Periodo de Meca
570-622
Los
tratados de ‘Aqaba
Los seis primeros musulmanes de Yazrib (la futura Medina),
consiguieron difundir el Islam con bastante éxito en su ciudad, desde del
primer encuentro con el Rasûl Muhammad (s.a.s.). Al año siguiente, una
delegación de doce habitantes de Yazrib, de los que diez pertenecían a la
tribu de los Jazraÿ y dos a la tribu de los Aws, hicieron la peregrinación (Haÿÿ) a
Makka para encontrarse con el Rasûl (s.a.s.) en al-‘Aqaba, no lejos de la
ciudad. Lo reconocieron como Mensajero de Allah (Rasûlullâh) y le juraron
fidelidad, comprometiéndose a seguir las enseñanzas del Islam. El Rasûl
Muhammad (s.a.s.) les puso las siguientes condiciones: 1º- Rechazar el culto a
los ídolos. 2º- Evitar el robo y el adulterio. 3º- No respetar la costumbre
de matar a las hijas recién nacidas. 4º- No proferir calumnias. 5º- No
cometer actos de los que después se avergüencen.
Este
acuerdo fue llamado el tratado de las mujeres, ya que había un buen número de
ellas.
Este
pacto marcó un punto y aparte en la historia del Islam. Sus consecuencias serán
de crucial importancia. Lo que sucedió en 'Aqaba estaba destinado a sacar al
Islam de la clandestinidad y convertirlo en un grito lanzado a la humanidad. El
"Viaje Nocturno" del Rasûl Muhammad (s.a.s.) estaba a punto de
concretarse y encontrar eco en los acontecimientos posteriores.
La
misión de Mus’ab
Ya
hemos dicho que el Rasûl (s.a.s.) llamó Ansâr,
es decir auxiliadores, a los habitantes de Yazrib que se iban haciendo
musulmanes. Cuando los Ansâr del tratado de ‘Aqaba partieron de vuelta hacia
su ciudad, el Rasûl (s.a.s.) ordenó a uno de sus compañeros llamado Mus’ab
ibn ‘Umair, que los acompañara y se hiciese cargo de instruirles y
comunicarles el Qur-ân. Mus’ab cumplió a la perfección con esta misión y
fue uno de los elementos que más ayudó a la definitiva islamización de Yazrib,
que a partir de entonces pasaría a llamarse Madinat
ar-Rasûl (la Ciudad del
Mensajero).
‘Usaid
ibn Hudair, señor de los Aws, temiendo que se estuviera tramando algún complot
contra él, fue a entrevistarse con Mus’ab y le dijo: “¿Qué
designio te ha traído aquí?. ¿Has venido para saber cuales son nuestras
fuerzas? Renuncia a tu propósito si la vida te es querida”. A lo que
Mus’ab respondió: “Siéntate y escucha”. Le recitó algunos versículos del Qur-ân y
le explicó los principales fundamentos del Islâm. Usaid encontró admirable
esas enseñanzas y se hizo musulmán.
Usaid en esos momentos era aliado de Sa’d ibn Ma’ad, jefe de la tribu
de los Aws. Fue a su encuentro y le habló del Islam, conduciéndolo junto a
Mus’ab. Mus’ab le dijo: “Señor, no
desdeñes escucharme. Si lo que digo te agrada continuaré, de lo contrario me
detendré”. Mus’ab recitó entonces algunos versículos del Qur-ân y Sa’d
se hizo musulmán convirtiéndose en uno de sus más apasionados defensores. Sa’d
difundió el Qur-ân entre sus parientes y entre los diferentes clanes de su
tribu. En muy poco tiempo, prácticamente toda la ciudad de Medina era
musulmana.
El
segundo tratado de ‘Aqaba
Mus’ab
había cumplido su misión, y además su fama de hombre recto y sincero se
extendió por Medina y sus alrededores, atrayéndolos al Islam. Al año
siguiente (el 622 d.c.) volvió a Makka durante las fiestas de la peregrinación
para rendir cuentas ante Muhammad (s.a.s.) de los resultados de su misión. Una
delegación más importante que la anterior le acompañaba, en total setenta y
cinco musulmanes.
