EL KUFR

 

           La palabra árabe Kufr designa en el vocabulario musulmán la negación o el rechazo a Allah. Tiene varias connotaciones, como la de ingratitud, infidelidad, ignorancia espiritual o aislamiento, consistiendo en un retrotraimiento ante Allah.

 

A efectos prácticos, es un término que sirve para designar lo opuesto al Islam. Frente al Islam -que es la aceptación incondicionada de Allah y la rendición sin reticencias a Él- está el Kufr. Se llama kâfir (en plural, kuffâr) al que no es musulmán. Pero el uso de estas palabras presenta problemas: hay no-musulmanes que aceptan a Dios, que creen en Él y le son fieles, son buenas personas, con creencias firmes, principios sólidos y nobles y de una espiritualidad sincera, ¿son kuffâr en el sentido estricto de la palabra?

 

         El kâfir no es necesariamente un sin-dios ni un bárbaro mala persona. Al ser humano le resulta fácil imaginar un Ser Supremo, una Verdad Creadora Absoluta, e incluso hacerse una idea clara sobre su Creador y hasta concebir su unidad radical, amarlo apasionadamente y entregar su vida a esa representación entrando en comunión con ella. Esto, en principio, sería suficiente para que el calificativo de kâfir, de claros matices peyorativos, no le fuera aplicable. Sin embargo, el Corán no duda en hacerlo, y considera kuffâr a los  idólatras, a los judíos, a los cristianos, y a todos los que no sean musulmanes, por muy fieles y buenos creyentes que sean, por muy claro que tengan a su Verdadero Señor e intenten con sinceridad y buena intención acercarse a Él.

 

         Y es porque la clave del Kufr no está en Allah, sino en su Mensajero. El Imâm al-Gazzâli define el Kufr como rechazo al Profeta. Al rechazar al Profeta es cuando se niega efectivamente a Allah. Todo lo demás son teorías y elucubraciones que no sustituyen la auténtica resolución con la que debe afrontarse a Allah.

 

El Imâm al-Gazzâli dice que el Kufr es un Hukm Shar‘í, un juicio legal, no un juicio de valor. Lo que hace legítima la espiritualidad es su rigor. Entregarse apasionadamente a Allah carece de relevancia si Allah es fruto de la imaginación,... del ego, al fin y al cabo. En ello no hay una entrega verdadera sino permanencia en la escasez y límites de la fantasía. El rigor está en afrontar las exigencias de Allah.

 

         La incapacidad para presentir a Allah en la sinceridad del Profeta es síntoma de una espiritualidad que no busca la Verdad, sino complacerse en representaciones y se aferra a sus aprioris. Hemos dicho que Kufr no es un juicio de valor. No se trata de buenos o malos, sino de claridad y compromiso. Cuando se pone como condición la aceptación del Profeta como dirimidora en esta cuestión se está poniendo el acento en la severidad que debe guiarnos a la hora de encarar algo tan serio como la espiritualidad, en la que nos va nuestra razón de ser.

 

         La frivolidad, por bondadosa que sea, no es garantía ante Allah, porque no está ante la Verdad. Sólo el Islam, es decir, una auténtica claudicación ante Allah, nos abre a Él. Ésta es la clave de la eficacia del Islam, que no hace concesiones a los devaneos del Nafs, el ego. El Islam exige la renuncia al dios propio para alcanzar a Allah. Todo dios es fruto de maquinaciones, y toda religión es una pose. El Islam es romper con todo ello para sumergirse en la Verdad. ¿Es posible ello sin el Profeta? No.

 

         La aceptación del Profeta es la verdadera ruptura con el mundo de los ídolos. Es en el Profeta donde nos entregamos realmente a Allah. Lo demás es justificación y excusa. En el Profeta, que desafía al corazón y lo quiebra, el musulmán claudica ante Allah. No lo hace ante una idea vaga, sino ante el que se le revela tras las palabras claras y concretas de un Maestro. El seguimiento estricto de las enseñanzas es el gran reto que pone en entredicho la sinceridad del que se dice creyente. Con ello salimos del feo vicio de la fe al espacio amplio del Îmân, la Apertura Real hacia Allah.

 

         Para cualquier musulmán, el tema está claro: existen el Islam y el Kufr, nombre genérico que engloba a todas las religiones, a todas las espiritualidades, a todas las morales,... y las desautoriza. Lo que no es Islam es Kufr, es rechazo y negación de Allah, ingratitud ante Él, retrotraimiento e ignorancia. Sólo en Muhammad (s.a.s.), el Mensajero de Allah, hay abierta una puerta auténtica que nos obliga a ir más allá de nosotros en una expansión con la que dejamos atrás nuestras representaciones para abrirnos hacia Allah, tal como Él sea y como Él quiera. A esto es a lo que se llama Islam, que es un gesto de grandeza y amplitud, en conjunción con el sentido profundo de lo que significó Sidnâ Muhammad (s.a.s.).

 

         Sidna Muhammad (s.a.s.) desató una guerra y armó a guerreros. Él marcó una ruptura. No vino a consolarnos sino a despertarnos de la indolencia y hacernos emprender un camino. Y lo hizo con la fuerza y el estruendo de una tormenta, para que nadie tuviera justificaciones, para que nadie se escudara detrás de la sordera. Y de eso se trata: de que el corazón vivo, el corazón poderoso, se hace eco de esa llamada y responde a ella. Ante el Profeta sólo puede haber ‘desconfianza’, y la desconfianza es retrotraimiento, es Kufr. Y no hay más.

 

         Desengañados por el cristianismo, muchos occidentales se acercan al Islam con miedos y prevenciones heredados de su frustrante experiencia cristiana. Lógicamente, no quieren repetir el fracaso, pero muchas veces sus recelos son un auténtico impedimento que les obstaculiza entender y saborear lo que el Islam les propone, que es orientarse por completo hacia su Señor sin condiciones, abandonándose a las posibilidades de sus corazones y agigantar su ánimo en esos procesos.

 

No es acertado abandonar los dioses cristianos para inventar otros inventados por los resentimientos. Y sin embargo, es frecuente. La proliferación de sectas que se basan en la censura a las taras del cristianismo no dejan de ser cristianas en su fundamento. Romper con todo ello es sumergirse en la luz del Islam, en la nitidez de una espiritualidad que se propone en exclusiva a Allah, sin aditamentos y sin aceptar sucedáneos tranquilizadores. Se trata de un reto, el reto que nos lanza la intuición que todos tenemos de lo eterno, lo trascendente, lo desmesurado.

 

         Por ello, todo lo que nos Islam, todo lo que no es esa actitud signo de salud interior, es Kufr, es enredo y laberinto del Nafs, del ego que no deja de enmarañarse creando mentiras en las mentiras y frustraciones en las frustraciones. La radicalidad del Islam consiste en romper de golpe con las frivolidades para señalar desde el principio sin equívocos ni ambigüedades ni concesiones en la dirección del Uno-Único. De ahí lo drástico de sus afirmaciones, como la de que todo lo que nos es Islam es Kufr.