LOS HÁLITOS DE LA INTIMIDAD

(NAFAHÂT AL-UNS)

 

 ‘ABD AR-RAHMÂN AL-YÂMÎ

ÍNDICE

CAPÍTULO V

 

De la diferencia que existe entre el milagro (al-mu‘ÿiza),

el carisma (al-karâma) y el prodigio de perdición (al-istidrâÿ)

 

 

Se lee en el Tafsîr al-Kabîr del imâm ilustre Fajr ad-Dîn al-Râzî[1]: «Cuando un hombre es distinguido con algún suceso extraordinario (Jariq al-’âdah)[2], o bien esto está unido a alguna pretensión por su parte, o bien no lo está. En el primer caso, es decir, si hay una pretensión vinculada a este suceso extraordinario, ese hombre tiene, bien la pretensión de ser Allah, bien de ser profeta, bien de ser santo (walî), o bien de ser mago o hacerse obedecer por los demonios (shayâtin)[3], lo cual forma cuatro divisiones.

»La primera es la pretensión a la naturaleza divina. Nuestros doctores (ashâbunâ) admiten que pueden producirse cosas extraordinarias (jawâriq al-’âdât) por ministerio de un hombre así, sin que sobrevenga ninguna circunstancia que se oponga a ello. Así es como se cuenta de Faraón, quien se arrogaba la divinidad, que por su ministerio se obraban cosas extraordinarias; y así ocurrirá también con el Anticristo (ad-daÿÿâl)[4]. Esto, dicen nuestros doctores, puede tener lugar para un impostor así porque la forma misma y la figura bajo las que aparece bastan para hacer ver su falsedad, y porque, por consiguiente, las cosas extraordinarias que se hacen por su ministerio no pueden inducir a nadie en error.

»La segunda división, que contiene la pretensión a la condición de profeta, se subdivide en dos ramas, pues esta pretensión puede ser conforme a la verdad o falsa. Si este hombre es realmente profeta, es necesario, como coinciden en ello todos los que admiten la verdad de la misión profética, que se operen por su ministerio cosas extraordinarias; pero, si su pretensión es falsa, es imposible que se operen por su ministerio cosas extraordinarias, o, suponiendo que sí se operen, debe existir necesariamente alguna cosa que las combata y forme una oposición a las mismas.

»En cuanto a la tercera división, es decir, por lo que se refiere a las cosas extraordinarias que están vinculadas a la pretensión de ser santo, los mismos que admiten que los awliyareciben carismas (karâmât)[5] están divididos sobre la cuestión de saber si estos awliyapersonajes pueden pretender por anticipado que obrarán tal o cual prodigio (karâma), de manera que la cosa se realice conforme a su pretensión.

»Por lo que respecta a la cuarta división, que es relativa al hombre que pretende ser mago y hacerse obedecer por los demonios, nuestros doctores admiten que pueden obrarse cosas extraordinarias por el ministerio de tal hombre, cosa que los mu’taziliyya[6] no admiten.

»En cuanto al segundo caso, es decir, el de cuando cosas extraordinarias se operan por el ministerio de un hombre, sin pretensión alguna por su parte, se divide en dos ramas: o bien se trata de un hombre virtuoso (sâlihân) acepto (mardiyyân) a Allah, o bien de un malvado cubierto de pecados. La primera forma parte de la cuestión relativa a los carismas de los santos, cosa que nuestros doctores admiten de común acuerdo, mientras que los mu’taziliyya lo niegan, con excepción de Hasan al-Basrî[7] y su discípulo (sâhib) Mahmûd al-Jawârizmî. En cuanto a la segunda, a saber, que se manifiestan cosas extraordinarias en favor de un hombre que ha renunciado a la obediencia debida a Allah, esto es lo que se llama prodigio de perdición (istidrâÿ)[8]».

 

* * *

 

De la confirmación (izbât) de los carismas de los awliya

 

Leemos lo que viene a continuación en el libro Dalâ’il an-nubuwwa («Pruebas de la Profecía») del imâm al-Mustagfirî[9]: «Los carismas de los awliya son una cosa verdadera, fundada en el libro de Allah, en las tradiciones fidedignas (at-âzâr as-sahîha)[10] y en el consentimiento unánime (iÿmâ’)[11] de los legistas (ahl as-sunna), así como de la comunidad de los musulmanes (al-ÿamâ’a).

