INTRODUCCIÓN A LA CIENCIA DE LOS NOMBRES

 

 

bísmil-lâhi r-rahmâni r-rahîm

Con el Nombre de Allah, el Misericordioso, el Compasivo

 

 

          A la cabeza del Corán (y luego al comienzo de cada uno de sus capítulos) encontramos un versículo, la Básmala, con el que se hace Mención del Nombre de Allah, a modo de fórmula introductoria que los musulmanes repiten al principio de sus escritos y de sus actos.

En su fondo, y resumiendo lo esencial de las enseñanzas del Islam, la frase Con el Nombre de Allah, el Misericordioso, el Compasivo -la Básmala-, quiere decir que “todo y cada cosa y suceso en la existencia -en su pasado, en el presente y en el futuro, y, fuera del tiempo, en la eternidad, y también en el espacio y más allá de él- es acto y realización del Creador Uno y Único, el cual existe por Sí Mismo y no depende de nada y nada le impone condiciones mientras que todo, sin excepción, depende de Él. Bajo Su Poder, en Su Ciencia y sujeto a Su Voluntad, está el universo entero en todo momento, y la existencia del universo y lo que contiene es exclusivamente fruto de Su magnanimidad”. También significa que el mundo no es un anónimo, y que el Nombre de su Autor es Allah. El Nombre (Ism) del Creador recuerda al musulmán estas significaciones.

Para cualquier musulmán, la Básmala está revestida de una singular importancia, y sugiere de entrada la necesidad de nombrar constantemente a Allah para sumergir el corazón en la Razón insondable del ser y liberarlo en esas aguas puras de todos los apegos e ilusiones propios de la personalidad idolátrica. Esta es la explicación de una de las prácticas espirituales más definitorias del Islam, el Dzikr, el Recuerdo de Allah, la Mención de Su Nombre, constatando Su presencia rectora del mundo, dando fe de Su eficacia mientras todo lo que no es Él se diluye en la insustancialidad. El espíritu del hombre queda, así, en paz[1].

El Creador de todas las cosas -Allah-, el Existente por Sí Mismo que no depende nada y del que todo depende, es un enigma inaccesible a la mente humana. Inimaginable, Indelimitable, Incondicionado,... Allah escapa a las definiciones a causa de Su singularidad, Su eternidad e infinitud. El mundo -que es Su Acto- nos da pistas sobre Él, habla a nuestra intuición, nos lo hace presentir, y la inteligencia persigue Su secreto pero se desvanece en los aledaños del saber verdadero, confundida en su insuficiencia para determinar lo indeterminable: “Inasible es Tu Señor, el Señor del Amor Propio, que está por encima de lo que los hombres pueden describir. -Paz a Sus Mensajeros, y alabanzas a Allah, Señor de los mundos[2].  Ahora bien, la Revelación le da Nombres -el primero de los cuales es, precisamente, Allah, y que son un conjunto de alusiones y descripciones por las que pasa a ser reconocible y distinguible-, permiten al hombre proponérselo como meta y ser objeto de una relación, e iluminan ese Secreto. Son la aportación de los Mensajeros de Allah, que hablan desde la paz con la que han sido bendecidos, y contienen las alabanzas de las que Allah es acreedor, siendo esto a lo que alude la segunda parte del versículo mencionado más arriba, que afirma primero la incapacidad humana para imaginar a Allah, pero después abre ante el hombre la vía del conocimiento de Allah en la mediación de los profetas trasmisores de la Revelación.

          Los Nombres de Allah son herramientas para tenerlo permanentemente presente (Dzikr). El musulmán los repite y medita su significado, teniendo la ocasión de recogerse ante su Señor e indagar en Él tal como Él mismo describe Su propia Verdad. Con el Dzikr, el musulmán limpia su corazón en el elogio debido a Su Señor y se hace digno de la eternidad sobre la que se sostiene la existencia y que fluye por los repliegues de cada misterio, de cada Nombre y Signo, de su Creador.

          Tanto a lo largo del Corán como en las enseñanzas del Profeta (s.a.s.) -la Sunna- se hace uso de una gran cantidad de Nombres (Asmâ, plural de Ism, Nombre), y estos han dado lugar a extensas reflexiones dentro del Islam. Los musulmanes siempre han sabido que la clave de Allah está en Sus Nombres Revelados. Efectivamente, la exégesis de los Nombres ha producido una literatura considerable, ya sea bajo la forma de obras enteras, exclusivamente consagradas a esta cuestión, o bien a modo de capítulos dentro de libros de tema más amplio. De toda esa gran cantidad de Nombres, noventa y nueve han llamado poderosamente la atención de los expertos, pues aparecen juntos en una lista a la que consagraremos este estudio y que irá publicándose, in shâ Allah, a lo largo de los próximos números de Musulmanes Andaluces. Los Noventa y Nueve Nombres de Allah aparecen en el contexto de un hadiz que afirma que quien los abarca entrará en el Jardín, es decir, son la puerta de acceso a un conocimiento y una trasformación cuyo fruto será el placer de la cercanía a Allah, lejos de todo sufrimiento.

