EL ESOTERISMO ISLÁMICO

ABD AL-WAHID YAHIA

(RENÉ GUÉNON)

 

        De todas las doctrinas tradicionales, es en la doctrina islámica donde quizá esté marcada más claramente la distinción entre dos partes complementarias una de otra, que se pueden designar como el exoterismo y el esoterismo. Son, según la terminología árabe, as-shariya, es decir, literalmente "el gran camino", común a todos, y al-haqîqa, es decir, la verdad interior, reservada a una minoría, no en virtud de una decisión más o menos arbitraria, sino por la naturaleza misma de las cosas porque no todos poseen las aptitudes o las "cualificaciones" requeridas para alcanzar su conocimiento. A menudo se las compara, para expresar su carácter respectivamente "exterior" e "interior", a la "corteza" y al "núcleo" (el-qishr wa el-lubb) o también a la circunferencia y al centro. La shariya comprende todo lo que el lenguaje occidental designaría como propiamente "religioso" y, especialmente, toda la parte social y legislativa que en el Islam se integra esencialmente en la religión; cabría decir que es ante todo regla de acción, mientras que la haqîqa es conocimiento puro; pero debe entenderse bien que es este conocimiento el que da a la shariya misma su sentido superior y profundo y su verdadera razón de ser, de modo que, aunque todos los que participan en la  tradición no sean conscientes de ello, es verdaderamente su principio, como lo es el centro, de la circunferencia. Pero eso no es todo: puede decirse que el esoterismo comprende no sólo la haqîqa, sino también los medios destinados a llegar a ella; y al conjunto de estos medios se les llama tarîqa, "vía" o "sendero" que conduce de la shariya a la haqiqa. Si tomamos de nuevo la imagen simbólica de la circunferencia, la tarîqa será representada por el radio que va de ésta al centro; y, entonces, vemos esto: a cada punto de la circunferencia corresponde un radio y todos los radios, que son también una multitud indefinida, acaban igualmente en el centro. Puede decirse que estos radios son otras tantas turuq adaptadas a los seres que están "situados" en los diferentes puntos de la circunferencia, según la diversidad de sus naturalezas individuales; por eso se dice que "las vías hacia Dios son tan numerosas como las almas de los hombres" (et-turuqu ila Llahi Ka-nufûsi bani Adam); así, las "vías" son múltiples, y tanto más diferentes entre sí cuanto más cerca se las considera de su punto de partida sobre la circunferencia, pero el fin es uno, pues no hay más que un solo centro y una sola verdad. Con todo rigor, las diferencias iniciales se borran, con la "individualidad" misma (el-inniya, de ana, "yo"), es decir, cuando se alcanzan los estados superiores del ser y cuando los atributos (çifât) de el-abd, o de la criatura, que propiamente no son más que limitaciones, desaparecen (el-fanâ o la "extinción") para no dejar subsistir más que los de Allah (el-baqâ o la "permanencia"), al estar el ser identificado con éstos en su "personalidad" o en su "esencia" (adz-dzât).

 

