EL PROFETA DEL ISLAM

SU VIDA Y OBRA

 

Traducción: 'Abdullah Tous y Naÿat Labrador

 

 

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El nacimiento de Muhammad (s.a.s.)

 

          Fue de ‘Abdallah bn al-Muttalib y de Amina bint Wahb de quienes nació Muhammad, futuro Profeta del Islam en Meca el año 53 de la Hégira (569 de la era cristiana). El padre había muerto algunas semanas antes, fue su abuelo ‘Abd al-Muttalib quien se ocupó del niño y de su madre. Había una antigua tradición en Meca, -tradición que ha persistido hasta nuestros días,- que era confiar los hijos a ciertos educadores que los llevaban con ellos en el desierto. Mientras esperaban la llegada de las mujeres nómadas, unas concubinas de la familia eran las encargadas de amamantar al recién nacido. Así fue como Zuwaiba, esclava de su tío Abu Lahab, crió al niño durante varios días. Hemos sabido ahora que Hamza, joven tío de Muhammad fue al mismo tiempo su hermano de leche. Las nodrizas buscaban naturalmente los hijos de los ricos: los huérfanos como Muhammad no debían serle muy satisfactorios.

        Un contingente de la tribu Sa’d ibn Bakr, una rama de los Hawâímíes, se trasladó entonces a Meca. Entre los de esta tribu se encontraba Halîma, futura nodriza de Muhammad la cual era muy pobre; debido a su montura, débil y achacosa, llegó a Meca con bastante retraso con respecto a las demás, y no pudo encontrar un niño rico. No queriendo volver con las manos vacías, tomó al huérfano Muhammad, de lo que no se arrepintió jamás.

        Se espera de un profeta que realice milagros desde su nacimiento; que su madre no tenga que sentir los dolores del parto; que el niño naciera y circuncidado, que los ángeles lavaran su cuerpo y marcaran su espalda con el sello del apostolado. Se cuenta también que el burro de su nodriza llegó a ser el más rápido de la caravana; su camella empezó a darle leche en cantidad más que suficiente para toda la familia; Muhammad no mamaba más que de un solo seno de la nodriza, dejando el otro para su hermano de leche; los carneros y las ovejas de Halîma volvían siempre satisfechos de sus pastos mientras que en el mismo lugar los otros animales no encontraban casi nada.

        Se cuenta además otro incidente más importante: un día uno de sus hermanos de leche corrió a casa de sus padres para contarles, muy asustado, que unas personas se habían apoderado de Muhammad y le habían abierto el pecho. Los padres fueron presurosos, pero encontraron a Muhammad sentado en la colina, con los ojos fijos en el cielo. Preguntado, contó que dos ángeles habían venido de parte de Allah, habían abierto su pecho, retirado de su corazón, quitado la parte perteneciente a Satán y puesto otra vez después de haberlo lavado con agua celestial, de la cual sentía aún el frescor. Los ángeles se habían ido ya al cielo y él los seguía entonces con la mirada. La nodriza y su marido creyeron su deber devolver Muhammad a sus padres mejor que retenerlo un poco más en su casa, por no saber qué otra desgracia podía acontecerle al maravilloso niño. Así como la cuestión del anuncio del nacimiento del Profeta que hicieron los ángeles a todas las criaturas, a título de introducción.

        Pero volvamos a la vida normal. La vida en casa de una nodriza nómada no podía ser más simple: la tribu pasaba las diferentes estaciones en diferentes lugares; los niños vigilaban durante toda la jornada los rebaños en sus pastizales y jugaban juntos; las mujeres recogían leña para la cocina, mantenían encendidos los fuegos y se ocupaban de hilar. Se contentaban con algunos dátiles y leche; a veces se comían verduras, carne etc y cuando con motivo de ferias al visitar a las ciudades como Meca, algunas golosinas. Podían haber también razzias o guerras entre tribus, pero nuestras fuentes no mencionan ninguna concerniente a la tribu de la nodriza Halîma.

        El joven Muhammad se comportaba como los demás niños. Se cuenta que un día, por una razón que los narradores no mencionan, mordió el hombro de su hermana de leche con tal fuerza que la cicatriz le quedó durante toda su vida; ¡pero ella no lo lamentó!. Más tarde, en efecto, en una expedición, el ejército del profeta hizo un determinado número de prisioneros, entre los cuales se encontraba Chemâ, esta hermana de leche; y cuando ella recordó a Muhammad el incidente y enseñó la cicatriz de su hombro, la reconoció inmediatamente y fue tratada con todas las consideraciones debidas a una hermana bien amada.

        Parece ser que la salud del niño era siempre muy delicada. Cada vez que iba a Meca, con la nodriza, para ver a su madre y a su abuelo, acusaba el cambio de aire, por esa razón, se dice que la duración de su estancia con la nodriza se prolongó bastante más tiempo que lo ordinario.