»Por lo que se refiere a las pruebas sacadas del Libro, está este fragmento: “Cada vez que Zacarías entraba [adonde ella estaba] en el santuario, encontraba alimento junto a ella” (kullamâ dajala ‘alayha Zakariyyâ’l-mihrâba waÿada ‘indahâ rizqân) [III, 37]; lo que, según los comentadores (ahl al-tafsîr), significa que en verano ella encontraba junto a sí frutas de invierno, y en invierno frutas de verano: ahora bien, Maryam (María), como es de consentimiento unánime (iÿmâ’), no era profetisa (nabiyya)[12]. Este versículo refuta, pues, a los que niegan los carismas de los santos.»

Y en el libro titulado Kashf al-Mahÿûb se lee lo que sigue: «Allah nos ha informado de un carisma concedido a Asaf, pues cuando Sulaymân (Salomón) tuvo necesidad de hacerse traer el trono de Bilqîs [la reina de Saba], antes de que ésta llegase, y Allah quiso mostrar a los hombres el grado eminente de Asaf, revelar el carisma que le era concedido y hacer ver a los hombres de aquel tiempo que los awliya pueden recibir tales favores, Sulaymân dijo[13]: “¿Quién de entre vosotros me traerá el trono de Bilqîs, antes de que ella llegue? — Un ‘ifrît[14] de los genios dijo: “Yo te lo traeré antes de que te levantes de tu sitio”. —“Lo quiero más rápido que eso”, dijo Sulaymân. “Yo lo traeré, dijo Asaf, en menos de un abrir y cerrar de ojos”. Sulaymân no se enfadó con él por estas palabras, que no le disgustaron en absoluto. Ahora bien, eso no podía ser un milagro (mu’ÿiza), pues Asaf no era profeta, luego había de ser un carisma (karâma).

»Igualmente, en la historia de los [siete durmientes] habitantes de la caverna (ashâb al-kahf), los parlamentos que les hace su perro, su sueño, el movimiento por el cual, en la caverna, se vuelven del lado derecho y del izquierdo [como se lee en el Corán]: “Les dábamos vuelta a derecha e izquierda, mientras su perro estaba en el umbral con las patas delanteras extendidas” [XVIII, 18], todo ello era contrario a lo que ocurre normalmente. Es bien reconocido que esto no constituye un milagro; se trata, pues, de un carisma.

»Pasemos ahora a la confirmación (izbât) que nos proporciona la sunna en favor de la verdad de los carismas de los santos. Encontramos en las tradiciones proféticas fidedignas (hâdîz sahîh) el hecho siguiente: Un día, los compañeros (sahâba) le dijeron: “Enviado de Allah, cuéntanos una aventura de las naciones que nos han precedido”. Él les dijo: “Hubo una vez antes que vosotros tres hombres que iban a algún lugar; llegada la noche, ganaron una cueva y se retiraron a ella. Pasada ya una parte de la noche, una piedra, rodando montaña abajo, obturó la entrada de la cueva. Sobrecogidos de espanto, esos hombres dijeron: No podemos esperar vernos libres de aquí más que empleando como medios de intercesión cerca de Allah aquellas de nuestras buenas acciones que hayan sido hechas sin ningún deseo por nuestra parte de ser vistos por los hombres. Entonces, uno de ellos dijo: Yo tenía padre y madre, pero no poseía nada en el mundo que pudiera ofrecerles, fuera de una cabra cuya leche les daba; por lo que a mí se refiere, yo llevaba cada día una carga de madera, y el precio que sacaba por ella proveía a mi alimento. Una noche, llegué demasiado tarde; cuando hube ordeñado la cabra y mojado su pan en la leche, ellos ya dormían. Me quedé de pie, con el vaso en la mano, y esperé, aun cuando no había tomado alimento alguno, a que despertasen. Cuando la aurora hubo hecho su aparición, y ellos se hubieron despertado y hubieron comido, yo me senté. Allah mío, si lo que digo es cierto, ven a socorrernos. En seguida, dijo el Profeta, la piedra empezó a apartarse, y se percibió una abertura. Otro dijo a continuación: Yo tenía una prima cuya belleza me había inspirado una pasión tal que mi corazón no conocía un momento de reposo. Por mucho que le hiciera proposiciones, ella no me daba respuesta alguna, hasta que un día yo le envié, valiéndome de un artificio, algo más de cien dinares, de modo que ella consintiera en pasar una noche conmigo. Cuando ella se me hubo acercado, el temor de Allah se apoderó de mí y no puse mi mano sobre ella. Allah mío, si lo que he dicho es verdad, envíanos socorro. Al momento, dijo el Profeta, la piedra dio un segundo movimiento y la abertura se hizo mayor, pero no lo bastante todavía para que pudieran salir. El tercero de esos hombres dijo entonces: Yo tenía gran número de obreros. Cuando la obra en que trabajaba estuvo lista, todos recibieron su paga, con excepción de uno solo que no se presentó. Con la paga que le correspondía, compré una oveja. Esperé un año, dos, tres, diez, hasta cuarenta años, sin que él apareciera, pero, no obstante, conservé la progenie de esa oveja. Un día, él vino y me dijo: —Durante cierto tiempo trabajé para vos, ¿os acordáis? Ahora necesito mi paga. —Todas estas ovejas te pertenecen, le dije. Esta respuesta le enojó y me dijo: —Vos os burláis de mí. —No, le respondí, no bromeo en absoluto, sino que digo la verdad. Le di todas esas ovejas y él se las llevó. Allah mío, si he dicho la verdad, envíanos socorro. Entonces, dijo el Profeta, la piedra se retiró de delante de la abertura de la cueva, de modo que los tres pudieron salir”. Pues bien, ésta es una cosa contraria a las leyes de la naturaleza.

