¿QUÉ ES LA SHARΑA?

 

         La palabra Sharî‘a es una de las pocas voces árabes que han pasado a ser popularizadas sin ser sustituidas inmediatamente por alguna posible traducción. Se nos dice que se trata de la Ley islámica, la Ley derivada del Corán, y poco más. Tras la somera explicación, al emplearla en árabe, se la dota de especificidad, y se permite que acumule de este modo connotaciones siempre negativas: para casi cualquiera, al oír la palabra Sharî‘a, la asociación con barbarie, salvajismo, inmovilismo, oscurantismo, retroceso a la Edad Media, etc. es prácticamente inevitable.

 

         Sharî‘a, por tanto, es el nombre que los musulmanes dan a su Ley, que es abyecta y retrógrada. La Sharî‘a es amputaciones, lapidaciones, decapitaciones,... (sin olvidar ante todo la relación de la Sharî‘a con el enclaustramiento de la mujer, su inferioridad, su relegación absoluta en el Islam). Estos son los contenidos de la Ley musulmana, por lo que merece un nombre especial, el de la exótica palabra Sharî‘a, que evita que se la pueda homologar a los civilizados y modernos contenidos de los términos Ley o Derecho, o Justicia, o Democracia, etc.

 

         Con frecuencia, en prensa, radio y televisión, y en la calle y en los debates, los comentarios sobre la Sharî‘a siempre hacen referencia a acontecimientos atroces, a pura animalidad. En Nigeria, en aplicación de la Sharî‘a, una mujer divorciada y embarazada va a ser lapidada por adulterio porque no puede demostrar que fue violada,... es un ejemplo más de los que habitualmente se esgrimen. Y nadie se cuestiona nada sobre el asunto porque se da por sobreentendido que eso puede pasar. Para casi nadie la noticia es increíble. Solo cabe escandalizarse y acusar a los musulmanes de bestialidad pura y simple.

 

         La asociación de Sharî‘a y barbarie está tan enraizada, es constantemente tan repetida, sin ninguna exposición de detalle, pero con una eficacia tal que es imposible ir contra esa corriente. Un alud constante de ‘informaciones’, de ‘imágenes’ rotundas, hace irrebatible el principio del que se parte, que la Sharî‘a es una especie de infierno en el que viven los musulmanes. Por eso, el que haya musulmanes que reivindiquen la aplicación de la Sharî‘a sólo puede ser síntoma de locura y fanatismo.

 

         También nosotros preferimos utilizar el término Sharî‘a por razones e implicaciones que intentaremos ir desbrozando en este artículo, sin pretender agotar el tema. Lo que pretendemos es dar a conocer lo que los musulmanes entienden por Sharî‘a, término rico en matices y de alcances profundos. Por tanto, también nosotros creemos que hay que respetar la especificidad del concepto para asir su verdadera dimensión.

 

         Para empezar, Sharî‘a (o Shar‘) es sinónimo, simple y llanamente, de Islam. Es el Islam en tanto que senda, camino. El uso da preferentemente a la palabra Sharî‘a el sentido de ‘conjunto de normas prácticas’. En este caso, la Sharî‘a designa al Islam como modo de vida, como comportamiento en todos los casos, como forma de espiritualidad concreta, como transacción, como ‘ordenamiento’ de la sociedad, etc... La Sharî‘a es la forma de ser musulmán. Islam significa absoluta rendición ante Allah, una rendición que se materializa en la fidelidad a las órdenes de Allah expresas en el Corán y en la Sunna. Sin Sharî‘a, el Islam es mera pretensión. El Islam y la Sharî‘a son la columna vertebral de los musulmanes (no son un ‘aspecto’ de sus vidas). Una ‘columna vertebral’ enraizada en una Revelación, es decir, en un hecho extraordinario y colosal que hace de la relación con la Sharî‘a un encuentro con la Autenticidad que da hechura al universo.

 

         Para ser realmente musulmán hay que atenerse a la Sharî‘a, de lo contrario, la palabra Islam carece completamente de contenido, es una elucubración. La Sharî‘a es lo que da realidad al Islam, la que lo dota de vida, lo que le da forma hasta en los gestos aparentemente más insignificantes de cada musulmán. Y en sus profundidades, la Sharî‘a es Haqîqa, es Realidad, Esencia, es inmersión en Allah. Tiene así un alcance que va mucho más allá de lo que somos capaces de calibrar inmediatamente y que tenemos que valorar para comprender la significación de una palabra radical en el Islam.

 

         El musulmán intenta vivir en conformidad con la Sharî‘a, que tiene alcances amplios, y que la palabra Ley no nos sugiere en castellano, ni mucho menos. La Sharî‘a abarca la vida, y lo hace porque el Islam es Tawhîd, es Unidad, Reunificación, Integración, con una radicalidad que es muy difícil de expresar en otra lengua que no sea el árabe o esté impregnada por siglos de historia musulmana. El musulmán no concibe el Islam como una actitud espiritual, como una elección personal, donde la Ley no tiene cabida. La vida entera del musulmán, desde que amanece hasta que anochece, en cada uno de sus latidos, está unificada por algo que le da coherencia, que la hace ser en consonancia con los ritmos más insondables de la existencia, y que se manifiesta bajo la palabra Sharî‘a, que es su camino, su reinserción en la Verdad Única que conjuga los cielos y la tierra y al margen de la cual no hay nada. Tan difícil es que un musulmán entienda los debates en torno a la religión y las crisis existenciales de los occidentales como que un occidental entienda la espiritualidad musulmana, que es pura vida, pura pasión y amabilidad, sin dobleces ni escisiones, sin rupturas ni galimatías, sin quebraderos de cabeza ni hipocresías.