        La gran feria anual del ‘Ukâç tenía lugar en la región. Fueron allí alguna vez Halîma con su pupilo, y se cuenta que Halîma preguntó a un astrólogo adivino de la tribu Hudail, que ejercía su oficio en la feria, que predijera el destino del niño. Es posible que haya un nexo de unión entre el incidente de la incisión del pecho y esta adivinación: Horrorizada por la extraña visión, la nodriza deseaba estar tranquila sobre la suerte del niño que tenía a su cuidado, como le deja creer Ibn al-Janzî (Wafâ, p. 113 en sus trabajos hay varios relatos divergentes y según uno de ellos, fue el niño Muhammad, quien después del incidente, corrió a casa de su nodriza para ponerla al corriente, él mismo, de aquello que acababa de ocurrirle).

        Después del hecho milagroso recordado antes de “la incisión en el pecho”, el niño partió para volver con su madre, pero no sin algún otro accidente: Cerca de Meca, el niño se perdió; la nodriza corrió a casa del abuelo de Muhammad y después de muchas búsquedas lo encontraron sano y salvo jugando con las hojas caídas de los árboles.

        Muy pronto, Muhammad, su madre Amina, una esclava negra Umm Aiman y puede ser también que algún sirviente, partieron para Medina, donde vivieron los padres de ‘Abd al-Muttalib, precisamente en casa de un tal an-Nâbighah de la tribu de los Banû an-Nayyâr, casa donde se encontraba también, (y aún se recuerda en nuestros días), la tumba de ‘Abdallah, padre de Muhammad. El Profeta se acordará más tarde de haber nadado en una alberca perteneciente a la tribu; Se acordará igualmente de haber jugado con otros niños, también allí alojados y en particular con una niña, Unaisa, alrededor de un castillo que pertenecía a la familia, y que se divertían intentando hacer volar a un pájaro que se había posado en la torre del edificio.

        Fue en el camino de retorno cuando ‘Aminah murió repentinamente en Abwâ: Aunque no tenía más que seis años, la pena de Muhammad debió ser muy grande a la muerte de su madre, a la que amaba tiernamente. Más adelante, todas las veces que pasa por Abwâ’ en el curso de sus expediciones, el profeta se paraba para visitar la tumba de su madre mientras vertía abundantes lágrimas. Recordemos aquí un incidente posterior: un día un visitante nómada se puso a temblar cuando le presentaron al profeta, éste le dijo: “¿Por qué tienes miedo de un hombre cuya madre comía a menudo carne seca?”. Se han conservado varios poemas de ‘Aminah y también de otros parientes de familia de ‘Abd al-Muttalib, lo que demuestra que el nivel intelectual en esta familia era bastante alto, incluso entre la mujeres.

        La criada Umm Aiman llegó a Meca con el niño después de haber enterrado a ‘Aminah. ‘abd al-Muttalib, anciano entonces con 108 años, recogió a su nieto en su casa; y como el niño había perdido tanto a su padre como a su madre, la dedicación hacia su nieto fue naturalmente muy grande.

        Se cuenta que siempre que ‘Abd al-Muttalib se encontraba en el concejo municipal discutiendo con los otros concejales cuestiones importantes, al inicio Muhammad le gustaba dejar sus juguetes e ir a sentarse al Concejo; quería sentarse en primera fila, al lado de su abuelo. Sus tíos se lo impedían, pero el abuelo decía siempre. “Dejadle; él se cree ya una persona mayor y espero que siendo tan inteligente, lo será”. Era en efecto muy inteligente, nunca la asamblea tuvo que quejarse por que él los interrumpiera. El abuelo lo amaba tanto que en el decir de los cronistas, un día, en una sequía, pidió a Allah la lluvia, suplicándoselo en nombre de su nieto, y no fue decepcionado.

        A la edad de siete años, estuvo enfermo de los ojos y los “médicos” de Meca no podían curarlo. Se cuenta que ‘Abd al-Muttalib se dirigió entonces al lugar donde vivía un religioso cristiano, cerca de ‘Ukâq, allí dicho religioso le mandó un tratamiento que le fue muy bien. Es probablemente de una época posterior lo que nos habla al-Quifti cuando nos cuenta que habiendo caído enfermo, Muhammad pidió a su amigo Sa’d ibn Abî-Waqqâs que hiciera venir al médico mequí al-Hâriz ibn Kaladah.

        El joven Muhammad era tan inteligente que siempre que su abuelo u otros parientes perdían alguna cosa, ellos pedían siempre a Muhammad que fuera a buscarla y él lo encontraba siempre. Un vez el pastor de ‘Abd al-Muttalib fue a anunciarle que algunos camellos se habían pedido y que a él le era imposible encontrarlos en los valles del pastizal, Muhammad fue allí enviado; como tardaba en volver, el abuelo, asustado por la suerte de su nieto, partió completamente solo, en la noche, por las montañas, se puso a orar a Allah, con fervor y a hacer todo el ritual de la Kaaba, diciendo: Señor, devuélveme a mi pequeño Muhammad, y cólmame así de tus beneficios.

        Una vez Muhammad volvió, ‘Abd al-Muttalib prometió  no enviar jamás al muchacho a hacer semejantes encargos.

        Muhammad tenía ocho años de edad, cuando su abuelo murió, después de haberle confiado a su hijo Abu Talib, tío de Muhammad el cuidado del mismo, recomendándole que tuviera mucho cuidado con él.

 

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