AQUIDA PRESENTACIÓN

AL-‘AQÎDA AT-TAHÂWÍA  (2)

 

Con esto el autor responde a los que tienen el libre albedrío (los qadaries). Si existiera esa libertad, algo sería autónomo respecto a Allah, algo podría cumplirse al margen de su querer, pero Allah es la Verdad que lo integra y lo rige todo. Si afirmáramos una voluntad autónoma de la suya nos alejaríamos de la integración de la existencia en una única realidad. La autonomía del ser humano es un ídolo, un sueño de su ego, algo sin eficacia que no penetra en las realidades. Recurriendo al Destino seguimos profundizando en el Tawhîd, en la Reunificación que nos acerca a la comprensión de lo que es la Unidad, y no a un dios hecho según nuestras medidas, arbitrariedades, juicios y valores.

            Sin embargo, la postura de los musulmanes frente a los qadaríes no los sitúa en el bando opuesto, en el de los ÿabríes o fatalistas. Los ÿabríes son aquellos que, al afirmar que todo resulta de una imposición ineludible (el ÿabr) es inútil la acción porque se carece de elección. Se excusan detrás del Destino para juzgar a Allah, practicar la pereza o para defender sus necedades y desaciertos. Han convertido el Destino en una justificación, no en un conocimiento profundo -en sus honduras, en el Destino el musulmán encuentra la clave de su radical soberanía, una vez disueltos los engaños con los que estaba envuelto en un conflicto estéril consigo mismo-. El Qádar, el Destino, es el Poder de Allah presente en cada momento, imponiéndose a todo. Pero el ser humano es pura ‘acción’: renunciar a ella es renunciar a la condición humana y a la vida. Nuestras ‘elecciones’ son signos de la presencia del Poder de Allah en una síntesis que las palabras no pueden expresar.

            Todo lo anterior hace que el Islam sea extraordinariamente tolerante sin degenerar en nihilismo, desidia o falta de juicio y criterio. Y por otra parte, la idea de Destino comunica paz y sabiduría. Cada cosa es lo que Allah quiere que sea, pero la acción de cada cual es signo del terreno en el que está y por ello se aconseja el bien y lo mejor, que es síntoma de estar en el mejor de los destinos. Por ello, y mientras consideremos que tengamos fuerza y poder de elegir, debemos optar por lo mejor -que es el Islam, lo ‘elegido’ por Allah- hasta que seamos sumergidos en la contemplación del Destino, es decir, de la Verdad.

            La diferencia entre qadaríes y ÿabríes surge de las inquietudes que despierta la cuestión del Destino: si lo negamos perdemos el horizonte de la Unidad, si lo afirmamos carece de relevancia todo. La Gente de la Sunna (ahl as-Sunna) se sitúa en medio: afirma el Destino y la relevancia de los actos humanos, y ambos se implican en la raíz de todo lo verdadero, coincidiendo de un modo extraño e inexpresable. El Destino es el océano en el que se agita nuestra existencia y nuestra libertad y, por otro lado, nuestros actos son lo que Allah quiere y por ello mismo se realizan y son realizadores. El Mensajero de Allah (s.a.s.) fue ejemplo de un dinamismo inmerso en el Querer de Allah. Él (s.a.s.) nos invitó a desatar todas las posibilidades que Allah ha depositado en nosotros, pasando a ser agentes en la existencia. Por ello proclamó el Yihâd, la lucha, el esfuerzo, y declaró que era obligatorio para cada musulmán hasta el fin del mundo. No somos pasivos ni nos rendimos ante las circunstancias, sino agitación y nervio que deben tener su cauce. El Corán dice: “Allah ha creado la muerte y la vida para probar quién de vosotros es el que actúa de forma más hermosa”, es decir, todo está dispuesto para que el hombre saque lo que hay en él.

            Hablar del Destino es ofrecer un marco en el que existir sumergidos en la Unidad de Allah. Tenemos conciencia de nosotros mismos, porque Allah lo ha querido. Distinguimos entre el bien y el mal, y constantemente optamos -coincidiendo ineludiblemente con lo que Allah quiere-. En esa conciencia somos independientes hasta que no descorramos el velo que nos separa de la contemplación del Destino. Mientras estemos en el velo, viviendo nuestra libertad, tenemos que ser coherentes y obrar en consecuencia, dentro de la existencia que sabemos que está inscrita en el Destino que lo unifica todo. Nada nos justifica, y lo sabemos: lo contrario es retórica, escudarse detrás de lo que se ignora. Nuestras elecciones son reales, y tenemos criterios y medidas que debemos ejercitar, pues Allah nos los ha dado. En nuestro mundo somos libres, dotados de una voluntad que da expresión a la Voluntad, y debemos elegir lo que más nos convenga, aun cuando sepamos que en el fondo todo haya sido ya decidido y clausurado en la eternidad que está por encima de lo que podamos concebir, una eternidad que saboreamos al final del proceso del Tawhîd, la Reunificación que nos permite identificarnos en la Verdad.

 

lâ tábluguhu l-auhâm* wa lâ túdrikuhu l-afhâm*

No lo alcanza la ilusión, no lo percibe el entendimiento...

              El Corán dice: “La ciencia de los seres humanos no abarca a Allah”. La ilusión (wahm) -es decir, lo que el hombre quisiera que fuera Allah- no llega a intuir su Grandeza. Y el entendimiento (fahm) -es decir, la capacidad real del hombre de conocer- no percibe la Verdad de Allah. Allah es Indeterminable, y ésa es la anchura infinita en la que cabe la grandeza que fundamenta al ser humano. Lo que es Allah (su Dzât, su Esencia; su Ulûhía, su Misterio) escapa a las posibilidades de la criatura: no responde a sus espectativas, no cabe en su imaginación ni es abarcada por la razón. El Misterio de Allah está en su capacidad para desconcertar. Nuestro desconcierto es el conocimiento que tenemos de Él. Todas estas observaciones son pertinentes en el contexto de la mención del Destino, que es la idea a la que se llega cuando empieza a calibrarse el carácter absoluto de nuestro Señor Verdadero (Rabb).