        El esoterismo, considerado así como comprendiendo a la vez tarîqa y haqîqa, en cuanto medios y fin, es designado en árabe por el término general at-tasawwuf, que no puede traducirse exactamente más que por "iniciación"; por lo demás, volveremos a hablar de este punto más adelante. Los Occidentales han forjado la palabra "sufismo" para designar especialmente el esoterismo islámico (mientras que tasawwuf puede aplicarse a toda doctrina esotérica e iniciática, cualquiera que sea la forma tradicional a la que pertenezca); pero esta palabra, además de que no es más que una denominación completamente convencional, presenta un inconveniente bastante molesto: es el de que su terminación evoca casi inevitablemente la idea de una doctrina propia de una escuela particular, mientras que no es así, en realidad, y que las escuelas no son aquí más que turûq, es decir, en resumen, métodos diversos, sin que pueda haber en el fondo ninguna diferencia doctrinal pues "la doctrina de la Unidad es única" (et-tawhîdu wâhidun). Por lo que respecta a la derivación de estas designaciones, vienen evidentemente de la palabra sufi: pero, a propósito de ésta, conviene señalar en primer lugar, que nadie puede llamarse nunca sufí, a no ser por pura ignorancia, pues demuestra por eso mismo que no lo es realmente, al ser esta cualidad, necesariamente, un "secreto" (sirr) entre el verdadero sufí y Allâh; puede llamarse solamente mutasawwuf, término que se aplica a quienquiera que haya entrado en la "vía" iniciática, sea cual sea el grado al que haya llegado; pero el sufí, en el verdadero sentido de esta palabra, es sólo el que ha alcanzado el grado supremo. Se ha pretendido dar orígenes muy diversos a la propia palabra sufî; pero esta cuestión, desde el punto de vista que suele emplearse las más de las veces es, sin duda, insoluble: diríamos, de buena gana, que esta palabra tiene demasiadas etimologías supuestas y ni más ni menos plausibles unas que otras para tener verdaderamente una; en realidad, hay que ver en ella más bien una denominación puramente simbólica, una especie de "cifra" si se quiere, que, como tal, no necesita tener una derivación lingüística, hablando con propiedad; y, por otro lado, este caso no es único, sino que podrían encontrarse otros comparables en otras tradiciones. En cuanto a las supuestas etimologías, en el fondo no son más que semejanzas fonéticas que, por lo demás, según las leyes de cierto simbolismo, corresponden efectivamente a relaciones entre diversas ideas que vienen a agruparse así de un modo más o menos accesorio alrededor de la palabra de la que se trata; pero aquí, dado el carácter de la lengua árabe (carácter que le es, por otro lado, común con la lengua hebrea), el sentido primero y fundamental debe ser dado por los números; y de hecho, lo que hay de particularmente notable, es que por la suma de los valores numéricos de los que está formada, la palabra sufi tiene el mismo número que El-Hikma al ilahiya, es decir "la Sabiduría de Allah". El sufí verdadero es pues el que posee esta Sabiduría o, en otros términos, es al-ârif bi´Llah, es decir "el que conoce a Allah", pues El no puede ser conocido más que por Sí-mismo; y ese es verdaderamente el grado supremo y "total" en el conocimiento de la haqîqa.

 

        De todo lo que precede, podemos sacar algunas consecuencias importantes, y, ante todo, la de que el "sufismo" no es algo "sobreañadido" a la doctrina islámica, algo que habría venido a agregarse a ella después y desde fuera, sino que es, por el contrario, una parte esencial de ella, ya que, sin él, estaría manifiestamente incompleta, e incluso incompleta por arriba, es decir, en cuanto a su principio mismo. La suposición enteramente gratuita de un origen extranjero, griego, persa o indio es además contradicha formalmente por el hecho de que los medios de expresión propios del esoterismo islámico están estrechamente ligados con la constitución misma de la lengua árabe; y si incontestablemente hay similitudes con las doctrinas del mismo orden que existen en otra parte, se explican de un modo completamente natural y sin que haya necesidad de recurrir a  "plagios" hipotéticos pues, al ser la verdad una, todas las  doctrinas  tradicionales  son  necesariamente idénticas en su esencia, sea cual sea la diversidad de las formas con las que se revistan. Por lo demás, importa poco, en cuanto a esta cuestión de los orígenes, que la misma palabra çufi y sus derivados (tasawwuff-mutasawwuf) hayan existido en la lengua desde el principio o que no hayan aparecido hasta una época más o menos tardía, lo que es un gran tema de discusión entre los historiadores; la cosa puede muy bien haber existido antes de la palabra, sea con otra designación, sea incluso sin que se haya sentido entonces la necesidad de darle una. En todo caso, y esto debe bastar para zanjar la cuestión para quienquiera que no la considere simplemente "desde el exterior", la tradición indica expresamente que el esoterismo, lo mismo que el exoterismo, procede directamente de la enseñanza misma del Profeta y, de hecho, toda tarîqa auténtica y regular posee una silsila o "cadena" de transmisión iniciática que se remonta siempre finalmente a éste a través de un mayor o menor número de intermediarios. Incluso si luego ciertas turuq han "tomado" realmente, y más valdría decir "adaptado", algunos detalles de sus métodos particulares (aunque, aún aquí, las semejanzas puedan explicarse además, completamente, por la posesión de los mismos conocimientos, particularmente en lo que concierne a la "ciencia del ritmo" en sus diferentes ramas), eso sólo tiene una importancia muy secundaria y no afecta en nada a lo esencial. La verdad es que el "sufismo" es árabe como el propio Corán, en el que tiene sus principios directos; pero además, es preciso, para encontrarlos, que el Corán se comprenda y se interprete según las haqaïq que constituyen su sentido profundo y no, simplemente, por los procedimientos lingüísticos de los ulamâ az-zâhir (literalmente "sabios del exterior") o doctores de la shariya cuya competencia sólo se extiende al dominio exotérico. En efecto, verdaderamente se trata aquí de dos dominios nítidamente diferentes y por eso nunca puede haber entre ellos ni contradicción ni conflicto real; por lo demás, es evidente que de ningún modo se podría oponer el exoterismo al esoterismo pues el segundo toma, por el contrario, su base y su punto de apoyo necesario en el primero, y que verdaderamente sólo son los dos aspectos o las dos caras de una sola y misma doctrina.

