Para conocer a un pueblo
Los Chechenos, ¿quiénes son?
Ria Novosti
Los chechenos están seguros de que sus
más profundas raíces se hunden en el reino de Sumer (siglo XXX antes de la
era cristiana), así como dicen ser descendientes del pueblo de Urartu
(siglos IX -VI a.J.C.).
Por lo menos la escritura cuneiforme de estas dos civilizaciones descifrada
indica que en el idioma checheno se han conservado muchas palabras de ese
origen.
La Providencia quiso que los chechenos a lo largo de toda su Historia no
tuviesen su Estado. El único intento de instituir el reino checheno de
Sinsir, emprendido en el siglo XIV, resultó ser fallido: esa idea que
acababa de nacer la aplastaron las caballerías de Tamerlán. Después de haber
perdido dos terceras partes de su pueblo en los combates contra los
conquistadores orientales, los chechenos abandonaron los fértiles valles y
se fueron a las montañas, desde donde era más cómodo proseguir la lucha. Los
montes se convirtieron por siempre en un asilo y un lugar entrañable y hasta
sagrado para ellos.
Aparte de los conquistadores foráneos, abundaban enemigos locales: los
destacamentos armados de diferentes etnias caucasianas atacaban regularmente
unos a otros, así era el modo de su vida. Había que siempre andar armado.
Para proteger con mayor eficacia sus casas y aldeas, los montañeses se unían
en destacamentos, construían líneas de defensa. Hasta hoy día, en cúspides
de montañas caucasianas se encuentran disipadas centenares de torres de
piedra.
Eran atalayas desde las que se seguía el desplazamiento del adversario, allí
se encendían hogueras para dar la señal de alarma, si éste se acercaba. Lo
de permanecer constantemente a la espera de ataques y la necesidad de
rechazarlos militarizaban la mentalidad de los chechenos y al propio tiempo
forjaban en ellos la osadía y el desprecio hacia la muerte.
En las batallas hasta el sable era un arma importante, por lo que todo varón
desde muy tierna edad se educaba con severidad, como un futuro combatiente.
Según la etnóloga Galina Zaurbekova, madre de cuatro hijos, la ética
chechena prohíbe ser cariñosos con los niños y ceder ante sus caprichos.
También actualmente, meciendo la cuna, se entonan baladas antiguas en que se
decanta la valentía del combatiente, su buen caballo y su sable bien
templado.
La cima más alta del Cáucaso del Este es Tebolus-Mta, de 4512 metros. Su
escalada por el pueblo checheno y los heroicos combates contra el enemigo
que lo perseguía son tema de muchas leyendas antiguas. El carácter montañoso
del paisaje caucasiano hizo que el pueblo checheno se dispersara por muchos
desfiladeros y se diferenciara no por principio territorial sino por el de
clanes, o «teipes».
El «teip» es un grupo de familias, cada una con su jefe electo. Los más
venerados son los «teipes» antiguos; otros, de árbol genealógico más corto,
surgidos como resultado de los procesos migratorios, tienen el estatuto de
«menores». Actualmente, en Chechenia se cuentan 63 «teipes». El «teip»
defiende tanto los usos seculares como a cada uno de sus miembros.
La vida en las montañas determinaba las relaciones sociales. Los chechenos
tuvieron que pasar del labrantío de terrenos a la ganadería, fue excluida la
práctica de contratar a asalariados. Ello obligaba a trabajar a cada uno.
Desparecieron las premisas de desarrollo de un Estado feudal y la necesidad
de establecer jerarquía. Floreció la llamada democracia montañesa, que
establecía la igualdad entre todo el mundo, las leyes de la cual no podían
ponerse en entredicho. Y si aparecían «aves con otro plumaje», las hacían
irse, si no les gustaban esas leyes.
Al abandonar el clan, los «parias» iban a parar a predios de otros pueblos y
se acriollaban en el nuevo medio. El espíritu de la libertad y la democracia
montañosa convirtió la dignidad personal en un culto. Precisamente sobre
esta base se formó la mentalidad chechena. Las palabras de un saludo
antiguo, que ellos siguen pronunciando hasta hoy al encontrase, reflejan la
esencia de su sentimiento de independencia: «¡Ven libre!», dicen ellos.
Otras palabras que se puede oír a menudo son: «Es difícil ser checheno».
Realmente, no es fácil. Aunque sea porque su personalidad amante de la
libertad literalmente tiene que llevar puesta la armadura de hierro del «adat»,
que es un código de normas elevadas a rango de tradiciones. El que no las
observa se cubre de oprobio y perece.
Las normas del «adat» son muchas, pero su parte central es el código del
honor masculino, que recoge las reglas de conducta del hombre, estimulando
la osadía, la nobleza, el honor y la sangre fría. Según ese código, el
checheno debe saber ceder el camino, pues los senderos montañosos son
estrechos.
