EL PROFETA DEL ISLAM

SU VIDA Y OBRA

 

Traducción: 'Abdullah Tous y Naÿat Labrador

 

 

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La tragedia de ar-Rayi’

 

         Los mequíes habían anunciado los precios para las cabezas de los musulmanes. Algunos miembros de la confederación Ahabich (entroncados con ‘Adal y Qârah) se habían dirigido a Medina algunos meses después de la batalla de Uhud para pedir el envío de misioneros, el Profeta les escogió una decena; pero cuando éstos llegaron a ar-Rayi’ en las afueras de Meca, los traicionaron por la noche; y al querer resistirse al apresamiento, la mayor parte fueron asesinados en el campo por los habitantes de la ciudad. No obstante tres de ellos aceptaron ir con los hudhailíes, habitantes del lugar, que les habían prometido respetar sus vidas y contentarse con un rescate. Se encaminaron con ellos hacia Meca pero uno de ellos presintiendo las brutalidades que se iba a ver obligado a soportar y el destino que le esperaba, logró desatarse de sus ligaduras, y después de una lucha, fue muerto. Los otros dos fueron entregados a los mequíes a cambio de dos prisioneros hudhailíes que estaban en Meca. Safwân ibn Umeya a uno de los dos, y lo envió a su esclavo Nastas (¿Anastasio? ¿cristiano?)  para que él lo matara públicamente. Los espectadores de esta ejecución pública insultaron al Profeta, pero quedaron sorprendidos e incluso conmovidos de ver como un musulmán amaba a su Profeta, incluso frente a una muerte cierta. La misma suerte esperaba al otro prisionero, y su comportamiento conmovió a la familia encargada de su custodia en su propia casa, hasta tal punto que pronto abrazó el Islam. En efecto antes de ser conducido al lugar de la crucifixión, el prisionero pidió un barreño para hacer sus abluciones y prepararse así para la muerte. Al ama de la casa le mandó el barreño con su propio hijo, un niño. Fue demasiado tarde cuando se dio cuenta que era peligroso para un niño dirigirse a un condenado a muerte. Pero Jubaib, el prisionero, tomó el barreño, y acarició al muchacho diciéndole que un musulmán no traiciona la confianza que han puesto en él; luego lo dejó partir. Revelemos un pequeño detalle sobre las supersticiones mequíes: para los mequíes, el territorio de la ciudad era sagrado; para matar a los desgraciados, se los conducía a Tan’im, fuera de tierra santa. Se divertían torturando durante mucho tiempo dándole con sus lanzas al prisionero.

 

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