Muhammad
(s.a.s.) se reunió en secreto con esa delegación. Fijó una cita nocturna en
‘Aqaba. Convenido el momento, los musulmanes de Medina, que guardaron el
secreto, se apartaron de los demás peregrinos en plena noche, y se dirigieron
al lugar fijado. El Rasûl (s.a.s.) los recibió cálidamente, iba acompañado
de su tío al-Abbas ibn ‘Abd al-Muttalib, que todavía no era musulmán pero
que sentía hacia su sobrino un gran afecto, y al que le prestaba su apoyo y
protección, como había hecho su hermano Abu Tâlib.
Al-Abbas,
queriendo estar seguro de que las gentes de Yazrib no abandonarían a su
sobrino, ni lo entregarían a los Kuffâr de Makka (los idólatras), les habló
en los siguientes términos: “Oh gentes de Jazraÿ, bien sabéis que Muhammad es de nuestra sangre y
ocupa entre nosotros un rango elevado. Lo hemos protegido de los nuestros que
profesan nuestras mismas creencias. En nuestro clan, él es honrado, estimado y
protegido. Pero él os a preferido y quiere establecerse entre vosotros.
Reflexionad, si le sois fieles y lo acogéis con generosidad y lo protegéis
contra sus enemigos, entonces bien. Pero si traicionáis vuestros juramentos y
lo traicionáis o lo abandonáis algún día, si tenéis pensado algo de eso,
dejadlo en paz ahora”. Los Ansâr le respondieron: “Hemos escuchado tus palabras, pero ahora queremos oír las de
Muhammad, que nos diga lo que nos exige para sí y para Allah”. El Rasûl
(s.a.s.) respondió con un versículo del Qur-ân apropiado para la
circunstancia: “Vuestros dioses no son más
que nombres que habéis inventado vosotros y vuestros padres, unos nombres en
los que Allah no ha depositado ninguna fuerza. La autoridad pertenece a Allah,
que ordena que no reconozcáis más señor que a
Él. Esa es la senda recta”. Después, el Rasûl (s.a.s.) añadió:
“Quiero concluir con vosotros un tratado por el que me defendáis de mis
enemigos con el mismo ardor con el que defendéis a vuestras mujeres y a
vuestros hijos”.
Entonces,
al-Barâ ibn Ma’rûr, señor de su clan, tendió su mano hacia el Rasûl (s.a.s.)
y le dijo: “Te prestamos juramento y te
prometemos morir antes que ser perjuros ante Allah y su Rasûl”. Otro señor
de los Jazraÿ, Abu al-Haitam, intervino diciendo: “Nosotros
los habitantes de Yazrib, tenemos tratados mutuos los unos con los otros. Si el
pacto que acabamos de concluir contigo entraña alguna ruptura queremos saber
cual será tu posición, pues no quisiéramos que nos abandonaras a nuestros
enemigos”. Y Muhammad (s.a.s.) respondió: “Si
vuestra sangre es vertida, la mía será vertida. Ahora existen lazos entre
nosotros, combatiré a quién os combata y haré la paz con quién la hagáis".
Los
miembros de la delegación volvieron furtivamente hacia el campamento,
procurando no atraer la atención de nadie. Pero un quraishí los descubrió, y
se puso a gritar: “¡Ha habido una reunión
de apóstatas!”. Inmediatamente denunció el hecho en Makka y al día
siguiente hubo investigaciones, pero los peregrinos afirmaron que los Ansâr habían
pasado con ellos la noche. Afortunadamente no se prestó crédito a la denuncia
del beduino. Los quraishíes se convencieron de que no estaba pasando nada. Además,
lo creían incapaz de concluir ningún pacto con ninguna tribu. Sin embargo el
pacto secreto que había tenido lugar se volvió contra ellos y fue el principio
del fin de la idolatría en Arabia.