»Otra tradición parecida existe a propósito de Jurayh (Gregorio), y se apoya en la autoridad de Abû Hurayra[15], según cuyo testimonio el Profeta dijo lo que sigue: “Entre los hijos de Israel (baniyya Isrâ’îl) había un monje llamado Jurayh que había llegado al grado de muÿtahid[16]. Su madre era una mujer virtuosa; un día ella fue con el deseo de ver a su hijo. Como éste estaba en oración, no abrió la puerta del monasterio, y su madre se volvió. Lo mismo sucedió al segundo y al tercer día. La madre, por su congoja, dijo: Allah mío, haz que mi hijo quede cubierto de vergüenza y véngame de él. Pues bien, había en aquel tiempo una mujer de mala vida que dijo: Seduciré a Jurayh y lo arrastraré fuera del camino espiritual. Fue, pues, al convento, pero Jurayh no le prestó ninguna atención. De vuelta, ella se solazó con un pastor y quedó encinta. De vuelta a la ciudad, ella atribuyó su preñez a Jurayh. Cuando hubo dado a luz, fueron algunos al monasterio de Jurayh y arrastraron a éste ante el rey. Entonces Jurayh, dirigiéndose al niño, le preguntó quién era su padre. —Mi madre, dijo el niño, profirió una mentira contra ti: mi padre es un pastor”.»

Dijo también el imâm al-Mustaghfirî: «Los argumentos que facilitan las tradiciones (âzâr) contra ellos [los que niegan los carismas de los santos] son muy numerosos. Tales, por ejemplo, estas palabras de Abû Bakr as-Siddîq[17] a su hijo ‘Abdallâh: “Hijo mío, si un día se produce alguna división entre los árabes, retírate a la cueva en la que me refugié junto con el Profeta, y quédate allí; recibirás en ella tu alimento mañana y tarde”. Pues bien, estas palabras: tú recibirás en ella tu alimento mañana y tarde (yâtika rizqaka bukratan wa ‘ashiyyân) confirman la verdad de los carismas de los santos».

Y el imâm al-Mustagfirî refiere todavía esta otra tradición, que funda en el testimonio (isnâd)[18] de Yâbir ibn ‘Abdallâh: «Dijo el emir de los creyentes (amir al-mu’minîn) Abû Bakr: “Cuando haya muerto, llevad mi cuerpo a la puerta (quería decir a la puerta de la casa en que estaba enterrado el Profeta) y golpead en ella. Si se abre, enterradme allí”. En consecuencia, dijo Yâbir, fuimos allí y golpeamos en la puerta, diciendo: “Aquí está Abû Bakr; él ha deseado ser enterrado aquí, junto al Profeta”. Entonces la puerta se abrió, sin que supiéramos quién la había abierto, y ella nos dijo: “Entrad y enterradlo: consiento en ello”. Pero no vimos a nada ni a nadie».

El mismo imâm al-Mustagfirî refiere también, sobre la autoridad (isnâd) de Anas ibn Mâlik, que éste había oído decir a Nâfi’, quien lo sabía del hijo de ‘Umar, lo siguiente: «‘Umar ibn al-Khattâb[19], predicando un día a los habitantes de Medina, dijo: “¡Oh Sâriyyah ibn Zunaym, cuidado con la montaña!; el que toma al lobo por el pastor comete una falta grave”. Pareció extraño que dirigiera la palabra a Sâriyyah, quien estaba por aquel entonces en el ‘Irâq, y se le hizo observar ello a ‘Alî[20], quien dijo a los que le manifestaban su sorpresa: “Ah desdichados, dejad hacer a ‘Umar: raro es que emprenda cosa alguna sin salirse de ello con honor”. Casi al punto, llegó un mensajero trayendo la nueva de que Sâriyya se había enfrentado a los enemigos y los había puesto en fuga; de que, a continuación, había depositado el botín a los pies de la montaña, y de que el enemigo había hecho un movimiento para cortar la comunicación entre Sâriyya y el pie de la montaña donde se encontraba el botín, oyéndose entonces una voz en el cielo que decía: ¡Oh Sâriyya ibn Zunaym, cuidado con la montaña!; el que toma al lobo por el pastor, comete una falta grave. Ellos creyeron, dijo el que refería todo esto, que la voz que habían oído era la de ‘Umar».

