CAPÍTULO 109: LOS KÂFIRÛN

SÛRAT AL-KÂFIRÛN

revelada en Meca, 6 versículos

índice

 

bísmil-lâhi r-rahmâni r-rahîmi

Con el Nombre de Allah, el Rahmân, el Rahîm

1. qul yâ: ayyuhâ l-kâfirûna

Di: ¡Oh, vosotros, los kâfirûn!:

2. lâ: á‘budu mâ ta‘budûna

No  reconozco como Señor lo que reconocéis,

3. wa lâ: ántum ‘âbidûna mâ: á‘bud*

ni vosotros reconocéis como Señor lo que reconozco.

4. wa lâ: anâ ‘âbidun mâ ‘abádtum

Yo no soy reconocedor de lo que habéis reconocido,

5. wa lâ: ántum ‘âbidûna mâ: á‘bud*

ni vosotros sois reconocedores de lo que reconozco.

6. lákum dînukum wa lía dîn*

Tenéis vuestro camino y yo tengo mi camino.

 

            Frente a la Revelación (Wahy), la actitud que adopta el ser humano es la de apertura (Îmân) o la de rechazo (Kufr). El Îmân -la apertura o receptividad- es lo que permite conectar con la Fuente de la que mana la Revelación, mientras que el Kufr -la cerrazón, el rechazo, la indiferencia- aísla al ser humano en sus seguridades y certezas, en su ego con el que cree abarcarlo todo, y lo hace ser ignorante y estéril espiritualmente. En árabe llamamos mûmin al que se abre hacia Allah con corazón esponjoso, y se llama kâfir al que se cierra y se hace opaco. Todos estos nombres vienen de los verbos âmana-yûmin, abrirse, ser receptivo, y de su opuesto káfara-yákfur, cerrarse, esconderse.

            El Kufr no es necesariamente una negación intelectual de Allah, sino una actitud de cerrazón e ingratitud ante Él: éstas son la negación real. El Corán llama a los árabes preislámicos kâfirûn (y también kâfirîn, kuffâr o káfara, todos plurales de la palabra kâfir) a pesar de que afirmaban un Principio Creador e Inefable, al que denominaban Allah.

Sobre todo en sus juramentos, los árabes usaban el  Nombre de Allah, con lo que daban fe de la preeminencia y la fuerza de Allah sobre los hombres, y también lo mencionaban en sus invocaciones, las cuales frecuentemente empezaban con la expresión Allâhumma... Es decir, reconocían la Ulûhía de Allah, su carácter profundo, su realidad trascendente, su misterio, pero no reconocían su Rubûbía, su Señorío activador, su imperio en cada cosa, su carácter presente. Por ello, el Corán a menudo los llama también mushrikîn, asociadores, idólatras. El Shirk -la asociación o idolatría- consiste en creer en supersticiones, mitos, dioses o ídolos mediadores. El múshrik es el que, a pesar de intuir una Verdad Absoluta -la Ulûhía-, la ve como algo remoto, y para su vida cotidiana prefiere a dioses menores (Arbâb, señores) que le solucionen sus problemas e intercedan ante lo Supremo.

            El Islam rompe con esta creencia y destruye los ídolos del Shirk, y proclama el Tawhîd, la Unidad, anulando los intercesores y declarando que no hay fuerza ni poder salvo en Allah, sólo Él. Esta ruptura (Barâa) con la ignorancia mitificadora del hombre es lo enunciado en el texto que analizaremos a continuación: la Sûra de los kâfirûn.

            Los árabes de la época preislámica (la ÿâhilía) no negaban la preeminencia de un Principio Inefable. Para ellos existía una Fuente Original y Misteriosa -la Ulûhía- que lo había creado todo. La Kaaba, en medio de Meca, les recordaba a Allah, pero nada sabían de su Presencia en la realidad concreta y en cada instante: separaban a Allah de lo cotidiano y lo sustituían por dioses. Es decir, lo ignoraban todo acerca de la Ahadía de Allah, de su Unicidad que abarca todas las cosas, que las doblega y las relativiza, y de la necesidad esencial que hay de Él para todo -la Ahadía es, por tanto, la síntesis de la Ulûhía y la Rubûbía-.

