JUTBAS
Primera
Parte
La sociabilidad es uno de los caracteres más sobresalientes del musulmán. Por
ello hemos hablado en jutbas anteriores de la importancia que el Islam
confiere al matrimonio, a la amistad y al respeto a los derechos de los demás.
Pero por encima de todo, lo que debe sobresalir en la personalidad del musulmán
es la sensatez, el sentido común y la prudencia. Cada momento tiene sus
exigencias, cada circunstancia dicta sus normas. Por ello, no hay que aferrarse
a normas estrictas, sino actuar con sabiduría, atendiendo a los matices de cada
instante.
Las normas, los
consejos, las enseñanzas, son orientaciones, son directrices en las que
inspirarse, pero quien no sabe moverse por la vida más que sometiéndose a la
letra de un par de reglas, se petrifica y pierde toda capacidad de reacción
cuerda.
El musulmán debe
alimentar en sí la sabiduría. Éste es el objetivo prioritario que debe
marcarse, y con esa luz podrá aprovechar todo lo que se le enseñe. Aprender no
es almacenar preceptos y llevarlos a la práctica de forma tajante. Aprender es
porosidad, pero si no hay sensatez en el corazón, todo lo que se aprende no
sirve para casi nada.
Por ello, el musulmán
debe ser sociable, abierto, casarse, tener amigos, respetar a los demás, pero
todo ello con medida y con aciertos. Y su vida con la comunidad no tiene que
copar su tiempo, sino que también será capaz de atender a Allah, y reservarse
momentos de intimidad con Él. A eso se le llama Jalwa, que consiste en
retirarse, preferentemente en la noche, para la práctica intensiva de la ‘Ibâda,
de modo que su nexo con su Señor no se corte y sea lo que verdaderamente le
inspire.
La Jalwa es un retiro
espiritual provechoso. Pero puede haber circunstancias que aconsejen un total
aislamiento del musulmán. A ese aislamiento social se le llama ‘Uçla. La
‘Uçla es lo contrario a todo lo que hemos dicho hasta aquí en las jutbas
anteriores. Se trata de una medida drástica que puede ser impuesta por
circunstancias extremas. Cuando el entorno es hostil, cuando las costumbres
degeneran, cuando el Islam se prohibe, cuando en todas las relaciones sociales
posibles priman el interés deshonesto, el egoísmo, la maldad y la locura,
entonces es preferible que el musulmán se recluya y rehuya todo contacto con el
mundo, renunciando a él.
Si
se dan estas circunstancias, que, repetimos, son extremas, incluso entonces el
musulmán debe reflexionar con agudeza y sentido común sobre las ventajas y
desventajas de la ‘Uçla, el aislamiento. La ‘Uçla no es una huida de la
realidad, sino una estrategia. Hace mal uso de ella quien la aprovecha
simplemente por comodidad o cobardía.
Los ascetas practican
la ‘Uçla, pero el ascetismo es desaprobado en el Islam, donde se prefiere el
roce entre sí de las personas. Pero sin duda hay a quienes aprovecha el
aislamiento, por lo que hay que respetar las decisiones. La condena general del
ascetismo no debe guiarnos a la hora de analizar situaciones concretas. Como
hemos dicho, las reglas generales tienen sus excepciones siempre. Junto a los
muchos hadices de Rasûlullâh (s.a.s.) en los que critica severamente el
aislamiento de los ascetas, hay otros, pocos, en los que los ensalza. En cierta
ocasión, a la pregunta de quiénes son los mejores, él (s.a.s.) respondió:
“Quien combata con su vida y sus bienes, y quien se aísla entre riscos
invocando a su Señor y evitando a la gente su maldad”.
Ha habido maestros en
el Islam que han elogiado la ‘Uçla y han practicado con severidad la reclusión,
y es porque permite enfocar completamente a Allah, sin que nada te disperse. Hay
ánimos que necesitan de esa total entrega, y en ella se expanden. E incluso, ya
lo hemos dicho, el Islam enseña que al menos hay que tener momentos de esa
absoluta soledad con Allah, aconsejando a todos los musulmanes que practiquen la
Jalwa.
Ventajas de la ‘Uçla,
el aislamiento absoluto, son las siguientes. En primer lugar, permite una
intimidad total con Allah. Un sabio dijo: “No conozco a nadie que realmente
sepa de Allah y esté a gusto con otro”. En segundo lugar, la ‘Uçla es
aconsejada a quien no pueda evitar hacer daño, y al menos así acaba drásticamente
con algunos vicios, como la maledicencia. Es muy difícil librarse de ser malediciente,
y es preferible dejar de relacionarse que practicar la mentira, el engaño, la
calumnia, la frivolidad, y otras enfermedades mortales que tienen su origen en
la lengua y que destruyen todo lo que tocan. Además, es intolerable en el Islam
contemplar un mal y no condenarlo: quien sea incapaz de ello, debe apartarse
completamente, eximiéndose de esa responsabilidad en la que el Corán pone un
gran acento. Otros de los vicios a los que la ‘Uçla pone fin son el
fingimiento y la hipocresía. Es muy difícil mezclarse con la gente y evitar la
falsedad. Y en esto el Islam es radical. Hasta preguntar a alguien ¿cómo estás?
