1-‘Abbâs de Murcia, y en las de Ibn ‘Abbâd de Ronda, que están repletas, todas ellas, de sentencias y consejos espirituales de éste y de su maestro. Para sus biógrafos, las ideas antes que los hechos tienen la primacía, y aun de estos últimos los hechos portentosos predominan sobre los normales de la vida diaria: Adivinación del pensamiento ajeno, profecías, andar o volar por los aires, recorrer grandes distancias en brevísimo tiempo, el don de lenguas que según cuenta el mismo dijo: “cuando el hombre llega la perfección espiritual, habla y entiende todos los idiomas por inspiración de Allah”.

Con el fundador sabemos que pasó Abû 1-‘Abbâs desde Túnez, en compañía de los primeros discípulos de aquél, a Egipto, y que en Alejandría vivió ya hasta la muerte de Abû l-Hasan en 1258, y posteriormente hasta la suya en 1287, o sea, durante veintinueve años todavía.

 

De su austeridad ascética, tres rasgos característicos nos pintan hasta qué punto su doctrina del dejamiento rimaba con su conducta, tanto en la renuncia voluntaria a los honores y alabanzas, como en el no pedir y ni siquiera aceptar los bienes terrenales. Se refiere muchos casos en los que Abû 1-‘Abbâs rehuyó el trato de las autoridades de Alejandría, viviendo durante treinta y seis años en ella sin conocer de vista al gobernador, ni enviarle recados, ni aceptar sus invitaciones de ser por él recibido en visita, y ni siquiera para admitirlo por discípulo suyo. Si al llegar a un pueblo, en sus peregrinaciones, mostraban las autoridades deseo de ir a verlo, huía a otro pueblo para no admitir los honores de que querían colmarle. Rehusó asimismo siempre pedir cosa alguna para sí y aun para los discípulos que le acompañaban, y, al morir, no dejó cosa de este mundo, porque de todas se había desprendido. Decía, además, que el signo más seguro de la renuncia ascética está en no amar el ser alabado y en amar el ser despreciado de todos. No pienso - decía en otra ocasión - que la nobleza del alma consista sino en elevar sus aspiraciones por encima de todas las cosas creadas. Cierto día vi a un perro y le eché un pedazo de pan que conmigo llevaba; pero el perro no hizo caso alguno del pan; se lo acerqué después a la boca y ni siquiera tampoco se volvió a mirarlo. Entonces oí una voz que me decía: “¡Uf, cuán despreciable es aquel cuya austera renuncia es menor que la de un perro!.

 

A su maestro Abû l-Hasan imitaba en esta doctrina y práctica del dejamiento como en otros puntos, según contaba: Mi maestro Abû l-Hasan me dijo: “Si quieres ser de mis discípulos, no le pidas a nadie cosa alguna”. Y así lo hice durante un año. Después me dijo: “Si quieres ser de mis discípulos no aceptes de nadie cosa alguna”. Y así, cuando me veía en grande apuro (por faltarme qué comer), salía a la orilla del mar de Alejandría para recoger los granos de trigo que el mar arrojaba a la orilla, de las cargas desembarcadas de los navíos.

 

Sin menoscabo de su adhesión en todo a las enseñanzas del fundador, alguna vez dejó escapar frases que parecían recabar para sí cierta originalidad en su método espiritual, aunque éste, coincidía con el de su maestro. De ambos ponderan igualmente sus biógrafos la sólida y extensa cultura islámica, así en la en el derecho (fiqh), que se inspiraba en la escuela sunni de los ash-sharies, como en la exégesis del Alcorán (tafsir y en las tradiciones proféticas (sunna), aparte de la doctrina ascética y mística de los súfies. Como su maestro, también Abû 1-‘Abbâs fundaba en sus lecciones todo el edificio de la espiritualidad sobre el cimiento del “aprieto”, es decir, sobre la importancia que para lograr la perfección mística tienen las tribulaciones espirituales y temporales a que Allah somete a las almas para limpiarlas de todo lo que no es Él. Y por lo que atañe a las temporales, podía, en verdad, saberlo por personal experiencia, ya que sus biógrafos nos lo pintan aquejado como el fundador por muchas enfermedades, especialmente el mal de piedra, el dolor de riñones y las hemorroides.

 

Su método espiritual se basaba en la práctica del recogimiento para con Allah, en la fuga de toda disipación del espíritu, en el constante ejercicio del dzikr mental en soledad. Para con cada principiante en el sufismo empleaba, sin embargo, el método particular que era más propio y conveniente a su estado. No gustaba de los aprendices que careciesen de medios de subsistencia (sin duda porque la sinceridad de su renuncia al mundo le era dudosa).

 

No tenía celos de otros maestros de espíritu que pudiesen captar a sus propios aprendices, sino que, antes bien, nunca les prohibía a éstos que siguiesen a otros. En esto observaba la misma norma de su maestro Abû l-Hasan, que decía a los suyos: “Seguidme a mí; pero yo no os impido que sigáis a otro. Si encontráis un manantial de agua más dulce que el mío, volveos...”