            El Profeta dijo: “No habléis de la Esencia de Allah; meditad en sus Cualidades”. Sólo nos es dado reconocer sus Cualidades -los detonantes de su relación con nosotros, las realidades unitarias configuradoras de nuestro mundo y nuestras acciones- tal como Él se ha descrito a sí mismo, y son Cualidades Majestuosas que nos invitan a rendirnos ante Él, y ésa es la vía que conduce a un crecimiento en la Inmensidad de la Verdad Trascendente designada por la palabra Allah. En este sentido, sabemos que Allah es Uno, Impenetrable, Creador, Vivificante, Aniquilador, Poderoso, Reductor, Soberano, oye y ve,... y que todo está bajo el dominio de esos Atributos Infinitos.

            Las Cualidades de Allah (Sifât) tienen un interés práctico. Nos incumben y nos enseñan la magnitud del Océano en el que existimos y cómo relacionarnos con Él. Lo que se puede deducir de las Sifât es perturbador, y por ello es transformador. El autor insistirá en esta cuestión más que en ninguna otra. Las Cualidades nos hablan de Allah y de nosotros: Él es el Señor (Rabb) y a Él estamos subordinados. A realizar conscientemente esa subordinación (‘ubûdía), a vivirla con toda la intensidad de la que somos capaces gracias a las facultades con las que Allah nos ha dotado poniéndonos por encima de los instintos, es a lo que nos invita el Islam, la rendición a Allah -una rendición que es la que nos hace esponjosos a los significados de Allah-. Las Cualidades describen a Allah en su Grandeza o en su Relación de Señorío (rubûbía) con la que rige la existencia: “Y Él es el que oye y el que ve...”.

 

wa lâ yúshbihuhu l-anâm*

Y los seres humanos no se le parecen...

              El autor vuelve con esto a la cuestión del Tançîh (el proceso de abstracción) que debe regir siempre las reflexiones. Es el criterio que debe estar a la cabeza de cualquier exposición de la ‘Aqîda, la cosmovisión del Islam, el conjunto de las ideas-fuerza que lo estructuran. Es, por tanto, uno de los fundamentos de la senda transformadora por la que se transita hacia Allah (los ûsûl ad-dîn). En este sentido, el autor niega que los seres humanos (anâm) se parezcan en algo a Allah, y por tanto carecen de elementos para establecer comparaciones.

            El Tançîh es siempre una negación (nafy) con la que se destruye la posibilidad de cualquier representación antropomórfica. Con ello, matamos todos nuestros dioses y nos liberamos para Allah. Es lo expresado al principio de la shahâda, el testimonio de cada musulmán: lâ ilâh, no hay verdad... Ahora bien, esta negación es insuficiente, es algo no culminado. Es un primer paso para llegar a la Pureza Absoluta: Allah. A partir de aquí empieza la afirmación (izbât): reconocemos a Allah en el ejercicio de su Poder, su Voluntad y su Ciencia, que nos afectan. Es decir, lo descubrimos en las Cualidades gracias a las cuales somos lo que somos. La afirmación (el izbât) es superior a la negación (el nafy): es el Jardín en el que se deleitan los sabios. Tras la declaración con la que evita confusiones al decir que Allah no es semejante en nada a lo que el hombre puede reconocer, el autor de la ‘Aqîda comienza una descripción positiva en medio de esa poderosa sugerencia.

 

háyyun lâ yamût* qayyûmun lâ yanâm*

Viviente que no muere, Subsistente que no duerme...

              Estas frases sirven de ejemplo para que nos demos cuenta del alcance de lo dicho. Podemos decir de Allah que está Vivo (Hayy), como el ser humano,... pero Él no muere, mientras que el ser humano está sometido a la muerte. Con la palabra ‘Vivo’ queremos decir que Allah no está muerto, pues si dijeramos de Él que está muerto, nuestro mundo no existiría porque no hubiera sido creado. Lo muerto no crea nada, mientras que el mundo necesita de un Creador, que deberá estar Vivo y ser Vivificante aunque lo que sea su vida se nos escape. La palabra, por tanto, nos sirve para entender algo, es nuestro recurso,... pero es insuficiente porque no podemos imaginar algo que al final no muera, pero Allah no tiene final. La palabra es útil por un lado, pero equívoca por otra. Hay una ‘semejanza’, pero por la parte de Allah la noción que se usa tiene proporciones irrepresentables, como enseña el Corán: “A Allah corresponde la parte sublime en la comparación”.

            Lo mismo sucede con Subsistente (Qayyûm), que quiere decir que Allah existe por sí mismo y soporta a cada criatura, que Él late en ella fundamentándola sin necesitar Él de fundamento alguno. Pero todo lo que soporta una carga se cansa,... mientras que Allah no duerme. Con esta última matización escapamos de la posibilidad de antropomorfizar a Allah, y así las palabras se vuelven válidas y brillantes para expresar algo cuya finalidad es la de servir de estímulo al corazón, y no para abarcar a Allah.

            El Tançîh nos sumerge en el Océano de lo Infinito, y el Izbât as-Sifât, la Afirmación de las Cualidades, nos relaciona y nos supedita a lo que intuimos en esa eternidad. El Corán nos dice: “Los rostros se rinden al Viviente, el Subsistente”. Estos dos Nombres de Allah, Hayy-Qayyûm, son de los más sugerentes: nos hablan de Él y nos hacen vivir en Él. Ante el Viviente quedamos desconcertados: la vida pierde estrecheces. Ante el Subsistente, dejamos atrás nuestros miedos y nuestros recelos, apartamos nuestra mediocridad, pues Él nos libera de dependencias.

 

jâliqun bilâ hâÿa* râçiqun bilâ mu-na*

Creador sin necesidad, Proveedor sin carga...

              Todo lo que existe es creación (jalq), es decir, tiene un principio y es el fruto de un Poder, una Voluntad y una Ciencia infinitas que han sacado a las criaturas (majlûqât) de la Nada anterior a su existencia, de la indeterminación absoluta. Allah es la razón de ese paso. Él es la Incógnita que ha decidido que existamos.

