EL PROFETA DEL ISLAM
SU VIDA Y OBRA
Acabamos de ver que 186 familias mequíes habían sido integradas, por un acto jurídico, en otras tantas familias mediníes. Si aproximadamente cuatrocientos jefes de familias habían abrazado el Islam al comienzo de la Hégira, el número total de musulmanes debía ser mucho más numeroso. Podemos pues situar en esta época el relato de Bukhâri: “Hudhaifah cuenta que el Profeta nos dice: “Escribid por mí los nombres de todos los que reconocen al Islam. Escribimos los nombres de quince cientos de personas”.
A parte de
estos 1500 musulmanes, censados en este primer empadronamiento islámico, había
en medina algunas tribus árabes que no estaban aún islamizadas; aparte estaban
los judíos, casi tan numerosos como los árabes. Nos encontramos pues en medina
con una población de unos diez mil habitantes, en el año 1 de la Hégira.
Aus y Jazry eran dos hermanos: sus descendientes constituyeron en Medina dos clanes rivales. En la guerra fratricida que precedió a la de Bu’âth, seis o siete años antes de la Hégira, los jazrayíes habían ganado la batalla y se habían aliado con los judíos de la ciudad. Este desequilibrio de fuerzas es lo que impulsó a la tribu Aus a buscar la alianza de los Qoraichíes de Meca. Los sabios de los dos clanes estaban ya hartos de estas guerras fratricidas. Es evidente que un extranjero, como Muhammad, tendría más oportunidades de triunfar como jefe común de todos. Antes de la Hégira los jazrayíes habían decidido elegir a un rey, y, en efecto, los artesanos mediníes habían recibido en encargo de una corona que debía llevar ‘Abdallâh ibn ubaiy ibn Salûl, cuando el Profeta se trasladó a Medina. Un rey jazrayí no hubiera sido aceptado por los ausíes. Probablemente tampoco por los judíos. El islam impidió a los jazrayíes seguir con su proyecto, con gran desencanto del rey designado. Aquí es donde hay que buscar la explicación de la hipocresía de ‘Abdallâh ibn Ubaiy, y de los numerosos enemigos que por este motivo tuvieron los musulmanes.
En cuanto a
los judíos. Estaban divididos en tres grandes tribus principales; Qainuqâ,
Banu an-Nadìr, y Banu Quraizah. La primera estaba aliada con los jazrayíes, y
la última con los ausíes. Debió haber guerras internas también entre los judíos
porque muchos de ellos estaban aliados con un clan árabe y los otros lo estaban
con el clan hostil al primero. Según el sentido etimológico, Qainuqâ,
significa orfebre, Nadîr tiene el sentido de frescura de las hojas (así pues
agricultor); Quraizah es una planta empleada por curtidores de pieles.
Probablemente esos eran sus principales oficios, al menos al comienzo de su
inmigración a Medina. En el comercio ellos trabajaban como importadores, como
vendedores de géneros alimenticios, y como banqueros; (el Profeta muere con su
cota de malla hipotecada en el establecimiento de un judío de Medina, por haber
comprado a crédito una cierta cantidad de grano).
En cuanto a
los cristianos, su número en Medina era casi despreciable: se habla de un tal
Abû ‘Amir (de la tribu de Aus) que abraza el cristianismo y se hace fraile;
(su hijo Hanzalah fue uno de los mejores musulmanes, y obtiene el título de
“Ghasîl al-Malâ’ikah”, o aquel
que ha sido lavado por los ángeles, después de muerto en la batalla de
Uhud). Hostil al Islam, Abû ‘Amir abandona Medina, toma parte en la batalla
de Uhud en el lado mequí con unos cincuenta discípulos; pierde después toda
esperanza, se instala en territorio bizantino. Cuando el Profeta emprende su
gran expedición a Tabûk contra Bizancio, Abû ‘Amir cree llegado su momento
y asegurando a los hipócritas de Medina que va hacer invadir Medina por un ejército
bizantino, les pide que construya “una mezquita rival” por las afueras de la
mezquita de Qubâ, para reunirse allí sus amigos hipócritas (cf. Samhûdî, 2ª
ed., p. 814); pero el Profeta sospechando sus motivos, ordenó destruir e
incendiar este centro de hipocresía. Abû ‘amir muere en Heraclius dos años
más tarde. No queda después de esto huella alguna de cristianismo en Medina.
No existen
representantes de otras religiones en la Medina Preislámica.
