AL-‘AQÎDA
AT-TAHÂWÍA
Con
esto el autor responde a los que tienen el libre albedrío (los qadaries).
Si existiera esa libertad, algo sería autónomo respecto a Allah, algo podría
cumplirse al margen de su querer, pero Allah es la Verdad que lo integra y lo
rige todo. Si afirmáramos una voluntad autónoma de la suya nos alejaríamos de
la integración de la existencia en una única realidad. La autonomía del ser
humano es un ídolo, un sueño de su ego, algo sin eficacia que no penetra en
las realidades. Recurriendo al Destino seguimos profundizando en el Tawhîd, en la Reunificación
que nos acerca a la comprensión de lo que es la Unidad, y no a un dios hecho
según nuestras medidas, arbitrariedades, juicios y valores.
Sin embargo, la postura de los musulmanes frente a los qadaríes no los sitúa en el bando opuesto, en el de los ÿabríes
o fatalistas. Los ÿabríes
son aquellos que, al afirmar que todo resulta de una imposición ineludible (el ÿabr)
es inútil la acción porque se carece de elección. Se excusan detrás del
Destino para juzgar a Allah, practicar la pereza o para defender sus necedades y
desaciertos. Han convertido el Destino en una justificación, no en un
conocimiento profundo -en sus honduras, en el Destino el musulmán encuentra la
clave de su radical soberanía, una vez disueltos los engaños con los que
estaba envuelto en un conflicto estéril consigo mismo-. El Qádar, el Destino, es el
Poder de Allah presente en cada momento, imponiéndose a todo. Pero el ser
humano es pura ‘acción’: renunciar a ella es renunciar a la condición
humana y a la vida. Nuestras ‘elecciones’ son signos de la presencia del
Poder de Allah en una síntesis que las palabras no pueden expresar.
Todo lo anterior hace que el Islam sea extraordinariamente tolerante sin
degenerar en nihilismo, desidia o falta de juicio y criterio. Y por otra parte,
la idea de Destino comunica paz y sabiduría. Cada cosa es lo que Allah quiere
que sea, pero la acción de cada cual es signo del terreno en el que está y por
ello se aconseja el bien y lo mejor, que es síntoma de estar en el mejor de los
destinos. Por ello, y mientras consideremos que tengamos fuerza y poder de
elegir, debemos optar por lo mejor -que es el Islam, lo ‘elegido’ por Allah-
hasta que seamos sumergidos en la contemplación del Destino, es decir, de la
Verdad.
La diferencia entre qadaríes
y ÿabríes surge de las inquietudes
que despierta la cuestión del Destino: si lo negamos perdemos el horizonte de
la Unidad, si lo afirmamos carece de relevancia todo. La Gente de la Sunna (ahl
as-Sunna) se sitúa en medio: afirma el Destino y la relevancia de los actos
humanos, y ambos se implican en la raíz de todo lo verdadero, coincidiendo de
un modo extraño e inexpresable. El Destino es el océano en el que se agita
nuestra existencia y nuestra libertad y, por otro lado, nuestros actos son lo
que Allah quiere y por ello mismo se realizan y son realizadores. El Mensajero
de Allah (s.a.s.) fue ejemplo de un dinamismo inmerso en el Querer de Allah. Él
(s.a.s.) nos invitó a desatar todas las posibilidades que Allah ha depositado
en nosotros, pasando a ser agentes en la existencia. Por ello proclamó el Yihâd,
la lucha, el esfuerzo, y
declaró que era obligatorio para cada musulmán hasta el fin del mundo. No
somos pasivos ni nos rendimos ante las circunstancias, sino agitación y nervio
que deben tener su cauce. El Corán dice: “Allah
ha creado la muerte y la vida para probar quién de vosotros es el que actúa de
forma más hermosa”, es decir, todo está dispuesto para que el hombre
saque lo que hay en él.
Hablar del Destino es ofrecer un marco en el que existir sumergidos en la
Unidad de Allah. Tenemos conciencia de nosotros mismos, porque Allah lo ha
querido. Distinguimos entre el bien y el mal, y constantemente optamos
-coincidiendo ineludiblemente con lo que Allah quiere-. En esa conciencia somos
independientes hasta que no descorramos el velo que nos separa de la contemplación
del Destino. Mientras estemos en el velo, viviendo nuestra libertad, tenemos que
ser coherentes y obrar en consecuencia, dentro de la existencia que sabemos que
está inscrita en el Destino que lo unifica todo. Nada nos justifica, y lo
sabemos: lo contrario es retórica, escudarse detrás de lo que se ignora.