            Perdidos y aislados en sus mundos inconexos y rotos sin el Lazo que lo conjuga todo, los árabes preislámicos reconocían el señorío de unos hombres sobre otros, de algunas fuerzas de la naturaleza, de seres invisibles... -al igual que el hombre actual da preeminencia al poder, la fortuna, el éxito, la salud-, y a causa de su Kufr, de su rechazo a Allah, se humillaban ante dioses y circunstancias, cometiendo lo que el Islam llama Shirk, asociación, idolatría, es decir, imaginar iguales a Allah cuando Allah es el Uno-Único, y todo cuanto no es Él es espejismo y transitoriedad.

            Los árabes idólatras asociaban cosas sin fundamento y acontecimientos circunstanciales a la intuición que tenían de la Verdad Absoluta, con lo que se desviaban de la única meta del unitario (muwáhhid), se apartaban de la Qibla, de la orientación, y se separaban de lo auténtico y radical, dispersando su atención por un mundo repleto de dioses, fenómenos mitificados, de miedos y de esperanzas infundadas. Este es el origen de toda frustración, y es a lo que se llama Shirk, asociar algo a Allah, tomar algo por real. El Shirk es frustrante porque al carecer de esencia no puede satisfacer. Es, por ejemplo, como quien cree que el dinero, el poder, el éxito o la Virgen del Rocío solucionarán sus problemas o calmarán sus deseos, pero sólo Allah puede hacerlo, sólo el que lo ha creado a él y ha creado todas las cosas puede  apartar su indigencia. Al desviar su atención, el hombre se condena al vacío de sus dioses inútiles.

            Al reconocimiento activo de Allah como Único Señor se le llama ‘Ibâda, que viene del verbo ‘ábada-yá‘bud, el cual significa: reconocer la supremacía y el señorío de algo o de alguien. La ‘Ibâda es la concreción del sentimiento de sujeción (‘Ubûdía) a un Principio Creador del que se depende vitalmente. La ‘Ibâda de los musulmanes está orientada exclusivamente hacia Allah, la Verdad-Una, y ésa es la Qibla de los muwahhidîn, mientras que la ‘Ibâda de los kâfirîn-mushrikîn va dirigida a lo que no es Allah, hacia los dioses y las cosas en las que creen, cuando en sí son espejismos o invenciones de la inseguridad innata del hombre ante lo infinito y sobrecogedor del secreto de la existencia. Si bien en algunos momentos los kâfirîn declaraban su reconocimiento de Allah, su ‘Ibâda no podía ser perfecta ni efectiva porque a la vez pensaban en otros señores, a los que rendían pleitesía, y esto los alejaba de la verdadera Unidad y jamás reconocieron a Allah en Su justa medida, que es su Unicidad Integradora.

            Desconocer a Allah en Su justa medida (háqqa qádrih) condena al hombre a depender de lo creado. Los árabes preislámicos veneraban a sus antepasados, a los santos y a los poderosos, o bien hacían un esfuerzo de abstracción y adoraban a los ángeles (a quienes consideraban hijas de Allah) y también a los ÿinn, los genios, que, como los ángeles, son seres espirituales. Su culto a los ángeles y de los genios era explicado por el carácter sutil de esas criaturas, por lo que, en sus razonamientos, debían estar más cerca del Uno-Único o servir de puentes entre el ser humano y el Inefable Infinito. Con el tiempo, tanto sus antepasados como los ángeles y los genios fueron convertidos en dioses independientes y representados por ídolos. Y para servirles inventaron ritos y costumbres, algunos de los cuales son descritos por el Corán en otros pasajes.