            La reflexión es sencilla: el universo podía no haber existido, y llamamos Allah a lo que se inclinó en favor de su existencia. Cuando no había nada, tampoco había causas: Allah es lo indecible que escapa a todos los razonamientos pero cuya Verdad intuimos en la necesidad de encontrar ‘algo’ que fuera punto de arranque, pero por el carácter mismo que imponen las condiciones de la Nada, ese ‘algo’ debe tener un carácter excepcional, tremendo. Éste es también el punto inicial de todas las reflexiones en torno a Allah, lo que nos induce a acentuar la irrepresentabilidad de su Esencia (Dzât): no podemos ni imaginar lo que Allah sea en Sí, pero sí podemos calibrar su Poder aunque sea sólo con adjetivos que indiquen desproporción. Una vez el universo pasó a la existencia, el universo mismo nos habla de la Realidad que lo hace ser, y entonces estamos en el espacio de las Cualidades (Sifât).

            Empezamos diciendo que Allah es Creador (Jâliq), y lo es porque quiere, no porque necesite de algo. Él no es causado ni sus actos tienen más razón que la de su propia Voluntad anterior a toda otra. Él carece de toda necesidad (hâÿa). Y mantiene a sus criaturas (Él es Proveedor, Râçiq), recreándolas en cada instante y obsequiándolas con cuanto necesitan, sin que ello mengüe lo que Él es. El dar no lo disminuye, ni le supone una carga. Él no es cantidad que aumente o encoja.

            Que la criatura necesite de Allah quiere decir que constantemente depende de Él. En ningún momento la realidad de la criatura cambia: no se transforma en un ser separado. Esto es muy importante. En todo momento la criatura demanda la asistencia de Allah para seguir existiendo: necesita de su aire, de su calor, de su soporte, de su inspiración. Nunca la criatura es suficiente por sí ni se emancipa. Y está sujeta al Acto Creador hasta en lo íntimo de su ser, en su raíz misma. Allah la provee. El ser humano, y todo lo suyo, es un cúmulo de permantentes posibilidades a la que Allah da la realización que Él quiere. El Corán lo expresa diciendo: “¡Oh, gentes! Vosotros sois los pobres, y necesitáis de Allah, mientras Él es Rico y Elogiado”.

 

mumîtun bilâ majâfa* bâ‘izun bilâ mashaqqa*

Mata sin miedo, devuelve la vida sin esfuerzo...

              La muerte (máut) no es la nada (‘ádam) de la que hemos surgido, es algo que ha pasado a existir desde el momento en que los seres han sido creados, y los acompaña. Tiene su propio estatuto. La muerte, al igual que la vida (hayât), forma parte del ser. El Corán dice: “Él es quien ha creado la muerte y la vida para probar quién de vosotros actúa de una forma más hermosa”. Allah es Muh, Dador de Vida, y es Mumît, Dador de Muerte: todo lo nuestro está en sus Manos, todo es configurado por Él.

            La muerte no nos libra de Allah: Él la sostiene. Por ello pedimos a Allah que se apiade de nuestros difuntos, pues están completamente a su merced. Seguimos dependiendo de Él en nuestra tumba. Es más, en la muerte ningún velo nos separará de Allah. En nosotros se ejecutará su Voluntad -al igual que actualmente entreteje nuestra existencia- sin que nada desvíe nuestra atención, como ocurre ahora que nuestra agitación nos hace concebir dioses en los que buscamos consuelo. La muerte es la hora verdadera, es el encuentro con lo Real, es más vida que la actual porque nada la entretendrá. Con ella accedemos al Dominio de Allah (al-Âjira), y el Profeta describía el encuentro con lo Real tras la muerte con imágenes que sugieren que esa emoción es más poderosa que las que el cuerpo siente en vida. En la muerte, todo será tremendo porque el hombre habrá perdido el control sobre el mundo y será pasivo en Manos de su Señor, estado absolutamente expuesto a Él, sin que sus fantasmas intermedien. Y esto es terrible: es la Resurrección a la que se refiere el Corán, el paso a la absoluta intensidad del ser. El Corán nos describe esa eternidad como placer que embarga al ser humano o como sufrimiento para el que no hay descanso, en una violencia que sólo las peores pesadillas acercan al entendimiento.

            Allah mata a sus criaturas al igual que les da la vida, y no teme ningún reproche o venganza del mismo modo que no nos ha creado porque necesite de nuestra gratitud. De ahí el carácter irreductible de la muerte. Los seres humanos son aniquilados, uno tras otro, sin que la Verdad que ejecuta esas sentencias se arredre ante nada ni se inmute: la vida y la muerte son lo mismo para Ella. Somos nosotros los asaltados por los terrores y las incertidumbres. Por esto se dice que Allah no es afectado por ningún miedo (majâfa), y nada tiene fuerza ante Él. Y esto es lo que hace que sus Actos sean contundentes.

            Así como mata, Él es capaz de devolver la vida a las criaturas y resucitarlas sin que sea para Él un esfuerzo añadido o le suponga una penalidad (mashaqqa). Lo que nos resulta difícil de admitir -el ser en la muerte, que se nos ofrece como algo insalvable- es indiferente para Él. Para Allah no hay diferencia entre una cosa y otra, entre el dar la vida, el retirarla o el devolverla en medio de la muerte como ya la ha creado en el seno de la nada, que es un espacio aún más inconcebible. El prodigio de la creación es para Él igual que la recreación. Esto es importante porque intuimos que habremos de reencontrarnos con Él puesto que la muerte no es la Nada. De la Resurrección (Ba‘z o Qiyâma) y su fundamento hablaremos más adelante. Allah es Bâ‘iz, el que deposita vida a los muertos, el que los hace ser en la muerte.

 

mâ çâla bi-sifâtihi qadîman qábla jálqih* lam yáçdad bi-káunihim shái-an lam yákun qáblahum min sífatih* wa kamâ kâna bi-sifâtihi açalíyan* kadzâlika lâ yaçâlu ‘alaihâ abadíyan*

Él era Sin-Principio con sus Cualidades antes de su acto creador. Sus Cualidades no han aumentado -cuando sus criaturas han pasado a ser algo- por encima de como eran antes. Del mismo modo que antes era Sin-Origen en sus Cualidades, lo es en ellas igualmente Sin-Final...

              El autor nos habla aquí del carácter inmutable de Allah, del Sin-Principio (Qídam) y el Sin-Fin (Áçal) de su Esencia (Dzât) y de sus Cualidades (Sifât). Él y su modos de ser no conocen alteración. Y ésas son nuestras raíces, los gérmenes de los que hemos fructificado, las realidades sobre las que existimos. Sus Cualidades son su Plenitud (Kamâl), y si hubiera carecido de ellas antes le hubiera faltado algo, viéndose menguada entonces su perfección y estando sometido a lo que la completara.