Nuestras elecciones son reales, y tenemos criterios y medidas que debemos
ejercitar, pues Allah nos los ha dado. En nuestro mundo somos libres, dotados de
una voluntad que da expresión a la Voluntad, y debemos elegir lo que más nos
convenga, aun cuando sepamos que en el fondo todo haya sido ya decidido y
clausurado en la eternidad que está por encima de lo que podamos concebir, una
eternidad que saboreamos al final del proceso del Tawhîd,
la Reunificación que nos permite
identificarnos en la Verdad.
lâ tábluguhu
l-auhâm* wa lâ túdrikuhu l-afhâm*
No lo alcanza la
ilusión, no lo percibe el entendimiento...
El Profeta dijo: “No habléis de
la Esencia de Allah; meditad en sus Cualidades”. Sólo nos es dado
reconocer sus Cualidades -los detonantes de su relación con nosotros, las
realidades unitarias configuradoras de nuestro mundo y nuestras acciones- tal
como Él se ha descrito a sí mismo, y son Cualidades Majestuosas que nos
invitan a rendirnos ante Él, y ésa es la vía que conduce a un crecimiento en
la Inmensidad de la Verdad Trascendente designada por la palabra Allah.
En este sentido, sabemos que Allah es Uno, Impenetrable, Creador, Vivificante,
Aniquilador, Poderoso, Reductor, Soberano, oye y ve,... y que todo está bajo el
dominio de esos Atributos Infinitos.
Las Cualidades de Allah (Sifât)
tienen un interés práctico. Nos incumben y nos enseñan la magnitud del Océano
en el que existimos y cómo relacionarnos con Él. Lo que se puede deducir de
las Sifât es perturbador, y
por ello es transformador. El autor insistirá en esta cuestión más que en
ninguna otra. Las Cualidades nos hablan de Allah y de nosotros: Él es el Señor
(Rabb) y a Él estamos subordinados.
A realizar conscientemente esa subordinación
(‘ubûdía), a vivirla con toda la
intensidad de la que somos capaces gracias a las facultades con las que Allah
nos ha dotado poniéndonos por encima de los instintos, es a lo que nos invita
el Islam, la rendición a Allah -una rendición que es la que nos hace
esponjosos a los significados de Allah-.
Las Cualidades describen a Allah en su Grandeza o en su Relación de Señorío
(rubûbía) con la que rige la existencia: “Y Él es el que oye y el que ve...”.
wa lâ yúshbihuhu
l-anâm*
Y los seres
humanos no se le parecen...
El Tançîh es siempre una negación
(nafy) con la que se destruye la posibilidad de cualquier
representación antropomórfica. Con ello, matamos todos nuestros dioses y nos
liberamos para Allah. Es lo expresado
al principio de la shahâda, el testimonio
de cada musulmán: lâ ilâh, no hay verdad... Ahora bien, esta negación es insuficiente, es algo
no culminado. Es un primer paso para llegar a la Pureza Absoluta: Allah. A
partir de aquí empieza la afirmación
(izbât): reconocemos a Allah en el
ejercicio de su Poder, su Voluntad y su Ciencia, que nos afectan. Es decir, lo
descubrimos en las Cualidades gracias a las cuales somos lo que somos. La afirmación
(el izbât) es superior a la negación
(el nafy): es el Jardín en el que se
deleitan los sabios. Tras la declaración con la que evita confusiones al decir
que Allah no es semejante en nada a lo que el hombre puede reconocer, el autor
de la ‘Aqîda comienza una
descripción positiva en medio de esa poderosa sugerencia.
háyyun
lâ yamût* qayyûmun lâ yanâm*
Viviente que no
muere, Subsistente que no duerme...
Lo mismo sucede con Subsistente
(Qayyûm), que quiere decir que Allah
existe por sí mismo y soporta a cada criatura, que Él late en ella fundamentándola
sin necesitar Él de fundamento alguno. Pero todo lo que soporta una carga se
cansa,... mientras que Allah no duerme. Con esta última matización escapamos
de la posibilidad de antropomorfizar a Allah, y así las palabras se vuelven válidas
y brillantes para expresar algo cuya finalidad es la de servir de estímulo al
corazón, y no para abarcar a Allah.
El Tançîh nos sumerge en el
Océano de lo Infinito, y el Izbât as-Sifât,
la Afirmación de las Cualidades, nos
relaciona y nos supedita a lo que intuimos en esa eternidad. El Corán nos dice:
“Los rostros se rinden al Viviente, el
Subsistente”. Estos dos Nombres de Allah, Hayy-Qayyûm, son
de los más sugerentes: nos hablan de Él y nos hacen vivir en Él. Ante el
Viviente quedamos desconcertados: la vida pierde estrecheces. Ante el
Subsistente, dejamos atrás nuestros miedos y nuestros recelos, apartamos
nuestra mediocridad, pues Él nos libera de dependencias.
jâliqun bilâ hâÿa*
râçiqun bilâ mu-na*
Creador sin
necesidad, Proveedor sin carga...