            En esencia el Kufr y el Shirk son olvido de lo Original y apego a las formas inmediatas, es creencia en la efectividad de algo que ha sido separado por la mente de su Fuente, que es lo Único Verdadero. El Kufr y el Shirk rebajan al ser humano, lo confunden y humillan ante dioses o poderes en los que cifra su salvación, cuando en realidad nada ni nadie salva al ser humano, cuyo destino está en la Verdad que sirve de fundamento y soporte a su existencia y a su instante.

            El Îmân es abrirse a Allah, a lo infinito, sin darle forma, sin concretarlo, dejando al corazón vagar por los espacios de la eternidad. El Îmân es el polo opuesto del Kufr. En definitiva, el Îmân es otro Dîn, otro Camino distinto del Kufr. El Îmân es dejar que la mirada penetre en las profundidades de las cosas en lugar de convertir sus apariencias en dioses, y a la vez es empaparse con lo que esa mirada descubre. El mûmin busca a Allah, busca lo verdadero, mientras que el kâfir se hunde ante lo aparente o lo que imagina, limitando la grandeza de lo infinito y envileciéndose a sí mismo.

            No sólo el ofuscado que se arrodilla ante un ídolo es kâfir: todo el que se rinde ante algo, sea lo que sea, es mushrik, es idólatra. El que deposita su esperanza en el dinero, en la imagen, en las circunstancias, en el poder, en la salud, en sus hijos, en cualquier superstición,... es kâfir-múshrik. El Kufr tiene formas solapadas que están más allá de la burda adoración de un ídolo tallado, y reviste aspectos sutiles contra los que el Islam advierte. El Profeta dijo: “Contra lo que más hay que estar alerta es el Shirk sin forma visible”, es decir, el Shirk que no se presenta como tal.

            La adoración de ídolos e imágenes es la forma explícita del Kufr y el Shirk. Cuando el hombre rechaza a Allah, cuando niega el desafío que presiente en su corazón, lo sustituye con dioses: el kâfir rechazador e ingrato se convierte en múshrik idólatra, necesariamente.

Frente al mûmin-muwáhhid, el abierto a Allah, el unitario, el que deposita su ser en su Señor, está el kâfir-múshrik, el que deposita su ser en las cosas,... y no existe otra alternativa. El sentido de la trascendencia es la Fitra del ser humano, su naturaleza más íntima, lo primordial en él, y a ella responde construyendo un camino, un Dîn. Está el Dîn del Îmân (que es armonía) y el Dîn del Kufr (que es desvinculación), y no hay otro. Del Îmân resulta el Tawhîd, la Reunificación, mientras que del Kufr nace el Shirk, la idolatría.

            Al mûmin-muwáhhid le guía Allah; al kâfir-múshrik le guía su imaginación, su miedo, su ilusión,... su ego. El primero es un muhtad, un bien guiado, mientras que el segundo es un dâll, un errado, alguien que vagabundea por su arbitrio, sin más luz que su capricho, sus cortedades, su ambición, sus sospechas y sus suposiciones, y se condena a la frustración.

            Los árabes preislámicos -descendientes de Ismael (Ismâ‘îl)- se consideraban seguidores del Dîn de Abraham (Ibrâhîm) cuando en realidad habían degenerado en una idolatría absurda y alambicada. Su Camino no era el de Abraham, como el de los judíos no es el de Moisés (Mûsà) ni el de los cristianos es el de Jesús (‘Isà). El Islam se propuso recuperar el sentido del Dîn de Ibrâhîm, y también el de Mûsà y el de ‘Isà, que son una misma senda, el Dîn de la Fitra, la Senda de la naturaleza primordial, y del Îmân, de la receptividad ante el Uno-Único.