He aquí todavía otro hecho que refiere el imâm al-Mustagfirî, indicando las autoridades (al-isnâd) sobre las que este relato se apoya: «Cuando Misr (Egipto) hubo sido conquistado, sus habitantes fueron a ver a ‘Amr ibn al-’Âs y le dijeron: “Oh tú, emir, tenemos por costumbre hacer para el Nilo, que riega este país, cierta cosa sin la cual no podría fluir”. Preguntados de qué se trataba, dijeron que el duodécimo día de aquel mes tenían la costumbre de coger una joven, virgen, que viviera todavía con sus padres; obtener, mediante cierto pago, el consentimiento de éstos, y luego, atavíarla con vestidos de gran precio y arrojarla al Nilo. ‘Amr les dijo que eso era algo que no sucedería bajo gobierno musulmán, pues el Islam destruía las costumbres anteriores. Pasaron, no obstante, tres meses sin que el Nilo fluyera ni mucho ni poco, de modo que los habitantes ya pensaban en abandonar el país. ‘Amr informó de ello a ‘Umar ibn al-Jattâb, quien le respondió: “Has hecho bien actuando así, pues el Islam destruye las costumbres anteriores”. En su carta, había incluido una tarjetita, y le decía a ‘Amr: “Te envío, junto a esta carta, una tarjetita: arrójala al Nilo”. ‘Amr abrió la tarjetita y leyó: “De ‘Abdallâh ‘Umar, emir de los creyentes, al Nilo de Egipto: Si tú fluyes por voluntad propia, no fluyas más; pero si es Allah, el Único (al-Wâhid), el Dominador (al-Qahhâr) quien te hace fluir, Nós pedimos a Allah, el Único, el Dominador que haga fluir tus aguas”. ‘Amr arrojó la tarjetita al Nilo. Los habitantes ya se disponían a emigrar y abandonar Egipto, pues no podían subsistir sin las aguas del Nilo. A la mañana siguiente, por el poder de Allah, las aguas fluyeron, y alcanzaron, en una sola noche, la altura de dieciséis codos. Así puso Allah fin a tan abominable costumbre».

El mismo imâm al-Mustagfirî relata también, sobre la autoridad de Nâfi’, quien lo sabía del hijo de ‘Umar, este hecho: «La noche que precedió a la mañana en que fue asesinado ‘Uzmân[21], éste vio en sueños al Enviado de Allah, quien le dijo: “Uthmân, tú almorzarás con nosotros”».

El imâm al-Mustagfirî refiere también esto, indicando las autoridades sobre las que se apoya: «Estando el emir de los creyentes, ‘Alî, en Rahbah, interrogó a un hombre sobre algo, y éste le respondió con una mentira. “Me dices una mentira, le dijo ‘Alî”. Ese hombre protestó de su veracidad. “Pues bien, dijo ‘Alî, voy a rogar a Allah que te deje ciego si mientes.” “Hazlo”, dijo aquel hombre. ‘Alî dirigió esa plegaria, y antes de que saliera de Rahbah, aquel hombre quedó ciego».

Los otros compañeros del Profeta, los seguidores (at-tâbi’ûn) y los que les sucedieron, así como los mashâ’ikh at-tarîqah de distintas clases que se han sucedido, han recibido todos tantos carismas y obrado tantas cosas extraordinarias, que sería imposible referirlos por escrito o de viva voz. El imâm al-Qushayrî dice en su Risâla: «Dado el gran número de relatos que han conservado, en una cadena ininterrumpida, el recuerdo de prodigios de todo tipo, sabemos con una ciencia cierta, y sin que quepa la menor duda, que este tipo de carismas tienen lugar efectivamente y se operan en favor de los santos. Quienquiera que haya tenido relación con estos hombres, o que conozca bien lo que se cuenta de ellos, no puede conservar ninguna duda a este respecto».

