El relato sufí en la cultura

popular del Magreb

 

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    La islamización del Magreb

 

         La historia oficial nos cuenta que la islamización del Norte de África fue el resultado de unas accidentadas conquistas árabes. En ninguna otra parte los ejércitos musulmanes encontraron una resistencia parecida ni sufrieron tantos reveses. Egipto y la península ibérica fueron sometidas en sólo unos tres años, Irán en cuatro, Siria en seis, y en cada ocasión bastaron una o dos batallas sucesivas. En el Magreb, fue preciso más de medio siglo (del 647 al 710) y numerosas campañas hasta que los beréberes se asociaron a los árabes en la conquista de al-Ándalus.

         Políticamente, la dominación bizantina se extendía sobre la antigua provincia romana de África, la futura Ifriqia (Túnez), y sobre una estrecha banda costera que disminuía hacia el oeste: de la antigua Tingitania sólo quedaban Tánger y Ceuta. La autoridad de Constantinopla era mal aceptada y frágil; las revueltas eran crónicas, a causa de la pesadez de los impuestos, la explotación a la que eran sometidas las poblaciones por los gobernadores y las intervenciones repetidas del poder central en los asuntos religiosos. El resto del país beréber estaba dividido bajo múltiples denominaciones: tribus, federaciones de tribus e, incluso, algunos pequeños reinos como el que existía en Tiaret (Argelia) en los siglos VI y VII. Del Magreb más occidental no se sabe apenas nada.

         En los territorios bizantinos el cristianismo era más sólido en las ciudades que en los campos, y estaba desgarrado en incesantes querellas doctrinales y cismas, de lo que resultaba una atmósfera turbulenta. Fuera de los límites de la dominación bizantina había también cristianos en algunos reductos que sobrevivieron del antiguo Imperio romano, como en Volúbilis, o en algunas tribus. La importancia del judaísmo era considerable. Pero aún había muchos paganos, denominación genérica que no nos explica cuáles eran las verdaderas creencias y prácticas religiosas de la población beréber. Sólo sabemos que el universo espiritual de los beréberes estaba poblado por innumerables seres mitad dioses, mitad genios, que habitaban lugares determinados (cuevas, ríos, árboles, rocas) en los que eran invocados. Podemos imaginar que se trataba de cultos semejantes a los de los árabes preislámicos.

         Los árabes se enfrentaron a los ejércitos bizantinos, compuestos por mercenarios de diversa procedencia apoyados en fortificaciones sólidas susceptibles de ser socorridas por una flota que mandaba en el Mediterráneo y disponía del puerto de Cartago. Pero también tuvieron que vérselas con las tribus beréberes, de vida ruda, poco diferente de la suya, aferradas a sus usos y costumbres y rebeldes a toda autoridad impuesta. Esta multiplicidad de adversarios explica hasta cierto punto las dificultades que encontraron para dominar el país.

         El general árabe Uqba ibn Nafi fundó en Ifriqia un campamento militar que se convirtió en ciudad: Kairuán, que jugó un papel decisivo en la irradiación del Islam por toda la zona. Pero significó algo más, la firme voluntad de instalarse en África. Desde esa base, Uqba partió con su ejército hacia occidente hasta llegar al Atlántico. Sin embargo, su figura histórica es muy imprecisa, y los relatos legendarios se superponen haciendo difícil distinguir los datos que pudieran ser reales, hasta el extremo de que algunos especialistas ponen en duda casi todo sobre él. Muy pronto, fue tenido por un íntimo de Allah (wali), y es conocido popularmente como Sidi Uqba.

         Vencidos los bizantinos, los árabes encontraron la oposición de las poblaciones beréberes, que hicieron muchas veces del Islam mismo el estandarte de su enfrentamiento a los conquistadores. Será Hasan ibn Numan, sucesor de ‘Uqba, el que derrotará el levantamiento más peligroso, el liderado por la Káhina, la sacerdotisa beréber que con más ahínco se enfrentó a los árabes. No obstante, fue el tercer gobernador de una Ifriqia ya independiente de Egipto, Musa ibn Nusair, el que empieza a organizar la región.

         Queda por aclarar el proceso de islamización, difícil de explicar al faltarnos la base documental. La conquista militar no implicaba la obligación de aceptar el Islam, sino la de reconocer una nueva autoridad. Algunas de las conjeturas que suelen presentarse son las siguientes. Si bien al parecer no se forzó la conversión, ésta abría puertas para la promoción en el ejército, que resultó atractivo a las poblaciones nativas al asociarlas a conquistas en que era fácil el lucro. El ardor belicoso de los beréberes fue enfocado así en interés de las fuerzas musulmanes. Además, la conversión de los jefes de tribu implicaba la conversión de sus súbditos. Por otra parte, existiría una proximidad entre árabes y beréberes en mentalidad y forma de vivir que hizo fácil el paso de estos últimos al Islam.

 

 

    La versión popular

 

         Hasta aquí la información que los libros nos dan. Pero al margen de la historia oficial, hay otra interpretación de los hechos que nos interesa particularmente. Cada primavera y a lo largo de cuarenta días, se celebra en la ciudad de Essaouira (la antigua Mogador, en la costa atlántica de Marruecos) una fiesta sufi vinculada a una leyenda que explica de un modo del todo diferente la islamización del Magreb.