            Los árabes, al igual que los judíos y los cristianos, habían elaborado en torno a su tradición un sentir exclusivista, es decir, una religión más o menos institucionalizada. Mientras los judíos se arrogaban la creencia de ser un pueblo escogido y los cristianos adoraban al hijo de dios, los árabes por su lado presumían de ser adoradores de las hijas de dios. Al ser estas hijas de dios seres espirituales (ángeles y demonios) se consideraban superiores a los judíos y cristianos que se habían rendido ante seres humanos (profetas de carne y hueso). Para los árabes, los ángeles y los genios eran más dignos del temor y las esperanzas del hombre. Habían encontrado esa vía, ese Dîn. La proximidad entre el Ser Supremo y los ángeles debía ser más corta que la que lo separaba de los hombres, y esto hacía de esos seres intercesores autorizados y oportunos.

            A juicio del Islam, todo lo anterior es Shirk, todo es burda idolatría, por abstracta y delicada que sea la terminología que se emplee. Ninguna mitología ni ninguna teología sustituyen al Tawhîd, el presentimiento de la Unidad y la Unicidad. Esta es la diferencia entre el Islam, que es rendición absoluta e inequívoca ante Allah-Uno, y cualquier otra senda.

            Cuando Muhammad (s.a.s.) anunció a los árabes que era necesario reinstaurar el Dîn de Ibrâhîm le respondieron que ya eran seguidores de ese antiguo profeta y no tenían por qué abandonar sus tradiciones.

            Más adelante, con el éxito progresivo del Islam, los idólatras intentaron relajar la situación apelando a la común referencia a Abraham. Propusieron a Muhammad (s.a.s) que aceptara a sus dioses y ellos se declararían musulmanes, quedando todo en familia. Ellos ponían condiciones y aceptaban que Muhammad pusiera las suyas, para llegar a algún acuerdo. Tal vez, el hecho de reconocer a Allah como el Inefable, aunque adoraran dioses intermedios, les hacía sentir que estaban cerca de Muhammad (s.a.s.), y que se podía llegar a un entendimiento negociado. Con unas pocas concesiones por ambas partes sería posible la convivencia y quedaría resuelto el problema.

            La Sûrat al-Kâfirûn fue revelada para evitar esas confusiones e imposibilitar componendas, y para determinar con claridad que existe un abismo insalvable entre el Kufr y el Îmân. El texto es cortante, firme y repetitivo, y declara la irreversibilidad del camino que el Islam tomaría. La saludable ruptura (Barâa) del Îmân con el Kufr es definitiva: éstas son dos realidades opuestas, dos sensibilidades que nada comparten.

            Al recitar este capítulo del Corán, el musulmán se declara ajeno al Kufr, se repite a sí mismo su condición de mûmin que ha trascendido la inmediatez hipnotizadora del mundo para lanzarse a la conquista del Significado profundo. Su ‘Ibâda no es la ‘Ibâda del kâfir del mismo modo que el Señor (Rabb) del mûmin no es los señores (arbâb) del kâfir. Cada cual, pues, que siga su Senda (Dîn), sin regatear con nadie.

            En esta sûra encontramos una firmeza realzada por un lenguaje contundente y repetitivo que emplea los recursos del árabe para dar a las ideas seguridad y carácter definitivo.

            La sûra comienza con un imperativo: qul, di. Allah es la fuente de la orden, y manda a su Profeta (s.a.s.) -y a todos los musulmanes- decir (qâla-yaqûl), comunicar, declarar, expresar con claridad,... su ruptura (Barâa) con el Kufr. No es suficiente saber algo,... hay que decirlo para que tenga fuerza, para que ese saber tenga capacidad de transformar y se convierta en raíz sobre la que construir. Ése es el poder de la palabra con el que el ser humano se hace soberano y protagonista de su realidad.