Si me he extendido tanto, y entrado en detalles tan largos, para confirmar la realidad de los carismas de los awliyaes para que los hombres simples de corazón, que no han visto por sí mismos los estados de estos awliyapersonajes y no han leído sus palabras, se guarden mucho de dejarse seducir por las palabras ligeras y los relatos infieles de los hombres insensatos (ashâbu’l-jahâlah) y descarriadas (arbâbu’adalâla) que han aparecido en nuestro tiempo, quienes no sólo niegan los carismas de los santos, sino incluso los milagros de los Profetas, renunciando así a su religión. Sin duda, el motivo que lleva a estos hombres de que hablo a negar los carismas de los awliyaes que ellos se consideran a sí mismos poseedores de un grado muy elevado entre los awliyay, con todo, no se ve en ellos apariencia alguna o vestigio de todo esto ni de esos estados maravillosos. Ellos niegan esto para no quedar expuestos al desprecio del común de los hombres, y se preocupan poco por quedar deshonrados ante las personas distinguidas; de todos modos, aun cuando se hicieran en su favor cien mil cosas extraordinarias de este tipo, como su conducta exterior no es conforme a los preceptos (ahkâm) de la Ley, y su interior no concuerda con las reglas de la Vía (âdâb at-tarîqa), todo esto no sería sino del tipo de las supercherías (makr)[22] y los prodigios de perdición (istidrâÿ), sin nada en ello que perteneciera a la santidad (wilâya) y al carisma (karâma).

Leemos en el libro I’lâm al-hudâ wa ‘aqîda arbâb at-taqâ («Señales de la Dirección y guía islámica de los entregados»), del shayj, el imâm, polo de la Humanidad (qutb al-anâm), Shihâb ad-Dîn ‘Umar ibn Muhammad as-Suhrawardî: «Creemos que los santos, de entre su pueblo [quiere decir el pueblo de Muhammad], reciben carismas y obtienen de Allah, por sus plegarias, lo que piden. Lo mismo ha sucedido en el tiempo de cada Enviado de Allah. Cada uno de ellos ha tenido seguidores que han recibido carismas y obrado cosas extraordinarias. Y los carismas de los awliya son el complemento de los milagros de los Profetas. En cuanto a aquel por cuya mediación o en cuyo favor se operan cosas extraordinarias y él no se conforma a los preceptos de la Ley, lo tenemos por un çindîq, y creemos que las cosas extraordinarias hechas en su favor no son más que artificio (makr) y prodigio de perdición (istidrâÿ) ».

 

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De los distintos tipos de carismas y cosas extraordinarias

 

Existen muchos tipos de cosas extraordinarias, como: producir lo que no existe, reducir a la nada lo que existe; hacer aparecer lo oculto, y ocultar lo visible; obtener el efecto de una plegaria (du’â); recorrer en poco tiempo una gran distancia; ver cosas que no son accesibles a los sentidos; devolver la vida a los muertos y causar la muerte a los vivos; entender el lenguaje de los animales, las plantas y los cuerpos inorgánicos, bien sean cánticos, bien otras cosas; hacer aparecer de qué comer y beber cuando se tiene necesidad de ello, sin ningún medio exterior; en fin, una multitud de otras cosas contrarias a las leyes de la naturaleza, como andar sobre el agua, navegar por el aire, someter a su voluntad a las fieras salvajes; poseer fuerzas corporales extraordinarias, como ocurría con aquel que, mientras daba vueltas en el samâ’[23], arrancó con el pie y desarraigó un árbol; hundir una muralla golpeando en ella con la mano; hacer a alguien con el dedo el signo de caerse, y que esa persona caiga realmente; hacer un signo como si se golpeara sobre el cuello de alguien, y que la cabeza de esa persona salte en el aire. En una palabra, cuando Allah quiere hacer de uno de sus awliya el teatro en el que manifestar su perfecto poder (qudra kâmila), ese hombre puede hacerlo todo de la materia (hayûlâ) de la que el mundo está hecho. En realidad, es la acción y el efecto del poder divino los que se manifiestan en ese hombre, el cual no cuenta para nada. Uno de los más ilustres personajes de entre los gnósticos (al-’arifûn) ha dicho: «El principio (asl) en el que todo esto está comprendido es que cuando un hombre hace una acción extraordinaria renunciando a algo de lo que los hombres tienen por costumbre hacer o de lo que él mismo tenía por costumbre hacer, Allah, también, por su parte, y por una especie de compensación, cambia en su favor alguna cosa del curso ordinario de la naturaleza. Esto es lo que el común de los hombres llama carisma, pero los hombres distinguidos entienden por esta palabra el favor divino (al-’inâya al-ilâhiyya) que les ha dado el auxilio (tawfîq) y la fuerza (quwwa)[24] para renunciar a las cosas a que estaban acostumbrados. Esto es lo que nosotros entendemos por carisma. En cuanto a lo que el vulgo llama carisma, los hombres (ar-rijâl)[25] se guardan mucho de hacerlo objeto de su atención, pues esta ventaja la comparten con aquellos a quienes Allah concede prodigios de perdición (istidrâÿ) y así confunde. Como, por otra parte, es una compensación, ellos temen que sea la recompensa (hazz) de su buena acción: ahora bien, la otra vida es el lugar de las recompensas (huzûz), y cuando una porción de éstas nos es concedida todavía en esa vida, tememos que en eso quede todo el premio de nuestras obras. Hay tradiciones que autorizan este modo de pensar. Pero ¿cómo podría conciliarse el temor (al-jawf) con un carisma?[26] De aquí viene que nosotros no lo consideremos como tal, y lo llamemos tan sólo cosa extraordinaria. Cuando existe la seguridad de que se trata de algo que se da por añadidura y que no disminuirá en nada nuestra recompensa futura, y de que no atraerá sobre nosotros un velo (hijâb), se le llama entonces carisma. Y, en este caso, la propia seguridad es en realidad el carisma». El mismo personaje dijo también: «El más excelente de los carismas es encontrar delectación en las obras de obediencia (at-tâ’ât), tanto en los retiros (jalawât)[27] como en la vida pública (ÿalawât)[28], como también guardar siempre los hálitos (anfâs) con Allah, y guardar la actitud conveniente (al-adab) en la recepción de sus visitaciones (wâridât)[29] en los instantes (awqât)[30]. Es también tener el contento (ridâ’) de [lo que viene de] Allah en toda situación, y es asimismo el anuncio que hace Allah de la felicidad eterna (as-sa’âda al-abadiyya) en la morada postrera (ad-dâr al-âjira)».