En cuanto a
la vida política, no excedía el ámbito tribal; no llegaba ni a ciudad, es
todo. Entre los árabes o entre los judíos, cada tribu constituía una unidad
independiente, y no reconocía ninguna autoridad que no fuera su propio jefe. No
se sabe gran cosa sobre la forma de elegir estos jefes de tribu. Cada tribu poseía
un lugar para las reuniones públicas, para las deliberaciones de los grandes de
la tribu en caso de necesidad, así como para las distracciones, sobre todo en
verano, para divertirse y pasar las veladas. Cada tribu poseía un tesoro público
que se mantenía con las contribuciones de los miembros de la tribu para atender
gastos inesperados, tales como guerras etc. Una especie de seguridad social
existía entre las tribus árabes: si uno de sus miembros se declaraba culpable
de un delito, esto llevaba consigo la correspondiente indemnización económica,
sobre todo el precio de sangre cuando había por medio un homicidio, era la
comunidad y no el individuo culpable, quien era responsable del pago. No había
autoridad común sobre las diferentes tribus: para obtener justicia, cuando el
culpable pertenecía a un clan distinto del de la víctima, el único medio era
la negociación apoyada con la fuerza. Tampoco había igualdad: se sabe que el
precio de sangre deudor de ciertos clanes con poco poder eran a veces la mitad
de otros clanes más poderosos. No había código de leyes; los árbitros
escogidos en cada ocasión, no dependían más que de opiniones personales o
impuestos por la costumbre.
El
territorio de la ciudad no estaba bien determinado. Para la defensa contra los
invasores, cada tribu poseía cierto número de torres o pequeños castillos; no
solamente las mujeres y los niños, sino también los rebaños de ovejas
encontraban en ellos refugio mientras que los hombres adultos salían a combatir
a la llanura. Las ruinas de la torre de Dihyân, pertenecía a Uhaiha ibn al-Yulah-
cuya viuda fue más tarde desposada por Hachim y madre de ‘Abd al-Muttalib-
forman varios pisos, construidos con piedras “blancas como la plata” han
resistido el asalto del tiempo hasta nuestros días en la parte meridional de
Medina (cf. Sambhûdî, 2ª ed., p. 194).
En cuanto a
la educación, un número limitado de hombres podían leer y escribir. Los judíos
hablaban árabe pero parece ser que escribían con caracteres hebreos. Mantenían
entre ellos un Bait al-Midras. Esta institución, a la vez escolar y judicial,
así como la posesión de un libro divino, les había dado una cierta
superioridad psicológica sobre sus vecinos, paganos e iletrados.
El
territorio de Medina en un inmenso valle: de una a dos jornadas de marcha en
camello de norte a sur, y otras tantas de este a oeste; dicho valle se encuentra
rodeado de montañas. Los volcanes han cubierto con su lava buena parte de este
espacio. El clima es dulce y la tierra fértil. El agua de los pozos, sobre todo
la de ‘Ain Zarqâ es fresca y abundante. Jamás bebí nada mejor. Sus
datileros son justamente famosos por la calidad de sus productos, por la
variedad de las especies y por la abundancia de sus cosechas. En el primer siglo
de la Hégira, Medina exportaba trigo a Siria. Llueve mucho más a menudo que en
Meca, y es por Medina por donde pasan las aguas del valle de Wayy (Tâ’if) al
sudeste de Meca desembocando en el Mar Rojo. Antes de llegar a Medina (hacia el
norte por las afueras), estas aguas se desparraman en un lago, el ‘Aqûl,
donde a menudo el agua queda durante todo el año. En mi visita de 1946, algunos
nómadas ocupaban la región, y me dijeron que antes de la primera guerra
mundial, los gobernadores turcos tenían allí sus barcos de recreo. Ahora
abastece de agua potable a la ciudad para suplir al agua de ‘Ain Zraqra, que
de esta manera ha perdido así su gusto y su antiguo dulzor.
Antes
de analizar el contenido del documento constitucional, se puede poner de relieve
un hecho providencial: Muhammad fue reconocido sin oposición en Medina como
jefe político supremo, y esto porque no había rey en función, había un vacío
de poder. Si hubiera habido un rey no hubiera abdicado fácilmente en favor de
su profeta (se recuerda la conversión de Constantino al cristianismo en 323 y
sus relaciones con el Papa contemporáneo). Ni Zoroastro, ni Confucio, ni
Krichna, ni incluso Moisés y Jesús tuvieron esa fortuna. Sin esa fortuna
providencial, Muhammad no hubiera podido convertirse en un “modelo perfecto a
imitar” por su comunidad, modelo de un hombre que enseña y aplica también su
enseñanza, un hombre que dirige la vida tanto en el campo espiritual como en el
moral y material. ¡Que dicha para la humanidad!,
¡dicha única!. ¡Qué rey puede gobernar tan sabiamente y con tanto
desinterés como un profeta!.