sin sentimiento se considera un exceso hipócrita, y la respuesta ‘bien’,
suele ser una mentira, y más si una persona se estudia en profundidad antes de
responder con esa frivolidad. Si estos detalles nimios tienen su relevancia, ¿qué
importancia no tendrán los grandes fingimientos e hipocresías? También, en el
trato con la gente se produce lo que en el Islam se llama ‘robo de
personalidad’, pues las compañías permiten trasferencias, y normalmente
malas. Influye más en ti el perverso que el virtuoso, porque el ego tiende a la
comodidad y la satisfacción rápida. Además, las valoraciones sociales engañan
a cualquiera y se acaba juzgando importante lo que carece de importancia y se
juzga como secundario lo que realmente debiera ser tenido en consideración, y
todo ello por esa tendencia común a auto engañarnos para evitar esfuerzos. Así,
entre los musulmanes, es escandaloso que alguien falte al ayuno de Ramadán
mientras que se transige con el cumplimiento estricto del Salât en sus horas,
cuando ambos son dos pilares del Islam, pero, claro, el Ramadán es una vez al año
mientras que el Salât es cinco veces al día; o en los sabios se valora más
los turbantes y las barbas que la profundidad de conocimiento o la virtud. Todo
ello son valores que se instalan y es difícil sustraerse a ellos. Otra ventaja
del aislamiento es poner fin a conflictos, discordias, querellas y polémicas inútiles.
Y otra ventaja es que con el aislamiento te evitarás que la gente te cause daño
con mentiras, calumnias, sospechas, acusaciones y otras agresiones. Al igual que
tú les evitas tu mal, la ‘Uçla te libra del daño de la mala gente. En el
aislamiento hay paz, y fin para tus ambiciones y la de quienes te rodean.
Sin duda, todo lo
dicho son ventajas. Pero hay que medirlas con sensatez y saber que a la vez que
se gana, también se pierde mucho con el aislamiento. En su contrario, en la Mujâlata
o trato y mezcla con los demás, hay bondades incluso en los casos extremos que
justifican el aislamiento. A la cabeza de lo que se pierde con la falta de Mujâlata
está en que ni se aprende ni se enseña, siendo la comunicación y recepción
de conocimientos uno de los pilares fundamentales del Islam. El saber es el
fundamento del Islam, y sin él no se puede ser musulmán. Renunciar a aprender
y a enseñar contraviene, pues, uno de los principios del Dîn. Otra desventaja
de la ‘Uçla es que la Mujâlata, el trato, permite ganancias que son lícitas
y provechosas. No debes pensar sólo en ti, sino en tus familiares y los tuyos,
que tienen derechos a los que faltarías con tu aislamiento, y a la cabeza de
esos derechos está el que los mantengas. Por otro lado, con la reclusión te
retirarías solas con tus vicios y pasiones, y ya no podrás limarlos, porque sólo
en el contacto y la tensión con los demás tienes la oportunidad de conocer tus
miserias y corregir tus deficiencias. Otra ventaja de la relación social está
en que los demás te hacen compañía, y son pocos los que realmente son capaces
de soportar la soledad. El ser humano está hecho para vivir con sus semejantes,
y rehuirlos es renunciar a una parte de tu humanidad. Además, en la convivencia
hay momentos en los que se hacen
grandes méritos ante Allah, como asistir a los entierros, visitar a los
enfermos, alegrarse con los demás o entristecerse con ellos. Por otra parte, no
se puede ser humilde y avanzar en esta virtud más que con el contacto con la
gente.
Por todo ello, en el
Islam hay tendencia generalizada a poner por encima la Mujâlata, el
trato y la mezcla con los demás. Pero, como hemos dicho, esta regla general no
debe esgrimirse contra decisiones personales en las que puede haber razones
poderosas. Todo depende, en el fondo, de la gran virtud con la que debe contar
el musulmán, la sabiduría.
al-hámdu
lillâh...
En todo lo dicho hay muchos temas para reflexionar. De nada sirve si no se tiene
sensatez y sentido común, y se coge de cada apartado de las amplias enseñanzas
del Islam lo que más convenga a la naturaleza de cada cual y las
circunstancias. Un musulmán debe aspirar siempre a lo mejor, al bien personal y
al de quienes le rodean, impregnándose de una espiritualidad que lo ilumine
constantemente. Y en función de esas metas debe poner las herramientas más
adecuadas. Lo contrario es actuar con fanatismo ciego o frivolidad
inconsistente, y de ello nunca deriva nada bueno ni provechoso.
Nada hay más
contrario a la sabiduría que los heroísmos estúpidos que son disfraz para el
miedo o la incapacidad. También es del todo contraria a la sabiduría la
indiferencia con la que se oculta la ignorancia. Una vez el musulmán se haya
despojado de esas máscaras es capaz de tomar con valor la decisión más
conforme con la verdad.
El Islam no debe ser
una excusa, sino un camino. Pero para ir por un camino, hay que saber andar. A
eso es a lo que llamamos sensatez o sentido común, que hace que nuestros pasos
sean firmes y no devaneos. Construir el Islam en nosotros y en nuestro entorno,
es decir, erigir el bien, es una empresa que exige de solidez y amplitud de
miras.
du‘â ...