 

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De cuándo recibieron los sufíes este nombre

 

El imâm al-Qushayrî dijo: «Sabed que después de la muerte del Enviado de Allah, los más eminentes entre los musulmanes no fueron ya conocidos con otro nombre que el de Compañeros del Enviado (sahâba ar-rasûl), dado que no había ninguna distinción que fuera superior a ésta: se les llamó, pues, los Compañeros (as-sahâba). Cuando la segunda generación se mezcló con ellos, se llamó Seguidores (attâbi’ûn) a los que habían vivido en sociedad con los Compañeros, y no hubo denominación más honorable que ésta. Luego, los que vinieron tras éstos fueron llamados Seguidores de los Seguidores (atbâ’u’ttâbi’ûn). Más tarde, se dividieron en varias categorías; se formaron clases de hombres alejados unos de otros, y se dio el nombre de zuhhâd y ‘ubbâd a los que se distinguían por su celo en los ejercicios de la religión. Después aparecieron las innovaciones (al-bid’a); las facciones rivalizaron entre sí, y cada una de ellas pretendió tener sus zuhhâd. Entonces, los hombres que hacían profesión de adhesión a la sunna y guardaban sus hálitos con Allah, y que guardaban sus corazones de la inadvertencia (al-gafla)[31] fueron distinguidos con el nombre de tasawwuf. Estos personajes venerables fueron conocidos con esta denominación desde antes de finales del segundo siglo de la Hégira».

Lo que yo me propongo reunir en este libro es un gran número de los nombres de los shayjs de la orden (tâ’ifa) de los sufíes, las fechas de su nacimiento y de su muerte, y una parte de sus vidas (sîra), estados, conocimientos (ma’ârif) y carismas, así como las estaciones que alcanzaron en la vía espiritual, a fin de que quienes lean este libro y lo estudien, adquieran un conocimiento sólido de esta clase de hombres; que no se dejen arrastrar por las palabras frívolas de las gentes que niegan tanto los carismas como las estaciones de los mismos, y sean así preservados del peligro a que podría arrastrarles su error.

Que Allah nos guarde, así como a todos los musulmanes, de la malicia (shurûr)[32] de nuestras almas y de todo mal en nuestras acciones.


 

 

[1] Famoso teólogo y polígrafo, autor de una obra verdaderamente enciclopédica. Era de Rayy, cerca de Teherán (1149-1209). La obra a que se refiere aquí Jâmî es su voluminoso Comentario (Tafsîr) del Corán.

[2] Pl. Jawâriq al-’âdât. Indica la rotura, el quebrantamiento de la causalidad ordinaria por una intervención directa de la qudrah divina en el orden cósmico. A nivel psicológico, esta expresión se refiere a la rotura de los hábitos mundanos del alma. Ambos planos están vinculados, por otra parte, como queda de manifiesto en esta sentencia de Iba ‘Atâ’Allâh, donde el doble valor de la expresión es puesta de relieve: «¿Cómo se producirá para ti una rotura de la causalidad habitual, si no llegas a quebrantar los hábitos de tu alma?». Así, para quien ha muerto a sí mismo, estos hechos extraordinarios son una consecuencia normal de la Presencia divina en su alma y dan razón de su santidad.