Amaba a los iniciados que poseían ya formación en las diferentes ciencias del Islam; pero jamás alababa sus conocimientos en presencia de los demás, para evitar así envidias y celos.

 

En su trato con ellos el rasgo dominante era una amplia misericordia y compasión, si bien trataba a cada uno según el rango que creía ocupase a los ojos de Allah. Por eso, a veces, hacía poco caso del bueno y culto, y en cambio trataba con honor al trasgresor, porque sabía que aquél estaba orgulloso de su saber y virtud, y en cambio éste se hallaba arrepentido de sus errores.

 

Lo que más le molestaba en sus discípulos eran los escrúpulos de tentaciones sobre defectos en la ablución ritual (wudu) y en la práctica del salat. Estando yo presente (afirma un discípulo), le dijeron: “Fulano, tan sabio y tan bueno, tiene, sin embargo, muchas tentaciones”. A lo cual respondió: “¿Dónde está su saber? La verdadera ciencia ha de estar impresa en el corazón, como la blancura en lo blanco y la negrura en lo negro”.

 

        Decía también: “Cuando viene a nosotros un discípulo que posee bienes mundanos, no le decimos que se desprenda de ellos antes de venir con nosotros, sino que lo dejamos con ellos, hasta que en su corazón se hayan filtrado las luces de la gracia, y sea él mismo quien espontáneamente abandone los bienes mundanos”. Esto se parece mucho a lo que pasaría con los viajeros que, yendo en un barco, el capitán les dijera: “Mañana soplará un fuerte huracán y de la tempestad no podréis libraros más que arrojando al mar algunos bultos de vuestros equipajes. ¡Arrojadlos, pues, ya ahora mismo!”. Nadie casi le escucharía, naturalmente, entonces, aún más cuando al siguiente día se desataran los huracanes, sólo aquel que espontáneamente hubiese tirado al mar cuanto poseía, merecería ser calificado de inteligente. Así también, cuando los vientos de la certidumbre soplen, será el iniciado mismo quien espontáneamente se desprenderá de las cosas todas del mundo que posea”.

 

Refería, además, a este propósito, el siguiente caso del gran sufi y maestro ‘Abd al-Razzâq: “Se le presentó para ser un discípulo suyo una personalidad de Mahdiyya, hombre muy rico y noble, que anteriormente se había puesto bajo la dirección espiritual de otro maestro, el cual le había prescrito, como primer requisito para su iniciación, desprenderse de todas sus riquezas, separarse de sus mujeres y cambiar de traje; pero el discípulo, aunque cumplió todo esto, no encontró en sí mismo al hacerlo, más que mayor dureza de corazón, angustia y dudas sobre su vocación. No pudiendo, pues, seguir ya en Mahdiyya privado de todo cuanto poseía y sin lograr a cambio ningún provecho espiritual, se presentó al maestro ‘Abd al-Razzâq, el cual, dejándolo en el estado de alma en que se hallaba, le aconsejó siguiese des­de Alejandría con otros peregrinos que iban a la Meca, y así que regresó a Alejandría, le dijo que se volviese a Mahdiyya y recobrase su anterior posición y rango social y económico, pues le aseguró que Allah haría que sus conciudadanos le devolviesen cuanto había abandonado, y aun se lo aumentaría. Lo hizo así y, en efecto, el pronóstico se cumplió a la letra; y una vez que hubo entrado de nuevo en posesión de toda su fortuna, mujeres, etc., fue cuando Allah le abrió los ojos y se convirtió por fin a Él. ‘Abd al-Razzâq fue discípulo del sevillano Abû Madyan.

Uno de sus discípulos contó que era muy a menudo molestado por tentaciones de escrúpulo acerca de las abluciones diarias (wudu). Se enteró el maestro y, después de preguntarle sobre ello, le dijo: “Los sufíes juegan con shaytân y no a la viceversa”. Pasados unos días le preguntó el maestro cómo le iba con aquella tentación, y al responderle que igual, le dijo: “Si no dejas la tentación, no vuelvas ya a venir a mí”. Y la angustia que le produjo esta respuesta alejó ya de su alma la tentación para siempre.

 