            Él era Creador antes de crear, Poderoso antes de ejercer su Poder, Sabio antes de que existieran objetos ofrecidos al conocimiento,... Nuestra aparición no es lo que lo ha hecho Creador, Proveedor, Vivificante,... y del mismo modo esas Cualidades no desaparecen de Él cuando desaparezcamos. Cada uno de nuestros instantes es configurado por una potencia eterna absolutamente independiente de nosotros y de nuestro mundo, ajena a todas las condiciones, ajena al tiempo, al espacio, a las medidas, a nuestros valores,...

            En torno a las Cualidades ha habido muchos debates en el Islam. La transitoriedad de los acontecimientos sugieren un ilâh cambiante, una Verdad Interior en ebullición, y si bien Allah es el motor de las transformaciones, en Sí y en sus Atributos Él es una Verdad Perfecta y Plena. Las mutaciones, signos de su Poder Soberano, están en el seno de su inalterabilidad y de su paz. El Corán lo expresa con las siguientes palabras: “Allah es el Señor del Trono Glorioso, y es Hacedor de lo que quiere”.

 

láisa bá‘da jálqi l-jálqi stafâda sma l-jâliq* wa lâ bi-ihdâzihi l-baríati stafâda sma l-bârî*

No adquirió el Nombre de Creador tras crear la creación, ni adquirió el Nombre de Configurador tras dar existencia a la humanidad...

              El autor de la ‘Aqîda insiste aquí en lo señalado en las frases anteriores. Hay que diferenciar el ser algo de la actividad que resulta de ella: Allah era Creador antes de crear, y esto quiere decir que lo era en potencia, y al crearnos pasó a serlo en acto, pero su condición, su modo de ser, siempre fue la misma. Por ello es lícito aplicarle esos Nombres con los que Él mismo se designa en el Corán y saber que le corresponden de forma real, en su eternidad, y no son alteraciones ni indican cambios en Él.

 

láhu ma‘nà r-rubûbíati wa lâ marbûb* wa ma‘nà l-jâliqi wa lâ majlûq* wa kamâ ánnahu múhyi l-mautà bá‘da mà ahyâ stahaqqa hâdzà l-ísma qábla ihyâihim* kadzâlika staháqqa sma l-jâliqi qábla inshâihim*

Le pertenecía el Señorío antes de que existiera el esclavo, y era Creador antes de que existiera la criatura... Del mismo modo en que Él era Revivificador de los muertos después de dar la vida por ello merece ese nombre antes de haberles dado la vida, y también merece el Nombre de Creador antes de configurarlos...

              El autor repite lo expresado para subrayar el carácter inmutable de Allah. El Profeta (s.a.s.) dijo: “Él era y nada había con Él,... y sigue siendo como era”. Es decir, Él era Señor (Rabb) sin esclavo (marbûb), y Creador (Jâliq) sin criatura (majlûq), y cuando desaparezcamos Él seguirá en su Plenitud Absoluta, porque ni nos necesita, ni lo complementamos, ni le añadimos nada, ni le arrebatamos nada. Las Cualidades de Allah y sus Nombres son eternos como Él, y tienen su mismo carácter. Son tesoros en su Verdad.

 

dzâlika bi-ánnahu ‘alà kúlli shái-in qadîr* wa kúllu shái-in iláihi faqîr* wa kúllu ámrin ‘aláihi yasîr* lâ yahtâÿu ilà shái* láisa ka-mízlihi shái* wa huwa s-samî‘u l-basîr*

Es así porque Él tiene poder en todas las cosas, y toda cosa es pobre ante Él. Todo asunto le es fácil, y no necesita de nada: ‘Nada se le asemeja, y Él es el que oye y el que ve’...

              Con esto el autor explica sus afirmaciones anteriores. Las Cualidades (Sifât), en toda su intensidad, son inherentes a Allah Absoluto porque Él es Fuerza y Poder (Qudra, Potencia), y Él es el Qadîr, el Determinante, y sus Actos (Af‘âl) son los únicos que se realizan, y por ello son el entramado de lo que llamamos Destino (Qádar). Todo es como Él quiere que sea en cada instante, en la nada o en la existencia, en la ausencia y en la presencia, según su Voluntad inquebrantable (Irâda). Somos los resultados de sus Actos y estamos a merced de su deseo, sin que nada nunca pueda oponerse a su realización. Él y sus Cualidades son el transfondo de nuestra existencia. Permanentemente, en la nada y en el ser, todas las cosas tienen necesidad de Él, incluso para ser nada o en la muerte. Todo es pobre (faqîr) ante Allah, todo le mendiga en cada momento y de acuerdo a su circunstancia. Allah dice en el Corán: “Te he creado, y antes eras nada”.

            Para entender realmente el alcance de todo esto tenemos que dotarnos de criterios sólidos. Los pensadores musulmanes han reducido a tres los juicios que podemos formular, en un uso riguroso de las facultades de la razón, ante toda propuesta que se nos haga: las cosas pueden ser irrefutables y necesarias, o simplemente posibles o radicalmente imposibles. Todo cuanto existe  o puede existir es a lo que llaman ‘posibles’: tú y todo lo que te rodea existís, pero perfectamente podías no haber existido. Lo que te da existencia es algo que lo ha decidido por ti antes de que vinieras a este mundo.

            Ese ‘algo’ anterior a todo, si remontamos la cadena de causas y efectos, ese Origen primordial, es a lo que se llama Allah, que es el Irrefutable, la Verdad, sea en sí lo que sea,... Él es lo que hace ser reales a las cosas. Es ahí, en ese vacío anterior a la creación del universo, donde intuimos el alcance y la magnitud de la Realidad que nos da la vida,... es asomándonos a ese abismo inquietante donde presentimos su magnitud inabarcable, es donde intuimos su Grandeza, porque ahí no nos estorba nada y nuestra reflexión es capaz de imaginar desmesuras. Y ahí, de Él, decimos que tiene Cualidades que lo habilitan para haber tomado esa decisión por la que existimos. A ésas Cualidades y a su carácter es a lo que nos referimos cuando hablamos de las Sifât. Esas Cualidades tienen el mismo carácter preeterno de la Verdad Creadora -puesto que ahí no hay tiempo ni sucesión-, y por otro lado tienen una absoluta eficacia actual desde el momento en que todo lo que existe requiere de su asistencia y de sus Actos (Af‘âl). Nada se independiza de su Señor: por siempre nos debatimos entre la posibilidad de seguir exitiendo y de desaperecer, de esto y de lo otro, y es siempre el ‘algo’ incógnito el que decide.

