El Shaij Sidi Hadj Al-Mahdi

(1928-1975)


        El Shaij Sidi Hadj Al-Mahdi representa la gran figura solitaria por la cual el mensaje del Shaij Al-Alawi (1934) permanecería y se desarrollaría en el centro mismo de las condiciones más desfavorables, en un medio hostil y en una época devastada por la guerra, el odio, la intolerancia y el abandono de los valores tradicionales del Islam. Su nacimiento el 26 de febrero de 1928, provocó un júbilo inmenso para el Shaij Al-Alawi, que esperaba el casamiento de su sobrina Lala Kheïra Benalioua y el futuro Shaij: Hadj Adda Bentounès (1952), un chico que posteriormente sería el sucesor de esta línea espiritual.

        El Shaij Al-Alawi organizó para su llegada al mundo una fiesta muy grande a la cual fue invitada mucha gente. Él se encariñó mucho con el niño y comenzó, desde ese mismo momento, a darle una educación específica. A los 6 años, recitó el Corán por primera vez, durante el mes de Ramadan delante del Shaij Al-Alawi y todos sus fuqaras. Él terminó de aprender el Corán a la edad de nueve años mientras que desafortunadamente, el Shaij Al-Alawi abandonaba este mundo; pero el simbólico sistema de recitación del Corán y la dirección del rezo habían fijado la continuidad de la línea espiritual. Se fue a Meca con la edad de once años con su padre, el Shaij Hadj Adda, el cual había sucedido al Shaij Al-Alawi. Su padre le había llevado a la peregrinación como recompensa por haber memorizado 60 capítulos de Corán y por haber dirigido los rezos “tarâwîh” del mes de Ramadan.

        El Shaij Al-Mahdi era un hombre muy carismático: tenía una mirada y una sonrisa que eran muy peculiares en su persona, una manera de dialogar con los demás, su presencia imponente, la fuerza que subyugaba por su fuerte personalidad. Creo que esta dimensión carismática había sido percibida desde muy pronto por el Shaij Al-Alawi que únicamente la cultivó y la hizo brotar hacia fuera. El corazón del Shaij Al-Mahdi había sido marcado profundamente con la esperanza que el Shaij Al-Alawi había puesto. Trabajando como conductor para el Shaij Hadj Adda, lo acompañó en sus desplazamientos a través de todo el país y en el extranjero. Con el contacto permanente del Shaij, se forjó en un entrenamiento diario. Él nos dijo acerca de sus conversaciones con su padre, que nunca eran llevadas con dureza y formas exageradas, sino que su padre lo impregnó con las cualidades de suavidad y a través de la sabiduría, sin ser duro con él. El Shaij Hadj Adda no se opuso a las aserciones de su hijo, sino que lo dirigía hacia la actitud adecuada guiándolo a través de indicaciones y no mediante órdenes, con delicadeza y templanza. Mientras que excusaba su juventud y su impaciencia, lo preparaba para asumir el destino que le estaba aguardando. Con la muerte del Shaij Hadj Adda en julio de 1952, el nombramiento del Shaij Al-Mahdi fue un hecho unánime. Todos lo vieron como el sucesor, como su padre lo fue del Shaij Al-Alawi. Este, que incluso había desafiado más o menos la sucesión de su padre, no vaciló ni un momento en aceptar que el nieto estaba siendo considerado como el heredero lógico y directo del más grande Maestro y Auwiya del siglo del siglo veinte.