            Las palabras que tiene que decir el Profeta van dirigidas a los kâfirûn: qul yâ: ayyuhâ l-kâfirûn, Di: ¡Oh, vosotros, los kâfirûn!... El Corán les da su nombre, el de adeptos del Kufr, del rechazo y la negación, tras un vocativo especialmente intenso: yâ: ayyuhâ, ¡oh, vosotros...! Quedan así perfectamente definidos, y el musulmán se posiciona frente a ellos. Son los que han tomado un camino, y su camino no es el de los musulmanes.

            La Barâa, la ruptura definitiva, queda declarada en los siguientes versículos. A partir de este momento, los iniciados en el Islam ya no tienen nada que ver con los kâfirûn: lâ: á‘budu mâ ta‘budûn, no  reconozco como Señor lo que reconocéis. Según algunos comentaristas, esta frase debe ser puesta en futuro, es decir: No reconoceré como Señor lo que vosotros reconocéis como tal, siendo ésta la respuesta a la proposición que le fue hecha a Muhammad (s.a.s.).

            El verbo reconocer como Señor (‘ábada-yá‘bud) significa ser consciente de una dependencia esencial (‘Ubûdía) y esa conciencia es expresada de una forma activa (‘Ibâda, reconocimiento). Toda criatura es ‘abd, es decir, está sujeta a la Verdad que la hace existir, que la crea y la pone en movimiento. El que descubre esta realidad se transforma entonces en ‘âbid, en reconocedor activo de su Señor Interior. Por la ‘Ubûdía, todo ser es ‘abd de Allah, está atada a su Querer. Por la ‘Ibâda, el ser humano se convierte en ‘âbid, en criatura consciente de ese hecho y se ve estimulado a reconocer activamente y buscar la Verdad que le obliga a ser.

            Pues bien, es como si el musulmán, con esta sûra, dijera al  kâfir: yo no confundo vuestros dioses con mi Señor verdadero, ni me someto a lo que vosotros os sometéis. Mi Señor no es las cosas que me rodean ni las circunstancias en las que estoy inserto, sino la Verdad Impensable, el Uno-Único que está en los orígenes, en el presente y en el destino, el que activa las cosas (sin embargo, vosotros adoráis las cosas, confundiéndoos ante la realidad. A vosotros os impresiona y fascina la relación causa-efecto, y la habéis convertido en vuestro dios,  mientras yo busco al Creador de las causas y los efectos y sólo ante Él me rindo).

            En el siguiente versículo, el Corán dice: wa lâ: ántum ‘âbidûna mâ: á‘bud, ni vosotros reconocéis como Señor lo que reconozco. Vuestro señor no es el Uno-Único, sino los ídolos y todo aquello en cuyo poder creéis. Vuestra ‘Ibâda no es búsqueda de Allah. Allah es el oriente (la Qibla) del unitario que persigue conquistar la reunificación, mientras que el kâfir-múshrik, por definición y aspiración, carece de una única dirección y vive disperso en un mundo confuso de dioses y señores, circunstancias y condiciones, que le imponen sus caprichos. Los comentaristas que ponían en futuro el verbo de la frase anterior lo siguen haciendo con el de este versículo: ni vosotros reconoceréis como Señor al que yo reconozco, pues el kâfir está vencido bajo el dominio de su ilusión.

            A continuación, el Corán insiste en la idea repitiéndola: wa lâ: anâ ‘âbidun mâ ‘abádtum, yo no soy reconocedor de lo que habéis reconocido, comenzando en este caso la frase con el pronombre anâ, yo, para dar más solidez a la declaración, wa lâ: ántum ‘âbidûna mâ: á‘bud, ni vosotros sois reconocedores de lo que reconozco.

            Queda completada así la Barâa, la declaración de ruptura, con una apostilla final que subraya el carácter insalvable del abismo que separa las dos sensibilidades: lákum dînukum wa lía dîn, tenéis vuestro camino y yo tengo mi camino. Vosotros estáis en un sitio y yo en otro extremo, y entre nosotros no hay puentes. No son posibles las componendas ni las negociaciones para llegar a un acuerdo en estos temas. Cada cual que siga su camino (Dîn) de acuerdo a su sentir, y será la Verdad Última la que decida.