            Nosotros vivimos entre esfuerzos y contínuas tensiones, pero lo que es jamás es el resultado de esos esmeros: todo tiene una raíz más profunda que nuestra agitación nos impide ver. En cada momento ‘cumplimos’ con esa Verdad. Éste es el secreto del Destino, que está ‘velado’ por nuestra inquietud y nuestros miedos constantes. Pero ‘eso’ es lo Determinante. Pero aún más importante, ese Poder siempre Presente no es una fuerza ciega, no es la ‘naturaleza’ (que ha sido ‘creada’ con nosotros, al igual que el tiempo, el espacio, la muerte,...). Lo que nos ha hecho ser lo que somos tiene Voluntad y Ciencia, y todo es signo de esas Cualidades. Pensar que Allah es azar es negarse a la evidencia de un universo perfectamente estructurado y trabado por algo Perfecto en Sí, absolutamente Pleno, Desbordante: lo que entendemos entre nosotros por voluntad y conocimiento es resultado de su Querer, ¿cómo habría de carecer el que ha creado nuestra voluntad y el que determina nuestro conocimiento de esas Cualidades? Es más, nuestra voluntad y nuestra ciencia, al lado de las suyas, son nada, tan sólo un pálido reflejo en el que debieramos adivinar el calibre de lo que tiene que ser su Voluntad Absoluta y su Ciencia Perfecta, que son las que realmente estructuran cada uno de nuestros instantes.

            Además, Allah nos oye y nos ve, pues ¿cómo habría de ser sordo el que ha creado el oído? ¿cómo habría de ser ciego el que ha diseñado los ojos de sus criaturas? Al contrario, nuestros oídos y nuestros ojos son un pálido reflejo de lo que debe ser el Oído y la Visión de la Verdad que nos ha hecho. Todo lo que hay es signo del alcance de su Perfección, y todas nuestras carencias, nuestras imperfecciones, nuestros defectos, nuestras quimeras, son restos de la Nada de la que hemos surgido, nos recuerdan cuál es nuestra verdad y nos enseñan la desproporción de Allah: en Él no hay nada de la Nada.

            Estamos, pues, en medio de su Absoluta Presencia, expuestos a Él en cada instante, cumpliéndose en nosotros su Voluntad, siendo vistos y oídos por Él, recogiendo sus dones, viviendo de Él, muriendo cuando Él quiere y fundamentados por Él en la misma muerte. Y cada uno de nuestros instantes es lo que Él configura,... Ésa es la Verdad Infinita en la que existimos.

 

jálaqa l-jálqa bi-‘ílmihi

Ha creado la creación con conocimiento...

              Ha dado existencia a todas las cosas, las ha hecho ser lo que son y rige cada uno de sus instantes con conocimiento (‘ilm), es decir, lo que existe no es resultado de ignorancia ni fruto del azar. Con esto, el autor de la ‘Aqîda completa el ciclo de las tres grandes Cualidades: el Poder (Qudra), la Voluntad (Irâda) y la Ciencia (‘Ilm).

            Hemos hablado de la Voluntad creadora. Toda voluntad imagina aquello hacia lo que se inclina, y esa representación es el conocimiento previo que tiene de lo que desea. Nuestra existencia habla de una Voluntad que nos ha hecho ser. Esa Voluntad es la demostración de una Ciencia anterior a todas las cosas. El Corán dice: “¿No habría de saber el que ha creado? Él es el Sutil, el Bien Informado”. Y dice: “Allah posee las claves de lo Oculto. Sólo Él las conoce. Sabe lo que hay en la tierra y en el mar. No cae una hoja de un árbol sin que Él lo sepa. No hay un átomo en las oscuridades de la tierra, ni nada húmedo o seco, que no esté registrado en un Libro Evidenciador...”.

            El conocimiento es una cualidad de perfección: saber es un paso hacia adelante que nos arranca de la ignorancia, por lo que es imposible que quien ha creado nuestra  ciencia no sepa nada, que sea comunicador de algo de lo que carece. Por ello atribuimos a Allah un Conocimiento Absoluto, a partir precisamente de la constatación de que el saber existe y es Él el que lo ha creado. Su Ciencia (‘Ilm) es perfecta, pues es anterior a todo, y es la ciencia del que crea, no la del que aprende de otro.

 

wa qáddara láhum aqdâra*

y les ha dado sus medidas...

              Cuanto existe cumple el deseo de Allah y se dirige por los caminos que Él le señala y desembocan en la meta que Él le ha establecido. Éste es el origen de las leyes que gobiernan la naturaleza. Todo es resultado de su Ciencia y está bajo su Domino, cuyas auténticas magnitudes sólo saborearemos tras la muerte, cuando nada nos impida sentirlas en toda su infinita intensidad.

            Antes de que las cosas existieran estaba determinado su destino en la Realidad del Uno-Único, en el Libro Supremo, en la Tabla Bien Guardada. Eso es el Destino (Qádar), que es la Presencia del Poder (Qudra) de Allah en cada criatura y en cada acontecimiento. Todo se debe a medidas exactas (aqdâr) que Allah ha depositado en el seno de cada realidad. Allah es el origen de las reglas que rigen el devenir, de los ritmos que lo marcan. En Él está nuestro Destino y todo lo que nos gobierna con precisión absoluta: las medidas. Lo efectivo y eficaz es Allah, Señor de los movimientos y destinos de todo lo que existe.

            Allah dice en el Corán: “Hemos creado todo con su medida”, y dice: “Él es el que ha creado cada ser y lo ha configurado, le ha dado la medida que lo rige y lo guía por el camino del cumplimiento con todo ello”. Esas medidas (aqdâr o maqâdîr) son anteriores a la existencia de los objetos en los que se cumplen. El Profeta (s.a.s.) dijo: “Allah determinó los Maqâdîr de la creación cincuenta mil años antes de crear los cielos y la tierra, y su Trono estaba sobre el agua”.