          El interés por los Nombres radica en que son la mejor pista para conocer al Creador de los cielos y de la tierra, el Uno y Único, Anterior a todas las cosas, Señor y Destino de todos los seres. Complementan de la mejor de las maneras la ‘Aqîda, la Cosmovisión del Islam. Trasmitidos por Él Mismo en la Revelación, encierran Su Secreto y son Su concesión a la sed de los hombres. La inteligencia encuentra en ellos un recurso para acceder a lo que, de otro modo, le resulta impreciso, inabarcable, innombrable. Los Nombres son, pues, fuente de una información abundante gracias a la cual es dado al ser humano abordar al Existente por Sí Mismo, el Anterior a todo lo que existe, la Razón del ser, la Verdad que está más allá de todas las circunstancias. Esto da forma al conocimiento (Ma‘rifa) que el musulmán tiene sobre el Fundamento de su realidad, su Señor que impera en él.

          Los lexicógrafos musulmanes especialistas en la lengua árabe (los ahl al-luga) han dado cuenta precisa de los contenidos semánticos de cada Nombre. La etimología, la variedad de ideas que contiene cada uno de ellos, su polisemia, los problemas de interpretación que plantea, su clasificación dentro de grupos que ordenan los Nombres en función de rasgos comunes, etc., todo ello ha sido discutido y analizado, primero, desde un punto de vista lingüístico, dando cuerpo al conocimiento básico y teórico que requiere la cuestión.

          Al trabajo de los lexicógrafos hay que sumar en segundo término el de los pensadores musulmanes (mutakallimûn), que explican la relación de cada Nombre con el Nombrado, es decir, estudian el significado exacto que cada Nombre tiene en Allah, desbaratando toda interpretación antropomorfista y respondiendo a las objeciones que pudieran hacerse. También demuestran la lógica de su aplicación a Allah, basándola en razonamientos y pruebas comprensibles que trasforman el acto de fe del musulmán en certeza apoyada en evidencias. Queda completo así el primer nivel, el del conocimiento básico y teórico, reforzado por un bagaje de argumentos que lo hacen digerible por la razón de modo que no tropiece con resistencias que lo marginen al ámbito de lo incomprensible y, por tanto, inoperante[3].

Pero, además, y es lo primordial, ese conocimiento es comprometedor. Al hacer referencia a lo que es realmente esencial, los Nombres trasforman la visión que el hombre tiene de la existencia, le imponen una forma de relacionarse con ella. Es decir, el saber que Allah nos proporciona sobre Él Mismo a través de Sus Nombres no pretende satisfacer la curiosidad del ser humano, sino que se le revela exigiéndole ser coherente con lo que puede deducir de cada Nombre. Y, así, por ejemplo, si Allah es Rahmân, Misericordioso, y Su misericordia es el trasfondo sobre el que está entretejida la creación, es musulmán el que se confía a su Creador, y abandona la tensión del hombre común que está sumido en la sospecha y el temor. Los miedos cotidianos e inseguridades humanas se esfuman en la constatación de que la misericordia es el entramado sobre el que vive la criatura. Los Nombres arranca al musulmán de la idolatría. A esta trasformación se la llama Ta‘ábbud, el servicio que se rinde al Nombre, el aferramiento a su significado, la veneración que se le ha de mostrar. El Ta‘ábbud es el aspecto práctico de ese conocimiento.

Los Nombres de Allah son, ante todo, los signos del Dominio de Allah, de Su Presencia que da forma a toda realidad, de Su Rubûbía o Soberanía con la que impera en todas las cosas. Cada Nombre es Rabb, Señor de la realidad que configura, siendo este Nombre -Rabb- uno de los integradores de todos los demás, dándonos la clave del carácter de los Nombres, su esencia. Por ello -porque es la sustancia misma de cada Nombre- Rabb no aparece de forma independiente en la lista de los Noventa y Nueve Nombres. Así, pues, cada uno de ellos nos habla de la eficacia del Creador, e invita al hombre a claudicar ante la Verdad que gobierna los cielos y la tierra, de modo que quede libre de adhesiones a lo banal. Esa rendición del ego ante Allah, en la constatación de su dependencia constante, su pobreza y precariedad, recibe el nombre de Islam. El Ta‘ábbud eleva a la conciencia la vinculación con Allah, y su manifestación plena está en el seguimiento de la Sharî‘a, la Ley Revelada y toda la sabiduría que entraña, a la que se sujeta el musulmán como expresión material del reconocimiento de la hegemonía de su Señor.