        Según dicha leyenda, siete hombres de un clan (el de los regraga, de la tribu de chiadma) habrían viajado, seguramente por razones comerciales, a Oriente Medio, en época del Profeta Muhammad (s.a.s.) Ya ahí habrían oído hablar de la aparición en Arabia de alguien que pretendía ser un mensajero de Allah. Atraídos, acudieron a Medina y llamaron de noche a la casa de Muhammad (s.a.s.). Salió a recibirlos Fátima, la hija del Profeta (a.s.), y, dirigiéndose a ella en beréber, le preguntaron por su padre. Fátima se presentó ante Muhammad (s.a.s.) y le comunicó que a la puerta había unos hombres que hablaban la lengua más extraña que había escuchado jamás. A continuación, se nos dice que Muhammad (s.a.s.) los recibió y debatió con ellos en su lengua. Esos siete hombres regresaron, ya musulmanes, al Magreb, difundieron el Islam por la región a la que pertenecían y derrocaron al rey judío que los gobernaba. Cada año, en primavera, recorrían el país para cerciorarse el que “el Islam seguía vigente”. Las fiestas sufis actuales rememoran el hecho, y miles de personas, en medio de éxtasis, arrebatos místicos y prácticas mágicas, a lo largo de cuarenta días, visitan las tumbas de cuarenta y cuatro walíes (sufies que al alcanzado el grado de la intimidad) repartidas por los alrededores de Essaouira y vinculados a esos acontecimientos pretéritos. Lo espectacular de la fiesta sufi la convierte en la actualidad en un potente reclamo turístico.

         El relato que hemos presentado aparece bajo la forma de hadiz (por supuesto, su autenticidad es negada por las autoridades en la materia), y fue recogido por escrito en documentos de considerable antigüedad (denominados “manuscritos Ifriqia”, remontándose los originales más antiguos a los siglos XIII o XIV, según parece)[1]. Las distintas versiones del supuesto hadiz pronto pasaron a engrosar el repertorio de anécdotas que se recogían en libros fantásticos sobre viajes y geografía escritos en el Magreb.

         La leyenda es muy conocida en todo Marruecos, y los descendientes de los antiguos regraga, que aún llevan este nombre como apellido, son reconocidos y respetados. Fuera de los colegios y de los medios más formados, es casi la única versión que se da popularmente al fenómeno de la islamización del país.

         Lo que queremos destacar son varios elementos presentes en el relato. De entrada, el número siete nos sitúa en el dominio de los arquetipos. La expresión “Siete Hombres” o “Siete walíes” es muy frecuente por todo el Magreb, y seguramente está vinculada, por una parte, al relato de los siete durmientes del Corán[2], y por otra a las siete circunvalaciones en torno a la Kaaba, por su relación con la peregrinación. Normalmente, se trata de lugares objeto de un circuito de peregrinación tanto en las montañas como en las ciudades. Por ejemplo, en una zona perdida en la Gran Kabilia, en el aduar de Alloun, encontramos los Sab‘a ‘Assasin, los Siete Guardianes, que los habitantes de la región recorren antes de emprender la peregrinación a Meca. Pero la fiesta sufi más celebre en torno a Siete Hombres es la de Marrakech[3]. Se trata en este caso de personajes históricos bien conocidos que vivieron entre los siglos XII al XVI. Encontramos también el caso de los Siete Hombres, expresión con la que se designa a siete extrañas tumbas alineadas cerca de Sidi Bel Abbas, en Argelia, de las que se dice que contienen los cuerpos de “siete hermanos nacidos de un mismo vientre y a la vez”. Por todas partes, se habla de “Siete Hombres” que son como los patronos de distintas localidades, y protagonistas de breves relatos que los vinculan o bien con la islamización de la zona o con hechos prodigiosos de diversa índole.

         La tradición popular, por tanto, sitúa en los comienzos del Islam en el Magreb, a unos personajes que son calificados como íntimos de Allah (walíes). Además, son, por lo general, autóctonos, y protagonistas siempre de hechos numinosos. Seguramente, representan la pervivencia ya en el Islam de adivinos, brujos, ascetas, iluminados, una especie de chamanes, con gran prestigio entre el pueblo, que poblarían desde siempre las regiones del Magreb y que fueron adoptando el lenguaje de la nueva espiritualidad llegada de oriente y se justificarían en ella. Pero esos hombres y mujeres de espíritu, no estuvieron sólo presentes en tiempos remotos. Muchos otros, de las mismas características, que estudiaremos a lo largo del presente trabajo, pueblan de manera aparatosa toda la historia del Magreb. Son, en la mentalidad del pueblo, los verdaderos agentes de los acontecimientos y se mueven en un universo fabuloso. Son sabios, visionarios, taumaturgos, locos, y muchas veces, guerreros, soberbios, celosos,... y protagonistas de relatos que no pretenden ser cuentos, sino mucho más.

         Como hemos adelantado, esos personajes aglutinantes de la espiritualidad popular antes ya de la irrupción del Islam, encontrarían en éste una continuidad y no una ruptura con sus creencias telúricas anteriores. Veremos en este trabajo cómo el Islam puede ser fácilmente interpretado desde esas claves, que explican su difusión y validez en regiones del mundo sin tradición semita.


 

[1] Abdelkader Mana, Les regraga, Casablanca, 1988

[2] Corán, Sura de la Caverna.

[3] Castries, Les Sept patrons de Marrakech, Hespéris, 1924.