La reflexión es sencilla: el universo podía no haber existido, y
llamamos Allah a lo que se inclinó
en favor de su existencia. Cuando no había nada, tampoco había causas: Allah
es lo indecible que escapa a todos los razonamientos pero cuya Verdad intuimos
en la necesidad de encontrar ‘algo’ que fuera punto de arranque, pero por el
carácter mismo que imponen las condiciones de la Nada, ese ‘algo’ debe
tener un carácter excepcional, tremendo. Éste es también el punto inicial de
todas las reflexiones en torno a Allah, lo que nos induce a acentuar la
irrepresentabilidad de su Esencia (Dzât): no podemos ni imaginar lo que Allah sea en Sí, pero sí
podemos calibrar su Poder aunque sea sólo con adjetivos que indiquen
desproporción. Una vez el universo pasó a la existencia, el universo mismo nos
habla de la Realidad que lo hace ser, y entonces estamos en el espacio de las Cualidades
(Sifât).
Empezamos diciendo que Allah es Creador
(Jâliq), y lo es porque quiere, no
porque necesite de algo. Él no es causado ni sus actos tienen más razón que
la de su propia Voluntad anterior a toda otra. Él carece de toda necesidad
(hâÿa). Y mantiene a sus criaturas (Él es Proveedor,
Râçiq), recreándolas en cada instante y obsequiándolas con
cuanto necesitan, sin que ello mengüe lo que Él es. El dar no lo disminuye, ni
le supone una carga. Él no es cantidad
que aumente o encoja.
Que la criatura necesite de Allah quiere decir que constantemente depende
de Él. En ningún momento la realidad de la criatura cambia: no se transforma
en un ser separado. Esto es muy importante. En todo momento la criatura demanda
la asistencia de Allah para seguir existiendo: necesita de su aire, de su calor,
de su soporte, de su inspiración. Nunca la criatura es suficiente por sí ni se
emancipa. Y está sujeta al Acto Creador hasta en lo íntimo de su ser, en su raíz
misma. Allah la provee. El ser humano, y todo lo suyo, es un cúmulo de
permantentes posibilidades a la que Allah da la realización que Él quiere. El
Corán lo expresa diciendo: “¡Oh,
gentes! Vosotros sois los pobres, y necesitáis de Allah, mientras Él es Rico y
Elogiado”.
mumîtun bilâ
majâfa* bâ‘izun bilâ mashaqqa*
Mata sin miedo,
devuelve la vida sin esfuerzo...
La muerte no nos libra de Allah: Él la sostiene. Por ello pedimos a
Allah que se apiade de nuestros difuntos, pues están completamente a su merced.
Seguimos dependiendo de Él en nuestra tumba. Es más, en la muerte ningún velo
nos separará de Allah. En nosotros se ejecutará su Voluntad -al igual que
actualmente entreteje nuestra existencia- sin que nada desvíe nuestra atención,
como ocurre ahora que nuestra agitación nos hace concebir dioses en los que
buscamos consuelo. La muerte es la hora verdadera, es el encuentro con lo Real,
es más vida que la actual porque nada
la entretendrá. Con ella accedemos al Dominio
de Allah (al-Âjira), y el
Profeta describía el encuentro con lo Real tras la muerte con imágenes que
sugieren que esa emoción es más poderosa que las que el cuerpo siente en vida.
En la muerte, todo será tremendo porque el hombre habrá perdido el control
sobre el mundo y será pasivo en Manos de su Señor, estado absolutamente
expuesto a Él, sin que sus fantasmas intermedien. Y esto es terrible: es la
Resurrección a la que se refiere el Corán, el paso a la absoluta intensidad
del ser. El Corán nos describe esa eternidad como placer que embarga al ser
humano o como sufrimiento para el que no hay descanso, en una violencia que sólo
las peores pesadillas acercan al entendimiento.
Allah mata a sus criaturas al igual que les da la vida, y no teme ningún
reproche o venganza del mismo modo que no nos ha creado porque necesite de
nuestra gratitud. De ahí el carácter irreductible de la muerte. Los seres
humanos son aniquilados, uno tras otro, sin que la Verdad que ejecuta esas
sentencias se arredre ante nada ni se inmute: la vida y la muerte son lo mismo
para Ella. Somos nosotros los asaltados por los terrores y las incertidumbres.
Por esto se dice que Allah no es afectado por ningún miedo
(majâfa), y nada tiene fuerza ante
Él. Y esto es lo que hace que sus Actos sean contundentes.