 

wa dáraba láhum âÿâlan

y les ha fijado plazos...

              Todo tiene su momento exacto y nada en la existencia sucede antes de su tiempo ni después del que le ha sido fijado en el Decreto de Allah, y todo cuanto existe tiene un final que ha sido decidido por su Señor en la Eternidad del No-Principio y el No-Final. El áÿal, el plazo, se refiere sobre todo a la muerte: la criatura muere cuando Allah ha dictado. El Corán dice: “Cuando les llega el momento no pueden adelantarlo una hora ni atrasarlo”, y dice: “Ninguna vida muere sin el permiso de Allah, según un término prefijado”.

            De acuerdo a lo anterior, ¿sirve de algo pedir a Allah? ¿tiene algún sentido la invocación (du‘â) que consiste en recogerse ante Él y esperar de Él cosas que consideramos buenas y provechosas? El du‘â es una práctica fundamental en el Islam. El Profeta (s.a.s.) dijo en cierta ocasión que es lo único que es capaz de cambiar el Destino. El deseo y la voluntad del hombre tienen una fuerza que Allah ha querido, y están enmarcadas en el Todo. Ahora bien, es necesario tener en cuenta lo que sigue. El du‘â del musulmán debe ser sobretodo un acto de posicionamiento ante Allah, un signo de reconocimiento. El musulmán, con su du‘â, se reconoce como necesitado de su Señor Verdadero. Con sus palabras en las que pide a Allah, se reafirma en su condición de criatura frente a la Verdad Absoluta, se asienta en la ‘Ubûdía (la Subordinación) ante la Rubûbía (el Señorío). Es un acto en el que toma conciencia de lo que es él y lo que es su Señor. Este es el valor fundamental del du‘â. Y precisamente porque Allah es Señor Absoluto, se reserva la decisión, y responde o no a la solicitud que se le hace: el du‘â no le obliga, el du‘â no es una fórmula mágica. En la respuesta o en la falta de respuesta a los deseos del hombre Allah se manifiesta como Determinante. Su Querer prevalece.

 

wa lam yájfa ‘aláihi shái-un qábla an yájluqahum* wa ‘álima mâ hum ‘âmilûna qábla an yájluqahum*

Nada le estaba oculto antes de crear (a los seres humanos), y sabía lo que harían antes de crearlos...

              Nuestra existencia es un acto de generosidad y desbordamiento de Allah. La creación no le ha enseñado nada nuevo. Su ciencia no ha aumentado. Él conocía a sus criaturas antes de hacerlas y sabía lo que harían en cada momento. El conocimiento que tiene Allah de nuestra realidad la precede; es más, la condiciona. Somos lo que él sabe de nosotros, lo que Él ya sabía antes de crearnos.

            En el Islam se dice que Allah sabe todo lo que es, y también lo que no es -de ser- cómo sería. Él ha creado el mundo, y todo en él es, en su esencia, completo y definitivo. Esto se opone a la idea de una necesidad de reencarnación. Nada tiene que perfeccionarse porque al ser es ya todo lo que tiene que ser. En su instante se expresa. Lo demás son quimeras del hombre, vanas esperanzas, ilusiones sin fundamento alguno y creencias banales, añadidos que no tienen justificación. El Corán dice de los que han desaprovechado sus vidas: “Si regresaran a la vida, volverían a lo que les ha sido prohibido”. Él sabe que sería así refieriéndose a algo que no va a ser por innecesario.

 

wa ámarahum bi-tâ‘atih* wa nahâhum ‘an má‘siatih*

Les ordenó que le obedecieran, y les prohibió que se le rebelaran...

              Después de crear a las criaturas y determinar su destino, Él se les manifestó ordenándoles que le reconocieran como único Señor y prohibiéndoles los dioses, siendo el cumplimiento de lo primero una manifestación de obediencia (tâ‘a) que los integra y lo segundo una expresión de rebeldía (ma‘sía) que separa al hombre de la Verdad. Ésta es la sabiduría que hay en la Revelación: mostrarnos, no lo que Allah quiere -que se ejecuta espontáneamente-, sino lo que ama y prefiere en su capacidad para elegir.

            Y esto es de gran relevancia. La existencia plasma a Allah, el universo es el espacio en que se realizan sus potencias. Pero además Él está dotado de Libertad, que ejerce escogiendo. Hay cosas elegidas por Él, y otras rechazadas. Lo elegido es lo que lo satisface y lo rechazado es lo que enciende su Ira, que también son aspectos a los que da realidad, y que toman el cuerpo de Jardín (ÿanna) o Fuego (nâr). Y Allah se ha revelado a los profetas para comunicar la senda (Dîn, Sharî‘a) que nos conduce a su Abundancia y nos aparta de la Privación. Y al igual que son un acto de su Libertad, propone esas cuestiones a la ‘elección’ del ser humano, pues todo tiene estrechas correspondencias conjugadas siempre en la Unidad que todo lo gobierna.

            Obedecer es asumir el ser de otro. Por ello, se obedece a Allah con el conocimiento, la acción, la audacia, la generosidad, la justicia,... La tâ‘a, la obediencia es situarse en la proximidad de lo fecundo. Por el contrario, la desobediencia (ma‘sía) es aislamiento en el ego, es rebeldía, es decir, es ajustarse al propio y exclusivo entendimiento de lo que deben ser las cosas, y se manifiesta en la envidia, el rencor, la avaricia, la ignorancia, la injusticia, todo lo que nos aparta de la fuente de la existencia.

 

wa kúllu shái-in yaÿrî bi-taqdîrihi wa mashí-atihi wa mashí-atuhu tánfadz* lâ mashí-ata lil-‘ibâd* illâ mâ shâa láhum fa-mâ shâa láhum kân* wa mâ lam yashâ lam yákun*

Todo acontece tal como lo ha determinado y según su querer. Las criaturas no tienen querer. Sólo sucede lo que Él les ha deseado, y eso es lo que es. Y lo que no les ha deseado, no es...