         La palabra Sharî‘a tiene para cada musulmán resonancias extraordinariamente nobles. Para un musulmán es impensable renunciar a la Sharî‘a, porque sería renunciar a lo que le hace ser musulmán. Y poco le importa que para un occidental Sharî‘a signifique cuatro cosas, sabiendo como sabe que su realidad es tan  amplia como la del Islam.

 

         No es la Sharî‘a lo que hace que un Estado como el saudí sea totalitario, opresor, o medieval (sólo por poner un ejemplo fácil). Lo sería igual aplicando el código napoleónico. Y lo sería porque se basa en la pura arbitrariedad, como cualquier régimen opresor, y da igual el nombre con el que encubra su falta de respeto hacia el ser humano. La Sharî‘a en Arabia Saudí está en contra del Islam y de los musulmanes. En Europa mismo, y no hace mucho, se han cometido atrocidades en nombre de culturas superiores o civilizaciones presuntamente extraordinarias, y todos sabemos que tras los eslóganes se ocultaba la voracidad de unos poderes que habían machacado a sus propios pueblos, que los habían engañado arguyendo principios nobles. También en estos días vemos como en nombre de la Justicia Infinita, la Libertad Duradera, la Democracia para Todos, se destruye a toda una nación, se masacra a un pueblo, se mata y se cometen crímenes contra todo derecho, y se hace con el aplauso de gran parte de la humanidad, que se apresura a participar en el festín. También en la actualidad, defendiendo los derechos de un ‘pueblo elegido’ se le deja aniquilar a otro pueblo, se le deja aniquilar, se le financia, se le arma... Son tantos y tantos las atrocidades en nombre de palabras sacrosantas en la actualidad que sólo dentro de varias generaciones se podrá calibrar su alcance. Ahora vivimos cegados ante el brillo de las palabras con las que se justifica la barbarie civilizada.

 

         Lo peor es que muchas de las monstruosidades que se comenten enarbolando la Sharî‘a y que se viven en el mundo musulmán tienen su origen, no en el Islam, sino en el deseo de imitar a Occidente, de imitar su poder absoluto. Y también, lo que hace absoluto el poder de los saudíes (volviendo al ejemplo) no es el Islam sino los intereses que hay en torno al petróleo, intereses occidentales. Que los saudíes ejerzan ese poder basándolo en el Corán es tan aborrecible como el que se ejerce en nombre de otros ideales. Pero los ideales como instrumentos de poder son una maquinación occidental, como lo es el poder en sí, el poder tal como lo entendemos y sufrimos. Por supuesto, con eso, los Estados ‘arabo-islámicos’ engañan a muchos, y sobretodo le sirve a Occidente para culpar de todo al Islam y librarse de cualquier acusación de una posible responsabilidad directa.

         A pesar de todo ello, la inmensa mayoría de los musulmanes saben que la Sharî‘a es algo suyo, que es su Islam. La Sharî‘a no es un instrumento de opresión (susceptible de serlo, eso sí, en manos de los engendros derivados de la descolonización formal).

 

         La Sharî‘a es la posibilidad de que la forma de ser musulmán sea un debate constante, lo contrario de lo que se piensa en Occidente. La principal materia en la formación de cualquier musulmán tradicional es el Fiqh, el ‘Derecho’ (si bien su significación es muy amplia). En ninguna otra cultura se da al Derecho una centralidad tan importante como sucede en el Islam. Y esto significa mucho.

 

         Esto no nos libera de grandes conflictos. Pero los mismos conflictos que genera a todo musulmán la Sharî‘a es enormemente significativo. Que para los musulmanes uno de nuestros mayores problemas sea cómo conciliar nuestra condición de musulmanes con nuestras vidas cotidianas y nuestro entorno, con la evolución de los tiempos, los encuentros entre culturas, etc., que las soluciones no sean ni mucho menos fáciles, que los desafíos ante nosotros sean enormes, todo ello es indicio de que el Islam es mucho más que una religión, infinitamente mucho más.

 

         No debemos negar o huir de esos conflictos sino afrontarlos, y eso es lo que dará al Islam sus verdaderas proporciones. La tentación por convertir el Islam en una religión más es muy grande, porque con eso ‘solucionaríamos’ muchos de nuestros problemas. Pero con eso mataríamos el Islam. Afortunadamente, el carácter rotundo de la Sharî‘a, su ‘materialidad’ tan grande, nos sitúa ante el verdadero problema, nuestra condición de seres humanos en medio del torbellino de la vida, en el que las soluciones no son fáciles y los retos son infinitos y diversos. Nuestros intentos de conciliación pueden fracasar o ser desacertados, pero mientras el Islam nos mantenga en tensión, en un vilo constante que puede y debe ser a menudo angustioso, eso es lo verdaderamente importante.