Así como mata, Él es capaz de devolver la vida a las criaturas y
resucitarlas sin que sea para Él un esfuerzo
añadido o le suponga una penalidad
(mashaqqa). Lo que nos resulta difícil
de admitir -el ser en la muerte, que
se nos ofrece como algo insalvable- es indiferente para Él. Para Allah no hay
diferencia entre una cosa y otra, entre el dar la vida, el retirarla o el
devolverla en medio de la muerte como ya la ha creado en el seno de la nada, que
es un espacio aún más inconcebible. El prodigio de la creación es para Él
igual que la recreación. Esto es importante porque intuimos que habremos de
reencontrarnos con Él puesto que la muerte no es la Nada. De la Resurrección (Ba‘z o Qiyâma)
y su fundamento hablaremos más adelante. Allah es Bâ‘iz,
el que deposita vida a los muertos, el que los hace ser en la muerte.
mâ çâla bi-sifâtihi
qadîman qábla jálqih* lam yáçdad bi-káunihim shái-an lam yákun qáblahum
min sífatih* wa kamâ kâna bi-sifâtihi açalíyan* kadzâlika lâ yaçâlu
‘alaihâ abadíyan*
Él era
Sin-Principio con sus Cualidades antes de su acto creador. Sus Cualidades no han
aumentado -cuando sus criaturas han pasado a ser algo- por encima de como eran
antes. Del mismo modo que antes era Sin-Origen en sus Cualidades, lo es en ellas
igualmente Sin-Final...
Él era Creador antes de crear, Poderoso antes de ejercer su Poder, Sabio
antes de que existieran objetos ofrecidos al conocimiento,... Nuestra aparición
no es lo que lo ha hecho Creador, Proveedor, Vivificante,... y del mismo modo
esas Cualidades no desaparecen de Él cuando desaparezcamos. Cada uno de
nuestros instantes es configurado por una potencia eterna absolutamente
independiente de nosotros y de nuestro mundo, ajena a todas las condiciones,
ajena al tiempo, al espacio, a las medidas, a nuestros valores,...
En torno a las Cualidades ha habido muchos debates en el Islam. La
transitoriedad de los acontecimientos sugieren un ilâh
cambiante, una Verdad Interior en
ebullición, y si bien Allah es el motor de las transformaciones, en Sí y en
sus Atributos Él es una Verdad Perfecta y Plena. Las mutaciones, signos de su
Poder Soberano, están en el seno de su inalterabilidad y de su paz. El Corán
lo expresa con las siguientes palabras: “Allah
es el Señor del Trono Glorioso, y es Hacedor de lo que quiere”.
láisa bá‘da
jálqi l-jálqi stafâda sma l-jâliq* wa lâ bi-ihdâzihi l-baríati
stafâda sma l-bârî*
No adquirió el
Nombre de Creador tras crear la creación, ni adquirió el Nombre de
Configurador tras dar existencia a la humanidad...
láhu ma‘nà
r-rubûbíati wa lâ marbûb* wa ma‘nà l-jâliqi wa lâ majlûq* wa kamâ ánnahu
múhyi l-mautà bá‘da mà ahyâ stahaqqa hâdzà l-ísma
qábla ihyâihim* kadzâlika staháqqa sma l-jâliqi qábla inshâihim*
Le pertenecía
el Señorío antes de que existiera el esclavo, y era Creador antes de que
existiera la criatura... Del mismo modo en que Él era Revivificador de los
muertos después de dar la vida por ello merece ese nombre antes de haberles
dado la vida, y también merece el Nombre de Creador antes de configurarlos...
dzâlika bi-ánnahu
‘alà kúlli shái-in qadîr* wa kúllu shái-in iláihi faqîr* wa kúllu ámrin
‘aláihi yasîr* lâ yahtâÿu ilà shái* láisa ka-mízlihi shái* wa
huwa s-samî‘u l-basîr*
Es así porque
Él tiene poder en todas las cosas, y toda cosa es pobre ante Él. Todo asunto
le es fácil, y no necesita de nada: ‘Nada se le asemeja, y Él es el que oye
y el que ve’...
Para entender realmente el alcance de todo esto tenemos que dotarnos de
criterios sólidos. Los pensadores musulmanes han reducido a tres los juicios
que podemos formular, en un uso riguroso de las facultades de la razón, ante
toda propuesta que se nos haga: las cosas pueden ser irrefutables y necesarias,
o simplemente posibles o radicalmente imposibles. Todo cuanto existe
o puede existir es a lo que llaman ‘posibles’: tú y todo lo que te
rodea existís, pero perfectamente podías no haber existido. Lo que te da
existencia es algo que lo ha decidido por ti antes de que vinieras a este mundo.