Más aún, el conocimiento y la coherencia no son los únicos fines de la Revelación de los Nombres. También son ofrecidos al musulmán para que los adopte. Esta adopción (Tajálluq) es el resultado del seguimiento de la Vía de los Nombres. Y, así, siguiendo con el ejemplo citado más arriba, la misericordia de Allah, creadora y sostén de todas las cosas, es una forma de ser a la que el musulmán debe tender e imitar dentro de sus límites para comprenderla realmente y para embellecerse (de ahí que los Nombres de Allah sean llamados los Nombres Más Hermosos, al-Asmâ al-Husnà). Así, el hombre rinde definitivamente su propia voluntad a la de su Señor, se hace esclavo (‘abd) del Nombre, se trasforma en su traducción y el eco de su significado. La Vía de los Nombres es la de los sufíes, las gentes de Allah (ahl Allah), aquellos para los que cada enseñanza del Islam es una invitación a la purificación del corazón y a la sabiduría del espíritu, es decir, a la Belleza.

Cada uno de los Nombres es un desafío, pues al ser la expresión de una realidad absoluta y eterna, extremadamente bella, se presenta como un desafío a la capacidad del hombre para trascenderse a sí mismo en pos de la plenitud. Cada Nombre es una perfección que reta al ánimo del hombre y reclama sus esfuerzos. El Tajálluq, la adopción de los rasgos de los Nombres de Allah, el hermoseamiento del carácter humano en el seno de sus significados, se constituye, por tanto, en una Vía espiritual. El ascenso por esta Vía pule el corazón y lo asoma a lo que hay más allá de su ego, agrandando su espíritu, enraizándolo en su función primordial, que es el califato (la soberanía y la singularidad). Con el Tajálluq, que convierte en oro al ser humano, se produce un conocimiento íntimo de Allah. Se trata de un acercamiento al Uno y Único que implica una comprensión de Su realidad en lo más hondo del ser del buscador. El que ha realizado ese proceso es el que realmente puede hablar con propiedad de lo que significan los Nombres, cerrándose el círculo empezado con el mero estudio de sus connotaciones más sencillas:

 

Alabanzas a Allah, que ilumina los corazones de quienes intiman con Él sumergiéndolos en luces con las que los guía. Él hace traslúcidos sus órganos de percepción más recónditos para mostrarles Su Majestad, Su Belleza y la Plenitud de Su Inmensidad. Los libera para que puedan retirarse sobre la alfombra de Su Intimidad acercándolos a Su Presencia. Los emancipa y los elige para conversar con ellos, para hablarles y dirigírseles. Se les manifiesta en Sus Nombres y en Sus Cualidades, que se derraman sobre ellos destellando en sus ánimos las luces del sol del conocimiento. Les hace comprender Sus Nombres, los inspira y los despierta para que mantengan ante Él la compostura que exige la asistencia ante Allah. Después, retira de en medio el velo que esconde la Belleza de la Plenitud de Su Noble Rostro, y los absorbe en Su Atención. Les hace patentes las maravillas de Su Acción, la precisión de Su Sabiduría y las sutilezas de Su Dominio y ellos se ausentan de sí mismos cuando lo ven y lo contemplan. Tras matarlos así, los afirma y les da vida permanente, los alivia con el consuelo del misterio delicado de Su misericordia y los acerca con Su generosidad. Los trata con el Favor y les da de beber el licor de Su amor. Deposita en ellos secretos, los obsequia con sus joyas bien guardadas. Ha puesto el fundamento de todo ello en el conocimiento de Su Nombre Allah, en el que ha ocultado Su secreto haciéndolo invisible ante quien quiere...”[4].

 

De todo lo anterior resulta que hay tres pasos que dar en lo concerniente a los Nombres de Allah: Ma‘rifa, el conocimiento, que consiste en averiguarlos y determinar su significación, si bien el contenido de cada Nombre aumentará con el progreso del discípulo en su propia purificación; el Ta‘ábbud, que es la veneración que requieren y la trasformación que exigen en la relación del musulmán con la existencia, ubicando al discípulo en el centro de la esencia del Islam; y, por último, el Tajálluq, su adopción convirtiéndolos también en la forma de ser del que aspira a la emancipación de su ser en la eternidad de su Señor. Sobre la extremada importancia del Ta‘ábbud y el Tajálluq, frutos de una Ma‘rifa coherente consigo misma, el Imam al-Gazâli, que será nuestro principal guía en ese estudio, escribió:

 

Has de saber que aquél cuya participación en el significado de los Nombres de Allah se reduce a escucharlos devotamente y comprenderlos siendo capaz finalmente de explicar su contenido semántico y afirmando sin sombra de duda que Él “es de ese modo”, goza de una fortuna escasa, su grado es bajo y poco tiene de lo que presumir.

