EL PROFETA DEL ISLAM

SU VIDA Y OBRA

 

Traducción: 'Abdullah Tous y Naÿat Labrador

 

 

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La emigración a Abisinia

 

        La persecución continuó en Meca. Dentro de cada clan y cada tribu había musulmanes, pero su vida era muy precaria, ya que tenían enemigos incluso dentro de su misma familia; Sa’îd ibn al-As, por ejemplo, golpeó a su propio hijo Jâlid rompiéndole la cabeza. No viendo remedio a las persecuciones en la ciudad, el Profeta aconsejó a sus leales: “Si queréis y podéis, id a buscar refugio en Abisinia, ya que el rey que hay en aquel territorio no oprime a nadie dentro de su país; es un país de justicia; quedaros allí hasta que Allah facilite las cosas”. Una decena de musulmanes, con algunas mujeres salieron en un primer grupo. Otros les siguieron sin dudarlo en razón a la buena acogida que habían tenido sus predecesores. En el primer contingente se cita el nombre de ‘Uthmân, yerno del Profeta, y en el segundo Ya’far at-Teyâr, primo del Profeta. ‘Uthman llevó con él a su mujer (Ruqeya, hija del Profeta) utilizando un asno como medio de transporte (Abû Ya’la et Tabarânî, citados por ibn Hayar, Matâlib ‘aliyah, Nº 3943). Llevaba una carta del Profeta al Negus de Abisinia, donde le pedía dar hospitalidad a Ya’far y a sus compañeros. Hay motivos para creer que Ya’far llevaba la carta con él, y que el Profeta conocía personalmente al Negus; pero eso ya lo veremos más adelante en el capítulo “Relaciones con Abisinia”.

        Algún tiempo después sobrevino un incidente: Un día el Profeta hacía el Salat delante de la Ka’bah, recitando el capítulo 53 del Corán, y cuando llegó a estos versos:

 

    Háblame ahora de Lat y Uzza

    Y de Manat, la tercera ¡otra diosa!

    ¿son ellas grandes señoras?

    ¿y  su intercesión aviva la esperanza?

 

        Los comentaristas musulmanes dicen en general que estos dos “versos” no existían en el pasaje recitado por Muhammad, pero que Satán los intercaló y los hizo oír sólo para los paganos. Es de suponer incluso que el texto diabólico se encontraba en lo que el Profeta recitaba, la explicación no supone ningún problema:

    Parece ser que se conocían estos “versos”, y se ha dicho que alguien recitó los dos últimos con un tono diabólicamente afirmativo, en vez de interrogativo como hacía falta, (el texto no presenta ningún adverbio de interrogación). Los paganos presentes creyeron que Muhammad había hecho una concesión a favor de sus ídolos; grande fue su alegría, tanto que cuando Muhammad se prosternó en el Salat, ellos también se prosternaron delante de la Kaaba. Muhammad ignoraba todo lo que estaba pasando. Y una tregua siguió a este malentendido, y el ruido llegó a Abisinia, lo que incitó a algunos refugiados a volver. Mientras la ilusión fue disipada; Muhammad se tomó el incidente con mucha pena, y una nueva revelación corrigió y reemplazó a la equivocada:

 

    Háblame ahora de Lat y Uzza

    Y de Manat, la tercera ¡otra diosa!

    ¡Cómo! ¿Para vosotros los varones y para él las hembras?

    En verdad es un reparto injusto

    Estas no son mas que nombres que vosotros le habéis dado, vosotros y vuestros padres, para los que Allah no ha dado autoridad alguno. No siguen mas que conjeturas y lo que desean sus almas, aunque le ha llegado ya la guía de su señor

 

        La anulación de esta “concesión” no hizo mas que agravar la situación de por sí precaria, de los musulmanes de Meca. No nos asombremos si un gran número de ellos tuvieron que dejar la ciudad para refugiarse en el extranjero. En la lista de Balâdzurî que toma de distintas fuentes, la cifra alcanza a 130.

        Probablemente es como consecuencia de esta segunda emigración que los quraichies enviaron una delegación ante el Negus para pedirle la extradición de los refugiados musulmanes. Esta delegación volvió con las manos vacías.

        Las contrariedades de Abû Bakr no eran menos grandes, aunque fuera miembro hereditario del Concejo de los Diez de la Ciudad-Estado de Meca, y que sus obras filantrópicas le hubieran valida una influencia que traspasaba los límites de la Ciudad. En su momento dejó Meca y tomó el camino del Yemen para embarcarse allí en un puerto. Después de algunas jornadas de viaje llegó a la región de Qârah. El jefe de este lugar quedó asombrado de saber que Abû Bakr se había visto obligado también a abandonar su patria. Conmovido, tomó sobre él la responsabilidad de proteger a su amigo y de acompañarlo a Meca, donde ejercía una fuerte influencia como aliado militar de los quraichies. Allí, declaró públicamente que él sería en lo sucesivo el protector de Abû Bakr. Después de algún tiempo, los mequies fueron a pedir por medio de Ibn al-Dughunna, éste jefe de Qârah, a Abû Bakr que no cantase más el Corán en voz alta, ya que eso atraía a las mujeres, niños y esclavos de sus vecinos a su puerta. Abû Bakr respondió a Ibn ad-Dughunna que no tenía necesidad de su protección, y que Allah le bastaba. Se quedó en Meca, y decidió no ir a Abisinia, ya que graves acontecimiento amenazaban la vida del Profeta.

        Sin poder situar los hechos exactamente por orden cronológico, debemos señalar que los mequies no vacilaron en recurrir a los métodos más deshonestos para hacer presión sobre los extranjeros y hacerlos apostatar. Así, Al-‘as ibn Wâlid rechazó pagar sus deudas a Jabbâb ibn al-Aratt. Y ibn Hishâm nos dice de Abû Yahl: “si él oía decir que un hombre noble y poderoso abrazaba el Islam, lo cubría de reproches e insultos diciéndole: Abandonas la religión de tu padre cuando él era mejor que tu... si era un comerciante le decía: Por Dios que haremos que nadie te compre y que tus mercancías se estropeen. Y si el convertido era débil y sin defensa, lo golpeaba y empujaba a los demás a hacerlo también”.

        Terminemos por un pequeño incidente contado por ibn Hanbal: Había un gran número de ídolos públicos en Meca. De vez en cuando, Muhammad y su joven sobrino  ‘Ali, aprovechaban la oscuridad de la noche para romper alguno. Según al-Hâkim, sería incluso la víspera de su Hégira hacia Medina; él habla de “el ídolo más grande” (¿Hubal?) hecho de cobre y fijado al techo de la Kaaba con tornillos de hierro, y que cuando ‘Ali lo tiró por tierra, quedó muy dañado. Y otro hecho en el mismo sentido: ‘Ali y ‘Usâmah ibn Zaid (¿Zaid ibn Hariza?) llevaban excrementos en unos trapos que tiraban sobre los ídolos. Al día siguiente los idólatras pálidos de rabia decían: ¿quién lo ha hecho?. Después los lavaban con leche y con agua (ibn Râhûya, citado por ibn Hyar, Matâlib nº 4275).

 

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