EL PROFETA DEL ISLAM

SU VIDA Y OBRA

 

Traducción: 'Abdullah Tous y Naÿat Labrador

 

 

índice

 

 

Despertar de la conciencia al Islam

 

        Muhammad tenía 35 años, cuando un acontecimiento suscitó en Meca un despertar de la vía espiritual: un día cuando se perfumaba con incienso la Kaaba, una chispa llevada por el viento hacia las cortinas que rodeaban el santuario, hizo arder el edificio. Poco después, las lluvias causaron una inundación, y la construcción debilitada por el fuego no pudo resistir.

        La espiritualidad mequí estaba muy degenerada en esta época. Recordemos por ejemplo, un incidente citado por Ibn Habib: Algunas tribus de Medina vinieron a Meca para firmar una alianza con los quraishíes; todo había terminado cuando se comenzó a cortejar y abrazar a las bellas hijas de los mediníes que estaban como de costumbre con la juventud de meca, incluso haciendo los actos de piedad habituales alrededor de la Kaaba; según el autor, esto no era más que un pretexto para romper la alianza ya concluida, pero la ligereza con la cual los mequíes hablaban de estas cosas indica bien su decadencia moral.

        El consejo municipal se reunió pronto para preparar la reconstrucción. Todo el mundo estuvo de acuerdo de pedir a los habitantes una contribución especial; se decidió igualmente no aceptar ninguna donación procedente de ganancias inmorales, como usura, prostitución, etc.

        En la estación de las lluvias, hubo tempestad en el mar y un navío bizantino, llevando materiales de construcción de Egipto a Yemen, para construir una iglesia, naufragó en la coste de Chis’aiba, puerto de Meca. Al conocer la noticia, los mequíes corrieron al puerto, dieron hospitalidad a los náufragos y renunciaron a los derechos de aduana habituales si las víctimas consentían en vender lo que ellos pudieran salvar de los restos incluido el casco del barco. Así compraron mármol, hierro y madera. Entre los náufragos, Bâqum, un carpintero copto, decidió instalarse en Meca y practicar su oficio. Los mequíes se sintieron satisfechos.

        Otra coincidencia: se habían excavado unos pozos cerca de la Kaaba, en los cuales se echaban todas las ofrendas para el santuario. Después de algún tiempo, una serpiente se refugió allí y cuando salía de vez en cuando y mostraba su cabeza, causaba gran sobresalto entre los habitantes. Un día que salió, cayó sobre ella un enorme serpentario y cogiéndola con sus garras, la devoró, con gran satisfacción de todos.

        Para construir, hace falta demoler las ruinas; muchos años de superstición los hacían vacilar. Por fin uno de los notables de la ciudad avanzó, y, pronunciando algunas palabras piadosas, dio el primer golpe de piquete. Los demás esperaron un  poco, después viendo que no caía ningún mal sobre el “destructor” de la casa del Dios, se entregaron ellos también a las tareas de desescombro. Según nuestra información, la demolición no se paró hasta llegar a las bases colocadas por Abraham en su construcción original, bases hechas de piedras verdes y se decidió reconstruir el santuario a partir de dichas bases.

        La Kaaba era un cubo, una habitación de cuatro muros. Los materiales reunidos eran insuficientes para erigir un edificio semejante al que había construido Abraham. Se decidió cubrir una parte y dejar otra sin techo. Se decidió aumentar la altura con relación a la del edificio destruido, y colocar la puerta de entrada de tal forma que el acceso exigía una “pasarela” que debía llevar el dinero al funcionario que tenía la llave de la puerta. En la parte sin techo, el acceso era libre, y se empleaba para prestar juramento y otros actos solemnes. Cuando los muros comenzaron a elevarse y llegó la hora de poner la Santa Piedra Negra en su lugar, se abrió un fuerte debate: cada uno de los clanes querían tener el honor. Algunos llegaron hasta llevar un recipiente lleno de sangre y juraron no ceder jamás y bebieron de la sangre. El trabajo se paró hasta que un viejo notable sugirió echarlo a suerte y dijo: “Dejemos escoger al Dios y aceptemos como árbitro a la primera persona que venga ahora hacia aquí. La Suerte quiso que fuera Muhammad. Se tenía confianza en su honestidad. Hizo traer una pieza de tela y la extendió en el suelo, colocó la piedra sobre la tela y llamó a los representantes de todas las tribus para elevar la pieza de tela; luego puso la piedra él mismo en el lugar escogido. Todo el mundo quedó contento.