Ese ‘algo’ anterior a todo, si remontamos la cadena de causas y
efectos, ese Origen primordial, es a lo que se llama Allah,
que es el Irrefutable, la Verdad, sea en sí lo que sea,... Él es lo que hace
ser reales a las cosas. Es ahí, en ese vacío anterior a la creación del
universo, donde intuimos el alcance y la magnitud de la Realidad que nos da la
vida,... es asomándonos a ese abismo inquietante donde presentimos su magnitud
inabarcable, es donde intuimos su Grandeza, porque ahí no nos estorba nada y
nuestra reflexión es capaz de imaginar desmesuras. Y ahí, de Él, decimos que
tiene Cualidades que lo habilitan para haber tomado esa decisión por la que
existimos. A ésas Cualidades y a su carácter es a lo que nos referimos cuando
hablamos de las Sifât. Esas
Cualidades tienen el mismo carácter preeterno de la Verdad Creadora -puesto que
ahí no hay tiempo ni sucesión-, y por otro lado tienen una absoluta eficacia
actual desde el momento en que todo lo que existe requiere de su asistencia y de
sus Actos (Af‘âl). Nada se independiza de su Señor: por siempre nos
debatimos entre la posibilidad de seguir exitiendo y de desaperecer, de esto y
de lo otro, y es siempre el ‘algo’ incógnito el que decide.
Nosotros vivimos entre esfuerzos y contínuas tensiones, pero lo que es jamás es el resultado de esos esmeros: todo tiene una raíz más
profunda que nuestra agitación nos impide ver. En cada momento ‘cumplimos’
con esa Verdad. Éste es el secreto del Destino, que está ‘velado’ por
nuestra inquietud y nuestros miedos constantes. Pero ‘eso’ es lo
Determinante. Pero aún más importante, ese Poder siempre Presente no es una
fuerza ciega, no es la ‘naturaleza’ (que ha sido ‘creada’ con nosotros,
al igual que el tiempo, el espacio, la muerte,...). Lo que nos ha hecho ser lo
que somos tiene Voluntad y Ciencia, y todo es signo de esas Cualidades. Pensar
que Allah es azar es negarse a la evidencia de un universo perfectamente
estructurado y trabado por algo Perfecto en Sí, absolutamente Pleno,
Desbordante: lo que entendemos entre nosotros por voluntad y conocimiento es
resultado de su Querer, ¿cómo habría de carecer el que ha creado nuestra
voluntad y el que determina nuestro conocimiento de esas Cualidades? Es más,
nuestra voluntad y nuestra ciencia, al lado de las suyas, son nada, tan sólo un
pálido reflejo en el que debieramos adivinar el calibre de lo que tiene que ser
su Voluntad Absoluta y su Ciencia Perfecta, que son las que realmente
estructuran cada uno de nuestros instantes.
Además, Allah nos oye y nos ve, pues ¿cómo habría de ser sordo el que
ha creado el oído? ¿cómo habría de ser ciego el que ha diseñado los ojos de
sus criaturas? Al contrario, nuestros oídos y nuestros ojos son un pálido
reflejo de lo que debe ser el Oído y la Visión de la Verdad que nos ha hecho.
Todo lo que hay es signo del alcance de su Perfección, y todas nuestras
carencias, nuestras imperfecciones, nuestros defectos, nuestras quimeras, son
restos de la Nada de la que hemos surgido, nos recuerdan cuál es nuestra verdad
y nos enseñan la desproporción de Allah: en Él no hay nada de la Nada.
Estamos, pues, en medio de su Absoluta Presencia, expuestos a Él en cada
instante, cumpliéndose en nosotros su Voluntad, siendo vistos y oídos por Él,
recogiendo sus dones, viviendo de Él, muriendo cuando Él quiere y
fundamentados por Él en la misma muerte. Y cada uno de nuestros instantes es lo
que Él configura,... Ésa es la Verdad Infinita en la que existimos.
jálaqa l-jálqa
bi-‘ílmihi
Ha creado la
creación con conocimiento...
Hemos hablado de la Voluntad creadora. Toda voluntad imagina aquello
hacia lo que se inclina, y esa representación es el conocimiento previo que
tiene de lo que desea. Nuestra existencia habla de una Voluntad que nos ha hecho
ser. Esa Voluntad es la demostración de una Ciencia anterior a todas las cosas.
El Corán dice: “¿No habría de saber
el que ha creado? Él es el Sutil, el Bien Informado”. Y dice: “Allah posee las claves de lo Oculto. Sólo Él las conoce. Sabe lo que
hay en la tierra y en el mar. No cae una hoja de un árbol sin que Él lo sepa.
No hay un átomo en las oscuridades de la tierra, ni nada húmedo o seco, que no
esté registrado en un Libro Evidenciador...”.
El conocimiento es una cualidad de perfección: saber es un paso hacia
adelante que nos arranca de la ignorancia, por lo que es imposible que quien ha
creado nuestra
ciencia no sepa nada, que sea comunicador de algo de lo que carece. Por
ello atribuimos a Allah un Conocimiento Absoluto, a partir precisamente de la
constatación de que el saber existe y es Él el que lo ha creado. Su Ciencia
(‘Ilm) es perfecta, pues es
anterior a todo, y es la ciencia del que crea, no la del que aprende de otro.
wa qáddara láhum
aqdâra*
y les ha dado
sus medidas...