              El Corán está lleno de esta enseñanza que resitúa la existencia bajo el Poder único de una Voluntad soberana, quedando todo relativizado: “No queréis hasta que Allah quiere”. Quien profundiza en el Tawhîd, en la Reunificación, sabe que esto es así. Sólo sucede lo que Allah ha decretado en su Infinito anterior y posterior a la existencia concreta: ésta es la dimensión abismal en la que se agitan nuestras vidas. He aquí un tema que desafía las capacidades del ser humano y lo reconduce siempre a su Señor Irreductible incluso en el vértigo de una existencia repleta de conflictos y tensiones. El vórtice de ese torbellino es el Único, un centro de paz.

            Todo es de acuerdo a la predeterminación (taqdîr), según las medidas (aqdâr o maqâdir) que ha creado antes de crearnos, y que conforman nuestro Destino (Qádar). Todo está sujeto a esa Ley cuya raíz es la Libertad Absoluta de Allah, Señor de los Mundos, Remoto en su Grandeza pero Presente con su Poder Conformador (Qudra). Nosotros somos ‘ibâd, criaturas sujetas a esa Orden inapelable, traductores de lo que establece, servidores de su deseo. Esta es la Realidad, la conjunción de todo en su Fuente.

            En lugar de hacer del tema del Destino una elucubración paralizante debemos aprender lo que el Corán nos sugiere para el nivel en el que estamos, presintiendo sus profundidades. El Destino aparece como antídoto contra dos extremos: contra el orgullo del que tiene éxito (el triunfo es de Allah) y contra la desesperación del que ha fracasado en algo (el fracaso es resultado del Destino, no de ninguna minusvalía). Por otro lado, el Islam enseña que debemos encontrar consuelo en el recuerdo del Destino ante las calamidades, pero no ante las torpezas. El Destino aparece en el Corán para alentar, no para frenar.

            El Corán no deja de ordenarnos actuar. Es necesario aprender a combinar la contemplación del Destino en el seno de una invitación a alcanzar por nuestros propios esfuerzos cumbres altas. El Destino es ofrecido a la posibilidad que tiene el corazón de intimar con Allah, y no a la especulación, que acaba convirtiendo el tema en una contradicción insalvable. Un sabio dijo: “He analizado la cuestión del Destino y me he dado cuenta de que los que conocen su profundidad son los que más callan, y que sólo los que no saben nada de él vociferan”.

 

yahdî man yashâ* wa yá‘simu wa yu‘âfî fádlan* wa yudilli man yashâ* wa yújdzil wa yabtalî ‘ádlan*

Él guía a quien quiere: salvaguarda y protege como favor. Y confunde a quien quiere: defrauda y violenta como justicia.

              La Voluntad que rige la existencia pertenece a Allah, y es una de las Cualidades de la Esencia (Dzât) que está en los orígenes del ser. Y esa Voluntad es Absoluta y Libre, no condicionada por nada, no pesa sobre ella ninguna obligación, ni nada la doblega. Y Allah manifiesta esas posibilidades de su Voluntad haciendo dichosos a algunos hombres y haciendo desgraciados a otros, facilitando las cosas a unos y dificultando la existencia de otros, guiando hacia lo mejor a algunos y conduciendo a su perdición a otros, todo ello regido por su sabiduría. Allah dijo al Profeta en el Corán: “No guías a quien quieres. Es Allah el que guía a quien quiere”. Y el Corán dice: “Allah confunde a quien quiere y guía a quien quiere”.

            Con esto el autor responde a quienes creen que Allah está obligado a hacer lo que consideramos ‘mejor’. Por un lado, nada indica que esté obligado a nada en concreto; por otro, suponer eso y existiendo como existe el mal, quiere decir que al menos hay otra voluntad independiente de la de Allah que incluso se superpone a la Suya. Pero Él es el Uno-Único: sólo existe su Voluntad que desea tanto lo bueno como lo malo. Y esto quiere decir que estamos a su merced y sujetos en cada instante a lo que Él quiere.

            Ahora bien, gracias a la Revelación aprendemos cosas a las que no podríamos llegar de otro modo. Sabemos así lo que Allah ama, lo que Él ha escogido por encima de su Querer. Y Él ama la justicia (el ‘adl) y la aplica; y ama favorecer (el fadl) y lo hace sin cometer injusticia.

 

wa kúlluhum yataqallabûna fî mashí-atih* báina fádlihi wa ‘ádlih*

Todos van y vienen en su Querer, entre su favor y su justicia...

              Cuando Allah beneficia al ser humano es digno de elogio porque manifiesta su favor (fadl) y cuando lo confunde es digno de elogio porque manifiesta su justicia (‘adl) ante un inmerecimiento, y tanto un extremo como otro nos hablan de su Poder Reductor. El Corán nos dice: “Él es quien os ha creado, y por ello entre vosotros los hay ingratos y los hay abiertos”.

 

wa huwa muta‘âlin ‘ani l-addâdi wa l-andâd*

Él está por encima de los contrarios y los iguales...

              Allah está por encima (muta’âli) de todos los conceptos, ideas, reflexiones, juicios de valor,... de los seres humanos. Nada le es contrario (didd) ni nada es igual (nidd) a Él, es decir, nada se le opone y nada lo iguala, Él es Pura Unicidad, el Singular. Es así como Allah queda despejado (munaççah) ante el musulmán. Ahora es cuando el buscador tiene ante sí su oriente con toda claridad: no hay para él dioses, ni señores, ni mitos, ni mediadores, ni nada,... sólo el Uno-Único, origen de todas las cosas, Verdad Esencial que está en la raíz de cada ser y de cada acontecimiento, y la existencia entera del musulmán se recoge y unifica ante su Dueño Singular. El Corán dice: “Di: Él es Allah Uno-Único. Allah Absoluto. No ha engendrado ni ha sido engendrado. No tiene equivalente”.

 

lâ râdda li-qadâih* wa lâ mu‘áqqiba li-húkmih* wa lâ gâliba li-ámrih*

Nada impide que se cumpla su Decreto. Nadie retrasa la realización de lo que ha decidido. Nadie derrota su orden...

              Nada ni nadie infringe lo que Allah desea. Su decisión se cumple irremediablemente, en su momento exacto, según una medida establecida por Él, y nada ni nadie, en la existencia entera ni en el abismo de la nada, está al margen de esta ley.

 

âmannâ bi-dzâlika kúllih* wa aiqannâ ánna kúllan min ‘índih*

Tenemos el corazón abierto a todo lo anterior, y tenemos certeza de que todo viene de Él...