        Un último incidente a mencionar: los obreros que llevaban las piedras para la construcción  de los muros, se quitaban sus taparrabos, y plegándolos, los ponían sobre los hombros para no arañarse con las piedras. Muhammad no lo hizo y se hirió en los hombros. Por sugerencia de su tío ‘Abbas, lo hizo y dice la tradición que cayó desvanecido por estar desnudo. Se cubrió inmediatamente y no lo hizo más.

        Terminada la construcción, se la decoró con estatuas y pinturas tanto por dentro como por fuera. Se menciona que en el interior estaban las imágenes de la Virgen y del Niño Jesús, así como las de Abraham e Ismael. Se nos habla igualmente de 360 ídolos alrededor de la casa de Allah, la Kaaba. El edificio construido por el Dios único, se convirtió así en panteón. Esto debió hacer reflexionar a los habitantes que tenían una noción más elevada de la religión y que vieron las prácticas religiosas un culto idolátrico, puro y simple.

        Se había aprendido en Meca prácticas como las de los Banû Hanifa de Arabia Oriental, que erigían un ídolo gigante hecho de harina y dátiles y cuando había hambre iban lo cortaban en trozos para comerlos. En el desierto, si no había piedras, los beduinos ordeñaban sus camellas incluso sobre un montón de arena y después practicaban sus actos de adoración. Algunas veces, ofrecían a los ídolos sus productos lácteos. Los hombres en su superstición no tocaban estas ofrendas, pero no obraban así los perros de la tribu, que los lamían y después orinaban sobre los pobres ídolos. ¿Qué  hombre inteligente no encontraría con qué reflexionar sobre el poder atribuido a los ídolos?. En Meca mismo se cuenta que un individuo cogía piedras más o menos bonitas para adorarlas, y cada vez que encontraba una piedra más bonita, tiraba la vieja que se había vuelto a sus ojos sin valor y tomaba la nueva como objeto de culto.

        Tales incidentes no podían si no ser un motivo de reflexión para cualquier espíritu serio y reflexivo. Desde generaciones los mequíes habían viajado al extranjero, en territorios cristianos y otros con extraños ritos; los extranjeros pasaban por Meca. No nos asombremos pues de que hubiera una crisis de conciencia en los espíritus más evolucionados y que bajo el mismo techo se hayan podido ver a diferentes miembros de una misma familia teniendo diferentes religiones. Algunos habían abrazado el cristianismo; otros buscaban alguna otra cosa. Típico es el caso de Zaid ibn ‘Amz ibn Nufel; no comía carne de los animales sacrificados a los ídolos y, no encontrando ni en el cristianismo ni en el judaísmo lo que él buscaba, decía: “Oh Allah si yo supiera cual es la manera de adoración que te complace, me conformaría con ello, pero no la conozco”; después se postraba sobre sus palmas. Muhammad mismo no olvidó jamás el discurso de Sâ’idah al-Iyâdî sobre el monoteísmo que había oído en la feria de ‘Ukâr. Él se referirá a veces también a los versos de Labîd y de Umeyah ibn Abi’s-Salt sobre el mismo tema. Hemos visto que el cristianismo se estaba extendiendo un poco en la familia de la mujer de Muhammad. No había curas ni monjes en Meca, pero muchos cristianos esclavos habitaban la ciudad.