Antes de que las cosas existieran estaba determinado su destino en la
Realidad del Uno-Único, en el Libro Supremo, en la Tabla Bien Guardada. Eso es
el Destino (Qádar), que es la Presencia del Poder
(Qudra) de Allah en cada criatura y
en cada acontecimiento. Todo se debe a medidas
exactas (aqdâr) que Allah ha
depositado en el seno de cada realidad. Allah es el origen de las reglas que
rigen el devenir, de los ritmos que lo marcan. En Él está nuestro Destino y
todo lo que nos gobierna con precisión absoluta: las medidas. Lo efectivo y
eficaz es Allah, Señor de los movimientos y destinos de todo lo que existe.
Allah dice en el Corán: “Hemos
creado todo con su medida”, y dice: “Él
es el que ha creado cada ser y lo ha configurado, le ha dado la medida que lo
rige y lo guía por el camino del cumplimiento con todo ello”. Esas medidas (aqdâr o maqâdîr)
son anteriores a la existencia de los objetos en los que se cumplen. El Profeta
(s.a.s.) dijo: “Allah determinó los Maqâdîr
de la creación cincuenta mil años antes de crear los cielos y la tierra, y su
Trono estaba sobre el agua”.
wa dáraba
láhum âÿâlan
y les ha fijado
plazos...
De acuerdo a lo anterior, ¿sirve de algo pedir a Allah? ¿tiene algún
sentido la invocación (du‘â) que
consiste en recogerse ante Él y esperar de Él cosas que consideramos buenas y
provechosas? El du‘â es una práctica
fundamental en el Islam. El Profeta (s.a.s.) dijo en cierta ocasión que es lo
único que es capaz de cambiar el Destino. El deseo y la voluntad del hombre
tienen una fuerza que Allah ha querido, y están enmarcadas en el Todo. Ahora
bien, es necesario tener en cuenta lo que sigue. El du‘â
del musulmán debe ser sobretodo un acto de posicionamiento ante Allah, un signo
de reconocimiento. El musulmán, con su du‘â,
se reconoce como necesitado de su Señor Verdadero. Con sus palabras en las que
pide a Allah, se reafirma en su condición de criatura frente a la Verdad
Absoluta, se asienta en la ‘Ubûdía
(la Subordinación) ante la Rubûbía
(el Señorío). Es un acto en el que toma conciencia de lo que es él y
lo que es su Señor. Este es el valor fundamental del du‘â. Y precisamente porque Allah es Señor Absoluto, se reserva
la decisión, y responde o no a la solicitud que se le hace: el du‘â
no le obliga, el du‘â no es una fórmula
mágica. En la respuesta o en la falta de respuesta a los deseos del hombre
Allah se manifiesta como Determinante. Su Querer prevalece.
wa lam yájfa
‘aláihi shái-un qábla an yájluqahum* wa ‘álima mâ hum ‘âmilûna qábla
an yájluqahum*
Nada le estaba
oculto antes de crear (a los seres humanos), y sabía lo que harían antes de
crearlos...
En el Islam se dice que Allah sabe todo lo que es, y también lo que no
es -de ser- cómo sería. Él ha creado el mundo, y todo en él es, en su
esencia, completo y definitivo. Esto se opone a la idea de una necesidad de
reencarnación. Nada tiene que perfeccionarse porque al ser
es ya todo lo que tiene que ser. En su instante se expresa. Lo demás son
quimeras del hombre, vanas esperanzas, ilusiones sin fundamento alguno y
creencias banales, añadidos que no tienen justificación. El Corán dice de los
que han desaprovechado sus vidas: “Si
regresaran a la vida, volverían a lo que les ha sido prohibido”. Él sabe
que sería así refieriéndose a algo que no va a ser por innecesario.
wa ámarahum bi-tâ‘atih*
wa nahâhum ‘an má‘siatih*
Les ordenó que
le obedecieran, y les prohibió que se le rebelaran...
Y esto es de gran relevancia. La existencia plasma a Allah, el universo
es el espacio en que se realizan sus potencias. Pero además Él está dotado de
Libertad, que ejerce escogiendo. Hay cosas elegidas por Él, y otras rechazadas.
Lo elegido es lo que lo satisface y lo rechazado es lo que enciende su Ira, que
también son aspectos a los que da realidad, y que toman el cuerpo de Jardín
(ÿanna) o Fuego (nâr).
Y Allah se ha revelado a los profetas para comunicar la senda
(Dîn, Sharî‘a) que nos conduce a su Abundancia y nos aparta de la
Privación. Y al igual que son un acto de su Libertad, propone esas cuestiones a
la ‘elección’ del ser humano, pues todo tiene estrechas correspondencias
conjugadas siempre en la Unidad que todo lo gobierna.
