EL PROFETA DEL ISLAM

SU VIDA Y OBRA

 

Traducción: 'Abdullah Tous y Naÿat Labrador

 

 

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El Islam de Rukâna, de ‘Umar, de Hamça y de Abû Mûsa

 

        Rukâna era un luchador bien conocido en Meca. Era tan alto y tan fuerte que cuando se ponía de pie en una piel de vaca o de camello colocada en el suelo, para que la gente tirara, no conseguían moverlo, mientras que la piel acababa desgarrándose. Un día que Rukâna había sacado a pastar a su rebaño de carneros, Muhammad lo encontró y como de costumbre lo invitó a abrazar el Islam. Hay dos relatos, puede ser que sean diferentes partes de una misma narración: Rukâna le pidió como prueba de su misión divina que los árboles se pusieran en marcha a su orden. Muhammad le dijo: “ahí hay un árbol ve y dile de mi parte que marche a reunirse con el otro de allí”. Rukâna se sentía más a gusto con su propio oficio; no quedando satisfecho con la andadura de los árboles, le pidió que luchara con él: él abrazaría el Islam si le vencía. Por tres veces Muhammad lo tiró de espaldas y Rukâna vio incluso el milagro de los árboles andando, pero no abrazó el Islam (pero corrió a decir a los paganos de Meca: conservémosle y saquémosle provecho enfrentándolo a los de  otras tribus, porque, por Dios que es el mago más grande del mundo, capaz de hacer las cosas más maravillosas). El otro relato dice que a su desafío de lucha, Muhammad le respondió: “Si, y si te venzo, tomaré el tercio de tu rebaño”. Después de tres asaltos, Rukâna, vencido comenzó a llorar de haber perdido todo su ganado y por miedo a su mujer. Muhammad le dijo: “No tengas miedo, no quiero imponerte a la vez  las derrotas  y la pérdida de tu ganado. Coge tu rebaño y vete en paz”. Impresionado por este gesto más que por los milagros, Rukâna gritó espontáneamente: “Reconozco que tú eres el enviado de Allah y abrazo el Islam”.

        El Islam de ‘Umar fue más sensacional:

    ‘Umar pertenecía a la importante familia de los Banû ‘Adî, en la cual había no solamente hombres sino incluso mujeres sabiendo leer y escribir antes del Islam. Como jefe de su clan, ‘Umar tenía un sitio en el Concejo de los Diez de la Ciudad-Estado de Meca, y estaba encargado de la importante función de asuntos exteriores. Era muy alto hasta el punto que más tarde en Medina, después de la Hégira, cuando la construcción de la mezquita del Profeta su cabeza tocaba el techo. Era por naturaleza, fogoso y orgulloso de su valía.

    Cuando las tentativas de los quraichíes por impedir al Profeta realizar su misión se toparon con la negativa del clan de Muhammad a abandonarlo, su irritación no debió tener límites; de forma que no es difícil imaginar que ‘Umar, hombre de una gran determinación y de un orgullo indómito, se decidió un día a asaltar la casa del Profeta y a asesinarlo, arriesgándose a una guerra entre su clan y el de Muhammad. Salió para cometer su crimen, y se encontró por el camino a Un’aim ibn ‘Abdallallâh an-Nahham, uno de sus parientes. Habiéndole preguntado éste, él le confió que iba a matar a Muhammad, Nu’aim, que había ya abrazado el Islam en secreto, y conociendo el carácter de ‘Umar le respondió: “Tú vas a aumentar las divisiones en la ciudad y a provocar una guerra con el clan de Muhammad. Pon primero en orden los asuntos de tu familia, antes de intentar hacerlos con los de la ciudad”. Después añadió: “tu propia hermana y su esposo son también musulmanes”. ‘Umar se puso furioso, y corrió a casa de su hermana. En la puerta oyó ruidos de cantos. Llamó fuerte. Había un instructor musulmán en la casa enseñando el Corán a los miembros islamizados de la familia, los cuales se apresuraron a esconderse. Fátima, hermana de ‘Umar, disimuló las hojas del Corán entre sus ropas y cuando se abrió la puerta a ‘Umar, no había nada sospechoso. Pero esto no engañó a ‘Umar quien después de algún altercado, cogió a su cuñado Sa’îd ibn Zaid y comenzó a pegarle. Intervino Fátima, pero sólo logró recibir ella también los golpes de su hermano el cual la hirió y comenzó a correrle la sangre. Entonces ella gritó con orgullo despectivo: “¿Qué es lo que quieres?. Sí, hemos abrazado el Islam; estamos dispuestos a reconocerlo: así haz lo que quieras”. Con la vista puesta en su hermana herida por él, ‘Umar tuvo remordimientos y quiso apaciguarla. Hablándole tiernamente le preguntó: “Déjame leer las hojas que leías antes”. Ella que estaba aun furiosa respondió: “Tú estas mancillado no eres digno de tocar esas hojas sagradas”. ‘Umar se transformó completamente: Salió de la habitación, fue al cuarto de baño y después de algunos instantes volvió en estado de pureza tanto corporal como espiritual y curioso por saber por qué su hermana había abandonado su antigua religión. Ella le dio algunas hojas, donde él leyó:

 

“Ta Ha

No hemos creado el Corán para que te mortifiques

Sino como exhortación para quien teme a Allah

Y revelación de aquél que creó la tierra y los altos cielos

Él es el Clemente que se instaló en el trono

A él pertenece cuanto hay en los cielos y cuanto hay en la Tierra; cuanto hay entre ellos y cuanto hay debajo de la tierra húmeda.

Aunque hables en voz alta, da lo mismo, pues él conoce el pensamiento secreto y lo que hay aún más oculto.

Allah no hay más dios que él. Suyos son los más bellos nombres.

¿Has oído la historia de Moisés?

Cuando vio un fuego dijo a su familia: “quedaos aquí, veo un fuego; quizás os traiga un ascua suya o encuentre quía en el fuego”

Más cuando llegó a  él fue llamado por su nombre “Oh Moisés,

En verdad soy tu señor, Quítate pues las sandalias pues estás en el valle sagrado de Tuwa;

Y te he elegido; escucha, pues lo que se te revela.

Soy en verdad Allah; no hay dios fuera de mi. Por ello sírveme y cumple la oración para recordarme;

Por cierto, la hora se acerca; voy a descubrirla para que cada alma sea recompensada por su conducta;

 

        ¡Qué bello y majestuoso es esto! Gritó ‘Umar. Jabbâb el instructor, no tuvo ya necesidad de esconderse; se presentó delante de ‘Umar y le dijo: “Yo te juro que fue ayer solamente cuando el Profeta pidió a Allah para que ayudara al Islam con la conversión de Abû Yahl o de ‘Umar. Esperó que sea a ti a quien ha tocado esa distinción. Teme a Dios, oh ‘Umar”. ‘Umar se informó del lugar donde el Profeta se encontraba y luego tomó el camino de Dâr al-Arqam, completamente armado como estaba, llamó a la puerta. Se advirtió al Profeta que ‘Umar estaba allí y que venía armado, pero él respondió: “No tengáis miedo, hacedle venir aquí”. ‘Umar no tardó en declarar su conversión, con alegría de todos. Era la hora del Salat, y el Profeta, quería celebrarlo en la casa como de costumbre con sus leales. ‘Umar le dijo: “No tenemos necesidad de escondernos así: Vamos a rezar delante de la Kaaba”. El público quedó asombrado de ver un desfile de musulmanes venir sin miedo a rezar delante de la Kaaba, pero se asombró más aún de ver que era ‘Umar quien les servía de guardián.

        La gente en general, al principio de su conversión, no lo reconocía públicamente. El temperamento de ‘Umar no se lo permitía. Así que escogió al enemigo más encarnizado del Profeta en la ciudad. Y pensó en Abû Yahl –que era incluso primo de su madre- para decírselo personalmente con gran pena y dolor de éste último. Después escogió a otro personaje que era incapaz de guardar un secreto cualquiera que fuera. En efecto, este hombre, Yamîl ibn Na’mar, desde que supo la noticia , corrió- y ‘Umar le siguió –por los diversos centros de los quraichíes, de cara a la Kaaba y les gritó la noticia. Algunos necios se lanzaron a no molestar a ‘Umar. Sin miedo, se defendió largo tiempo. Afortunadamente el sabio consejo por parte de un viejo conciudadano, pudo prevalecer y se le dejó partir en lugar de lincharlo en aquel momento.

        Poco después de ‘Umar, fue Hamça, tío del Profeta, quien declaró su conversión por los motivos que ya hemos dicho antes (179). Las fuentes (isti’ab de Ibn ‘Abd al-Ban, s.v. ‘Abdallah ibn Qas así como Abû Mûsa al-Arsh’ari) ni que decir tiene que la conversión de ‘Umar y de Hamça reforzó al Islam en Meca sin que por otra parte debilitara mucho la hostilidad de los paganos. Estos últimos se dieron cuenta sin embargo que el Islam no era un fenómeno pasajero. Estas conversiones datan del año 5 de la Misión (8 antes de la Hégira) en un momento en el que la comunidad musulmana de Meca era débil y muy amenazada, de modo que el mismo Profeta aconsejó a sus leales buscar refugio en Abisinia. 

 

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