Debe saber tratar con los circundantes y nunca mostrar su superioridad ante
nadie, para evitar conflictos. Si el que va a caballo se encuentra con uno
que va a pie, debe saludar el primero a éste último. Y si el que viene a su
encuentro es un anciano, primero debe aperase y sólo después saludarlo. Al
hombre se le prohíbe salir perdedor en cualquier situación, parecer indigno
o ridículo.
Los chechenos le tienen un miedo moral al insulto, tanto al recibido por un
individuo como por la familia o el «teip» a causa de no observar las
rigurosas normas del «adat». Si un miembro del «teip» se deshonra, la
comunidad lo rechaza. «Tengo miedo al oprobio, por lo que siempre procedo
con cautela», dice un montañés que acompaña al poeta Alexander Pushkin en su
viaje a Arzrum. También en nuestra época, los guardas interno y exteriores
de la conducta lo obligan al checheno a ser reconcentrado, reservado,
taciturno y discreto al máximo al verse en una sociedad.
El «adat» establece algunas reglas muy buenas, tales como la de hermandad,
la disposición a la ayuda mutua: por ejemplo, todo el mundo ayuda a
construir casa a aquel que no la tiene. Las normas de hospitalidad
prescriben darle asilo, pan y protección a quien atraviese el umbral de la
casa de uno, aunque se trate de un enemigo. ¡Sin hablar ya de los amigos!
Pero también hay costumbres destructivas, como la de vengar la sangre
derramada de un miembro de la familia. La sociedad chechena contemporánea
intenta luchar contra esa tradición arcaica, se crean procedimientos
llamados a reconciliar entre sí a las familias en tal conflicto. Pero para
lograrlo, se necesita la buena voluntad de las partes, en algunos casos
puede prevalecer el miedo a cubrirse de oprobio y a no ser visto como «un
hombre de verdad».
El checheno nunca deja que la mujer pase la primera. Hay que cuidarla, pues
en los senderos montañosos acechan muchos peligros: desprendimientos de
rocas, fieras y otros. La mujer juega un papel muy especial en la etiqueta
chechena. Es, antes que nada, la guardiana del hogar. En la Antigüedad, esa
metáfora tenía el sentido directo: la mujer respondía por mantener en casa
el fuego sobre el que se preparaba la comida. Hoy día esa expresión tiene el
sentido figurativo, aunque también muy profundo. Entre los chechenos, las
palabras «¡Que se apague el fuego en tu casa!» se perciben como la maldición
más grave.
Las familias chechenas son muy sólidas, a lo que hace su aporte el «adat».
El marido nunca se entremete en los asuntos caseros, que son la prerrogativa
de la esposa. Es inadmisible humillar o golpear a la mujer. Pero si ella por
su carácter o conducta lo lleva a la desesperación, él puede divorciarse muy
fácilmente de ella: basta con repetir tres veces «Ya no eres mi esposa». La
separación es inevitable si la mujer le falta al respeto a los familiares
del marido. Es por eso que las chechenas han aprendido tan bien el fino arte
de tener buenas relaciones con la parentela del esposo.
El «adat» prohíbe todas las manifestaciones de la «bella locura», como, por
ejemplo, el secuestro de la novia. Pero algunos todavía se atreven a
hacerlo. Según Galina Zaurbekova, antaño se recurría a este método cuando la
familia de la muchacha le negaba al pretendiente la mano de ella, hiriendo
la dignidad del enamorado. Entonces éste se desquitaba secuestrando a la
amada y haciéndola su esposa.
En otros casos ello se hacía por no poder pagar el rescate a los padres de
la muchacha, o porque la pasión ofuscaba la razón. En tales situaciones, el
punto final se ponía de dos modos: o el secuestrador recibía el perdón y se
celebraban las bodas, o lo perseguían hasta el fin de su vida con la
venganza. Hoy día, el secuestro de la novia tiene más bien un matiz
romántico y se realiza por acuerdo mutuo, formando parte del ritual nupcial.
Las bodas es una de las fiestas más grandes en la sociedad chechena, que
casi no ha cambiado con el devenir del tiempo. Las celebran durante tres
días, bailando siempre por la noche. La danza chechena es muy fogosa y está
llena de gracia. En el siglo XX, este pequeño pueblo tuvo la posibilidad de
mostrar la belleza de sus danzas al mundo entero: el gran bailarín y
«caballero checheno» Mahmud Esambaev fue aclamado en casi todos los países
del planeta. La plasticidad y el sentido del baile checheno descansan sobre
los valores éticos y estéticos fundamentales de este pueblo: el hombre es
valeroso y soberbio, y la mujer, bella y pudorosa.