Prestar atención a los Nombres sólo demanda tener sano el oído con el que se perciben los sonidos, y en esto, el que los escucha, no se distingue de los animales. Comprender su significación exige únicamente conocer la lengua árabe, y con esto se está al nivel de cualquier lexicógrafo; es más, el que se limita a tales rudimentos no supera al más necio de los beduinos. En cuanto a aceptar que Allah es así, tal como lo describen Sus Nombres -sin que ningún velo haya sido retirado de delante de sus ojos-, sitúa al devoto entre la mayoría de los creyentes, y hasta los niños saben que el Creador debe estar dotado de esas cualidades.

Lo dicho es aplicable a la mayoría de los ‘ulamâ (los expertos en ciencias del Islam), sin negar su valor en comparación con el resto de los musulmanes, pues su función es la de trasmitir y mantener vivas las tradiciones legadas por el Profeta (s.a.s.). Pero aún están lejos de cumplir con los compromisos de la Ciencia de los Nombres. Y es que las bondades de los justos aún son defectos entre los que verdaderamente se acercan a Allah.

La participación de los que verdaderamente se acercan a Allah a través de Sus Nombres tiene tres grados: En primer lugar, conocen el significado de los Nombres a partir de su propia trasformación interior que los hace extraordinariamente sensibles, extrayendo tal conocimiento de las contemplaciones del corazón y el espíritu, no limitándose exclusivamente a las definiciones léxicas. Llegan a las verdades de los Nombres gracias a una demostración en la que no hay error y se les muestra el modo en que Allah está revestido por cada cualidad. Tal ciencia en ellos llega al extremo de la certeza, pues perciben de un modo espiritual, semejante al conocimiento que tienen de sus propias cualidades interiores a las que no se llega por la sensibilidad física. Hay una enorme diferencia entre esta forma de saber y la simple aceptación de unos datos heredados de padres a hijos, incluso cuando van acompañados de argumentos lógicos.

En segundo lugar, su conocimiento de Allah es hermoseado aún más por la veneración que suscita en ellos la Majestad y la Belleza de su significado. Y, con ello, cada Nombre despierta en sus corazones una admiración tal que se convierte en auténtico deseo de apoderarse para sí de sus implicaciones, con el objeto de acercarse a Allah con lo que Él es, pues no pueden acercarse a Él en el espacio. Al adoptar lo que el Nombre significa, se espiritualizan al modo en que son etéreos los ángeles que están cerca de su Señor.

No es posible imaginar que el corazón sienta admiración por algo y no lo imite. Si ese corazón no tiende a ser tal como sugieren los Nombres de Allah, sólo puede deberse a uno de dos motivos: O bien su conocimiento es débil o mera pretensión y realmente no sabe lo que significa e implica el Nombre, o bien en ese corazón reside un deseo aún más apasionado por otra cosa. El discípulo que llega a admirar a su maestro, sin duda siente una gran motivación para aprender y busca parecerse a él, pues su educador es para él un modelo, salvo que otras necesidades requieran toda su atención y su deseo se desvíe a satisfacerlas.

Por ello, es indispensable que el que se consagre al estudio de los Nombres antes haya vaciado su corazón de apetitos, de tal manera que sólo busque a Allah. Hay, pues, una camino previo que consiste en la purificación del espíritu para que este se haga receptáculo idóneo de todo lo que los Nombres son capaces de suscitar en el ánimo. El saber es la simiente del deseo, pero sólo cuando tropieza con un corazón vacío de otras pasiones. Si no está vacío, la semilla se malogra.

Por último, y en tercer lugar, el verdadero conocedor de los Nombres sabe que la adopción de las cualidades señaladas por cada Nombre se alcanza realizando un gran esfuerzo. Ese esmero es coronado por el éxito, y convierte al hombre en una criatura señorial. Esa adopción lo introduce en la Asamblea Suprema (al-Mála al-A‘là), en la de los seres etéreos, aquellos que han abandonado la densidad y pesadez del mundo, desnudándose de ataduras, para hacerse abstractos en la eternidad. Esa Asamblea se ha recogido sobre la Alfombra de la Cercanía, porque lo que significan los Nombres es “cosas próximas a Allah, a la Verdad anterior a las criaturas y que, a la vez, es su fundamento”. Quien no escatima esfuerzos en la adopción, llega un momento en que se sienta como verdadero sabio sobre esa Alfombra[5].