              Lo anterior es uno de los componentes del Îmân del autor, de su sensibilidad espiritual, de su apertura a las connotaciones de la palabra Allah: todo viene de Él. Y su Îmân es el de todos los musulmanes que comparten esas mismas convicciones que él intenta resumir en su ‘Aqîda, en su exposición de los fundamentos del Islam.

 

wa ínna Muhámmadan ‘ábduhu l-mustafà* wa nabíyuhu l-muÿtabà* wa rasûluhu l-murtadà*

Y (decimos) que Muhammad es su esclavo puro, su profeta elegido y su mensajero en el que se complace...

              El buscador de la Verdad, el que ha intuido la profundidad y alcance de lo dicho hasta aquí, una vez que se ha deshecho de ídolos y falseamientos, cuando ha superado el estadio de la indecisión y se ha propuesto a su Único Señor como meta, se encuentra con un dilema: ¿y ahora qué? Aparece ante sus ojos la necesidad de un Maestro, un enviado (mab‘ûz), alguien iluminado por esas verdades hasta el extremo máximo, que sea capaz de indicarle el doble camino: el del saber incontaminado y el de la acción conforme a lo que Allah ama.

            Ese Maestro sólo puede ser un Anunciador (Nabí), un Mensajero (Rasûl), alguien en quien se den unas condiciones especiales: debe ser un esclavo de Allah (‘abd), es decir, alguien que haya vivenciado su atadura a la Verdad de una forma absoluta, y no tenga otra voluntad que la de su Señor, sólo así es traductor de Allah. Eso es lo que lo hace infalible (ma‘sûm). Esa persona no debe haber conocido a Allah como resultado de sus propios esfuerzos, puesto que eso ya lo ha hecho el buscador, que teme no haber alcanzado el fondo de la cuestión y necesita de quien lo ayude a penetrar en todas las implicaciones de su intuición. El Profeta debe ser un esclavo puro, alguien purificado por Allah (mustafà), un elegido (muÿtabà), alguien en quien Allah se complace plenamente (murtadà).

            Puesto que esto debe ser así y un profeta debe responder a esas cualidades, su presencia deberá tendrá una fuerza conmocionadora. El profeta es un signo en sí. Es transtornador como lo es la Verdad Creadora a la que hace referencia con sus enseñanzas. Y éste es el argumento que certifica, para los musulmanes, la sinceridad y autenticidad de un profeta. Por ello, los musulmanes no tienen inconveniente en reconocer la sinceridad y autenticidad de todos los profetas de la humanidad, todos los fundadores de caminos y vías espirituales que han sido capaces de crear civilizaciones a causa de la fuerza de la presencia de esos personajes. Para un musulmán Abraham, Moisés, Jesús, y los demás mensajeros dentro y fuera del ámbito semita, son auténticos por el simple hecho de haber forjado algo de lo que sería incapaz cualquier otro hombre. Nosotros podemos crear ‘modas’, no civilizaciones. Una civilización es el resultado de una conmoción que ya de sí es un argumento irrefutable, al igual que la presencia contundente del universo es la prueba de Allah.

            El problema que se les plantea a los musulmanes no es, por tanto, el de la sinceridad y la autenticidad de los profetas, sino la transmisión de sus enseñanzas (el naql). En esto intervienen hombres comunes y ahí es posible la estafa, la mitificación, el error, la opinión, la interpolación, etc. Sin embargo, el mensaje de un profeta es esencial en todos sus aspectos. Sólo se libra de esta circunstancia el Mensajero del Islam -Muhammad (s.a.s.)-, cuyo legado nos ha llegado de modo fiable en su integridad.

            Podemos rastrear sin problemas el origen de cada palabra dicha por Muhammad (s.a.s.) hasta averiguar si efectivamente él la pronunció o no la pronunció. Y es porque el Islam apareció en un entorno obsesionado por la ‘genealogía’, y ese método se aplicó desde el principio a todo lo que hizo y dijo Muhammad (s.a.s.), de modo que tenemos una enorme cantidad de fuentes en las que asegurarnos de la filiación de cada frase del Corán y de cada hadiz, diferenciando perfectamente cada cosa, sabiendo por qué caminos han llegado hasta nosotros, así como se han elaborado desde el principio enciclopedias en torno a los muchos testigos de cada detalle de su vida y hechos. Esto, junto a la proximidad histórica de la Revelación coránica, hace de Muhammad (s.a.s.) el único gran Profeta del que existe una constancia fideligna, siendo modelo válido para los buscadores sinceros.

            Es más, por un lado, en ningún momento se salió fuera de lo que hemos ido diciendo acerca de Allah. La Verdad que nos transmitió es la misma enunciada hasta aquí y cuyas resonancias hemos ido encontrando en intuiciones que todos tenemos. Por otro lado, contó más cosas y mostró el camino al que ya no tenemos acceso a través de deducciones. Muhammad (s.a.s.) fue, por tanto, el Nabí, el Rasûl, el Maestro Inspirado que necesitamos para completar el proceso que iniciamos desde la primera página de este libro. A partir de este punto, entramos en otro campo, en el de las enseñanzas de Muhammad (s.a.s.), que nos habla desde su sinceridad de lo que no nos es dado saber por nosotros, y nos describe la senda de lo que Allah ama para pasar a ser gentes de su elección, expuestos a su bien y no a su rigor, a su favor y no a su justicia.

 

wa ínnahu jâtimu l-anbiyâ*

y él es el sello de los profetas...

              Entre las cosas que enseñó Muhammad (s.a.s.) está el que él sería el último de los anunciadores (jâtim al-anbiyâ). El Corán mismo dice de él: “Es el Mensajero de Allah y el sello (el último) de los profetas”. Y él dijo: “Los profetas somos como un magnífico edificio en el que faltara un último detalle que lo completara. Yo he venido para llenar ese vacío, concluyendo el edificio. Yo soy el sello”. Y también dijo: “Yo tengo nombres: soy Muhammad, y Ahmad, el que elimina la ingratitud de los hombres, y soy el que reúne a las gentes ante Allah, el Anunciador de la Resurrección, y soy el Último tras el que no hay profeta alguno”. Su condición de sello de la profecía no sólo quiere decir que fuera el último, sino también completo y perfecto.


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