        La familia de Muhammad era en general idólatra, como el mequí medio y detentaba incluso algunas funciones relativas al culto, tales como aprovisionar a los peregrinos del agua sagrada de Çançan, etc, Después de la reconstrucción de la Kaaba, se observa en la familia del profeta un despertar de la conciencia espiritual. Ya su abuelo ‘Abd al-Muttalib se retiró a la caverna de Hirâ durante el mes de Ramadán. Por su parte Muhammad fue también atraído por este camino, encontrando así un medio para calmar su espíritu. Cada año, pasaba todo el mes de Ramadán en esta misma gruta, en las afuera de Meca, en meditación y vida ascética. De vez en cuando su mujer le enviaba provisiones; a veces volvía él mismo a buscar aquello que le faltara. Hubo por allí viajeros perdidos, con los que Muhammad compartió sus provisiones. Cuando volvía de este retiro, se dirigió primero a la Ka’bah, para dar allí las 7 vueltas rituales antes de entrar en su casa. Es extraño leer en el texto de Ibn Hîshâm y de Maqrîzî que hacía este retiro piadoso en compañía de su mujer Jadîÿa. Ella, debía normalmente ir a verlo de vez en cuando para llevarle nuevas provisiones. De todas formas ella no esta allí la noche de la primera revelación, luego estaría en su casa en Meca.

        Yo he visitado esta caverna de Hirâ: que se encuentra en la cumbre del Monte Nûr (literalmente: luz). Situado a penas a un Kilómetro del emplazamiento de la casa de Muhammad, el Monte Nûr presenta un aspecto muy singular; se le ve desde muy lejos entre las numerosas montañas que lo rodean. La caverna Hirâ está construida con roca desmoronada y amontonada, que forman tras costados así como la bóveda. Es bastante alta y permite a un hombre estar de pie sin que la cabeza toque la bóveda; es bastante alargada para que en ella se pueda uno acostar. Por una curiosidad  el alargamiento de la cavidad se dirige a la Kaaba. El suelo es bastante plano, y se puede extender paños para hacerse una cama. La entrada está constituida por una pequeña abertura bastante alta, lo que obliga a subir varios escalones hechos de roca antes de poder penetrar. No se sabe por qué se ha llamado a esta cima “Monte Luz”. Está cerca de la ruta que va desde Meca a la explanada de Mina, donde los peregrinos de Meca deben pasar varios días. Puede ser que se encendiera fuego sobre esta montaña, para guiar a los viajeros por la noche, práctica bastante extendida en esta época por la región puesto que se encendía fuego sobre una colina de Muzdalifa, como ya sabemos, no hay razón para creer que haya sido la única señal luminosa entre ‘Arafât y Meca, ya que los peregrinos que venían de los cuatro rincones de la península debían pasar por allí.

        No se sabe gran cosa  sobre la evolución del pensamiento religioso de Muhammad durante sus retiros. Si él se dirigía a la cueva cada año, es necesario pensar que encontraba un consuelo espiritual. Los biógrafos dicen que Muhammad comenzó a tener “sueños claros como el alba”: todo lo que el veía en sueños, él encontraba su significación o la realización en los hechos de los días siguientes: Además oía alguna vez una voz extraña; giraba la cabeza a un lado y al otro y no viendo a nadie, se extrañaba con temor. La voz del invisible se volvió después más frecuente, hasta que tomó un sentido: se dice que Muhammad oía alguna vez una voz que venía de las rocas o de los árboles, que lo saludaba llamándolo por su nombre. 

        Había alcanzado ya la edad madura y seis meses antes del Ramadán del cual vamos a hablar, había celebrado ya el 40 aniversario. El mes de Ramadán llegó, y al parecer por quinta vez, se dirigió a la soledad de la caverna Hirâ. Varias semanas pasaron sin incidentes; después la noche que precedió al 27 día del mes, tuvo una extraña visión; un ser de luz le dirigió la palabra. He aquí el relato de su propia boca: Me dijo que era el ángel Gabriel, que Dios lo había enviado para anunciarme que me había escogido para ser su Mensajero. El ángel me enseñó a hacer mis abluciones, y cuando tenía el cuerpo purificado, me pidió que leyera. Yo le respondí: no se leer. Me tomó en sus brazos y me apretó muy fuerte y al dejarme en seguida me pidió una vez más que leyera. Yo le dije: pero si yo no se leer. Me apretó de nuevo y más fuerte, luego me pidió que leyera, y yo le respondí que no sabía leer. Me tomó en sus brazos la tercera vez y habiéndome apretado más fuertemente que nunca, me soltó y dijo:

            “¡Lee por el nombre de tu señor que ha creado al hombre de un coágulo de sangre. Lee!. Porque tu señor, el muy noble, es el que ha enseñado con la pluma. Él ha enseñado al hombre lo que él no sabía”

        Después el ángel partió. No se sabe exactamente la secuencia de los acontecimientos. Parece ser que Muhammad tuvo una visión más extraña y más espantosa todavía: Vi al ángel sentado en el vacío de la atmósfera. Estupefacto, se quedó sin movimiento, hasta que unas personas enviadas por su mujer vinieron a buscarlo para llevarlo a la casa. Se cuenta también que una vez el profeta entró temblando en su casa, y se tapó con una manta: Puede ser que se trate del mismo incidente. Los versículos del Corán dice: “¡Oh Tú que te has envuelto en tu manto!”, se refiere a este acontecimiento, a pesar de haber sido revelado en una época posterior.

        Cuando la primera revelación, esta inspiración divina, teniendo a un ángel como intermediario, no había nadie para testimoniar, pero más tarde, cuando los mismos hechos se repitieron sí hubo testigos, porque durante los 23 años que siguieron un número más o menos grandes de sus fieles pudieron a veces observarlo. La forma en que la revelación se hacía está descrita por el mismo profeta y por sus compañeros, testigos oculares. Así el Profeta dice: “A veces ella me viene como el sonido de la campana al repicar –y eso es lo más duro- después de que cese, yo ya retengo gravado en mi memoria todo lo que ha sido dicho. Otras veces el ángel se me aparece bajo la forma humana para hablarme y yo retengo lo que dice” (Bukhari, ½). En la versión de Ibn Hanbal (2/222), el Profeta oía primeramente como si se golpeara el metal; en ese momento se preparaba en poner atención para recibir el mensaje que iba a ser comunicado; “En una ocasión que me llegaba la revelación, no hay nada que yo pensara más que mi alma iba a abandonar mi cuerpo”. Sus compañeros testimoniaban a su vez sobre sus propias observaciones: “Cuando la revelación le venía, una especie de reposo (inmovilización)  lo embargaba” (Ibn Hanbal 6/103). O bien: “Cuando la revelación le venía quedaba asumido un momento como si estuviera intoxicado o hipnotizado” (Ibn Sa’al I/i p.131). O bien si la revelación le venía, incluso un día de mucho frío, se le veía en seguida sudar abundantemente en la frente” (Bujari ½). O: “Un día que la revelación estaba a punto de llegarle, él metió su cabeza (¿en un abrigo? Y la cara del profeta se volvió roja y comenzó a roncar” (Bujari 25/17, 26/10). Un día un nuevo converso (Ya’la Umeya según Samhûdî) tenía curiosidad por ver al Profeta en el momento de la revelación. ‘Umar le hizo seña de que se aproximara, levantó un poco el velo con el que el Profeta se había cubierto ese día y ese hombre vio que “la cara del Profeta estaba congestionada y que gemía” (Bujari, 64/568, Nº5). O: “Cuando la revelación le venía oíamos cerca de él un zumbido como el de las abejas” ( Ibn Hanbal 1/34) . O: “el Profeta sentía un sufrimiento muy penoso, cuando recibía la revelación” (Ibn Hanbal, 1/464). O: “...sufría y movía los labios” (Bujari 97/3). O: “Movía la cabeza como si tratara de comprender” (Ibn Hanbal, 1/318). Otra serie de relatos nos enseñan que sobre él recaía una pesada carga. Así un relato nos dice: “Yo he visto verle venir la revelación cuando estaba sobre su camella y esta mugía y se torcían las patas de tal forma que temía que se les fuera a romper. A veces ella se sentaba y a veces quedaba de pie con las patas hincadas como estacas, hasta que cesaba, y todo esto a causa del peso de la