Obedecer es asumir el ser de otro. Por ello, se obedece a Allah con el
conocimiento, la acción, la audacia, la generosidad, la justicia,... La tâ‘a, la obediencia es
situarse en la proximidad de lo fecundo. Por el contrario, la desobediencia
(ma‘sía) es aislamiento en el ego, es rebeldía, es decir,
es ajustarse al propio y exclusivo entendimiento de lo que deben ser las cosas,
y se manifiesta en la envidia, el rencor, la avaricia, la ignorancia, la
injusticia, todo lo que nos aparta de la fuente de la existencia.
wa kúllu shái-in
yaÿrî bi-taqdîrihi wa mashí-atihi wa mashí-atuhu tánfadz* lâ mashí-ata
lil-‘ibâd* illâ mâ shâa láhum fa-mâ shâa láhum kân* wa mâ lam yashâ
lam yákun*
Todo acontece
tal como lo ha determinado y según su querer. Las criaturas no tienen querer. Sólo
sucede lo que Él les ha deseado, y eso es lo que es. Y lo que no les ha
deseado, no es...
Todo es de acuerdo a la predeterminación
(taqdîr), según las medidas (aqdâr o maqâdir)
que ha creado antes de crearnos, y que conforman nuestro Destino
(Qádar). Todo está sujeto a esa Ley
cuya raíz es la Libertad Absoluta de Allah, Señor de los Mundos, Remoto en su
Grandeza pero Presente con su Poder
Conformador (Qudra). Nosotros
somos ‘ibâd, criaturas sujetas a esa Orden inapelable, traductores de lo que
establece, servidores de su deseo. Esta es la Realidad, la conjunción de todo
en su Fuente.
En lugar de hacer del tema del Destino una elucubración paralizante
debemos aprender lo que el Corán nos sugiere para el nivel en el que estamos,
presintiendo sus profundidades. El Destino aparece como antídoto contra dos
extremos: contra el orgullo del que tiene éxito (el triunfo es de Allah) y contra la desesperación del que ha
fracasado en algo (el fracaso es resultado
del Destino, no de ninguna minusvalía). Por otro lado, el Islam enseña que
debemos encontrar consuelo en el recuerdo del Destino ante las calamidades, pero
no ante las torpezas. El Destino aparece en el Corán para alentar, no para
frenar.
El Corán no deja de ordenarnos actuar. Es necesario aprender a combinar
la contemplación del Destino en el seno de una invitación a alcanzar por
nuestros propios esfuerzos cumbres altas. El Destino es ofrecido a la
posibilidad que tiene el corazón de intimar con Allah, y no a la especulación,
que acaba convirtiendo el tema en una contradicción insalvable. Un sabio dijo:
“He analizado la cuestión del Destino y
me he dado cuenta de que los que conocen su profundidad son los que más callan,
y que sólo los que no saben nada de él vociferan”.
yahdî man yashâ*
wa yá‘simu wa yu‘âfî fádlan* wa yudilli man yashâ* wa yújdzil
wa yabtalî ‘ádlan*
Él guía a
quien quiere: salvaguarda y protege como favor. Y confunde a quien quiere:
defrauda y violenta como justicia.
Con esto el autor responde a quienes creen que Allah está obligado a
hacer lo que consideramos ‘mejor’. Por un lado, nada indica que esté
obligado a nada en concreto; por otro, suponer eso y existiendo como existe el
mal, quiere decir que al menos hay otra voluntad independiente de la de Allah
que incluso se superpone a la Suya. Pero Él es el Uno-Único: sólo existe su
Voluntad que desea tanto lo bueno como lo malo. Y esto quiere decir que estamos
a su merced y sujetos en cada instante a lo que Él quiere.
Ahora bien, gracias a la Revelación aprendemos cosas a las que no podríamos
llegar de otro modo. Sabemos así lo que Allah ama, lo que Él ha escogido por
encima de su Querer. Y Él ama la justicia
(el ‘adl) y la aplica; y ama favorecer
(el fadl) y lo hace sin cometer injusticia.
wa kúlluhum
yataqallabûna fî mashí-atih* báina fádlihi wa ‘ádlih*
Todos van y
vienen en su Querer, entre su favor y su justicia...
wa huwa muta‘âlin
‘ani l-addâdi wa l-andâd*
Él está por
encima de los contrarios y los iguales...
lâ râdda li-qadâih*
wa lâ mu‘áqqiba li-húkmih* wa lâ gâliba li-ámrih*
Nada impide que
se cumpla su Decreto. Nadie retrasa la realización de lo que ha decidido. Nadie
derrota su orden...