        El Shaij Al-Mahdi vivió en una época dolorosa: la guerra de Argelia. Su función fue la de ayudar a la gente, a mantener la esperanza. Pero la espiritualidad que enseñó a hombres y a mujeres fue la de ir más allá de sí mismos, creciendo, para esforzarse al máximo. Su familia lo vio poco. Él hizo suyo este camino, con muchísimo sacrificio, puesto que su destino era alcanzar una responsabilidad espiritual con una exactitud extrema a la hora de esclarecer problemas a los demás, para aconsejarlos, para abrigarlos. Los acontecimientos que en aquel momento cruzaron el país y las enormes dificultades que se levantaron apuntando directamente a la Tariqa le volvieron la tarea aún más difícil. Él, sin embargo preservó el depósito de sabiduría que le fue transmitido, siendo su protector. Tan pronto como tuvo que asumir en 1952 la sucesión del Shaij Hadj Adda, comenzó una actividad extraordinaria que está lejos de ser entendida o apreciada con su valor correcto. Tendría que ser descrito el hombre que era; y esto no es fácil. Uno podría decir de él que el coraje era una de sus cualidades determinantes. Era un hombre que se atrevió a decir la verdad en voz alta y fuerte cuando toda era silencio interesado, aunque fuera algo que le costara penalidades. Es poco decir que él vivió lo que dijo. Literalmente, se sacrificó por la causa de Allah. Era un hombre avanzado para su época y el tiempo lo demostró a través de sus logros. La Tariqa no perdió nada de su depósito, ni de su tradición externa, es él quien le dio la amplitud geográfica que hoy tiene. Es gracias a él que muchos occidentales tengan acceso al conocimiento que todavía se transmite hoy.
 

        El Shaij Sidi Hadj Al-Mahdi era un hombre de total generosidad a pesar de su aspecto austero. Él tenía gustos humildes, y esto fue la formación de su apreciada compañía. Él sentía mucho placer cerca del mar; los pecadores, los estibadores, todos los pertenecientes a la pequeña gente de Mostaganem eran sus amigos, formaban sus estrechas relaciones, y lo recuerdan con emoción. El resto, su amor por la gente argelina, su relación incluso con el destino del país fue algo que todos sabían. Animado por una profunda compasión, él fue el artífice de que en su época la Zawiya estuviera abierta, incluyendo a occidente. Luchó durante toda su vida para que se mantuvieran las tradiciones que estaban declinando el Islam, y sintió un inmenso sufrimiento al ver la indiferencia de las masas musulmanas delante de la pérdida de su inmensa herencia espiritual. Era científico, lector sutil y un exegeta del Corán. Había fundado la conocida mezquita en la época del Shaij Al-Alawi en Mostaganem, que debía ser utilizada de instituto coránico y universidad tradicional, donde los estudios habrían sido llevados de acuerdo al espíritu del Shaij Al-Alawi. Desafortunadamente, con la situación económica tan desfavorable de ese momento, este proyecto no podía ser concluido. Su momento fue dramático porque después de la guerra, con la independencia de Argelia, comenzó para él también un momento difícil. Una dictadura estatal causó rupturas y problemas. De su ideal revolucionario, Argelia, a escala internacional, fue vista como ejemplo por algunos y temida por otros, mientras que el interior el país perdió su herencia y su identidad. El Shaij Al-Mahdi dio dirección a todo esto, en la guerra, pero también en la independencia. Él se volvió especialmente hacia lo más simple, ofreciendo una dirección a los necesitados, un modelo y una esperanza de vida. Él desarrolló actividades humanas de fraternidad: la zawiya de Mostaganem era la antena para la Cruz Roja y un centro de recepción para los refugiados en las campañas. Allí siempre había alguien ocupándose de cualquier persona en señal de socorro, argelino o francés. Él desempeñó un gran papel del mediador y fue una persona importante a cargo de la resistencia organizada. Encarcelado sin juicio y en secreto, fue asignado con la residencia en Gijel en 1971 por el gobierno de Boumedienne. Requisaron la mayoría de las mercancías de la Tariqa así como muchos documentos. Finalmente, aunque físicamente muy debilitado, se lanzó de nuevo a sus actividades y con sus viajes por Europa dejó a muchos amigos y nuevos discípulos por todas partes donde pasó. Era un verdadero puente entre el Magreb y occidente. Él murió a los 47 años, el 24 de abril de 1975, como mártir del ideal espiritual que llevó dentro.