La biografía del Profeta a la luz

de los diferentes métodos de narración de la historia

 

         En el siglo XIX, varios métodos de narración histórica hicieron su aparición, al lado del método objetivo al que se dada por nombre ‘sistema científico’. La mayor parte de esas teorías se basaban en el subjetivismo, del que Comte y Freud fueron los principales promotores. Los que seguían este método explicaban los acontecimientos y juzgaban a los personajes a través de su propia forma de ver, según sus convicciones políticas y religiosas, pues para ellos el trabajo del historiador no es el de la simple compilación de hechos desnudos.

 

         Según esta manera de ver, escribir la historia es crear una obra de arte que no tiene nada que ver con la ciencia. No nos proponemos aquí hacer una crítica a los teóricos de la historia, pero no podemos dejar de expresar  nuestra tristeza al ver ese subjetivismo ganar adeptos en un siglo caracterizado por un gran esfuerzo científico y de respeto a la objetividad. El subjetivismo o positivismo es capaz de destruir los hechos que han permanecido intactos en la memoria y que han sido ofrecidos a todas las generaciones anteriores. El historiador pertrechado de teorías personales desfigura el hecho histórico con su fanatismo y su egocentrismo, no viendo en el objeto que el reflejo de su yo con sus pasiones y sus odios. Muchas verdades han sido deformadas, acontecimientos rebajados, realidades disimuladas, e inocentes oprimidos por los juicios falsos e injustos de historiadores incapaces de ver las cosas en su desnudez.

 

         Esta forma de escribir la historia, ¿ha influido en los biógrafos actuales del profeta? De hecho esta teoría subjetivista fue la base de una nueva escuela en el modo de estudiar y comprender la biografía del Profeta de un buen número de investigadores musulmanes. ¿Cómo surgió esta escuela, cuáles fueron sus factores determinantes y cuál es su suerte hoy?

 

         Esta escuela fue fundada en Egipto bajo la dominación británica. Egipto era entonces el portavoz del mundo islámico. Cualquiera que quisiera conocer en profundidad el Islam se dirigía a ese centro de información, lo mismo que para hacer la peregrinación hay que ir a Meca. El papel importante de Egipto en el mundo islámico inquietaba al colonizador británico. Este último sabía que su dominación sería precaria, a pesar de que se extendía por todo el valle del Nilo, mientras la universidad islámica al-Azhar de El Cairo siguiera disfrutando de su inmensa influencia y prestigio. Por consiguiente, los ingleses debían recurrir a una de las dos soluciones siguientes para neutralizar la influencia de la universidad al-Azhar:

         La primera solución consistiría en forzar un divorcio entre al-Azhar y la comunidad musulmana de modo que perdiera toda su influencia.

 

         La segunda solución era intentar infiltrarse hasta el corazón mismo de la universidad al-Azhar de donde partían las órdenes y las directivas y forzarlo a aliarse al ocupante. Las instrucciones de al-Azhar servirían entonces a los intereses británicos, lo que aseguraría definitivamente el dominio inglés.

 

         Inglaterra no dudó en optar por la segunda elección, la más diplomática y fácil de ejecutar.

 

         La única vía que se abría ante esta infiltración hacia el centro cultural y científico de al-Azhar era la de explotar lo que constituía el punto débil de la comunidad musulmana, incluido Egipto: la toma de conciencia frente a su propio subdesarrollo en muchos planos mientras Occidente hacía gala de un extraordinario progreso en los dominios intelectual, científico y cultural. Los musulmanes aguardaban el día en que pudieran vencer los factores de ese subdesarrollo y participar del ímpetu de la civilización y de la ciencia moderna.

 

         El colonizador, haciendo uso de las argucias que lo caracterizan, consiguió granjearse la lealtad de algunos dirigentes e intelectuales egipcios. Para ello se apoyó en el siguiente argumento: Occidente no se libró de su inmovilismo hasta el día en que sometió la religión a la ciencia. La religión es una cosa, y la ciencia es otra, y la primera debe ser sometida a la segunda. Si el mundo musulmán quiere verdaderamente liberarse de su atraso, no puede sino seguir la misma vía y hacer con el Islam lo que Occidente ha hecho con el cristianismo, es decir, hacerlo claudicar. Esto no podría realizarse más que cuando el pensamiento musulmán se desembarazase del oscurantismo propio de toda religión y se abriese a los criterios de la ciencia moderna.

 

         Todos los que estaban embobados ante la civilización occidental no tardaron en apreciar el objetivismo de esta teoría, incapaces de establecer una diferencia tan sencilla que consiste en que la época de mayor esplendor de los musulmanes coincidió con la de su espiritualidad más profundad y su adhesión absoluta al Islam. Pero la historia ya la enseñaban los occidentales, que se cuidaron muy bien de camuflar este punto.

 

         Los ingleses se dedicaron a explicar a esos musulmanes las ventajas de su visión de las cosas: rechazando todo lo que no se puede comprender o experimentar se llega a la verdad de los acontecimientos. Los convencieron de que obrando así depurarían el Islam de lo supersticioso e incompatible con una mentalidad científica y le abrirían la posibilidad de unirse al progreso. Es decir, les planteaban la necesidad de realizar una reforma. Aplicando el positivismo a la biografía del Profeta se descubriría cuál habría sido verdaderamente su vida. Para ello era suficiente despojar las fuentes de todo lo referente a lo que la una mentalidad científica considera mítico: éste es el criterio para llegar a la verdad. En otros términos ‘todo lo que me parece increíble es falso’.