âmannâ bi-dzâlika
kúllih* wa aiqannâ ánna kúllan min ‘índih*
Tenemos el corazón
abierto a todo lo anterior, y tenemos certeza de que todo viene de Él...
wa ínna Muhámmadan
‘ábduhu l-mustafà* wa nabíyuhu l-muÿtabà* wa rasûluhu l-murtadà*
Y (decimos) que
Muhammad es su esclavo puro, su profeta elegido y su mensajero en el que se
complace...
Ese Maestro sólo puede ser un Anunciador
(Nabí), un Mensajero (Rasûl),
alguien en quien se den unas condiciones especiales: debe ser un esclavo
de Allah (‘abd), es decir, alguien que haya vivenciado su atadura a la
Verdad de una forma absoluta, y no tenga otra voluntad que la de su Señor, sólo
así es traductor de Allah. Eso es lo que lo hace infalible
(ma‘sûm). Esa persona no
debe haber conocido a Allah como resultado de sus propios esfuerzos, puesto que
eso ya lo ha hecho el buscador, que teme no haber alcanzado el fondo de la
cuestión y necesita de quien lo ayude a penetrar en todas las implicaciones de
su intuición. El Profeta debe ser un esclavo puro, alguien purificado por Allah (mustafà),
un elegido (muÿtabà), alguien en quien
Allah se complace plenamente (murtadà).
Puesto que esto debe ser así y un profeta debe responder a esas
cualidades, su presencia deberá tendrá una fuerza conmocionadora. El profeta
es un signo en sí. Es transtornador como lo es la Verdad Creadora a la que hace
referencia con sus enseñanzas. Y éste es el argumento que certifica, para los
musulmanes, la sinceridad y autenticidad de un profeta. Por ello, los musulmanes
no tienen inconveniente en reconocer la sinceridad y autenticidad de todos los
profetas de la humanidad, todos los fundadores de caminos y vías espirituales
que han sido capaces de crear civilizaciones a causa de la fuerza de la
presencia de esos personajes. Para un musulmán Abraham, Moisés, Jesús, y los
demás mensajeros dentro y fuera del ámbito semita, son auténticos por el
simple hecho de haber forjado algo de lo que sería incapaz cualquier otro
hombre. Nosotros podemos crear ‘modas’, no civilizaciones. Una civilización
es el resultado de una conmoción que ya de sí es un argumento irrefutable, al
igual que la presencia contundente del universo es la prueba de Allah.
El problema que se les plantea a los musulmanes no es, por tanto, el de
la sinceridad y la autenticidad de los profetas, sino la transmisión de sus enseñanzas (el naql). En esto intervienen hombres comunes y ahí es posible la
estafa, la mitificación, el error, la opinión, la interpolación, etc. Sin
embargo, el mensaje de un profeta es esencial en todos sus aspectos. Sólo se
libra de esta circunstancia el Mensajero del Islam -Muhammad (s.a.s.)-, cuyo
legado nos ha llegado de modo fiable en su integridad.
Podemos rastrear sin problemas el origen de cada palabra dicha por
Muhammad (s.a.s.) hasta averiguar si efectivamente él la pronunció o no la
pronunció. Y es porque el Islam apareció en un entorno obsesionado por la
‘genealogía’, y ese método se aplicó desde el principio a todo lo que
hizo y dijo Muhammad (s.a.s.), de modo que tenemos una enorme cantidad de
fuentes en las que asegurarnos de la filiación de cada frase del Corán y de
cada hadiz, diferenciando perfectamente cada cosa, sabiendo por qué caminos han
llegado hasta nosotros, así como se han elaborado desde el principio
enciclopedias en torno a los muchos testigos de cada detalle de su vida y
hechos. Esto, junto a la proximidad histórica de la Revelación coránica, hace
de Muhammad (s.a.s.) el único gran Profeta del que existe una constancia
fideligna, siendo modelo válido para los buscadores sinceros.
Es más, por un lado, en ningún momento se salió fuera de lo que hemos
ido diciendo acerca de Allah. La Verdad que nos transmitió es la misma
enunciada hasta aquí y cuyas resonancias hemos ido encontrando en intuiciones
que todos tenemos. Por otro lado, contó más cosas y mostró el camino al que
ya no tenemos acceso a través de deducciones. Muhammad (s.a.s.) fue, por tanto,
el Nabí, el Rasûl, el Maestro Inspirado que necesitamos para completar el
proceso que iniciamos desde la primera página de este libro. A partir de este
punto, entramos en otro campo, en el de las enseñanzas de Muhammad (s.a.s.),
que nos habla desde su sinceridad de lo que no nos es dado saber por nosotros, y
nos describe la senda de lo que Allah ama para pasar a ser gentes de su elección,
expuestos a su bien y no a su rigor, a su favor y no a su justicia.
wa ínnahu jâtimu
l-anbiyâ*
y él es el
sello de los profetas...