 

De lo dicho, podemos deducir fácilmente la extrema importancia de los Nombres. Al insistir el Islam sobre esa relevancia, esta revierte sobre el lenguaje en general. Para poner al ser humano por encima incluso de los ángeles, Allah comunica a Adán los nombres de las cosas, tal como enseña el Corán en su relato de la creación del hombre, hecho para ser califa, criatura singular y única, depositaria de los nombres, que son la clave de la especificidad y rango sobresaliente del ser humano. Las palabras son los instrumentos para la reflexión, y no son asépticas. Las reflexiones tensan al hombre y lo activan. Sobre ellas construimos nuestro mundo mental y son la herramienta de nuestro avance sobre una senda que nos lleva a trascender la superficie lo que existe y asomarnos a su profundidad. El mimo con el que los musulmanes han reflexionado sobre el alcance trasformador de la palabra demuestra que no fueron sordos a la indicación coránica. La palabra, los nombres, son lo que nos humaniza, y los Nombres de Allah son la perfección de esas capacidades.

Por otra parte, el Profeta (s.a.s.) enseñó que el valor y mérito de los actos son en virtud de la intención que los genera. Dentro del Islam, el Tajálluq es el proceso que sigue el que busca profundizar en sus posibilidades humanas con la intención de purificarse para hacerse agradable a Allah. No consiste en ningún ‘endiosamiento’ del hombre, sino la realización de sus potenciales más nobles. Su empeño tiene como objetivo la conquista de metas en su propia naturaleza -pues Allah ha depositado en ella posibilidades extraordinarias[6]- y que abren ante él la posibilidad de intimar con su Señor. La sabiduría, la bondad y la excelencia de quien realiza en sí las significaciones de los Nombres, lo convierte en Imagen de Allah, es decir, en su pálido reflejo en la existencia limitada, pero nunca lo convierte en Allah, no pasa a encarnar a Allah, no lo sustituye, no hay confusión posible. Su grandeza es humana. Esta idea debe guiar claramente en todo el momento al que sigue la Vía de los Nombres, o de lo contrario degeneraría en una soberbia (gurûr) lejana en todo al espíritu del Islam. Al respecto, el Imam al-Gazali escribió:

Si me dices: “La búsqueda de acercamiento a Allah con la adopción de Sus Nombres es un asunto oscuro que casi repugna al corazón, porque puede confundirse con un deseo de endiosarse por parte del hombre. Por ello, te ruego que me lo aclares aún más para que la dureza de los términos que has empleando se rompa y no encuentre en mí nada que se oponga a tu tesis”.

Yo te respondo: Sin duda no se te escapa -ni a ti ni a quien no se aparte de la senda común de los sabios- que los seres existentes o bien son completos o incompletos, y el completo es más noble que el incompleto. Sin duda, hay grados en la perfección, y al final el perfecto solo puede ser Uno a quien corresponde la plenitud absoluta. El perfeccionamiento de los demás seres es un proceso que tiene su modelo en el Perfecto Absoluto, en una constante aproximación a Él. Nada es equiparable a Allah, y cuando hablamos de seres más perfectos que otros lo hacemos en la relación que hay entre ellos, y no que se sumen al Uno Inalcanzable...

Pero aún puedes insistir y decir: “Tú hablas de asemejarse a Allah con la adopción de las cualidades que enuncian los Nombres. Quien adopta las cualidades de otro se vuelve parecido a él. Y la Ley Revelada y la inteligencia nos dicen que Allah no tiene semejante. El Corán dice: ‘Nada hay que se le parezca’, y Él no se parece a nada”.

Te diré: No debes creer que participar en una cualidad significa semejanza. ¿Es que dos contrarios no tienen aspectos comunes? Lo negro es contrario a la blanco, pero ambos son accidentes, colores, perceptibles, etc., coincidiendo en todo ello.

¿Es que crees que quien dice que Allah es Sabio, que habla, ve, oye,  que está Vivo, que es Poderoso, que actúa,... -y el ser humano cuenta con las mismas características- está estableciendo semejanzas entre Allah y el hombre y los da por iguales? ¡No! La cosa no es así. De ser así, todo se confundiría. Un caballo y un hombre son animales, pero se distinguen perfectamente. La propiedad característica de Allah por la que no puede ser confundido con nada es que Él es el Existente por Sí mismo, que no depende de nada y de Él todo depende. Este rasgo de su ser lo diferencia definitivamente. Por sabio, poderoso y capaz, aunque hable, vea y oiga, el ser humano jamás será idéntico a su Señor. Es más, la verdadera propiedad diferenciadora de Allah es Allah mismo, y sólo Él se conoce a Sí Mismo, y nadie tiene acceso a ello. Él no tiene semejante, por lo que no hay nadie a su lado que penetre en Su Secreto, tal como dijo al-Ŷunayd: “Sólo Allah conoce a Allah”.