[3] Pl. de Shaytân, Satán.

[4] Que ha de aparecer al final de los tiempos arrogándose la divinidad, y a quien Jesucristo, en su segunda Venida, dará muerte. El Profeta lo vio en sueños como un hombre «rojo, corpulento, de cabellos crespos y tuerto del ojo derecho».

[5] La palabra karâma, que se traduce habitualmente por «carisma», designa un favor que Allah concede a Sus amigos y que puede traducirse en un hecho extraordinario obrado por éstos, los cuales pueden no tener conocimiento de que se haya producido por su mediación. En cambio, con la palabra mu’ÿizah (pl. mu’ÿizât), derivada de una raíz que incluye la idea de debilidad, se conocen los milagros de los Profetas, tendentes a «debilitar» la incredulidad y, por lo tanto, necesariamente públicos y conocidos como tales por aquellos por cuyo ministerio se obran.

[6] Escuela teológica creada por Wâsil ibn ‘Atâ’ con su separación, su apartamiento (i’tizâl) de su maestro, Hasan al-Basrî, al discrepar con éste sobre la cuestión del pecado.

[7] Una de las figuras más importantes de los dos primeros siglos de la Hégira. A través de él, numerosas Órdenes sufíes hacen remontarse su ascendencia espiritual hasta ‘Alî. Aparece como un intermediario entre la edad apostólica y la edad de la configuración de las cofradías sufíes.

[8] Lit. «conducir paso a paso», por grados (hacia la perdición). Cf. Q., VII, 182 y LXVIII, 44. Se trata de la maquinación, de la decepción divina, que produce insensiblemente y por grados la ruina espiritual del que es objeto de la misma. El istidrâÿ es la manifestación temporal del makr (V. nota 22), que es eterno en Allah. El signo de que alguien es objeto de istidrâÿ está en que él persevera en el mal mientras Allah continúa colmándolo de dones:

Jaf min wuÿûdi ihsânihi ilayka      (Cuida: Si Él te envía Sus favores

Wa dawâmi isâ’atika ma’ahu                         mientras tú sigues obrando mal,

an yakûn dzâlika istidrâÿan laka.    Él te conducirá por grados a tu pérdida.)

                              (Ibn ‘Atâ’ Allâh, Hikam, sent. 60.)

[9] Abû’l-’Abbâs Ya’far al-Mustagfirî (350-432), de Nesef, cerca de Samarcanda. Todo lo que aquí se cita de esta obra está escrito en árabe.

[10] La palabra azar, que hemos visto en el capítulo I, nota 35, tiene también el sentido de «tradición».

[11] El consenso de la comunidad de los musulmanes, o, más particularmente, el consensum doctorum, el acuerdo unánime de los doctores (‘ulamâ’) sobre problemas religiosos.

[12] Por la importancia que creemos posee, nos permitimos reproducir aquí la siguiente puntualización de Frithjof Schuon (Forme et Substance des Religions, «La doctrine virginale», p. 109, n. 1): «Existe entre los musulmanes una divergencia de punto de vista sobre la cuestión de saber si María —Sayyidatnâ Maryam— fue Profetisa (nabiyya) o simplemente santa (waliyya). La primera opinión se funda en la eminencia espiritual de la Virgen, es decir, en el rango que ocupa en la jerarquía de las eminencias espirituales, mientras que la segunda, nacida de una teología puntillosa y timorata, sólo toma en consideración que María no tuvo función legislativa, punto de vista “administrativo” que no sabe ver la naturaleza de las cosas».

[13] Todo el pasaje siguiente no es sino una adaptación de Q., XXVII, 38-40, donde no se menciona a Asaf expresamente, sino a «el que poseía la ciencia del Libro», con el que la tradición ha identificado a un tal Asaf ibn Barjiyâ, compañero de Salomón.

[14] Los ‘ifrît son un tipo de genios malignos.

[15] ‘Abd ar-Rahmân ad-Dawsî, llamado Abû Hurayra, literalmente «el padre del gatito», por su amor hacia estos animales. Uno de los Ahl as-Suffah («los de la tarima» o «del banco»), fue uno de los primeros doctores del Islam, cuya prodigiosa memoria había registrado no sólo el Corán entero, sino miles de sentencias del Profeta. Su «cuerda de nudos» se tiene por el predecesor del rosario sufí.