 

         Varias biografías del Profeta (s.a.s.) hicieron aparición que en lugar de analizar objetivamente las fuentes, las utilizaban para hacerlas decir lo que se les antojaba o simplemente las omitían si el acontecimiento que referían no se adecuaba a la línea que el autor se había trazado. Apoyándose en sus prejuicios, los biógrafos evitaban relatar los acontecimientos en la vida del Profeta que sonaban a algo extraordinario, acallaban las fuentes que hablaban de prodigios o presentaban referencias a cosas ocultas o misteriosas. A lo sumo, estos autores positivistas valoraban en el Profeta todo menos su condición de profeta: para ellos era un genio, un héroe, un estratega magnífico, un hombre de su tiempo.

 

         El libro de Husáin Háikal titulado “La vida de Muhammad” es muy representativo desde este punto de vista. En la introducción dice: “No he tenido en cuenta los textos tradicionales porque he preferido seguir en mis investigaciones un método científico”. Los textos tradicionales a los que se refieren son las fuentes rigurosas en los que los musulmanes se han apoyado (e incluso él mismo y los arabistas en general, porque de lo contrario no podrían contar con ninguna información), y el método científico al que alude consiste simplemente en interpretar de acuerdo a sus gustos en un intento por alagar la sensibilidad de su tiempo (principios de este siglo).

 

         Esta nueva manera de encarar la vida de Sidna Muhammad (s.a.s.) está también clara en los artículos publicados por Muhammad Farîd Waÿdi en la revista: “Luz del Islam”, en los que afirmaba: “Es evidente que estoy intentando explicar los acontecimientos con nociones distintas a la de prodigio cuando puedo justificarlos con causas naturales, aunque algunas veces resulte artificial”.

 

         Estos autores no hacen sino reproducir en árabe un gran número de escritos sobre el Profeta publicados por los orientalistas en el cuadro de sus trabajos históricos, redactados bajo la influencia del mismo espíritu positivista o subjetivo y con intenciones coloniales. La diferencia está en que mientras que, por lo general, a los orientalistas los motivaba la repugnancia que sentían hacia el Islam, en el caso de los musulmanes era el complejo de inferioridad el que los hacía seguir ciegamente el paso de sus nuevos maestros y tenían la intención de reformar el Islam ¡con la ayuda de los orientalistas!

 

         Vemos a los orientalistas al servicio del colonialismo hacer elogios de la figura de Muhammad (s.a.s.) pero insistiendo en sus cualidades humanas, queriendo con ello confundir a sus émulos musulmanes. De este modo, sin ofender descaradamente la sensibilidad de los musulmanes, los reconducían a lo que querían: los hacían distanciarse de sus compromisos con la calidad profética de Muhammad (s.a.s.), anulando así la fuerza de convocatoria del Islam.

 

         Los promotores de esta política colonial encontraron en el subjetivismo positivista el método ideal que les permitía rechazar acontecimientos capitales en la vida de Muhammad que son los que precisamente dan fuerza al Islam. La única razón por la que se desautorizaba determinadas fuentes era porque no eran convenientes. Objetivamente eran iguales a otras que sí se consideraban válidas: la diferencia estribaba en el contenido y no en la validez demostrativa del documento.

 

         No podemos evitar sonreir ante la ingenuidad de muchas de las biografías de Muhammad (s.a.s.) escritas este siglo. Son un alarde de interpretación subjetivista: para algunos, el Profeta no fue más que un bandolero que se aprovechó de la credulidad de la gente, o un alucinado epiléptico que contagió su locura a los árabes, o un revolucionario de izquierdas que alzó a los pobres contra los ricos. A todos se les olvida explicar detalles tan evidentes como las extrañas adhesiones incondicionales de discípulos a los que no se puede negar una inteligencia fuera de lo común, el hecho que desatara un movimiento de proporciones apocalípticas, la fuerza intrínseca del Corán, la perduración de valores que enseñó en medio del desierto hace mil cuatrocientos años,... Se soslayan estas cuestiones hablando del socorrido fanatismo. La difusión del Islam, sus logros increibles, todo queda relegado a explicaciones infantiles: la gente si hizo musulmana para evitar pagar impuestos. Y así una sarta inacabable de estupideces que han ido dando forma a la imagen que en la actualidad se tiene del Islam, los lugares comunes que pretenden explicar un hecho irrepetible.

 

         Sin embargo, esta forma de interpretar la historia ha encontrado eco dentro del mundo musulmán de intelectuales acomplejados. Ingénuos e hipócritas se declararon inclinados hacia la ‘ciencia’. Fue así como se hizo el juego a la colonización, una de cuyas estrategias era minar el Islam desde dentro.  Esto ha supuesto una importante fractura: el academicismo oficialista dentro del mundo musulmán sigue a la deriva y consumiéndose en sus propias contradicciones. Por otro lado, la formación tradicional es cada vez más pobre y carente de recursos, por lo que no puede dar respuestas a la altura de las circunstancias. No obstante, no se puede negar que existe un resurgir que revaloriza las aportaciones originales del Islam y busca un desarrollo autónomo sin supeditaciones ciegas a los valores occidentales.