 

No hay verdadera semejanza entre Allah y el hombre. Sólo hay un campo común, y es el del significado de los Nombres, si buen cada uno tiene una dimensión infinita en Allah y otra limitada en el hombre. El ser humano debe atenerse a sus límites, y avanzar hasta el máximo extremo posible.

          Lo que impide al musulmán ‘endiosarse’ es el reconocimiento previo y constante del Misterio último de Allah, allí donde Él es Uno sin semejante. Con esta premisa, está libre de la soberbia que desvía al buscador hacia su propio ego, sumiéndolo en unas tinieblas aún más densas de aquellas de las que salió al comienzo de su viaje.

La comprensión de lo que significa cada Nombre debe realizarse con lo más noble que hay en el ser humano. Son Nombres que aluden a realidades extremadamente nobles, y hay que entregarlos a lo más próximo a ellos dentro de la naturaleza del hombre. Al respecto, el Imam al-Gazali escribió:

“Los seres existentes pueden estar vivos o muertos, y decimos de los animados que son más nobles y completos que los inanimados. Pero dentro de los seres vivos hay también una gradación. Está la vida de los animales, la de los seres humanos y la de los ángeles. El rango de los animales es el más bajo, pues la vida es percepción y actividad, y en la percepción y actividad de los animales hay una mengua. Su percepción, efectivamente, se limita a los datos que les proporcionan los sentidos físicos, por lo que a su alcance sólo están las cosas próximas a ellos. El sentido físico sólo recoge lo que puede tocar, oír, oler, saborear o ver, y para ello tiene que estar cerca del objeto que provoca en él esos estímulos. Toda cosa que no cumpla esas condiciones está fuera del alcance del animal. La acción del animal también está limitada, pues sus motivaciones son exclusivamente los apetitos y la ira. Carece de inteligencia que lo estimule a superar las exigencias de los instintos.

Por su parte, el grado del Ángel es el más elevado, porque es una criatura descarnada en la que no tiene influencia el que las cosas estén cerca o lejos. Al carecer de cuerpo denso, la distancia no entra dentro de los límites que condicionan el conocimiento que tienen de las cosas. Por otro lado, el Ángel está desprovisto de pasiones, y su acción no es causada por los apetitos o la ira. Lo que los empuja a actuar es únicamente el estímulo que los lleva a acercarse cada vez más a Allah.

En cuanto al ser humano, se encuentra en un rango intermedio, como si participara tanto de la naturaleza del animal como de la del Ángel. En sus comienzos, predomina en él el alma animal, pues su percepción depende entonces de la información que le proporcionan los cinco sentidos. Pero empieza a separarse del animal cuando va desarrollándose en él la inteligencia que le permite adentrarse en la realidad, más allá de lo que simplemente recogen los sentidos. Penetra así en al-Âjira, el universo de Allah. La luz de la inteligencia rasga los velos de la materialidad y busca las razones de las cosas. Igualmente, al principio dominan en él los instintos, los apetitos y la ira, pero desarrolla también su voluntad, y su inteligencia, que alcanza a vislumbrar las causas y las consecuencias de los actos, lo guía apartándolo de lo que es nocivo para él en al-Âjira. Si su inteligencia crece y su voluntad se hace fuerte, va alejándose cada vez más del rango animal y se alza hacia el rango del Ángel.

El ser humano, si se desteta a sí mismo y deja de estar atado a sus fantasías y, por el contrario, intima con las verdades que sostienen el mundo y guía su conducta, entonces se acerca a los que están cerca de Allah.

La propiedad característica de la vida es, por tanto, la percepción y la acción, y en ellas hay deficiencia, estadio medio o perfección. Si el hombre se conduce por el ejemplo de los ángeles en esas dos propiedades, se aproxima a ellos y se aleja de su condición animal.

 

El contenido de los Nombres crece en función de la purificación a la que la persona se somete. El significado léxico que hay al comienzo del estudio, reforzado por las reflexiones de los pensadores formales, son un principio del que partir para ir degustándolos en un conocimiento directo de Allah con la trasformación del propio espíritu.