 

        Luego, debemos hacer notar que, contrariamente a una opinión demasiado difundida actualmente entre los occidentales, el esoterismo islámico no tiene nada en común con el "misticismo"; las razones son fáciles de comprender por todo lo que hemos expuesto hasta aquí. En primer lugar, el misticismo, verdaderamente, parece ser en realidad algo completamente especial del Cristianismo y sólo por asimilaciones erróneas se puede pretender encontrar en otra parte equivalentes más o menos exactos; algunos parecidos exteriores, en el empleo de ciertas expresiones, se hallan sin duda en el origen de este error, pero no podrían justificarlo en modo alguno en presencia de diferencias que se refieren a lo esencial. El misticismo pertenece por completo, por propia definición, al dominio religioso, luego depende pura y simplemente del exoterismo; y además, el objetivo al que tiende está indudablemente lejos de ser del orden del conocimiento puro. Por otra parte, el místico, al tener una actitud "pasiva" y al limitarse, por consiguiente, a recibir lo que le llega, por decirlo así,  de un modo espontáneo y sin ninguna iniciativa por su parte, no puede tener método; no puede haber, pues, una tarîqa mística, y tal cosa es incluso inconcebible pues es contradictoria en el fondo. Además el místico, al ser siempre un aislado y eso por el hecho mismo del carácter "pasivo" de su "realización", no tiene ni shaij o "maestro espiritual" (lo que, por supuesto, no tiene nada en común con un "director de conciencia", en el sentido religioso), ni silsila o "cadena" por la que le sería transmitida una "influencia espiritual" (empleamos esta expresión para dar lo más exactamente posible el significado de la palabra árabe baraka, al ser, por lo demás, la segunda de estas dos cosas, una consecuencia inmediata de la primera. La transmisión regular de la "influencia espiritual" es lo que caracteriza esencialmente la "iniciación", e incluso lo que la constituye propiamente y por eso hemos empleado esta palabra antes para traducir tasawwuf; el esoterismo islámico, como por lo demás todo verdadero esoterismo, es "iniciático" y no puede no serlo; y sin ni siquiera entrar en la cuestión de la diferencia de objetivos, diferencia que resulta, por otro lado, de la diferencia misma entre los dos dominios a los que se refieren, podemos decir que la "vía mística" y la "vía iniciática" son radicalmente incompatibles en razón de sus caracteres respectivos. ¿Hay que añadir además que no existe en árabe ninguna palabra con la que se pueda traducir, ni siquiera aproximadamente la de "misticismo", al representar la idea que ésta expresa, algo tan completamente ajeno a la tradición islámica?

 