Existe
una notable diferencia entre el primer tratado de 'Aqaba y el segundo. En este
último se descubre fácilmente la intención del Rasûl Muhammad (s.a.s.) de
crear una nación, y no una simple comunidad de creyentes. Esta ambición no se
produce en un momento de fuerza, no es que el Rasûl (s.a.s.), al observar que
tuviese posibilidades de ello, quisiera instaurar un reino para sí. Al
contrario, nada podía augurar entonces que tamaña empresa fuera ni remotamente
posible. La situación de los musulmanes era desastrosa. Pero Muhammad (s.a.s.)
no sólo les estaba buscando asilo y protección. Él no veía en los musulmanes
un grupo de personas acosadas a quienes debía poner a salvo. Las conversaciones
de 'Aqaba parecen las de un jefe que está preparando una guerra. Pero ello era
entonces absolutamente impensable.
El
Islam no nació para ser una religión. Lo que empujaba e inspiraba al Rasûl
Muhammad (s.a.s.) tenía mucha más fuerza que ello. Lo que lo había
transformado a él pretendía transformar el mundo. El Qur-ân describe al Islam
como una tempestad desatada que el cielo arroja contra la tierra. Estaba a punto
de ser proclamado el Yihâd.
De la pasividad se debía pasar a la acción. El Rasûl (s.a.s.) -inculcando a
sus discípulos y compañeros las enseñanzas relativas a la Unidad de la Verdad
que nos ha creado y a su absoluta soberanía- estaba sembrando en ellos el
germen de una rebeldía que era imposible acomodar en la ignorancia del mundo de
los idólatras. El Islam estaba destinado a crear su propio espacio. Los hombres
y las mujeres que no aceptaban más autoridad que la de Allah, no podían
someterse a ningún señor, a ningún ídolo, a ninguna condición, a ninguna
circunstancia. El Yihâd iba a ser la reacción material de aquellos en cuyos adentros
fructificaba el Tawhid, la
Unidad y Unicidad de la Verdad que gobierna los mundos.
De
forma imperceptible, eso se iba produciendo. Los acontecimientos se iban
encadenando para que el Islam surgiera con toda su fuerza más allá de las
circunstancias y opresiones en las que vivían los primeros escasos musulmanes.
Por todo ello, el segundo tratado de 'Aqaba parece extraño, irreal. Lo lógico
hubiera sido que Muhammad (s.a.s.) planteara una huida de sus seguidores a un
lugar hospitalario, pero los términos del pacto insinúan una fuerza
inexistente entonces. Desde nuestra perspectiva sabemos que se estaba forjando
algo extraordinariamente revulsivo, empezando con una pequeña brisa que pronto
se transformará en tormenta.
Es importante, llegados a este punto, hacer algunas precisiones sobre lo que va a ser el Yihâd. Yihâd significa en árabe "esfuerzo", "empeño", "rigor". Si del Islam suele decirse que tiene cinco pilares (la Shahâda, el Salat, el Çakât, el Siyâm y el Haÿÿ), el cimiento sobre el que se va a alzar su edificio es el Yihâd. Esto quiere decir que desde el principio la base del Islam va a ser la firmeza, la resolución, la fuerza. Allah es poderoso y su Revelación tiene la contundencia de su Verdad. De ahí que el Islam tenga la energía de la vida que se va abriendo camino. El Yihâd no es agresión ni es una actitud defensiva,... es ímpetu. Un ímpetu que se traduce de mil maneras según lo exijan las condiciones, aunque su objetivo final es el de hacer madurar las cosas. El Islam es el deseo de afirmación, de independencia, de libertad, de quien sabe que su único Señor es el que lo ha creado, el que le da vida, el que lo mantiene, el que lo mueve, y aquél en el que muere. Esto es el Islam, y a su resolución y actividad se les llama Yihâd.