Antes de comenzar el estudio detallado del significado y alcance de cada uno de los Noventa y Nueve Nombres, son necesarias algunas aclaraciones preliminares:

 

 

EL PUNTO DE PARTIDA

Wâŷib al-Wuŷûd

 el de Existencia Obligada, el Existente por Sí Mismo

 

          Partimos del universo que conocemos como punto de arranque para conocer a su Creador. Estas reflexiones son previas a la entrada en materia, y forman parte del conjunto de recursos del sentido común que guía a los hombres, conformando aquello que en árabe recibe el nombre de Fitra, la naturaleza del ser humano, la constitución interna de su pensamiento, su universo de convicciones íntimas, indisociables de su vida cotidiana. Se trata de la lógica aplastante del hombre común, que es la antesala de toda espiritualidad. Los fundamentos del Islam (Usûl ad-Dìn) se basan en esas intuiciones irreductibles, presentes universalmente.

Y, así, decimos: todas las criaturas y todos los fenómenos que conforman el universo son una sucesión de hechos que no existen por sí mismos, sino que tienen origen en causas determinantes de las que son efectos. Se trata de una cadena lógica que constatamos en todo lo que empieza a existir, y su guía conduce todas nuestras transacciones e intercambios con nosotros mismos y con el mundo. Pero esa misma lógica nos lleva necesariamente a pensar en un Principio Absoluto y Único para todas las cosas, suficiente en sí que explique la existencia y sea su razón última.

En el principio hay algo que necesariamente no obedece a la ley de la causalidad, algo (shay) que todo hombre intuye vagamente y que ha sido origen de las cosas pero que carece en sí de comienzo, una incógnita a despejar, pues el entendimiento recto de las cosas niega el encadenamiento infinito de causas y resultados (tasalsul) o que las cosas sean su propio origen como si fueran previas a sí mismas (dáwr, el ciclo).

Lo llamaremos Wâŷib al-Wuŷûd, literalmente: el de obligada existencia, es decir, Aquél que existe por Sí Mismo, sin depender de una razón anterior, Originador de todas las cosas, Creador de los cielos y de la tierra y de cuanto contienen.

          Wâŷib al-Wuŷûd es una expresión artificial elaborada por los pensadores musulmanes para designar el Origen Indeterminado gracias al cual las cosas comienzan a ser y también las sostiene constantemente. Una expresión más coránica es la de Huwa, Él, el pronombre personal que alude al Ausente, Aquél al que aún no distinguimos claramente pero es la razón de nuestro ser. El hombre lo busca desde la noche de los tiempos. El Waŷib al-Wuŷûd es la intuición del hombre cuando indaga por la causa primera de las criaturas. Es, simplemente, una nebulosa inicial sobre la que empezar a proyectar luces con la ayuda de la razón y de la Revelación. Puesto que esta reflexión inicial tiene su raíz en los recursos naturales del hombre, tiene la fuerza de una convicción absoluta, que solo cabe negar violentando la lógica natural de la que está dotado el hombre (es decir, violentando su fitra), sumergiendo la mente en un sin sentido que, si fuera llevado a todos los campos, haría imposible la vida.

          Cuando la inteligencia se propone comprender lo que sea ese Wâŷib al-Wuŷûd queda pronto convencida de que se trata de algo obligadamente del todo distinto a lo que conoce, pues todo lo que tiene el hombre frente a sí responde a leyes de causalidad de las que está libre esa Razón de su existencia. Es distinto, indelimitable y único, pues dos principios absolutos diferenciados en esencia son impensables. Efectivamente, al sumergirnos con la reflexión sobre ese Existente Obligado por Sí Mismo abordamos lo eterno carente de límites y bordes.

No obstante, podemos hacer algunas afirmaciones, y del Wâŷib al-Wuŷûd diremos que es Mawŷûd, un Existente, es decir, es objetivo, tiene realidad en Sí, pues si no fuera de ese modo, no habría podido crear nada. Nunca podremos decir que el Wâŷib al-Wuŷûd es la Nada, que no existe positivamente, ni cosas del estilo, porque todo ello carece de sentido. Al contrario, estamos legitimados por el entendimiento recto de las cosas para decir que Él es Mawŷûd, que Él existe, y es Kâin, que es, redundando en su positividad. Más aún, diremos que es Tâbit, Firme, de realidad sólida. Pero aún más, su Existencia (Wuŷûd) es más evidente que la del mundo creado, cuya fugacidad hace relativo su ser.

          El Wâŷib al-Wuŷûd, el que existe por Sí Mismo, razón de todas las cosas que dependen de una causa anterior a ellas, es, así, una realidad que necesariamente debe tener un soporte objetivo (Dzât), aun cuando Su realidad nos resulte inaccesible. No es una idea, ni un concepto abstracto, pues nada de ello puede ser creador, mientras que nosotros estamos buscando al Creador Real de todas las cosas.