[16] Palabra de la raíz *jhd, que da la idea de esfuerzo. El muÿtahid es el que practica el iÿtihâd, autodisciplina, esfuerzo personal, relacionado con al-muÿâhadah, el combate interior, que no es sino al-ÿihâd al-akbar, la gran Guerra Santa.

[17] El primer Califa del Islam, sucesor del Profeta. Su nombre era ‘Abdallâh ibn Abû Quhâfa. Murió en 634. Era padre de ‘Â’ishah, esposa favorita del Profeta.

[18] Pl. asânid. La cadena de personajes fidedignos por la que se ha transmitido un hadîz o un hecho del Profeta o sus Compañeros, la cual garantiza su autenticidad.

[19] El segundo Califa (581-644), padre de Hafsa, esposa del Profeta.

[20] El cuarto Califa. Hijo de Abû Tâlib, tío del Profeta. Esposo de Fâtima, hija del Profeta. Murió en 661.

[21] ‘Uthmân ibn ‘Affân, el tercer Califa. Murió asesinado en 656.

[22] Noción relacionada con la de istidrâÿ. Propiamente, designa la actitud de simulación, artificio, argucia, intriga, que Allah adopta respecto de algunos hombres para oponerse y contrariar sus actos, lo cual se traduce en supercherías y falsos prodigios de éstos. («… Y Allah intrigó [también], porque Allah es el mejor de los que intrigan» —Wa makara’Llâhu; wa’Llâhu Jayru’l-makîrîn, Q., III, 54).

[23] Lit. la «audición». Se aplica este nombre al concierto espiritual, y en particular a la danza que se ejecuta en él. Es famoso el samâ’ de la orden Mawiawiyya, fundada por Rûmî, donde los derviches giran en una danza que es a la vez una práctica espiritual y un «drama sacro» en el sentido estricto de la palabra.

[24] Dimensión implícita de la Qudrah, el poder. Una fórmula célebre en el Islam es: Lâ hawla wa lâ quwwata illa bi’Llâh, «No hay fuerza sino es por Allah», donde hawl es prácticamente un sinónimo de quwwah. Se da este nombre a la fuerza espiritual necesaria para combatir en la Vía.

[25] Pl. de raÿul. Muchas veces, los sufíes se han designado a sí mismos con este nombre, en el sentido de «los hombres auténticos». Designa los que poseen la madurez espiritual (ar-rujûliyyah).

[26] Porque el temor se relaciona con la vía de la acción (el karma-mârga hindú), que, en principio, se sitúa a nivel exotérico y no permite, por lo tanto, alcanzar el grado de walî, necesario para la obtención de karâmâ en su sentido específico.

[27] El retiro espiritual es conocido en el sufismo con el nombre de Jalwa, de una raíz que expresa la idea de vacuidad y, por extensión, la de renuncia. Aun cuando sus formas varíen, en esencia constituye una práctica destinada a provocar en el que la lleva a cabo un estado de qabd («contracción») riguroso tendente a actualizar en él la noción de la absoluta trascendencia del Único.

[28] El término jalwa es complementario del anterior, más que estrictamente opuesto, y designa toda actividad o práctica donde se trate de conseguir un estado de bast («expansión») en que todo pase a ser visto bajo la luz de la Inmanencia divina en la creación. «La Jalwa separa del mundo, la jalwa lo transforma en santuario» (Frithjof Schuon, El Esoterismo como principio y como vía). La palabra jalwah es, además, de la misma raíz que las palabras maÿ y taÿallî, nociones que hemos comentado en el capítulo I, nota 4.

[29] Pl. de wârid. Es el advenimiento de una intuición espiritual, que abre el alma a la contemplación y la coloca en un estado (hâl) determinado.

[30] Esta «guarda de los hálitos» corresponde a la conciencia ininterrumpida de la Presencia de Allah y es correlativa de la «guarda de los estados», en una perspectiva para la que, como hemos visto, la creación es renovada a cada soplo (nafas) o a cada instante (waqt), en los que Allah se hace presente en Su Orden y por mediación de Su Misericordia exhalante.

[31] Se designa con esta palabra el estado habitual de inconsciencia y olvido de lo Real del hombre corriente, quien vive sumergido en el océano de los fenómenos cambiantes, tanto exteriores como interiores (anímicos), y los toma por la auténtica realidad. Éste es el pecado esencial, visto desde una perspectiva de conocimiento, y su remedio lo constituye aquello que representa el «recuerdo» por excelencia: el dzikr, que actualiza en el alma «ausente» de la Realidad la presencia de ésta.

[32] Pl. de sharr, maldad.