EL PROFETA DEL ISLAM

SU VIDA Y OBRA

 

Traducción: 'Abdullah Tous y Naÿat Labrador

 

 

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La exclusión social

 

        Exasperados por la negativa del Negus de extraditar o de castigar a los refugiados musulmanes, los quraichies encontraron otros medios de luchar contra la reforma religiosa. Decidieron “excomulgar” al clan del Profeta, y resolvieron prohibir que nadie: “les hablara (o sea a los Banû Hashim, familia del Profeta, así como a los otros aliados y parientes, los Banu’l-Muttalib), que los acompañara, o que tuviera relaciones matrimoniales o comerciales con ellos; que resolviera ninguna paz con ellos hasta que no hubiesen entregado a Muhammad para ser decapitado” por los paganos mequies. Los quraichies estaban hasta tal punto determinados que colocaron esta documento en la Ka’bah. Los Ahâbich, aliados tradicionales de los quraichies, de los cuales hablaremos más tarde con más detalle se sumaron también al boicot. La prohibición duró muchos años. El Profeta, su mujer Jadîÿa, su tío Abû Talib, y todos sus otros parientes, musulmanes o no musulmanes, -menos el tío Abû Lahab, que se solidarizó con los perseguidores y quedó en la ciudad,- debieron refugiarse en las afueras de Meca, en Chi’b-Abî-Talib. La historia de su miseria, después de este boicot, observado rigurosamente es patético. Una de las víctimas nos cuenta que fue afortunada una noche que encontró un trozo de piel de animal degollado hacía tiempo, para cocerla y poder comer. Un día, un sobrino de Jadîÿa, un pagano que había quedado en la ciudad, envió un pequeño paquete con alimentos a su tía, lo que provocó una querella sangrienta en la ciudad. Los meses de la tregua de Dios permitía sin duda procurarse artículos con los peregrinos extranjeros; pero no teniendo ninguna actividad económica en la ciudad, los refugiados debieron sin duda carecer de dinero. A veces, se veía al Profeta salir de su refugio, durante la época de peregrinación para predicar el Islam entre los visitantes extranjeros en Mina, a Mayanna, en ‘Ukâz, etc. Buscaba a aquellos que le dieran asilo en su región y le ayudaran (Ibn al-Yozî, Wafâ. p. 216), y aseguraba que pronto los tesoros de los emperadores bizantinos y persas caerían en sus manos como botín.

        Muchas personas en la ciudad, a nivel individual, deseaban poner fin a este boicot; así mismo extrañas coincidencias apuntaban a finalizarlo. También espíritus filantrópicos de la ciudad se reunieron para pedir la anulación, al menos parcialmente, de la prohibición; uno de ellos logró reunir poco a poco una media docena de compañeros que se pusieron de acuerdo para denunciar la excomunión en cuanto a sus clanes. Puede ser que los comerciantes de la ciudad, que lo sufrían más que los demás, hubieran contribuido. Por otro lado, el Profeta anunció que las termitas habían roído el aviso de boicot, colocado en la Kaaba, respetando solo los nombres de Allah y de su enviado. Curiosos y escépticos los quraichies entraron en el templo, donde nadie había tocado el documento, y encontraron que la declaración de Muhammad era exacta. No vieron sin embargo en ello un milagro que probara la veracidad de la misión divina de Muhammad, pero acordaron al menos el fin del boicot contra los musulmanes.

 

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