No abundan las anécdotas particulares sobre el magisterio y la vida de Abû 1-‘Abbâs en Túnez y Alejandría, fuera de las normas generales que acabamos de recoger. La más interesante es la relativa a la conversión de su discípulo y sucesor en la dirección de la escuela, Ibn ‘Atâ Allah de Alejandría. Otra conversión relatan sus biógrafos, atañe a la personalidad del convertido, el tercer sultán almohade, al-Mansûr Ya'qûb, hijo y sucesor de Yûsuf, el vencedor de Alfonso VIII en la batalla de Alarcos. Es sabido que Ya'qûb dio muerte a sus dos hermanos, Abu Yahya y `Umar, y a su tío Abû Rabi'a, por haber tramado, durante la ausencia del sultán en al-Andalus, una conspiración para desposeerlo del trono. Lo que no dicen ya los historiadores es que Ya'qûb, arrepentido de su crimen, abandonase el poder y acabase sus días consagrado a la vida peregrinante para borrar su culpa, si bien todos coinciden en afirmar que, después de la victoria de Alarcos (1195), regresó a Marruecos desde Sevilla, dejando al frente del ejército a su hijo Muhammad al-Nâsir y nombrando a éste su heredero y sucesor. Varios años antes de su muerte, acaecida el 23 de enero de 1199. No es improbable, que en los últimos años de su vida se realizase aquel cambio de vida que nos cuentan, ya que entre el 1199 en que murió Ya'qûb, y el 1197 en que el maestro Abû Madyan muere cerca de Tremecén,  éste le recomendó, que se sometiera a la dirección espiritual de Abû 1-‘Abbâs, y media suficiente tiempo para que este hecho se realizase con los efectos que ambos relatos consignan: El sultán del Magrib, llamado Ya'qûb, dio muerte a su hermano por razones políticas y luego se arrepintió y anduvo buscando algún maestro espiritual, bajo cuya dirección hacer penitencia y que le guiase para lograr de Allah el perdón de aquel acto trasgresor. Indicáronle al maestro Abû Madyan, que estaba entonces en Bujía, mientras el sultán estaba en Tremecén. Envió, pues, sus misivas a Bujía para que se lo trajesen. Abû Madyan accedió, diciendo: “Dispuesto estoy a obedecer al Jefe del Estado; pero no llegará a realizarse mi encuentro con él, porque moriré en Tremecén en el momento mismo en que allí llegue yo”. Así que hubo llegado a Tremecén, dijo a los enviados de Ya'qúb: “Saludadle de mi parte y decidle: Tu curación está en las manos de Abû 1-‘Abbâs el Murciano. Su dirección te será provechosa”. Refirieron esto al sultán los mensajeros, y murió Abû Madyan en Tremecén. Mandó entonces el sultán a buscar al maestro Abû 1-‘Abbâs con toda prisa, enviando mensajeros por todas partes, hasta que lo encontraron. Abû 1-‘Abbâs pidió a Allah licencia para ir a juntarse con el sultán y la obtuvo. Marchó, pues, contento a verlo, y el Sultán se alegró de ello grandemente. Ordenó que degollasen una gallina y ahogasen otra, y, cocidas ambas, se las presentaron al sultán, que se sentó a comer con el maestro. Pero así que éste las vio, mandó al criado que retirase la ahogada, diciendo que era carne mortecina y, por tanto, prohibida, y añadió: “Si la otra no se hubiese impurificado por guisarla junta con aquélla, la habría comido”. En vista de ello (es decir, de su prodigiosa adivinación), se entregó el sultán en sus manos y se hizo discípulo suyo, y bajo su dirección emprendió la marcha por el camino espiritual. Después abandonó el reino del Magrib y se entregó a la vida errante. Se vio, pues, que si el maestro no hubiese recibido de Allah la revelación de que aquella gallina había sido ahogada, no habría creído en él el sultán ni se habría hecho discípulo suyo.

 

En la biografía de Abû l-Hasan, el fundador de la escuela shâdilî, ya vimos cómo éste designó a Abû 1-‘Abbâs para heredero suyo, poco antes de morir. Todos sus discípulos, africanos y andalusíes, que acompañaron a aquél desde Túnez a Alejandría y en todas sus peregrinaciones, quedaron, pues, bajo la dirección espiritual de Abû 1-‘Abbâs durante el resto de la vida de este último. Entre ellos (aparte de Ibn 'Atâ Allah de Alejandría) es digno de citarse un coterráneo suyo, natural de játiva, Abû ‘Abd Allah Muhammad ibn Sulaymân, más conocido por «el hijo de Abû l-Rabi'a», el cual pasó de al-Andalus a Oriente por los mismos años que Abû 1-‘Abbâs, y, después de estudiar en Damasco, se consagró al servicio de Allah en la zawiya as-Sawâr de Alejandría, próxima al lugar donde vivía Abû 1-‘Abbâs y a la tumba en que a su muerte fue éste sepultado. Sus dotes de ciencia y virtud, y su extraordinaria fama de realizar prodigios, atrajeron hacia él a los discípulos de Abû 1-‘Abbâs, que lo fueron también suyos, muriendo y siendo enterrado allí mismo en el año 672 (1273), dejando escritas varias obras de ascética y mística.

 

Aunque, Abû 1-‘Abbâs al igual que el fundador de la escuela sufi shâdilî, no consignaran por escrito sus ideas espirituales, fueron éstas conservadas tan celosamente por sus discípulos, que los libros redactados por Ibn 'Atâ Allah de Alejandría e Ibn ‘Abbâd de Ronda, están repletos de citas textuales del fundador y de su heredero.

 

Murió Abû 1-‘Abbâs de Murcia el año 686 (1287) en Alejandría, y su tumba, en la zawiya al-Sawâr, que todavía se conserva, se hizo un lugar de veneración. Maqqari, que a mediados del siglo XVII de J. C. la visitó, atestigua la devoción de la que era objeto.