        La doctrina iniciatica es, en su esencia, puramente metafísica en el sentido verdadero y original de esta palabra; pero en el Islam, como en las demás formas tradicionales, implica además, a título de aplicaciones más o menos directas a diversos dominios contingentes, todo un conjunto complejo de "ciencias tradicionales"; y estas ciencias, al estar como suspendidas de los principios metafísicos de los que dependen y derivan por completo y al sacar, además, de esta relación y de las "transposiciones" que permite, todo su valor real, son de ese modo, aunque en un lugar secundario y subordinado, parte integrante de la propia doctrina y no añadiduras más o menos artificiales o superfluas. Hay ahí algo que parece particularmente difícil de comprender para los occidentales, sin duda porque no pueden encontrar en Occidente ningún punto de comparación a este respecto; ha habido, sin embargo, ciencias análogas en Occidente, en la Antigüedad y la Edad Media, pero esas son cosas totalmente olvidadas por los modernos, que ignoran su verdadera naturaleza y a menudo ni siquiera conciben su existencia; y, muy especialmente, los que confunden el esoterismo con el misticismo no saben cuáles pueden ser el papel y el lugar de estas ciencias que, evidentemente, representan conocimientos lo más alejados posible de lo que pueden ser las preocupaciones de un místico y, como consecuencia, su incorporación al "sufismo" constituye para ellos un enigma indescifrable. Tal es la ciencia de los números y de las letras, de la que hemos señalado un ejemplo anteriormente para la interpretación de la palabra sufi y que sólo se encuentra en una forma comparable en la qabbala hebraica, en razón de la estrecha afinidad de las lenguas que sirven para la expresión de estas dos tradiciones, lenguas de las que sólo esta ciencia puede dar la comprensión profunda. Tales son también las diversas ciencias cosmológicas" que entran en parte en lo que se designa con el nombre de "hermetismo", y debemos observar a este respecto que la alquimia no la entienden en un sentido material" más que los ignorantes para los que el simbolismo es letra muerta, aquellos mismos a quienes los verdaderos alquimistas de la Edad Media occidental estigmatizaban con los nombres de "sopladores" y de "quemadores de carbón" y que fueron los auténticos precursores de la química moderna, por muy poco halagador que sea para ésta tal origen. Asimismo, la astrología, otra ciencia cosmológica, es en realidad algo completamente distinto al "arte adivinatorio" o a la "ciencia conjetural" que quieren ver únicamente los modernos; se relaciona ante todo con el conocimiento de las "leyes cíclicas", que desempeña un papel importante en todas las doctrinas tradicionales. Hay, por lo demás, cierta correspondencia entre todas estas ciencias que, por el hecho de que proceden esencialmente de los mismos principios, son, desde cierto punto de vista, como representaciones diferentes de una sola y misma cosa: así, la astrología, la alquimia e incluso la ciencia de las letras no hacen más que traducir, por decirlo así, las mismas verdades en los lenguajes propios a diferentes órdenes de realidad, unidos entre ellos por la ley de la analogía universal, fundamento de toda correspondencia simbólica; y en virtud de esta misma analogía, estas ciencias encuentran, por una transposición apropiada, su aplicación tanto en el dominio del "microcosmos" como en el del "macrocosmos", pues el proceso iniciático reproduce, en todas sus fases, el proceso cosmológico mismo. Es necesario, además, para tener plena consciencia de todas estas correlaciones, haber alcanzado un grado muy elevado de la jerarquía iniciática, grado que se designa como el del "azufre rojo" (al-Kabrît al ahmar); y el que posee este grado puede, por la ciencia llamada simiâ (palabra que no hay que confundir con Kimiâ), operando ciertas mutaciones sobre las letras y los números, actuar sobre los seres y las cosas que corresponden a éstos en el orden cósmico. El jafr que, según la tradición, debe su origen al propio Sayidnâ Alí, es una aplicación de estas mismas ciencias a la previsión de los acontecimientos futuros; y esta aplicación, en la que intervienen naturalmente las "leyes cíclicas" a las que aludíamos antes, presenta, para quien sabe comprenderla e interpretarla (pues hay ahí como una especie de "criptografía", lo que no es, por otra parte, más sorprendente en el fondo que la notación algebraica), todo el rigor de una ciencia exacta y matemática. Cabría citar muchas otras "ciencias tradicionales", algunas de las cuales parecerían quizás todavía más extrañas a los que no están acostumbrados a estas cosas, pero tenemos que limitarnos y no podríamos insistir más en eso sin salir del marco de esta exposición donde forzosamente debemos reducirnos a las generalidades.

 

        Para terminar, debemos añadir una última observación cuya importancia es capital para comprender bien el verdadero carácter de la doctrina iniciática; y es que en ésta no se trata de "erudición" y no podría aprenderse en modo alguno por la lectura de los libros como los conocimientos ordinarios y "profanos". Los escritos de los más grandes maestros mismos no pueden servir más que como "soportes" para la meditación; uno no se convierte en mutaaawwuf únicamente por haberlos leído, y además siguen siendo incomprensibles las más de las veces para aquellos que no están "cualificados". Es necesario, en efecto, ante todo, poseer ciertas disposiciones o aptitudes innatas a las cuales ningún esfuerzo podría suplir; y es necesaria, luego, la adhesión a una silsilaa regular, pues la transmisión de la "influencia espiritual" que se obtiene por esta adhesión es, como ya hemos dicho, la condición esencial sin la que no hay iniciación, ni aunque fuera en el grado más elemental. Esta transmisión, adquirida de una vez por todas, debe ser el punto de partida de un trabajo puramente interior para el cual todos los medios exteriores no pueden ser nada más que ayudas y apoyos, necesarios, por lo demás, ya que hay que tener en cuenta la naturaleza del ser humano tal como es en realidad; y es por este trabajo interior solamente por el que el ser se elevará de grado en grado, si es capaz de ello, hasta la cumbre de la jerarquía iniciática, hasta la "Identidad suprema", estado absolutamente permanente e incondicionado, más allá de toda existencia contingente y transitoria, que es el estado del verdadero sufí.