Así, pues, ese Artífice verdadero de todas las cosas, que carece de existenciador para sí, es Mawŷûd, Kâin y Tâbit. Es más, incluso diremos de esa incógnita que es Shay, algo, una cosa, término de valor indeterminado pero que también nos servirá para subrayar su condición de realidad positiva, exterior al razonamiento y a la imaginación. Ese algo es Su Dzât, su Esencia, de la que podremos hablar adjudicándole Atributos y Cualidades en función de los modos en que se manifiesta en cada cosa que crea.

El Wâŷib al-Wuŷûd, aunque lo hayamos deducido de la necesidad que tiene la existencia de un Existenciador, es el nombre que damos a lo anterior a todas las cosas, y Él no es un producto nuestro, sino que nosotros somos Su resultado, y eso es lo que nos obliga a atribuirle los conceptos anteriores, con los que empezamos a sacarlo de la nebulosa de Su misterio y nos forzamos a seguir indagando sobre algo real.

          Otros términos aplicables al Wâŷib al-Wuŷûd nos impiden, sin embargo, caer en simplificaciones. Este segundo grupo de conceptos nos devuelven constantemente al misterio insondable en el que reside el de obligada existencia, protegiéndonos contra concretizaciones simplificadoras. Son los siguientes:

          Él es Qadîm, que quiere decir anterior a todas las cosas sin tener principio para Sí.

          Él es Azalí, es decir, Él existe en el Ázal, la ausencia de tiempo, pues el tiempo tal como lo conocemos nosotros ha tenido un origen.

          Él es Abadí, lo cual quiere decir que Él no tiene final, existiendo en el Ábad, lo que no tiene término final.

          Él es Bâqî, Permanente, pues mientras las cosas que conocemos acaban extinguiéndose, Él es constante en el Baqâ, la continuidad eterna.

          Él es Dâim, Constante en el Ázal y en el Ábad, en una constancia presente a la que llamamos Dawâm.

Por último, Él es Sarmadí, que significa Ininterrumpido, existiendo en el Sármad, la ininterrupción.

Por otro lado, y en otro orden de cosas, Él es, fundamentalmente,  Rabb, Señor, de las criaturas, motor que las mueve, la realidad que las hace reales, prevaleciendo sobre la inconsistencia de los seres. Él es a lo que todo está subordinado, y la existencia entera no es sino la traducción de Su Voluntad. Las criaturas, sin excepción, pues todas son iguales en su esencia[7], necesitan de ese soporte que les dio el ser y lo renueva constantemente en ellas, manteniéndolas en la existencia y aniquilándolas al final de sus días. Se trata de la Rubûbía del Existente por Sí Mismo, Su Soberanía, Su Dominio en todas las cosas, Su Imperio que envuelve y reunifica todos los mundos en la contundencia de Su Presencia eficaz.

          La idea de eternidad y constancia son fundamentales, junto a la de Su Presencia Hegemónica en cada realidad. El Existente por Sí Mismo es un origen infinito en Sí pero, además, acompaña a la criatura, la cual en ningún momento puede subsistir si no es continuamente sostenida por lo que la hace ser. Nada hay al margen de Él. Es así por lo que Él es la Verdad y el Señor en todas las cosas.

          Los Nombres del Existente por Sí mismo que iremos estudiando -empezando por Su Nombre Propio (Allah)- lo irán retratando, involucrando al ser humano en esa Realidad Absoluta, trasformándolo en la Inmensidad que está en su origen y que es su soporte.

 

 

CONTINUACIÓN

 


[1] En el Corán se dice: “Ciertamente, en el recuerdo de Allah se relajan los corazones”, 13/28; y también: “El Recuerdo de Allah es lo más grande”, 29/45.

[2] Corán, 37/180.

[3] Daniel Gimaret, en su Les noms divins en Islam, hace balance de los esfuerzos de los lexicógrafos y los pensadores musulmanes sobre la cuestión, pp. 17-35.

[4] Ibn ‘Atâ, al-Qasd al-Muŷarrad, p. 2.

[5] Al-Gazali, al-Máqsid al-Asnà. pp26-27, y ss.

[6] Allah dice en el Corán: “Hemos hecho dignos a los hijos de Adán”, 17/70.

[7] Se llama Ilâh en árabe todo lo que el hombre cree que está por encima de la naturaleza de lo creado y lo sobrepuja. Es el dios (en plural áliha) que adora al considerarlo superior, pero el Islam enseña que sólo Allah es ilâh, es al-Ilâh, el único que escapa a las condiciones creadas, quedando todo lo demás igualado en la subordinación al Único Señor. Para algunos, la expresión al-Ilâh es la raíz de la palabra Allâh.