            La Barâa no es una declaración de guerra ni es arrogancia, sino la autoafirmación del Islam, su posicionamiento definitivo al margen de la idolatría imperante. El musulmán no ataca, pero tampoco cede: lákum dînukum wa lía dîn, tenéis vuestro camino y yo tengo mi camino. Su ‘Aqîda, su sensibilidad unitaria, no permite juegos teóricos para amoldarse a las circunstancias, sino que quiere ser vivida por cada musulmán en toda su intensidad.

            Esta sûra era necesaria para clarificar el Islam en sí mismo. Su radical ruptura con  la idolatría (el Shirk), sea cual sea su forma, era esencial, máxime si tenemos en cuenta el ambiente, las tensiones y los equívocos en medio de los que emergió el Dîn del Islam. 

            Recordemos que el Shirk es la consecuencia práctica del Kufr: el rechazo a Allah y la ingratitud ante Él se convierten en sumisión a las cosas creadas y a las circunstancias puntuales. El Îmân es la apertura hacia Allah, y su resultado es el Tawhîd, la Reunificación. Îmân y Kufr son dos actitudes espirituales distintas, y lo son también sus frutos. Y no hay camino intermedio.

            El Tawhîd es una vía (Dîn), y el Shirk es otra vía, y no se encuentran porque sus objetivos son distintos. El Tawhîd es una senda por la que el ser humano -como hace la existencia entera- transita hacia Allah-Uno, al que nada está asociado (no tiene sharîk). El Tawhîd señala hacia una Fuente de la que el ser humano, liberado de la esclavitud de la idolatría, puede recoger inspiración para su vida... Una Fuente que es la Fuente misma de la vida y la existencia. Esa Fuente Original es Allah, Qibla y oriente del mûmin, que es el musulmán que profundiza en el alcance del Islam y retorna a su principio.

            Desentenderse del Kufr en lugar de negociar en estos temas con él era fundamental. Si el Islam se hubiera acomodado al poder del que estaba rodeado en sus inicios, con ello hubiera aceptado otro Señor distinto a Allah, y eso lo hubiera convertido en otra forma más de idolatría. Con esta sûra revelada en los difíciles tiempos de Meca, el Islam se auto afirmaba en su orientación unitaria: sólo Allah es Señor del musulmán, y es su única inspiración. Ése es su Dîn, su camino, en el que no hay dobleces, ni concesiones, ni acomodamientos, ni contemporizaciones.

            El concepto de ÿâhilía es importante. Significa desconocimiento del Tawhîd, y está vinculado a las nociones de Kufr y Shirk. A veces la ÿâhilía está camuflada bajo formas propias del Îmân. Sucede sobretodo en las comunidades con tradición profética. Es lo que sucedía con los árabes preislámicos, y con los judíos y los cristianos. El monoteísmo es una forma de ÿâhilía que pretende estar vinculada al Tawhîd, y se crean confusiones.

            Con esta sûra queda zanjada la cuestión: tanto la idolatría más grosera como la teología más sofisticada son ÿâhilía, ignorancia de la verdadera Unidad. No se está sobre la senda del Tawhîd más que en el Islam, que es rendición incondicionada al Uno-Único, una rendición vivida sin artificios ni elaboraciones teóricas. Todo lo demás es rebuscamiento idolátrico. Si de las tradiciones mencionadas se elimina lo superficial y lo artificioso, queda la pureza a la que invita el Islam, queda la Fitra, la inquietud y el desasosiego que empujan al hombre a buscar el Secreto que le hace ser. Por ello, el musulmán que busca la sencillez del Tawhîd declara su Barâa, su ruptura, su ‘nada tener que ver’ con toda confusión, definiendo con claridad su objetivo.

 

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