revelación; y entonces el sudor le perlaba la frente” (Ibn Sa’ad I/i p 131,132). O: “ Su peso rompía casi las piernas de su camello (Ibn Hanbal, VI, 455,458). O: “ La camella se agitaba tan fuerte que a veces el Profeta prefería bajar a tierra” (Ibn Hanbal 2/176, 6/455, 6/458). Igual cuando estaba montado a caballo (Tabari, Tafsîr 26/39). Zaid ibn Zâbit cuenta de la forma siguiente su experiencia personal: “En una jornada de viaje, cuando todo el mundo estaba sentado en el suelo, la revelación comenzó, su rodilla se encontraba sobre mi muslo y pesaba tanto que creía que mi fémur fuera a romperse”. (Bujari, 8/12,56/31, 65/4/18 bis Nº 1; Ibn Hanbal 5/184). En otra versión y citando este mismo caso: “si no se hubiera tratado del Profeta de Dios, hubiera gritado y retirado mi pierna”. Otros relatos cuentan: La revelación le vino u día cuando estaba de pie en la silla de predicación (mimbar) de la mezquita, y quedó inmovilizado hasta el cese de la celestial comunicación” (Ibn Hanbal, 3/21). O: “Tenía un día un trozo de carne (con hueso) en su mano (cuando comía) cuando una revelación vino a él; y cuando ésta terminó, el trozo de carne estaba aún en su mano” (Ibn Hanbal, 6/56). En tales ocasiones, el profeta se tendía sobre la espalda, algunas veces, los de su entrono le cubrían respetuosamente la cara con un velo, según las circunstancias. Pero nunca perdía la conciencia ni el control de sí mismo. En los primeros tiempos de su misión, tenía la costumbre de repetir en voz alta aquello que él oía, en el curso de la misma revelación, pero antes de la Hégira de Medina a Meca, abandonó esta costumbre y se quedó calladamente tranquilo, silencioso hasta que finaliza la revelación, y es entonces cuando comunicaba el mensaje divino a los de su entorno y se lo dictaba a sus escribanos (como fedatarios del Corán, 75/16): “No muevas tu lengua con esta (revelación) para que te apresures (a preservarla)”, y otra vez (20/114): “...no seas impaciente en cuanto al Corán hasta que se te complete su revelación, más bien di (solamente) Oh, Señor mío, aumenta en mí el conocimiento”. Volviendo a su estado normal, llamaba a uno de sus compañeros letrados, para dictarle la nueva revelación, y decirle el lugar exacto en que debía colocarse en el conjunto revelado, a fin de publicarlo en la comunidad multiplicando las copias. En su al-Mab’ath wa’l-magâzî (192,ed. Rabat, 1976, sobre la base de MS de Qarawîyîn), Ibn Is’hâq dice: “Siempre que un fragmento de Corán era revelado, el Profeta lo recitaba primero en la asamblea de los hombres, después en la asamblea de las mujeres”. (Vemos como la educación de las mujeres le era muy querida). Volvamos sobre la codificación del texto coránico por el Profeta. Las fuentes como Tabarânî (citado Haizamî, Majura’ a2-zawâ’id, I, 150, VII, 257, con respecto a Zaid b. Thâbit; señalado también por Shulâm Rabbâni, Tadwîn-y-Hadîz, p. 228) precisan que siempre que dictaba, el profeta pedía al escribano que leyera lo que él había anotado, para poder corregir las deficiencias si es que había. Al decir del mismo Muhammad, el arcángel se le aparecía bajo diferentes formas según las ocasiones: alguna vez como hombre, otras veces como un ser volando con alas y otras veces bajos otras formas extrañas.

        La cuestión no debe hacer perder el tiempo; debemos ocuparnos del fondo, del mensaje que Muhammad comunicó. Con el año 40 de su nacimiento (609 J.C.) se cierra el primer período de la vida de Muhammad, su vida privada y comienza su vida pública, su misión.

 

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